Holly sostuvo con fuerza el pequeño sobre con ambas manos y echó un vistazo al reloj de la pared de la cocina. Eran las doce y cuarto. Normalmente Sharon y Denise ya la habrían llamado para entonces, expectantes por enterarse del contenido del sobre. Pero de momento ninguna de las dos había dado señales de vida. Al parecer la noticia de un compromiso y un embarazo había vencido a la de un mensaje de Gerry. Holly se despreció por estar tan amargada. Deseaba alegrarse por sus amigas, estar de nuevo en el restaurante celebrando las buenas noticias con ellas, tal como hubiese hecho la Holly de antes. Pero no tenía fuerzas ni para sonreír.
De hecho, estaba celosa de su buena suerte y se sentía enojada con las dos por seguir adelante sin ella. Incluso en compañía de amigos, en una habitación con mil personas, se sentiría sola. Sin embargo, nada parecido a la soledad que sentía cuando vagaba por las habitaciones de su casa silenciosa.
No recordaba la última vez que había sido verdaderamente feliz, la última vez que alguien o algo la había hecho reír hasta que le dolieran la barriga y la mandíbula. Echaba de menos acostarse por la noche sin tener nada en la cabeza, echaba de menos disfrutar de la comida en lugar de ingerirla para mantenerse con vida, odiaba los retortijones de estómago cada vez que se acordaba de Gerry. Anhelaba disfrutar viendo sus programas favoritos de televisión en lugar de mirarlos sin prestar atención sólo para matar el tiempo. Detestaba sentir que no tenía ningún motivo para despertarse por la mañana. Odiaba la sensación de no estar ilusionada ni tener ganas de hacer nada. Añoraba sentirse amada, saber que Gerry la miraba mientras veía la televisión o cenaba. Deseaba sentir de nuevo su mirada al entrar en una habitación; echaba de menos sus caricias, sus abrazos, sus consejos, sus palabras de amor.
Detestaba contar los días que faltaban para leer el siguiente mensaje de Gerry porque éstos eran lo único que él le había dejado y, después de aquél, sólo quedarían otros tres. Odiaba pensar cómo sería su vida cuando ya no hubiera más Gerry Los recuerdos estaban muy bien, pero no podías tocarlos, olerlos ni abrazarlos. Nunca eran exactamente como había sido el momento recordado y se desvanecían con el tiempo.
Así que maldijo en silencio a Sharon.y Denise, que disfrutaran cuanto quisieran de sus vidas felices, pero durante los próximos meses todo cuanto ella tenía era a Gerry. Se enjugó una lágrima del rostro (las lágrimas se habían convertido en un rasgo muy habitual en su rostro durante los últimos meses) y poco a poco abrió el séptimo sobre.
Apunta a la Luna y, si fallas, al menos estarás entre las estrellas. ¡Prométeme que esta vez buscarás un trabajo que te guste! Posdata: te amo…
Holly leyó y releyó la carta, intentando descubrir qué sentimientos le provocaba. Llevaba mucho tiempo asustada ante la idea de tener que volver a trabajar, mucho tiempo creyendo que no estaba preparada para seguir adelante, que era demasiado pronto. Pero había llegado el momento. Y si Gerry decía que tenía que ser, sería. Holly sonrió.
– Te lo prometo, Gerry-dijo contenta.
En fin, no eran unas vacaciones en Lanzarote, pero sí un paso adelante para volver a encarrilar su vida. Estudió la caligrafía de Gerry un buen rato después de leer el mensaje, como siempre hacía, y cuando estuvo convencida de haber analizado cada palabra, corrió al cajón de la cocina, sacó un bloc y un bolígrafo y comenzó a redactar una lista de posibles empleos.
