10

Phoebe quedó debidamente impresionada tanto por el Lorna D como por el constructor. En cuanto estuvieron solas ella y Lorna, exclamó:

– ¡Es ese! Lorna llevó el índice a los labios.

– ¡Shh!

– Pero es el que me contaste. Con el que hiciste el picnic, y del que estás enamorada, ¿no es cierto?

– ¡Phoebe, cállate! Si alguien te oyera, me meterías en problemas.

– Oh, ¿quién va a oírme aquí, en el jardín? Vamos, sentémonos en el mirador y ahí podremos hablar. Si se acerca alguien, lo veremos.

Se sentaron en el mirador, sobre bancos de madera, apoyadas en los respaldos enrejados, gozando del sol de la tarde, mucho más débil desde que agosto había dado paso a septiembre.

– Muy bien -exigió Phoebe-, ¿qué pasa entre tú y ese apuesto noruego constructor de barcos? ¡Cuéntamelo ya!

Lorna se rindió, y respondió sin ánimo aniñado:

– ¡Oh, Phoebe!, ¿me prometes que no lo dirás?

– Te lo juro.

– Estoy enamorada de él, Phoebe. En cuerpo y alma, enamorada de él para siempre.

La seriedad, la calma, el modo directo de Lorna expresaban más que sus palabras, y Phoebe le creyó por esa primera revelación.

– Pero, Lorna. -También a ella se le contagio la seriedad-. ¿Qué me dices de Taylor?

– Nunca amé a Taylor. Mis padres tendrán que entender que ya no puedo seguir viéndolo.

– Nunca lo entenderán. Se sentirán muy perturbados.

– Sí, supongo que sí, pero no tuve la culpa, Phoebe. La primera vez que vi a Jens, algo me pasó aquí dentro. Me tocó el corazón. Desde la primera vez que hablamos, hubo un entendimiento entre nosotros, como si estuviésemos destinados a encontrarnos y a tener un vínculo algo más que pasajero. Los dos lo sentimos, mucho antes de haber hablado o de… o de besamos.

– ¿Te besó?

– Oh, sí. Me besó, me abrazó, me susurró palabras tiernas, y yo a él. Cuando estamos juntos, nos resulta imposible evitarlo.

Con semblante contrariado, Phoebe tomó la mano de su amiga.

– Entonces, estoy preocupada por ti.

– ¿Preocupada?

– Es un hombre común, un inmigrante; no tiene familia, dinero ni posición social. Nunca te dejarán casarte con él, nunca. Desde el momento en que se enteren, harán todo lo que esté en poder de ellos para que no suceda.

Lorna dejó vagar la mirada por el jardín.

– Sí, supongo que sí.

– Oh, Lorna, sufrirás.

Lorna suspiró y cerró los ojos.

– Lo sé. -Los abrió otra vez-. Pero, por favor, no me pidas que no lo vea más, Phoebe. No podría soportarlo. Necesito por lo menos un aliado en quien pueda confiar, alguien que crea que lo que estoy haciendo está bien…, para mí y para Jens.

– Puedes confiar en mí, Lorna. Te prometo que nunca trataré de disuadirte acerca de él, porque veo que tu amor es verdadero. Ya te ha hecho cambiar.

– ¿Sí, en serio he cambiado?

– Tienes una serenidad que nunca te vi antes.

– Serenidad… sí, supongo que sí. Así me siento por dentro… como si toda mi vida hubiese estado espiando por una ventana polvorienta, irritada porque no podía ver con claridad y, por fin, alguien la ha limpiado. Y ahora, estoy aquí, contemplando el mundo en todo su brillo, radiante de colores, y me pregunto cómo pude no haber advertido antes lo hermoso que era. Oh, Phoebe… -Giró hacia su amiga un rostro radiante-. Es imposible describir qué se siente. Que todo me parece gris y sin vida cuando estoy lejos de él, pero cuando estoy en su presencia todo revive otra vez. Se toma espléndido y lleno de significado. Y cuando él habla, su voz es algo más que palabras… es una melodía. Y cuando me toca, sé por qué he nacido; y cuando se ríe, soy más feliz que cuando yo misma río; y cuando nos separamos… -Lorna se apoyó en el respaldo y dio la vuelta a la cara hacia el cobertizo lejano-. Y cuando nos separamos, es otoño en mi corazón.

Las muchachas guardaron silencio bajo el sol, abrumadas las dos por el conmovedor soliloquio de Lorna. Los insectos zumbaban en el mirador. Más allá de un roble, en el otro extremo del jardín, Smythe rastrillaba las bellotas. Agnes venía caminando desde la casa entre las flores, con el sombrero a la espalda y el pelo brillando al sol mientras se estiraba para atrapar una mariposa con la red.

– Ahí viene la tía Agnes -dijo Lorna, melancólica.

– Está atrapando mariposas para la colección.

La anciana pasó junto a una bonita mariposa y la puso en una jaula de grillos de bronce.

