Parte I. LA CORPORACIÓN

THE INDEPENDENT

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¿Alemania al borde del colapso?

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POR NIGEL CLEMONS DESDE BONN


En los meses negros desde la caída del mercado de valores que hundió a Alemania en su peor crisis económica y política desde la década del 20, muchos creen que este país, que una vez fue el más poderoso de Europa, está al borde del colapso. En una manifestación violenta, ayer, en Leipzig, unas mil personas protestaron contra las privaciones económicas, el aumento brutal del costo de vida y la pérdida de miles de puestos de trabajo en la nación. Hasta se proclamó la necesidad de llamar a un dictador para que restaurara la antigua grandeza alemana.

En los últimos días hubo sublevaciones en Berlín, ataques terroristas de los neonazis de ultraderecha y un aumento enorme en la tasa de delitos callejeros dentro del territorio de lo que antes fue Alemania Occidental. La nación está llegando al final de un proceso eleccionario muy discutido y duro para elegir el próximo canciller y hace diez días asesinaron al jefe del Partido Demócrata Cristiano.

Fuentes del gobierno siguen culpando de la caída de la bolsa a la recesión global en el país y también a la fragilidad de la Deutsche Börse, el mercado de valores creado después de la integración.

Algunos observadores recuerdan cada tanto que la última crisis económica de magnitud semejante, durante la era de Weimar, provocó la llegada de Adolf Hitler al poder.

1

Las oficinas legales de Putnam amp; Stearns están ubicadas en las estrechas calles del distrito financiero de Boston, entre enormes edificios bancarios con frente de granito: la versión bostoniana de Wall Street, con menos Bancos que en Nueva York. Nuestras oficinas ocupan dos pisos de un viejo edificio elegante sobre la calle Federal, en cuya planta baja hay un respetable Banco Brahmin, famoso por sus lavados de dinero para la Mafia.

Putnam amp; Stearns, debería explicar en este punto, es una de las firmas legales "externas" de la CIA. Es totalmente legítima, no viola la carta de fundación de la Agencia (que prohibe jugarretas legales domésticas; aparentemente esos asuntos en el extranjero están aceptados). Muchas veces, la CIA necesita consejo legal en asuntos que involucran, digamos, inmigraciones y naturalizaciones (si están tratando de meter a un espía desertor en el país) o propiedades (si necesitan adquirir algo para refugio, u oficinas o alguna otra cosa que no quieran que se rastree hasta Langley). O, y ése es el campo preferido de Bill Stearns, el movimiento de fondos de cuentas numeradas hacia Luxemburgo o Zúrich o Gran Caimán, o desde allí hacia algún otro lugar.

Por otra parte, Putnam amp; Stearns hace mucho más que el trabajo sucio de la CIA. Es una firma de abogados de práctica general, una firma de abogados legales con unos treinta profesionales, doce socios, que abarca un espectro legal amplio, desde litigios entre corporaciones hasta propiedades y divorcios, pasando por impuestos y derechos de propiedad intelectual.

Ese último ítem, los derechos de propiedad intelectual, es mi especialidad: patentes y copyrights, quién inventó qué, quién robó la invención de quién. Seguramente usted recuerda que hace unos años un famoso fabricante de zapatillas salió al mercado con un aparato que permitía que el comprador inflara su zapatilla con aire, a menos de ciento cincuenta dólares el par. Yo me ocupé. Quiero decir, del trabajo legal. Diseñé una patente de hierro; o por lo menos, lo más segura que puede llegar a ser una patente.

En esos meses, yo tenía unas veinticuatro muñecas grandes en mi oficina, lo que sin duda desconcertaba a mis clientes. Estaba ayudando a un fabricante de Western Massachusetts a defender su línea de productos Muñecas Big Baby. Seguramente usted no sabe nada de Muñecas Big Baby. Evidentemente, no saben nada porque el juicio terminó con una sentencia contra mi cliente. No estoy muy orgulloso de eso. Me fue mucho mejor en el intento de impedir que una compañía de galletitas usara una criatura animada que se parecía sospechosamente al nene de las rosquillas Pillsbury, en sus avisos para televisión.

Yo era uno de los dos abogados especializados en propiedad intelectual en Putnam amp; Stearns, lo cual nos convierte oficialmente en un "departamento", si contamos las secretarias legales y paralegales y todo lo demás. Eso quiere decir que la firma anuncia que somos una corporación legal completa, lista para manejar todas sus necesidades, incluso los derechos de propiedad intelectual y las patentes. Todos los servicios legales bajo un mismo techo. Un sólo gran shopping center.

Se me consideraba un buen abogado pero no porque amara lo que hacia o me interesara mucho en ello. Después de todo, como dice el dicho, los abogados son las únicas personas en quienes no se castiga la ignorancia de la ley.

En cambio, tengo la bendición de un raro regalo neurólogico, presente en menos del uno por ciento de la población: una memoria eidética (o fotográfica, como se la llama generalmente). Eso no significa que yo sea más inteligente que los que me rodean, pero no hay duda de que ese talento me facilitó la vida en la universidad cuando había que memorizar un pasaje o un caso. Soy capaz de ver la página de nuevo en la mente, completa, como si fuera un cuadro. Esta capacidad no es algo que suela publicitar. La gente no lo sabe porque no es la clase de cosas que puede hacernos populares entre los conocidos. Y sin embargo, es una parte esencial de lo que soy y siempre lo ha sido; a tal punto que tengo que recordarme cada tanto que no debo permitir que me separe de los demás.


Hay que reconocer el mérito de los socios fundadores de la firma, Bill Stearns y James Putnam, ya fallecido: gastaron todas sus ganancias de los primeros años en decoración. La oficina, toda alfombras persas y antigüedades frágiles del período de la Regencia, exuda una elegancia callada, casi asfixiante. Hasta el sonido del teléfono es suave. La recepcionista que, naturalmente, es inglesa está instalada frente a una mesa antigua cuya superficie parece de cristal por el brillo. He visto clientes, propietarios de muchas mansiones, gente que en su propia casa se lo pasa girando sobre sus talones y aullando órdenes a los sirvientes, entrar aquí tan desconfiados e inseguros como chicos de escuela.

Más o menos un mes después del funeral de Hal Sinclair, camino a una reunión en mi oficina, me crucé con Ken McElvoy, un socio joven enredado desde hacía ya seis meses en un litigio inconmensurablemente aburrido entre corporaciones. Llevaba una gran pila de carpetas y parecía muy desdichado, uno de los muertos vivos o algo así. Le sonreí porque me parecía casi un personaje de Dickens en ese momento y me fui para mi oficina.

Mi secretaria, Darlene, me hizo un gesto rápido con la mano y dijo:

– Todo el mundo está adentro.

Darlene es la persona más rara de la firma, algo que no es difícil de lograr. Suele vestirse toda de negro. El cabello teñido del color de un ala de cuervo; las sombras de los ojos, azul oscuro. Pero es inmensamente eficiente así que no me importa lo demás.

Yo había llamado a una reunión para resolver una disputa que llevaba por correo desde hacía ya seis meses. El asunto tenía que ver con una máquina para hacer ejercicios llamada Alpine Ski, un aparato magníficamente diseñado que simula la bajada por una ladera alta en esquís, y le da al usuario no sólo los beneficios de un buen ejercicio aeróbico, semejante al que se lograría bajando por una montaña, sino también un buen trabajo muscular.

El inventor del Alpine Ski, Herb Schell, era mi cliente. Ex entrenador en Hollywood, había dedicado todo a su invento.

Y luego, hacía ya un año, habían empezado a aparecer en la televisión nocturna avisos baratos de algo llamado Scandinavian Skier, evidentemente una copia de la invención de Herb.

Y costaba mucho menos: el verdadero Alpine Ski valía más de seiscientos dólares (el Alpine Ski Gold, más de mil), y el Scandinavian Skier sólo 129,99 dólares.

Herb Schell ya estaba sentado en mi oficina junto con Arthur Sommer, el ejecutivo en jefe de E-Z Fit, la compañía que fabricaba el Scandinavian Skier, y su abogado, un hombre muy poderoso llamado Stephen Lyons, de quién yo había oído hablar pero no conocía personalmente.

En algún punto, me parecía irónico que tanto Herb Schell como Arthur Sommer fueran gorditos y estuvieran en muy mal estado físico. Arthur me había confesado en un almuerzo, poco después de que nos conociéramos, que desde que no era entrenador profesional, se había cansado de hacer ejercicio todo el tiempo y prefería la lipoaspiración.

– Caballeros -dije. Nos dimos la mano. -Tratemos de resolver esto.

– Amén -dijo Steve Lyons. Sus enemigos (que son legión) lo llaman "León Litigón" porque hace cualquier cosa por un litigio, y su firma, pequeña y muy agresiva, recibe el mote popular de "la guarida del león".

– De acuerdo -dije-. Su cliente infringió sin lugar a dudas el secreto de diseño del mío, hasta el último detalle. Ya revisamos esto docenas de veces. Es una copia como las de los japoneses, por Dios, y a menos que resolvamos el asunto hoy mismo, estamos decididos a ir a las cortes federales y buscar reparación allí. También vamos a demandar por daños y perjuicios y, como ya saben, los daños se multiplican por tres en casos de infracciones obvias como esta.

La ley de patentes tiende a ser muy poco severa, y es un modo muy aburrido de ganarse la vida. Lo blando tiende a lo blando, digo yo, así que me gustaban mucho las pocas oportunidades que tenía de confrontarme francamente con alguien. Arthur Sommer enrojeció, tal vez de furia, pero no dijo nada. Los labios estrechos se le curvaron en una sonrisa tensa, pequeña. Su abogado se reclinó otra vez en la silla: un lenguaje corporal decididamente amenazador.

– Mire, Ben -dijo Lyons-. Ya que no hay causa real de acción aquí, mi cliente está dispuesto a ofrecer un arreglo muy pero muy generoso, una cortesía de quinientos mil. Yo no se lo aconsejo, pero esta charada le está costando a él y a nosotros…

– ¿Quinientos mil? Pruebe multiplicarlo por diez.

– Lo lamento, Ben -dijo Lyons-. Esta patente no vale ni el papel en que está escrita. -Unió la manos. -Aquí tenemos un asunto de venta previa.

– ¿De qué diablos está hablando usted?

– Tengo pruebas de que Alpine Ski salió a la venta como un año antes de la patente -replicó Lyons con suavidad-. Dieciséis meses antes, para ser exactos. Así que la patente no es válida. Es venta previa.

Ese enfoque del problema era nuevo y, por el momento, me hizo perder el equilibrio y la seguridad. Hasta ese día, habíamos estado discutiendo letra por letra si el Scandinavian Skier era materialmente parecido al Alpine Ski, para decirlo legalmente, si infringía la patente. Ahora Lyons citaba algo llamado la "doctrina de la venta previa", bajo la cual un invento no puede patentarse cuando ha estado "a disposición del público o en venta" durante más de un año antes de la fecha en que se pidió la patente.

Pero no dejé que se notara mi sorpresa. Un buen abogado tiene que ser buen actor.

– Buen intento -le dije-. Pero no tiene validez, Steve, y usted lo sabe. -Sonaba bien, significara lo que significase.

– Ben… -interrumpió Herb.

Lyons me dio una carpeta, un archivo legal.

– Mire -dijo-. Aquí hay una copia de una carta al Big Apple Health Club, ese club de salud de Manhattan, que muestra la última adquisición de su departamento de máquinas, el Alpine Ski, casi un año y medio antes de que el señor Schell lo patentara. Y una factura.

Tomé la carpeta, le eché una mirada desinteresada y la devolví.

– Ben -dijo Herb de nuevo-, ¿podemos hablar un minuto?

Dejé a Lyons y a Sommer en mi oficina mientras Herb y yo hablábamos en una sala vacía.

– ¿Qué quiere decir esto, carajo? -le pregunté.

– Es verdad. Tienen razón.

– ¿Vendió esa cosa más de año antes de patentarla?

– Dos años antes. A doce entrenadores personales de clubes de salud en todo el país.

Lo miré con los ojos muy abiertos, en calma.

– ¿Por qué?

– Por Dios, Ben, yo no sé nada de leyes. ¿Cómo mierda voy a probarlas sin sacarlas de la fábrica? No tiene idea de la cantidad de máquinas malas que entran en clubes y gimnasios.

– ¿Así que le hizo mejoras?

– Claro.

– Ah. ¿Y cuánto tiempo puede tardar en conseguirme un documento de sus oficinas centrales en Chicago?

Steve Lyons sonreía de oreja a oreja cuando volvimos. Estaba disfrutando de un pleno triunfo.

– Supongo que el señor Schell ya le informó -dijo con lo que le debe de haber parecido un tono comprensivo.

– Claro que sí -contesté.

– Preparación, Ben -dijo-. Debería intentarlo alguna vez.

El momento era perfecto. En ese mismo instante, la máquina de fax chilló y empezó a imprimir un documento. Yo fui hasta ella, miré cómo se imprimía y mientras lo hacía, dije:

– Ah, Steve, cómo quisiera que usted nos hubiera ahorrado tiempo y dinero leyendo algunos casos legales antes de esta entrevista…

Él me miró, sorprendido, la sonrisa un poco menos brillante.

– Veamos -dije-, sería la 917, ley Federal Segunda 544, circuito 1990.

– ¿De qué habla? -susurró Sommer. Lyons, que no quería encogerse de hombros en mi presencia, me miraba, incómodo, sin entender -6Es cierto lo que dice? -insistió Sommer

La expresión de la cara de Lyons no cambió

– Tendría que revisarlo -respondió el abogado

La máquina de fax cortó el papel, una línea de puntos entrecortada Se lo entregué a Lyons

– Esta es una carta del Big Apple Health Club a Herb Schell, con todas sus opiniones sobre el Alpine Ski, notas sobre el funcionamiento y lo que podía agregársele Y sugerencias para supuestas modificaciones

En ese punto, entró Darlene, me entregó un libro en silencio -Federal Reporter 917, segunda serie-, y luego se fue. Se lo tendí a Lyons sin siquiera mirarlo

– ¿Qué significa esto¿Algún jueguito suyo? -consiguió tartamudear Lyons

– No, no, claro que no -contesté- Mi cliente vendió prototipos durante un período de prueba y reunió datos de funcionamiento a partir de la versión que había vendido. Por lo tanto, la doctrina de venta previa no se aplica, Steve

– Ni siquiera sé de dónde está sacando eso

– Manville Sales Corp versus Paramount Systems Inc, Segunda Federal 544

– Vamos -replicó Lyons-, vamos, nunca oí hablar

– Página 1314 -dije mientras volvía a mi silla, me reclinaba y cruzaba las piernas- Veamos -Y en una voz monótona, recité -"Las políticas que definen la venta y uso público no implican invalidación de la patente aunque más de un año antes de llenar el formulario de patentes el patentador ínstale un dispositivo en una estación de servicio de una autopista en construcción Se considera necesario un período de prueba externa del invento para determinar si "

Lyons se había quedado sentado con el libro sobre el regazo, siguiendo las palabras y formándolas en la boca Terminó la frase por mí.

– " tendría utilidad para su propósito "

Levantó la vista hacia mí, la boca un poco abierta

– Nos vemos en la corte -dije

Esa mañana, Herb Schell se fue de mi oficina mucho más contento y casi diez millones de dólares más rico. Y yo tuve el placer de despedirme de Steve Lyons a mi manera.

– Se sabía ese maldito caso palabra por palabra -me dijo- Palabra por palabra ¿Cómo lo hizo?

– Preparación -dije y le di la mano- Debería intentarlo alguna vez.

2

Muy temprano a la mañana siguiente, tomé el desayuno con mi jefe, Bill Stearns, en el Harvard Club de Boston

Y ahí fue cuando supe que estaba en problemas, en serios problemas

Stearns tomaba el desayuno allí todas las mañanas la señora Stearns, una pálida ama de casa de Wellesley, no parecía tener otra tarea en la vida que trabajar de voluntaria para el Museo de Bellas Artes Yo me la imaginaba durmiendo hasta muy tarde con una venda en los ojos Y en cuanto a su esposo, no había tomado ni un solo desayuno en su casa desde el momento en que los dos hijos del matrimonio abandonaron el nido para empezar el plan preordenado de sus vidas en la preparatoria de Boston Brahmins (Deerfield, Harvard, inversiones bancarias, alcoholismo)

Su mesa en el Harvard Club era siempre la misma, contra la ventana de vidrios color esfumado que daba sobre la ciudad Y pedía invariablemente los huevos revueltos especiales del club (pensaba que la aversión al colesterol era una moda evanescente de fines de siglo, como los hippies en la década del sesenta) A veces comía solo con The Wall Street Journal y The Boston Globe, a veces con uno o dos de los socios importantes, mientras hablaban sobre negocios y golf

Muy de vez cuando, me invitaba. En caso de que usted nos imagine sumergidos en conversaciones conspiratorias de viejos compañeros de la cía, creo que debería dejar bien en claro que Bill Stearns y yo hablábamos generalmente de deportes (tema del que yo sabía apenas como para mantener la charla) o propiedades De vez en cuando -esa mañana era uno de esos casos-, había algo grave que él quería discutir conmigo

Stearns es el tipo de persona que suele parecer intrascendente a los que no lo conocen De casi sesenta años, cabello gris, piel rojiza, cuerpo regordete, usa siempre corbatín Sus trajes de dos mil dólares, comprados en Louis, le caen como si los hubiera comprado en el negocio más barato de la ciudad y como si además le hubieran dado el talle equivocado Lo cierto es que después de esos dos años violentos, de pesadilla, al servicio de la CIA, la segundad de mi carrera legal en Putnam amp; Stearns me parecía maravillosa. Pero la verdad era que había conseguido trabajo allí sólo por mi pasado en la cía. Bill Stearns había sido inspector general de la cía bajo el mandato del legendario Allen Dulles, director entre 1953 y 1961

Cuando entré en Putnam amp; Stearns hace nueve años, dejé bien en claro que a pesar de mi pasado, me negaría a tener nada que ver con los asuntos de la cía Mi breve carrera en la Agencia había quedado definitivamente atrás, le dije a Bill Stearns Stearns, hay que reconocerlo, se encogió de hombros dramáticamente y me dijo

– ¿Quién dijo algo de la CIA?

Estoy convencido de que hubo un brillo en sus ojos Creo que pensaba que con el tiempo me vería ceder, aceptar los casos relacionados, sabiendo que serían fáciles de manejar para mí El sabe que la Agencia prefiere tratar con los suyos, y en ese momento sabía que me presionarían de todas formas para que hiciera el trabajo legal para la cía. Y pensaba que yo terminaría por aceptarlo ¿Por qué otra razón buscaría un ex oficial de campo, como yo. un trabajo en una firma de viejos compañeros de armas como Putnam amp; Stearns? Pero mi respuesta a esa pregunta era otra esencialmente el dinero, mucho más que el que me hubiera ofrecido cualquier otra firma

Yo no sabía el motivo por el que Bill Stearns me había invitado a desayunar con él esa mañana, pero sospechaba que algo estaba pasando. Me ocupé cuidadosamente de mi panecillo de frambuesas Había tomado demasiado cafe y supuse que algo sólido en el estómago me daría una buena mano Siempre odié los desayunos de trabajo Creo que Oscar Wilde tenía mucha razón cuando dijo que sólo los aburridos pueden ser brillantes en el desayuno

Cuando llegó la comida, Stearns sacó un ejemplar de The Boston Globe de su maletín

– Ya leíste lo de First Commonwealth, supongo -dijo

Su tono me alarmó inmediatamente

– No vi el Globe esta mañana -dije

Me pasó el diario por sobre la mesa

Yo busque en la primera pagina Ahí mismo, bajo el título central, estaban las letras que me aflojaron las piernas inmediatamente


INVERSORA CERRADA POR EL GOBIERNO FEDERAL, decía. Y en letras pequeñas: cuentas de first cOMMONWEALTH CONGELADAS POR LA CSI

First Commonwealth era una pequeña firma de inversionescon base en Boston Yo había puesto en ella todo mi dinero A pesar de la grandilocuencia de su nombre, es un lugar chiquito, casi una boutique, manejada por un conocido mío con menos de doce clientes Era la firma que pagaba mi hipoteca todos los meses, el lugar donde yo guardaba virtualmente todo lo que tenía,

Hasta esa mañana

A diferencia de Stearns, no soy rico El padre de Molly dejó una cantidad insignificante de dinero en efectivo, algunos certificados de acciones y bonos, y el título de su casa en Alexandría, hipotecada hasta el techo También dejó un documento firmado y autorizado por un escribano, otorgándole a Molly todos los derechos de beneficiaria a las cuentas a nombre de Harrison Sinclair que hubiera en el país y en el exterior bajo las leyes de… Los detalles pueden confundir a cualquiera, como casi todos los detalles que tienen que ver con la ley de propiedades y cuentas Me parecía curioso que hubiera firmado ese papel como única heredera de Harnson Sinclair, ella tenia ese derecho automáticamente No hacía falta el papel De acuerdo, de acuerdo, tal vez Sinclair fuera del tipo de los que sienten que las precauciones nunca son suficientes

En cuanto a mí, me dejó una sola cosa una copia autografiada de El Oficio de la Inteligencia, las memorias del director de la CIA, Allen Dulles. Era la primera edición y estaba firmada y dedicada "A Hal, con la mayor de las admiraciones, Allen". Un lindo regalo, si, pero sin duda, no una fortuna.

