G. Cuatro

– No te importe, por Dios, en serio, bendita desviación, siglos te puedes tirar hablándome de mamá, es un tema que lo tocas y como si me tocaras la médula espinal, todo lo contrario de desviarte, sólo que a buenas horas. Quiero decir, entiéndeme, no es que ahora no me guste oírte, me encanta, de sobra lo ves, si no es eso, es que me da rabia, me haces perder el hilo de tu cuento a fuerza de pensar cuánto me habría gustado oírlo de pequeño, lo oigo y no me lo creo; tanto echarlo de menos se reconoce, claro, cuando al fin te lo vienes a encontrar lo que necesitabas sin saber bien qué era, y eran estas historias contadas así de noche por tu voz lo que me hubiera hecho falta como el comer cuando se murió mamá y luego te marchaste tú al poco tiempo, lo que pasa es que me fui aguantando el hambre, a ver qué remedio, pasaba un día y otro y un mes y otro y un año y otro y nadie volvía a hablar de ella, claro, ya acabas dejándolo de esperar, ¿tú te crees que hay derecho?, pues nada, ni nombrarla nadie, como si no hubiera vivido. No sé de dónde sacan que a los niños es mejor no hablarles de lo triste, si una cosa te está preocupando y zumbando en la cabeza todo el día, cuanto menos pie te den para sacarla a relucir más obsesión, se le ocurre a cualquiera, no hace falta haber leído a Freud, yo entonces que leía a Salgari lo veía igual que ahora sólo que más confuso porque no me atrevía a comentarlo con nadie, y cuando una necesidad la tienes que esconder para ti solo acabas viéndola como necesidad fantasma, de eso que piensas: "Bueno, nada, qué le vamos a hacer, seré un bicho raro". Eso es lo que adelantan, que no pidas nada pero que te sientas bicho raro; ahora, que a mí aquel silencio me hacía daño, vamos, eso lo sabía igual de seguro que cuando te sienta mal una comida, ahí al propio cuerpo no le vas a dar gato por liebre, y era cosa del cuerpo la necesidad aquélla: mi cuerpo no podía olvidar a mamá ni quería tampoco, si es que era absurdo, la única medicina habría sido estar todo el santo día oyendo hablar de ella; pues no señor, la ley del silencio, así que no me quedaba más salida que echar mano de mis propios recursos. De noche, a la hora en que solía venir a la cama a contarnos historias era horrible, esos ratos antes de dormirse, porque lo peor es que ella cuando vivía a veces tardaba en venir porque se entretenía algo con papá, pero acababa viniendo siempre, sin el cuento no nos dejaba como nos lo hubiera prometido, y claro sin querer te metías en una situación de esperanza parecida a aquélla: "Igual viene", y caer en la cuenta de que no iba a venir ni esa noche ni nunca te puedes imaginar lo que era. Mamá contaba los cuentos como nadie, incluso aunque fueran cuentos conocidos, era la voz, no sé, que los vivía, vaya; y faltando ella, acordarse de un lobo que iba por un camino o de tres viejecitas hilanderas era pura ñoñez, hasta mentira parecía haberse divertido con aquello, lo que hacía falta era acordarse de ella diciendo "lobo" y "viejecita", y me exprimía los sesos, te lo aseguro, para acordarme de cómo hablaba, de cómo se reía, pero eso de volver a ver una imagen no depende de uno, es cosa de suerte y de paciencia, de quedarse quieto como un pescador, que ya sabe que lo más fácil es que no vaya a pescar nada, son tontos los esfuerzos; y sin embargo yo los hacía, cerraba mucho los puños y los ojos a ver si pensando por qué sitios del pasillo solía venir, en qué lugares se sentaba, qué ropas vestía, me iba a salir mamá dibujada con olor y color en aquella especie de arenal que me caía encima con la noche cuando dejaban de oírse ruidos por la casa, como en un desierto, no me quedaba más que la imaginación, por eso la ejercitaba tanto. Una cosa que hacía, por ejemplo, era mandarme a mí mismo estar relajado y tranquilo, decir: "Es una pausa que ha hecho ella en el cuento, tú quieto, Germán, paciencia, ahora vuelve a hablar, verás", que ahí aprendí yo, ya ves, a hablar conmigo mismo, la cosa de la triquiñuela verbal, "Germán, esto", "Germán, aquello", como si me lo dijera otro, ese desdoblamiento que ahora andan explotando tanto en literatura, y me ha servido en muchas ocasiones, no creas, lo que pasa es que cuando se abusa viene a ser como competir uno al ajedrez consigo mismo, a la larga dañino para el temple; y ya te digo, por muchos trucos que usara y por muy fuerte que cerrase los ojos, nunca volvía la voz aquélla a echarme un cable desde fuera y dentro de los párpados todo seguía estando a oscuras. Durante muchos años el hueco de mamá no me ha dejado dormir, daba miles de vueltas con aquella sensación perenne de frío detrás de la nuca, ya ves el tiempo que ha pasado pues todavía me acuerdo de cómo era y algunas noches de insomnio lo siento igual y me dan ganas de llamar a mamá, y es que todas las cosas que haya podido echar de menos luego nacen allí, si tiras del hilo, en aquella ausencia tan mala de llevar y en haberla tenido que llevar a solas. Lo que pasa es que con el tiempo te resignas a que cada cual aguante lo suyo y a no esperar milagros, ahí está la diferencia, en que entonces los esperaba y los esperé mucho tiempo: pensaba que alguien tenía que venir a consolarme, a arrodillarse al lado de mi cama para que le contara lo mal que lo estaba pasando. Me figuraba a una mujer que se ponía a acariciarme y me dejaba llorar lo que quería, me decía: "No me voy, no me voy", era lo primero que me decía, que teníamos toda la noche por delante, unas veces eras tú -quiero decir, llamaba Eulalia a aquella mujer inventada-, otras la propia mamá, lo cual resultaba absurdo, contarle que le estás echando de menos a alguien que te acaricia y te habla, pero bueno, ya tenía tal confusión a fuerza de pensar siempre en lo mismo que hasta amalgamas así me salían; casi siempre ya muerto de sueño, porque cuando dejaba de luchar por dormirme el sueño iba bajando como siempre pasa, una lluvia de estrellitas rojas; pero por muy amodorrado que estuviera todavía me daba tiempo a pedir una cosa: soñar con mamá, porque yo sabía bien que sólo en los sueños se me aparecía clara y con sus movimientos de verdad, y ahí sí que no influía nada la voluntad, era un prodigio y los prodigios hay que implorarlos. "Que sueñe con mamá", se lo pedía al cielo, no al abstracto de las estampas de primera comunión sino al cielo concreto de aquella noche, y cuando no me daba demasiada pereza, me asomaba a mirarlo, entonces brillaban más las estrellas, no había tanta polución, para mí, oye, es que lo de las estrellas es vicio, como tú con la luna, desde muy pequeño. Lo malo es que a la mañana siguiente, si había soñado con ella, lo sabía, pero de los detalles me acordaba sólo a medias, se me evaporaban las imágenes del sueño; y era por lo mismo, por no tener a quien contárselo, en cuanto abría los ojos volvía a la pesadumbre esencial: ahí estaba el problema, el de querer hablar y no tener con quién.

