4

Nunca llegué a estar del todo inconsciente.

Cuando la droga me hizo efecto, me quedé mareado y confuso y fue más rápido que el de la morfina. Pero eso fue todo. Miles gritó algo a Belle y me agarró por el pecho mientras se me doblaban las rodillas. Cuando me hubo arrastrado hasta una silla, incluso el mareo se me pasó.

Sin embargo, aunque estaba despierto, parte de mí permanecía muerta. Ahora sé qué fue lo que usaron conmigo: la droga de los «zombies»; la respuesta del Tío Sam al lavado de cerebro. Que yo sepa, nunca llegamos a utilizarla con ningún prisionero, pero los chicos la inventaron en el curso de la investigación del lavado de cerebro, y allá estaba: ilegal pero muy eficaz; la misma substancia que se utiliza en el psicoanálisis de un día, pero creo que se necesita un permiso del juzgado para que pueda utilizarla incluso un psiquiatra.

Quién sabe dónde Belle la había encontrado. Pero, por otra parte, sólo Dios sabe con qué otros tipos estaba asociada.

Pero entonces yo no pensaba en eso; no pensaba en nada. Sencillamente, permanecía allí, tan pasivo como una mosca muerto oyendo lo que se decía, viendo todo lo que ocurría frente a mis ojos; pero, aunque la misma Lady Godiva hubiese pasado por allí sin su caballo, no hubiese desplazado mi mirada ni un milímetro.

A menos que me lo hubiesen mandado.

Pet salió de su maletín, trotó hasta llegar a mi lado y preguntó qué era lo que ocurría. Al ver que no respondía, empezó a frotarme los tobillos pidiendo una explicación. Cuando vio que seguía sin responder, se subió a mis rodillas, me colocó sus patas delanteras sobre el pecho, me miró fijamente a la cara, y dijo que quería saber qué pasaba, enseguida y sin más tonterías.

Yo no respondí y él empezó a maullar.

Eso hizo que Miles y Belle le dedicaran su atención. Cuando Miles me hubo depositado sobre la silla se volvió hacia Belle y dijo amargamente:

—Ya lo has hecho… ¿Es que te has vuelto loca?

Belle respondió:

—No pierdas la cabeza, Gordito. Vamos a liquidarlo de una vez para todas.

—¿Qué? ¿Te figuras que te voy a ayudar en un asesinato…?

—¡Cállate!. Eso sería lo lógico…, pero te falta valor. Afortunadamente, no es necesario con lo que lleva dentro.

—¿Qué quieres decir?

—Ahora es nuestro criado. Hará lo que le mandemos. Ya no nos molestará más.

—Pero, por Dios, Belle, no puedes tenerlo drogado indefinidamente. Cuando salga de esto…

—Deja de hablar como un abogado. Yo sé lo que puede hacer esta droga. Cuando vuelva en sí hará lo que yo le haya dicho que haga. Le diré que nunca nos persiga legalmente, y no lo hará nunca. Le diré que deje de meter las narices en nuestro negocio y nos dejará en paz. Le diré que vaya a Tombuctú y se irá allí. Le diré que se olvide de todo esto y se olvidará… y sin embargo lo hará.

Yo la escuchaba, entendiendo lo que decía, pero sin estar en absoluto interesado. Si alguien hubiese gritado que la casa estaba ardiendo también lo hubiese entendido, pero tampoco me hubiese interesado.

—No lo creo.

—¿No? —Le miró de un modo extraño—. Pues deberías creerlo.

¿Cómo? ¿Qué quieres decir?

Déjalo correr. Este producto funciona bien. Pero primero tenemos que…

Fue entonces cuando Pet empezó a maullar. No se oye maullar a un gato a menudo; a veces no se le oye en toda su vida. No lo hacen cuando pelean, por mucho que les lastimen, y nunca lo hacen por contrariedad. Un gato solamente maúlla cuando está completamente fuera de sí, cuando la situación le resulta insoportable, pero fuera de su comprensión, y no le queda ya ningún otro recurso.

Le recuerda a uno algo fantasmagórico. Y, además, resulta difícil de soportar: lo hacen en una frecuencia que ataca a los nervios.