Cuando murió mi padre hace ya unos años, heredé un poco más de un millón de dólares que después de pagar los impuestos a la propiedad, se convirtieron en menos de medio millón Lo transferí todo a First Commonwealth porque la entidad tenía una reputación excelente Conocía al jefe de la firma, Frederick "Doc" Osborne, y me había parecido muy inteligente ¿No fue Nelson Algren el que dijo "Nunca comas en un restaurante llamado Mamá y nunca juegues a las cartas con un tipo llamado Doc? Y eso, antes de los tiempos de los administradores de dinero.

Seguramente, usted está preguntándose por qué tenía todo mi dinero en un sólo lugar, si de veras soy tan astuto Para ser franco, yo también me lo pregunto con frecuencia. La respuesta, supongo, tiene dos caras.Una, Doc Osborne era un amigo y tenía una excelente reputación, y por lo tanto me pareció que diversificar era una tontería Y dos, siempre había tratado a mi herencia como una canasta de huevos, una porción de dinero que no quería tocar porque mi salario era decente y no la necesitaba por el momento Y supongo que también se aplica ese viejo dicho sobre los cuchillos de palo en casa de herrero: los que trabajan con dinero generalmente no son muy cuidadosos con el propio.

Dejé caer el tenedor. Tenía el estómago revuelto. Calculé con rapidez y llegué a la conclusión de que a menos que pudiera conseguir que me devolvieran mi dinero, terminaría en la bancarrota: mi salario era generoso pero no podría cubrir la hipoteca con él. En el estado en que se encontraba el mercado de propiedades de Boston, ni siquiera podría vender la casa sin sufrir enormes pérdidas.

Me latían las sienes. Levanté la vista hacia Stearns.

– Ayúdame -dije.

– Ben, lo lamento… -dijo Stearns con la boca llena de huevo.

– ¿Qué significa esto? No entiendo mucho de dinero.

Él tomó un trago de café y apoyó la taza con ruido, sobre el plato.

– Lo que quiere decir es esto: tu dinero está congelado, junto con el de todos los clientes de First Commonwealth -dijo con un suspiro.

– ¿Pero quién lo congeló? ¿Quién tiene autoridad para hacerlo? ¿Y para qué? -Pasé los ojos por el artículo del Globe, tratando de encontrarle algo de sentido. No estaba controlándome muy bien.

– Es la Comisión de Seguridad e Intercambio. La CSI y la oficina del Fiscal de los Estados Unidos en Boston.

– Congelado -repetí, la voz monótona. No podía creerlo.

– La oficina del Fiscal no dice mucho por ahora, sólo que está a disposición mientras investigan.

– ¿Investigan qué?

– Lo único que dijeron fue algo sobre violaciones a la ley de seguridad y a los estatutos rico. Dicen que tal vez lleve más o menos un año liberar el dinero, según la investigación.

Congelado -dije de nuevo-. ¡Dios! -exclamé y me pasé la mano por la cara-. De acuerdo. ¿Y qué se puede hacer al respecto?

– Nada -dijo Stearns-. Nada. Esperar. Puedo hacer que Todd Richlin hable con un amigo que trabaja en la CSI. -Richlin era uno de los genios financieros de Putnam amp; Stearns. -Pero yo que tú esperaría sentado…

Miré por la ventana las calles diminutas de Boston unos treinta y tantos pisos abajo, el verde de los jardines públicos que parecía una tela extendida para simular una pradera junto a un tren de juguete; la magnífica avenida Commonwealth, flanqueada por árboles, y junto a ella, la calle Malborough, donde yo vivía. Si hubiera sido del tipo suicida, lo habría considerado un buen lugar para saltar al vacío.

– Sigue -dije.

– Tanto la CSI como el Departamento de Justicia, a través del Fiscal de los Estados Unidos en Boston, cerraron First Commonwealth porque hay acusaciones de conexiones con la droga.

– ¿Droga?

– Bueno, se dice que Doc Osborne está involucrado en algún tipo de lavado de dinero.

– Pero el asunto es que yo no tengo nada que ver con lo que haga Doc, carajo…

– No es así como funcionan las cosas -contestó él-. ¿Te acuerdas de esa vez cuando cerraron esa casa de cambio enorme en Nueva York, Drexel Burnham? Entraron y le pusieron esposas a la gente y una banda de papel en la puerta. Literalmente. Quiero decir, uno podía ir a darse una vuelta un año después y ahí estaban los cigarrillos en los ceniceros, las tazas de café por la mitad, todo tal cual.

– Pero los clientes de Drexel no perdieron su dinero…

– Bueno, mira lo que pasa con Marcos, el de las Filipinas, y el Sha de Persia, a veces se limitan a guardar el dinero y dejarlo para que gane intereses… para el tío Sam, claro.

– Guardar el dinero -repetí como un eco.

– First Commonwealth tiene un candado en la puerta. Esto es literal, Ben -siguió diciendo Stearns-. Los federales se llevaron el equipo de computación, los archivos y la documentación, secuestraron…

– ¿Y cuándo van a devolverme mi dinero?

– En un año y medio, con suerte. Tal vez mucho más.

– ¿Y qué mierda se supone que haga?

Stearns dejó escapar un suspiro.

– Ayer tomé un trago con Alex Truslow -dijo. Después, mientras se secaba la boca con una servilleta de lino, agregó, casi como por casualidad: -Ben, quiero que trabajes para Truslow y Asociados.

– Mi tiempo está un poco escaso, Bill -dije-. Lo lamento.

– Alex podría significar más de doscientos mil dólares en horas, Ben.

– Tenemos docenas de abogados tan calificados como yo. Mejor calificados.

Stearns se aclaró la garganta.

– No en todos los sentidos.

Lo que quería decirme era muy claro.

– Y si eso es una calificación… -dije.

– Yo diría que él está convencido de eso.

– ¿Qué quiere?La camarera, una mujer de pechos grandes y de más de cincuenta años, volvió a servirnos café y le guiñó un ojo a Stearns

– Rutina, estoy seguro -dijo él, mientras se sacudía las migas de las solapas

– ¿Entonces por qué yo? ¿Y Donovan y Leisure? -Esa era otra firma legal de abogados, con base en Nueva York, fundada por "el salvaje Bill" Donovan, jefe de la ose Oficina de Servicios Estratégicos y figura central de la historia de la inteligencia estadounidense Donovan y Leisure también tenia conexiones con la CIA, según decían las malas lenguas. Para ser los asuntos de inteligencia algo tan secreto, es sorprendente lo mucho que se "dice" y se "rumorea" al respecto

– No hay duda de que Truslow hace negocios con Donovan y Leisure. Pero quiere un consejero local, y de todas las firmas de Boston, no hay muchas con las que se sienta tan cómodo

Yo no pude reprimir una sonrisa

– Cómodo -repetí, saboreando la delicadeza de Stearns- Es decir que necesita algo de trabajo de espionaje y quiere que quede en familia

– Escucha, Ben Es una gran oportunidad para ti Creo que puede ser tu salvación No sé lo que quiere Truslow, pero sea lo que sea estoy seguro de que no va a pedirte que vuelvas al trabajo clandestino

– ¿Y qué saco yo de esto?

– Creo que se puede arreglar algo Un préstamo de emergencia, digamos Un adelanto, lo sacamos de tu participación de las ganancias de fin de año

– Un soborno

Stearns se encogió de hombros, respiró hondo

– ¿Crees que tu suegro murió en un accidente?

Me puso nervioso oírlo decir en voz alta mis sospechas privadas

– No tengo razones para no creer en la versión que me dieron ¿Qué tiene que ver esto con…

– Tu lenguaje te vende, Ben -dijo el, furioso- Suenas como un burócrata de mierda Como un vocero de la Agencia Alex Truslow cree que Hal Sinclair murió asesinado No tengo idea de tus sentimientos con respecto a la CIA, pero se lo debes a Hal, a Molly, y a ti mismo Tienes que ayudar a Alex

Después de un silencio incomodo, dije

– ¿Qué tiene que ver mi habilidad como abogado con las teorías de Truslow en cuanto a la muerte de Hal Sinclair?

– Acéptale un almuerzo, es todo lo que te pido Te va a gustar

– Ya lo conozco -dije- No tengo duda de que es todo un caballero, un principe Le prometí a Molly…

– Los ingresos no nos vendrían mal -dijo Stearns, examinando el mantel, señal de que estaba por alcanzar el limite de su paciencia Si hubiera sido un perro, habría gruñido -Y a ti no te vendría mal el dinero.

– Lo lamento, Bill -dije- Prefiero no hacerlo Tú entiendes

– Entiendo -dijo Stearns con suavidad y empezó a hacergestos para que le trajeran la cuenta No sonreía


– No, Ben, no -dijo Molly cuando volví esa noche

En general es efervescente, hasta juguetona, pero desde la muerte de su padre era una persona distinta cosa que entiendo, claro esta No solo triste, furiosa, agresiva, dolida -el espectro de emociones que experimentamos todos cuando muere uno de nuestros padres-, sino inquieta, dudosa, introspectiva Molly estaba muy diferente en esas semanas y a mi me dolía mucho verla de ese modo

– ¿Como es posible?

No sabia como contestarle asi que sacudí la cabeza

– Pero si tu eres inocente -dijo casi al borde de la histeria- Y eres abogado ¿No hay nada que puedas hacer?

– Si hubiera sido inteligente, no tendría todo el dinero en un solo lugar y esto no habría pasado Una miopía terrible

Ella estaba preparando la comida, algo que hace solo cuando necesita los beneficios terapéuticos de la cocina Tenia puesta una de sus camisetas de universitaria y pantalones vaqueros demasiado grandes, y estaba revolviendo algo que olía a tomates y aceitunas y mucho ajo

No creo que se pueda decir que Molly Sinclair es hermosa, no la primera vez que uno la ve Pero su aspecto va metiéndose en uno de modo que después de un tiempo de conocerla, uno se sorprende si la gente no dice que es directamente una belleza

Es un poco mas alta que yo, un metro setenta por lo menos con una cabellera indomable de rulos negros, ojos entre azules y grises y pestañas negras Tiene ademas una piel rozagante saludable, que para mi es una de sus mejores cualidades Siempre me pareció misteriosa, algo distante, no menos ahora que cuando nos conocimos en la preparatoria Tiene la gracia de un temperamento sereno

Molly era residente de primer año en pediatría en el Hospital General de Massachusetts, y a los treinta y seis era la mayor de su clase porque había empezado tarde Eso es muy de Molly siempre postergando las cosas, especialmente cuando tiene mejores planes En su caso, eso significó dedicarse a caminar por el Nepal durante más de un año después de la preparatoria Y en Harvard, aunque sabia que terminaría en medicina tarde o temprano, empezó por hacer una maestría en literatura italiana, y escribió una tesis sobre Dante, lo cual significa que su italiano es muy fluido a costa de la fluidez de su química orgánica

Molly siempre citaba esa frase de Chejov, en el sentido de que los médicos son iguales a los abogados con una sola diferencia los abogados te roban, los médicos te roban y te matan Sin embargo, amaba la medicina, mucho más que las posesiones materiales Ella y yo habíamos hablado muchas veces sobre dejar nuestros puestos de trabajo, vender esa enorme casa inútil y mudarnos a algún lugar rural, donde abriríamos una clínica para niños con pocos recursos Las conversaciones eran serias sólo a medias La llamaríamos Clínica Ellison-Sinclair, decíamos El nombre sonaba a hospital siquiátnco

Molly disminuyó el fuego de la hornalla y nos fuimos juntos al comedor que, como todas las demás habitaciones de la casa, era un desorden de yeso, cemento, baldes de material, caños de cobre, todo cubierto por una buena capa de polvo blanco Nos sentamos sobre los sillones, protegidos temporariamente por telas de plástico

Hacía ya cinco años, habíamos comprado una hermosa casa vieja en la bahía de Boston, sobre la calle Malborough La casa era hermosa en el exterior El interior era hermoso en potencia La compramos en el momento del pico del mercado, antes de que cayera otra vez Se hubiera podido esperar que yo fuera más astuto en estas cuestiones, pero como todos los demás pensé que los precios de las propiedades seguirían subiendo hasta el infinito, y la casa era lo que algunos avisos de propiedades llaman el "sueño del hombre industrioso" "Arremangúese", proclaman los avisos, "y eche a volar su imaginación" El que nos la vendió no dijo nada acerca del sueño de hombre industrioso, pero tampoco nos dijo que tenia los caños artríticos, termitas en las vigas y humedad de cimientos En la década del 80, la gente decía que la cocaína era la forma que tenía Dios de decirnos "Tienes demasiado dinero" En los noventa, son las hipotecas

Y yo conseguí lo que me merecía: la renovación era un proyecto siempre en marcha, algo bastante semejante a la construcción de las pirámides de Giza Una cosa lleva a la otra Si uno quiere que alguien arregle la escalera, hay que poner una pared nueva, lo cual a su vez requiere Bueno,… ya me entiende.

Por lo menos, no había ratas. Siempre tuve una fobia especial a las ratas, un terror inexplicable, irracional, frente a esas bestezuelas castañas algo mucho mayor que el asco que les profesa todo el mundo Había descartado varias casas anteriores, casas que a Molly le encantaban, porque estaba convencido de que había visto la silueta de una rata en la oscuridad Y ni siquiera quiero hablar de los exterminadores: yo creo que las ratas, como las cucarachas, son imposibles de exterminar, y que ésa es su característica fundamental Nos van a sobrevivir a todos De vez en cuando, mientras elegíamos películas en el video club, Molly se divertía a mis expensas sacando un vídeo de esa película de horror con ratas que se llamaba Willard y sugiriendo que lo alquiláramos para esa noche No me hacía gracia

Y como si nos hicieran falta más motivos de inquietud, hacía meses que discutíamos la idea de tener un bebé A diferencia de lo que suele suceder -la mujer quiere y el hombre no- yo quería un hijo, o varios hijos, y Molly no, y era un "no" vehemente A mí me parecía extraño que una pediatra como ella insistiera en que el secreto de la buena crianza es no criar al hijo del cual uno es padre Así era como lo veía ella: su carrera estaba empezando por fin, y éste era un muy mal momento Eso siempre desembocaba en alguna de nuestras peores peleas Yo le decía que estaba dispuesto a dividir por igual las responsabilidades y ella me contestaba que ningún hombre de la historia de la civilización había compartido verdaderamente las obligaciones de crianza con su mujer La verdad era que yo estaba preparado para tener una familia completa -cuando mi primera esposa, Laura, murió, estaba embarazada- y Molly no Así que las discusiones seguían y seguían

– Podríamos vender la casa de papá en Alexandría -empezó a decir ella

– Con este mercado, no nos darían casi nada Y tu padre no te dejó nada Nunca le importó el dinero

– ¿Y un préstamo?

– ¿Con qué respaldo?

– Puedo salir a trabajar…ya sabes…guardias…

– No sirve, no basta Y te cansarías demasiado

– ¿Pero qué quiere Alex Truslow?

¿Qué quería, sí, cuando el mundo estaba lleno de abogados mucho mejores que yo? Yo no quería repetir frente a Molly la sospecha de Stearns sobre la muerte de su padre De todos modos, eso no hubiera explicado la razón por la que Truslow me quería a mí especialmente Y no tenía sentido ponerla peor de lo que ya estaba-No me gusta pensar en eso -contesté, con voz de cansancio Los dos sabíamos que fuera lo que fuera, tenía que ver con mi pasado en la CIA, probablemente con mi temible reputación, pero eso seguía sin explicar por qué, al menos, no con precisión

¿Cómo te fue en la UCIN -le pregunté, refiriéndome a la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales del hospital, donde había estado haciendo su rotación desde la muerte de su padre

Ella sacudió la cabeza Se negaba a que yo cambiara de tema con tanta facilidad

– Quiero hablar de esto, de Truslow -dijo Toqueteó uno de sus rulos, nerviosa -Mi padre y Truslow eran amigos Colegas que se tenían confianza, quiero decir, no necesariamente amigos íntimos Pero a papá siempre le gustó Alex

– De acuerdo -dije- Será una buena persona Pero si fuiste espía una vez, siempre lo serás

– Se podría decir lo mismo de ti

– Te hice una promesa, Molly

– ¿Crees que Truslow quiere que hagas un trabajo clandestino para él?

– Lo dudo No al precio que cobro por hora

– Pero sí tiene que ver con la CIA.

– Eso, sin duda La CIA es el cliente más importante de la Corporación

– No quiero que lo hagas -dijo Molly- Ya hablamos de eso es tu pasado No tu presente Cortaste con eso para siempre No vuelvas

Sabía lo importante que era para mí separarme del trabajo clandestino que me había llevado a la brutalidad helada de un autómata

– Eso me dice mi instinto -dije- Pero Stearns va a tratar por todos los medios de que no me rehuse Me va a presionar todo lo que pueda

Molly se levantó, se arrodilló en el suelo mirándome, me apoyó las manos sobre las rodillas

– No quiero que vuelvas a trabajar para ellos Me lo prometiste -Me pasaba las manos por los muslos mientras hablaba, seduciéndome y llamándome con una mirada intrigante, más misteriosa que siempre -¿Hay alguien con quien puedas hablar de todo esto? -preguntó

Lo pensé durante un momento

– Ed Moore -le contesté

Edmund Moore, jubilado de la Agencia después de más de treinta años de trabajo, sabía más sobre el funcionamiento interno de la CIA que casi cualquier otra persona en el mundo Había sido mi mentor durante mi breve carrera en inteligencia,mi "rabino", en la jerga interna, y seguía teniendo mucho instinto Vivía en Georgetown, en una hermosísima casona antigua y parecía más ocupado ahora que antes de jubilarse leía aparentemente todas las biografías que podía encontrar, iba a reuniones de jubilados de la CIA, a almuerzos con viejos compañeros, testificaba en comités de investigación del Senado, y hacía otros millones de cosas que yo no podía siquiera imaginar

– Llámalo -dijo ella

– Me parece que voy a hacer algo mejor Si puedo hacerme un rato mañana o pasado mañana, vuelo a Washington a verlo

– Si es que él tiene un rato para tí -dijo Molly Yo había empezado a excitarme eso era lo que ella había querido desde el principio, y cuando me incliné para besarle el cuello, exclamó de pronto -Mierda Esa maldita salsa está quemándose

La seguí a la cocina y apenas apagó el fuego -la salsa era una causa perdida-, la rodeé con mis brazos desde atrás Las cosas estaban tan tensas entre los dos que con apenas una palabra de más, a veces nos enredábamos en una discusión interminable o al contrario

Le besé la oreja derecha, y luego bajé lentamente, y empezamos a hacer el amor sobre el piso del comedor, con o sin polvo, no tenía importancia, sin detenernos excepto para que Molly se pusiera el diafragma

Esa noche llamé a Edmund Moore, que me invitó a cenar con él y su esposa en su casa la noche siguiente Parecía encantado

Al día siguiente, después de posponer tres reuniones pasibles de retraso, tomé el taxi aéreo al Aeropuerto Nacional de Washington y cuando el atardecer caía sobre Georgetown, mi taxi cruzó el puente Key, crujió y se sacudió sobre los adoquines de la calle M y se detuvo frente a una enorme puerta de hierro forjado, en la casa de Edmund Moore.

