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Un tiempo después de haberse mudado a Altos de la Cascada, Carla aceptó la sugerencia de Gustavo y se anotó en el curso de Bellas Artes que se dictaba en el house del club, los miércoles a las dos de la tarde. Gustavo venía insistiendo desde hacía un tiempo. No le preocupaba que su mujer desarrollara ninguna habilidad especial para la pintura, que por otra parte no tenía, sino que lograra integrarse, "hacer amigas para ir armando una vida social nueva", según sus propias palabras. Una vida social diferente de aquella de la que venían huyendo. El Tano le había pasado el dato del curso. Carla hubiera preferido ir a la Capi tal y terminar su carrera inconclusa, arquitectura, pero Gustavo no estaba de acuerdo. "Vas a hacer un sacrificio tremendo, a vos siempre te resultó muy difícil la carrera. Y cuando tengamos el primer hijo largas todo, yo te conozco." Ella sabía que el hijo era una promesa que él no podía hacerle. Pero terminar la carrera era una promesa que ella tampoco estaba segura de cumplir.

Mientras Carla apenas si conocía a dos o tres mujeres de amigos de Gustavo, él ya estaba totalmente integrado. Para Gustavo era más fácil, le gustaba el deporte, y eso en Altos de la Cascada allana el camino a la amistad. También los hijos allanan el camino. Pero hijos no había. Carla era muy distinta de Gustavo. Tímida, retraída, casi temerosa de los demás. Varias veces conocidos de Gustavo intentaron integrarla invitándola a distintos eventos, pero ella siempre encontraba una excusa. Le quedaban sólo dos amigas de su época del colegio, una vivía en Bariloche y la otra no sabía dónde, porque desde que Gustavo había discutido con violencia con su marido ya ni se acordaba por qué, no habían vuelto a verse. Y los demás, siempre fueron relaciones de Gustavo. La tendencia a la reclusión de Carla se acentuó después de que perdieron un embarazo de cinco meses, la vez que más duró un hijo dentro de su cuerpo, y de lo que ninguno de los dos quería hablar.

El miércoles a las dos de la tarde Carla partió hacia su primera clase de pintura. La profesora, Liliana Richards, que también vivía en Altos de la Cascada, le presentó al resto del grupo. Parecía que se conocían de toda la vida, aunque con el tiempo Carla supo que la mayoría de ellas no llevaba en La Cascada más que dos o tres años. A algunas de las mujeres las conocía de vista. Las debía haber cruzado en la proveeduría, o en el restaurante del house, ya que otros lugares del barrio ella no frecuentaba. Con algunas creía haber estado cenando una noche, en casa de los Scaglia. Liliana hizo para Carla una breve introducción sobre las técnicas que estaban aplicando, y se encargó de aclarar que lo que se hacía en su taller no eran "pátinas, ni decoupage, ni esténciles, ni ninguna de esas técnicas menores". En su taller se hacían "cuadros". Y a Carla le sorprendió la palabra utilizada. Carmen Insúa interrumpió: "Ah, hablando de cuadros, tenés que venir a ver el Labaké que me compré, Lili".

Cuando terminó la clase, una de las mujeres se ofreció a llevarla hasta su casa. Carla era la única que había ido a pie. Su casa estaba a unas pocas cuadras y le hubiera gustado hacerlas caminando, pero le pareció descortés rechazar el ofrecimiento. Su compañera le pidió disculpas por cierto desorden que había en el auto, y le contó que tenía tres hijos, y que en cualquier momento se decidiría a tener el cuarto. "¿Y vos? ¿Cuántos tenés?" "No, nosotros todavía no tenemos", dijo Carla. "Bueno, no esperes tanto que una nunca sabe cuánto trabajo le va a dar quedar embarazada", sentenció.