Miles se volvió y dijo:

—¡Maldito gato! Tendremos que echarlo.

—Mátalo —dijo Belle.

—¿Qué? Siempre has sido demasiado radical, Belle. Dan armaría más jaleo por este miserable animal que si le hubiésemos dejado completamente desnudo. Vamos…

Se volvió y cogió el maletín de Pet.

—¡Seré yo quien lo mate! —dijo Belle, con acento salvaje—. Hace meses que tengo ganas de matar a ese maldito.

Se volvió alrededor en busca de alguna arma, y la encontró: el atizador de la chimenea; se precipitó hacia él, y lo agarró.

Miles cogió a Pet e intentó meterlo en el maletín.

«Intentó» es la palabra exacta. Pet no desea que le coja nadie, salvo yo mismo o Ricky, y ni siquiera yo le cogería cuando estaba maullando, sin antes tomar muchas precauciones; un gato emotivamente perturbado es tan detonante como el fulminato de mercurio. Pero, aunque no hubiese estado perturbado, Pet ciertamente no hubiese permitido que le agarrasen por la piel del cogote.

Pet le alcanzó con las garras en el antebrazo y los dientes en la parte carnosa del pulgar. Miles gritó, y le dejó caer.

Belle lanzó un chillido agudo:

—¡Apártate, Gordito! —y disparó un golpe con el atizador.

Las intenciones de Belle eran lo suficientemente claras, y además de fuerza tenía el arma. Pero no tenía habilidad en el manejo del arma, mientras que Pet sí la tenía en el de las suyas. Esquivó el golpe escapándose por debajo de la trayectoria del hierro e hincó sus cuatro garras en la muchacha, dos en cada pierna.

Belle lanzó un aullido y soltó el atizador.

No vi mucho de lo que siguió. Todavía estaba mirando hacia delante y podía ver la mayor parte de la sala de estar, pero no podía ver nada fuera de aquel ángulo, porque nadie me decía que mirara en otra dirección. De modo que seguí el resto de lo que ocurrió principalmente por el sonido, salvo una vez en que pasaron a través de mi zona visual, dos personas a la caza de un gato y luego, con rapidez increíble, dos personas perseguidas por un gato. Prescindiendo de esta breve escena, me daba cuenta de la batalla por los ruidos de las caídas, carreras, gritos, maldiciones y chillidos.

Pero no creo que llegaran nunca ni a tocarle.

Lo peor que me ocurrió a mi aquella noche fue que en la hora de mayor gloria de Pet, su mayor batalla y su mayor victoria, no solamente no vi los detalles, sino que estaba completamente incapaz de apreciarlos. Vi y oí, pero carecía de sentimientos sobre todo aquello; en su supremo Momento de Verdad, yo estaba insensible.

Lo recuerdo ahora y me despierta una emoción que no pude entonces sentir. Pero no es lo mismo; me lo han robado para siempre más, como a un narcotizado en su luna de miel.

Las caídas y las maldiciones cesaron repentinamente, y pronto Miles y Belle volvieron a la sala de estar. Belle dijo con voz entrecortada:

—¿Quién dejó abierta aquella maldita persiana?

—Tú. Cállate y no hables más. Ya se ha ido.

Miles tenía sangre en la cara además de las manos; se tocó las nuevas heridas de la cara, con lo cual no las mejoró. Se debía haber caído en un momento dado, pues así lo parecía por el estado de su ropa, y su americana estaba abierta por la espalda.

—No pienso callarme. ¿Tienes una pistola en la casa?

—¿Qué?

—Voy a matar a ese maldito gato.

Belle aún estaba peor que Miles: había tenido más piel expuesta al ataque de Pet; piernas, brazos y hombros descubiertos. Era evidente que no iba a llevar vestidos con tirantes durante una temporada larga, y a menos de que se cuidara, lo probable era que le quedaran cicatrices. Parecía una arpía después de un combate de lucha libre con sus hermanos.

—¡Siéntate! ordenó Miles.

La chica respondió brevemente, y por implicación negativamente:

—Voy a matar a ese gato.