3

La biblioteca de Edmund Moore, donde nos sentamos después de comer, era un sitio maravilloso de dos pisos con las paredes cubiertas de estantes de roble con aplicaciones en madera de cerezo El segundo piso estaba rodeado por un balcón de madera por el que se podía caminar Varias escaleras móviles descansaban contra los estantes Con la luz tenue, la habitación parecía tener un brillo color ámbar Moore tenía una de las mejores bibliotecas personales que yo haya visto, incluyendo una impresionante colección de libros sobre espionaje e inteligencia Algunos eran testimonios de desertores soviéticos y del bloque oriental, que Ed había llevado a editores de los Estados Unidos y de Gran Bretaña en los años en que la CIA hacía ese tipo de cosas (por lo menos, abiertamente) Había estantes enteros dedicados a las obras de Trollope, Carlyle, Dickens, Ruskin Parecían esos libros que uno compra por metro para tener una decoración interior que simule una antigua biblioteca de la nobleza, pero yo sabía que Ed los había escogido personalmente, con dedicación y cuidado, en remates y librerías de París y Londres, y en puestos de antigüedades y en hasta graneros de los Estados Unidos Además no tenía duda de que los había leído a todos por lo menos una vez

Un fuego crujía en el hogar, iluminando la habitación con una luz tibia y acogedora Estábamos sentados en sillones frente a las llamas Ed tomaba un oporto de 1963 del cual estaba especialmente orgulloso, yo, una cerveza de malta

Me daba perfecta cuenta del valor de la atmósfera que había creado Moore a su alrededor En esa casa ya no estábamos en Georgetown ni en la década del 90, atestados de video clubes, Benettons y McDonalds, sino en la Inglaterra de principios de siglo Edmund Moore era del Medio Oeste, en realidad de Oklahoma, pero a lo largo de sus años en la CIA se había transformado en un hombre de tweed de la liga de grandes universidades, y parecía tan señorial como alguien de Yale o Princeton No era una pose era lo que pasaba después de tanto tiempo de estar en una organización como la CIA En realidad,la Agencia había cambiado a su alrededor En la década del sesenta, cuando los campus universitarios de Yale y Princeton se desgarraban entre huelgas y drogas, la Agencia empezó a reclutar a su gente en casas de estudios más seguras del Medio Oeste, donde seguían en pie los valores fundamentales Por ese entonces, como decía un amigo de la Compañía, había llegado la "plastificación" de la CIA Y aquí estaba ese hombre de Oklahoma, que habría podido entrar en una conferencia del Linsley-Chittenden Hall en Yale en los cuarenta sin que nadie se escandalizara "Los modales", me había dicho una vez, "son lo que queda de los antepasados ricos cuando el dinero ya no está" Pero en realidad, Moore se había casado con una mujer de dinero, de mucho dinero el abuelo de Elena había inventado algo esencial que tenía que ver con el teléfono

– No lo extrañas, ¿verdad9 -me preguntó con una sonrisa traviesa Era un hombrecito bajo, casi enano, de cerca de ochenta años, con una cabeza pelada, casi una cúpula de iglesia, y grandes anteojos de marco negro que le agrandaban mucho los ojos El traje de tweed marrón le colgaba del cuerpo y lo hacía todavía más diminuto -El glamour, los viajes, los hoteles de primera

– las mujeres hermosas -agregué- y los restaurantes de tres estrellas que aparecen en la guía Michehn

– Ah, sí

Moore, que había sido jefe de la División de Operaciones de Europa mientras yo estaba en París -es decir, mi jefe- sabía perfectamente bien que la vida de un hombre de la clandestinidad tenía otro tono redacción constante de tediosos informes, cables, restaurantes de pésima calidad, y estacionamientos fríos, inundados y lluviosos Después de la muerte de Laura, Moore me había empujado a la fuerza para sacarme por la puerta de los cuarteles de Langley y había arreglado una entrevista con Bill Stearns en Boston Sentía que si me quedaba dentro de la Agencia después de lo que había pasado, cometería un gran error Durante un tiempo, me resentí por eso, pero pronto me di cuenta de que realmente lo había hecho por mi bien

Moore era un hombre tímido, dedicado a los libros, no muy fácil de relacionar con los de operaciones, generalmente agresivos, astutos, expansivos Sin conocerlo, yo también lo hubiera tomado por un analista de la Agencia No por un maestro de espías Enseñaba Historia en la Universidad de Oklahoma en Norman antes de que lo reclutaran para inteligencia del ejército en la Segunda Guerra Mundial, y en el fondo de su corazón todavía era un académico

Afuera aullaba el viento y torrentes de lluvia se aplastaban contra las ventanas amplias de un costado de la biblioteca, haciendo sonar el vidrio. Las puertas daban a un jardín muy bien cuidado en cuyo centro había un estanque donde a veces nadaban los patos.

La tormenta había empezado durante la cena, compuesta por un guiso de carne un poco pasado servido por Elena, la diminuta esposa de Ed. Hablamos sobre política, el Medio Oriente, las elecciones en Alemania; nos pasamos chismes sobre la gente que conocíamos, y comentamos la noticia dolorosa, la muerte de Hal Sinclair. Tanto Elena como Ed expresaron sus sinceras condolencias. Después de comer, Elena se disculpó y se retiró, dejándonos solos.

Toda su vida de casada, suponía yo, había sido una eterna disculpa y una retirada al piso superior o a dar un paseo, para dejar que su esposo hablara de negocios con quien fuera que hubiera llegado a la casa. Pero no era una mujer sin color: tenía opiniones fuertes y las sostenía contra todos, se reía mucho y me recordaba a Ruth Gordon porque era al mismo tiempo juguetona y activa.

– Así que supongo que la vida sedentaria te sienta bien…

– Me gusta lo que hay de tranquilo en mi vida con Molly. Quiero tener una familia. Pero la verdad es que ser abogado en Boston no es la forma más excitante de ganarse la vida.

Ed sonrió, tomó un trago de oporto y dijo:

– La excitación que tuviste basta para tres o cuatro vidas. -Moore conocía mi pasado, conocía lo que el comité de disciplina de la Agencia llamaba mi "temeridad" en el campo.

– Esa es una forma de plantearlo, sí.

– De acuerdo. La verdad es que a veces fuiste algo así como un loco. Pero eras joven. Y buen agente, que es lo principal. Dios, no tenías miedo de nada. Temíamos tener que ponerte bozal. ¿Es verdad que hiciste sacar de funciones a un instructor del Campo?

Yo me encogí de hombros. Era verdad: en los tiempos del entrenamiento en el Campo Peary de la CIA, un instructor de artes marciales me aplicó una toma de tijera frente a todos mis compañeros y empezó a burlarse de mí, a provocarme. Y de pronto, sentí que me dominaba una ola de rabia fría, lenta. Era como si un líquido corrosivo se hubiera metido en mi abdomen, inundado luego el resto de mi cuerpo, dándome una compostura, una calma glacial. Una parte antigua de mi cerebro estaba en los controles: yo era un animal feroz, un animal primitivo. Me solté la mano y le golpeé la cara con la muñeca. Le quebré la mandíbula. El incidente pasó a formar parte del folclore del Campo y se repitió una y otra vez, adornado y arreglado, en boca de cientos de agentes que tomaban un trago al atardecer. Desde entonces, todos me miraban de reojo, con cuidado, como se mira una granada sin espoleta. La reputación que me dio me sirvió mucho en el trabajo, hizo que me seleccionaran para misiones que suponían demasiado arriesgadas para los demás. Pero al mismo tiempo era un rasgo que me asqueaba; estaba en guerra con la parte tranquila, analítica, que había en mí. Simplemente, yo no podía ser así, no era así.

Moore cruzó las piernas y se reclinó.

– Bueno… dime por qué estás aquí. Supongo que no es algo que se pueda discutir por teléfono.

"No en un teléfono cualquiera, por cierto", pensé. La Agencia quita el privilegio de un teléfono seguro a los jubilados, incluso a los que se jubilan con honores, como Edmund Moore.

– Cuéntame lo que sepas de Alexander Truslow.

– Ah -dijo Ed, y levantó las cejas-. Estás trabajando para él, supongo.

– Lo estoy pensando. La verdad, Ed, es que estoy con graves problemas financieros.

– Ah.

– Tal vez sabes algo de lo que pasó con una firma de Boston, First Commonwealth.

– Eso creo. ¿Dinero de las drogas o algo así?

– La cerraron. Con todo mi efectivo adentro.

– Lo lamento mucho, Ben.

– Así que ahora, de pronto, Truslow y Asociados me parece un poco más apetecible. A Molly y a mí no nos vendría mal el dinero.

– Pero, ¿tu especialidad no eran las patentes y la propiedad intelectual, o algo así?

– Seguro.

– Yo hubiera pensado que Alex preferiría los servicios de…

Se detuvo un momento para tomar un trago de oporto, y yo aproveché para interrumpirlo.

– ¿Alguien más experto en esconder dinero en bóvedas internacionales?

Moore sonrió, una sonrisa leve, y asintió.

– Sin embargo, tal vez tú eres lo que necesita. Tenías reputación de ser uno de los operativos con mayor capacidad y habilidades en el campo…

– Una bala perdida, Ed, y tú lo sabes.

Una "bala perdida" era, supongo, una de las tantas etiquetas que me habían puesto mis colegas y superiores de la Agencia. Me miraban con miedo, con asombro, con mucha curiosidad. Lo que hacía surgir mi lado oscuro era el trabajo de campo, laexposición al peligro y la amenaza de violencia Algunos pensaban que yo no tenía miedo de nada, lo cual no era verdad Otros, que era un temerario, lo cual se acercaba un poco más

La verdad era que en ciertos momentos, un Ben sin escrúpulos, un Ben aterrorizante, tomaba el control dentro de mi mente Apenas lo descubrí, se convirtió en motivo de inquietud para mí, y finalmente me llevó a dejar la Agencia

Antes de París, me mandaron a Leipzig para que me fogueara un poco Se suponía que era un funcionario de comercio Una de mis primeras misiones era proteger a un informante un tanto nervioso, un soldado del Ejército Rojo Me habían elegido porque sabía ruso Lo había estudiado en Harvard y lo hablaba casi con fluidez Llevé a cabo la misión sin una sola falla y por lo tanto me recompensaron -me ascendieron-, es decir, me dieron una misión mucho más peligrosa

Me ordenaron que escoltara a un agente desertor de Alemania del Este, un físico, desde Leipzig a un cruce fronterizo en Herleshausen, bastante lejos por cierto El Mercedes que yo manejaba tenía un compartimiento secreto detrás del asiento donde estaba escondido el físico En el control, pasamos las inspecciones de rutina y metieron el gran espejo de cuatro ruedas bajo el auto para controlar si no había alemanes tratando de escaparse de ese miserable país, todo eso. Habían enviado a un hombre de apoyo desde los cuarteles de Pullach para que nos esperara del otro lado Mientras yo pasaba por la aduana y por Inmigraciones con el pasaporte, felicitándome por un trabajo bien hecho, el hombre cometió un error y se mostró Alguien de la frontera lo reconoció e inmediatamente se levantaron sospechas sobre mí

De pronto, salieron tres y luego siete Volkspolizei del edificio y rodearon el auto Uno se paró frente a mí y me indicó que me detuviera

Según los procedimientos de la Agencia, yo debería haberme hecho el inocente y el sorprendido. Debería haberme detenido como para ver de qué se trataba Bajo ninguna circunstancia se debía arriesgar una vida humana Así no era como funcionaba el juego

Y mientras yo me quedaba sentado ahí, pensé en el físico, un hombrecito sudoroso enroscado en el compartimiento sin aire entre el asiento trasero y el baúl. Mi preciosa carga. El hombre era valiente. Estaba arriesgando su vida, cuando le hubiera sido tanto más fácil no hacer nada

Sonreí, miré a izquierda y a derecha y luego adelante El Vopo que me bloqueaba el camino -un Kommandant Stasi, supe después- me sonrió otra vez, con ironía.

Me tenían atrapado Era una clásica técnica de encajonamiento y la habíamos aprendido en Campo Peary Lo único que se podía hacer era rendirse No se arriesgan vidas humanas. Las consecuencias son demasiado graves

Y entonces, algo me invadió, la misma furia glacial que me había dominado cuando rompí la mandíbula del instructor de artes marciales Era como si estuviera en otro mundo Mi corazón no se aceleró, mi cara no cambió de color Estaba en calma, pero me recorría un súbito deseo de matar

Rompe el cerco, me dije a mí mismo Rompe el cerco

Pisé el acelerador a fondo.

Nunca podré sacar de mi memoria la cara del Kommandant cuando se elevó hasta quedar a la altura del parabrisas Un rictus de terror, incredulidad en los ojos

Tranquilo, flotando en una calma reptil, miré directo hacia adelante. Todo me parecía en cámara lenta Los ojos del Kommandant se hundieron en los míos, lagunas de miedo abyecto Vio en los míos una indiferencia suprema Ni furia ni desesperación Una calma gélida

Con un golpe horrible, el cuerpo del hombre fue lanzado hacia el aire Hubo un ruido de metralla y en un segundo, yo estaba del otro lado, con mi carga a salvo

Más tarde, por supuesto, me retaron en Langley por "medidas innecesarias y temerarias". Pero extraoficialmente, mis superiores me dijeron sutilmente que estaban conformes. Después de todo, el físico había cruzado, ¿no?

Lo que me quedó, sin embargo, no fue la satisfacción de una misión bien cumplida, ni orgullo por el acto de bravura y heroísmo, sino inquietud, malestar Durante un minuto o dos, en la frontera, me había convertido en algo semejante a un autómata Habría manejado el auto a cien por hora directo hacia un muro de ladrillos Nada me asustaba

Y eso me asustaba


– No, Ben -siguió diciendo Moore- No eras una bala perdida Tenías una rara combinación de intelecto prodigioso y pelotas de acero, digamos. Lo que le pasó a Laura no fue culpa tuya. Fuiste uno de los mejores. Eso, más tu memoria fotográfica, o como quiera que se llame, te hace todo un baluarte.

– Mi memoria… eidética, como la llaman los neurólogos, tal vez fue de gran ayuda en la universidad, pero ahora, con las bases de datos electrónicas en todo el mundo, ya no vale mucho.

– ¿Conoces a Truslow?

– Se presentó en el funeral de Hal Hablamos unos cinco minutos Eso fue todo Ni siquiera sé para qué me quiere.

Moore se puso de pie y cruzó la habitación hacia las ventanas Una de ellas crujía y se sacudía más que las otras La ajustó y la trabó, para parar el ruido Cuando volvió, dijo.

– ¿Te acuerdas de ese famoso caso de derechos civiles contra la cIa a principios de los 70? Un negro se presentó para un puesto de analista y lo rechazaron sin razón

– Claro

– Bueno, el que resolvió el caso fue Alex Truslow. Y se aseguró de que el personal de la Agencia no volviera a sufrir discriminación sexual o racial. Fue extraordinario El tenía una visión de la cIa en la que la institución era realmente una mentocracia, un lugar que no permitiría a la vieja guardia pisotear los derechos de las minorías Muchos de los antiguos todavía lo odian por eso Él fue el que dejó entrar a todas esas minorías en el club de blancos puros Y probablemente será el que reemplace a tu suegro, eso ya lo sabes

Asentí

– ¿Cuánto sabes de lo que está haciendo? -preguntó Moore después de un momento

– Nada, diría yo "Trabajo de seguridad" para la Agencia, me dicen. Procedimientos que Langley no puede o no quiere hacer

– Voy a mostrarte algo -dijo Moore, levantándose otra vez, e indicándome con un gesto que lo siguiera. Subió la escalera de madera hasta el otro piso con un gruñido -Uno de estos días ya no podré subir estos escalones, eso lo sé -Se había quedado sin aliento -Y ese día, voy a mudar todo Ruskin aquí arriba, donde nunca volveré a verlo Mierda con eso, nunca me gustó ese viejo hijo de perra Ese es el resultado de un matrimonio entre dos primos Bueno, aquí vamos. Mi botín.

Habíamos caminado unos tres metros por el balcón, frente a varios volúmenes en cubierta de cuero, cuando Moore se detuvo frente a un pedazo de pared desnuda entre los estantes Tocó ligeramente uno de los paneles hasta que se abrió y dejó ver un cajón de archivo de color gris institucional

– Lindo -dije- ¿Te lo hiciste hacer con los chicos de Servicio Técnico?-En realidad, no era un buen escondite estaba en el primer lugar que hubiera mirado cualquiera que supiera algo de robo y cajas fuertes Pero yo no pensaba decírselo

Él abrió el cajón Hizo un ruido sordo, mohoso

– No, en realidad estaba ahí cuando compré la casa en 1952 Una simpleza tipo novela de Edith Wharton, diría yo, compartimientos secretos y todo eso Hay un panel secreto sobre la chimenea y yo no lo uso Claro que la persona que construyó esta casa no podía imaginar que un día iría a parar a manos de un espía de pura raza

El cajón parecía contener archivos de inteligencia, por lo menos por lo que yo veía en los índices

– No sabía que te dejaban llevarte archivos cuando te retirabas -dije

Él se volvió hacia mí y se ajustó los anteojos sobre la nariz.

– Es que no te dejan -Sonrió -Confío en tu discreción

– Siempre

– De acuerdo Y en realidad, no estoy violando ninguna ley de segundad nacional

– ¿Te los dio alguien?

– ¿Te acuerdas de Kent Atkins, de París?

– Era un amigo

– Bueno, ahora está en Munich Jefe de estación Y se arriesgó mucho para conseguírmelos Lo menos que podía hacer era tomar la precaución de esconderlos de ladronzuelos y de otros que pudieran estar interesados

– Entonces, tengo que suponer que la Compañía no lo sabe

– Dudo de que lo hayan notado -dijo él y sacó una carpeta color marrón- Esto es de lo que está ocupándose Alex Truslow ¿Sabes algo de lo que estaba haciendo tu suegro antes de morir?

La lluvia estaba empezando a disminuir Moore había desplegado un grupo de archivos sobre una vieja mesa de roble cerca de las ventanas Tenían que ver con la desaparición de la kgb y de los servicios de inteligencia del bloque oriental el flujo permanente de secretos y de personal desde Moscú y Berlín y desde todas las ciudades de lo que una vez se llamó la Cortina de Hierro Había extractos de informes de oficiales de la kgb que intentaban vender secretos a cambio de protección en Occidente u ofrecían archivos a la venta, ya fuera a la cIa o a otras corporaciones del oeste Había cables decodificados que informaban sobre fragmentos de noticias en las oficinas de la kgb en todo el mundo y todo eso (me di cuenta con sólo darle una mirada) tenía un gran potencial explosivo

– Ya ves -dijo Moore con amabilidad-, hay bastante información Y te diré que no sé si parte de ella no debería haberse quedado enterrada en Lubyanka

– ¿Qué quieres decir con eso?

Él suspiró

– ¿Sabes qué es el Club de los Miércoles, verdad?

Yo asentí El Club de los Miércoles era un encuentro socialregular de hombres y mujeres que habían pasado por las filas de la cIa directores y directores de estación y demás que disfrutaban la compañía de otros como ellos y almorzaban juntos en un restaurante francés de Washington todos los miércoles Los más jóvenes en la Agencia lo llamaban el Club de los Fósiles

– Bueno, se habla mucho sobre lo que está saliendo de lo que era la Unión Soviética

¿Algo útil?

– ¿Útil? -Me miró con firmeza, como un buho, por sobre el marco de los anteojos. -¿Te parecería útil recibir pruebas documentales irrefutables de que la Unión Soviética arregló el asesinato de John F Kennedy?

Yo me quedé mirándolo por un momento y después sacudí la cabeza

– No creo que Oliver Stone se sintiera feliz con eso

Él dejó escapar una carcajada

– Pero por un segundo te lo creíste, ¿,eh?

– Conozco tu sentido del humor

Él rió unos momentos más y luego levantó los anteojos sobre la nariz

– Ya tuvimos generales de la Stasi y la kgb que trataron de vendernos información sobre agentes rusos en todo el mundo Nombres de personas que trabajaban para ellos

– Eso me parece importante

– Tal vez, en sentido histórico -dijo Moore, y se sacó los anteojos Se masajeó la nariz con un dedo -Pero, ¿a quién puede importarle saber quién era un viejo Rojo que cooperó» hace treinta años con un gobierno que ya no existe?

– Estoy seguro de que hay gente a la que le importa

– Sin duda A mí no me interesa Hace unos meses en uno de nuestros almuerzos de los miércoles oí una historia sobra, Vladimir Orlov. -El ex jefe de la kgb

– Más precisamente el último jefe de la kgb, antes de qua, la gente de Yeltsin la destruyera ¿Adónde te imaginas que puede ir un tipo así cuando le mueven el suelo que pisa?

¿A Paraguay, a Brasil?

Moore se rió

– El señor Orlov era inteligente No hizo nada semejante a quedarse cerca de su dacha en Moscú hasta que el gobierno ruso lo enviara a juicio por hacer su trabajo lo mejor posible Se fue al exilio

¿Pero dónde?

– Ese es el problema -Ed sacó un grupo de papeles abrochados, de la mesa y me lo entregó Era una fotocopia de un cable de un funcionario de la cIa en la estación de Zurich informando de la aparición de un tal Vladimir I Orlov, antiguo jefe de la kgb soviética, en un cafe de Sihlstrasse

El hombre estaba acompañado por Sheila McAdams, asístente ejecutiva del director de la cIa, Harrison Sinclair El cable tenía menos de un mes

– No estoy seguro de entender -dije

– Tres días antes de la muerte de Hal Sinclair, su asistente ejecutiva y bueno, espero no estar revelándote nada nuevo amante, Sheila McAdams, se encontró en Zúrich con el ex jefe de la kgb

– La cita parece haber sido cosa de Sinclair

– Seguramente estaban negociando algo

– Por supuesto -dijo Moore, impaciente- Al día siguiente, el nombre de Vladimir Orlov desapareció de todos los bancos de datos de la cIa, por lo menos de los accesibles a todos, excepto los que seguían a disposición de los cinco o seis funcionarios superiores Y luego, Orlov desapareció de Zurich No sabemos adonde fue Fue como si Orlov hubiera ayudado en algo a Hal a cambio de que él lo sacara de nuestros sonares, de nuestra vista Pero nunca sabremos lo que pasó Dos días después, Sheila murió asesinada en ese callejón de Georgetown Y al día siguiente, Hal murió en ese horrendo "accidente"

¿Y quién pudo haberlos matado?