El miércoles siguiente Carla empezó a dibujar sobre la tela. Al fin estaba entusiasmada, en pocos días Gustavo cumpliría años y pensó que su primer cuadro sería un regalo muy significativo para él. La profesora dijo que en una primera etapa dejara salir lo que quisiera. Y Carla sólo pudo dibujar rayas. El miércoles siguiente también fueron sólo rayas. Unas rayas negras, de distintos grosores, que sus compañeras miraban sin hacer comentarios. A su lado, Mariana Andrade pintaba un bodegón. Era una mesa iluminada sobre la que había un mantel, una jarra volteada de la que no chorreaba ningún líquido, unas manzanas, una botella, algunas uvas. A Carla le sorprendió que alguien pudiera dibujar una manzana tan parecida a una manzana. Dorita Llambías, que hasta ese momento trabajaba sobre su tela aparentemente ajena a lo que hacía su compañera, dijo: "¿Qué estás copiando hoy, Mariana, un Lascano?". Mariana la miró con fastidio y recién entonces Carla vio la lámina que tenía sobre el regazo y que le servía de modelo. Liliana se acercó a la lámina. "Eso no es un Lascano. Es una mala copia." Carla sintió algo de pudor por haber pensado que la manzana de Mariana era tan perfecta, cuando para la profesora ni siquiera el modelo copiado lo era. Dorita la llamó desde su caballete. "Carla, a ver, vos que no conoces mis cuadros anteriores, decime qué te parece esto." Carla se acercó y vio una especie de llanura, a la que para su gusto se le notaban demasiado las pinceladas, con un cielo lleno de nubes, a las que también se le notaban demasiado las pinceladas. Entre las nubes podían adivinarse formas de pies y manos de distintos tamaños. Lo dijo así, tal como lo veía. "Sí, es fatal, siempre me aparece lo mismo. A mí me sale todo para el lado del surrealismo. Porque no necesito copiar, ¿entendés?"

Carla entendió y volvió a sus rayas. Se quedó mirándolas. Se preguntó qué serían, y por qué le salía eso de adentro, y no pies y manos envueltos en nubes. No sabía siquiera si lo que pintaba tenía algún valor estético. Liliana le había dicho que por el momento no se preocupara por eso. Pero le empezaba a parecer que en realidad sí importaba y que estaba teniendo con ella una descarada consideración de principiante. Pensaba en esto cuando Mariana dijo: "Yo que vos, intento por el lado de los bodegones. O de las naturalezas muertas, o las frutas, algo por el estilo. No conozco tu casa, pero dudo que esto pegue con tu living". Se acercó y agregó en un tono más bajo: "Fíjate lo de Dorita, mucho surrealismo, mucho surrealismo, pero lo que hace no lo podes colgar ni en el baño".

El miércoles siguiente era el té mensual "de las chicas de pintura". Tocaba esta vez en lo de Carmen Insúa, y no faltó nadie. La clase terminó cinco minutos antes para dejar todo listo y limpio antes de ir. Carla fue en el auto de Mariana, y se les sumó Dorita, que tenía la camioneta haciendo el service de los siete mil kilómetros. Hicieron las seis cuadras casi calladas. Carla sólo recuerda que una de las mujeres dijo: "Espero que el té sea té". Y la otra no le contestó, aunque hizo un gesto condenatorio.

Estacionaron detrás del auto de Liliana, y detrás de ellas las otras. Seis autos y nueve mujeres que estacionaron lo más cerca de la banquina posible para evitar que el personal de seguridad las interrumpiera en medio del té porque alguna impedía el paso.