LISTA DE EMPLEOS POSIBLES
1. Agente del FBI – No soy estadounidense. No quiero vivir en Estados Unidos. No tengo experiencia policial.
2. Abogado – Odié la escuela. Odié estudiar. No quiero ir a la universidad diez millones de años.
3. Médico – Ughh.
4. Enfermera – Uniformes poco favorecedores.
5. Camarera – Me comería toda la comida.
6. Mirona profesional – Buena idea, pero nadie me pagaría.
7. Esteticista – Me muerdo las uñas y me depilo lo menos posible. No quiero ver según qué partes ajenas.
8. Peluquera – No me gustaría tener un jefe como Leo.
9. Dependienta – No me gustaría tener una jefa como Denise.
10. Secretaria – NUNCA MÁS.
11. Periodista – No se vastante cartografía. Ja, ja, debería ser cómica.
12. Cómica – Releer el chiste anterior. No tiene gracia.
13. Actriz – No lograría superar mi maravillosa actuación en la aclamada producción «Las chicas y la ciudad».
14. Modelo – Demasiado baja, demasiado gorda, demasiado vieja.
15. Cantante – Revisar la idea de cómica (número 12).
16. Mujer emprendedora dueña de su vida – Hmm… Debo comenzar a buscar mañana…
Holly por fin cayó rendida en la cama a las tres de la madrugada y soñó que era un as de la publicidad realizando una presentación ante una interminable mesa de reuniones en el último piso de un rascacielos que dominaba Grafton Street. Bueno, Gerry había dicho que apuntara a la Luna… Aquella mañana, despertó temprano entusiasmada con sus sueños de éxito, se duchó deprisa, se arregló y fue caminando hasta la biblioteca del barrio para buscar empleos en Internet.
Sus tacones hacían mucho ruido en el suelo de madera mientras cruzaba la sala hasta el mostrador de la bibliotecaria, lo que provocó que varias personas levantaran la vista de su libro para mirarla. Siguió taconeando a través de la enorme sala, y se sonrojó al darse cuenta de que todo el mundo estaba mirándola. Aminoró el paso de inmediato y comenzó a caminar de puntillas para no llamar tanto la atención. Se sintió como uno de esos personajes de los dibujos animados de la tele que exageraban mucho el gesto de caminar de puntillas y se ruborizó aún más al darse cuenta de que debía de parecer tonta de remate. Dos escolares vestidos de uniforme, que sin duda estaban haciendo novillos, rieron por lo bajo cuando pasó junto a su mesa. Por fin dejó de caminar de aquella forma tan extraña y se detuvo a medio camino entre la puerta y el mostrador de la bibliotecaria, sin saber qué hacer a continuación. -iShhh!
La bibliotecaria miró con acritud a los escolares. Más gente levantó la vista de su libro para observar a la mujer que estaba de pie en medio de la sala. Holly decidió seguir caminando y aligeró el paso. Sus tacones sonaban fuerte en el suelo y la bóveda de la sala devolvía un eco cada vez más frecuente mientras corría hacia el mostrador para poner fin a aquella humillación.
La bibliotecaria alzó la mirada y sonrió fingiendo sorprenderse de ver a alguien delante del mostrador, como si no hubiese oído a Holly cruzar toda la sala.
– Hola -susurró Holly muy bajo-. Quisiera saber si puedo hacer una consulta en Internet.
– ¿Perdón?
La bibliotecaria habló normalmente y acercó la cabeza a Holly para oírla mejor.
– Oh. -Holly carraspeó, preguntándose qué había sido de la vieja costumbre de susurrar en las bibliotecas-. Quisiera saber si puedo hacer una consulta en Internet.
– Por supuesto, los ordenadores están allí -dijo la bibliotecaria con una sonrisa, señalando hacia la hilera de ordenadores del otro extremo de la sala-. Son cinco euros por cada veinte minutos de conexión.
Holly le entregó sus últimos diez euros. Era todo lo que había conseguido sacar de su cuenta aquella mañana. Había formado una larga cola detrás de ella en el cajero automático mientras iba reduciendo la cifra solicitada de cien euros a diez, dado que el cajero rechazaba cada intento con un bochornoso pitido para hacerle saber que no disponía de suficiente saldo. Se había resistido a creer que aquello fuese todo cuanto le quedaba, pero el incidente le dio una razón más para ponerse a buscar trabajo de inmediato.