Papá me había encargado que a Marga procurara no hablarle de mamá porque la pobrecita se podía poner triste, me lo dijo sólo una vez, al principio, pero se notaba bien que era un encargo solemne, de persona mayor a persona mayor, no sé si incluso mencionó mi responsabilidad, seguramente sí, porque a partir de la muerte de mamá lo de ser mayor me cayó encima como una losa y las palabras mayor y hombre las llegué a odiar de tanto como me las repitieron, pero sobre todo hombrecito que era la preferida de Colette. A mí el que a la niña la pusieran bajo mi tutela y me la presentaran como un ser más frágil y vulnerable que yo, en algunos momentos me podía enternecer, pero normalmente se me hacía cuesta arriba tener que ocuparme yo de otro cuando lo que quería era que se ocuparan de mí, y llegué a concluir que de ser mayor y de ser hombre se sacan pocas ventajas y no me gustaba ser chico, te digo la verdad, ya sé que está muy mal visto eso. Me parecía que Marga sufría menos, sería porque era más pequeña, de acuerdo, pero bueno, eso mismo demostraba que yo por ser mayor necesitaba más cuidados, no sé, no lo entendía, y además me daba rabia que me encomendaran a la niña y la pusieran bajo mi custodia, yo no la quería por obligación, la quería porque sí, porque pequeña y todo era mi único refugio. Papá estaba distraído y ausente, antes nos hablaba más, no sé si sería que le influía mamá de tanto quererle como dices tú que le quería, pero era más dulce, la viudez le había vuelto reconcentrado, supongo que lo pasaría mal, no lo dudo, pero era un pasarlo mal que le separaba de nosotros, así que cómo no iba a querer yo a Marga, qué otra cosa tenía. Lo malo es que la cambiaron de cuarto; fue una de las primeras disposiciones de la institutriz de la boca piquito, que yo le dije a Marga que hablaba como en las películas así en plan cantarín, ahora habla mucho más ronca pero entonces parecía una niñita sensible, lo decía todo poniendo voz infantil y usando términos infantiles, diminutivos sobre todo, se ve que le parecía educativo: "las nenas tienen que dormir solitas", y nos hundió; bueno, por lo menos me hundió a mí, a Marga no le molestó tanto, me parece, le organizó un cuarto individual en menos de lo que se tarda en decirlo, se lo puso bonito y lujoso, papá ganaba cada vez más dinero y había empezado a iniciarse su necesidad de despilfarro, no sé si mamá se la frenaba o es que antes eran más pobres, lo cierto es que Colette en aquella ocasión no se paró en barras, cuánto le han gustado siempre las mudanzas y los trasiegos, Señor, no nos dio tiempo ni a hacernos a la idea; papá es que además estaba como tonto, se había desentendido de todo y miraba sin ver, oía sin escuchar, yo no entiendo cómo no protestó de aquella medida tan absurda, mamá nos había bañado siempre juntos y no andaba con esas tonterías; para mí que permitiera aquello fue algo criminal, pero en seguida me di cuenta de que no tenía aliado en nadie, con él no se podía contar y a Marga era evidente que le hacía bastante ilusión el cuarto nuevo. Un día me decidí a insinuarle a la propia Colette que a mí no me gustaba que me separasen de mi hermana, pero era una protesta tímida, el derecho al pataleo; la hice con poca convicción porque de sobra comprendía que a la propia inventora de la reforma no la iba a convencer de su inutilidad, esto sin contar con que el día en que por fin me atreví a decírselo ya estaba la casa llena de carpinteros y ella por allí dando órdenes como el pez en el agua; casi ni me escuchó, tenía una forma muy molesta de fingir atención que era acariciarte el pelo con las uñas puntiagudas mientras hablaba con los demás y dejaba en suspenso tu pregunta, lo cual obligaba a repetírsela una y otra vez, ya he visto luego que eso es muy frecuente en señoras, pero mamá nos tenía muy mal acostumbrados, nos atendía siempre a la primera interrumpiendo lo que fuera para escucharnos, claro que yo de eso ya me había despedido, con que esperé con mi santa paciencia a que Colette terminara de hablar con los operarios aquéllos y por fin a la tercera vez me miró y dice con toda normalidad: "¿Que por qué cambiamos a tu hermanita a otro lado?, pero hombre, ya os lo dije el otro día, ella es una nena y tú un niño, no duermen juntos las niñas y los niños". "Pues sí duermen juntos, nosotros hemos dormido siempre juntos." "Ya, pero no pensarías seguir toda la vida así." "Yo no pensaba nada, yo estaba bien." "Pregúntale a tus amiguitos y verás, ningún niño duerme con sus hermanitas." Se me había quedado mirando con triunfo, como si aquella ocurrencia súbita dirimiera cualquier objeción, son de esas frases que no te convencen de nada, que simplemente te aburren y te apagan las ganas de continuar la controversia de puro salirse del tema a base de vaguedades; ¿pero qué amiguitos?, siempre comparando con los demás, con gente abstracta, estaba tonta, no se podían resistir aquellas razones que ni tenían lógica ni tenían imaginación, hubiera sido preferible que dijera: "A los niños que no aprenden a dormir solos les salen chispas del pelo y algunos días se vuelven murciélagos", o no sé, cualquier bobada así, como las que nos contaba Rosa, aquella cocinera tan bruta que tuvimos, que no te convencía de nada pero por lo menos te divertía con cuentos y chismes de su pueblo y admitía todas las preguntas que le quisieras hacer hasta el infinito, al contrario, lo que te agradecía es que no le dejaras de ir nunca tras la pregunta ni te marcharas de la cocina o de su cuarto, mil veces mejor las criadas que las institutrices, otra viveza, otro cariño, ni comparación; pues nada, que le preguntara a los amiguitos, ya ves tú. Y lo malo es que se salía con la suya, que aquellas razones para algunos eran válidas porque yo les pregunté luego a muchos chicos en el colegio y resultó que ninguno dormía con sus hermanas, cosa que encontraban natural y hasta algunos se rieron con malicia: "Ya dormirás con tu mujer cuando te cases", y recuerdo que es la primera vez que me rondó un deseo que más adelante había de fatigarme mucho, lo vi muy claro, como un fogonazo, quería ser mayor para casarme, no para tener una carrera como papá ni para dejar de tener miedo al caer la noche ni para fumar ni