– Pobre tía Agnes, prensando flores y coleccionando mariposas, con la vida atrapada en ese amor perdido.

Al verlas, Agnes levantó la mano y las saludó, y las muchachas le respondieron.

– Lo único que quería en la vida era a su bienamado capitán Dearsley.

– Entonces, entendería lo que sientes hacia Jens.

Las chicas intercambiaron miradas. Entre ellas, resplandeció lo que no dijeron: que Lorna iba a necesitar comprensión en los días por venir.

– Sí, creo que sí.


De pronto, septiembre se tomó cálido. Las mariposas monarcas migratorias regresaron, y Agnes atrapé unas cuantas. Theron, Jenny y Daphne, al igual que Mitch Armfield, todos los días abordaban el tren para ir a la escuela en la ciudad, y regresaban a última hora de la tarde, quejándose del calor en el tren, en las aulas, en los dormitorios. Lorna bendecía cada día de veintinueve grados, pues eso significaba que aún no se harían planes para el regreso de la familia a la casa de la Avenida Summit, en Saint Paul.

Taylor la invitó a tomar el tren teatro a la ciudad, para ver a Mary Irwin en The Widow Jones (La viuda Jones), pero Lorna rechazó la invitación con la excusa de que no tenía el menor deseo de ver a la voluptuosa y estrepitosa rubia retozando por el escenario, cantando ese nuevo ritmo profano llamado ragtime. Taylor le sugirió que podían ver otro espectáculo, otra noche, y le preguntó por qué no usaba ya el reloj que le había regalado. Lorna se tocó el corpiño y le contó una mentira descarada:

– Oh. Taylor, lo siento tanto. Lo perdí.

Esa noche, fue hasta la punta del muelle y tiró el reloj al lago.

La madre organizó una cena para doce personas, y colocó la tarjeta de Lorna junto a la de Taylor. Mientras Levinia daba los toques finales al comedor, Lorna cambió su tarjeta y la puso en el extremo opuesto. Levinia contrajo el semblante y dijo:

– Lorna, ¿qué rayos estás haciendo?

– Madre, ¿te sentirías muy desilusionada si me sentara junto a otra persona?

– Otra persona… ¿por qué, Lorna?

Deseando que su rostro se mantuviese pálido e inescrutable, Lorna se aferró al respaldo de palo de rosa de la silla y se enfrentó a Levinia desde el otro lado de la elegante mesa:

– Supongo que no me creerías si te dijera que Taylor y yo no nos llevamos muy bien.

Levinia la miró como si en ese instante advirtiera que no tenía ropa interior.

– ¡Disparates! -estalló-. Os lleváis bien, y no quiero oír una palabra en contra!

– No siento nada hacia él, madre.

– ¡Sentimientos! ¿Qué tienen que verlos sentimientos con esto? El matrimonio con Taylor te dará una casa tan imponente como la nuestra, y te moverás entre la crema de la sociedad. Si hasta me atrevo a decir que no pasarán más de uno o dos años para que Taylor tenga, incluso-,una casa de verano aquí.

– ¿Por eso te casaste con papá? ¿Por una casa imponente, un lugar en la sociedad y la casa de verano en White Bear Lake?

– ¡No seas impertinente, jovencita! Soy tu madre y…

– ¿Y tú qué? ¿Amas a mi padre?

– Baja la voz!

– No levanté la voz. Eres tú la que está gritando. Es una pregunta sencilla, madre: ¿amas a mi padre? Me lo pregunté muchas veces.

El semblante de Levinia adoptó un color tan purpúreo como el papel de las paredes.

– ¿Qué es lo que te pasa, muchacha insolente?

– Quiero que comprendas que cuando Taylor me toca quiero refugiarme en casa.

Levinia lanzó una exclamación:

– Oh, Dios… -Dejando el montón de tarjetas, se acercó corriendo y murmuré-: Oh, Dios querido, esto es inquietante. Lorna, no se habrá aprovechado de ti, ¿verdad?

– ¿Aprovecharse?

Levinia aferró el brazo de su hija y la llevó hacia el salón pequeño, cenando tras ellas las puertas dobles.

– Te advertí contra los hombres. En ese sentido, son todos iguales. ¿Acaso él… bueno, él…? Ya sabes… -Levinia agité una mano en el aire-. ¿Hizo algo desafortunado cuando estabais solos?

– No, madre.

– Pero dijiste que te tocó.

– Madre, por favor, no es nada. Me besó, eso es todo.

Lorna habló convencida, pues ahora sabía bien que lo que había hecho con Taylor en realidad no era nada.

– ¿Y te abrazó?

– Sí.

– ¿Y nada más? ¿Estás segura de que no hubo nada más?

– Sí.

Levinia se derrumbo en un sofá.

– Oh, gracias a Dios. De todos modos, teniendo en cuenta lo que me dijiste, creo que sería hora de fijar la fecha de la boda.

