Catherine no tuvo que preguntarse qué deseaba de Logan. Él se había ocupado de eso.
Lo deseaba a él.
Cada regalo, con su nota, la había llevado a esa conclusión. Cuando todos sus pensamientos eran consumidos por él, ¿qué otra cosa podía desear? Después de haber estado toda la tarde escuchando el CD, su cuerpo anhelaba su contacto. Empezaba a creer que Logan tenía razón y que disponían de una oportunidad.
No había llamado. Y ya no le cabía duda de que era algo calculado para potenciar su sentido de la expectación. Funcionó. Cuando sonó el timbre, ya no le importaba el entorno, la clase, el dinero… nada salvo estar de nuevo con él. Porque no sólo la había seducido, sino que también había derribado el muro que había erigido para mantenerlo a distancia. Había llegado hasta su corazón.
Kane llegó antes que ella a la puerta. Cuando llegó a la entrada, los dos hombres se hallaban enfrascados en una conversación. Probablemente habían descubierto que tenían la ley en común, aunque Logan se afanara por poner en libertad a los hombres que Kane encerraba. «Menos mal que trabajan en distintas jurisdicciones», pensó con ironía.
Cuando la vio clavó en ella su mirada profunda, como si conociera su deseo más secreto. Luego le guiñó un ojo. Catherine respiró hondo. En sus ojos vio reflejados sus mismos sentimientos.
Aunque siguió hablando con Kane, alargó una mano hacia ella. En cuanto se acercó le aferró la mano y entrelazó el brazo con el suyo, pegándola a él. Su piel era cálida, su contacto posesivo y abierto.
Nunca había tenido un padre que recibiera a sus citas y en ese momento se sintió doblemente ridícula ante la idea de mantener una conversación ligera con Kane y Logan. Carraspeó.
– Veo que ya os habéis presentado.
Kane asintió. Logan abrió la boca para hablar.
– Pero nosotros no -la voz de Kayla sonó desde lo alto de la escalera, cortándolo.
– Se supone que debes estar en la cama -gruñó su marido con afecto.
– ¿Y uno de vosotros iba a hacer subir al señor Montgomery para presentármelo? -preguntó, sabiendo que ninguno lo habría hecho.
– Llámame Logan. Es un placer conocerte, Kayla -sonrió.
– Y ahora ya puedes volver a la cama -ordenó Kane. Se volvió hacia Logan-. Instrucciones del médico -explicó.
– No, instrucciones tuyas. Sabes muy bien que dijo que podía llevar a cabo una actividad restringida.
Kane alargó la mano y Logan la estrechó.
– Encantado de conocerte, Montgomery. Me voy a llevar a mi mujer de vuelta a la cama.
– Me gustaría ver cómo lo intentas -repuso Kayla.
La risa de Catherine sonó en los oídos de Logan, tan sexy y excitante como la recordaba. Era evidente que estaba acostumbrada a ese trato. Él desde luego no. Ni una sola vez había visto a sus padres tan felices juntos.
– Montgomery -llamó Kane antes de llegar al último escalón. Logan alzó la vista-. Hazle daño a mi cuñada y responderás ante mí -segundos más tarde, levantó en brazos a su mujer embarazada y desaparecieron por el pasillo.
Logan entendía la advertencia de Kane. La aceptaba sin malicia. Pero dudaba de que a Catherine le gustara la interferencia de su cuñado. Sin embargo, al encontrarse sus miradas, en vez de ira vio extrañeza e incredulidad.
– Pensaba que me soportaba por Kayla -murmuró en respuesta a la pregunta no formulada.
La reacción de Cat fue como un golpe en sus entrañas. ¿Siempre se había sentido tan sola? Conocía la respuesta porque a menudo él había experimentado lo mismo. Una cosa más que tenían en común. Una cosa más que deseaba cambiar en su vida.
Sin pensarlo, la abrazó.
– Ya vuelves a menospreciarte. No lo permitiré, Cat.
– ¿Y qué es lo que quieres, Logan? -los ojos le brillaron.
