CAPÍTULO 32

Un par de días después Holly estaba sentada en su nuevo jardín trasero, tomando una copa de vino y escuchando la música de las campanillas mecidas por la brisa. Contempló los trabajos efectuados en el jardín y decidió que quienquiera que fuese el que estaba trabajando en él tenía que ser un profesional. Inspiró el aire y se dejó embriagar por la fragancia de las flores. Eran las ocho y ya comenzaba a oscurecer. Los luminosos atardeceres tocaban a su fin y todo el mundo se preparaba una vez más para hibernar durante los meses de invierno.


Pensó en el mensaje que había encontrado en el contestador automático. Era de la oficina de empleo y se quedó impresionada al tener noticias tan pronto. La mujer del teléfono decía que su currículo había tenido muy buena acogida y ya le habían concertado dos entrevistas de trabajo. Esta vez se sentía distinta; le entusiasmaba la idea de volver a trabajar y probar algo nuevo. Su primera entrevista era para vender espacio publicitario para una revista que circulaba por todo Dublín. Carecía de experiencia en aquel campo, pero estaba dispuesta a aprender porque la idea le resultaba mucho más interesante que cualquiera de sus empleos anteriores, los cuales consistían mayormente en contestar el teléfono, tomar nota de recados y archivar documentos. Cualquier cosa que no tuviera nada que ver con aquellas tareas era un paso adelante.


La segunda entrevista era para una agencia de publicidad irlandesa de renombre y sabía que no tenía la más remota posibilidad de conseguir el empleo. Pero Gerry le había dicho que apuntara a la Luna…


Holly también meditó sobre la llamada telefónica que acababa de recibir de Denise. Ésta estaba tan nerviosa que no parecía molesta por el hecho de que Holly no se hubiese puesto en contacto con ella desde que habían salido a cenar. Holly pensó que ni siquiera se había dado cuenta de que no le había devuelto la llamada. Denise había hablado sin parar sobre la boda, divagando durante más de una hora sobre qué clase de vestido debería llevar, qué flores debía elegir y dónde sería mejor celebrar el banquete. Comenzaba una frase y luego se olvidaba de terminarla porque cambiaba de tema sin cesar. Lo único que Holly tenía que hacer era emitir algún sonido de vez en cuando para que Denise supiera que la escuchaba… aunque no fuese así. Lo único que había sacado en claro era que Denise tenía intención de celebrar la boda la víspera de Año Nuevo y, a juzgar por cómo lo contaba, Tom no iba a tener voz ni voto sobre los planes que ella estaba haciendo. Holly se sorprendió al enterarse de que habían fijado una fecha tan cercana, había dado por sentado que el suyo sería uno de esos noviazgos que se prolongaban durante años, sobre todo teniendo en cuenta que Tom y Denise sólo hacía unos meses que formaban pareja. Pero la Holly actual no se preocupó tanto como lo hubiese hecho la Holly de antes. Ahora estaba suscrita a la revista del «encuentra a tu amor y aférrate a él para siempre». Denise y Tom hacían bien en no perder tiempo preocupándose por lo que pensara la gente si en el fondo de sus corazones tenían claro que se trataba de la decisión correcta.


Por su parte, Sharon no la había llamado desde el día después de anunciar su embarazo y a Holly le constaba que pronto tendría que telefonear a su amiga, pues de lo contrario los días irían pasando y al final quizá sería demasiado tarde.


Sharon estaba viviendo una etapa importante de su vida y Holly sabía que debía prestarle su apoyo, pero simplemente no podía hacerlo. Estaba portándose como una amiga celosa, amargada e increíblemente egoísta, pero lo cierto es que necesitaba ser egoísta en aquellos momentos para sobrevivir. Todavía debía quitarse de la cabeza la idea de que Sharon y John estaban en vías de conseguir algo que todo el mundo siempre había supuesto que Holly y Gerry harían los primeros. Sharon siempre decía que detestaba a los niños, pensó Holly enojada. En fin, llamaría a su amiga cuando se le hubiese pasado el berrinche.


Comenzó a hacer frío y Holly se llevó la copa de vino al interior caldeado de la casa, donde volvió a llenarla. Lo único que podía hacer durante los dos próximos días era aguardar las entrevistas de trabajo y rezar para tener suerte. Fue a la sala de estar, puso el CD de canciones de amor favorito de ella y Gerry y se acurrucó eñ el sofá con la copa de vino. Cerró los ojos e imaginó que bailaban juntos por la habitación.


Al día siguiente la despertó el ruido de un coche al entrar por el sendero del jardín. Saltó de la cama y se puso el batín de Gerry suponiendo que le devolvían el coche que había llevado al taller. Asomó la nariz entre las cortinas e instintivamente se echó hacia atrás al ver a Richard bajar de su coche. Esperó que no la hubiese visto, ya que desde luego no estaba de humor para una de sus visitas. Anduvo de un lado a otro de la habitación sintiéndose culpable, mientras hacía caso omiso del timbre por segunda vez. Sabía que su actitud era intolerable, pero no soportaba la idea de sentarse con él y mantener una de aquellas conversaciones tan estrafalarias. Lo cierto era que no tenía nada que contar, nada había cambiado en su vida, no tenía noticias excitantes, ni siquiera noticias normales y corrientes que comentar con nadie, y mucho menos con Richard.