– ¡Fecha de la boda! ¡Madre, acabo de decirte que no quiero casarme con Taylor!

Levinia siguió, como si la hija no hubiese hablado:

– Hablaré enseguida con tu padre, y él lo hará con Taylor, y así pondremos en marcha los planes sin tropiezos. Junio, diría yo, aquí en el jardín, cuando los rosales florecen. En esa fecha, siempre hace un tiempo encantador, yen el patio caben tantas personas como en Saint Mark, o más. Oh, caramba… -Se pellizcó el labio inferior, y miró por la ventana-. No estarían maduras las mejores verduras del verano, pero hablaré con Smythe y veré si puede hacerlas madurar este invierno. Sí, eso es lo que haré… y también las frambuesas. Smythe es un mago con cualquier cosa que crezca en la tierra, y cenaremos en el jardín. ¡Oh! -Señaló a Lorna-. Y la ceremonia se hará en el mirador, por supuesto. Haré que Smythe coloque algunas plantas de florecimiento temprano alrededor…, algo vistoso, pues las clemátides aún no estarán en flor…, y, por supuesto, tus hermanas serán las damas de honor, y estoy segura que querrás que también lo sea Phoebe. Lorna… Lorna, ¿a dónde vas? ¡Lorna, vuelve aquí!

Aterrada, Lorna corrió directamente hacia Jens, pues necesitaba sentir la tranquilidad de sus brazos rodeándola, pero sólo encontró allí a dos amigos de su padre, miembros del club, que observaban el molde y hacían preguntas sobre el diseño. En el camino, compuso una expresión de circunstancias y corrió al encuentro de la tía Agnes. Pero, por desgracia, Agnes estaba en su cuarto, durmiendo la siesta envuelta en una colcha de estambre, y la muchacha no tuvo corazón para despertarla. Corrió abajo y estaba cerrando de un golpe la puerta principal cuando Levinia la llamó desde la entrada del salón pequeño:

– Lorna, ¿a dónde vas?

– ¡A casa de Phoebe! gritó, saliendo como si la persiguiera un tornado.

Phoebe, ¡bendita sea su alma!, estaba en la casa, tocando el piano cuando Lorna irrumpió.

– Phoebe, te necesito.

– Lorna, hola… Oh, ¿qué sucede?

Lorna se deslizó en el asiento del piano y cayó en brazos de su amiga.

– Estoy asustada y enfadada, y quisiera atar a mi madre a su estúpido mirador junto con las enredaderas de clemátides y dejarla allí todo el invierno!

– ¿Qué pasó?

– Aunque le dije que no quería casarme con Taylor, dijo que, de todos modos, fijaría una fecha. ¡Phoebe, no quiero casarme con él, no quiero!

Phoebe abrazó con fuerza a su amiga y pensó en una respuesta que no sonara como un intento de aplacarla pero, como no la halló, la reservó y dejó que despotricara.

– No quiero terminar como mi madre. No podría vivir así. Phoebe, le pregunté si amaba a mi padre, y ni aun pudo mentirme al respecto. Simplemente, no me contestó. Se escapó por la tangente con los planes para la boda, parloteando de Smythe y de f…frambuesas y j… junio en el mi… mirador…

Rompió a llorar.

– No llores. Oh, por favor, querida, no llores.

– No lloro. Bueno, sí, pero estoy tan furiosa como perturbada. -Lorna se sentó y contrajo los puños-. No somos nada, Phoebe, ¿te das cuenta? Lo que queremos, lo que sentimos, a quién amamos, se desecha sólo porque somos mujeres y, peor aun, mujeres que pertenecemos a hombres ricos. Si yo llevara los pantalones, podría decir cásate conmigo o no te cases, y nadie podría mover una pestaña. Sin embargo, mira lo que nos hacen: nos entregan como esclavas sociales. ¡Bueno, no pienso permitir que me vendan como esclava! ¡Ya verás, no lo permitiré!.

Phoebe se esforzaba por contener la risa mordiéndose el labio, porque Lorna aparecía furiosa y bella al mismo tiempo.

– ¡Está bien, ríete si quieres! -la reprendió Lorna.

Phoebe lo hizo. Soltó una carcajada que alivió la tensión en la sala.

– No pude evitarlo. Tendrías que verte. Tendrías que oírte. Si estuviera en el lugar de tus padres, tendría un miedo mortal de enfrentarme contigo. ¿Acaso este Jens sabe la arpía que se lleva?

Phoebe acertó en la elección de la réplica, pues Lorna sucumbió a la broma.

– Por supuesto, adivinaste. Me pidió que me casara con él… ¿o no? Ahora que te lo cuento, no sé quién de los dos lo pidió: sencillamente, nos pusimos de acuerdo como si fuese inevitable. Pero antes tiene que terminar el Lorna D, y tiene que ganar la regata para que pueda conquistar reputación. Entonces, mi padre verá que Jens será alguien. Oh, lo es, Phoebe, yo lo sé.