– Eso, querido Ben, es exactamente lo que le gustaría saber a Alex Truslow -El fuego se estaba apagando, y Moore lo sacudió, distraído -Hay confusión en la Agencia Una confusión terrible Una terrible lucha por el poder

¿ Entre…

– Escúchame Europa está hecha un lío Inglaterra y Francia están muy mal, y Alemania está en medio de una depresión o algo así El fantasma de los elementos nacionalistas y sus guerras es…

– Sí, pero ¿qué tiene que ver eso con…

– Se dice -no es más que charla, eso es cierto, pero es charla entre jubilados de la Agencia de conexiones impecables- que ciertos elementos de la Agencia encontraron una forma de insinuarse en el caos de Europa

– Eso es demasiado vago, Ed

– Sí -dijo él, con una voz tan severa que me asustó- Ciertos elementos… insinuarse… y esas frasesitas que usamos cuando sabemos que todo es parte de un rumor Pero el punto es que los viejos, que deberían estar jugando al golf y disfrutando de sus martims secos, están muy asustados. Amigos míos que alguna vez dirigieron la organización hablan deenormes sumas de dinero que cambiaron de mano en Zúrich…

– ¿En pago a lo de Vladimir Orlov, quieres decir? -interrumpí-. ¿O es que él nos pagó a nosotros por la protección?

– ¡El dinero no es el punto! -Los dientes demasiado parejos de Ed eran de un color amarillo, demasiado amarillo.

– ¿Y cuál es el punto entonces? -le pregunté con amabilidad.

– Digamos que no empezamos a desenterrar lo que causa el olor a podrido, no todavía. Cuando lo hagamos, tal vez la cIa se una a la kgb en las cenizas de la historia.

Nos quedamos sentados un rato en silencio. Yo estaba a punto de preguntar: ¿Sería tan malo eso? cuando vi la expresión en la cara de Moore. Su rostro estaba pálido como la tiza.

– ¿Qué piensa Kent Atkins?

Se quedó callado medio minuto por lo menos.

– No lo sé, Ben. Kent está aterrorizado. Me preguntó a mí qué estaba sucediendo.


– ¿Y qué le dijiste?

– Que no importa lo que estén tratando de hacer los renegados de la Agencia en Europa, no va a ser sólo contra los europeos. Nosotros también estamos involucrados. El mundo entero está involucrado. Y tiemblo al pensar en el tipo de conflagración que puede producirse.

– ¿Qué quieres decir, específicamente?

Él no me prestó atención, sonrió una vez, una sonrisa pequeña y triste, y sacudió la cabeza.

– Mi padre murió a los noventa y uno, y mi madre a los ochenta y nueve. La longevidad es un rasgo típico en mi familia. Pero ninguno luchó en la Guerra Fría.

– No entiendo. ¿De qué tipo de conflagración estás hablando?

– En los últimos meses de su mandato, Ben, tu suegro estaba obsesionado con la idea de salvar a Rusia. Estaba convencido de que a menos que la cIa se lo tomara en serio y actuara pronto, las fuerzas de la reacción volverían a tomar Moscú. Y entonces, la Guerra Fría sería un dulce recuerdo. Tal vez estaba muy metido en algo cuando murió. -Apretó el puño pequeño y manchado, y lo apoyó un momento contra sus labios tensos. -Corremos riesgos los que trabajamos para la cIa. La tasa de suicidios es muy alta, como bien sabes.

Asentí.

– Y aunque es raro que alguien muera en la línea de fuego, a veces pasa. -Su voz se suavizó un tanto. -Eso también lo sabes.-¿Tienes miedo de que te maten?

Otra sonrisa, un movimiento de cabeza.

– Ya estoy cerca de los ochenta. No pienso vivir el resto de mis años con un guardia armado junto a la cama. Eso, suponiendo que me dieran uno. No veo ninguna razón para vivir enjaulado.

– ¿Te amenazaron?

– No, para nada. Son los esquemas que veo los que me preocupan.

– ¿Esquemas…?

– Dime, ¿quién sabía que venías a verme?

– Molly.

– ¿Nadie más?

– Nadie.

– Pero, claro, está el teléfono.

Lo miré con cuidado, preguntándome si la paranoia lo estaría dominando como a James Angleton en sus últimos años. Moore me miró y al parecer leyó mis pensamientos.

– No te preocupes por mí, Ben. Tengo todos los tornillos puestos. Y tal vez me equivoque en mis sospechas. Si algo me pasa, es porque tenía que pasarme. Pero creo que tengo derecho a estar asustado.

Yo nunca lo había visto verdaderamente asustado y ese miedo tranquilo me ponía muy nervioso.

– Creo que estás exagerando -fue lo único que conseguí decir.

Él sonrió despacio, con tristeza.

– Tal vez. Tal vez no. -Buscó un gran sobre de papel marrón y me lo pasó por encima de la mesa. -Un amigo… o, mejor dicho, el amigo de un amigo… me mandó esto.

Abrí el sobre y saqué una fotografía en colores sobre papel brillante.

Me llevó unos segundos reconocer la cara, pero apenas lo hice, me dieron ganas de vomitar.

– Dios mío -dije. Estaba horrorizado.

– Lo lamento, Ben. Pero tenías que saberlo. Esta fotografía aclara todas las dudas sobre cómo murió Hal Sinclair.

Yo lo miré confundido, mareado.

– Tal vez Alex Truslow -me dijo- sea la última oportunidad que tiene nuestra Compañía. Es valiente y está tratando de limpiar a la cIa de todo esto, de este… cáncer, digamos, que la aflige.

– ¿Te parece que las cosas son así realmente?

Moore miró el reflejo de la habitación en los paneles oscuros de las ventanas. Tenía los ojos fijos en alguna parte, muy lejos.

– Hace muchos años, Alex y yo éramos analistas jóvenes en Langley y teníamos un supervisor que sabíamos que estaba manipulando una misión, exagerando mucho el peligro que representaba un grupo de extrema izquierda italiano, para poder conseguir el doble de presupuesto para sus operaciones. Alex lo llamó, y se lo dijo. El tipo tenía pelotas. Alex tenía una clase de integridad que parecía fuera de lugar, casi extraña, en un lugar tan cínico como la Agencia. Me acuerdo de que su abuelo era un ministro presbiteriano de Connecticut de quien él debe de haber heredado ese tipo de empecinamiento ético. Y… ¿sabes algo? La gente lo respeta por eso.

Moore se sacó los anteojos, cerró los ojos, y se los masajeó.

– El problema es que no sé si queda alguien más como él hoy en día. Y si lo matan como a Hal Sinclair… bueno, ¿quién sabe lo que puede pasar?

4

No me fui a la cama hasta después de medianoche. Era demasiado tarde para tomar el último avión de vuelta a Logan, y Moore no quería saber nada de que me quedara en un hotel, sobre todo con las muchas habitaciones vacías que había en su casa ahora que sus hijos se habían ido. Así que pasé la noche en su habitación de huéspedes en el segundo piso, y puse el reloj despertador para las seis de la mañana para llegar a la oficina lo suficientemente temprano.

Una hora después, me senté de pronto en la cama, con el corazón en la boca y encendí la lámpara de la mesa de noche. La fotografía todavía estaba allí. Me dije que Molly no debería verla nunca. Me levanté de la cama y bajo la luz amarilla y brillante de la lámpara, la coloqué dentro del sobre y la metí en un compartimiento lateral del maletín.

Apagué la luz, di vueltas y vueltas en la cama hasta que finalmente me rendí y volví a encender la luz. No podía dormir. En general, evito los sedantes, en parte por mi entrenamiento en la Agencia (uno siempre tiene que estar dispuesto a saltar de la cama en un instante) y en parte porque, como abogado especialista en propiedad intelectual, lo peor que puede pasarme durante el día es tener el dolor de cabeza y el sopor que vienen después del sueño inducido por drogas.

Así que encendí el televisor y busqué algo lo suficientemente soporífero, c-span generalmente sirve para dormirme. En la cnn había un programa de noticias con el nombre de Alemania en crisis. Tres periodistas discutían la situación alemana, la caída del mercado de valores alemán, y las manifestaciones neonazis. Todos parecían estar de acuerdo en que Alemania estaba en peligro inminente de sucumbir ante otra dictadura, lo cual sería muy peligroso para el mundo. Y, como eran periodistas, parecían seguros de lo que decían.

A uno de ellos lo reconocí inmediatamente.

Era Miles Preston, corresponsal británico. De mejillas enrojecidas, inteligencia brillante y (a diferencia de muchos ingleses que conozco) fanático de la buena salud y el cuerpo bien mantenido Lo había conocido en mis primeros días en la Agencia Era excelente en lo suyo, estaba maravillosamente bien informado y sus conexiones eran impresionantes Yo siempre escuchaba con mucho cuidado todo lo que tenía que decir

– Creo que hay que llamar a las cosas por su nombre -estaba diciendo desde el estudio de la cnn en Washington- Los así llamados neonazis, los que están detrás de toda esta violencia, son viejos nazis y sólo eso Creo que hace mucho que esperan este momento histórico Finalmente, después de todos estos años, hay un mercado de valores unido, la Deutsche Borse, y miren lo que pasa se desploma completamente, ¿no es cierto''

Lo había conocido durante mi misión en Leipzig, cuando acababa de graduarme en la Granja Estaba solo Laura había vuelto a casa en Reston, Virginia, a tratar de vender nuestra casa para unírseme en Europa Estaba sentado a solas en el Thüringer Hof de la Burgstrasse, una cervecería pequeña y agradable en Altstadt, y seguramente tenia aspecto de desdichado con mi gran balón de cerveza entre las manos

Noté a alguien de pie junto a mi mesa, obviamente un occidental

– Parece aburrido -dijo el hombre con acento británico

– No, para nada -dije- Con suficiente cerveza en el cuerpo, todo el mundo resulta interesante

– En ese caso -dijo Miles Preston-, ¿le molesta si me siento con usted?

Yo me encogí de hombros Él se sentó a mi mesa y dijo

– ¿Estadounidense? ¿Diplomático o algo así?

– Del Departamento de Estado -contesté Me hacía pasar por agregado comercial

– Yo soy del Economist ¿Hace mucho que está aquí?

– Un mes, más o menos -dije

– Y no ve la hora de irse, supongo

– Estoy empezando a cansarme de los alemanes

– Por más cerveza que tome -agregó Preston- ¿Cuánto tiempo le falta para volver a casa?

– Un par de semanas Después, París Y tengo ganas de ir allí Siempre me gustaron los franceses

– Ah -dijo él- Pero en realidad, los franceses son alemanes con mejor comida

Nos entendimos, nos seguimos viendo para tomar un trago o cenar hasta que me transfirieron a París El parecía creer en mi disfraz de Departamento de Estado, por lo menos no lo cuestionaba Tal vez sospechaba que estaba con la Agencia, pero no lo sé En una o dos oportunidades cuando estaba cenando con los amigos de la cIa en el Auerbachs Keller, uno de los pocos restaurantes decentes de la ciudad, muy popular entre los extranjeros, entró por la puerta y me vio, pero no se me acercó Tal vez intuyó que yo no quena presentarlo Eso era algo que me gustaba de él periodista o no, nunca trataba de forzar a la gente a decirle cosas ni hacia preguntas impertinentes acerca de lo que yo estaba realmente haciendo en Leipzig Era sincero hasta la brutalidad -lo cual era fuente de mucho humor entre los dos-, pero al mismo tiempo era capaz de demostrar un tacto extraordinario Los dos estábamos en el mismo tipo de trabajo, razón por la cual me sentía bien con el los dos buscábamos y recogíamos información La única diferencia era que yo lo hacia del lado más sombrío y peligroso de la calle

Ahora, que lo miraba en la televisión de la casa de Ed, levante el teléfono Eran más de la una y media de la mañana pero alguien contestó en la oficina de la CNN en Washington, sin duda un residente joven que me dio la información que yo estaba necesitando

Nos encontramos a la mañana siguiente, muy temprano, y desayunamos juntos en el Mayflower. Miles Preston estaba alegre y encantador como siempre

¿Te volviste a casar? -me preguntó después de la segunda taza de café- Lo que le pasó a Laura en París No sé como sobreviviste a eso

– Sí -lo interrumpí- Mi mujer se llama Martha Sinclair. Pediatra

– ¿Doctora, en? Eso es problemático, Ben Una esposa debería tener apenas la inteligencia suficiente como para entender la inteligencia de su esposo, y la estupidez suficiente como para admirarla

– Tal vez Molly sea demasiado inteligente para mi ¿Y tú, Miles? Creo recordar que siempre tenias toda una fila de mujeres detrás de ti

– Nunca me animé a dar el mal paso En fin, ojala se pudiera caer en los brazos de una mujer sin caer en sus garras, ¿no? -Rio bajito e hizo un gesto al camarero para que trajera la tercera taza -Sinclair -murmuró-, Sinclair ¿te casaste con la hija del propietario del Negocio de la Compañía? ¿Es la hija de Harrison Sinclair? Espero que no

– Es ella

– Entonces, tienes mis condolencias ¿Lo lo mataron, Ben?

– Sutil como siempre. Miles ¿Por qué preguntas?

– Lo lamento Perdóname Pero en mi profesión, no puedo pasar por alto ciertos rumores

– Bueno, yo esperaba que pudieras ayudarme tu a mi -le dije- No sé si lo asesinaron o no Pero tú no eres el primero en sugerirlo Y para mí no tiene sentido mi suegro no tenía enemigos personales Por lo menos, que yo sepa

– Pero no tienes que pensar en términos personales Piensa en términos políticos

– ¿En qué sentido?

– Harrison Sinclair era un conocido fanático de la idea de ayudar a Rusia

– Mucha gente no quiere eso

– De acuerdo -dije- Muchos estadounidenses no quieren tirarle dinero a los rusos, buen dinero y todo lo demás Especialmente en un momento de dificultades financieras globales

– No hablaba de eso Hay gente no, digamos fuerzas, Ben, que quieren el colapso total de Rusia

– ¿Qué tipo de fuerzas?

– Piensa en esto Europa del Este es un desastre Está llena de valiosos recursos naturales y de disidentes Muchos europeos del Este olvidaron ya el estalinismo y quieren la dictadura otra vez. Así que la cosa está lista para la cosecha ¿No fue Voltaire el que dijo "El mundo es un vasto templo dedicado a la Discordia'"?

– No entiendo del todo

Alemania, hombre, Alemania La ola del futuro Estamos a punto de ver el nacimiento de una nueva dictadura alemana Y no va a ser accidental, Ben Hace mucho tiempo que la planifican Y para esos planes, la idea de una Rusia fuerte es la peor de las posibilidades Tienes que acordarte de la forma en que la rivalidad Alemania-Rusia moldeó gran parte de la historia de Europa en este siglo, sobre todo las dos guerras mundiales Una Rusia débil asegura una Alemania fuerte Tal vez, no digo más que tal vez, tu suegro, que siempre apoyo la idea de una Rusia fuerte y democrática, se les metió en el camino A proposito, ¿quién está designado para reemplazarlo?

– Truslow

– Mmmm ¿Un duro, no es cierto, el tal Alex? No exactamente un favorito de la vieja guardia No me sorprendería que se resbalara él también Bueno, tengo que ir a jugar al squash Soy soltero ya me entiendes, tengo que estar en forma Las damas de tu país están cada vez más exigentes

Una hora después en el Aeropuerto Nacional, mientras esperaba el taxi aéreo a Boston, dejé un mensaje en la oficina de Alexander Truslow, en el que aceptaba una reunión.

5

El taxi, un viejo taxi con una manija menos en la puerta derecha, manejado por un hombre que casi parecía psicótico, se detuvo en el edificio de mis oficinas a las nueve menos cuarto Yo había tomado un taxi a casa desde el aeropuerto, me había cambiado de ropa -Molly no había vuelto del trabajo-, y luego había ido directo a Putnam amp; Stearns Apenas quince minutos tarde

Darlene me miró con furia y dijo

– Tenía una llamada en conferencia telefónica a las nueve, ¿se acuerda?

– Me atrasé en Washington -le dije- Negocios ¿Podrías llamar y pedir disculpas y conseguir otro horario?

¿Y Sachs? Lo esperó casi media hora

– Mierda ¿Me consigues su número? Yo mismo lo llamo

– Además -agregó mientras me alcanzaba un papelito rosado-, llamó Molly Dijo que es urgente

Me pregunte qué podía ser tan urgente Molly nunca me llamaba a esa hora, a esa hora siempre estaba en el hospital

– Gracias -dije y entré en la oficina, pasé junto a las enormes Muñecas Big Baby y me dejé caer en mi sillón de cuero Me quedé ahí un rato pensando si debía pedirle a Darlene que arreglara lo de la conferencia telefónica inmediatamente, pero en lugar de eso marqué el número de Molly Nada Le dejé un mensaje

Tenía bastante trabajo que hacer, y mi retraso había empeorado las cosas, pero no estaba en condiciones de concentrarme en leyes de patentes Levanté el tubo para comunicarme con la oficina de Bill Stearns, pero luego cambié de opinión, y colgué. Mi encuentro con Truslow había sido arreglado para la mañana siguiente De todos modos, Stearns seguramente ya lo sabría

Tengo una de esas esculturas fabricadas con alfileres que son imposibles de describir a menos que uno las haya visto antes Se las llama "juguete de ejecutivos" Hice una impresión de mi puño con miles de alfileres, luego admiré la escultura tridimensional durante un rato Mi otro juguete de ejecutivo es un aro de basquet electrónico, montado en un elegante tablero de acrílico, colgado en la pared del otro lado del escritorio. Arrojé una pelota de cuero blanca y negra contra el aro y emboqué El aro chilló con una voz febril y electrónica:

– ¡Buen tiro! -Luego dejó escapar los hurras de una multitud enfervorizada Muy fuera de lugar en una firma de lujo como Putnam amp; Stearns

– De nada -le respondí

Diez minutos más, y nada de Molly

Hubo un sonido suave en la puerta y entro Bill Stearns, con sus anteojos de lectura a lo Benjamín Frankhn

– Voy a ver a Truslow -le dije

Me detuve, lo miré fijo y sentí que se me cortaba el aliento

– Alex se alegrará mucho, te lo aseguro

Yo dejé escapar el aire

– Eso está muy bien. Pero todavía no me decidí Lo único que hice fue aceptar la reunión.

El arqueó las cejas, levemente y con gesto de intriga

– ¿Cuánto dinero sería esto para la firma? -pregunté

Él me lo dijo

– Y yo no vería mi parte hasta fin de año, cuando se calculen los beneficios, ¿verdad?

Ahora el ceño se le frunció todavía más

– ¿Qué quieres decir con eso, Ben?

– Truslow quiere que lo represente y tú también Y da la casualidad de que yo necesito un poco de dinero en efectivo.

– ¿Entonces?

– Quiero que me pague a mí, directamente Desde el principio

Stearns se sacó los anteojos, los doblo con un movimiento de muñeca y los puso en el bolsillo superior del chaleco

– Ben, eso es muy…

– Pero puede hacerse Yo voy a ver a Truslow, firmo con él, y él transfiere el monto de seis cifras que me corresponde directamente a mi cuenta. Si es así, hacemos trato

Stearns dudó un momento y después, me dio la mano

– Hijo de puta. A veces me olvido de lo duro que eres para estas cosas De acuerdo, Ben. Trato hecho -Se dio vuelta como para irse, después volvió -¿Qué te hizo cambiar de idea? -Él volvió a mi oficina, se sentó con comodidad en uno de los sillones "de los clientes" y cruzó las piernas

– Podría ganar unos puntos contigo y decirte que fueron tus poderes de persuasión.

Él sonrió.

– ¿O que?

– Creo que quiero los puntos así que eso es lo que voy a decirte -contesté, sonriendo también Apreté la palma sobre la escultura de alfileres y creé una réplica tridimensional de mi mano -Escucha -dije después de un momento, cuando Stearns ya se iba-, hablé con alguien de la Agencia anoche.

Stearns asintió, mirando al espacio sin decir nada.

– Estuvo investigando la muerte de Harrison Sinclair.

Él parpadeó unas cuantas veces y preguntó

– Cree que tuvo algo que ver con la kgb

Se frotó los ojos con las dos manos y gimió

– Los viejos guerreros de la Guerra Fría no se olvidan con facilidad de sus ilusiones, ¿no te parece? La kgb, el Imperio del Mal, fueron grandes villanos, no hay duda De primera. Pero ya hace años que la kgb no existe Y cuando existía, no mandaban asesinos a matar a directores de la cIa.

Yo pensé en mostrarle la foto que me había dado Ed Moore, pero justo en ese momento sonó el teléfono

– Es Molly -dijo la voz de Darlene, metálica y chata

Yo apreté el botón y atendí inmediatamente

– Molly -empecé a decir…

Estaba llorando, las palabras confusas, casi indescifrables.

– Ben…algo terrible…

Corrí al corredor, mientras me ponía la chaqueta Pasé junto a Bill Stearns, inmerso en una conversación con Jacobson, un nuevo socio brillante. Stearns levantó la vista para mirarme y era una mirada rápida, penetrante, una mirada informada.

Casi como si…, como si supiera.

6

Hace mil años, me parece, pasé seis meses de entrenamiento básico para la cIa en la "Granja" -Campo Peary, Virginia- donde aprendí de todo, desde cómo hacer un documento falso a cómo pilotear una avioneta pasando por cómo apuntar desde un auto en movimiento Uno de mis instructores dijo una vez, al pasar, que aprenderíamos tan bien las artes negras del espía que con el tiempo se volverían automáticas, casi instintivas para nosotros. No importa lo que pudiera pasarnos ni la sorpresa de tal o cual momento, años más tarde nuestros cuerpos sabrían cómo reaccionar una fracción de segundo antes que nuestras mentes. Yo no le creí después de mis años de abogado, mis instintos tenían que haber desaparecido, estaba seguro.