– No, no -dijo la bibliotecaria, devolviéndole el dinero-, puede pagar cuando termine.
Holly observó la distancia que la separaba de los ordenadores. Tendría que volver a hacer ruido para llegar hasta allí. Respiró hondo y avanzó con aire resuelto, pasando filas y más filas de mesas. Faltó poco para que se echara a reír al ver a tanta gente mirándola, eran como fichas de dominó que iban levantando la cabeza para observarla a medida que avanzaba por el pasillo. Finalmente llegó a los ordenadores y resultó que no había ninguno libre. Se sintió como si acabara de perder en el juego de la silla y todos se estuvieran riendo de ella. Aquello comenzaba a ser ridículo. Levantó las manos hacia los mirones como diciendo «¿Qué diablos miráis?», y acto seguido todos enterraron la cabeza en sus libros otra vez.
Holly aguardó de pie entre las filas de mesas y los ordenadores, tamborileando en su bolso con los dedos y mirando alrededor. Los ojos por poco se le salieron de las órbitas cuando vio a Richard teclear en uno de los ordenadores. Fue de puntillas hasta él y le tocó el hombro. Richard dio un respingo y giró la silla.
– Hola -susurró Holly.
– Ah, hola, Holly. ¿Qué estas haciendo aquí?-preguntó un tanto incómodo, como si lo hubiese sorprendido haciendo algo que no debía.
– Espero que quede libre un ordenador -contestó Holly-. Por fin me he decidido a buscar trabajo -agregó orgullosa. Hasta el mero hecho de decirlo hacía que se sintiera menos como un vegetal.
– Muy bien. -Richard se volvió hacia el ordenador y apagó la pantalla-. Puedes usar éste.
– ¡No, no tengas prisa por mí! -se apresuró a decir Holly.
– Es todo tuyo. Sólo estaba haciendo unas consultas para el trabajo. Se levantó y se hizo a un lado para que Holly se sentara.
– ¿Tan lejos? -preguntó sorprendida-. ¿No tienen ordenadores en Blackrock? -bromeó. No sabía con exactitud qué hacía Richard para ganarse la vida y le pareció que sería una grosería preguntárselo ahora, dado que llevaba más de diez años en la misma empresa. Sabía que tenía algo que ver con llevar una bata blanca y deambular por un laboratorio vertiendo sustancias de colores en tubos de ensayo. Ella y Jack siempre habían dicho que estaba preparando una poción secreta para erradicar la felicidad de la faz de la Tierra. Ahora se sintió mal por haber dicho aquello. Si bien no concebía estar verdaderamente unida a Ríchard, ya que quizá siempre acabaría sacándola de quicio, estaba comenzando a reparar en sus buenas cualidades. Como cederle su sitio en el ordenador de la biblioteca, por ejemplo.
– Mi trabajo me lleva de un lado a otro -bromeó Richard con torpeza.
– iShhh! -dijo la bibliotecaria, haciéndose oír.
El público de Holly volvió a levantar la vista de sus libros. Vaya, así que ahora sí que tenía que susurrar, pensó Holly, enojada.
Richard se despidió deprisa, se dirigió al mostrador para pagar y salió sigilosamente de la sala.
Holly se sentó delante del ordenador y el hombre que tenía al lado le dedicó una extraña sonrisa. Ella le sonrió a su vez y echó un vistazo entrometido a su pantalla. Apartó la mirada en el acto y casi le vino una arcada al ver una imagen porno. El sujeto siguió mirándola fijamente con su horrible sonrisa, pese a que Holly no le hizo ningún caso y se enfrascó en su búsqueda de empleo. Cuarenta minutos después apagó el ordenador la mar de contenta, fue hasta la bibliotecaria y puso el dinero encima del mostrador. La mujer tecleó en su ordenador sin prestar atención al billete.