– Pero tu madre habla de una boda en junio.

Phoebe pensó un rato, y dijo:

– Podrías proponerle que sea en agosto.

– No puedo mentir más. Ya mentí una vez. Tiré el reloj de Taylor al lago y le dije que lo había perdido.

– Olvida mi sugerencia.

Lorna suspiró. Se dio la vuelta hacia el teclado del piano y tocó un acorde menor, dejando que sonara por el salón hasta que se convirtió en un recuerdo.

– La vida es tan complicada? -se lamentó, dejando caer la mano sobre el regazo y contemplando las notas blancas que bailoteaban sobre una hoja de papel, en el atril del piano.

– Y crecer es tan duro…

Cuando Lorna y Phoebe eran niñas, en ocasiones tocaban a dúo y las tías aplaudían y pedían otra pieza, y los padres se jactaban de lo brillantes y talentosas que eran sus hijas. En aquel entonces, la vida era tan simple…

– A veces quisiera tener doce años otra vez -comentó Lorna.

Se quedaron calladas, meditando en las dificultades de los dieciocho, hasta que Phoebe preguntó:

– ¿Hablaste con tu tía Agnes?

– No. Estaba durmiendo.

– Habla con ella. Confía en ella. Puede ser que interceda por ti ante tu madre.

La perspectiva aterró a Lorna. Hundió la cabeza en las manos y sus codos sobre el piano hicieron, ¡Dangl se sintió muy desdichada. ¿Y si la tía Agnes lo hacía, y la madre le contaba al padre, y este echaba a Jens? "Supongamos que voy yo misma a decirle que estoy enamorada de Jens Harken", pensó. "No me sorprendería que adelantara aún más la fecha de la boda."

A Phoebe se le ocurrieron cosas parecidas: estaba saliendo con Jack Lawles a pesar de que sólo tenía ojos pan Taylor Du Val. Era muy probable que llegara el día en que los padres diesen la orden de con quién tendría que casarse y. casi seguro, sería Jack.

– Te diré una cosa… -dijo, frotando con cariño la espalda agobiada de Lorna-. ¿Qué te parece si voy a decirle a tu madre que me casaré con Taylor y, cuanto antes, mejor. ¿La desatarías del mirador y la dejarías planificar mi fiesta de boda? Creo que no existe en White Bear Lake una mujer que pudiera hacerlo mejor.

Lorna rió, abrazó a su amiga y se quedaron sentadas en el banco del piano sin más soluciones que las que tenían cuando llegó.


Esa noche, para evitar la cena, le dijo a su madre que no se sentía bien. Alrededor de las ocho, Theron asomó la cabeza en el dormitorio de Lorna y preguntó:

– ¿Estás enferma, Lorna?

Estaba sentada en el asiento junto a la ventana con el camisón y las rodillas contra el pecho.

– Ah, hola, Theron. Entra. No, en realidad no estoy enferma.

– Entonces, ¿por qué no vienes a la fiesta?

Fue a sentarse a los pies de su hermana con una nalga apoyada en el asiento acolchado.

– Estoy triste, eso es todo.

– ¿Por qué?

– Cosas de mayores.

– Ah. -El niño se puso pensativo, y lanzó una conjetura-: Por ejemplo, ¿encontrar buenos criados y el precio de la compra?

Sonriendo a pesar de sí misma, Lorna le revolvió el cabello:

– Sí, algo así.

– ¡Eh, ya sé! -exclamó, animándose de pronto-. ¡Espera aquí!

Se levantó y corrió hacia la puerta. Lorna oyó los pasos que sonaban por el pasillo hasta el dormitorio de Theron, una pausa, y la puerta que se cerraba antes de que volvieran los pasos. Entró agitado, sin aliento, y se precipitó hacia el asiento de la ventana:

– Ten. -Le tiró los prismáticos en las manos-. Puedes usarlos un rato. Nadie puede sentirse triste cuando puede tener a los pájaros en su propia habitación, dormir en los árboles y navegar en un gran navío. Toma, los sacaré para ti. -Los sacó del estuche y se los dio-. No tienes más que ponértelos en los ojos. ¡Ya verás!

Lorna siguió las indicaciones y el muelle iluminado por la luna pareció saltar hacia ella.

– Tiemblan las cuadernas! -exclamó, y enfocó la cara de Theron-. Hay un pirata en mi cuarto. Creo que es el capitán Kid.

Al oírlo reír, se sintió mejor.

– Gracias, Theron -le dijo con sinceridad, bajando los prismáticos de bronce y sonriendo a su hermano con afecto-. Esto es lo que yo necesitaba.

Entonces, el niño sintió pudor y no supo qué hacer. Se rascó la cabeza con las uñas carcomidas hasta que el cabello le quedó erizado como melcocha cristalizada.

– Bueno, creo que tengo que irme a la cama.

– Sí, yo también. Hasta mañana. Que duermas bien…, y no dejes que te piquen los chinches.