—Entonces no te sientes. Ve a lavarte. Te ayudaré a ponerte yodo y lo demás, y tú me podrás ayudar a mí. Pero olvídate del gato. Hemos tenido suerte de librarnos de él.

Belle respondió con cierta incoherencia, pero Miles la entendió.

—Y lo mismo para ti —respondió él—. Mira, Belle, si tuviese un arma, y no es que diga que la tengo, y tú salieras y empezaras a disparar, tanto si te cargabas al gato como si no, tendrías aquí a la policía antes de diez minutos, hurgándolo todo y haciendo preguntas. ¿Quieres que suceda eso mientras le tenemos a él entre manos?

—E hizo un gesto con el pulgar en dirección hacia mi—. Y si esta noche sales de casa sin un arma, aquella fiera probablemente te matará a ti. —Frunció el ceño aún más profundamente:

—Debería haber leyes que prohibiesen tener animales de esa especie. Es un peligro público. Escúchale.

Todos podíamos oír a Pet que merodeaba alrededor de la casa. Entonces no maullaba; lanzaba su grito de guerra, invitándoles a escoger sus armas y a salir, de uno en uno o todos a la vez.

Belle escuchó y se estremeció.

—No te preocupes dijo Miles—; no puede entrar. No sólo he puesto el cerrojo a la persiana que te dejaste abierta, sino que he cerrado la puerta.

—¡No fui yo quien la dejó abierta!

—Como quieras.

Miles siguió su ronda comprobando que los cerrojos de las ventanas estaban echados. Luego Belle salió de la habitación, y él después. Cuando estuvieron fuera, Pet se calló. No sé cuánto tiempo estuvieron fuera; el tiempo no significaba nada para mí.

Belle fue la primera en volver. Su maquillaje y su peinado eran perfectos; se había puesto un vestido de mangas largas y de cuello alto, y se había cambiado las desgarradas medias. Salvo por las tiras de esparadrapo en su cara, no se veían otras señales de la batalla. Si no hubiese sido por la expresión de su cara, la habría considerado, en distintas circunstancias, como una visión deliciosa.

Vino directamente hacia mí y me dijo que me levantase. Me registró rápida y expertamente, sin olvidarse del bolsillo del reloj, de los bolsillos de la camisa y de aquel bolsillo diagonal de la parte interior de la americana del que carecen la mayor parte de los trajes. El botín no fue mucho: mi cartera con una pequeña cantidad en efectivo, tarjetas de identidad, permiso de conducir, llaves, un inhalador nasal contra la huminiebla, otras cosas sin importancia, y el sobre que contenía el cheque certificado que ella misma había comprado y me había enviado. Le dio la vuelta, leyó el endose que yo había escrito, y pareció perpleja.

—¿Qué es eso, Dan? ¿Te has comprado un seguro?

—No.

Se lo hubiese contado todo, pero lo único que sabía hacer era responder a la última pregunta.

Arrugó el ceño y dejó el cheque con el resto del contenido de los bolsillos. Entonces se apercibió del maletín de Pet, y por lo vi, recordó el bolsillo interior que utilizaba como cartera, pues levan el maletín y abrió el bolsillo.

Encontró el juego en cuadruplicado de la docena y media formularios que habla firmado para la Compañía de Seguros Mutuos. Se sentó y comenzó a leerlos. Yo me quedé donde me habían dejado, como un maniquí de sastre a la espera de que lo guardase Entonces entró Miles, en bata y zapatillas, y con una cantidad bastante apreciable de gasa i esparadrapo. Parecía un boxeador de cuarta categoría cuyo entrenador hubiese permitido que le diese una paliza. Llevaba una venda sobre el cuero cabelludo, de delante a atrás de su calva cabeza; Pet le debía haber dado cuando estaba en el suelo.

Belle alzó la vista, le hizo un gesto en silencio, y le indicó con mano el montón de papeles que acababa de revisar. Él se sentó comenzó a leer. La alcanzó en la lectura y terminó el último leyendo por encima del hombro de la muchacha.

Belle dijo:

—Eso hace que las cosas varíen.

—Más que eso. La orden de depósito es para el cuatro de diciembre; es decir, mañana. ¡Belle, aquí está que arde! ¡Tenemos que sacarlo de aquí! —Miró al reloj—. Por la mañana le estarán buscando.

