LAS COSAS, CLARAS

Este relato es completamente inverosímil, lo cual no quiere decir que sea falso. Todos los relatos de este género, sin excepción, son inverosímiles, lo que tampoco les obliga a ser verdaderos. Entre éste y ésos existe, sin embargo, otro género de diferencia: éste confiesa su inverosimilitud y advierte de ella; los otros, no: es la razón por la cual la gente, a fin de cuentas, acabará prefiriéndolos. Allá ella.

Otra particularidad de este relato es su especial consistencia: nada acerca de nada escrito probablemente por nadie. Un día me llamó mi amigo Miguel Roig, de Campos del Puerto, en Mallorca, y me dijo: «Un sujeto raro que vivía en La Colonia se marchó ayer y me dejó unos papeles que a lo mejor te interesan.» Recogerlos me sirvió de pretexto para ir a la Isla, lo que siempre me hace feliz. Los papeles estaban en francés: me he limitado a traducirlos. Carecían de título; les puse la última de sus frases escritas, porque me pareció la más adecuada.

Los especialistas ya saben que este relato se aproxima a la categoría de «manuscrito hallado», lo mismo que el «Quijote» y que ciertos mensajes que se arrojan a la mar dentro de una botella. Si el Nadie que lo escribió hubiera tenido a mano una vasija de cristal lo suficientemente grande como para contenerlo, habría arrojado el manuscrito a la mar en vez de entregárselo a Miguel Roig. Entonces habría sido un «manuscrito hallado» con mucha más propiedad, pero corría el riesgo de que la marea estrellase la botella contra las rocas de una cala y Nadie hallase el manuscrito. Este último «Nadie» no debe confundirse con el primero: lo dejo bien sentado porque, después, vienen los líos.


G. T. B.

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