Theron hizo una mueca de disgusto.

– ¡Aj, vamos, Lorna, esa es una expresión para niños pequeños!

– Oh, lo siento.

Se encaminó hacia su cuarto.

– Otra vez, gracias, Theron.

Al llegar a la puerta, se volvió y le lanzó una última mirada amorosa a sus prismáticos:

– Eh, Lorna, no los dejes afuera durante la noche ni nada parecido. Y que no les entre arena.

– No lo haré.

– ¿Cuántas noches crees que los necesitarás?

"Hasta la regata del verano próximo", pensó.

– ¡Oh!, creo que con dos o tres será suficiente.

– Está bien. Volveré a buscarlos, pero no los dejes al alcance de Jenny ni de Daph.

– No lo haré.

Lo saludó con los prismáticos.

– Hasta mañana -dijo el niño, y se marchó.

Cuando se hubo ido, Lorna dejó los prismáticos sobre el regazo hasta que los sintió tibios contra la palma. Examinó esa prueba de amor y sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas. "Encontrar buenos criados y el precio de la compra…" Sonrió para sí. ¿Acaso sabía qué era la compra? ¡Querido, dulce Theron! Algún día crecería, y se convertiría en un hombre: esperaba que fuese más parecido a Jens que a su padre. Se sintió abrumada por el amor más tierno y conmovedor que había sentido nunca hacia su hermano. Acongojada, se sentó un buen rato en el asiento junto a la ventana, y descubrió algo que hasta entonces no sabía: que el amor se alimenta a sí mismo y se multiplica cuanto más se da. Del mismo modo que el amor por Jens le había abierto los sentidos hacia el ambiente físico que la rodeaba, le había abierto el corazón al amor más genuino de los que la rodeaban. Hasta por mamá, con sus prioridades confundidas, y papá, con ese rostro hinchado y carente de afecto. En verdad los amaba, pero estaban equivocados. Por supuesto, su padre apoyaría a su madre cuando esta dijese que era hora de fijar la fecha para la boda de Lorna. Y hablarían al respecto en el club y en los tés de la tarde, con los padres de Taylor, y se referirían al hecho de que Lorna sería la esposa de Taylor como algo predeterminado.

¿Cómo podría hacerles cambiar de parecer? Aunque fuese difícil, sabía que tendría que intentarlo, y pensaba hacerlo esa noche.


Cuando terminó la cena, todavía estaba despierta, acostada en la cama, oyendo a sus padres subir la escalera, usar el cuarto de baño y retirarse al dormitorio. Salió de la cama, se puso la bata y fue al cuarto de sus padres.

A la llamada de Lorna en la puerta siguió un silencio sorprendido, y luego la voz de su padre:

– Sí, ¿quién es?

– Soy yo, papá, Lorna. ¿Puedo entrar?

El mismo Gideon le abrió la puerta, con los pantalones sobre un traje de dormir de una pieza de manga corta, con los tirantes colgando. Vio que Levinia ya estaba acostada. En el cuarto se percibía el intenso olor del cigarro.

– Tengo que hablar con vosotros.

Rara vez había entrado en ese cuarto, siendo mayor y, hasta ese momento, nunca había entendido por qué. Aunque estaba cubierta de tela de algodón blanco hasta las orejas, Levinia se apretaba las mantas contra el pecho.

Lorna cerró la puerta y apoyé la espalda en el picaporte, sosteniéndose detrás de sí misma.

– Lamento no haber bajado a cenar esta noche, y lamento haber mentido. No estaba enferma: lo que sucedía era que no quería estar con Taylor.

Gideon dijo:

– Tu madre me contó la absurda declaración que hiciste de que no querías casarte con él. Muchacha, ¿qué diablos te sucede?

– No lo amo, padre.

Con los ojos reducidos a ranuras, Gideon la miró con aire burlón y resopló, al tiempo que le daba la espalda:

– Esa es la afirmación más estúpida que oí jamás.

– ¿Por qué?

– ¡Por qué! -Giró hacia ella-. ¡Muchacha, si quieres que te diga, eres más tonta de lo que pensaba! Estoy totalmente de acuerdo con tu madre. Taylor Du Val adora el suelo que pisas. Es ambicioso, brillante, y ganará su propia fortuna para cuando llegue a los treinta, tal como hizo el padre en su momento. Pertenece a nuestro círculo social, y los padres están tan satisfechos como nosotros de que estéis juntos. ¡Asunto concluido! ¡Te casarás con él en junio, cuando tu madre lo disponga!

Lorna lo miró impotente, furiosa, temblando por dentro.

– Papá, por favor…, no…

– ¡Dije que era asunto concluido!

Lorna apretó los labios con fuerza. Asomaron las lágrimas. Brotaron. Girando con brusquedad, abrió la puerta y la cerró con tal fuerza que la ceniza del cigarro de Gideon cayó en el cenicero. Todos los habitantes de la casa oyeron los pasos de Lorna andando por el pasillo y la puerta de la habitación que golpeaba cuando entró, se arrojó en la cama y se hundió, boca abajo, sollozando como si se le rompiera el corazón.

