Holly llegó al pub Hogan's bastante más relajada que el día anterior, aunque sus reflejos seguían siendo un poco más lentos de lo habitual. Sus resacas parecían empeorar a medida que iba haciéndose mayor, y la de ayer merecía la medalla de oro a la peor de las resacas. Aquella mañana, había ido a dar un largo paseo por la costa, desde Malahide hasta Portmarnock, y la brisa fría v vigorizante la ayudó a aclarar su confusión mental. Luego había ido a almorzar a casa de sus padres, quienes le regalaron un hermoso jarrón de cristal \ áterford por su cumpleaños. La visita resultó maravillosamente relajante y tuvo que hacer un gran esfuerzo para levantarse del confortable sofá y dirigirse al Hogan's.
El Hogan's era un pub de tres plantas muy concurrido situado en el centro de la ciudad, e incluso en domingo estaba atestado. El primer piso era un local nocturno muy moderno donde siempre sonaba lo más nuevo de las listas de éxitos. Allí iba la gente joven a lucir sus últimos modelitos. La planta baja era un pub irlandés tradicional destinado a un público más maduro (solía estar lleno de hombres mayores encaramados a sus taburetes y encorvados sobre sus jarras de cerveza, viendo la vida pasar). Unas pocas noches por semana actuaba una banda de música tradicional irlandesa, que gozaba de notable popularidad tanto entre los jóvenes como entre los mayores. El sótano, oscuro y lúgubre, era el lugar reservado a los grupos de rock. Su clientela estaba formada exclusivamente por estudiantes, y saltaba a la vista que Holly era la persona más mayor del lugar. El bar consistía en una diminuta barra situada en un rincón del alargado local, rodeada por una multitud desaliñada de estudiantes con tejanos y camisetas raídas que se empujaban sin miramientos para conseguir sus bebidas. Los camareros también presentaban aspecto de universitarios y se afanaban de un lado a otro con el rostro bañado en sudor.
El ambiente del sótano estaba muy cargado, puesto que no había ventilación ni aire acondicionado, y a Holly le costaba respirar en aquella atmósfera tan viciada. Al parecer, prácticamente todos cuantos la rodeaban fumaban cigarrillos, y los ojos comenzaban a escocerle. Trató de no pensar en cómo sería la situación dentro de una hora, aunque todo indicaba que era la única persona a quien eso le preocupaba. Saludó a Declan con la mano para hacerle saber que había llegado pero decidió no acercarse hasta él, ya que estaba rodeado por un grupo de chicas. Lo último que deseaba era cortarle las alas. Holly se había perdido por completo el ambiente estudiantil cuando era más joven. Había decidido no matricularse en la universidad después del instituto, optando por un trabajo de secretaria, lo cual la llevó a cambiar de empleo cada pocos meses, hasta acabar en la espantosa oficina que dejó para poder dedicar tiempo a Gerry durante su enfermedad. De todos modos, dudaba que hubiese permanecido allí mucho más. Gerry había estudiado marketing en la Universi dad de Dublín, pero nunca tuvo demasiado trato social con los amigos de la facultad. De hecho, prefería salir con Holly, Sharon y John, Denise y su pareja de turno. A la vista de lo que tenía delante, Holly se dijo que no se había perdido gran cosa.
Cuando finalmente Declan consiguió deshacerse de sus admiradoras, se reunió con Holly.
– Hola, señor Éxito. Es todo un honor que te hayas dignado hablar conmigo -saludó Holly.
Las chicas dieron un buen repaso a Holly, preguntándose qué diablos vería Declan en aquella mujer mayor.
Declan rió y se frotó las manos con picardía.
– ¡Ya lo sé! ¡Ya lo sé! Este asunto de la música es genial. Me parece que tendré un poco de acción esta noche -dijo con petulancia.
– Como hermana tuya que soy, siempre es un placer que me informes de esas cosas -ironizó ella. Era imposible mantener una conversación con Declan, pues éste se negaba a mirarla a los ojos, dedicándose a inspeccionar a la concurrencia-. Vamos, Declan, ve a flirtear con esas bellezas en lugar de quedarte pegado a tu hermana mayor -instó Holly.
– No, no, no es eso -replicó Declan a la defensiva-. Es que nos han dicho que esta noche quizá vendrá un tipo de una discográfica a vernos actuar. -¡Fantástico!