– A ti -le ciñó la cintura. Debido a que el top terminaba justo encima de los vaqueros negros ajustados, las manos sintieron su piel. Soltó un gemido bajo.
– Repítelo -pidió ella antes de volver a mirarlo.
– Te quiero a ti, Cat. Toda tú.
Ella emitió un suspiro suave y el sonido fue directamente al sexo de Logan, deteniéndose antes para rodearle el corazón. Cat lo sorprendió acercándose más. Las partes inferiores de sus cuerpos chocaron y una lanza de calor blanco lo atravesó. Era imposible que ella confundiera la reacción de su cuerpo.
La miró y en sus ojos vio la certeza del deseo.
Nunca se había sentido más aliviado. Cuando Emma lo informó de que le había enviado un regalo a Catherine, polvos mágicos, para colmo, estuvo a punto de darle un ataque. Con ese plan su abuela se había superado a sí misma. Pero, tal como le había comentado, podía dedicar el tiempo a quejarse o a recoger la pelota que ella había dejado caer y seguir adelante.
Todavía seguía sin hablar con su abuela, pero había elegido seguir adelante. ¿Qué otra cosa podía hacer?
Catherine no quería regalos caros ni flores. No la impresionaban el dinero ni las cosas materiales. No había olvidado que la sinceridad había llegado hasta ella durante el episodio del cuarto de los abrigos.
Al parecer los otros dos regalos que había elegido habían dado en el blanco; subió las manos por su espalda.
– Creo que deberíamos trasladar nuestra actividad a otra parte -sugirió y ella asintió. Animado, preguntó-: ¿Estás lista para permitirte creer en posibilidades? -no quería otra noche con lamentaciones por la mañana.
La semana sin ella había sido un infierno. Pero debía estar abierta al futuro también; él no podía hacerlo solo. La abrazó y esperó.
– Creo en ti -reconoció ella con el corazón en los ojos.
– Estaba pensando que podíamos ir a casa -ella echó la cabeza hacia atrás y encontró su mirada. Logan le besó los párpados y luego la punta de la nariz-. Mi hogar -añadió-. Hay algo que quiero que sepas. Eres la única mujer a la que he llevado allí, Cat.
Antes de que pudiera responder, le dio un beso ligero en los labios. Su intención era reafirmarla, pero el fuego se avivó deprisa y sin advertencia. Romper el contacto no resultó fácil, pero lo logró.
Ella soltó una risa trémula.
– Tienes un modo especial de manejar las palabras, señor Montgomery.
– Sí, ¿verdad? -sonrió-. Y ahora vayamos a casa.
La cabaña se alzaba en la distancia, tan cálida como ella la recordaba. Logan frenó ante la entrada y apagó el motor. Con el sol poniéndose a su espalda, Catherine lo siguió al interior. El deseo palpitaba dentro de ella a la velocidad de su corazón.
Perdida era la palabra que se le ocurría para describir la semana pasada sin Logan. Lo conocía sólo de un día, pero daba la impresión de ser una vida entera, quizá porque él había empleado esa semana de forma inteligente para desarrollar la confianza.
En cuanto la puerta de la cabaña se cerró, Cat no supo quién fue el primero en volverse, en alargar el brazo. No importaba, porque se pegaron el uno al otro y sus bocas se encontraron. Con alegría, recibió la firmeza de sus labios y los lances de su lengua.
Le pasó los dedos por el pelo y le sostuvo la cabeza, rogándole en silencio que no se detuviera. Que no la dejara. Logan gimió y pegó sus cuerpos para que pudiera sentirlo, duro y pleno, palpitando contra ella. Un calor líquido se desbordó en el interior de Catherine.
Gimió y él movió la mano para tocarla íntimamente.
– Logan -de algún modo, Cat encontró la fuerza para separar los labios.
Con un sonido agónico, la miró. Pero no apartó la mano y el dedo pulgar la frotó en círculos perezosos por encima de la tela de los vaqueros, hasta que la tuvo respirando de forma entrecortada y la humedad se incrementó.
