Catherine alzó la cabeza del regazo de Logan y se volvió para mirarlo. Dejaba en sus manos que decidiera si debían dormir juntos. Su cuerpo decía que sí, pero su mente no estaba del todo segura.
– Lo que necesites saber, pregúntalo ahora, Cat.
– De modo que lees la mente aparte de ser un experto masajista -sonrió.
– Ya te he dicho que soy un hombre de variados talentos. Deja de esquivar el tema.
Reinó el silencio.
– Hay una cosa que me gustaría dejar clara primero.
– Estoy sano -afirmó él.
– Te agradezco que me lo digas -sacudió la cabeza-, y, a propósito, yo también, pero no era eso lo que quería saber.
– Me lo temía. ¿De qué se trata? -jugó con un mechón de su pelo.
– No es que pida promesas o cosas por el estilo…
– Entonces, ¿qué quieres? -le acarició la mejilla, avivando aún más la necesidad que remolineaba en su vientre.
– Saber que esto significa algo más para ti que una aventura de una noche -lo miró con expresión determinada. No pensaba disculparse por sus anhelos.
– Confía en mí -le regaló una sonrisa perezosa-. Significa más. Te respeto demasiado como para acostarme contigo y no volver a llamarte.
– Esa es una frase que ya he oído -aunque no pudo evitar devolverle la sonrisa-. ¿De modo que lo que estás diciendo es que cuando hayamos terminado vas a llamarme? -se obligó a hablar con ligereza y humor en la voz.
– Pronto -asintió.
En el silencio que siguió, Catherine comprendió que no podía pedir más. O confiaba en él o no confiaba. Y no estaría allí si no lo hiciera. Respiró hondo.
– No piensas prolongar esto mucho más, ¿verdad? -preguntó al fin.
Logan expulsó el aire que no sabía que había estado conteniendo. Durante un instante pensó que ella huiría. «No pido promesas». No sabía que se las habría dado gustoso. Pero tenía más agallas de lo que había pensado al decidir seguir adelante.
Sin esperar un segundo más, la alzó en brazos y se acercó a los ventanales que daban al océano. Todas las cosas que quería compartir con Catherine.
Ella le rodeó el cuello.
– Echa un vistazo -pidió Logan.
Mientras giraba la cabeza y miraba, él inhaló el aroma de su cabello y se excitó aún más.
– Debe de ser una panorámica maravillosa en un día despejado.
– Es la mejor.
– Ahora tampoco está tan mal -cerró los ojos y apretó más los brazos en torno a su cuello-. ¿Sabes? Toda la noche he prestado atención al sonido de la lluvia.
Y él. El sonido de los elementos reflejaba el anhelo ensordecedor en su alma.
– Vivo en un apartamento de un dormitorio. A veces, si tengo suerte y presto mucha atención, capto los sonidos de la tormenta en la noche. De lo contrario, se pierden en el ruido ensordecedor de los cláxones y los coches.
Logan cerró los ojos y la imaginó sola en la cama, desnuda encima de las sábanas, escuchando la palpitante lluvia al golpear contra la ventana.
La bajó al suelo despacio, luego la siguió, sintiendo sus pechos aplastados contra él y las duras cumbres de sus pezones rozarle el torso.
Mantuvo su mirada mientras sus cuerpos se tocaban y chocaban, dominados por una necesidad que todavía había que satisfacer.
– Dios, qué agradable es tu contacto -le apretó más la cintura. El asentimiento de ella se pareció más a un ronroneo complacido-. ¿Qué? -le pasó los dedos por el pelo-. ¿Qué quieres? -preguntó, resistiendo el impulso de probar sus labios húmedos hasta oírle decir que sentía lo mismo que él.
Las manos de ella le aferraron los hombros hasta que las uñas se clavaron en su piel por encima de la camiseta.
– Quiero que me hagas el amor. Quiero sentirte dentro de mí, que me empujes hasta el borde del precipicio con la fuerza con que cae la lluvia fuera. Quiero…
Logan no quiso oír más. Le tapó los labios con los suyos y la probó, bebiéndola, necesitando todo lo que estaba dispuesta a dar. Y el gemido que soltó le indicó que también Catherine lo necesitaba. No había tenido la intención de que las cosas se descontrolaran tanto con tanta rapidez, pero la tempestad de deseo que se agitaba dentro de él no aceptaba razones.
El tronco inferior de Catherine se arqueó contra él, suplicándole más. Él le quitó la camiseta del chándal y la arrojó al suelo.