Holly se alegró por su hermano. Era obvio que aquello significaba mucho para él y se sintió culpable por no haberse interesado nunca hasta entonces. Miró alrededor para ver si localizaba a algún tipo con pinta de trabajar en una discográfica. ¿Qué aspecto tendría? Tampoco era de esperar que estuviera senrado en un rincón, tomando notas frenéticamente en un bloc. Por fin reparó en un hombre mucho mayor que el resto del público. Iba vestido con una chaqueta negra de piel, pantalones negros de sport y camiseta del mismo color. Estaba de pie con los brazos en jarras, mirando fijamente hacia el escenario. Sí, sin duda era el tipo de la discográfica, pues iba sin afeitar y daba la impresión de no haberse acostado en varios días. Seguro que llevaba toda la semana pasando las noches en vela para asistir a conciertos y bolos y probablemente dormía de día. También era muy probable que oliera fatal. No obstante, quizá sólo fuera un bicho raro a quien le gustaba frecuentar el ambiente estudiantil para comerse con los ojos a las jovencitas. No dejaba de ser una posibilidad.
– ¡Está allí, Deco! -exclamó Holly, levantando la voz por encima del ruido y señalando hacia el hombre.
Declan se mostró excitado y dirigió la mirada hacia donde le indicaba Holly. Su sonrisa se desvaneció, evidenciando que conocía al sujeto en cuestión. -¡No, ése es Danny! -gritó Declan, y silbó para atraer su atención. Danny volvió la cabeza varias veces tratando de averiguar quién le llamaba, asintió al localizar a Declan y se dirigió hacia ellos.
– Qué pasa, tío -dijo Declan, dándole la mano.
– Hola, Declan. ¿Está todo listo? -preguntó el hombre, un tanto inquieto.
– Sí, tranquilo -contestó Declan con aire indiferente. Sin duda alguien le había dicho que para estar en la onda debía actuar como si nada importara.
– ,La prueba de sonido ha ido bien? -insistió Danny, ávido de información.
– Ha habido algún problemilla, pero lo hemos resuelto. -Entonces, ¿todo está en solfa?
– Claro.
– Bien. -Su expresión se relajó y se volvió para saludar a Holly-. Perdona que no te haya hecho caso antes. Soy Daniel.
– Encantada. Yo soy Holly.
– Oh, lo.siento-interrumpió Declan-. Holly, el propietario; Daniel, mi hermana.
– ¿Hermana? Vaya, no os parecéis en nada.
– Gracias a Dios -dijo Holly a Daniel, procurando que Declan no la oyera. Daniel se rió.
– ¡Eh, Deco, empezamos! -le gritó un chaval con el pelo azul. -Hasta luego -se despidió Declan, y se encaminó al escenario.
– ¡Buena suerte! -le deseó Holly-. Así que eres un Hogan -dijo, volviéndose hacia Daniel.
– Verás, en realidad soy un Connolly. -Sonrió y añadió-: Me quedé con el negocio hace unas semanas.
– Vaya, no sabía que lo hubiesen vendido -dijo Holly sorprendida-. ¿Y vas a cambiarle el nombre por el de Connolly's?
– No me caben tantas letras en la fachada. Es un poco largo. Holly se echó a reír.
– Bueno, todo el mundo conoce este sitio como Hogan's. Probablemente sería una estupidez cambiarle el nombre -observó Holly.
Daniel asintió.
– En realidad, ésa es la verdadera razón para no hacerlo. De pronto Holly vio a Jack en la entrada y le hizo señas.
– Siento mucho llegar tarde -se excusó Jack-. ¿Me he perdido algo? -preguntó, dándole un abrazo y un beso.
– No, van a comenzar ahora. Jack, te presento a Daníel, el propietario. -
Encantado de conocerte-dijo Daniel, estrechándole la mano. -¿Sabes si son buenos? -preguntó Jack, señalando con el mentón hacia el escenario.
– A decir verdad, nunca les he oído tocar-respondió Daniel no sin cierta preocupación.
– ¡Muy valiente por tu parte! -bromeó Jack.
– Espero que no demasiado -dijo Daniel, volviéndose hacia el escenario que los músicos ya habían ocupado.
– Reconozco algunas caras -dijo Jack a Holly, paseando la mirada entre el público-. La mayoría no ha cumplido los dieciocho.
Una jovencita vestida con tejanos rotos y una camiseta que no le tapaba el ombligo pasó junto a Jack, sonriendo insegura. Se llevó un dedo a los labios como para indicarle que se callara. Jack también sonrió y asintió con la cabeza. Holly miró a Jack inquisitivamente.
