– Lo siento, Denise -se disculpó Holly. Estaban sentadas en el cuarto de los empleados de la tienda de Denise, rodeadas de cajas llenas de perchas, ropa, bolsos y accesorios que estaban esparcidos sin orden ni concierto por toda la habitación. En el ambiente se percibía un fuerte olor a moho procedente del polvo que se había acumulado en las prendas colgadas en rieles desde Dios sabía cuándo. Una cámara de seguridad atornillada a la pared las observaba y gravaba su conversación.
Holly observaba el rostro de Denise a la espera de una reacción y vio que su amiga apretaba los labios y asentía enérgicamente con la cabeza, como para dar a entender que todo iba bien.
– No, no está bien. -Holly se sentó en el borde de la silla, tratando de mantener una conversación seria-. Perdí los estribos sin querer mientras hablábamos por teléfono. Que tenga los nervios a flor de piel no me da derecho a tomarla contigo.
Denise se armó de valor antes de hablar. -No, tenías razón, Holly…
Holly negó con la cabeza e intentó manifestar su disconformidad, pero Denise siguió hablando.
– He estado tan nerviosa con lo de la boda que no he pensado en lo que debías de sentir tú.
Miró con afecto a su amiga, cuyo rostro se veía muy pálido sobre la chaqueta oscura. Holly lo estaba haciendo tan bien que resultaba fácil olvidar que aún tenía que librarse de algunos fantasmas.
– Pero es normal que estés nerviosa -insistió Holly.
– Y también lo es que tú estés disgustada -repuso Denise con firmeza-. No lo pensé, simplemente no lo pensé. -Se llevó las manos a las mejillas mientras negaba con la cabeza-. No vayas al baile si no vas a estar a gusto. Todos lo comprenderemos. -Cogió la mano de Holly.
Ésta se sintió confusa. Chris había conseguido convencerla de que fuera al baile y ahora su mejor amiga le estaba diciendo que le parecía correcto que no fuera. Le dolía la cabeza y los dolores de cabeza la asustaban. Se despidió de Denise con un abrazo y le prometió que llamaría más tarde para comunicarle su decisión.
Emprendió el regreso a la oficina sintiéndose aún más insegura que antes. Quizá Denise tuviera razón, no era más que un baile estúpido y no tenía por qué ir si no le apetecía. Sin embargo, aquel estúpido baile también era sumamente representativo del tiempo que habían pasado juntos ella y Gerry. Era una velada que ambos habían disfrutado, una velada que compartían con sus amigos y una oportunidad para bailar al son de sus canciones favoritas. Si acudía sin él, rompería la tradición y sustituiría sus recuerdos felices por otros completamente distintos. No quería hacerlo. Quería aferrarse a cada retazo de recuerdo de Gerry y ella juntos. La asustaba constatar que empezaba a olvidar su rostro. Cuando soñaba con él, siempre se le aparecía como otra persona; alguien que había inventado con un rostro y una voz distintos.
De vez en cuando llamaba a su teléfono móvil sólo para oír su voz en el contestador. Había pagado la factura del teléfono cada mes para mantener activa la línea. Su olor se había desvanecido de la casa, su ropa había desaparecido tiempo atrás por voluntad expresa de él. Su imagen iba desdibujándose en su mente y ella se aferraba a cualquier cosa que mantuviera vivo su recuerdo. Cada noche dedicaba un rato a pensar en Gerry antes de acostarse para ver si así soñaba con él. Hasta compraba su loción para después del afeitado favorita y rociaba la casa con ella para no sentirse tan sola. A veces estaba por ahí y un olor familiar o una canción la transportaban hasta otro tiempo y lugar. Un tiempo más feliz.
En ocasiones lo entreveía caminando por la calle o conduciendo un coche y entonces lo perseguía durante kilómetros hasta constatar que no era él, sino sólo alguien parecido. Le costaba desprenderse. Le costaba porque en el fondo no quería hacerlo, ya que era lo único que tenía. Pero en realidad no le tenía, de modo que se sentía perdida y confusa.
Justo antes de llegar a la oficina se asomó al Hogan's. Últimamente estaba muy a gusto con Daniel. Desde aquella cena en la que se había sentido tan incómoda en su compañía se había dado cuenta de que su comportamiento era ridículo. Ahora comprendía el motivo. Antes, la única amistad que había tenido con un hombre era la de Gerry, y ésa era una relación romántica. La idea de intimar tanto con Daniel le resultaba extraña e inusual. Desde entonces Holly se había convencido de que no era necesario que hubiera un vínculo romántico para ser amiga de un hombre soltero y sin compromiso, aunque éste fuera apuesto.
Y la grata compañía pronto se había convertido en un sentimiento de camaradería. De hecho, había sentido aquello desde el momento en que lo conoció. Podían hablar durante horas sobre sus sentimientos y sus vidas, y Holly tenía claro que tenían un enemigo común: la soledad. Sabía que él padecía una clase de dolor distinta y se ayudaban mutuamente en los momentos difíciles, cuando uno u otra necesitaban que alguien los escuchara o les hiciera reír. Y esos días eran muy frecuentes.
– ¿Y bien? -dijo Daniel, saliendo de detrás de la barra-. ¿Irá al baile Cenicienta?
Holly sonrió y arrugó la nariz. Iba a decirle que no asistiría, pero se contuvo.
– ¿Vas a ir tú?
Daniel sonrió y también arrugó la nariz. Holly rió.
– Bueno, será otro caso de «vivan las parejas». Creo que no seré capaz de aguantar otra velada con Sam y Samantha y Robert y Roberta.
Acercó un taburete a Holly y ésta se sentó.
– Hombre, siempre podemos ser groseros y no hacerles el menor caso. -¿Y entonces qué sentido tiene ir? -Daniel se sentó a su lado y apoyó una de sus botas de piel en el travesaño del taburete de Holly-. No esperarás que te dé conversación toda la noche, ¿verdad? Ya nos lo hemos contado todo a estas alturas, quizá me estoy cansando de ti.
– ¡Pues muy bien! -Holly fingió ofenderse-. De todos modos tenía planeado ignorarte.
– ¡Bufl -Daniel se pasó la mano por la frente haciendo un gesto de alivio-. En ese caso seguro que voy.
Holly se puso seria y dijo:
– Me parece que realmente tengo que ir. Daniel dejó de reír.
– Pues entonces vayamos.
Holly le sonrió.
– Creo que a ti también te sentará bien, Daniel -susurró.
Daniel dejó caer el pie que apoyaba en el taburete de Holly y volvió la cabeza, fingiendo que echaba un vistazo al local.
– Holly, estoy bien -dijo de modo poco convincente.
Holly se puso de pie de un salto, lo cogió por las mejillas y le dio un beso en la frente.
– Daniel Connelly, deja de intentar hacerte el macho y el duro. A mí no me engañas.
Se despidieron con un abrazo y Holly se dirigió a la oficina, dispuesta a no volver a cambiar de opinión. Subió taconeando por la escalera de madera y pasó sin detenerse por delante del escritorio de Alice, que seguía contemplando embelesada su artículo.
– ¡John Paul! -exclamó Holly-. ¡Necesito un vestido enseguida!