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Dajani venía directamente de echar un vistazo por la ciudad entre 630 y 650 sin resultados positivos. Se sentía fatigado, irritado y visiblemente no le alegraba mucho la idea de pasarse las vacaciones buscando a un turista perdido por otro Guía.

Aquello enfrió repentinamente mi vena sentimental. Intenté rehacer el discurso de agradecimiento pero me cortó amargamente:

—¡No me hagas la bola! Hago todo esto porque mis capacidades de instructor serían puestas seriamente en duda si la Patrulla viese al antropoide al que entregué diploma de Guía. Sólo me estoy protegiendo.

Nació un atroz silencio, lleno rápidamente por ruidos de pies en el suelo y gallos de garganta.

—No es muy agradable oír eso, —le repliqué a Dajani.

—No te dejes abatir, pequeño —declaró Buonocore—. Como ya te he dicho sea quien sea el Guía un turista puede alterar su crono y…

—No hablo de la pérdida del turista —le cortó Dajani irritado—. ¡Hablo del hecho de que este idiota haya conseguido desdoblarse intentando corregir su error! —Bebió un trago de vino—. Lo uno se lo perdono, pero lo otro no.

—Lo de la duplicación es bastante feo —admitió Buonocore.

—Es un serio problema —confirmó Kolettis.

—Un mal karma —dijo Sam—. Sin hablar del modo en que tendremos que arreglar las cosas.

—No he oído hablar de un caso parecido —declaró Pappas.

—Una desgracia muy molesta —comentó Plastiras.

—Escuchad —les dije— la duplicación ha sido accidental. Estaba demasiado ocupado en intentar encontrar a Sauerabend como para calcular las consecuencias de…

—Lo entendemos —dijo Sam.

—Un error comprensible cuando uno se encuentra bajo tensión —corroboró Jeff Monroe.

—Habría podido pasarle a cualquiera —opinó Buonocore.

—Muy mala suerte —murmuró Pappas.

Empezaba a sentirme mucho menos miembro de una sólida fraternidad, y mucho más como un desgraciado sobrino demasiado torpe como para meterse en líos en cualquier parte. Los tíos del sobrino intentaban restablecer una situación particularmente catastrófica y calmar al sobrino para que no cometiera más memeces.

Cuando me di cuenta de la actitud real de aquellos hombres, casi tuve ganas de llamar a la Patrulla Temporal, confesar mis crímenes y pedir que me suprimieran. Mi mente se encogió. Mi virilidad se me pegó al culo. Yo, que fornicaba con emperatrices, que seducía a las mujeres de la nobleza, que charlaba con los emperadores, yo, el último de los Ducas, yo, el brillante Guía, el igual a Metaxas, yo… no era, para aquellos Guías veteranos que me rodeaban, nada más que una masa andante de imbecilidad. Un excremento que andaba como un hombre. Es decir, una mierda.

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