Suspiró aliviada al oír que sus pasos se alejaban y se cerraba la portezuela del coche. Se metió en la ducha, dejó que el agua caliente le corriera por el rostro y volvió a abstraerse en su mundo particular. Veinte minutos más tarde bajó sin hacer ruido con sus zapatillas de Disco Diva. Oyó como si alguien rascara algo fuera y se quedó inmóvil a media escalera. Aguzó el oído y escuchó con más atención, tratando de identificar el ruido. Ahí estaba otra vez. Un ruido de rascar y un susurro, como si hubiera alguien en el jardín… Abrió los ojos desorbitadamente al caer en la cuenta de que el duende estaba trabajando en su jardín. Se quedó quieta, sin saber qué hacer a continuación.


Entró sigilosamente en la sala de estar, pensando como una tonta que quien estaba fuera la oiría deambular por la casa. Así pues, se arrodilló, se asomó al alféizar de la ventana y soltó un grito ahogado al ver que el coche de Richard seguía aparcado en el sendero de entrada. Pero aún le sorprendió más ver al propio Richard a gatas con una herramienta de jardinería en la mano, cavando la tierra y plantando flores. Se apartó de la ventana sin levantarse y se sentó en la alfombra, absolutamente pasmada. El ruido de su coche aparcando frente a la casa volvió a ponerla en alerta y la mente se le disparó para decidir si abrir al mecánico o no. Por alguna extraña razón, Richard no quería que ella supiera que estaba trabajando en su jardín y decidió que iba a respetar ese deseo… por el momento.


Se escondió detrás del sofá al ver que el mecánico se acercaba a la puerta, y no pudo evitar echarse a reír ante lo ridículo de la situación. Soltó una risita nerviosa cuando sonó el timbre y se arrastró hasta la punta del sofá al ver que el mecánico se dirigía a la ventana para ver si había alguien dentro. El corazón le latía con fuerza y se sintió como si estuviera haciendo algo ilegal. Se tapó la boca para sofocar la risa. Aquello era como volver a ser niña. Siempre había sido un desastre jugando al escondite. Cada vez que pensaba que iban a descubrirla le entraba un ataque de risa y, en efecto, la descubrían. Luego le tocaba parar el resto del día. Entonces ya no reía, pues todo el mundo sabía que aquélla era la parte aburrida del juego, que por lo general le tocaba al más pequeño del grupo. Pero por fin estaba compensando los fracasos de entonces, ya que tras lograr burlar a Richard y a su mecánico, rodó por la alfombra riéndose de sí misma al oír que éste arrojaba las llaves al suelo por el buzón y se alejaba de la puerta.


Al cabo de unos minutos, sacó la cabeza de detrás del sofá y comprobó si era seguro salir. Se puso de pie y se sacudió el polvo, diciéndose que ya era demasiado mayor para jugar a hacer tonterías. Volvió a mirar apartando un poco la cortina y vio que Richard estaba recogiendo las herramientas.


Pensándolo bien, aquellas tonterías eran divertidas y no tenía otra cosa que hacer. Holly se quitó las zapatillas de andar por casa y se puso las de deporte. En cuanto vio que Richard enfilaba la calle, salió afuera y subió al coche. Iba a dar caza al duende.


Como en las películas, consiguió mantenerse a tres coches de distancia de Richard todo el camino y aminoró la marcha al ver que se detenía. Richard aparcó, fue al quiosco y regresó con un periódico en la mano. Holly se puso las gafas de sol, bajó la visera de su gorra de béisbol y espió a su hermano, tapándose la cara con su ejemplar atrasado del Arab Leader. Se rió de sí misma cuando vio su reflejo en el retrovisor. Parecía la persona más sospechosa del mundo. Richard cruzó la calle y entró en la Greasy Spoon. Holly se sintió un poco decepcionada, había esperado una aventura más jugosa.


Se quedó un rato sentada en el coche intentando trazar un nuevo plan y, asustada, dio un brinco cuando un agente de tráfico golpeó la ventanilla. -No puede parar aquí erijo señalando hacia el aparcamiento.


Holly le sonrió y puso los ojos en blanco mientras retrocedía para aparcar. Seguro que Cagney y Lacey nunca tuvieron aquel problema. Finalmente la niña que llevaba dentro se fue a dormir una siesta y la Holly adulta se quitó la gorra y las gafas y las lanzó al asiento del pasajero, sintiéndose estúpida. Basta de tonterías. La vida real volvía a empezar.

Cruzó la calle y buscó a su hermano dentro de la cafetería. Estaba sentado de espaldas a ella, encorvado sobre el periódico tomando una taza de té. Fue a su encuentro sonriendo alegremente.


– Richard, ¿alguna vez vas a trabajar? -bromeó alzando la voz y haciendo que Richard se llevara un buen sobresalto. Iba a añadir algo más, pero su hermano levantó la vista hacia ella con lágrimas en los ojos y sus hombros comenzaron a temblar.

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