Bajó la vista y contuvo el aliento. Unos montículos redondos se erguían por encima de un delicado sujetador de color crema. Los pezones empujaban tensos contra su confinamiento. Lo que había percibido antes no le había hecho justicia a lo que veía en ese momento.
Respiró hondo y siguió el contorno de un seno al tiempo que bajaba la boca y capturaba uno de los incitadores pezones con los labios.
Ella arqueó la espalda y gimió de placer. Era evidente que lo deseaba.
Logan acercó sus caras a centímetros de distancia y Catherine le enmarcó las mejillas con las manos y le tapó la boca con los labios.
El beso no comenzó suave. Con el deseo creciendo durante toda la noche, experimentaban una necesidad demasiado urgente para poder contenerla. Los labios de ella eran suaves y cálidos, húmedos al abrirse al encuentro de su lengua. Él la invadió y sintió que estaba en el cielo. Y como había sabido en todo momento, una prueba no era suficiente.
Ciñó su cintura desnuda con las manos y la pegó más con el anhelo de sentir la piel encendida contra la suya, aunque la camiseta le impidió tenerla tan cerca como deseaba.
– Espera -murmuró ella-. Permíteme.
Logan se echó para atrás y Catherine le quitó la camiseta por la cabeza. Los dedos suaves le rozaron la piel del torso. Alzó las manos por sus costados y con los dedos jugó con sus tetillas.
Él soltó el aire. El modo en que podía hacer que su cuerpo reaccionara con un simple contacto desafiaba toda lógica. La erección palpitaba contra la tela de los vaqueros, más dura e insistente con cada segundo que pasaba. Debía recuperar una semblanza de control.
– No sé si me gusta la sonrisa que veo en tu cara -aventuró Catherine.
– Sin embargo, estoy convencido de que te va a encantar.
Con dedos firmes, teniendo en cuenta las circunstancias, desató el lazo que sujetaba los pantalones del chándal y observó con placer mientras se los quitaba. Las braguitas de encaje hacían juego con el sujetador. El diminuto trozo de tela y lo que insinuaba debajo le resecó la boca.
Ahí se iba el tan ansiado control. Logan se puso de pie y antes de que ella pudiera cuestionarlo, la ayudó a incorporarse y volvió a tomarla en brazos.
– No deberías hacer que se convirtiera en una costumbre. Me malcriarás.
– ¿Y eso es malo?
– ¿Qué vas a hacer esta vez? -rió ella al tiempo que le mordisqueaba el lóbulo de la oreja.
Logan lo experimentó hasta su inflamada erección y gimió. Intentó soslayar la sensación del cuerpo exuberante que se moldeaba al suyo o experimentaría la máxima satisfacción allí mismo, algo que ninguno de los dos querría. Pero su piel suave, sus curvas marcadas y el calor de su cuerpo pusieron a prueba la fortaleza de su carácter.
Antes de que ella pudiera continuar, la depositó en el sofá y se arrodilló entre sus piernas. Catherine supo cuál era su intención. Y de pronto ya no fue tan valiente.
– ¿Sabes, Logan…? -las manos de él se cerraron en torno a sus muslos. El calor encendido subió por su cuerpo a la velocidad de la luz.
– ¿Sabes, Cat…? -se detuvo y le obsequió una sonrisa sexy-. No estoy seguro de que quieras discutir conmigo ahora -al hablar las palmas de sus manos se adelantaron y sus dedos se acercaron hasta el borde de las braguitas.
Ella soltó el aire contenido. Todos los pensamientos racionales y el deseo de hablar la abandonaron al sentir su mano. Sólo estaba abierta a las sensaciones, al contacto de su piel casi desnuda sobre el cuero mientras él la hacía bajar con delicadeza. Y a los dardos al rojo vivo que la atravesaban con creciente intensidad. Todo lo que le hacía era estupendo.
Y cuando la lamió por encima del exiguo triángulo se entregó a la locura que la engulló. Las restantes inhibiciones se desvanecieron como si jamás hubieran existido. Se rindió a las caricias lentas y prolongadas de su lengua, que la dejaban ansiando y suplicando más.
Como por propia voluntad sus caderas se alzaron. Él le quitó las braguitas con su ayuda… cualquier cosa con tal de satisfacer esa palpitante necesidad. Logan pareció comprenderlo. Después de arrojar la ropa interior al suelo, se concentró otra vez en Catherine y le introdujo un dedo. Ella sintió que estaba húmeda. Un dedo entraba y salía mientras el pulgar se ocupaba de su zona más sensible. Los temblores comenzaron en oleadas pequeñas y continuaron hasta sumirla en unas convulsiones acaloradas.