– Son quince euros, por favor. Holly tragó saliva, mirando el billete. -Creía que había dicho que eran cinco por cada veinte minutos. -Y así es -contestó la bibliotecaria, sonriendo.
– Pero si sólo he estado conectada cuarenta minutos.
– En realidad ha estado cuarenta y cuatro minutos, con lo cual entra en la siguiente fracción de veinte minutos -replicó la bibliotecaria, consultando el ordenador.
Holly soltó una risita nerviosa.
– Sólo son unos minutos de más. No puede decirse que valgan cinco euros.
La bibliotecaria siguió sonriendo impertérrita.
– ¿Espera que los pague? -preguntó Holly, sorprendida.
– Sí, es la tarifa.
Holly bajó la voz y acercó la cabeza a la mujer.
– Mire, esto es muy bochornoso, pero lo cierto es que sólo llevo diez euros encima. ¿Tendría inconveniente en que volviera más tarde con el resto?
La bibliotecaria negó con la cabeza.
– Lo siento, pero no puedo permitirlo. Tiene que pagar la suma entera.
– Pero es que no tengo la suma entera -protestó Holly.
La mujer permaneció impávida.
– Muy bien -vociferó Holly, sacando el móvil del bolso.
– Lo siento, pero no puede usar eso aquí dentro -dijo la bibliotecaria, y señaló el cartel que prohibía el uso de móviles.
Holly levantó la vista hacia ella y contó mentalmente hasta diez.
– Si no me permite usar el teléfono, está claro que no puedo llamar a nadie para que me ayude. Si no puedo llamar a nadie, es imposible que me traigan el dinero que falta. Si no me traen el dinero que falta, está claro que no puedo pagar. De modo que tenemos un pequeño problema, ¿no le parece? -concluyó alzando la voz.
La bibliotecaria se revolvió nerviosa en el asiento. -¿Puedo salir fuera a llamar por teléfono?
La mujer meditó aquel dilema.
– Bueno, normalmente no permitimos que nadie salga del recinto sin pagar, pero supongo que puedo hacer una excepción. -Sonrió y se apresuró a añadir-: Siempre y cuando se quede justo delante de la entrada.
– ¿Donde usted pueda verme? -inquirió Holly, sarcástica.
La bibliotecaria se puso a revolver papeles debajo del mostrador, fingiendo que seguía trabajando.
Holly se plantó delante de la puerta y pensó a quién llaman No podía llamar a Denise ni a Sharon. Aunque sin duda saldrían del trabajo en cualquier momen… to para echarle un cable, no quería que se enteraran de sus fracasos en la vida ahora que ambas eran tan dichosamente felices. Tampoco podía llamar a Ciara porque estaba haciendo el turno de día en Hogan's y, puesto que Holly ya le debía veinte euros a Daniel, no le parecía prudente pedir a su hermana que se ausentara del trabajo por culpa de cinco euros. Jack volvía a dar clases en el colegio, igual que Abbey, Declan estaba en la facultad y Richard ni siquiera era una opción.
Las lágrimas le rodaban por las mejillas mientras hacía avanzar la lista de nombres en la pantalla del móvil. La mayoría de las personas que figuraban en el teléfono no la habían llamado ni una sola vez desde que Gerry había fallecido, lo que significaba que no tenía más amigos a los que llamar. Dio la espalda a la bibliotecaria para que no la viera en aquel estado. ¿Qué podía hacer? Qué situación tan vergonzosa tener que llamar a alguien para pedirle cinco euros. Aunque aún resultaba más humillante no tener a quién llamar. Pero tenía que hacerlo o de lo contrario aquella bibliotecaria altanera probablemente avisaría a la policía. Marcó el primer número que le pasó por la cabeza.
– Hola, soy Gerry. Por favor, deja un mensaje después de la señal y te llamaré en cuanto pueda.