—Miles, a ti siempre te entra miedo cuando las cosas se ponen á presión. Esto es una suerte, quizá la mejor suerte que podía tocarnos—.

—¿Qué quieres decir?

—Esa sopa para zombies, a pesar de ser muy buena, tiene ~ fallo. Supongamos que se la das a uno y que le cargas de todo lo que quieres que haga. Está bien; lo hace. Hace lo que le has mandado porque no tiene más remedio. Pero, ¿sabes algo acerca del hipnotismo?

—No mucho.

—¿Es que sabes algo que no sea derecho, Gordito? Careces por completo de curiosidad. Un dominio posthipnótico se reduce a eso, puede estar en oposición, en realidad es casi seguro que está CII oposición, a lo que el sujeto realmente quiere hacer. Eventualmente puede hacerle ir a parar a manos de un psiquiatra. Y si el psiquiatra es medio bueno, lo más probable es que al final descubra lo que Ocurre. Cabe la posibilidad de que Dan acabe por ir a uno de ellos y que le liberen de las órdenes que yo pueda darle. De ser así, podría dar mucho trabajo.

—¡Maldita sea! Me dijiste que la droga era completamente segura.

—Por favor, Gordito; en esta vida siempre hay que arriesgarse. Eso es lo que le da aliciente. Déjame pensar.

Al cabo de un momento, dijo:

—Lo más sencillo y más seguro es dejarle que cumpla su intención de dar el salto del sueño para el que está preparado. No podría molestarnos menos si estuviese muerto, y no hace falta que nos arriesguemos. En vez de tener que darle una serie de órdenes complicadas y luego confiar en que no se libere de ellas, basta con mandarle que prosiga con su intención de tomar el sueño frío y sacarle de aquí… O sacarle de aquí y ponerle sobrio. —Se volvió hacia mí—. Dan, ¿cuándo vas a tomar el sueño?

—No lo voy a tomar.

—¿Cómo? ¿Qué es eso? —E hizo un ademán hacia los papeles que había sacado de mi maletín.

—Documentos para sueño frío. Contratos con la Compañía de Seguros Mutuos.

—Está chiflado —comentó Miles.

—Hum… claro que lo está. Me olvido de que no pueden verdaderamente pensar cuando están bajo la influencia de la droga. Pueden oír y hablar y contestar preguntas… pero han de ser precisamente preguntas adecuadas. No pueden pensar. —Se acercó y me miró detenidamente a los ojos—. Dan, quiero que me cuentes todo lo de este contrato de sueño frío. Comienza por el principio y explícamelo detalladamente. Aquí tienes todos los documentos necesarios para hacerlo; según parece, los firmaste precisamente hoy. Ahora dices que no lo quieres hacer. Cuéntamelo todo, porque quiero saber por qué lo ibas a hacer y ahora no.

Así que se lo dije. Preguntándomelo de aquella manera me era posible contestar. Tardé mucho tiempo pues hice exactamente lo que me había dicho: comencé desde el principio y con todo detalle.

—¿De modo que te sentaste en aquel restaurante y decidiste no hacerlo? ¿Decidiste venir aquí y crearnos dificultades?

—Sí.

Estaba a punto de proseguir, hablarles de mi viaje de venida, explicarles lo que había dicho a Pet y lo que él me había contestado, decirles cómo fue que me detuve en un drugstore y dispuse mis acciones de Muchacha de Servicio, cómo luego llegué hasta la casa de Miles, cómo Pet no quiso esperar en el coche, cómo…

Pero no me dio la oportunidad de hacerlo.

—Has vuelto a cambiar de intención, Dan —dijo—. La verdad es que quieres tomar el sueño frío. ¿Me comprendes? ¿Qué vas hacer?

—Voy a tomar el sueño frío. Quiero tomar…

Comencé a tambalearme. Había estado tieso como un palo dé bandera durante más de una hora, sin mover ni un músculo, puesto que nadie me había dicho que lo hiciese. Comencé a caerme hacia ella.

Belle saltó hacia atrás y dijo con brusquedad:

—Siéntate.