Y eso aún no bastaba. Lo quería con y dentro de ella para el glorioso viaje. Quería verlo perder el control tal como le había sucedido a ella. Tenía que saber que le afectaba más allá de la necesidad física.
Con dificultad, Catherine alzó la cabeza del sofá y lo miró a los ojos. El deseo ardía en las profundidades marrones con más pasión y oscuridad que nada de lo que había visto hasta entonces.
Logan se puso de pie y la ayudó a incorporarse. Pasó el dedo pulgar por su labio inferior.
– Quiero más, Cat.
– Yo también.
– Y sé que podríamos tener más que una noche, Catherine.
No podía creerle, no más que creer en el ratoncito Pérez. Sus dientes de leche ni siquiera le habían reportado un centavo de pequeña. Tampoco lo conseguirían unos deseos que no conducían a ninguna parte.
– Vivimos en mundos separados -le recordó.
– ¿Llamas mundos separados a esto? -con el brazo abarcó la pequeña cabaña que tan importante era para ella ya.
Catherine abrió la boca para discutirlo y no fue capaz. Aunque la desaprobación del juez aún seguía en un rincón de su cerebro, trató de olvidarla. Logan era un hombre independiente. No podía vivir en esa casa, trabajar para la oficina del defensor público, vivir de su sueldo y ser otra cosa.
Si decía que tenían una oportunidad, le creería. Después de todo, ¿cómo podían herirla las diferencias de clase cuando él no creía en ellas?
No estaba acostumbrada a entregar su fe y su corazón con facilidad, pero Logan hacía que fuera tan sencillo… Entonces le tomó la cintura con las manos. Unos músculos encendidos palpitaron bajo las yemas, provocando una respuesta en su interior, en zonas que él ya había amado de forma exhaustiva.
Miró sus ojos cálidos. No podía darle menos que la verdad.
– Para mí esto es convertir en realidad mis sueños.
Con un gemido ronco, volvió a alzarla en vilo, aunque en esa ocasión ella no protestó cuando se encontró tumbada en la alfombra delante de la chimenea. Logan se quitó los vaqueros. Llevaba unos calzoncillos blancos clásicos, aunque nada podía parecer corriente en un hombre con ese físico. Hombros anchos, estómago liso y piel bronceada; era un espécimen perfecto de varón hasta la protuberancia que le era imposible soslayar, aunque lo quisiera.
Él se llevó las manos a la banda elástica de los calzoncillos y sin apartar los ojos de ella los bajó hasta quedar desnudo; luego se tumbó a su lado. La dureza de su erección presionó el muslo de Catherine.
Si eso era lo que se sentía al creer que existía una oportunidad para ellos, de pronto fue feliz por haber abierto su mente a esa posibilidad.
– Sólo acabo de empezar -manifestó él.
– ¿Qué? -preguntó Catherine.
– En hacer realidad todos esos sueños.
– Haces que piense que todo es posible -murmuró ella.
Logan cambió de posición y se situó encima. Con los brazos evitó que su cuerpo la aplastara, pero la parte inferior de sus troncos encajaba a la perfección. Su erección, ardiente y pesada, se acomodó entre la V de sus piernas.
– Porque lo es -afirmó él.
Los párpados de Catherine se cerraron y dejó escapar un gemido suave. Logan estuvo a punto de llegar al éxtasis en ese momento, pero no creyó que fuera eso lo que ella tuviera en mente. Además, le había prometido convertir sus sueños en realidad. Al diablo los suyos.
Con una mano le cubrió un pecho. Encajaba a la perfección. Su piel era tersa, en contraste directo con el pezón rígido. Jugó y disfrutó con la plenitud de su carne. Con los dedos pulgar e índice apretó el pezón duro, tiró y presionó hasta que se retorció debajo de él.
Contempló su rostro. Le dio un beso en la punta de la nariz y luego hizo lo mismo con su pecho.
– ¿Quién provoca ahora? -preguntó ella con voz trémula.
Logan respondió pasando la lengua en círculo alrededor de la piel blanca del seno y se detuvo sólo después de lamerle el pezón. Alzó la cabeza y sonrió.
– ¿Te quejas?
– Únicamente de que no estés todavía dentro de mí.
– Esa no es una queja, es una petición.
– Tómalo como quieras -suspiró con una sonrisa al tiempo que levantaba las caderas.
Logan no supo si adrede o involuntariamente en respuesta al deseo puro. Tampoco le importó.