para nada de eso, sólo para poder casarme, para que me permitieran llevarme a la cama a una chica que no tuviera prisa, para meternos los dos a hacer juegos debajo del embozo, alguien que supiera bien hablar y jugar y escuchar, que me escuchara sin decirme "ya basta", porque para mí entonces estaba ya más que clara una cosa: poder hablar era quererse, y antes de que los primeros hormiguillos de la pubertad se empezaran a hacer insoportables ya había asociado la idea de amor a la de conversación y se me han quedado unidas irreversiblemente como la uña a la carne. Así que me aguanté y me preparé a esperar pacientemente la feliz coyuntura de que el mundo me diera permiso para acostarme con una niña sin que fuera pecado; el matrimonio empezó a parecerme una solución maravillosa, y a pesar de lo distante que lo veía, pensaba que bueno, que por lo menos había esperanza, lo malo es cuando no la hay ni siquiera a largo plazo; pero en el entretanto no sabes lo que echaba de menos a Marga, su respiración allí en la oscuridad, entonces me di cuenta de lo que la quería, de la compañía que me hacía antes cuando dormíamos mesilla por medio, simplemente saber que la podía llamar, encender la luz y verla dormida tan acurrucada y tan mona con su osito en los brazos, eso se había acabado. Algunas noches me iba a su cuarto de puntillas, me metía en su cama y la besaba mucho rato, le decía: "¿Quieres que nos contemos cuentos?", porque en el fondo es a lo que había ido, a hablar con alguien, las caricias no me bastaban; pero ella, cuando le tocaba contar era lenta y simplona y cuando me tocaba contar a mí no me interrumpía nunca porque se dormía en seguida con la cabeza hundida en el cuello del osito famoso que tanto quería, todavía lo tiene despeluchadísimo y tuerto, Mojandrían, yo no me daba cuenta de que se había dormido hasta después de bastante rato y me indignaba mucho que me hubiera dejado encandilarme y tomar altura sin avisarme de que me estaba dejando solo con mi palabra contra el vacío, de un segundo a otro, zas, caía como un tronco, y ahora comprendo que la pobre no tenía la culpa pero entonces no lo podía comprender, pensaba que eso se avisa, que era una traición por la espalda, nadie me sacaba de ahí; y lo gracioso es que todos los días me sorprendía como si fuera la primera vez que me lo hacía, que total no me hacía nada porque su sueño no estaba dirigido contra mí, pues yo nada, me cogía unos cabreos impresionantes, me sentía ofendido en mi oratoria que desde luego era una mezcla de Poe y los hermanos Grimm, no sabes tú el fuego y el esmero que ponía en aquellos cuentos que inventaba para Marga, nunca aprendía a ser más parco, y quería saber por lo menos cuánto tiempo llevaba hablando solo "¿Te has dormido, di? ¡Di! ¿Cuánto tiempo llevas dormida?", es desesperante hablar al aire, el mayor desprecio que te pueden hacer, yo comprendo que la gente que quiere hablar y no tiene con quién se vuelva medio loca como esos pobres rollistas viejos que andan a la deriva por las tabernas buscando víctima, pero casi es peor, a fin de cuentas, el desengaño de contar con un oyente que incluso puede haber sido él quien te haya metido en la danza de que le hables y de pronto notar que ha echado el cierre y no te está oyendo nada, es para perder los estribos, cuántas veces me ha pasado eso luego ni te digo, cada día pasa más, y siempre que me vuelvo a ver en una situación así me acuerdo de aquellos cuentos que le contaba a Marga y que se desperdiciaban miserablemente; ni siquiera me decía cuánto tiempo llevaba dormida, me volvía la espalda ya descaradamente, y tanta rabia me daba que no contestara que llegué a veces a sacudirla fuerte, porque es que en casos así yo comprendo hasta la agresión a mano armada, y ella lloriqueaba entre sueños: "Déjame, que me dejes", el chantaje de siempre, ya salía otra vez lo del ser débil que había puesto papá bajo mi cuidado; desde luego era muy pequeña, tres años de diferencia a esa edad se notan mucho; total que encima me volvía a la cama con mala conciencia y más solo que antes, pero además teniendo que ocultarme como si viniera de hacer algo feo porque para Colette el ir yo al cuarto de mi hermanita por las noches era un acto reprobable en sí mismo. Una noche me vio salir de allí llorando y le tuve que explicar que le había contado a Marga un cuento muy triste y entonces se puso a reñirme porque a la niña no había que hacerla llorar nunca bajo ningún pretexto, y ya entonces estallé: "Pero si ella no llora, ella se duerme, por eso lloro yo"; se quedó callada y luego en mi cuarto, mientras me arreglaba las sábanas, me preguntó ya con voz más dulce: "Pero dime, ¿por qué era triste el cuento?", la miré y creo que es la única vez en mi vida que he sentido la tentación de abrirle mi corazón a Colette porque lo sentía estallando, pero la vi allí erguida y tan compuestita con esos ojos que tiene que de puro claros son insípidos, y sólo conseguí decirle que era triste porque salía un hada que tenía la cara de mamá y nos miraba a Marga y a mí sin conocernos, nos daba golosinas y juguetes en una fiesta campestre y nos acariciaba, pero todo sin conocernos, como a otros niños de los que había divirtiéndose por allí, o sea que le conté un poco el cuento también a Colette, y bueno, por lo menos esa vez se me quedó mirando como si hubiera comprendido algo, aunque luego, al apagar la luz, lo echó todo a perder con la coletilla que solía usar para dejar claras las posiciones respectivas: "Pero bueno, no tienes que hacer caprichos, eso no, ya eres un hombrecito". A mí este diminutivo se me había hecho insoportable, lo sacaba continuamente a relucir, pero sobre todo lo esgrimía como santa bandera para desanimarme de mis tendencias a jugar a juegos tranquilos o de meterme con muñecos en la cama, uh, eso le horrorizaba: "Pero Germán, a ver si vas a querer ser una niña"; pues sí, muchas veces estaba a punto de decirle que sí, que me hubiera encantado ser una niña porque no le veía a la cosa más que ventajas, por puro desafío, porque me irritaba aquella alarma desmedida, pero no me atrevía, y el hecho mismo de no atreverme me hizo intuir que en esa materia existía como un complot externo contra la libertad de las personas.