De modo que me senté. Belle se volvió hacia Miles:

—Así es como se hace. Continuaré metiéndoselo en la cabeza hasta asegurarme de que no se puede equivocar.

Miles miró el reloj.

—Dijo que el doctor quería que estuviese allí a mediodía.

—Hay tiempo de sobra. Aunque será mejor que le llevemos allá nosotros mismos, para estar seguros… Pero no… ¡maldita sea!

—¿Qué ocurre?

—No hay tiempo. Le di una dosis suficiente para un caballo, porque quería que le hiciese efecto antes de que él se pudiese volver contra mí. A mediodía estará lo bastante sobrio como para convencer a la mayoría de las personas, pero no a un médico.

—Quizá sea solamente superficial. Su examen físico está aquí y ha sido ya firmado.

—Ya oíste lo que le dijo el médico. Lo comprobará para ver si ha bebido algo. Eso significa que le probará los reflejos y medirá su tiempo de reacción y le mirará a los ojos y… Oh, precisamente todo lo que no queremos que haga. Lo que no podemos arriesgarnos a que un doctor haga. Miles, no es posible.

—¿Y al día siguiente? Llamar y decirles que ha habido una pequeña demora…

—Cállate y déjame pensar.

Enseguida comenzó a mirar los documentos que yo había llevado conmigo. Luego salió de la habitación, volvió inmediatamente con una lupa de joyero que se puso al ojo derecho como si fuese un monóculo, y procedió a examinar con el mayor cuidado cada uno de los papeles. Miles preguntó qué era lo que estaba haciendo, pero ella hizo caso omiso de la pregunta.

Al cabo de unos momentos se quitó la lupa del ojo y dijo:

—Es una suerte que todos deban usar los mismos formularios oficiales. Gordito, dame el listín telefónico de páginas amarillas.

—¿Para qué?

Dámelo, dámelo. Quiero comprobar la redacción exacta del nombre de una firma… Oh, ya lo sé, pero quiero estar segura.

Rezongando, Miles se lo fue a buscar. Belle lo ojeó y dijo:

—Sí; «Compañía de Seguros Master»… y hay espacio suficiente en cada uno de ellos. Me hubiese gustado más que hubiese sido «Motors» en lugar de «Master»; eso acabaría de facilitar las cosas. Pero no tengo ninguna conexión con «Seguros Motors» y, además, ni siquiera estoy segura de que se ocupen de hibernación. —Alzó la vista—: Gordito, vas a tener que llevarme en seguida a la planta.

—¿Y eso?

—A menos que se te ocurra otro procedimiento más rápido para hacerte con una máquina eléctrica de escribir, de ese tipo de letra y cinta de carbón. No; ve tú solo y tráemela; tengo que telefonear.

Miles frunció el ceño:

—Comienzo a comprender lo que intentas. Pero, Belle, es una locura. Es fantásticamente peligroso.

Belle se rió:

—Eso es lo que te figuras. Incluso antes de que nos asociásemos ya te dije que tenía buenas relaciones. ¿Es que tú solo hubieses podido concertar aquel acuerdo con Mannix?

—Bueno… No lo sé.

—Yo silo sé. Y quizá no sabes que Seguros Master es parte del grupo Mannix.

—Pues no; no lo sabía. No veo qué diferencia puede haber.

—Significa que mis relaciones todavía me van a servir. Mira, Gordito, la firma para la cual yo trabajaba ayudaba a las Empresas Mannix en lo referente a pérdidas por impuestos… hasta que mi jefe se fue del país. ¿Cómo te figuras que fue, que pudimos sacar tanto sin poder garantizar que el amigo Danny iba incluido en el arreglo? Sé todo lo que hay que saber de Mannix. Y ahora date prisa. Tráeme la máquina de escribir y te permitiré que observes cómo trabaja una artista. Ten cuidado con el gato.

Miles gruñó, pero empezó a marcharse; luego regresó:

—Belle. . ¿Es que Dan no aparcó su coche frente a la casa?

—¿Por qué?

—Su coche no está ahora allí. —Parecía preocupado.

—Bueno, probablemente lo habrá aparcado a la vuelta esquina. No tiene importancia. Ve a buscar la máquina de escribir ¡Date prisa!