Estacioné el Acura, no en nuestro lugar detrás del edificio sino a una cuadra y media, en la avenida Commonwealth.

¿Por qué? Instinto, supongo, las costumbres profundas de mis tiempos de trabajo de campo

Molly había descubierto algo que la había perturbado mucho, algo que no podía decirme por teléfono Eso era todo, pero…

Corrí por el callejón que pasaba por detrás de nuestra cuadra de casas unidas, me acerqué a la entrada postenor de nuestra casa y me detuve en la puerta para buscar la llave Después, más tranquilo, entré y me deslicé sin ruido por las escaleras de servicio

Los ruidos normales de la casa, nada más El tictac de la calefacción en los caños, la heladera encendiéndose y apagándose, el zumbido de miles de objetos mecánicos

Ansioso, el cuerpo en tensión, entré en la habitación estrecha y larga que alguna vez sería nuestra biblioteca pero que por ahora estaba vacía Los estantes que cubrían las paredes estaban vacíos, la pintura, no del todo seca un día después del trabajo de Frank, el pintor encargado.

Estaba a punto de cruzar hacia la escalera para subir al dormitorio cuando noté algo por el rabillo del ojo.

Molly y yo habíamos apilado los libros por temas en esa habitación, los queríamos así, listos para subir a los estantesapenas los hubieran terminado Estaban en pilas ordenadas contra una pared, cubiertos por una tela plástica Junto a ellos, cubiertos también por la tela, estaban los cajones de roble que yo había terminado hacía unos años, con nuestros archivos personales.

Alguien había estado revisándolos

Habían buscado algo allí Eran expertos, pero el movimiento se notaba Quien quiera que fuese había levantado las telas de plástico y las había vuelto a poner en su lugar, pero mal Ahora tenían la parte manchada de pintura hacia adentro y no hacia fuera.

Me acerqué.

Los libros, que seguían en pilas, no estaban en el mismo orden Pero no parecía que se hubieran llevado nada la copia firmada de El Oficio de la Inteligencia de Allen Dulles todavía estaba allí Cuando miré un poco más de cerca, me di cuenta de que los archivos estaban en un orden completamente distinto, con algunos índices al revés Los archivos de medicina de Molly estaban donde habían estado los míos, los legales Todo había sufrido algún cambio, aunque fuera leve.

Pero no faltaba nada, por lo menos a primera vista Sólo cambios.

Habían querido que lo notara.

Alguien había estado en mi casa, había revisado mis cosas Las había puesto en un lugar distinto, deliberadamente Para que yo me diera cuenta. Como… ¿Como qué? ¿Una advertencia?

Con el corazón en la boca, me apresuré a subir las escaleras y encontré a Molly en el dormitorio, enroscada en posición fetal, en el centro de nuestra cama de dos plazas y media Todavía tenía puesta la ropa de trabajo del hospital -una falda gris tableada, un suéter de cachemira color salmón-, pero el cabello, que siempre llevaba recogido hacia atrás, estaba todo desarreglado Noté que tenia puesto el camafeo que le había dado su padre Antes había sido de su madre y había pasado de generación en generación entre los Sinclair y los Evans. Creo que ella pensaba que le daba suerte

– ¿Amor?

Me le acerque Tenía las mejillas manchadas de nmmel. Había estado llorando mucho tiempo.

Le toqué la nuca, húmeda y caliente

– ¿Qué pasó? -le pregunté- ¿Qué?

Tenia el sobre de papel marrón apretado contra el pecho

¿ De dónde sacaste eso"?

Le temblaba la voz, le temblaba el cuerpo, apenas si podía hablar-Tu maletín -contestó- Donde tienes las boletas de impuestos y todo eso Yo buscaba la del teléfono

Con una horrible sensación de culpa, recordé que había cambiado de maletín a la mañana. Ella abrió los ojos, enrojecidos

– Me fui temprano del trabajo, gracias a Burton, y decidí hacer algo -dijo, la voz confusa- No podía dormir Demasiada excitación Quise adelantar el pago de las cuentas y no encontraba la del teléfono Miré en tu maletín

Yo tenía en la mano la fotografía del padre de Molly, después de su muerte

Había tratado de protegerla todo lo posible de los detalles horribles de la muerte de su padre El cuerpo de Harry Sinclair estaba tan horrendamente quemado que ni siquiera se pensó en un ataúd abierto Además de la terrible mutilación causada por la explosión del tanque de nafta, tenia el cuello casi partido (por el accidente, me había explicado el forense) No vi razón para que Molly viera asi a su padre, tanto ella como yo preferíamos que lo recordara tal como lo había visto por última vez lleno de vigor y fuerza y vida Me acuerdo de haber llorado en la morgue, en Washington, cuando vi lo que quedaba de mi suegro Molly no tenía por qué pasar por eso

Pero ella insistió Era médica, dijo Había visto mutilaciones Claro que es diterente cuando se trata del padre de uno, y cuando lo vio, la escena fue traumática para ella, de eso no había duda alguna A pesar de los daños, logró identificar el cuerpo señalando el viejo tatuaje azul de un corazón sobre el hombro izquierdo (que había adquirido en una noche de borrachera en Honolulú durante su servicio en la Segunda Guerra Mundial), su anillo de la universidad, el lunar en el mentón Y después, se dejo caer en el abismo, se hizo pedazos.

La fotografía que me había dado Ed Moore estaba tomada después de la muerte de Hal, pero antes del accidente de auto Era una prueba del asesinato

Era una imagen del cuello y los hombros para arriba Ahí estaba Hal Sinclair, los ojos abiertos de par en par, como indignados Los labios, extremadamente pálidos, apenas entreabiertos, como si estuviera a punto de decir algo

Pero no había duda alguna de que estaba muerto.

Justo debajo de la mandíbula, de oreja a oreja, había una sonrisa enorme, abierta, espantosa, de la cual sobresalía un poco de tejido rojo y amarillo

El cuello de Sinclair estaba partido de lado a lado, las dos carótidas Yo conocía bien el procedimiento nos habían enseñado a reconocerlo con una sola mirada La herida se lograba con un solo corte rápido que hacía perder súbitamente la presión arterial y dejaba sin sangre al cerebro en menos de un segundo

Para la víctima, era como si alguien hubiera cerrado una canilla Sucumbía instantáneamente

Le habían hecho eso, habían asesinado a Hal Sinclair Por alguna razón incomprensible, le habían sacado una foto, y después lo habían metido en un auto y

¿Quiénes?

Yo sabía quiénes eran, por supuesto

En el negocio, esa herida era lo que se llama una "firma", o "huella dactilar", un tipo de asesinato preferido por un grupo o una organización en particular

El corte de carótida a carótida era la especialidad del antiguo servicio de inteligencia de Alemania del Este, el Ministerium für Staatssicherheit, también conocido como el Staatssicherheitsdiens.

Stasi.

Esa forma de ejecutar era su firma, y esa fotografía, su carta de presentación.

Pero era la carta de presentación de un servicio de inteligencia que ya no existía.

7

Molly lloraba en silencio, los hombros temblorosos, y yo la sostenía. Le besé la nuca, le hablé en voz baja.

– Molly, lamento que la vieras.

Ella tomó una almohada con los puños, se la hundió en la cara, ahogando sus palabras.

– Es una pesadilla. Lo que le hicieron.

– Los van a atrapar, Molly, sí, no importa quiénes sean. Casi siempre los atrapan. Sé que eso no te consuela… -Yo no creía en lo que estaba diciendo, pero Molly necesitaba seguridad. No le conté mis sospechas, no le dije que pensaba que alguien había estado en la casa.

Ella se volvió, los ojos escudriñando mi rostro. El corazón se me apretó en el pecho.

– ¿Quién podría hacer eso, Ben? ¿Quién?

– Todos los que tienen puestos públicos son vulnerables. Hay locos. Especialmente si estás en un puesto tan especial como el de director de la CIA.

– Pero… ¿entonces lo mataron antes, verdad?

– Molly, tú hablaste con él la mañana del día en que lo mataron.

Ella buscó un pañuelo, se sonó la nariz.

– Esa mañana, sí.

– Dijiste que la conversación fue de lo más normal.

Ella sacudió la cabeza.

– Me acuerdo -contestó-. Se quejó de un problema de lucha de poder en la Agencia, algo interno, dijo que no podía explicarme mucho. Pero eso es normal. Siempre le pareció que la CIA era muy difícil de dominar. Creo que quería desahogarse, relajarse, pero como siempre, no dijo nada específico. No podía.

– Sigue.

– Bueno, es que no hay mucho más… Suspiró, dijo… no, más bien cantó: "Los tontos irrumpen donde los nombres sabios nunca pisan", con toda la voz, esa voz desafinada.

– Una canción de Sinatra, ¿no?Asintió una vez, apretó los labios.

– Su favorita. Odiaba a Sinatra, pero le encantaba su música. No hablo de emoción profunda pero… De todos modos, me la cantaba siempre cuando me llevaba a la cama.

Me levanté, fui hasta el espejo, me arreglé la corbata.

– ¿Te vas a la oficina, Ben?

– Sí. Lo lamento.

– Tengo miedo.

– Sí, claro. Yo también, un poco. Llámame. Todas las veces que quieras.

– Vas a trabajar para Alex Truslow, ¿verdad?

Yo me tiré de las solapas para acomodarlas, me pasé un peine por el cabello, no le contesté.

– Después hablamos.

Ella me miró, una mirada extraña, como si estuviera tratando de tomar una decisión y finalmente dijo:

– ¿Cómo es que nunca hablas de Laura?

– No qui… -empecé a decir.

– No. Escúchame. Sé lo doloroso que es, sé que es intolerable. Lo sé. No quiero sacar a la luz nada de eso. En serio. Pero ahora que le pasó esto a papá… Bueno, Ben, quisiera saber si la decisión de trabajar con Truslow tiene algo que ver con la muerte de Laura, con algún tipo de intento de rectificar las cosas o algo parecido…

– Molly -dije, con la voz muy tranquila, y con tono de advertencia-. No.

– De acuerdo. Lo lamento.

Ella tenía algo en mente, claro, pero en ese entonces, yo no lo percibí.


Ese día no pude dejar de pensar en Harrison Sinclair. Uno de mis primeros recuerdos de él era un momento en que me había contado un chiste verde.

Era un hombre elegante, alto, flaco, con una cabeza poderosa, cubierta de cabellos blancos, obviamente un atleta en su juventud (había sido remero en Amherst). Hal Sinclair era un hombre fácil de tratar, encantador, al mismo tiempo digno y juguetón.

En ese momento, yo estaba en la preparatoria, uno de sólo tres estudiantes de Harvard presentes (y el único no recibido) en un seminario del mit sobre armas nucleares. Un lunes de mañana, entré en el aula del seminario y vi que había un visitante, un hombre mayor, alto, bien vestido. Estaba sentado allí en la mesa de conferencias, grande y oval, escuchando sin decir nada. Supuse (lo cual era cierto) que era un amigo del profesor Solo mucho mas tarde supe que Hal, que ocupaba en ese momento el tercer lugar en la cía estaba en Boston coordinando una operación de espionaje para lo que se llamaba la Cortina de Hierro para la cual necesitaba miembros del Mir

Esa tarde yo tenia que presentar un trabajo de investigación que había hecho sobre una política de armas nucleares en los Estados Unidos que me parecía una falacia: el dema, Destrucción Mutua Asegurada. Me acuerdo de que era un intento de estudiante, no mucho mas. Al final de todo, decía algo tonto como que el dema era "DEMencia". En realidad, para ser justo conmigo mismo, estaba bastante bien como trabajo de investigación sobre la estrategia nuclear soviética y estadounidense tal como aparece en las fuentes públicas

Más tarde, el visitante distinguido se presentó, me dio la mano y me dijo que estaba muy impresionado Nos quedamos un rato hablando y el hombre hizo una broma muy graciosa y muy subida de tono sobre las armas nucleares, nada menos Entonces, noté que mi amiga Molly Sinclair estaba parada en la puerta del aula. Nos dijimos hola, sorprendidos de vernos fuera de Harvard

Hal nos llevo a almorzar a la Maison Robert en la calle School, en la ciudad vieja (Molly y yo cenamos allí juntos solo una vez desde entonces el día que le propuse matrimonio. Su respuesta fue que lo pensaría) Hubo mucha bebida, muchas risas Hal hizo otra broma subida de tono y Molly se sonrojo.

– Ustedes dos deberían estar juntos -le dijo él a Molly en voz baja, pero no tan baja como para que yo no lo escuchara- Es un buen tipo.

Ella se puso todavía mas colorada, casi escarlata.

Los dos nos sentíamos atraídos, pero no pasaría nada de lo que había insinuado Hal sino hasta muchos años después.


– Me alegro de verlo -dijo Alexander Truslow. El, Bill Stearns y yo estábamos sentados a una mesa en el Ritz-Carlton al día siguiente -Pero tengo que confesar que estoy un poco sorprendido. Cuando nos conocimos en el funeral de Hal, creí sentir una gran falta de ínteres de su parte.

Truslow usaba otro de sus trajes elegantes, un poco arrugado como siempre. Lo único totalmente a tono era el corbatín, chico, prolijo, azul marino y bien atado Yo tenia puesto mi mejor traje, uno de color gris oliva de Andover, el negocio de Harvard Square. Supongo que quería impresionar al viejo.

El me miró con los ojos tristes, mientras untaba un poco de manteca en el pan-Supongo que usted conoce mi breve carrera en inteligencia -dije.

Él asintió.

– Bill me la contó Entiendo que hubo una tragedia. Y que usted fue exonerado

– Eso me dicen, sí -murmuré.

– Pero fue un momento terrible, un momento que lo asustó mucho,supongo.

– No hablo mucho de esos tiempos -dije.

– Lo lamento. Esa es la razón por la que dejó la Compañía, ¿verdad?

– Esa es la razón -lo corregí- por la que dejé totalmente esa línea de trabajo Para siempre Y le hice una solemne promesa a mi esposa.

El apoyo el pan sobre la mesa sin morderlo.

– Y a usted mismo.

– Correcto.

– Entonces, tenemos que hablar con franqueza. ¿Está usted familiarizado con lo que hace mi compañía?

– Vagamente -contesté.

– Bueno, somos una firma de consultoría internacional Supongo que esa es la mejor manera de definirla Uno de nuestros clientes, estoy seguro de que usted lo sabe, es el lugar donde usted trabajo antes.

– Que necesita mucha asesoría, estoy seguro -dije.

Truslow se encogió de hombros, sonrió.

– Sin duda. Espero que entienda que ahora estamos hablando dentro de los limites del privilegio abogado-cliente.

Yo asentí y entonces, él siguió hablando.

– Por varias razones, a veces quieren la ayuda de una firma localizada fuera del Beltway. No se por que razón, tal vez porque estuve tanto tiempo en la Agencia que podría decirse que ya casi era parte de los muebles, los poderes de Langley me confian un trabajo de tanto en tanto.

Yo tome un pancito, frío ya, y lo mordí. Noté que el evitaba cuidadosamente la palabra CIA

– Ah, vamos -dijo Stearns, poniéndole una mano en el hombro- Esa modestia es ridicula -Ahora, dirigiéndose a mi, agregó -Sabes que Alex esta en la lista para llegar a director.

– Lo sé -dije.

– Tiene que haber una falta muy grande de candidatos con capacidad. -dijo Truslow- Ya veremos. Como le decía, Truslow y Asociados está comprometida en una serie de proyectos que por alguna razón Langley prefiere no ocuparse directamente

– Ya saben lo molesta que es la vigilancia del Congreso, y todas esas cosas, para las tareas de inteligencia -interrumpió Stearns- Especialmente hoy en día, con lo de los rusos fuera de escena.

Yo sonreí por compromiso Esa era una conversación muy común entre miembros de la Agencia, sobre todo entre los que querían que la CIA quedara libre para hacer lo que quisiera, fuera lo que fuera usar cigarros explosivos para matar a Fidel o asesinar a dictadores del tercer mundo.

– De acuerdo -dijo Truslow, bajando la voz- Lo "de los rusos", como le dice Bill, la caída de la Unión Soviética, creó un numero de problemas únicos para nosotros.

– Claro -dije- Sin enemigos, ¿para qué sirve la CIA? Y además, ¿quien necesita a la Corporación''

– No es así -aclaró él- Hay muchos enemigos, y por desgracia siempre necesitaremos una CIA. Una CIA reformada, mejor. Tal vez en este momento el Congreso no se dé cuenta, pero con el tiempo, creo que lo harán. Y como ya saben, la CIA está equipándose de nuevo, concentrándose mucho más en el espionaje industrial y económico Defender a las compañías estadounidenses de los países extranjeros que tratan de robarles sus secretos industriales Ahí es donde van a pelearse las batallas del futuro ¿Sabe que poco antes de su muerte, Harrison Sinclair estableció contacto con el ultimo jefe de la kgb?

– A través de Sheila McAdams -dije

Él hizo una pausa, el mentón levantado, sorprendido.

– Correcto. Pero aparentemente Hal también estaba en Suiza Él y ella se encontraron con Orlov. Piense en los últimos estertores del imperio soviético el golpe de Estado fracasado de agosto de 1991 En ese punto, la vieja guardia supo que el juego había terminado La burocracia del Partido Comunista estaba destrozada, el Ejército Rojo se había dado vuelta y apoyaba a Yeltsin, que parecía la única esperanza posible de preservar a Rusia Y la kgb…

– Que -interrumpí- estaba detrás del golpe.

– Sí Lo dirigió, lo preparó, aunque no pueden estar orgullosos de la forma en que salió. La kgb sabía que en semanas, tal vez meses, iban a cerrarla Y fue en ese punto que la Agencia empezó a vigilar Lubyanka con cuidado Para ver si aceptaría su sentencia de muerte…

– …o trataría de defenderse -completé

– Bien dicho -dijo Truslow- De todos modos, fue en ese punto que la Agencia empezó a detectar un gran uso de valijas "diplomáticas", bolsas de correo y cajas de cartón para ser exactos, que se movían de Moscú hacia la embajada soviética en Ginebra El receptor, el que las requería, era el jefe de la estación suiza de la kgb.

– Si me perdonan -dijo Stearns y se puso de pie- Tengo que volver a la oficina -Apretó la mano de Truslow y se fue. Ahora estábamos llegando al punto, supuse.

– ¿Sabemos qué había en esos cargamentos?

– En realidad, no -dijo Truslow- Algo bastante valioso, supongo.

– Y por eso quiere mi ayuda.

Truslow asintió Finalmente comió algo del pan.

– ¿Cómo, exactamente?

– Investigación.

Me quedé callado un momento Pensando.

¿Por que yo?

– Porque… -Bajó la voz y continuó diciendo -Porque no puedo no puedo confiar en los chicos de Langley. Necesito alguien de afuera, alguien que conozca la forma de actuar de la Agencia y no este relacionado con ella -Se detuvo durante un rato, como si estuviera preguntándose hasta dónde podía llegar con su franqueza. Finalmente se encogió de hombros y dijo -Estoy en un brete dentro de la Agencia, ya no sé en quién confiar

¿En qué sentido?

El dudó

– La corrupción está en todas partes en Langley, Ben. Usted conoce los rumores, estoy seguro…

– Algunos sí.

– Bueno, es mucho peor de lo que usted imagina. Mucho peor Estamos a punto de llegar a la delincuencia, a la acción directa incluso.

Recordé la advertencia de Ed Moore "Hay confusión en la Agencia… Una terrible lucha por el poder Enormes sumas de dinero que cambiaron de manos… " En ese momento me había parecido exagerado, una profecía de horror irracional en boca de un viejo que había pasado demasiado tiempo en el negocio.

– Necesito algo más específico -dije.

– No se preocupe, voy a dárselo -dijo Truslow- Muchos más detalles de los que se puede imaginar, le aseguro Hay una organización, un grupo, un consejo de ancianos. Pero no debemos hablar de eso aquí.

La cara de Truslow había enrojecido Sacudió la cabeza.

¿Y qué tenía que ver Hal Sinclair con esos cargamentos? -pregunté.

– Bueno, ése es el misterio Nadie sabe por qué se encontró con Orlov, por qué fue tan secreta la operación. O lo que negociaron. Y después hubo rumores…, rumores de que Hal malversó mucho dinero.

– ¿Malversó? ¿Hal? ¿Usted cree esos rumores?

– No digo que los crea, Ben. Lo que puedo decirle con seguridad es que no quiero creerlos. Conocí a Hal y estoy seguro de que cualquiera fuera la razón por la que se encontró en secreto con Orlov en Suiza, no fue con intención delictiva. Pero no importa en lo que estuviera metido, hay buenas razones para creer que murió por eso.

¿Había visto la fotografía que me había dado Moore?, me pregunté Pero antes de que pudiera preguntarle, me dijo

– Este es el punto en unos días, el Senado de los Estados Unidos va a empezar una sene de audiencias para tratar de investigar la corrupción dentro de la CIA.