Y lo hay, qué duda cabe, ser hombre o mujer tal como te coaccionan a serlo esos esquemas es una entelequia que te impide ya para siempre la espontaneidad; yo esto se lo digo a Ester cuando se pone en plan de emancipada y woman lib, que se pone muchas veces, es su faceta más siniestra porque por lo demás es inteligente, todos los líos salen de esas diferencias que nos meten de pequeños y que nos embarullan la capacidad de ser nosotros mismos como querríamos ser; una chica lo mismo si dice que está contenta con serlo que si envidia a los hombres, es lo mismo, está respetando patrones que no los mueve ni San Pedro, ¡qué más da chico que chica ni qué significa, si vas a mirar!, lo que importa es ser lo más persona posible, y mientras no te rías un poco de esos esquemas tan solemnes eres como un soldado luchando por una causa que han inventado otros, porque es eso, te ves en una guerra sin comerlo ni beberlo; yo qué culpa tengo de que a la madre de Ester le haya ido fatal con su marido y a la hija le haya inculcado la idea de que los hombres son seres agresivos, que abra los ojos y vea que yo no lo soy ni tampoco su enemigo, que no tienen por qué existir bandos ni esa distribución de papeles tan tajante, si no deja de pensar en si es una mujer o no, cada vez lo será más, pasa como con las moscas, cuanto más caso les haces más pican; y a lo que ya no me atrevo es a defender a su padre porque creería en seguida que lo defiendo por ser hombre, pero me dan ganas de decirle que a una persona tan histérica como su madre quién la va a aguantar, no se lo digo porque, pobre mujer, tampoco tiene ella la culpa, ya lo comprendo, es cosa de su historia y de como la educaron, da pena, está hecha un guiñapo, todo el día bebiendo y sustituyendo a unos amantes por otros, a base de operaciones estéticas y con una insatisfacción que no se aclara, y me parece muy bien que Ester la defienda y no la culpe de nada, pero en fin, tampoco él si un buen día se hartó y reaccionó en plan machista tiene la culpa, qué iba a hacer, pues eso, lo que le enseñaron de pequeño, y volvemos a lo mismo siempre a lo del hombrecito y la nenita, es como el cuento de la buena pipa. Pero lo cierto es que por culpa de todas esas pamplinas yo me tengo que entender mal con Ester, ya ves tú, no comprende que los dos lo hemos pasado mal de pequeños y hemos tenido que disimularlo y que eso nos debía unir porque ahí está la madre del cordero, en el despiste y la soledad que se chupa uno por esos años, en lo mal que te lo explican todo, y eso lo padece igual un niño que una niña, qué más dará, lo que pasa es que luego cada cual reacciona como puede.

Pero claro, si ni a Ester, siendo bastante lista y con lo que la quiero, la logro apear de sus esquemas, imagínate en aquellos años cómo iba a haberme entendido Colette, caso de que hubiera podido hablarle de estas cosas, que además entonces, como comprenderás, no las tenía ni medio claras, eran simples intuiciones, reacción contra las bobadas que decía ella, me callaba, qué iba a hacer, aunque dentro de mí estuviera seguro de que sus argumentos no me convencían, pero ella en cuanto no le contestas se cree que te ha convencido, no concibe el silencio como reprobación y en general no concibe el silencio, así que seguramente por eso, porque pensaba que me estaba convenciendo de algo, se envalentonaba y hacía tan prolijas aquellas diferencias de manual entre la psicología de los niños y de las niñas, qué pesada se ponía, y con sus hijos sigue lo mismo o peor porque encima ahora se le ha agriado el carácter, compasión me dan los pobres chavales, sobre todo Alvarito que es con el que la tiene más tomada, el segundo, el más majo.

Pero en fin, ya te digo, por lo menos hasta que se casó con papá, a veces parecía entender la raíz esencial de mi tristeza, aunque no su peculiaridad, es decir que comprendía el esquema: Yo había perdido a mi madre y estaba triste porque los niños necesitan una madre, hasta ahí le entraba en la cabeza, le parecía justo y permitido. Incluso en alguna ocasión, para justificar ante papá mis silencios, mi distracción o mi mal humor oí que le decía: "pobrecito, se acuerda de su madre", pero aquel posesivo en sus labios a mí me resultaba un pegote, una atribución convencional y casi irritante porque nadie que no hubiera conocido a aquella persona que yo echaba de menos tenía derecho a adjudicármela como madre, dirás que eso es una exageración, pero es que yo por esa época era exageradísimo en la defensa de mi propio dolor, me arropaba en él como en lo más mío que tenía y a la gente había llegado a dividirla en dos categorías, la que había conocido a mamá y la que no, y las personas de este segundo grupo, aparte de interesarme muy poco, con qué permiso se metían a opinar sobre lo que me estaba pasando si les faltaba la referencia esencial; me negaba a dejarme medir por el rasero de los demás y me gozaba en rechazar aquellos consuelos elaborados sobre una relación existente entre otras madres y otros hijos porque esa relación qué tenía que ver con la nuestra ni en qué se iban a parecer otras señoras a mamá. De todas maneras disculpaba a Colette pensando que bastante desgracia tenía con no haberla conocido ni saber cómo era, incluso con su ignorancia me daba motivos para estarle un poco agradecido porque cada vez que la nombraba -y eso me pasaba con ella más que con nadie- se me encendía el cuerpo en una especie de engreimiento solitario que no dejaba de ser un placer, la miraba como a una vil hormiga desde el olimpo: "Ella qué sabrá, la pobre"; antes lo has explicado tú muy bien cuando hablabas de la resistencia a dar por perdidos los amores que te han marcado mucho, es exactamente eso, no se quieren injerencias de los demás, qué remedio te va a dar nadie, claro, te refugias en la soberbia, cuando hablabas de eso pensaba que es verdad y me estaba acordando de lo que sentía yo al principio con Colette cada vez que le oía pronunciar la palabra "madre".