– ¿Qué, Cat? Dime qué quieres.
Quería que el ansia se mitigara, que la palpitación parara. Y que nunca terminara.
Lo quería a él.
– Háblame -dijo él.
Pero uno de los dedos de Logan trazaba sus labios húmedos y la sensación era sensual e hipnótica. Despejar la mente no era fácil. Ni siquiera sabía muy bien por qué debía hacerlo, pero tenía que ver con explicaciones y lo que él pensaba de ella.
– Yo no… quiero decir, por lo general no soy tan… -calló cuando el dedo mojado de Logan pasó de sus labios a su mandíbula, al cuello y al final se asentó en la suave V de su top.
En ningún momento dejó de contemplarla mientras el dedo apartaba el borde elástico y exponía el pecho al ardor de su mirada. Los músculos del estómago de Cat se contrajeron por la necesidad y los pezones se endurecieron al sentir el aire fresco.
– Tampoco para mí ha sido así jamás -musitó él.
«Y ése es el problema», reflexionó ella. Nunca le había parecido tan bueno, tan perfecto… tan predestinado. ¿Cómo era posible? La vida no funcionaba de esa manera. No entregaba algo tan maravilloso sin quitarte otra cosa.
– No pienses, Cat. Ahora no.
Le alzó la barbilla para darle un beso suave. Ella podría haber manejado mejor uno apasionado y exigente. La dulzura y la comprensión podían ser su perdición.
Después de años de protestas e incredulidad, sintió que era arrastrada, que sucumbía a la fantasía. Esa que prometía felicidad eterna. Tembló de miedo.
Él le sujetó los hombros para sostenerla.
– Hablaremos todo lo que quieras. Luego -«después de que vuelva a crear un vínculo», pensó. Después de que se recordara lo buena que podía ser su relación… si ella se permitía creer.
Catherine aceptó con un suspiro, se apoyó contra él y sus caderas se adaptaron a su dolorosa erección.
Sólo entonces Logan bajó la vista a ese pecho pleno que llenaba su mano.
– No llevas sujetador -musitó y vio que se ruborizaba. Frotó el pulgar sobre una cumbre compacta y las sensaciones lo invadieron hasta la misma entrepierna. Agachó la cabeza para probarla.
Su fragancia única lo llenó cuando introdujo el pezón en su boca. Lo lamió y lo mordisqueó hasta que las caderas de ella se movieron con tanta insistencia contra su erección que corrió él peligro de perder el control. Más allá del pensamiento o el raciocinio, no olvidó la protección. Entonces, entre los dos, se quitaron los pantalones, seguidos de la ropa interior.
Volvió a tomarla en brazos y la alzó en vilo.
– Pasa las piernas a mi alrededor, cariño -ella lo hizo y la bajó hasta su cuerpo que esperaba.
Sabía que estaba mojada y encendida, pero la penetración resultó fácil y dulce. Un sonido apagado atravesó el éxtasis que sentía. Abrió los ojos a tiempo de ver una lágrima solitaria que bajaba por la mejilla de Catherine. Frenó de inmediato e intentó salir.
– Te hago daño.
– No como tú crees -sacudió la cabeza-. Es un dolor bueno.
El pecho de él se relajó. Las piernas lo aferraron con más fuerza y los músculos húmedos de Cat se contrajeron a su alrededor. Logan soltó otro gemido. La miró y agradeció que en ese momento sonriera. Adelantó la cabeza y le lamió la lágrima salada. El movimiento tuvo el efecto de unir más la parte inferior de sus cuerpos. La ola alcanzó su máxima altura y rompió en la playa. El suspiro suave de Cat le indicó que también ella la había sentido.
– ¿Logan?
– ¿Mmm? -preguntó con los dientes apretados.
– Como vayas más despacio tendré que estrangularte.
– Debes reconocer que sería una manera estupenda de morir -ella tiró de su pelo y él sonrió-. Tranquila, cariño -pero a pesar de las palabras, su cuerpo anhelaba la liberación. Y Cat acababa de darle luz verde.