Miles volvió a salir. Podía haberles dicho dónde había aparcado pero como no me lo preguntaron, ni siquiera pensé en ello, no pensaba en nada.

Belle se fue a otra parte de la casa y me dejó solo. A eso amanecer Miles volvió, con cara de cansancio y acarreando una pesada máquina de escribir. Luego volví a quedarme solo.

Cuando Belle volvió me dijo:

—Allí tienes un documento en el que dices á la compañía seguros que custodien tus acciones de Muchacha de Servicio, en realidad no es eso lo que quieres hacer; lo que quieres es dármela a mí.

No respondí. Pareció enojarse y dijo:

—Lo expondremos de esta manera: quieres dármelas, tú ya que quieres dármelas. ¿Lo sabes, verdad?

—Sí. Quiero dártelas.

—Bien. Quieres dármelas. Me las tienes que dar. No te sentir feliz hasta que me las hayas dado. ¿Dónde están? ¿Están en coche?

—No.

—Entonces, ¿dónde están?

—Las he enviado por correo.

—¿Qué? —empezó a chillar—. ¿Cuándo las pusiste al correo?. ¿A quién se las has enviado? ¿Por qué lo hiciste?

Si me hubiese hecho la segunda pregunta en último término, hubiese contestado. Pero contesté la última pregunta, que era único que era capaz de hacer.

—Las adjudiqué.

Miles entró:

—¿Dónde las puso?

—Dice que las echó al correo… porque las ha adjudicado… Vale más que busques su coche y lo registres. Quizá sólo se figure que ha echado al correo. Evidentemente las tenía en la compañía ‹1C seguros.

—¡Adjudicado! —repitió Miles—. ¡Dios Santo! ¿A quién?

—Se lo preguntaré; Dan, ¿a quién has adjudicado tus acciones?

—Al Banco de América.

No me preguntó la razón, pues de lo contrario le hubiese explicado lo de Ricky.

Belle no hizo sino encogerse de hombros y suspirar:

—No hay más que hablar, Gordito. Podemos olvidarnos de las acciones. No las podremos sacar fácilmente de un banco. —De repente se enderezó—: A menos que no las haya realmente echado al correo. Si no lo ha hecho borraré la adjudicación del dorso tan bien que parecerá que haya pasado por la lavandería. Y luego me las adjudicará nuevamente… a mi.

—A nosotros —corrigió Miles.

—Eso es sólo un detalle. Ve en busca de su coche.

Miles volvió al cabo de un rato y anuncio:

—No está en ningún sitio a seis manzanas de aquí. He ido dando vueltas por todas las calles y callejuelas. Debe de haber venido en taxi.

—Ya le oíste decir que había venido en su coche.

—Pues ahí fuera no está. Pregúntale cuándo y dónde echó al correo las acciones.

Belle me lo preguntó y se lo dije:

—Precisamente antes de venir aquí. Las eché al correo en el buzón de la esquina de los Bulevares Sepúlveda y Ventura.

—¿Crees que miente? —preguntó Miles.

—No puede mentir en el estado en que está. Y habla con demasiada precisión para que pueda haberse confundido. Olvídate de eso, Miles. Quizá cuando ya esté en depósito resulte que su adjudicación no es válida porque ya nos lo había vendido a nosotros… Por lo menos haré que firme algunas hojas en blanco y lo intentaré.

Efectivamente, intentó obtener mi firma y yo, por mi parte, traté de complacerla. Pero, tal como me encontraba, no podía escribir lo suficientemente bien como para satisfacerla. Por fin me arrancó una hoja de la mano y dijo con rabia:

—¡Me das asco! Puedo firmar por ti mejor que tú. —Luego se inclinó sobre mí y me dijo lentamente—: Me gustaría haber matado tu gato.

No volvieron a molestarme hasta más tarde aquel mismo día. Belle entró y dijo:

—Querido Danny, te voy a dar un pinchazo y te vas a encontrar mucho mejor. Podrás levantarte y moverte y obrar como siempre has obrado. No estarás enfadado con nadie, especialmente con Miles y conmigo. Somos tus mejores amigos. ¿Verdad que lo somos?