La mesa estaba lista, impecable. Vajilla Villeroy Bosch sobre mantel de hilo blanco. Sandwiches, bocaditos, a un costado una mesa auxiliar con un lemon pie, y un cheese cake. Y un poco más allá una bandeja con copas y dos botellas de champán en hieleras de plata con el hielo picado, que Mariana se encargó de señalarle a Carla, con un gesto parecido al suspiro del auto, como si ella supiera. "¿No prefieren tomar algo fresco en vez de té?", dijo Carmen mientras se servía una copa de champán. Dorita y Liliana cruzaron miradas. "Che, me encanta el cuadro. Muy sobrio", dijo Mariana señalando el Labaké. Y Liliana, por lo bajo, le dijo a Dorita: "¿Dijo 'sobrio', la boluda, no te puedo creer?". "¿Y a vos qué te parece, Lili?", preguntó Carmen, ansiosa. Liliana se tomó un tiempo y después dijo: "Es una obra que está bien. Está bien". Carmen pareció aliviada y dijo: "¿Sabes que me dijo el marcharía que ya vale un veinte por ciento más que cuando lo compré?". "Sí, puede ser, hay gente que no te explicas por qué les va tan bien con tan poco. Será que su virtud es ver la veta, ¿no?", dijo Liliana mientras se metía un bocadito en la boca. "¿Pero Labaké no ganó el último Salón Nacional de Pintura?", aclaró Carmen, algo preocupada, "eso me dijeron cuando lo compré." "¿Y te crees que eso no está arreglado? ¿Me pasas el té?", dijo Liliana.

Carmen parecía confusa. Como si quisiera decir algo más y el champán no la dejara terminar de procesarlo. Optó por no decir nada y servirse otra copa. Carla se paró y fue hasta el cuadro. Predominaba el color ocre, un ocre idéntico al de los sillones de Carmen, con una textura muy especial, trabajada con arpillera y otros relieves. A Carla le gustó, mucho, parecían tres árboles sin hojas, pero no secos, que hundían sus raíces en la arena, donde se encontraban con espigas cerradas, y una canoa muy pequeña, y dentro de la canoa una mujer, inmóvil, pero viva. Una mujer inmóvil. Y sobre la arena dos espigas abiertas, a punto de madurar. La mujer de la canoa le pareció mucho más difícil de dibujar que una manzana y, ante la certeza de que hay cosas que nunca podría hacer, le dieron ganas de llorar.

"Muchas gracias por el té. La próxima vez lo hacemos en la mía. Y el cuadro me encantó", le dijo Carla al despedirse. Mientras el auto de Mariana se ponía en marcha, Carla vio a través de la ventana cómo Carmen juntaba los restos de las copas en la suya y bebía. "Cada día está peor", dijo Dorita. Y Mariana suspiró. "¿Sabes que el cuadro lo compró vendiendo todas las joyas que le regaló Alfredo?", agregó Dorita. "No… ¿en serio?", dijo Mariana. "¿Qué le agarró?" "Qué sé yo, me dijeron que Alfredo casi la mata." "No es para menos." "A mí el cuadro me gustó", se atrevió a decir Carla. "No sé, yo de cuadros no entiendo. Pero de joyas sí. ¿Te conté que en casa vendo joyas? Tenes que venir", dijo alguna de las dos.

La siguiente clase Carmen no fue. Liliana preguntó si alguien sabía de ella. Nadie contestó, pero todas se cruzaron miradas. Hasta Carla, para no quedar afuera. Liliana dio por terminado su cuadro de rayas. Carla había empezado a ir al curso en auto. Al terminar la clase cargó el cuadro y manejó las cinco cuadras que la separaban de su casa, tensa, como con una preocupación que no terminaba de entender. Gustavo no había llegado. Llevó el cuadro al depósito de su casa y lo subió a una silla que hizo de caballete. Lo miró. El cumpleaños de Gustavo era en un par de días y Carla no estaba segura de que ese dibujo fuera lo que él querría recibir de ella. Y no quería que Gustavo se enojara. Ya no. Intentó dos o tres rayas más, pensó en darle un toque de color, pero nada la convencía. Lloró. Entró en la casa y buscó en su agenda el teléfono de Liliana. Le pidió una cita para la mañana siguiente. "Bueno, venite a casa a eso de las nueve, después de que dejes a los chicos en el colegio." "No tengo chicos." "Ah, ¿no?"