– ¿A qué venía eso? -preguntó.
– Es alumna mía de inglés. Sólo tiene dieciséis o diecisiete. Pero es una buena chica. Jack la observó mientras se alejaba-. Aunque más le vale no lle tarde a clase mañana.
Holly vio a la muchacha apurar una jarra de cerveza con sus amigos y deseó haber tenido un profesor como Jack en el instituto. Todos los estudiantes parecían adorarlo. Y era fácil entender por qué; Jack era de esa clase de personas que se hacen querer.
– Mejor será que no le digas que son menores -sugirió Holly entre diences, señalando con la cabeza hacia Daniel.
El público aplaudió y vitoreó a los artistas, y Declan adoptó un aire taciturno mientras se colgaba la guitarra al hombro. En cuanto empezaron a cucar, fue imposible mantener ninguna clase de conversación. El público comenzó a pegar saltos, y continuamente Holly recibía un pisotón. Jack la miraba v se reía, divertido por su evidente incomodidad.
– ¿Puedo invitaros a un trago? -vociferó Daniel, haciendo un gesto de beber con la mano.
Jack le pidió una jarra de Budweiser y Holly optó por un 7UP Observaron a Daniel abrirse paso entre el gentío y saltar al interior de la barra para preparar las bebidas. Regresó poco después con las bebidas y un taburete para Holly. Volvieron a fijar su atención en el escenario para ver la actuación de su hermano. La música no era exactamente del estilo predilecto de Holly, y sonaba tan fuerte y atronadora que le resultaba difícil saber si tenía algo de buena. Estaba a años luz de los relajantes sonidos de su CD favorito de Westlife, de modo que quizá no se hallara en condiciones de juzgar a los Black Strawberries. Aunque en realidad el nombre del grupo ya lo decía todo.
Después de cuatro canciones, Holly ya no pudo más. Se despidió de Jack con un abrazo y un beso.
– ¡Dile a Declan que me he quedado hasta el final! -gritó-. ¡Encantada de conocerte, Daniel! ¡Gracias por la bebida! -Y emprendió el camino de regreso a la civilización y el aire fresco. Los oídos siguieron zumbándole durante el trayecto de regreso a su casa en coche. Cuando llegó, eran más de las diez. Sólo faltaban dos horas para que ya fuese mayo. Y eso significaba que podría abrir otro sobre.
Holly estaba sentada a la mesa de la cocina tamborileando nerviosamente con los dedos sobre la madera. Bebió de un trago su tercera taza de café y estiró las piernas. Aguantar despierta durante dos horas más le resultó bastante más complicado de lo que había supuesto, era obvio que aún estaba cansada por haberse pasado de rosca en su fiesta. Repiqueteó con los pies debajo de la mesa sin seguir ningún ritmo en concreto y luego volvió a cruzar las piernas. Eran las once y media. Tenía el sobre encima de la mesa delante de ella, casi podía ver cómo le sacaba la lengua y le decía: «Toma, toma.»
Lo cogió y empezó a manosearlo. ¿Quién se enteraría si lo abría antes de hora? Sharon y John probablemente ni se acordarían de que había un sobre para el mes de mayo, y Denise seguro que estaría durmiendo como un tronco después del estrés de sus dos días de resaca. Además, lo tenía muy fácil para decir una mentira suponiendo que le preguntasen si había hecho trampas, aunque lo más plausible era que no les importase nada. Nadie lo sabría y a nadie le importaría.
Pero eso no era del todo cierto. Gerry lo sabría.
Cada vez que Holly sostenía los sobres con la mano sentía una fuerte conexión con él. Al abrir los últimos dos sobres, había notado como si Gerry estuviera sentado justo a su lado, riéndose de sus reacciones. Sentía como si participaran juntos de un juego, a pesar de encontrarse en dos mundos distintos. Sentía su presencia, y si hacía trampas él lo sabría, sabría si se saltaba las reglas de su juego en común.
Después de otra taza de café, Holly estaba histérica. La manecilla horaria del reloj parecía dar una audición para conseguir un papel en «Los vigilantes de la playa», con su carrera a cámara lenta alrededor de la esfera, pero por fin llegó la medianoche. Una vez más, volvió lentamente al sobre y atesoró cada instante del proceso. Gerry estaba sentado a la mesa frente a ella.
– ¡Venga, ábrelo!