¿Quiénes son tus mejores amigos?

—Vosotros. Tú y Miles.

—Pero yo soy más que eso. Soy tu hermana. Dilo.

—Eres mi hermana.

—Bien; ahora vamos a dar una vuelta, y luego tú dormirás rato. Has estado enfermo, pero cuando te despiertes te encontraras bien. ¿Me comprendes?

—Si.

—¿Quién soy yo?

—Eres mi mejor amigo. Eres mi hermana.

—Buen chico. Arremángate.

No me di cuenta de la inyección, pero me dolió al sacar la Me enderecé sobre el sillón y dije:

—Hermanita… vaya pinchazo. ¿Qué era?

—Algo para hacer que te sientas mejor. Has estado

—Sí, estoy enfermo. ¿Dónde está Miles?

—Vendrá dentro de un momento. Ahora dame tu otro Súbete la manga.

—¿Para qué? —pregunté, pero me subí la manga y dejé pinchase otra vez. Di un salto.

Belle sonrió:

—¿No te ha hecho verdaderamente daño, verdad?

—¿Cómo? No, no me ha hecho daño. ¿Para qué es?

—Te hará dormir por el camino. Cuando lleguemos despertarás.

—Está bien. Me gustaría dormir. Tengo ganas de dormir un rato. —Me sentí perplejo y miré alrededor—. ¿Dónde está ~ iba a dormirse conmigo.

—¿Pet? —respondió Belle—. Pero, querido, ¿no te acuerdas?. Enviaste a Pet a Ricky para que lo cuidase.

—¡Es verdad!

Sonreí aliviado. Había enviado a Pet a Ricky; recordaba echado al correo. Me alegraba. Ricky quería a Pet y le cuidaría mientras yo estuviese dormido.

Me llevaron en coche al Santuario Consolidado de Sawt de los que eran utilizados por muchas de las pequeñas compañías de seguros que carecen de uno propio. Dormí todo el camino, desperté inmediatamente cuando Belle me habló. Miles se quedó en el coche y ella me acompañó, haciéndome entrar. La muchacha que estaba en la recepción levantó la mirada y dijo:

—¿Davis?

—Sí —asintió Belle—. Soy su hermana. ¿Está aquí el representante de Seguros Master?

—Le encontrarán ustedes en la Sala de Tratamientos número Nueve. Están a punto y les esperan. Puede usted entregar los documentos al hombre de Master. —Me miró con interés—. ¿Ha pasado su examen físico?

—Desde luego aseguró Belle—. Mi hermano es un caso de terapia diferida, ¿sabe? Está bajo la influencia de un sedante… para el dolor.

La recepcionista murmuró con simpatía:

—Pues, apresúrense. Por aquella puerta, y luego a la izquierda. En la Sala número Nueve había un hombre en traje de calle y otro en bata blanca, y una mujer con uniforme de enfermera. Me ayudaron a desnudarme y me trataron como si fuese un chiquillo idiota, mientras Belle explicaba nuevamente que estaba bajo la influencia de un sedante a causa del dolor. Cuando me hubieron desnudado y colocado sobre la mesa el hombre de la bata blanca me hizo masaje en el estómago hundiendo profundamente sus dedos.

—No habrá dificultades —anunció—. Está vacío.

—No ha comido ni bebido nada desde ayer tarde —confirmó Belle.

—Magnífico. A veces llegan aquí embutidos como ocas. Hay gente que no tiene sentido común.

—Así es, en efecto.

—Bien, muchacho; aprieta los puños mientras clavo esta aguja. Lo hice así y empecé a ver las cosas verdaderamente turbias. De pronto recordé algo e intenté sentarme.

—¿Dónde está Pet? Quiero ver a Pet. Belle me cogió la cabeza y me besó:

—Tranquilo, tranquilo… Pet no pudo venir, ¿no te acuerdas? Pet tuvo que quedarse con Ricky. —Yo me calmé y la chica se dirigió con voz suave a los otros—: Nuestro hermano Pet tiene una niña enferma en casa…

Me deslicé hacia el sueño.

Pronto sentí frío, pero no podía moverme para taparme con las sábanas.

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