Lo que siguió a continuación desafió cualquier cosa experimentada por Logan hasta el momento. Había tenido la intención de moverse, pero ella se le adelantó, y lo que había esperado que fuera una cadencia satisfactoria de entrada y salida se convirtió en un movimiento lateral y bamboleante que unió sus cuerpos, corazones y almas. El ritmo se incrementó mientras ella se agitaba contra su cuerpo hasta que alcanzó la cúspide con un oleaje tan poderoso y hondo que todo en su interior se vio arrastrado por su fuerza.
¿Cuándo se había quedado dormida? Catherine parpadeó ante el sol que entraba a través de las persianas abiertas. Se estiró y notó la protesta de unos músculos de los que la noche anterior había abusado. Resultaba decadente despertar en la cama de Logan después de las horas interminables que habían pasado allí. Y aún era más grato hacerlo entre sus brazos. La tenía inmovilizada con una pierna encima. Rió. No pensaba ir a ninguna parte hasta el mediodía, cuando regresara a casa para preparar la decoración de la fiesta que Pot Luck organizaría al día siguiente.
– ¿Algo gracioso? -preguntó él.
– Estás despierto.
– En más de un sentido -le tomó la mano y la condujo más abajo.
– Eres malo -musitó ella.
– Y a ti te encanta -con movimiento fluido se situó encima de ella, sosteniendo el peso de su cuerpo con las manos.
Ella se retorció con la intención de alejarse, pero sus esfuerzos sólo sirvieron para unirla más a la sólida erección que sentía pegada a su cuerpo.
– Deja de retorcerte, Cat -pidió con voz seria-. Antes de que suceda algo que evidentemente no quieres, ¿por qué no me cuentas qué te tiene tan asustada?
Se quedó quieta y luego sacudió la cabeza. Tal vez hubiera desnudado su cuerpo ante ese hombre, pero no pensaba desnudar su alma. No podía brindarle esa clase de poder sobre ella.
– De acuerdo. ¿Qué te parece si te cuento qué me tiene tan asustado? Luego vas tú.
– Me parece justo -y le brindaría tiempo para recuperar el equilibrio e inventarse algo. Cualquier cosa menos la verdad…
Qué broma. Catherine Luck, hija de una dependienta de supermercado y de un hombre al que no recordaba, enamorada de Logan Montgomery, hijo del juez más poderoso del estado. Si no tenía cuidado, la risa histérica que sentía bullir en su interior se convertiría en un torrente de lágrimas.
– Mírame.
Se obligó a observar ese rostro atractivo. El único modo de conquistar sus miedos era dominarlos. Ya lo había hecho antes, podía repetirlo en ese momento. Le costó más fingir la sonrisa.
– De acuerdo, tú primero.
– Huyes de mí. No importa lo hondo que logro llegar, lo sincero que soy ni lo mucho que te revelo, tú sales en la otra dirección.
No podía negarlo. El no sólo se abría verbalmente, sino que no se contenía cuando hacían el amor. Catherine poseía una experiencia limitada. Pero aunque su pasado sexual hubiera transcurrido sin incidentes, era lo bastante inteligente como para no creer que un acto demoledor entre las sábanas tuviera algún significado fuera del dormitorio. Su madre se lo había demostrado. Se había enamorado de un hombre que la quería en la cama, en ninguna otra parte.
Meneó la cabeza. Ése no iba a ser su destino.
– No huyo de ti, Logan. Yo… -pensó en todo lo que podía decir y optó por la verdad-. Huyo del resultado.
Él rodó hasta quedar de costado.
– Volvemos a eso, ¿eh? ¿A las diferencias? ¿A la idea de que no duraremos?
– Sí -tampoco pudo negarlo.
– De acuerdo, jugaremos a tu manera. Iremos de día en día. Si funciona, funciona. Si no, no. ¿Te hace sentir mejor?
– No -reconoció.
– Bien -le sonrió-. Eso me indica que te importa.
– Me importa -corroboró con un susurro.
