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Con gran precisión y enorme alivio, pusimos término a la comedia.

He aquí cómo:

Saltamos al mediodía de aquella cálida jornada de verano de 1100 y ocupamos nuestras posiciones a lo largo del muro de Constantinopla. Esperamos, intentando ignorar las otras versiones de nosotros mismos que pasaban furtivamente por los alrededores cumpliendo su propia misión.

La niña y la atenta dueña se acercaron.

Mi corazón latía dolorosamente de amor hacia la joven Pulcheria, y me dolían también otras cosas al pensar en la voluptuosa Pulcheria en quien se convertiría.

La niña y la confiada dueña pasaron ante nosotros, una al lado de la otra.

Conrad Sauerabend/Heracles Photis apareció. Ruidos discordantes en la orquesta; torsiones de bigotes; silbidos. Examinó a la joven y a la mujer y se dio una palmada en el grueso vientre. Sacó un pequeño flotador y verificó su punta. Con la mirada concupiscente, se adelantó hacia ella, con la intención de meter el flotador en el brazo de la dueña y, mientras ella planeaba una hora, acercarse libremente a la jovencita.

Metaxas miró a Sam.

Sam me miró.

Nos acercamos por detrás a Sauerabend.

—¡Vamos! —ordenó Metaxas. Y entramos en acción.

Sam el negro se abalanzó sobre Sauerabend y su enorme brazo derecho le rodeó la garganta. Metaxas le sujetó la muñeca izquierda y le echó el brazo hacia atrás, lejos de los controles del crono que le podía permitir escapar. Simultáneamente, yo le agarré el brazo derecho y le obligué a soltar el flotador. Toda aquella maniobra apenas duró un octavo de segundo y tuvo como resultado la completa inmovilización de Sauerabend. Mientras tanto, la dueña eligió, sabiamente, huir, acompañada por Pulcheria, de aquella bronca intempestiva.

Sam metió la mano bajo la ropa de Sauerabend y le quitó el alterado crono.

Le soltamos. Sauerabend, que pensaba que le estaban asaltando algunos bandoleros, me vio y balbuceó algunos monosílabos incongruentes.

—Te creías muy listo ¿verdad? —le pregunté.

Él siguió gruñendo.

—Alteraste el crono, te largaste y creíste que podrías vivir haciendo contrabando ¿eh? ¿Pensabas que no te encontraríamos?

No le dije palabra de las semanas de agotadoras búsquedas que habíamos pasado hasta dar con él. Ni de los crímenes temporales que cometimos para localizarle: las paradojas que dejábamos sueltas por la línea, las inútiles duplicaciones de nosotros mismos. No le dije tampoco que acabábamos de terminar con seis años de su vida como tabernero en otro universo que para nosotros no existía. No le dije nada de toda la cadena de acontecimientos que habrían hecho de él el esposo de Pulcheria Botaniates en aquel inexistente universo, privándome así de mi propia genealogía. Sin embargo todas aquellas cosas no habían pasado. No habría un posadero llamado Heracles Photis que vendiera vino y cordero a los bizantinos de los anos 1100 al 1105.

Metaxas sacó de su túnica un crono suplementario sin manipular llevado especialmente.

—Póntelo —dijo.

Con muy mala cara Sauerabend le obedeció.

—Volvemos a 1204 —dije— casi al mismo momento en que te fuiste. Luego acabaremos la gira y volveremos a 2059. ¡Que Dios te ayude como me causes el menor problema, Sauerabend! No te denunciaré por crimen temporal porque soy muy bueno, aunque un salto sin autorización como el que has dado es un acto criminal; pero si haces cualquier cosa que me irrite desde ahora hasta el momento en que me libre de ti te haré quemar vivo. ¿Queda claro?

Asintió con la cabeza.

Me volví hacia Sam y Metaxas.

—A partir de este momento puedo ocuparme de él yo solo. Gracias por todo. No puedo decir cuánto.

—No lo intentes —respondió Metaxas; y descendieron por la línea.

Ajusté el nuevo crono de Sauerabend y luego el mío; saqué el transmisor.

—Vamos —le dije; y saltamos a 1204.

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