– Gerry -dijo Holly entre sollozos-, te necesito…
Holly estuvo un buen rato esperando frente a la puerta de la biblioteca. La bibliotecaria no le quitaba el ojo de encima por si acaso se escapaba. -Estúpida bruja -gruñó Holly.
Finalmente el coche de su madre se detuvo un momento delante de ella y Holly procuró aparentar normalidad. Ver el rostro feliz de su madre al volante mientras aparcaba el coche le trajo recuerdos de la infancia. Su madre solía recogerla en el colegio cada día y Holly siempre sentía un inmenso alivio al ver aparecer su coche para rescatarla después de un día infernal en la escuela. Siempre había detestado la escuela, bueno, al menos hasta que conoció a Gerry. A partir de entonces tuvo ganas de ir para poder sentarse a su lado y flirtear en la última fila de la clase.
Los ojos de Holly volvieron a humedecerse y Elizabeth corrió a su encuentro y abrazó a su niña.
– Oh, mi pobre Holly, ¿qué ha sucedido? -dijo tocándole el pelo, y lanzó miradas asesinas a la bibliotecaria mientras su hija le contaba lo ocurrido. -Muy bien, cariño. ¿Por qué no esperas en el coche mientras yo entro a resolver esto?
Holly obedeció y subió al coche, donde estuvo cambiando de emisora de radio mientras su madre se enfrentaba con la matona del colegio. -Menuda idiota -refunfuñó Elizabeth al subir al coche. Miró a su hija y la vio ensimismada-. ¿Qué tal si nos vamos a casa y nos relajamos un poco?
Holly sonrió agradecida y una lágrima rodó por su mejilla. A casa. Le gustaba cómo sonaba.
Holly se acurrucó en el sofá con su madre en la casa familiar de Portmarnock. Se sentía como si volviera a ser una adolescente. En aquellos tiempos su madre y ella solían abrazarse en el sofá para contarse todos los chismes. Ojalá ahora pudiera tener las mismas conversaciones con ella que entonces. De pronto Elizabeth irrumpió en sus pensamientos.
– Anoche te llamé a casa. ¿Dónde estabas? Tomó un sorbo de té.
Ah, las maravillas del mágico té. La respuesta a todos los pequeños problemas de la vida. Tenías un cotilleo y preparabas una taza de té, te despedían del trabajo y tomabas una taza de té, tu marido te decía que tenía un tumor cerebral y tomabas una taza de té…
– Salí a cenar con las chicas y unas cien personas más que no conocía de nada. -Holly se frotó los ojos. Estaba cansada.
– ¿Cómo están las chicas? -preguntó Elizabeth con sincero interés. Siempre se había llevado bien con las amigas de Holly, a diferencia de las de Ciara, que le daban miedo.
Holly tomó otro sorbo de té.
– Sharon está embarazada y Denise se ha comprometido -contestó con la mirada perdida.
– Oh -musitó Elizabeth sin saber cómo reaccionar ante su afligida hija-. ¿Cómo te lo has tomado? -preguntó en voz baja apartando un cabello del rostro de Holly.
Holly se miró las manos y trató de recobrar la compostura. No lo consiguió y los hombros comenzaron a temblarle mientras intentaba ocultar la cara detrás del pelo.
– Oh, Holly erijo Elizabeth apenada, dejando la taza en la mesa y acercándose a su hija-. Es normal que te sientas así.
Holly ni siquiera era capaz de articular palabra.
La puerta principal se cerró de un portazo y Ciara anunció a la casa que había llegado:
– ¡Estamos en caaaaaasa!
– Fantástico -sollozó Holly, apoyando la cabeza en el pecho de su madre. -¿Dónde está todo el mundo? -gritó Ciara, abriendo y cerrando puertas por toda la casa.
– Espera un momento, cielo -dijo Elizabeth, molesta porque le echaran a perder aquel momento de intimidad con Holly.