– ¿Públicas?

– Sí Algunas sesiones van a estar cerradas a la prensa, pero el Subcomité Seleccionado del Senado sobre Inteligencia ya escuchó bastantes rumores y tiene que hacer algo

– ¿Y Hal está implicado, eso es lo que me está diciendo?

– No públicamente Todavía no. Ni siquiera creo que el Senado haya oído eso Lo único que saben es que hay gran cantidad de dinero en juego, dinero que se perdió. Y por lo tanto, la división de asuntos internos de Langley me encargó que investigara Que averiguara en qué andaba Hal Sinclair en los últimos días de su vida. Que descubriera por qué lo mataron. Que encontrara el dinero que falta, el lugar adonde fue, quién estaba involucrado. La investigación debe hacerse desde afuera adentro, la corrupción es demasiado grande. Es decir: Truslow y Asociados.

– ¿De cuánto dinero estamos hablando?

Él se encogió de hombros.

– Una fortuna Por ahora dejémoslo ahí.

– Y usted me necesita para…

– Necesito que me averigüe lo que estaba haciendo Hal, la razón por la que se encontró con Orlov -Levantó la vista y me miró Sus ojos castaños, enrojecidos y húmedos -Ben, tiene usted todo el derecho a decir que no Yo entendería. Especialmente pensando en lo que le sucedió. Por lo que me dicen, usted era de los mejores en el campo.

Yo me encogí de hombros, halagado y contento, pero no demasiado seguro de lo que debía decir. Obviamente él tenía que haber oído hablar de mi "temeridad".

– Usted y yo tenemos mucho en común -siguió diciendo él- Me di cuenta de eso desde el principio. Usted es un hombre directo, un hombre de acción. Le dio todo a la Agencia pero siempre sintió que podía haberle dado más. Le diré algo en los años que estuve en la Agencia, vi cómo malgastaban y pervertían el proposito fundamental de la Agencia con ideologías y fanatismos de izquierda y de derecha. Angleton me dijo algo una vez "Alex, eres uno de los mejores que tenemos, y lo paradójico es que lo que te hace tan bueno en tu trabajo es el hecho de que en cierto nivel lo desapruebas" -Truslow rió apesadumbrado -En ese entonces, yo lo negué hasta ponerme ronco. Pero al final, me di cuenta de que el tenia razón. Y mi instinto me dice que usted es parecido, Ben. Hacemos lo que creemos que se debe hacer, pero hay una parte de nosotros que esta lejos, que esta en desacuerdo. -Tomó un largo trago de agua de su vaso y sonrió, aparentemente avergonzado de haber dicho tanto. Deslizó la lista de vinos sobre el mantel, como invitándome a hacer una selección -¿Podría echarle una mirada a esto, Ben? Elija algo bueno.

Abrí el cuadernillo forrado en cuero y lo revisé con rapidez

– Me gusta bastante el Grand-Puy-Ducasse Pauillac -dije.

Trusiow sonrió y tomó la lista de nuevo.

– ¿Qué había en la parte superior de la lista en la página tres''

Pensé por un segundo, traje la lista a mi memoria y dije

– Un Stag's Leap Merlot, 82.

Trusiow asintió.

– Pero no me gusta mucho que me pidan demostraciones como a un animal de circo -le dije.

– Lo se. Le pido disculpas. Es un don muy raro el suyo. Cómo se lo envidio.

– Me permitió pasar todos los cursos de Harvard en los que la memoria era crucial. Literatura, Historia, Historia del Arte.

– Bueno. Ben, su… su memoria eidética es una gran ventaja para un trabajo como este, un trabajo que puede exigir secuencias de códigos y cosas asi. Si es que todavía piensa aceptar, claro está. Ah, y quería aclararle que estoy totalmente de acuerdo con los términos que usted arreglo con Bill

Los términos que yo había conseguido casi por extorsión, quería decir, pero era demasiado amable para decirlo.

– Ah, Alex, cuando Bill y yo discutimos esos términos, no tenia idea de la tarea para la que usted me necesitaba.

– Cierto, cierto.

– No, déjeme terminar Si lo comprendo totalmente… si entiendo que se trata de limpiar el nombre de Hal Sinclair…entonces no tengo intención de ser mercenario, se lo aseguro.

Truslow trunció el ceño, la expresión firme.

– ¿ Mercenario ? Por Dios, Ben, conozco su situación financiera Eso me da la oportunidad de ayudarlo en algo por lo menos. Si quiere, puedo ponerlo ademas en la lista de pago demis empleados ¿Le parece?

– Gracias, pero no.

– Bueno, entonces, me alegro de que esté a bordo con nosotros -Nos dimos la mano como para consumar el trato -Escuche, Ben, mi esposa Margaret y yo vamos a nuestra casa de New Hampshire esta noche La abrimos para la primavera Nos encantaría que usted y Molly vinieran a cenar nada importante, un asado o algo así Les presentaríamos a los nietos.

– Me parece bien -dije

– ¿Mañana le parece bien?

Mañana era un desastre, pero podría hacerme algo de tiempo.

– Sí, claro -dije- Mañana.


El resto de la tarde no pude concentrarme en nada ¿Era posible que el padre de Molly estuviera involucrado en algún tipo de conspiración con el antiguo jefe de la kgb? ¿Era posible que hubiera malversado fondos, "una fortuna", como decía Truslow? Para mi, no tenía sentido.

Sin embargo, como explicación de su muerte lo tenía en parte, ¿o no?

Se me había formado un nudo de tensión en el estómago y evidentemente no iba a aflojarse con el tiempo.

Sonó el teléfono Darlene me anunció que Molly estaba en la línea.

– ¿A qué hora nos vemos con Ike y Linda? -Llamaba desde algún corredor ruidoso del hospital.

– A las ocho, pero puedo cancelarlo si quieres Bajo las circunstancias.

– No… Quiero ir.

– Ellos tienen que entender, Molly.

– No lo canceles Me va a hacer bien salir un poco.

Gracias a Dios no hubo tiempo para pensar en nada esa tarde. Mi cliente de las cuatro llegó puntualmente: el señor Mel Kornstein era un hombre robusto de cincuenta años que usaba ropas italianas demasiado lujosas, carísimas y lentes estilo aviador siempre un poco torcidos. Tenia la mirada de los genios, distraída, fuera de foco, y yo realmente creo que era un genio. Había hecho una fortuna con la invención de un juego de computadora llamado SpaceTron, del que seguramente usted ha oído hablar. Por si acaso no lo conoce, se trata de un juego de caza en el cual, el jugador, piloto de una pequeña nave espacial, tiene que eludir las naves malvadas que quieren destruirlo y salvar así al planeta Tierra. Tal vez parezca una tontería pero el juego es una maravilla de tecnología. Es tridimensional y es tan realista que uno se convence de que está ahí, siente cómo lo rozan al pasar los cometas y meteoros y se le hace un nudo en la garganta cuando lo atacan los enemigos espaciales. La base es un programa de software muy ingenioso, patentado por Kornstein, un verdadero avance en el campo. Eso, más un simulador de voz, también patentado, que ladra órdenes como "!Muy a la izquierda! " o "!Está demasiado cerca! ", y lo que se consigue es una explosión de color y sonido en la computadora. La compañía de Kornstein tiene ganancias por algo más de cien millones de dólares por año.

Pero ahora había surgido otra compañía de software con un producto similar y las ganancias del SpaceTron habían caído en picada. Obviamente, quería hacer algo al respecto.

Se hundió en la silla junto a mi escritorio, irradiando una desesperación oscura. Charlamos unos momentos pero él no estaba de buen humor. Me entregó una caja con el juego rival, que se llamaba SpaceTime. Yo la dejé caer sobre mi escritorio de computación, la abrí y me quedé de una pieza al ver los innumerables detalles copiados.

– Estos tipos ni siquiera trataron de ser originales, ¿no es cierto? -dije.

Kornstein se saco los anteojos y los limpió con la camisa.

– Quiero acabar con esos hijos de puta -murmuró.

– Ey, más despacio por favor -lo interrumpí- Voy a tener que mandar hacer un examen imparcial sobre el tema para ver si realmente hay infracción de patente.

– Lo que yo quiero es aplastarlos -repitió.

– Todo a su tiempo. Vamos a tener que tomar los puntos de la patente, uno por uno y analizarlos.

– Es idéntico -dijo Kornstein, mientras volvía a ponerse los anteojos, todavía torcidos- ¿Le parece que tengo un caso, o no?

– Bueno, los juegos de computadora se patentan sobre los mismos principios que los juegos de tablero, digamos Lo que usted hace es patentar la relación entre los elementos físicos y los conceptos que los sustentan, la forma en que interactúan.

– Lo único que quiero es aplastarlos.

Asentí.

– Haremos todo lo posible -dije.


Focaccia era uno de esos restaurantes del norte de Italia, siempre sofisticados, vagamente ofensivos y bien caros, que frecuentan los yuppies en el Back Bay y donde sirven mucha arugula y radicchio, y las camareras son jóvenes y hermosas y trabajan de modelos en otro horario. Con el ruido de las voces y la música rap, el sitio era realmente para aturdirse, ésa también parece ser otra característica necesaria de los restaurantes italianos pretenciosos en Estados Unidos.

Molly llegó tarde, pero mi mejor amigo, Ike, y su esposa, Linda, ya estaban sentados frente a frente a una mesa. Se gritaban en lo que parecía una terrible discusión familiar y era sólo un intento de comunicación. Isaac Cowan y yo habíamos ido juntos a la universidad, donde el se especializó en derrotarme en partidos de tenis Ahora tiene un trabajo corporativo tan pero tan aburrido que ni siquiera él consigue describirlo, aunque yo sé que tiene algo que ver con los seguros. Linda, que en ese momento estaba embarazada de siete meses, es sicóloga de niños. Los dos son altos, pecosos y pelirrojos, terriblemente similares físicamente Para mí es especialmente agradable estar con ellos.

Estaban diciendo algo acerca de que la madre de Isaac iba a venir a visitarlos. Después, Ike se volvió hacia mí y me mencionó un juego al que había ido la semana anterior. Hablamos un poco de trabajo, del embarazo de Linda (ella quería preguntarle algo a Molly sobre un análisis que le había pedido el obstetra), sobre mi revés (prácticamente inexistente) y finalmente, sobre el padre de Molly.

Ike y Linda siempre se habían sentido un poco incómodos cuando hablábamos del famoso padre de Molly, nunca estaban seguros de si estaban demostrando demasiada curiosidad y no querían hacerlo. Ike sabía algo de mi trabajo para la CIA, aunque yo le había dicho claramente que no quería hablar de eso con él. También sabía que yo había estado casado antes, que mi primera esposa había muerto en un accidente, y no mucho más. Naturalmente, eso limitaba los temas de conversación. Ambos expresaron sus condolencias por Hal Sinclair y me preguntaron cómo andaba Molly Yo sabía que no podía decirles nada sobre lo que me estaba preocupando, ciertamente nada sobre el asesinato.

Molly llegó, toda disculpas, cuando terminábamos las entradas (por principio, nadie pedía focaccia)

¿Cómo te fue? -me preguntó cuando me besó. Me miró tal vez uno o dos segundos de más, y supe que estaba preguntándome sobre Truslow.

– Muy bien -dije

Besó a Ike y a Linda, se sentó y dijo:

– No creo que pueda seguir aguantando todo esto.

– ¿La medicina? -preguntó Linda

– Los premas -contestó ella, una palabra de la jerga médica para los bebés prematuros- Hoy recibí mellizos y otro bebé, y los tres juntos pesaban menos de cinco kilos. Me la pasé cuidándolos y el estado era crítico, pobres cositas, todo el día tratando de colocarle catéteres en la arteria umbilical, y manejando a familias muy estresadas y enloquecidas.

Ike y Linda sacudieron la cabeza.

– Chicos con sida -siguió diciendo Molly- O infecciones bacterianas en el cerebro y como estoy de guardia cada tres noches.

Yo la interrumpí.

– Dejemos esto por un rato, ¿eh?

Ella se volvió hacia mí, los ojos abiertos.

¿Dejarlo?

– De acuerdo, Mol -le dije con tranquilidad. Ike y Linda se concentraron en sus ensaladas, incómodos.

– Lo lamento -dijo ella Le tomé la mano por debajo de la mesa.A veces el trabajo la afectaba de esa forma, pero yo sabía que en realidad todavía no se había recuperado de la imagen de la fotografía.

En toda la cena estuvo distante, asintió y sonrió, pero sus pensamientos estaban en otra parte, de eso no había duda Ike y Linda atribuyeron todo eso a la muerte de su padre, lo cual era básicamente cierto.

En el taxi de vuelta a casa discutimos en susurros feroces sobre Truslow y la Corporación y la CIA, todo lo que ella me había hecho prometer que dejaría para siempre.

– Mierda -susurró-, vas a empezar a trabajar con Truslow y ya no vas a querer salir de ese maldito juego.

– Molly -empecé a decir, pero ella no iba a dejar que yo la interrumpiera

– El que se acuesta con niños, amanece meado. Mierda, me prometiste que no ibas a volver a eso.

– No voy a volver, Mol -dije.

Ella se quedó callada un momento.

– Le hablaste de la muerte de papá, ¿no es cierto?

– No, claro que no -Una mentira piadosa, pero no quería contarle nada sobre la supuesta malversación de fondos ni sobre las audiencias del Senado.

– No sé lo que quiere de ti pero, sea lo que sea, tiene que ver con eso, ¿verdad?

– En cierto sentido, sí

El taxi hizo una curva para evitar un pozo, tocó la bocina y tomó el carril de la izquierda.

Los dos nos quedamos callados un momento, y después de un minuto o dos, como si hubiera estado tratando de producir un efecto dramático, habló, casi casualmente, la voz casi alegre, liviana, superficial.

– ¿Sabes que llamé a la oficina del forense del condado de Fairfax?

Me quedé un momento confundido, esperando.

– ¿Fairfax?

– Donde murió papá. Quería una copia de la autopsia. Las leyes del estado dicen que los miembros de la familia tienen derecho a pedirla si quieren.

– ¿Y?

– Sellada.

– ¿Qué?

– Ya no es parte del registro público. Los únicos que pueden verla son el fiscal de distrito y el general del Commonwealth de Virginia.

– ¿Por qué? ¿Porque era de la CIA?

– No, porque alguien involucrado en el caso decidió algo que nosotros ya sabemos. Fue homicidio.

Anduvimos el resto del camino en silencio y por alguna razón, algo tonto, tuvimos otra pelea apenas llegamos y terminamos en la cama, furiosos uno con el otro.

Es gracioso, pero ahora pienso en esa noche con cariño porque fue una de las últimas noches normales que pasamos juntos. Me quedaban apenas dos de esas noches, aunque yo no lo sabía.

8

Esa noche, la última noche normal de mi vida, tuve el sueño. Soñé con París, un sueño tan real como cualquier pesadilla de sonámbulo, un sueño que he tenido que sufrir por lo menos mil veces.

El sueño es así:

Estoy en un negocio de ropa en la calle Faubourg-St. Honoré, un negocio de hombres que es una conejera de habitaciones chiquitas y brillantes, y me perdí, moviéndome despacio, con dificultad, de habitación en habitación, buscando el punto de la cita que he arreglado con mucho trabajo con el agente de campo. Por fin encuentro un vestidor. Es el lugar fijado y ahí, colgando de una percha, está el suéter, un chaleco azul marino que me llevo, como habíamos arreglado, y en el bolsillo encuentro un pedazo de papel con el mensaje en código.

Me paso demasiado tiempo tratando de entender el mensaje y ahora es tarde para la llamada telefónica que tengo que hacer, así que voy de habitación en habitación, frenético, por ese negocio horrendo, buscando un teléfono, pidiéndolo sin encontrarlo, hasta que al final, en la planta baja, encuentro uno. Es un viejísimo y enorme teléfono francés, dos tonos, marrón y tostado, y por alguna razón no funciona, por más que lo intento y lo intento muchas veces y después, gracias a Dios, suena.

Alguien contesta el teléfono: es Laura, mi esposa.

Está llorando, me pide que vuelva a casa, a nuestro departamento en la calle Jacob, algo horrible está pasando allí. Yo me siento sacudido por el miedo y empiezo a correr y en unos segundos (esto es un sueño, después de todo) llego a la calle Jacob, a la entrada del departamento, sabiendo lo que estoy por ver. Esta es la peor parte del sueño: pensar que si no voy a casa, no pasará, y sentir que una horrenda fascinación me arrastra hacia el umbral, hacia la puerta, inexorablemente. Nado en el aire, tengo náuseas.

Hay un hombre que sale del departamento; tiene puesta una camisa cazadora de lanilla gruesa y zapatillas Nike. Un estadounidense, estoy convencido de eso, de unos treinta años. Aunque le veo sólo la espalda, me doy cuenta de que tiene cabello negro indócil y, siempre el mismo detalle, una larga cicatriz roja bajo la quijada, de la oreja al mentón. Es una cicatriz terrible y la veo con toda claridad. Renguea como si algo le doliera mucho.

No detengo al hombre (¿por qué habría de hacerlo?) y en lugar de eso lo dejo marchar, rengueando, y entro en el edificio. Huelo la sangre, cada vez más fuerte a medida que subo las escaleras hacia nuestra casa, y ahora el hedor es insoportable y me parece que voy a vomitar y después estoy en el vestíbulo y veo los tres cuerpos tendidos allí, grotescos, rodeados de sangre, y uno de ellos (no, no puede ser, no es, no) es el de Laura.

Y en ese punto, suelo despertarme.

Pero así no fue como pasó, claro que no. Mi sueño -y es siempre el mismo- ha creado una semiparábola grotesca de la realidad.

Como oficial en París, me encargaron manejar a varios agentes muy protegidos con identidades falsas y muy valiosos, y a una multitud de agentes menores. Ya había tenido un éxito importante en esa ciudad: había logrado descubrir a una red de espías de la inteligencia militar soviética que operaba en una planta de turbinas fuera de la ciudad. Mi cobertura era la de un arquitecto de una compañía estadounidense. El departamento que me habían dado en la calle Jacob era chico pero lleno de sol, en el sexto distrito, para mí, el mejor barrio de París. Era afortunado: la mayoría de los que trabajaban conmigo estaban en covachas en el octavo. Laura y yo acabábamos de casarnos y a ella no le había molestado mudarse a París. Ella era pintora y había pocos lugares más que París donde le gustaba pintar. Era muy chiquita, hermosa, con el cabello», largo y rubio como una onda de oro sobre la cabeza. Estábamos intoxicados de amor.

Habíamos hablado de tener hijos y los dos los queríamos. Lo que yo no sabía era que ella ya estaba embarazada, cosa que me habría encantado. Nunca tuvo oportunidad de decírmelo. Siempre pensé que quería hacerlo a su manera, a su ritmo, cuando hubiera tenido tiempo para digerirlo. Lo único que yo sabía era que estaba sintiéndose mal desde hacía varios días. Algún tipo de virus, había pensado entonces.

Más o menos en ese tiempo, se puso en contacto conmigo un oficial de menor nivel de la kgb, un empleado de oficina de la estación de París, que quería hacer un trato. Tenía información que vender, dijo, información de los archivos de Moscú. A cambio de ella, quería desertar, seguridad financiera, protección, lo de siempre.

Seguí los procedimientos de rutina, hice el primer contacto para que él viera al jefe de la estación de la CIA, James Tobías Thompson. Los oficiales siempre se preocupan cuando se trata de una "cita ciega", es decir un encuentro con un agente desconocido en un lugar que designa ese mismo agente. Puede' ser una trampa.

Pero este agente, que se hacía llamar Víctor, aceptó encontrarse con nosotros en nuestros términos, lo cual era alentador. Yo arreglé una cita, riesgosa pero vital. Tres llamadas rápidas de un teléfono de un departamento en el sexto distrito nos darían el lugar y el momento. Después, habría un encuentro "casual" en un negocio de ropa, un negocio caro en la calle Faubourg St. Honoré, pero a diferencia de lo que pasaba en mi sueño, en la realidad todo eso salió muy bien. Se dejó colgando un suéter azul marino en una percha en el vestidor, como si lo hubiera abandonado un cliente olvidadizo, y en el bolsillo dejé el pedazo de un sobre con el mensaje cifrado donde se indicaba hora y lugar.

Al día siguiente fuimos a uno de los refugios de la Agencia, un departamentito en el catorce. Yo sabía que los desertores que buscan ellos mismos los contactos muchas veces no aportan nada de importancia, pero debía prestárseles atención: muchos de los grandes desertores de la historia de la inteligencia fueron de ese tipo.

"Víctor" usaba una peluca rubia: la piel color oliva era la de un hombre con cabellos negros, y el truco era obvio. Más abajo de la mandíbula estaba la cicatriz rojiza, impresionante.

Parecía un artículo genuino, por lo menos a primera vista. Me prometió que si se arreglaban las cosas, me haría una revelación importante, algo que podía hacer temblar la tierra. Dijo que era un documento que había encontrado en los archivos de la kgb. Mencionó un criptónimo: urraca.