Diez minutos después, todavía lloraba cuando Jenny entró y se acercó a la cama, vacilante. Lorna no advirtió la presencia de su hermana hasta que le acarició el pelo con suavidad.

– Lorna… Lorna, ¿qué ha pasado?

– Oh, Jennneeee… -gimió.

Jenny se subió a la cama y Lorna se acurrucó en brazos de su hermana.

– Quieren casarme con Taylor, y yo no quiero.

– Pero Taylor es muy apuesto. Y bueno.

– Ya sé. Oh, Jenny, quisiera admirarlo como tú, pero amo a otro.

– ¿A otro? -susurró Jenny, más abrumada por esa novedad que por el llanto y el golpear de puertas de su hermana-. Jesús.

– Un hombre que no aprobarían.

– Pero, ¿quién?

– No puedo decírtelo, y tú no debes decírselo. Aún no lo saben. Sé que soy una cobarde por no ir y decírselo directamente, pero son tan… autoritarios y rígidos en ese sentido… dándome órdenes y diciéndome qué hacer. Sabes cómo son. Pero ya no puedo soportarlo más.

Jenny siguió acariciando el pelo de su hermana. Hasta el momento, la hermana menor nunca había consolado a la mayor. Primero Theron, y ahora Jenny: se habían acercado a Lorna percibiendo que los necesitaba, y esta estaba profundamente conmovida por esos gestos de cariño. En ese instante, otra voz murmuró con timidez en la oscuridad.

– Jenny, ¿qué pasa con Lorna?

Flotando como un fantasma infantil hacia la cama, desde la puerta, se materializó Daphne.

– Discutió con mamá y papá. Vuelve a la cama, Daphne.

– Pero está llorando.

– Estoy bien, Daph. -Lorna tendió una mano desde el refugio del regazo de Jenny. En serio.

– Pero tú nunca lloras, Lorna, porque eres demasiado grande.

– Daphne, una persona nunca es demasiado grande para llorar, recuérdalo. Y ahora que tú, Jenny y Theron vinisteis a yerme, me siento mucho mejor.

– ¿Theron estuvo aquí?

– Antes de acostarse. Me trajo los prismáticos.

– ¡Los prismáticos… Jesús…!

Pronunció la palabra en un susurro maravillado.

Jenny preguntó:

– Lorna, ¿te sientes mejor?

– Oh, sí, gracias a las dos. Creo que ahora será mejor que os vayáis a la cama, para no tener problemas con mamá vosotros también.

Jenny esponjó la almohada de Lorna, y Daphne le dio un beso breve en la boca.

– Mañana jugaré contigo al tenis, Lorna -se ofreció.

– Yo también -agregó Jenny.

– Me encantará. Gracias. Sois unas hermanas muy amorosas.

– Bueno, buenas noches, Lorna.

– Lorna, ¿estás segura de que ya no llorarás más?

– Estoy bien.

Se retrasaban en la oscuridad, sin saber si dejarla y, finalmente, salieron de puntillas como si hubiesen dejado recién dormido a un niño pequeño.

En su ausencia, Lorna se puso de nuevo melancólica. El amor que le demostraron sus hermanos le dejó una sensación honda y conmovedora, pero teñida de una inexplicable tristeza, distinta de la que sintió antes. Era la tristeza de aquellos que, al verse separados de su amor, rompen a llorar ante los hechos felices.

"Jens… Jens… tú eres el único que puede hacerme feliz. Contigo quiero estar, reír, llorar, mi amor."

Oyó las campanadas del antiguo reloj Chesterfield en el pasillo. En la casa, nada se movió.

Un cuarto de hora.

Media hora… ¿era la una y media? ¿Dos y media?

Tres cuartos de hora…, en medio de la noche.

Nadie oía.

Nadie sabía.

Permaneció de espaldas, las manos unidas, apretadas contra los pechos, el corazón estremecido. "Jens… Jens… que duermes encima de mí, en tu pequeño cuarto del ático…"

Nadie oía.

Nadie sabía.

La cama de Lorna era alta. Parecía que le llevaba mucho tiempo tocar el suelo con los pies. Cuando lo tocaron, no se puso las zapatillas ni la bata sino que cruzó la habitación descalza, directamente hacia el pasillo y a la escalera de los criados, con sus angostas paredes, los escalones altos, y los olores de las comidas de todo el día. Había estado allí varias veces y conocía la disposición: tres cuartos a la derecha, tres a la izquierda, todos embutidos bajo el tejado como el cabello bajo una coroza de burro. La puerta de Jens era la del medio a la izquierda.