– ¡Traigo noticias! -La voz de Ciara sonaba más fuerte a medida que se acercaba. Mathew abrió la puerta de golpe, sosteniendo a Ciara en brazos-. ¡Mathew y yo nos vamos a Australia! -gritó radiante de felicidad. Se quedó atónita al ver a su hermana llorando abrazada a su madre. Saltó de los brazos de Mathew, lo sacó de la habitación y cerró la puerta sin hacer ruido.
– Y ahora Ciara también se va, mamá -musitó Holly desesperada, y Elizabeth lloró en silencio por su hija.
Holly siguió hablando con su madre hasta bien entrada la noche acerca de todo lo que le había pasado a lo largo de los últimos meses. Y pese a que Elizabeth le ofreció toda clase de argumentos para tranquilizarla, siguió sintiéndose tan atrapada como antes. Aquella noche, durmió en el cuarto de los huéspedes y a la mañana siguiente despertó en una casa llena de ruidos. Holly sonrió ante la familiaridad del alboroto que armaban sus hermanos vociferando que llegaban tarde a clase y al trabajo, seguido por los gruñidos de su padre metiéndoles prisa, y las amables súplicas de su madre para que no hicieran tanto ruido, ya que iban a despertar a Holly. El mundo seguía girando, era tan simple como eso, y no había ninguna burbuja lo bastante grande como para protegerla.
Antes de almorzar, su padre la acompañó a casa y le entregó un cheque por valor de cinco mil euros.
– Oh, papá, no puedo aceptarlo -dijo Holly, abrumada por la emoción. -Cógelo -insistió apartándole la mano con suavidad-. Deja que te ayudemos, cielo.
– Os devolveré hasta el último céntimo -dijo Holly, abrazándolo con fuerza.
Holly se detuvo en la puerta, despidió a su padre con la mano y se quedó mirando cómo se alejaba calle abajo. Bajó la vista al cheque y fue como si le quitaran un gran peso de encima. Se le ocurrieron más de veinte cosas que hacer con aquel dinero y, por una vez, ninguna de ellas fue ir a comprar ropa. Al dirigirse a la cocina, advirtió que la luz roja del contestador parpadeaba en la mesa de la entrada. Se sentó al pie de la escalera y pulsó el botón.
Tenía cinco mensajes.
Uno era de Sharon, que llamaba para ver si estaba bien puesto que no había sabido de ella en todo el día. El segundo era de Denise, que llamaba para ver si estaba bien puesto que no había sabido de ella en todo el día. Era evidente que habían hablado entre sí. El tercero era de Sharon, el cuarto de Denise y el quinto de alguien que había colgado. Holly pulsó el botón de borrar y subió al dormitorio para cambiarse de ropa. Todavía no estaba preparada para hablar con Sharon y Denise; antes tenía que poner su vida en orden si quería servirles de apoyo.
Se sentó delante del ordenador en el cuarto habilitado como estudio y comenzó a redactar un currículo. Se había convertido en toda una profesional de aquella tarea, ya que cambiaba de empleo con mucha frecuencia. No obstante, hacía tiempo que no había tenido que preocuparse por hacer entrevistas. Y si conseguía una entrevista, ¿quién querría contratar a una persona que llevaba un año entero sin trabajar?
Tardó dos horas en lograr imprimir algo que considerase medianamente aceptable. En realidad estaba muy satisfecha, pues se las había ingeniado para parecer inteligente y con experiencia. Soltó una carcajada con la esperanza de enredar a sus futuros patronos para que creyeran que era una trabajadora capacitada. Al releer el currículo decidió que hasta ella se contrataría a sí misma. Se puso ropa formal y fue al centro del barrio en el coche cuyo depósito por fin había llenado. Aparcó delante de la oficina de empleo y se pintó los labios mirándose en el retrovisor. No había más tiempo que perder. Si Gerry decía que buscara trabajo, ella iba a encontrar uno.