Pero lo verdaderamente horrible fue cuando se dio por ascendida ella misma a ese rango; entonces sí que era peor el remedio que la enfermedad, porque si sospechaba que estaba triste venía con arrumacos y zalamerías que pretendían ser de madre y no de institutriz, ¡qué grima!, ¿cómo iba yo a recibir consuelo de quien se había convertido en la causa principal de mi tristeza?, eso sí que no, prefería no volver a llorar en toda mi vida y desde luego delante de ella no volví a llorar jamás, allí aguantando serio como un hombre o seriecito como un hombrecito, si en eso consistía crecer desde luego crecí, se salió con la suya, pero a la fuerza, porque no había más remedio, sentía que me arrinconaban la infancia y me obligaban a darla por cancelada aunque la tuviera en carne viva. Y lo peor era tener que descartar para siempre la esperanza de que mamá pudiera volver a aparecer. Las esperanzas no se fundan propiamente en nada; la mía era como un murmullo interior, dispuesto a renacer de su sordina al darse fuera determinados ruidos, olores o colores, también ciertos objetos de la casa que repentinamente tomaban expresión de rostro humano, era un sobresalto, una tensión súbita de todo el organismo alzándose contra la realidad, rechazándola por nociva y engañosa. ¿Cómo iba a ser verdad algo que sentaba tan mal?, ¿y si fuera mentira?, ¿y si volviera ella?, ¿por qué no?, ¿por qué?, ¿no estaban esperándola todas las apariencias? Pero luego, a partir de aquella boda, que fue además como un escopetazo porque se marcharon fuera para casarse y lo supimos cuando ya no había remedio, se quebró esa última posibilidad de recurrir a la esperanza, fue como si me hubieran retirado un andamio; ya no era cosa de soñar prodigios, de mirar la puerta del dormitorio o de la cocina con el corazón en vilo, ahora había empezado un reinado distinto que se plantaba encima del anterior sin más contemplaciones; sólo un ciego o un sordo podrían empeñarse en seguir ignorando a aquella nueva reina sonriente y ruidosa que lo invadía todo, que cambiaba de sitio los objetos y muebles más queridos, ahora sí que empezaba a llover tiempo encima de mamá, ahora ya de verdad me la quitaban, había otra en su sitio, ¿qué esperanza cabía ante una cosa así?, había que aceptarlo, ser hombre, sí, los hombres no lloran, otros padres se casan de segundas, sufría como un perro. Transformaron el dormitorio, lo empapelaron de malva y Marga dijo con fascinación que parecía de cine; yo siempre asociaré el taconeo de Colette al salir de aquel cuarto por las mañanas con un peso que se me ponía en el pecho en cuanto abría los ojos y que tardaba mucho rato en desaparecer por bien que hubiera dormido, por mucho que luciera el sol, por proyectos que tuviera para aquel día; era algo así como un rezumar de oscuridad, un dique entre la luz y mis pulmones, un dolor sordo que hacía fuerza para que no entraran ni el aire ni el sol, algo que latía avisando: "nunca más, nunca más, ya eres mayor". Me fui volviendo retraído y silencioso, posiblemente a papá le preocupaba; después de casarse me pareció notar que había vuelto a pensar algo en mí, me preguntaba a veces que qué me pasaba, pero no sabía esperar la respuesta, papá ha hablado siempre marcando la distancia entre él y los demás, él está más arriba en una especie de tarima, a lo mejor tú por ser su hermana no lo notas tanto, pero para mí era horrible, yo necesitaba tiempo y pausa para hablar, en los exámenes orales me pasaba lo mismo, y papá era en eso como algunos profesores, se le notaba la prisa por tener una contestación rápida y clara, preguntaba ansiosamente, deseando resolver el problema, allanarlo cuanto antes para poderlo olvidar, me daba golpecitos en la espalda, me decía con voz animosa: "Vamos, Germán, hombre, que no se diga", y también: "Pero hombre, ¿qué cara es ésa?" o "No se muera vuesa merced, hombre". Eran ánimos de hombre a hombre, del mismo tipo que las fórmulas que regían el comportamiento de los chicos de mi edad, aquellas que mandaban ser valiente, no dejarse pegar, no llorar nunca y que yo sentía completamente extrañas a las exigencias de mi cuerpo; me las acomodaba encima a duras penas, como un saco de piedras que me hubieran echado, y lo que más me extrañaba y me desanimaba era no encontrar eco en los demás niños, notar que ellos parecían estar cómodos siendo atrevidos y violentos, obedeciendo, en definitiva, los mandatos de aquel código de la virilidad. Ponían gestos de insolencia, sangraban con orgullo por las narices, me llamaban cobarde si no entraba en peleas, despreciaban a las chicas, se contaban porquerías; y a mí, al acabarse el día, me parecía que no le había dicho a nadie una sola palabra ni nadie me la había dicho a mí, tampoco me acostaba pensando que hablar era otra cosa.

Y un día viniste tú. Nos lo anunció papá: "Ha vuelto la tía Eulalia". Yo no sé la de veces que en todos esos años te habría llamado en momentos de angustia, por las noches "eulaliaeulaliaeulalia", como cuando se reza, pronunciando tu nombre con los puños cerrados, acordándome de la foto de las bicicletas, del gesto que tenías en aquel momento abrazando a mamá; hasta había pensado enterarme de tus señas y escribirte a París o al sitio en que estuvieras pidiéndote que me contaras cosas de esa tarde y de ese verano en que te pretendía el ingeniero -todo lo que hace un rato me has contado por fin, ya ves, sin que te lo pidiera-, pero luego pensaba que París está lejos, que por el camino que la carta llevara se perdería aquella urgencia momentánea de mi necesidad, te imaginaba cogiendo aquel papel, leyéndolo con ojos de extrañeza y no lo podía soportar. Yo en cambio habría bebido tus palabras cualesquiera que fuesen si me hubieras escrito, pero no lo hacías nunca; a veces le ponías postales a papá y él nos decía que mandabas recuerdos, yo le pedía que me dejara verlo y sí, allí lo ponía, al dorso de un paisaje de colores: "recuerdos a los niños", pero ¿y eso qué era?, una miga de pan para un hambriento, yo quería saber qué pensabas después del cataclismo de Colette, cómo te habías quedado con aquella noticia, dónde la habías recibido, qué frases exactas le habías escrito a papá, todos los detalles, todo. Un día, poco tiempo después de la boda, me había atrevido a preguntarle a él por ti, que dónde estabas; me costó cierto trabajo y se lo pregunté sin mirarle, me daba vergüenza que percibiera el ansia que había dentro de aquella pregunta, era como un desafío sacar tu nombre a relucir en semejante ocasión, como plantear un ajuste de cuentas, creía que se iba a notar que lo que le quería decir