Abrió sin llamar, se metió dentro y cerró con destreza, sin hacer ruido. Dentro, se quedó inmóvil, con el corazón dándole martillazos, oyendo la respiración de Jens que era una figura blanca amorfa en la cama. Estaba a la izquierda de Lorna, contra la pared. Detrás, una ventana estrecha curvaba apenas las tejas, dejando pasar la brisa cuando se abría hacia adentro sobre sus goznes. El cuarto estaba muy caldeado y olía a hombre durmiendo: aliento tibio, piel cálida y el débil olor de la ropa usada. Esta colgaba de unas perchas a la izquierda de la muchacha: contra la pared más clara, el pantalón y la camisa que había usado ese día formaban un arroyo oscuro.

La cama era de una plaza. El brazo izquierdo de Jens colgaba fuera, la muñeca apuntando hacia Lorna, pues dormía de lado. Roncaba suavemente con un sonido que recordaba el flamear de una cortina agitada por el viento contra la ventana. ¿Soñaría con veleros? ¿Con la madera sometida al vapor? ¿Con Lorna?

Se acercó a la cama y se acuclilló sobre los talones, cerca del brazo estirado.

– Jens -murmuró.

Siguió durmiendo. Nunca había visto de cerca a un hombre dormido. Tenía los hombros desnudos. También el pecho, hasta la cintura, donde lo tapaba la sábana. La parte interna del brazo estirado parecía pálida y vulnerable. Lo tocó ahí con dedos vacilantes, sobre los músculos suaves, tibios, laxos de los bíceps.

– Jens.

– ¿Eh? -Levantó la cabeza y se quedó así, registrando el despertar con el cuerpo antes que con la cabeza. Ssss… murmuró, confuso-. ¿Qué pasa?

– Jens, soy yo, Lorna.

– ¡Lorna! -Se sentó de golpe-. ¿Qué estás haciendo aquí?

– Vine para estar contigo… para hablar… Tengo malas noticias.

Jens se tomó unos instantes para aclararse la mente, mirando por la ventana, frotándose la cara.

– Lo siento… estoy aturdido. ¿Qué pasó?

– Van a casarme con Taylor. Mi madre dice que fijará la fecha… en junio próximo. Tiré el reloj de Taylor al lago y les supliqué, y les dije que no lo amaba, pero no quieren escucharme y están furiosos. Dicen que me casaré con Taylor, me guste o no. Oh, Jens ¿qué voy a hacer?

– ¿Qué hora es?

– No lo sé con exactitud. Tal vez cerca de las dos… o las tres.

– Si te pescan aquí, te crucificarán…, y a mí también.

– Lo sé, pero no me atraparán. Todos se fueron a dormir hace más o menos una hora. Jens, por favor, ¿qué vamos a hacer? No puedo casarme con Taylor después de haberme acostado contigo, pero todavía tengo miedo de decirles la verdadera razón.

– Claro que no puedes. -Se echó atrás el cabello, palmoteó la sábana apretándola contra la cadera y la cintura y buscó cómo aclararse el juicio en medio de esta confusión de medianoche. No tenía más soluciones que Lorna-. Ven -se estiró y la tomó del brazo-, ven aquí.

Se sentó en el borde de la cama, de cara a él, y Jens le sostuvo los brazos sobre las mangas del camisón de algodón.

– No sé qué vamos a hacer, pero esto no. No te arriesgarás viniendo aquí, pues cualquiera podría sorprenderte. Te irás otra vez a tu cuarto, y nos enfrentaremos a ello día a día.

La muchacha preguntó en tono plañidero:

– ¿Ahora te casarás conmigo, Jens?

Jens sacó las manos de la carne tibia y flexible y trató de no recordarla bajo una simple capa de algodón blanco, suelto.

– No puedo casarme contigo ahora. ¿De qué viviríamos? ¿Dónde? Todos los que conozco conocen a tu padre. Se asegurará de que nadie me contrate y, además, creí que estábamos de acuerdo en que no volvería a ser ayudante de cocina. Seré constructor de barcos y no puedo hacerlo hasta que el Lorna D esté terminado.

– Lo sé -murmuró, dejando caer el mentón con aire culpable.

Jens la alzó con la punta del dedo.

– En este momento no hay peligro. No te ordenarán que te cases mañana.

Le respondió con calma:

– Esta noche han ofrecido una cena, y se suponía que yo debía sentarme al lado de él. ¿Sabes lo que es sentarte junto a un hombre y fingir que te diviertes y que te atrae, si amas a otro? Estuve haciéndolo todo el verano, y ya no puedo más. Es deshonesto. Es injusto para Taylor, para ti y para mí. Y te amo demasiado para seguir fingiendo, Jens.

Se quedaron en silencio, unidos sólo por un breve trecho de sábana que iba de la cadera de él a la de ella, acongojados por el mutuo amor y por la angustia que les provocaba, deseando por instantes no haberse conocido. Pensaron en enfrentarse a los padres, en decirles la verdad. Sabían que seria una locura, pues además del derecho de amarse, los dos deseaban una buena vida, y hablar con los padres casi garantizaría lo contrario.

