Epílogo

Antes de conocer a Marcus, Sylvie nunca había soñado con casarse. Sin embargo, cuando empezó a hacer planes, se entregó a ellos de todo corazón. Decidió que el mes adecuado para casarse era junio.

El mes de junio en Indiana es un mes glorioso, de cálidos días y frescas noches. Los bulbos tardíos de la primavera siguen aún en flor y, con las primeras plantas del verano adornaban las orillas del lago, siempre de un glorioso color azul.

El día de la boda de Sylvie no fue la excepción. Había corrido un pequeño riesgo al planear la recepción en el jardín del Club de Campo y ganaron. Los invitados, muy elegantes bailaban al ritmo de la música de la misma orquesta que había tocado la noche de la primera cita de Marcus y Sylvie. Lila, Meredith y Jayne estaban entre los invitados, ataviadas las tres con unos vestidos azul cielo que Sylvie había elegido para sus damas de honor. Cada una de ellas bailaba con el hombre que amaba y las tres mostraban un aspecto radiante.

Sylvie miró a su alrededor y sintió una tierna emoción al encontrar a su marido arrodillado delante de la silla de ruedas de Maeve. Parecían estar compartiendo un chiste divertidísimo. Cuando Marcus levantó la vista, sonrió a su esposa y, tras intercambiar unas breves palabras con Maeve, se acercó a ella.

– ¿Te estás divirtiendo? -murmuró él.

– Sí. Mucho. ¿No te parece maravilloso ver aquí a todos nuestros amigos juntos?

– Especialmente, dado que todos han sido testigos que te he convertido en la señora de Marcus Grey.

– Sylvie Grey -susurró ella. Sylvie Bennett-Grey. Grey-Bennett.

– Grey. Simplemente Sylvie Grey. Soy un hombre muy tradicional.

– Estaba bromeando -dijo Sylvie, riendo-. Es tan fácil tomarte el pelo…

– Ya veo que vas a requerir una mano firme -musitó Marcus, tomándola entre sus brazos.

– Escuchadme, vosotros dos -les ordenó Rose-. Es hora de cortar el pastel. Tendréis que dejar los arrumacos para más tarde.

– Encantado -le dijo Marcus, al oído, mientras los dos seguían a la mujer que había llevado a Sylvie al altar.

Sylvie sintió un ligero temblor por la espalda. Después de seis meses, su amor seguía siendo tan apasionado como al principio, nada diferente de lo que había sido aquella primera noche. Si cabe, se había hecho más ardiente, ya que el amor que se profesaban era más profundo.

Un pequeño alboroto les llamó la tención mientras se acercaban al pastel. Vieron que Nick estaba ayudando a Lila a sentarse en una silla. La joven estaba muy pálida y parecía estar muy enferma, pero, cuando Sylvie se acercó corriendo a su amiga, la encontró bebiendo un vaso de zumo de frutas que Nick le había llevado.

– ¿Te encuentras bien? -le preguntó Sylvie.

– Sí -respondió Lila, intercambiando una sonrisa de complicidad con su marido.

– Pues no lo parece -comentó Jayne, que también se había acercado-. Parece que tienes la gripe o algo.

– O algo -repitió Lila-. No quería revelar esto el día de tu boda, Sylvie, pero lo que tengo es una enfermedad de nueve meses que…

– ¡Lila! -exclamó Rose, con los ojos llenos de lágrimas-. ¿Estás embarazada?

– Así ese -respondió Nick-. Estamos embarazados.

– ¿Cuándo? -preguntó Rose.

– Tendrás tu primer nieto adoptado para Navidad -contestó la joven-. Así que espero que todos estéis en la ciudad en esas fechas.

– ¡Es un maravilloso regalo de bodas, Lila! -afirmó Sylvie-. Me alegro mucho de que hayáis compartido vuestras noticias con nosotros en este día.

Después de cortar el pastel, la orquesta empezó a tocar el primer baile. Muy pronto, todos los invitados empezaron a celebrar la ocasión. Sylvie descansó un poco tras la primera media hora y se fue hacia dónde Lila estaba descansando. Jayne y Meredith se reunieron muy pronto con ellas.

– Adam y yo también queremos empezar una familia enseguida -dijo Meredith, muy soñadora-. No puedo esperar a tener nuestro primer hijo entre los brazos.

– Me apuesto algo que la Navidad te parece estar muy lejos, ¿verdad, Lila? -quiso saber Jayne.

– ¡Ojalá fuera mañana! -exclamó la futura mamá-. Por cierto, ¿quién es el príncipe azul que está bailando con Rose?

– ¡Pero si es Ken Vance. -afirmó Sylvie-. Es el director del Ingalls Park Theatre.

– ¿Es amigo tuyo? -preguntó Jayne.

– No, de Marcus -respondió Sylvie, algo distraída-. Es un hombre encantador. De hecho, sería perfecto para Rose.

– A mí me parece que hacen una pareja estupenda -comentó Jayne, riendo.

Rose y Ken bailaban absortos uno en brazos del otro. Mientras las jóvenes observaban, la pareja se juntó un poco más. La mandíbula de Ken estaba muy cerca de la sien de Rose y los dos tenían los ojos cerrados mientras bailaban al ritmo de la música.

– ¡Oh! ¡Rose lleva puesto hoy el broche! -anunció Meredith.

– Se lo puso en todas nuestras bodas -afirmó Lila.

– Bueno -observó Jayne-. Creo que ha llegado el fin de la viudedad para Rose.

Las cuatro amigas se echaron a reír, al tiempo que Marcus y los otros hombres se acercaban para reunirse con sus esposas. Entonces, el recién casado tomó a su esposa entre sus brazos.

– ¿De verdad crees que ese broche tiene algo que ver…?

Al ver que las otras mujeres se volvían para mirarlo, interrumpió sus palabras.

– ¿Tú no lo crees? -le preguntó Nick.

Marcus abrió la boca para responder. Entonces, miró a Rose y a Ken y asintió lentamente.

– Me estoy convirtiendo muy rápidamente en creyente.

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