Cuando más tarde le informé a mi amigo y jefe, Toby Thompson, los detalles lo intrigaron. Aparentemente el caso tenía algo de cierto:

Así que yo arreglé un segundo encuentro.

Desde entonces, lo revisé mil veces en la mente: Victor se había puesto en contacto conmigo, es decir que ya conocía mi disfraz, sabía quién era yo. Y todos los refugios estratégicamente ubicados estaban usándose para información y todo eso. Así que, con la aprobación de Toby y su aliento, arreglé el encuentro entre Victor, Toby y yo en mi casa de la calle Jacob.

Laura, a pesar de sus esporádicos ataques de náuseas, estaba fuera de la ciudad, por lo menos eso era lo que yo creía La noche anterior había ido a visitar amigos en Giverny, a explorar los jardines de Monet. No volvería en los dos días siguientes así que el departamento estaba disponible.

No debería haberme arriesgado, pero ahora es fácil decirlo No parecía peligroso.

El encuentro sería a mediodía, pero me detuvieron en el trabajo con una llamada transatlántica a Langley en una linea segura. Hablé con el director de operaciones, Emory St Clair. Por eso, llegué veinte minutos tarde. Esperaba que Toby y Víctor ya estuvieran en el departamento.

Me acuerdo de haber visto a un hombre de cabello oscuro que salía con toda decisión del edificio. Tenía puesta una camisa cazadora, y yo lo descarté como vecino o visitante Subí las escaleras y me pareció que había un olor muy sospechoso en las paredes. Se hacía más y más fuerte a medida que me acercaba al tercer piso: sangre. Se me empezó a acelerar el corazón.

Cuando llegué al rellano del tercer piso, me encontré frente a una escena de horror imborrable. Enredados y esparcidos en el suelo, en lagunas de sangre fresca, dos cuerpos el de Toby y el de Laura.

Debo de haber gritado, pero no estoy seguro. Todo me pareció detenido, estroboscópico. De pronto, estaba arrodillado junto a Laura, acunando su cabeza querida. No podía creerlo. Ella no tenía que haber estado en casa, no era ella, era un error.

Laura tenía un disparo en el pecho, en el corazón, y la mancha de sangre se extendía, tomando casi todo su camisón blanco. Estaba muerta. Me volví y vi que Toby tenía un disparo en el estómago, lo vi cambiar de lugar en el lago de sangre, lo oí dejar escapar un gruñido.

No me acuerdo de nada mas. Apareció alguien, creo. Probablemente llamó a otra persona. No tiene sentido para mí, nada lo tiene. Yo había perdido completamente la cabeza. Tuvieron que separarme a la fuerza de mi pobre Laura: estaba convencido de poder revivirla si lo intentaba lo suficiente.

Toby Thompson sobrevivió, aunque no sé cómo. Su columna vertebral estaba partida en dos y quedaría paralizado de por vida.

Laura había muerto.

Más tarde, se explicaron algunas cosas.

Laura había vuelto esa mañana porque se sentía mal. Me había llamado al trabajo para avisarme, pero por alguna razón incomprensible yo no recibí el mensaje. Más tarde, la autopsia reveló que ella estaba embarazada. Toby había aparecido en mi departamento unos minutos antes del mediodía, armado por si acaso. Encontró la puerta entreabierta, al hombre de la kgb adentro, con Laura como rehén a punta de revólver."Víctor" le había apuntado y disparado, luego se había dado vuelta y matado a Laura. Toby había contestado los disparos pero el dolor lo venció antes de que pudiera terminar con el enemigo.

Lo sucedido, al parecer, era una venganza soviética dirigida en mi contra ¿Pero por qué? ¿Por acabar con una red de espías en la fábrica de turbinas? ¿O por cualquiera de los incidentes de Alemania Oriental en los que herí, muchas veces maté, a agentes de Alemania y de Rusia? "Víctor" me había preparado una trampa para matarme. Pero en lugar de eso, la que había recibido el disparo era Laura. Laura, que ni siquiera tenía que estar allí, y yo, detenido por un destino absurdo, estaba vivo. Lo había arruinado todo y estaba vivo, mientras Toby Thompson quedaba condenado a una silla de ruedas para el resto de su vida y Laura moría, joven y embarazada.

En cuanto al moreno de camisa a cuadros al que vi salir del edificio, ¿quién podía ser sino "Víctor", sin la peluca rubia?

Más tarde se decidió que aunque yo no había tenido la culpa, me había desempeñado mal -torpeza en el procedimiento, sobre todo, y yo no podía decir nada al respecto aunque Toby me dijo que siguiera adelante-, y en cierto sentido, se dijo que yo era el culpable del asesinato de Laura y de la parálisis de mi jefe.

Mi carrera no tenía por qué terminar para siempre, podría haber apelado a otro juicio administrativo. Con el tiempo, hubiera dejado todo eso atrás.

Pero no podía tolerarlo. Me di cuenta de que era como si yo mismo hubiera apretado el gatillo.

La investigación siguió durante un tiempo. Interrogaron durante horas, con pruebas poligráficas, a todos los involucrados, incluso a los que apenas estaban involucrados en los hechos, desde secretarios hasta empleados de la división de códigos hasta Ed Moore, jefe de la División Europea de la Dirección de Operaciones La investigación dominó mi vida en un período en el que yo me había quedado sin recursos y sin fuerzas.

Mi esposa y mi futuro hijo habían muerto, asesinados La vida no tenía sentido.

Pasaron semanas de purgatorio. Me pusieron en un hotel a unos kilómetros de Langley. Tenía que ir al "trabajo" todas las mañanas una habitación blanca sin ventanas en el segundo piso, donde el interrogador (cada pocos días cambiaban) me sonreía cordialmente, me daba un apretón de manos ritual, me ofrecía una taza de café, una jarra de crema sintética paraacompañarlo y un palito de plástico para revolverlo.

Después, sacaba la transcripción del interrogatorio del día anterior. Aparentemente se trataba de dos tipos tratando de entender a fondo qué había salido mal en París.

En realidad, el interrogador estaba tratando con todas sus fuerzas de hacerme caer en la más mínima de las contradicciones, de encontrar aunque fuera la grieta más estrecha en mi compostura, la inconsistencia más leve, de cansarme, de quebrarme.

Después de siete semanas -los costos de la operación en horas de servicio deben de haber sido extraordinarios-, se cerró la investigación. Sin conclusiones.

Me llamaron a la oficina de Harrison Sinclair. Todavía era el número tres de la Agencia, director de operaciones. Aunque sólo habíamos hablado unas cuantas veces, actuaba como si fuéramos viejos amigos. No digo que no fuera sincero; seguramente estaba haciendo todo lo que podía para que me sintiera cómodo. Hal era afectuoso, y en eso siempre fue genuino. Me rodeó con un brazo, me llevó así hasta una silla de cuero y se sentó en un puf a mi lado. Se inclinó hacia mí confidencialmente, como si estuviera por informarse sobre una operación top secret y me contó un chiste sobre un viejo y una vieja en un ascensor de una comunidad de jubilados en Miami. Lo único que me acuerdo es el final: "¿En fin, es soltera?".

Aunque yo sentía que en los últimos dos meses había bajado al infierno y llenado mis entrañas y mi mente de profundas cicatrices, descubrí que me estaba riendo, que sentía cierto alivio en la tensión, aunque fuera por un momento. Hablamos un poco de Molly. Estaba viviendo en Boston después de dos años con el Cuerpo de Paz en Nigeria. Había terminado su relación con el colega de la universidad, el zoquete, como ella lo llamaba.

Sinclair me dijo que quería que la llamara cuando sintiera que tenía ganas de ver gente. Le respondí que lo haría.

Me dijo que Ed Moore, el jefe de la División Europea, había decidido que yo tenía que dejar la CIA, que mi carrera siempre estaría cuestionada. Que aunque no había duda de que era inocente, siempre habría sospechas. Lo mejor para mí era marcharme. Dijo que Moore había sido claro al respecto.

Yo no pensaba discutir. Lo único que quería era encogerme en un rincón, hacerme una pelota, cerrarme y dormir durante días y días, y después despertarme y descubrir que todo había sido un mal sueño.

– Ed cree que usted debería estudiar abogacía -dijo Hal.

Yo escuché, pasivo. ¿Qué interés podía tener yo en la ley? La respuesta a esa importante pregunta, como descubrí después, era que no mucho, pero ¿qué importancia tenía esa respuesta? Se puede ser bueno en algo que no produce placer.

Yo quería hablarle a Hal de lo que había pasado, pero él no estaba interesado. Tenía el cartón lleno, pensaba que era mejor mantener la neutralidad, no quería volver sobre el pasado.

– Será usted un gran abogado -dijo.

Me contó un chiste muy sucio, muy bueno, sobre abogados.

Los dos nos reímos. Ese día salí del cuartel general de la CIA convencido de que lo hacía por última vez.

Pero me pasaría el resto de mi vida perseguido por el fantasma de la pesadilla de París.

9

La casa de fin de semana de Alex Truslow en New Hampshire estaba a menos de una hora de auto de Boston. Molly consiguió hacerse tiempo para venir, lo cual era un milagro. Creo que quería asegurarse de que Truslow era un buen tipo, de que yo no estaba cometiendo un error colosal al aceptar el trabajo para la Corporación.

La casa, una belleza antigua, colgada sobre un acantilado bajo que dominaba su propio lago, era mucho más grande de lo que yo esperaba. Era blanca, con persianas negras, elegante y familiar al mismo tiempo. Tal vez había nacido como granja humilde hacía ya cien años y, al parecer, se había expandido lentamente, hasta convertirse en una larga serpentina no demasiado agradable que flotaba sobre la cresta ondulante de la colina. Tenía algunos rincones en los que se le había descascarado la pintura.

Truslow estaba afuera, ocupándose del fuego, cuando llegamos. Estaba vestido de entrecasa una camisa de lana a cuadros, pantalones de corderoy color verde musgo, medias blancas, y mocasines Besó a Molly en la mejilla, me dio una palmada en la espalda y nos sirvió martinis con vodka. Por primera vez entendí conscientemente lo que siempre me había intrigado de Alexander Truslow. En algunas formas -la curva lúgubre de las cejas, la honestidad empecinada- me recordaba a mi propio padre, que había muerto de un ataque cuando yo tenia diecisiete años, el verano anterior a mi partida a la preparatoria.

Su esposa, Margaret, una mujer flaca y morena de unos sesenta años, salió de la casa mientras la puerta mosquitero sonaba detrás de ella.

– Lamento lo de su padre -le dijo a Molly- Lo extrañamos mucho Tanta gente lo extraña.

Molly sonrió y le agradeció.

– Este lugar es hermoso -dijo.

– ¿Si? -preguntó Margaret Truslow, acercándose a su esposo y tocándolo cariñosamente en la mejilla con el dorso de la mano- Yo lo odio. Desde que Alex se retiró de la CIA me hace pasar aquí casi todos los fines de semana y todos los veranos Lo aguanto porque no tengo mas remedio -La expresión, levemente divertida e irritada, era la que se usa con un chico amado pero travieso.

– Margaret prefiere Louisbourg Square -dijo Truslow Hablaba de un lugar muy exclusivo y pequeño sobre Beacon Hill, donde tenía una casa.

– Ustedes viven en la ciudad, ¿,verdad?

– Back Bay -dijo Molly- Si vio alguna vez unos carteles de Hombres Trabajando y pilas de materiales de construcción por ahí, seguramente eran nuestros.

Truslow rió.

– Reformas, ¿eh?

Apenas si Molly pudo empezar a decir algo, cuando dos chicos salieron de la casa, una nenita de tres años, perseguida por un chico un poco mayor.

– ¡ Elias! -llamó la señora Truslow.

– Basta -interrumpió Alex, tomando a la nena entre sus brazos -Elias, no atormentes a tu hermana Zoé, ven a conocer a Ben y a Molly.

La nenita nos miró, preocupada, la cara manchada de lágrimas Después, hundió la cabeza en el pecho de Truslow.

– Es tímida -explicó Truslow- Elias, dale la mano a Ben Ellison y a Molly Sinclair -El chico, rubio y gordinflón, extendió una manito gorda a cada uno y después salió corriendo.

– Mi hija… -empezó a decir Margaret Truslow.

– Mi hija, que parece estar siempre en la ruina, -interrumpió Truslow- y su marido, todo un adicto al trabajo, están en un concierto sinfónico Es decir que los pobres chicos tienen que cenar con sus abuelitos, que son la mar de aburridos ¿No es cierto, Zoé? -Le hizo cosquillas con una mano mientras la sostenía con la otra Ella rió, como si no quisiera hacerlo, y después siguió llorando.

– Nuestra Zoé tiene dolor de oído -dijo Margaret- Hace siglos que llora No para desde que llegó.

– Veamos -dijo Molly- Seguramente no tienen amoxicilina, ¿no?

– ¿Amoxi qué? -dijo Margaret.

– Sí, sí, creo que tengo un frasco de 150 centímetros cúbicos en el auto.

– ¡Parece una visita a domicilio! -exclamó Margaret Truslow.

– Y sin cargo. -dijo Molly.

La cena fue una típica cena norteamericana… pollo asado, papas al horno y una ensalada. El pollo estaba delicioso Truslow nos dio la receta con todo orgullo.

– Ya sabe lo que dicen -comentó mientras llenaba nuestros platos de helado- Para cuando los más jóvenes aprenden a dejar la casa en orden, aparecen los primeros nietos dispuestos a deshacerlo todo ¿No es cierto, Elias?

– No -dijo Elias.

– ¿Ustedes tienen hijos? -preguntó Margaret Truslow.

– Todavía no -respondí.

– Yo creo que a los chicos no debería oírselos ni vérselos -dijo Molly- Nunca

Margaret la miró, escandalizada, hasta que se dio cuenta de que era una broma

cUsted es pediatra? -dijo para burlarse a su vez.

– Tener hijos es lo mejor que hice en mi vida -dijo Truslow.

– ¿No hay un libro que se llama “Los nietos son tan divertidos…debería haberlos tenido primero ? -preguntó Margaret.

Los dos se rieron.

– Hay algo de verdad en eso -dijo Alex.

– Va a tener que dejar todo esto si va a Washington-dijo Molly

– Lo sé No crea que no lo estoy pensando.

– Ni siquiera te lo pidieron -le recordó su esposa.

– Cierto -dijo Truslow- Y para ser honesto, reemplazar a su padre me parece bastante riesgoso.

Molly asintió.

– Pocas cosas más difíciles de tolerar que seguir el buen ejemplo -interrumpí.

– Y ahora -anuncio el dueño de casa-, espero que las hermosas mujeres no se molesten si Ben y yo nos vamos a dar una vuelta y a charlar de trabajo.

– De acuerdo -dijo su esposa, el tono un poco áspero- Molly puede ayudarme con los chicos. Si es que está dispuesta a aguantarlos, quiero decir.


– Hace unas semanas -empezó a decir Truslow-, la Agencia apresó a un potencial asesino. Un rumano. Seguridad

– Nos sentamos en una habitación con piso de piedra, que parecía ser su estudio, frente a una mesa de madera. El mobiliario era viejo y estaba gastado, la única nota discordante era la unidad moderna de teléfono digital sobre el escritorio -Lo interrogaron. El tipo era duro.

Yo no sabía a qué apuntaba, así que me quedé callado.

– Después de varias sesiones, se quebró. Pero no sabía mucho Un trabajo muy profesional de compartimentación de la información Dijo que tenía algo que ofrecernos Algo sobre la muerte de Harrison Sinclair -Dejó que su voz se apagara.

– Y antes de que pudiera decírnoslo, murió -Uno de esos casos de interrogatorio un poco duro, supongo -No infiltraron el sistema para matarlo, para sacarlo de en

Medio. Es impresionante hasta dónde pueden llegar.

– ¿Y quiénes son ellos?

– Una persona o vanas personas -dijo él lentamente, el tono ominoso- dentro de la CIA.

– ¿Tiene nombres?

– Esa es la cuestión Están muy aislados No tienen cara. Este grupo dentro de Langley, Ben, es un grupo del cual oímos rumores desde hace mucho tiempo ¿Ya oyó hablar de los Sabios?

– Ayer me mencionó usted una especie de consejo de ancianos Pero, ¿quienes son? ¿Que buscan?

– No sabemos Demasiado bien camuflados, detrás de una serie de fachadas

– ¿Y lo que usted me está diciendo es que estos, estos "Sabios" estuvieron detrás de la muerte de Hal?

– Especulaciones -contestó él- Es posible que Hal fuera uno de ellos.

Sentí vértigo Hal, aparentemente, había sido víctima de alguien entrenado por el servicio secreto de Alemania del Este, el Stasi Ahora Truslow hablaba de un rumano ¿Cómo encajaban esas piezas? ¿Que estaba insinuando?

– Pero algo tienen que saber sobre sus identidades -dije como provocándolo.

– Lo único que sabemos es que se las arreglaron para extraer decenas de millones de dólares de varias cuentas de la Agencia. Todo muy sofisticado, se lo aseguro, Ben Y parece que Harrison Sinclair se embolsó algo así como doce millones y medio.

– Pero usted no puede creer eso Conoce cuan modestamente vivía Hal.

– Escuche, Ben Yo no quiero creer que Hal Sinclair se robó ni un centavo.

– ¿No quiere creerlo? ¿Qué mierda me esta diciendo?

En lugar de contestarme, Truslow me entrego una carpeta forrada en papel marrón La etiqueta llevaba una designación de los archivos de la Agencia Gamma Uno, un nivel de clasificación más alto que cualquier papel al que yo hubiera tenido acceso anteriormente.

Adentro había una serie de fotocopias de cheques, impresiones de computadora, fotografías borrosas. En una había un hombre que llevaba un sombrero panamá, de pie en una especie de hall de un hotel.

No había duda de que era Hal Sinclair.

– ¿Qué significa todo esto? -pregunté aunque ya lo sabía.

– Hal en la Gran Caimán, esperando para una cita con el gerente del Banco. Es obvio. Las otras son de Hal en una serie de bancos en Liechtenstein, Belice y Anguilla.

– Lo cual no prueba nada…

– Ben, escuche. Yo era uno de los mejores amigos de Hal. Esto me duele tanto como a usted. Había días en que Hal no estaba visible… enfermo, decía, o de vacaciones. No se lo podía ubicar, o arreglaba las cosas para llamar él mismo a la oficina. Evidentemente era cuando hacía los depósitos. Tienen un archivo con los viajes que hizo usando pasaportes falsos.

– ¡Eso es mierda, Alex, no vale nada! -espeté.

Suspiró. Evidentemente la situación lo molestaba.

– Eso que ve es el registro de Anstalt, una corporación no bursátil, de "cajas de letras contables", de responsabilidad limitada. Es la firma de Sinclair. Es una corporación con base en Liechtenstein. La identidad del verdadero dueño, como verá, es Harrison Sinclair. Y tenemos copias de transferencias, e interceptamos cables en los que se envían fondos a cuentas en las Bermudas. Con otros nombres, claro está. Informes de televisión, télex, autorizaciones de transferencias. Un laberinto, Ben, un verdadero laberinto. Capa sobre capa, pasillo tras pasillo… Son pruebas, Ben, puras y simples, y me rompen el corazón, pero ahí están…

Yo no sabía qué pensar de lo que veía. Parecía que tenían lo que querían. Pero lo que tenían no cerraba. ¿Mi suegro, un actor? ¿Un estafador consumado? Había que conocerlo como yo lo conocía para entender lo difícil que era aceptar semejante cosa. Sin embargo, la duda, la semilla de la duda siempre está ahí. Nunca conocemos realmente al otro.

– La clave está en el encuentro de Sinclair con Orlov en Zúrich -siguió diciendo Truslow-. Piense, ¿qué le evoca el nombre Zúrich?

– Gnomos.

– ¿Eh?

– Los gnomos de Zúrich. -La frase, creo yo, era obra de un periodista británico de principios de la década del sesenta y se refería a los banqueros suizos, tan amables y discretos con los mafiosos y los "reyes de la droga".-Ah, sí, precisamente… Es tonto no pensar que cuando él y Orlov se encontraron en Zúrich estaban en medio de una transacción. No era una visita social. -Y agregó, pensativo: -El jefe de la CIA y el último jefe conocido de la kgb…

– Circunstancial -dije.

– Tal vez. Espero que haya una explicación para todo esto. Creo que puede haberla. Así que ya entiende, creo yo, la razón por la que quiero que usted limpie el nombre de su suegro. La Agencia me pidió que localizara una enorme suma de dinero, una fortuna que hará que los doce millones y medio que supuestamente robó Hal sean una bicoca. Necesito su ayuda. Podemos matar dos pájaros de un tiro: encontrar el dinero, por un lado, y establecer la inocencia de Hal, por otro. ¿Puedo contar con usted?

– Sí -dije-. Sí.

– Es un asunto de máxima prioridad y máximo secreto, Ben, usted lo entiende. Tendrá que pasar por la rutina de siempre: el detector de mentiras, los interrogatorios y todo lo demás. Antes de irse esta noche, voy a darle un detector de conexiones ilegales para el teléfono de su oficina, compatible con mi teléfono en el trabajo. Pero tengo que ser sincero con usted: hay gente que va a tratar de que usted no haga su trabajo.