Carla fue en su auto hasta la casa de Liliana. Tocó el timbre y la empleada de los Richards la hizo pasar. La llevó al living y le sirvió un café. Unos minutos después apareció Liliana. "Mi marido cumple años. No tengo ganas de regalarle lo mismo de siempre, ropa que después no usa, libros que no lee, este año quiero regalarle un cuadro. Tuyo."

Liliana se mostró sorprendida, nunca nadie le había comprado un cuadro en su vida. Ni siquiera un pariente. "Él me apoyó mucho con todo esto del taller, y me pareció una forma de agradecérselo." "No sé si podré pagar lo que vale." Liliana hizo un gesto de aprobación que le permitió disimular cierta vanidad. "Déjame que te muestre mi obra, después vemos cuánto me podes pagar." Liliana la llevó a un cuarto exterior, vidriado, un antiguo jardín de invierno convertido en el atelier de Liliana. Cortinas pesadas protegían los cuadros del sol e impedían el desarrollo de las pocas plantas que quedaban. Le mostró unos veinte cuadros. La mayoría hechos en épocas lejanas. Algunos tenían retocada la firma en forma evidente. Carla se quedó mirando uno de esos retoques. Liliana se adelantó a la pregunta que Carla nunca habría hecho. "Antes de casarme era Liliana Sícari. Ahora soy Liliana Richards. La LS se convirtió en una LR. ¿Richards suena mejor para artista plástica, no?"

Sobre la pared del fondo había un caballete con un cuadro a medio hacer. Carla se acercó, corrió la tela que lo cubría y se encontró con un cuadro ocre, con arena, y una canoa larga y angosta, con tres mujeres dentro, unas espigas que crecían de la canoa y subían al cielo también ocre, dos árboles, pequeños, pero con raíces largas, que se hundían en la arena ocre. Y trozos de arpillera, en distintos lugares, empastada con el óleo. Firmaba LR, sin enmiendas, el cuadro era reciente. "Me gusta este", dijo. Liliana se apuró a raparlo otra vez con la tela. "Ese no está terminado", dijo. Carla mentía, ella no lo hubiera elegido, era como comprarse el mismo vestido o el mismo traje de baño que Carmen, pero de segunda selección, y no haría eso. Revisó otra vez los otros y eligió un bodegón, que tampoco era exclusivo, pero sí validado por tanta copia: estaban los bodegones de Liliana, los de Mariana, los de Lascano, los del afiche que copiaba Mariana, y seguramente muchos más que ella no conocía, copiados infinitamente por mujeres que ella tampoco conocía. Además, estaba convencida de que Gustavo coincidiría con ellas en que un bodegón queda bien en cualquier pared. "No sé, si es para Gustavo, dame unos trescientos dólares y todo bien, ¿te parece?" Pagó, lo cargó en el auto y salió.

Carla llevó el cuadro al depósito, bajó su cuadro de rayas de la silla y puso el de Liliana. Tomó los pinceles, y con mucho cuidado y pintura negra, trasformó la LR en un CL, de Carla Lamas. Pero después se arrepintió y lo cambió por CM, de Carla Masotta, no quería que su apellido de soltera trajera una discusión con Gustavo. Se sintió orgullosa de la enmienda, fue un trabajo prolijo. Ella siempre fue prolija.

La noche del cumpleaños de Gustavo lo esperó con la cena servida en el comedor que sólo usaban para recibir gente cuando Gustavo insistía y Carla no podía más que aceptar a sus invitados. Cenaron con candelabros, música, y el cuadro colgado en la pared del fondo. "¡Me encanta!", le dijo él, y la besó. "¿Y cómo va ese taller?" "Ahí lo podes ver." "Me refiero a la gente, ¿qué tal? ¿Se puede hacer relaciones?" "Sí, creo que ya soy parte del grupo." Gustavo levantó su copa por un brindis. Ella levantó la suya, las chocaron y brindaron por el cumpleaños de Gustavo, y por la amistad.

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