He sido afortunado. El mismo equipo que produjo mi primera novela, The Amber Room, en 2003, ha permanecido agrupado. Pocos escritores pueden disfrutar de tal lujo. De manera que, nuevamente, un montón de gracias a cada uno. Primero, a Pam Ahearn, mi agente, que creyó en mí desde el comienzo. Luego a la maravillosa gente de Random House: a Gina Centrello, una extraordinaria editora; a Mark Tavani, un editor mucho más juicioso de lo que sería propio de su edad (y un gran amigo también); a Ingrid Powell, con quien siempre se puede contar; a Cindy Murray, que hace un gran esfuerzo por dejarme bien en la prensa (lo cual es una notable tarea); a Kim Hovey, que comercializa con la habilidad y precisión de un cirujano; a Beck Stvan, el talentoso artista responsable de la espléndida cubierta; a Laura Jorstad, una revisora de manuscritos con ojo de lince, que hizo que no tuviera ningún desmayo; a Crystal Velasquez, la jefa de Producción que diariamente hace que vaya como una seda el proceso de edición; a Carole Lowenstein, que una vez más hizo que las páginas brillaran; y finalmente a todos los miembros de Promociones y Ventas… Absolutamente nada podría conseguirse sin sus importantes esfuerzos.
Un agradecimiento muy especial a una de mis «chicas», Daiva Woodworth, que le dio a Cotton Malone su nombre. Pero no puedo olvidar a mis otras «dos chicas»: Nancy Pridgen y Fran Downing. La inspiración de las tres me acompaña cada día.
Con una nota personal. Mi hija Elizabeth (que está creciendo muy deprisa) aportó una alegría diaria a las increíbles pruebas y tribulaciones que tuvieron lugar durante la creación de este libro. Es verdaderamente un tesoro.
Este libro está dedicado a ella.
Siempre.