– Entiendo -dije. La verdad era que no entendía, o no entendía del todo y ciertamente no tuve la menor idea de lo que realmente le pasaba por la mente. No hasta la mañana siguiente.

10

Me acuerdo de los hechos de la mañana siguiente con una claridad fantasmagórica, extraña, deslumbrante.

Las oficinas de Truslow y Asociados Inc, ocupaban los cuatro pisos de un viejo edificio angosto de ladrillos en la calle Beacon (apenas unas cuadras, me di cuenta, de la casa de Truslow en Louisbourg Square) Había una placa de bronce en la puerta adornada truslow y asociados inc, decía, sin ninguna explicación Si tienes que preguntar, entonces no queremos que lo sepas.

La oficina era lujosa pero agradable. Había que tocar el timbre para entrar en una pequeña antecámara, donde una recepcionista muy bien peinada controlaba a los clientes, y luego con otro timbre, los dejaba pasar a una sala de espera cómoda y tranquila, elegante, con muebles muy discretos y muy caros. Esperé unos diez minutos, hundido en una silla negra de cuero, con Vanity Fair entre las manos La selección de revistas era de ese tipo Vanity Fair o Art and Antiques o Country Life. De todo menos revistas de negocios, por Dios. Nada de títulos con la palabra Mercado.

Unos diez minutos después de la hora señalada, la secretaria de Truslow salió del supuesto asunto importante que la estaba atrasando (café y galletitas, supuse) y me escoltó por una serie de escaleras crujientes, alfombradas, hasta la oficina de Truslow Era una asistente ejecutiva clásica, treinta y cinco, linda, eficiente, bien vestida en su traje Chanel y un cinturón y un collar de la misma marca. Se presentó como Donna y me preguntó si quería algo de agua Evian, café o jugo de naranja natural. Le pedí una taza de café.

Alexander Truslow se levantó de su escritorio cuando entré. La luz de su oficina era tan brillante que deseé haberme traído los anteojos para sol. Entraba a raudales por las altas ventanas y rebotaba contra las paredes blancas.

Sentado en una silla de cuero junto al escritorio había un hombre de hombros redondos, cabella negro y cuerpo robusto. Tendría unos cincuenta años-Ben -dijo Truslow-, me gustaría presentarle a Charles Rossi.

Rossi se levantó y me dio un fuerte apretón de manos.

– Me alegro mucho de conocerlo, señor Ellison

– Lo mismo digo -dije aunque dudaba de que fuera verdad Los dos nos sentamos y finalmente, yo agregué -Llámeme Ben.

Rossi asintió y sonrió.

La secretaria trajo una taza de café recién hecho en vajilla de cerámica italiana Estaba muy bueno. Yo saqué un bloc de hojas amarillas de mi maletín y empuñé mi lapicera Mont Blanc.

Cuando ella se fue, Truslow escribió algo en el teclado Amtel que tenía enfrente, un aparato que le servía para comunicarse con ella sin palabras, durante las reuniones y en medio de una llamada telefónica.

– Lo que estamos por discutir tiene que ser absolutamente secreto.

Yo asentí, tomé un trago de café Una mezcla de tostado francés con alguna otra cosa. Excelente.

– Charles, si nos permites -dijo Truslow. Rossi se puso de pie y abandonó la oficina, cerrando la puerta tras él.

– Rossi es nuestra conexión con la CIA -explicó Truslow-. Viene directamente de Langley para trabajar con usted.

– No estoy seguro de entender -dije.

– Rossi me llamó anoche. Dada la delicadeza, la complejidad del asunto que tenemos que resolver, la Agencia está preocupada por la seguridad Es comprensible Insistieron quieren implementar sus propios procedimientos de admisión.

Asentí.

– A mí también me parece un poco excesivo -dijo Truslow- Usted ya está examinado y limpio y todas esas estupideces. Pero para que lo esté totalmente, Rossi quiere pasarlo por algunas pruebas preliminares. Nos piden en el contrato que revisemos a todos los empleados externos.

– Ya veo -dije.

Se refería al polígrafo, al detector de mentiras, al cual debían someterse todos los empleados de la Agencia vanas veces en sus carreras al principio del ejercicio y periódicamente, y a veces también después de operaciones vitales o casos extraordinarios.

– Ben -siguió diciendo Truslow-, verá, como centro de nuestra investigación quisiera que usted localizara a Vladimir Orlov y que averiguara todo lo que pudiera sobre lo que pasó en la reunión con su suegro. Tal vez Orlov jugaba a dos puntas con Hal Sinclair y quiero saber si es así o no-¿Quiere que localice a Orlov? -pregunté.

– Eso es lo único que pienso decirle hasta que esté limpio. Cuando lo hayan aprobado, podremos hablar un poco más. -Apretó un botón en el escritorio para que volviera Rossi.

Truslow dio la vuelta al escritorio y le palmeó la espalda al hombre de la CIA.

– Lo dejo en manos de Charlie -me dijo y me dio la mano-. Bienvenido, amigo.

Vi que se volvía una vez más hacia el Amtel y tocaba un botón del teléfono. Cuando me iba, tuve una última imagen de él, una figura alta, oscura, pensativa, intensamente enérgica, destacada en silueta contra la brillante luz de la mañana.

Charles Rossi me llevó en un sedán azul oscuro del gobierno. Cruzamos el río hacia un edificio ultramoderno en la sección de Kendall Square de Cambridge, cerca del mit (Instituto de Tecnología de Massachusetts) y de Raytheon y Genzyme y las otras grandes corporaciones tecnológicas.

Cuando salimos del ascensor en el quinto piso, entramos en una recepción muy funcional, toda de acero y vidrio, alfombras en gris industrial y maderas claras. En la pared que quedaba frente a nosotros había una placa que decía: laboratorios DE DESARROLLO E INVESTIGACIÓN SOLO VISITAS AUTORIZADAS.

Me di cuenta inmediatamente de que se trataba de una operación manejada por la CIA. Todo lo que me rodeaba -el nombre sin revelar, lo anónimo de los procedimientos, la quietud amenazadora- hablaba de la Agencia a gritos. Yo sabía que la CIA tenía laboratorios y edificios de prueba en los suburbios de las afueras de Washington y en un edificio de la calle Water en Nueva York; no sabía que tuviera algo así en Cambridge, en la tierra del mit, pero era lógico.

Rossi no dijo mucho. Me llevó a través de una serie de enormes puertas de metal que se abrían insertando una tarjeta magnética en una ranura vertical. Las puertas nos dejaron en una enorme habitación con fila tras fila de terminales de computadora. Había gente trabajando en ellas.

– No demasiado impresionante, ¿eh? -hizo notar Rossi cuando nos detuvimos en la puerta-. Muy aburrido…

– Debería ver el lugar donde trabajo yo -le contesté.

Rió con amabilidad.

– Hay una serie de proyectos en este lugar -explicó-. Artefactos microscópicos, criptografía automática, visión artificial, cosas así. ¿Está usted familiarizado…?

– No mucho -dije.

– Bueno, por ejemplo, la criptografía automática. Los fondos son de la Administración de Proyectos en InvestigaciónAvanzada de Defensa, la apiad, parte del Departamento de Defensa.

Asentí mientras él me escoltaba hacia una terminal, una estación SPARC-2, en la que parecía estar trabajando con toda la furia un joven de barba muy larga.

– Esta terminal, por ejemplo, es de Sun Microsystems, y le está "hablando" a una supercomputadora de la Corporación de Máquinas Pensantes cm-3.

– Ya veo.

– Como sea, Keith está desarrollando algoritmos de codificación en textos llanos. Es decir, códigos que son, por lo menos teóricamente, imposibles de quebrar. En otras palabras, esos códigos nos permitirán traducir o codificar información de máximo secreto en una forma que va a parecer un inglés común, un documento con aspecto poco importante, no una tontería sin sentido, sino prosa real. Luego, por medio de reconocimiento de voz lo pueden decodificar nuestras computadoras. Es algo como un código tipo puerta trampa.

Yo no lo entendía, pero asentí. Rossi, al parecer, era muy observador porque se disculpó.

– Estoy divagando. A ver, pongámoslo de otra forma. Un agente de campo podrá codificar un documento secreto y pasarlo como un guión de un programa de noticias común en la Voz de América. Para cualquiera que lo escuche será una noticia más, pero la computadora correcta será capaz de entenderlo.

– Hermoso.

– Bueno, hay una serie de cosas en las que estamos trabajando actualmente. Micro artefactos, por ejemplo, que se diseñan aquí… antes los hacíamos en otra parte, en un laboratorio de nanofabricación, por ejemplo.

– ¿Y para qué sirven?

Él sacudió la cabeza, de un lado a otro, como indeciso y finalmente dijo:

– Estos son artefactos muy pequeños, de siliconas y xenón, apenas unos angstroms de ancho. Pueden colocarse, digamos, en una computadora y son imposibles de detectar. Están pensados para transmitir pero hay otros usos no menos interesantes. Claro que no puedo decirlos… Así que si está…

Volvimos al corredor blanco y luego entramos en otra área de seguridad donde Rossi insertó una tarjeta magnética distinta en la ranura vertical. Se volvió y dijo simplemente:

– Seguridad.

Ahora estábamos en un corredor enteramente blanco, sin ventanas. Había una placa insertada directamente frente a nosotros que decía sólo personal autorizado.Rossi me llevó por ese corredor a través de otra serie de puertas y luego a una cámara extraña, toda de cemento. En el centro de la cámara había una pequeña habitación, de paredes de vidrio, que contenía una gran máquina blanca de tal vez cuatro metros y medio por tres. Parecía una gran rosquilla cuadrada. Fuera de las paredes había un gran banco de monitores de computadora.

– Un generador de imágenes por resonancia magnética – dije-. Los vi en los hospitales. Pero éste parece más grande.

– Muy bien. Los generadores de los hospitales tienen entre 0,5 tesla y 1,5 tesla. "Tesla" es una unidad de medida que da una dimensión a la energía del magneto que tiene adentro. Una vez cada tanto, puede haber alguno de dos teslas, muy especializado. Este tiene cuatro.

– Muy poderoso.

– Pero seguro, muy seguro. Y algo modificado. Yo dirigí las modificaciones. -Los ojos de Rossi pasaron sobre el cemento de la habitación, como perdidos en otra cosa.

– ¿Seguro para qué?

– Está mirando el reemplazo del viejo polígrafo. Muy pronto, habrá un generador así, en cada una de las oficinas de la Agencia para investigar a los funcionarios de inteligencia, a los desertores, a los agentes y demás, y tener una verdadera "huella dactilar" de la cabeza de cada uno de ellos.

– ¿Podría explicármelo, por favor?

– Estoy seguro de que conoce las muchas desventajas del viejo sistema de polígrafos.

Claro que las conocía pero escuché cuando me las explicó.

– La técnica antigua confía en las bajas y subas de la tensión arterial, en electrodos que miden respuestas galvánicas a nivel de la piel, sudor, cambios en la temperatura de la piel y demás. Es muy primitivo y sólo… sólo sesenta por ciento efectivo. Si es que llega a tanto.

– De acuerdo -dije, un poco impaciente.

Rossi siguió, tranquilo, sin apuro.

– Los soviéticos ni lo usaban. Se limitaban a dictar seminarios sobre cómo hacer para engañarlo. Por Dios, ¿se acuerda de la vez en que veintisiete agentes dobles de Cuba que trabajaban contra nosotros pasaron las pruebas de la CIA a la perfección?

– Claro -dije. La anécdota era parte del folclore de la Agencia.

– La maldita cosa sólo registra respuestas emocionales, como usted sabe. Y eso varía muchísimo según el temperamento. Y sin embargo, se puede decir que el detector es parte fundacional de nuestras operaciones de inteligencia, nos basamos en él. No solo en la CIA, también en la adi (Agencia de Defensa de Inteligencia) y la asn (Agencia de Seguridad Nacional) y muchas agencias de inteligencia más. La seguridad operacional de lo que hacen tiene que ver con establecer la confiabilidad del producto, incluso entre los reclutas y recién venidos.

– Y es fácil engañar a esas máquinas -agregué.

– Vergonzosamente fácil -aceptó Rossi-. No sólo los sociópatas y los que no registran la variación normal de sentimientos humanos, la culpa y la ansiedad, la conciencia y lo que sea. También los profesionales bien entrenados pueden hacerlo con cierto número de drogas. O por ejemplo, causarse dolor físico durante el interrogatorio, algo así de simple, puede arruinarlo todo. Hasta pincharse con un alfiler.

– De acuerdo -le dije para apurarlo.

– Así que, con su permiso, me gustaría empezar para poder enviarlo de vuelta con el señor Truslow.

11

– Bastará con media hora -me aseguró Rossi-. En media hora, estará usted camino a la oficina de Truslow.

Estábamos en la cámara exterior del generador, inspeccionando una reconstrucción tridimensional del cerebro humano desplegada en un monitor color de computadora. En la pantalla, una imagen de un cerebro muy semejante a la realidad giraba y luego se dividía, sección por sección, como un pomelo rosado.

Una de las asistentes de Rossi, una ex estudiante del mit llamada Ann, pequeña, de cabello negro, estaba sentada frente al monitor manejando las imágenes. La corteza cerebral, me explicó en una voz suave de jovencita, estaba compuesta de seis capas.

– Descubrimos que hay una diferencia visible entre el aspecto de la corteza en alguien que está diciendo la verdad y en la de alguien que miente -dijo. Agregó confidencialmente: -Claro que todavía no tengo idea de si eso se origina en las neuronas o en otras células, pero estamos trabajando al respecto.

Produjo una imagen de computadora del cerebro de un mentiroso, que tenía un aspecto vagamente distinto que la anterior.

– Si quiere sacarse la chaqueta -dijo Rossi-, creo que va a estar más cómodo.

Yo le hice caso, me saqué la corbata también y puse todo en el respaldo de una silla. Mientras tanto, Ann fue a la cámara interna y empezó a hacer ajustes en la máquina.

– Por favor, no lleve nada metálico ahí dentro -siguió diciendo Rossi-. Llaves, hebillas de cinturones, suspensores, monedas. El reloj tampoco. Como se trata de un gran imán y sólo de eso, todo lo que sea de acero o hierro va a salirle volando de los bolsillos. Y el imán puede hacer que se le pare el reloj o algo peor. -Agregó de buen humor: -Y su billetera, por favor.

– ¿Mi billetera?-Esa cosa puede desmagnetizar tarjetas de crédito, tarjetas de cajeros automáticos, cosas así. Todo lo que tenga que ver con el magnetismo. No tiene una placa de acero en la cabeza ni nada por el estilo, ¿verdad?

– No. -Terminé de vaciar mis bolsillos y de poner los elementos en la mesa.

– De acuerdo -dijo llevándome al interior de la cámara-. Tal vez esto le parezca un poco amenazador si es claustrofóbico. ¿Lo es?

– No especialmente.

– Maravilloso. Hay un espejo para que pueda verse a sí mismo pero mucha gente se asusta si se ve acostada en la máquina. Supongo que les sugiere el aspecto que tendrán en el ataúd. -Volvió a reír.

Yo me acosté en la plataforma blanca y Ann me aseguró en ella. Las correas alrededor de mi cabeza encajaban con exactitud y estaban acolchonadas con esponjas. Todo me resultaba vagamente incómodo.

Lentamente, la asistente movió la plataforma hacia el centro de la máquina. Adentro del agujero de la rosquilla había un espejo: veía mi cabeza y mi torso.

Desde algún lugar de la habitación, oí la voz de Ann.

– Encendido del imán.

Luego, por un parlante dentro de la máquina, oí la voz de Rossi.

– ¿Todo bien ahí?

– Sí -dije-. ¿Cuánto lleva esto?

– Seis horas -dijo la voz-. No, es una broma. Diez, quince minutos.

– Muy gracioso.

– ¿Listo?

– Empecemos de una vez -dije.

– Va a oír un ruido como de golpes -volvió a explicar Rossi-. Pero mi voz será más fuerte, ¿de acuerdo?

– De acuerdo -contesté, impaciente.

La correa no me dejaba mover la cabeza; esa sensación era particularmente desagradable.

– Comencemos.

En ese momento, empezó a sonar un ruido como de martillo, rítmico, rápido; menos de un segundo entre un golpe y otro.

– Ben, voy a hacerle una serie de preguntas -dijo la voz de Rossi, metálica, clara-. Conteste sí o no.

– Esta no es mi primera experiencia con un detector -contesté un poco enojado.

– Entiendo -respondió la voz metálica-. ¿Su nombre es Benjamín Ellison?

– Sí.

– ¿Se llama usted John Doe?

– No.

– ¿Es usted médico?

– No.

– ¿Alguna vez tuvo una amante?

– ¿Qué significa esto?

– Por favor, por favor, Ben. Sí o no.

Dudé. Como Jimmy Cárter, he sentido lujuria bien adentro del corazón.

– No.

– ¿Estuvo usted empleado por la Agencia, la CIA?

– Sí.

– ¿Vive en Boston?

– Sí.

Oí una voz femenina en la habitación, la voz de Ann, y luego una voz de hombre que hablaba desde muy cerca. Después, la pregunta de Rossi por el parlante.

– ¿Fue usted agente de la inteligencia soviética?

Yo chasqueé la lengua. No podía creerlo.

– Sí o no, Ben. Entienda que estas preguntas están diseñadas para controlar los parámetros de sus niveles de ansiedad. ¿Fue usted agente de la inteligencia soviética?

– No -dije.

– ¿Está casado con Martha Sinclair?

– Sí.

– ¿Está usted bien por ahora, Ben?

– Perfectamente -dije-. Siga.

– ¿Nació usted en la ciudad de Nueva York?

– No.

– ¿Nació en Filadelfia?

– Sí.

– ¿Tiene treinta y ocho años de edad?

– No.

– ¿Treinta y nueve?

– Sí.

– ¿Su nombre es Benjamín Ellison?

– Sí.

– Ahora, voy a pedirle que mienta en las próximas dos preguntas. ¿Su especialidad legal está relacionada con la propiedad de inmuebles?

– Sí -dije.

– ¿Alguna vez se masturbó?

– No.

– Ahora la verdad. Cuando trabajó para la inteligencia de los Estados Unidos, ¿trabajó también para el servicio de inteligencia de algún otro país?

– No.

– Desde que acabó su servicio en la CIA, ¿estuvo en contacto con cualquier funcionario de inteligencia asociado con lo que fue el bloque de naciones socialistas?

– No.

Hubo una larga pausa, y luego llegó otra vez la voz de Rossi.

– Bueno, creo que con eso terminamos, Ben.

– Entonces, quiero salir de aquí.

– Ann lo sacará en un minuto. -El ruido se detuvo tan bruscamente como había empezado y el silencio fue un alivio enorme. Sentía que me latían los oídos. Oí voces de nuevo, voces distantes, los técnicos del laboratorio, seguramente.

– Todo listo, señor Ellison -dijo la voz de Ann mientras hacía correr la plataforma. Espero por Dios que esté bien.

– ¿Disculpe? -dije.

– Dije que ya estamos listos. -Se estiró para soltar la correa de la cabeza y luego desprendió el Velero que me aseguraba los tobillos y las muñecas.

– Estoy bien -dije-. Excepto la audición. Supongo que la recuperaré en un par de días…

Ann me miró con suma atención, el ceño fruncido, y luego dijo:

– Va a estar bien, no se preocupe. -Me ayudó a bajar de la plataforma. -No estuvo tan mal, ¿no es cierto? -dijo mientras me daba la mano para ponerme de pie. No funcionó, no funcionó.

– ¿Qué es lo que no funcionó?

Ella me miró otra vez, intrigada. Dudó un momento y después dijo:

– Todo está bien.

La seguí afuera hacia donde estaba Rossi, de pie, las manos en los bolsillos del traje, relajado, esperando.

– Gracias, Ben -dijo-. Bueno, está usted limpio. No hay sorpresas. Las imágenes de computadora, las fotos de la actividad eléctrica de su cerebro, indican que fue usted sincero en todo menos cuando le pedí que mintiera.

Luego se volvió para buscar en una pila de archivos. Yo me acerqué a la silla para buscar mis cosas y lo oí murmurar algo sobre Truslow.

– ¿Y Truslow? -dije.

Él se volvió, sonriendo, contento.

– ¿Qué quiere decir con eso?

– ¿Estaba usted hablándome? -pregunté.

Me miró unos segundos, los ojos muy abiertos. Sacudió la cabeza. Los ojos seguían mirándome, fríos, atentos.-Olvídelo -dije, pero yo lo había oído. Estábamos a no más de dos metros, no me estaba engañando. Algo sobre Truslow. Tal vez no se había dado cuenta de que hablaba en voz alta.

Me dediqué a recoger mis cosas de la mesa: las monedas, el cinturón y todo eso. Rossi dijo otra vez, tan claro como la primera vez:

¿Es posible?

Lo miré y no dije nada.

¿Funcionó?, llegó la voz de Rossi otra vez, algo indistinta, algo distante pero…

…esta vez estaba bien seguro…

…su boca no se había movido…

No había dicho ni una palabra. La idea fue abriéndose camino en mí, lenta, segura, y sentí que se me congelaba el estómago.

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