– Tiene algo de loable esa sinceridad tuya -suavizó la mirada.
– Y cualquier hombre que puede enviar los regalos que me mandaste merece como mínimo lo mismo. A ti te importan mis sueños, Logan -quizá no durara para siempre, pero la conmovía. Él apartó la mirada y Cat no fue capaz de leer su expresión-. ¿Qué sucede?
– Me importan tus sueños. No pienses jamás que no. Pero…
– ¿Pero?
– Diablos -se pasó la mano por el pelo ya revuelto-, ¿crees que un hombre te enviaría polvos mágicos? -inquirió.
– ¿No fuiste tú? -él sacudió la cabeza y Catherine sintió que el corazón se le encogía-. ¿Y el globo con la nieve en verano?
– Ése sí. Y la música. Y las notas que los acompañaban.
– ¿Pero el polvo mágico? -sintió que el corazón retornaba casi a la normalidad.
– Emma -se tapó los ojos con un brazo-. Y si sientes alguna simpatía por mí, no preguntes cómo sabía que el regalo era apropiado.
Catherine asintió. No estaba segura de querer saberlo.
– ¿De modo que nos quiere unir? -preguntó.
– Eso parece.
Era una pieza del rompecabezas que desde el principio no había tenido sentido para ella. ¿Por qué Emma Montgomery, sin importar lo excéntrica que fuera, buscaría a una mujer como ella para su nieto?
Le había ido bien, no lo negaba; de hecho, estaba orgullosa de lo que había conseguido. Pero sabía muy bien de dónde procedía. Y también que su familia no era de la que ganaba puntos con los ilustres Montgomery. Además, tampoco el pasado reciente había sido amable con los Luck.
Aparte de que su tía se había casado con un hombre vinculado a la mafia, también había tenido que ver con cuestiones de prostitución. Para empeorar las cosas, habían muerto y dejado su escuela de protocolo, una fachada para el negocio de la prostitución de su tío, a Kayla y a ella. Y la sórdida historia había aparecido en los titulares de la prensa. Era imposible que alguien que viviera en el estado de Massachusetts se hubiera perdido sus detalles jugosos.
Logan no se lo había mencionado, pero quizá se debiera a que lo habían educado como un caballero. Y mientras él no considerara necesario tocar el tema, ella no pensaba hablar de esa humillación familiar.
– No lo entiendo -manifestó en voz alta.
– ¿No entiendes por qué le gustas? Ni siquiera deseaba mantener esa conversación.
– Soy una persona agradable -afirmó con tono ligero-. No se me ocurre otra mujer más apropiada con la que pudiera unirte. De hecho, no podría mencionar a ninguna… ya que no me muevo en esos círculos. Pero no tiene sentido que realice tantos esfuerzos para emparejarnos.
– A mí me parece lógico. Para mí somos perfectos.
Logan apoyó la mejilla en la de Catherine. Un gesto sencillo, pero sentirlo tan cerca le provocó un escalofrío. Y el oírle hablar de ellos sin barreras, sin limitaciones… hizo que deseara tanto poder ceder a las palabras seductoras y a las promesas no pronunciadas.
– Es tu turno, Cat -ordenó con voz ronca. Ella lo sintió duro contra su cuerpo.
Ambos se deseaban. ¿Qué los frenaba?
– Es tu turno -repitió-. Dime qué te está molestando.
Catherine sonrió. Si la miraba con esa preocupación en los ojos, ¿cómo no iba a enamorarse de él?
– No me molesta nada salvo que me muero de hambre.
– No te creo -le susurró al oído-. Pero yo también tengo hambre.
– Estupendo. Entonces échate y relájate; deja que yo me ocupe de todo. Lo prometí, ¿recuerdas?
– Sólo si luego prometes dar un paseo conmigo. Quiero caminar por la playa contigo. Y quiero que me hables.
– Eres un negociador duro, señor Montgomery.
– Es parte de mi encanto -sonrió.
Era encantador, desde luego. Pero eso no significaba que tuviera que contarle qué anidaba en su corazón.