era: "Pero bueno, ¿y qué piensa la tía Eulalia de este disparate de tu casamiento?, ¿qué dice ella?, ¿cómo no ha venido a impedirlo?", y me quedé muy consternado cuando le oí decir con voz totalmente normal que estabas en la India. ¿Pero cómo que en la India?, es que no me cabía en la cabeza; yo en Geografía sacaba siempre unas notas muy brillantes, la India está lejísimos de todo, quién se va a la India así de repente sin avisar, y papá por qué no nos lo había dicho. "Vamos, supongo que estarán -puntualizó papá-, hace mucho que no sé de ella, en la última carta decía que se iban." Yo no podía resistir aquella noticia, el suelo me fallaba debajo de los pies, ¿sería posible que te hubieras ido tan lejos sin enterarte de que papá se iba a casar con Colette?; y ya me puse a hacerle preguntas a borbotones: pero ¿cuánto tiempo hacía que te habías ido?, ¿cuánto tiempo que se lo habías dicho a él?, ¿cuánto tiempo ibas a estar allí?, la cuestión del tiempo me parecía en aquel momento preciosa y primordial para fundamentar sobre ella alguna conjetura, pero a juzgar por la calma y por la imprecisión con que me contestó papá deduje que de la misma manera que a él le traían sin cuidado tus desplazamientos, aunque fueran tan espectaculares como aquél, a ti también podía serte indiferente el rumbo de su vida y como consecuencia de la mía, y que me iba a quedar para siempre sin saber si la noticia de que Colette era mi madrastra la habías recibido en un bar de los bulevares parisienses o bañándote en el Ganges; papá simplemente remató diciendo que ibais a hacer varios viajes largos en aquel año porque tu marido había heredado un dinero y no lo queríais guardar y que posiblemente la idea de viajar había sido tuya. A mí de todo aquello lo que más me intrigaba era tu paradero, el del momento en que papá estaba hablando conmigo de ti, imaginarte en un paisaje concreto, poder estar seguro de que no eras una mentira. "¿Pero tú no tienes sus señas?, ¿no sabes dónde está ahora?" "No, no, cualquiera sabe, pero volverá a París, y aquí también volverá." "¿Cuándo?" Papá se echó a reír: "Qué pregunta, cuándo, eso sí que es imposible de decir, ya sabes cómo es ella". Y yo sentía una rabia horrible contra ti en aquel momento, rabia de impotencia que es la más envenenada y dije: "No, yo no sé cómo es ella, no tengo ni idea ni me importa", pero dije un "no me importa" totalmente de dientes para afuera, de esos que has dicho tú antes que no te liberan de nada porque no son verdad, que se dicen por revancha, te odiaba, me parecías injusta y cruel y me marché del cuarto porque estaba a punto de echarme a llorar. Y fue pasando un tiempo que no calculo, veteado de cuando en cuando por aquellas tarjetas postales que mandabas desde lugares distintos, y poco a poco dejé de esperar aquel sobre abultado a mi nombre con la explicación que me debías; días y días, noches y más noches y nada, yo creciendo, acostumbrándome al saco de piedras, hay un refrán italiano que dice una amiga de Marga: "El saco de piedras se va acomodando por el camino", pues eso me pasaba a mí según llovía tiempo encima del reinado de Colette. Nos mandaron varias temporadas a Palencia a casa de los abuelos y los tíos de allí, pero tú los conocerás, son gente aburrida y estrecha, de mucho suspirar, de mucho qué dirán, de mucha misa y rosario, de decir a cada momento: "tu madre la pobre" o "tu madre era una santa" y mirarnos con compasión infinita, una compasión que a mí no me alimentaba, no sé en qué consistía, eran besos y atenciones que no sentía dirigidos específicamente a mí y a mis necesidades de Germán Orfila Vélez sino al nieto y sobrino de Madrid al que se conoce poco, pobrecito, y con madrastra, a ver si se distrae aquí y toma el aire un poco, tan callado y con esa hermanita tan mona, o sea que se dirigían a mi letrero de niño huérfano, nos llevaban, traían, exhibían y agasajaban como a niños huérfanos y tampoco era eso, yo eso lo rechazaba más todavía que el despego de papá; a mí no me tenían que compadecer por tener madrastra sino porque esa madrastra fuera Colette, que ni nos maltrataba como las madrastras de los cuentos ni podía decirse con propiedad que fuera mala, un día se lo dije a la abuela, ya harto de tantos suspiros y compasiones: "Si se porta muy bien, abuela, si con ella no nos falta de nada, si lo que pasa es que es una cursi de miedo y se hace la fina y la sociable y la deliciosa, si eso es lo peor, a lo mejor a vosotros os caía bien", y eso se lo dije porque el tío Aurelio estaba recién casado con una rubita a la que todos celebraban mucho en la familia y la veían muy elegante y muy chic y se parecía bastante a Colette y hasta en peor. Total, que yo a los pocos días de estar en Palencia me aburría y estaba deseando largarme, los primos son pequeños y además muy timoratos y repeinaditos, no hablaban más que del demonio y de comuniones, yo me iba de paseo por la ciudad que apenas pasaban coches y al río y a las afueras; de la casa lo que más me gustaba era un patio interior que tiene donde me dijeron que jugaba mamá cuando era niña; también vi varias fotos de ella, pero nadie me contó cosas que me la hicieran revivir, no digo como las que tú me has contado esta noche porque eso ni en sueños lo esperaba de nadie, pero por lo menos alguna frase que me diera datos de su paso por la vida, pues no, sólo que era muy buena y que cuánto había sufrido, a mí me producían malestar aquellos comentarios uniformes que se empeñaban en presentarme a mamá como a una sosa de muerte; era un alivio volver a casa a pesar de todo, te lo aseguro, cada uno tiene lo suyo, malo o bueno, lo suyo, y al fin y al cabo mi recuerdo de mamá estaba entre las paredes de casa, por mucho que las hubiera pintado o empapelado Colette eran las mismas y no albergaban el recuerdo de un ser que había sufrido como entre los muros de una cárcel sino que se reía y nos daba vida y calor; reaccioné contra tanto sufrimiento, a ella no le habría gustado verme suspirando como un viejecito entre la caterva aquella de parientes en Palencia, de eso estaba seguro, ni misas por su alma ni tanto luto eterno. Y con estas reflexiones y los meses pasando, las piedras del saco se acomodaban y yo iba terminando mi bachillerato, les había empezado a gustar a las chicas y ya no me agobiaba ser el hijo mayor porque había aprendido a desligarme y era mayor por fin de una manera auténtica, motu proprio, como el resultado de algo que va de dentro afuera y no al revés, y en casa me empezaban a considerar como era y a dejarme en paz, ya no me metían rollos y en cierta manera vivía contento.