Rasgó con cuidado la solapa y la rozó con los dedos, consciente de que lo último que había tocado era la lengua de Gerry. Por fin, sacó la tarjeta del interior y la abrió.
¡Adelante, Disco Diva! Enfréntate a tu miedo al karaoke en el Club Diva este mes y, quién sabe, quizá seas recompensada…
Posdata: te amo…
Notó la mirada de Gerry, sus labios se torcieron en una sonrisa y terminó echándose a reír. Holly repetía «¡ni hablar!» cada vez que recobraba el aliento. Por fin se serenó y anunció a la habitación:
– ¡Gerry, cabrón! ¡De ninguna de las maneras voy a pasar por esto!
Gerry se rió con ganas.
– Esto no tiene nada de divertido. Sabes muy bien lo que pienso al respecto y me niego a hacerlo. No. Ni hablar. No lo haré.
– Tienes que hacerlo y lo sabes -dijo Gerry, sonriendo. -¡No tengo por qué hacer esto!
– Hazlo por mí.
– No voy a hacerlo por ti, ni por mí, ni por la paz mundial. ¡Odio el karaoke!
– Hazlo por mí -repitió Gerry.
El timbre del teléfono hizo que Holly pegara un brinco en la silla. Era Sharon.
– Venga, son las doce y cinco. ¿Qué ponía? ¡John y yo nos morimos de vanas de saberlo!
– ¿Qué te hace suponer que lo he abierto? -preguntó Holly.
– ¡Oh, vamos! -soltó Sharon-. Veinte años de amistad me otorgan el rítulo de experta en ti. Y ahora déjate de zarandajas, dinos qué pone.
– No pienso hacerlo -repuso Holly rotundamente.
– ¿Qué? ¿No vas a decírnoslo?
– No, no voy a hacer lo que quiere que haga.
– ¿Por qué? ¿De qué se trata? -preguntó Sharon.
– Oh, no es más que un patético intento de hacerse el gracioso -espetó Holly al techo.
– Ahora sí que estoy intrigada -dijo Sharon-. Suéltalo.
– Holly, descubre el pastel. ¿De qué se trata? -inquirió John desde un teléfonosupletorio.
– Vale… Gerry quiere que… cante en un karaoke -soltó Holly de corrido. -
– Qué? Holly, no hemos entendido una sola palabra de lo que has dicho -protestó Sharon.
– Yo sí -aseguró John-. Creo que he oído algo acerca de un karaoke. ¿Tengo razón?
– Sí -respondió Holly como una niña traviesa.
– ¿Y tienes que cantar? -inquirió Sharon.
– Sí -confesó Holly con voz queda. Quizá si no lo decía, no tendría por qué pasar.
Sharon y John rieron tan fuerte que Holly tuvo que apartar el auricular de su oreja.
– Volved a llamar cuando se os haya pasado -dijo enojada, y colgó. Al cabo de un momento volvieron a llamarle.
Holly oyó a Sharon resoplar, incapaz de reprimir otro ataque de risa. La línea volvió a enmudecer.
Diez minutos después llamó de nuevo.
– ¿Sí?
– De acuerdo. -Esta vez Sharon habló con decisión y con un tono excesivamente serio-. Perdona lo de antes, ahora estoy bien. No me mires, John -rogó, apartándose del teléfono-. Lo siento, Holly, pero es que no dejo de pensar en la última vez que tú…
– Ya, ya, ya -la interrumpió Holly-. No hace falta que lo saques a relucir. Fue el día más embarazoso de mi vida, así que me acuerdo muy bien. Por eso no voy a hacerlo.
– ¡Vamos, Holly, no puedes permitir que una tontería como ésa te desanime!
– ¡Mira, quien no se desanime por una cosa así es que está loco de remate! -arguyó Holly.
– Holly, no fue más que una pequeña caída… -insistió Sharon.
– ¡No me digas! Me acuerdo perfectamente, ¿sabes? Además, ni siquiera sé cantar, Sharon. ¡Creía haber dejado claro este aspecto la última vez! Sharon guardó silencio.
– ¿Sharon? Silencio absoluto. -Sharon, ¿sigues ahí? No obtuvo respuesta. -Sharon, ¿te estás riendo? -inquirió Holly. Oyó algo parecido a un chillido y se cortó la línea.
– ¡Qué maravilloso apoyo me prestan mis amigos! -murmuró entre dientes-. ¡Oh, Gerry! Creía que tenías intención de ayudarme y en vez de eso me pones los nervios de punta.
Aquella noche, durmió poco y mal.