– ¿Se te ocurrió pensar -preguntó Jens- cuánto más simples serían nuestras vidas si nunca hubieses vuelto a la cocina aquella noche?

– Muchas veces.

– ¿Y te sentiste culpable por pensarlo?

– Sí.

– Yo también.

Guardaron silencio. Jens tenía una mano apoyada en el colchón. Por encima de su cadera, tomó la de Lorna.

– Si esto sigue, y tenemos nuestros propios hijos, jamás les ordenaremos a quién deben amar.

Juguetearon, tristes, a girar los pulgares uno alrededor de otro. Pasaron los minutos, y la tristeza cedió paso a la tentación, pese a lo que dijo Jens. Estaban enamorados, en un caluroso cuarto del ático, con poca ropa, luchando contra los recuerdos de la primera vez que habían hecho el amor. Quedaron largo rato unidos sólo por los dedos, mientras las imágenes de un lazo más íntimo les merodeaban por las mentes. Contemplaron las manos unidas, apenas visibles en el cuarto oscurecido, mientras los pulgares giraban y giraban.

Se detuvieron.

Jens fue el primero en alzar la vista hacia la cara de Lorna, o más bien al lugar que ocupaba en la oscuridad. Ella también miró, como respondiendo a esa llamada silenciosa. Se quedaron ahí indefensos, desdichados, oprimidos por la trampa de esa seducción impía que les tendían sus propios cuerpos. Tan latente. Tan precipitada. Tan intensa la tentación.

Tanta noción de lo que estaba bien y mal, del riesgo…

De los labios del hombre escapó una confesión, pronunciada en un susurro suplicante:

– Lorna…

Eso rompió el hechizo y se movieron.

Boca a boca, pecho a pecho, acabaron con la separación y el anhelo y acallaron las voces del sentido común en sus cabezas, y fueron expulsados de la gracia sin nada más que ellos mismos. Jens la tomó, tumbándola con un impulso desesperado, y colocó las piernas sobre las suyas casi con rudeza. Se besaron con las bocas ensambladas, rodaron, y se ensamblaron íntegros, alzaron las rodillas, abrieron las piernas y confirmaron la sospecha de que sólo una sábana y un camisón separaban sus pieles.

– Mi bella Lorna -la elogió, llenándose las manos con los pechos de ella, las caderas y, por último, el camisón, que le quitó por la cabeza.

Quedó atrapado en el brazo izquierdo y pasó a formar parte del abrazo.

– Hice esfuerzos para no venir -murmuro Lorna, arrasada por el deseo-. Me quedé en mi cuarto, deseando dormirme… no pensar en ti… no salir de mi cama.

Las caricias de Jens sobre la piel desnuda de Lorna eran veloces y certeras.

– Yo también lo intenté…

Estaba tocándola por dentro antes de que la almohada cambiase de forma bajo la cabeza de Lorna. Esta se arqueó hacia atrás y lo sujetó detrás de la cadera con el talón, los labios estirados y los ojos cerrados. Jens atrapó la sábana y la pateó hacia los pies de la cama mientras ella proseguía la búsqueda hacia abajo y lo acariciaba. Dieron permiso a sus cuerpos para compartir esos primeros placeres impacientes, y dejaron que músculos y articulaciones celebraran la llamada de la vida. Entraron en el juego todos los días y las horas de anhelo…, todo un verano de eludir miradas, de mirar, de advertirse a sí mismos una cosa y sentir otra. También la cita sexual en el cobertizo entró a formar parte de esa noche, y disfrutaron y se detuvieron en lo que les había enseñado y lo sacaron a relucir ahora para repetirlo y refinarlo.

– Tú… casi gruñó, abrumado… me vuelves loco noche y día. ¿Por qué no te quedaste lejos, hija de hombre rico?

– Pídele a la luna que deje de cambiar las mareas… ¿Por qué no me rechazas tú, pobre hijo de constructor de barcos?

La respuesta fue un gemido, rodar sobre ella y penetrarla, quedando atrapado por los talones de la mujer.

Se arquearon, flexibles y silenciosos, y soltaron el aliento entre dientes.

Esos minutos de unión se volvieron sublimes en los talantes flamígeros y pensativos de ambos. Descubrieron extrañas verdades: que una primera unión cataclísmica pronto cedía, más que consumirse demasiado rápido; que el lapso que sigue de caricias voluptuosas y lentas también colma una necesidad igualmente vital; que es difícil susurrar cuando uno siente el deseo de gritar a los cielos; que si bien las intenciones de un hombre pueden ser nobles, no siempre las acciones lo son. Cuando les sacudió el estremecimiento y Jens tapó la boca de Lorna para que no gritara, le pidió a la luna que dejara de cambiar las mareas, pero la luna se limitó a sonreír, y Jens se quedó dentro de Lorna hasta la última sacudida y el suspiro final.

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