Como que cuando ese día dijo papá de pronto en la mesa que habías vuelto, no levanté la cara del plato tan siquiera, pensé: "A buenas horas, ahora ya para qué", pero aunque paladeaba como un desquite el gusto de ser mayor al notar que era capaz de seguir comiendo tan tranquilo, la verdad es que en aquel "ahora ya para qué" no había sólo gozo por haber aprendido a bandearme sin ayuda, por haber aceptado el trato distante de papá y a Colette y al primer hermanito de su vientre, no, te mentiría si te dijera que el corazón no se me alborotó un poco y que no sentí una sombra de rencor contra tu vuelta tan inútil; al pensar "ahora ya para qué" se me agolparon todas mis apasionadas invocaciones nocturnas, la espera baldía de tus noticias, las conjeturas acerca de tu paradero, se me removió la tierra echada a propósito sobre aquella curiosidad que me consumía por saber cómo habrías reaccionado al enterarte de que papá volvió a casarse, todo a flote otra vez; era un asunto sobreseído, sí, se le había dado carpetazo, pero también a algunos detectives les mandan abandonar ciertos casos que para ellos no quedaron claros del todo y hasta pueden decir cuando archivan el expediente: "¡uf, qué bien!, estaba hasta el gorro de pesquisas inútiles", pero si un buen día vuelven a toparse con los protagonistas de aquella historia, ¿cómo no va a encendérseles la sangre por el esfuerzo tirado a la basura?; ya te digo, seguí comiendo como si nada, ¿que viene Eulalia?, pues que venga, ¿dio ella alguna señal de vida cuando se casó papá, le importó algo?, pero cuando papá me preguntó directamente: "¿No te alegras, Germán, de que haya vuelto?, la vas a ver mañana, vienen a comer", y le contesté: "Sí, papá, me alegro mucho", era mentira, sentía una enorme decepción, pena de que ya no me encontraras en plena ansiedad sino indiferente porque aquella ansiedad ¿qué había sido de ella?, se había desperdiciado, monedas tiradas a un pozo, y te eché la culpa de una forma irracional, yo mismo me di cuenta, pensé: "son rastros de la infancia", porque era una reacción parecida a la del niño que ve volver a su madre a casa cuando se le ha pasado la rabieta y las lágrimas de un conflicto surgido cuando ella se marchó y en vez de gustarle que se le haya pasado se revuelve contra la madre que no vino a tiempo de pillarle llorando y pugna en vano por acordarse de aquellos motivos y hacerlos tener nueva vigencia. Y era una sensación que no había logrado descastar del todo al día siguiente cuando apareciste en casa como si hubieras dejado de pisarla el día anterior, tan natural y tan graciosa que parecía que allí no había pasado nada, acompañada de aquel hombre serio y alto al que papá ya parecía conocer, venías rebosante de besos, historias y regalos. Casi en seguida pensé: "¡Qué bien no haberla escrito!, siempre hay que contar hasta cien antes de decidir una cosa, como hacía el pato Donald; si la llego a escribir cuando lo veía todo tan negro ahora me daría vergüenza, qué consuelo me iba a haber podido dar un ser tan feliz, no habría cogido onda"; no sabía yo entonces, como sé ahora, que no siempre está uno por dentro como aparenta estar, quién sabe si aquel día serías tú tan feliz como me pareciste, tal vez sí, pero en todo caso y aunque así fuera, a lo largo del tiempo en que habías faltado de mi vista habrías podido tener tus altibajos como todo hijo de vecino y qué duda cabe que los tendrías, hoy me pregunto qué humor sería verdaderamente el tuyo; a través de lo poco que has hablado de Andrés esta noche no parece que vuestras relaciones hayan sido siempre idílicas y poco después ya lo empezaron a comentar en casa que os llevabais mal, él aquel día no te miraba apenas ni se dirigía a ti, cosa que me extrañó porque yo en cambio no te pude quitar los ojos de encima en toda la comida, aunque procuraba que se notase poco, no me acordaba de que fueras tan guapa, traías un traje de pana de pantalón y chaqueta que entonces no era estilo y el pelo largo, más largo que ahora, no parabas de hablar, ahora pienso que posiblemente hablabas demasiado, nos hiciste reír mucho contando sucedidos de vuestros viajes, imitando la voz de personas y animales, ruidos, y hasta colores parece que te salen a veces de las manos, movías mucho las manos y el pelo, también hablaste de la situación política, de cómo encontrabas España, y ya te digo, yo te miraba como a una actriz de cine, pero te encontraba distante en tu brillo y tu aplomo, exactamente la misma sensación que me despertaban algunas mujeres del cine que te tienden la mano y la sonrisa desde tan lejos, y no sé por qué pensé que tal vez a tu marido también le pudieras intimidar como a mí y que por eso no te miraría, ¿o sería que te quería poco?, aunque esta suposición la deseché por absurda, lo que pasaba es que yo era pequeño y no entendía vuestras relaciones, como no entendía bien muchas veces el argumento de algunas películas, y eran las que más me gustaban ésas que no entendía del todo; sencillamente me dabais envidia. En un determinado momento dijiste que no pensabais poner casa, que ibais a vivir de pensión, me pareció fascinante poder hacer eso, nunca se me había ocurrido que se pudiera decidir semejante cosa más que durante los viajes, estabas mirando a papá mientras lo decías: "Las casas son una ratonera, un cepo, acuérdate de Louredo", y papá dijo, me acuerdo, "Louredo, qué tiene que ver", lo dijo como con impaciencia, como si le pareciera absurdo lo que habíais decidido y miró a Andrés, pero él no dijo nada, no se podía saber si estaba de acuerdo contigo o no, casi no intervino nada en la conversación, de vez en cuando contestaba muy educadamente a Colette que estaba sentada a su lado y que no paraba de preguntarle cosas, pero a papá y a ti os dejaba en una especie de mano a mano; sin embargo no se le sentía desplazado tampoco, parecía no meter baza simplemente porque era de pocas palabras o por consideración hacia vosotros, no se le notaba tenso ni a disgusto, nada más que un poco distraído, a mí me cayó muy bien y luego las pocas veces que lo he vuelto a ver siempre me ha gustado. La verdad es que aquel día entre la discreción de Andrés y lo simpática que estuviste tú lograsteis hacer agradable una comida que podía haber sido un suplicio, a Colette os dirigíais igual que a los demás, incluyéndola automáticamente como pieza esencial de la familia, tal vez ya los habíais visto a papá y a ella antes de venir a casa, era la impresión que daba; me admirabas tú sobre todo en la naturalidad con que la llamabas por su nombre, lo normal, claro, no ibas a haberle dicho "oye, tú", pero yo es que a la gente tardo mucho en poderla llamar por su nombre, me parece una prueba de cariño y confianza que no se otorga de buenas a primeras, pero era mejor así y además yo en el fondo te lo agradecía, las situaciones familiares violentas nunca las he podido soportar. Marga, que es mucho más fría y más despegada que yo, me lo reprocha a veces, dice que soy tonto, no entiende que sufra cuando hay riñas en casa, que entre papá y Colette siempre las ha habido y de bastante monta, se ríe: "¿Ya ti qué?, allá se maten", ella se va a la calle y dice que no se vuelve a acordar de semejante cuestión ni le perturba para nada, pero a mí sí, no lo puedo remediar, las cosas de la familia me afectan y prefiero reconocerlo que hacerme el cínico como me he hecho en algunas ocasiones, Marga yo sé que en el fondo tiene que sufrir de hacerse tanto la cínica y exhibir ante todo el mundo una insensibilidad y una indiferencia que no son normales, se pasa la vida haciéndoles faenas a sus adoradores y a sus amigos y a todo el mundo, presumiendo de dura y despreciando a los que no lo son, yo lo veo una defensa como otra cualquiera, a la gente se la acaba tomando una especie de apego, mal que le pese a Marga, es así, como yo le digo a ella, hasta a la propia Colette ya al cabo de los años, ¿cómo no vamos a considerarla de casa aunque no la queramos?, es negar la evidencia negar que se ha creado un vínculo, una relación, son muchos años y además es la madre de esos niños; pero sobre todo ya te digo, colaborar en lo posible a que no haya escenas violentas, a mí las tensiones y las riñas no me van. Así que en el fondo aquel día te agradecí mucho que trataras bien a Colette, le tenía miedo a que tu visita hubiera desencadenado marejada, y cuando te fuiste pensé: "Qué bien ha llevado las cosas Eulalia, qué sabiamente", pero por otra parte la sombra de mamá se alejaba de modo cada vez más irreparable, de ella nadie habló ni una palabra y lo peor es que no se había echado en falta tal mención, parecía natural que a mí, que estaba seguro de ser el guardián más fiel de su memoria, te hubieras dirigido como a un miembro de aquel grupo armonioso y concorde que habías creado tú a golpe de batuta mágica y no como al hijo mayor de tu amiga muerta, de tu cuñada muerta, esfumada, sin más, sustituida por otra a la que de vez en cuando te dirigías y llamabas Colette, pensé: "Es que, claro, es su cuñada", y ni siquiera me pareció horrible, se diría que mamá no había vivido nunca ni yo la había llorado ni te había echado de menos a ti con desesperación, mordiendo la almohada de mi cama para que nadie me oyera sollozar; agua pasada, basta de tragedias, el dolor era maleficio, hechicería, alimento venenoso y amarillo para la abuela y los tíos de Palencia, y como había entrado en una fase de reacción contra los morbos y los quería disipar a cualquier precio, traté de no sentir artificial aquel ambiente grato que el comedor había adquirido al sentaros en él Andrés y tú, traté de creerme aquellas sonrisas, aquella balsa de aceite de la nueva familia -a la que hasta tu reaparición yo no había prestado crédito como tal-, y me acosté incluso conforme ante la idea de que Colette más adelante pudiera llegar a ser amiga tuya, aunque en esos auspicios me engañaba, y que a mamá la hubieras olvidado porque sí, porque a los muertos se los olvida; posteriormente la has mencionado en varias ocasiones y siempre con cariño, pero que la quisieras tanto como esta noche he visto eso cómo me lo iba a imaginar aquel día cuando te miraba hablar de tus viajes allí en el comedor, digo te miraba porque a veces se mira hablar y otras se oye, yo aquel día no te escuché nada, me daba igual lo que decías, te miraba mover los labios y de entre las palabras que pronunciabas la única que hubiera podido catalizar mi atención y ponerme en verdadera disposición de escuchar no llegaste a articularla, no llegaste a decir Lucía, ese nombre que por fin esta noche ha corrido a raudales de tu boca a mi oído tan generosamente, quién me iba a decir que tuvieras guardadas de ella imágenes tan precisas y válidas y que alguna vez las fueras a querer sacar de tu baúl de recuerdos para regalármelas, había dejado ya de esperarlo.

Antes lo has dicho tú y es verdad, sí, todo viene a destiempo; según lo decías te miré y me extrañó que lo dijeras por la coincidencia, porque estaba yo pensando lo mismo exactamente, lo pienso todo el rato mientras hablas, que quién me hubiera dado a mí en esos años malos de la infancia poder estar aquí contigo como hoy en esta casa oyéndote contar y contar cosas de mamá, sin miedo, sin prisa, con toda la noche por delante para ti y para mí, dando forma al relato entre los dos; es justo el juego al que habría querido jugar, al que he estado intentando en vano desde entonces jugar con alguien, quimera que ha presidido y ha hecho fracasar todos mis intentos amorosos. Y un ambiente así ya es que ni lo soñaba, ¿te das cuenta de lo bien que se está y de lo bien que hablamos?, va todo como una seda, pero es también el sitio y el momento y la casualidad y saber que luego cada uno nos iremos a lo nuestro y que esta noche no se repite, ni esa luna encima de los árboles, qué despierto estoy, ni gota de sueño tengo, hasta puede venir si quiere el hombre ése del caballo, yo contigo no tengo miedo a nada, sólo lo sentiría porque si viene será aviso de que se muere la abuela y entonces se acabará la conversación, no, que no venga el caballo, no quiero. Sí, se está muy a gusto, pero viene a destiempo, eso qué duda cabe, nunca consigue uno dar las cosas en el momento en que verdaderamente otro las necesita recibir. Tal vez hice mal no escribiéndote a la India, ahora ya esas historias de la chica de Palencia no son el suero en vena capaz de devolverme la vida y el aliento, ahora es un lujo oírte, no estoy en la indigencia, lo he pasado bien muchísimas veces, he hecho el amor, he viajado, he recibido cartas que esperaba y sobre todo no lloro por las noches, leo libros que ponen en tela de juicio la institución familiar, muchos de mis amigos han roto con sus padres y sus mujeres por propia decisión, y si viene el insomnio, que muchas noches viene, hay alcohol y somníferos, hay teléfono a mano, y motos, coches, discotecas, chicas que me gustan y que me quieren ver y toda la ciudad llena de luces a mi disposición, la herida de mamá ya se ha cerrado, posiblemente en falso, no te digo que no, yo bien quería que cicatrizara a base de cuidados, pero nadie me vino a socorrer. Y quizá fue mejor, cualquiera sabe.

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