Solo sabía que había llegado el momento. Trasladó su atención de los pechos a la zona cálida y húmeda entre sus piernas. No le sorprendió descubrirla mojada por la necesidad, encendida por el mismo anhelo palpitante que quemaba sus propias entrañas. Era el mismo deseo que se convirtió en un infierno de llamas en cuanto posó la vista en la hermosa camarera. Tenía la certeza de que no se sentiría satisfecho con una única noche de abandono. Aunque su cuerpo quedara saciado por el momento, sabía que ansiaría más de ella.
Se separó lo suficiente para meter la mano en el bolsillo de los vaqueros y sacar el preservativo que, por las dudas, había guardado antes. Por si era lo bastante afortunado como para pasar un rato con esa mujer.
Incapaz de aguardar otro segundo, la penetró.
Catherine se sintió llena y satisfecha. Logan entrelazó las manos con las de ella y las alzó por encima de la cabeza. El movimiento de unión ancló sus cuerpos hasta que no sólo estuvieron juntos, sino que fueron una sola persona. Esos pensamientos únicamente podían conducir al dolor y al desastre, pero con los ojos de Logan clavados en ella, era incapaz de tener pensamientos negativos.
De hecho, ni siquiera era capaz de pensar. Los labios de él le cubrieron los suyos en un beso tan apasionado y prometedor como el calor que emanaba de sus cuerpos. Los dos comenzaron un movimiento más dulce que rápido, más reverente que frenético. Catherine no fue capaz de recordar si ya había hecho el amor con anterioridad. Porque cualquier cosa inferior a eso sólo era sexo, y lo que realizaba en ese momento era mucho más.
Le soltó las manos y las apoyó a cada lado de sus hombros.
– Mírame.
Ella obedeció y vislumbró una necesidad tan descarnada, tan expuesta, que se dejó arrastrar por ella. Las palabras le fallaron, pero no las emociones. Había absorbido su alma.
Con cada movimiento deslizante, Logan penetraba más. Con cada embestida ella notaba los bordes más ásperos de su erección y una fricción casi insoportable.
Cerró los párpados. Él los besó hasta que volvió a abrirlos y entonces inició un ritmo que ella jamás había experimentado. Creó una agonía tan prolongada y exquisita que Catherine quiso gritar pidiéndole más rapidez y fuerza. Pero, cuando Logan respondió a su ruego silencioso, se perdió la intimidad que acababan de compartir.
Justo cuando estaba a punto de caer por el precipicio, él aminoró las embestidas hasta que ella volvió a suplicar. Pero Logan tenía el control y no quería ceder. No pensaba dejar que aconteciera con rapidez. No pensaba dejar que fuera una experiencia que pudiera olvidar pronto.
– Abre los ojos.
Catherine no se había dado cuenta de que los había cerrado.
– ¿Qué quieres de mí? -inquirió.
– Todo.
Y entonces penetró tan hondo que ella tuvo la certeza de que se habían unido para la eternidad. Alzó las caderas para permitirle un acceso más pleno y profundo, potenciando el placer que sentía.
No fue capaz de apartar la vista de su mirada magnética. Sin duda era lo que él quería y el clímax le llegó sin advertencia previa, una marejada más allá de su control.
El cuerpo de Logan aún se sacudía. Dudó que pudiera volver a respirar con normalidad. Se hizo a un lado y miró a Cat, que parecía tan ahíta como él. Tenía las mejillas sonrojadas, los ojos pesados y la respiración rápida y entrecortada.
Estiró los brazos por encima de la cabeza. De inmediato descubrió que fue un enorme error estratégico. Catherine rodó hasta quedar de espaldas y alejarse de su contacto físico. Eso le despejó la mente de inmediato.
Si necesitaba distancia, lo respetaba. Pero no hasta que comprendiera algunas cosas. Nunca antes se había perdido a sí mismo con otra persona y percibía que a ella le pasaba lo mismo. Cerró la distancia que los separaba y la rodeó con el brazo.
No se apartó; de hecho, lo sorprendió al arrebujarse contra su cuerpo.
– Ha sido increíble -susurró Logan en su oído.
– Devastador -convino Cat.
Él esperó que se refiriera tanto a la emoción involucrada como al acto en sí. Aguardó unos momentos pero Cat no volvió a hablar. Al parecer necesitaba espacio. Sus siguientes palabras lo confirmaron.
– Empieza a hacer frío aquí, ¿no crees?
– Yo tengo bastante calor -le acarició el cuello con la nariz.
– Ya sabes a qué me refiero -su risa sonó más relajada.
– Te diré lo que haremos. Deja que apague el fuego y podremos ir al dormitorio -contuvo el aliento. Después de la intimidad que acababan de compartir, no era momento de decir que pensaba dormir en el sofá.
– Me parece bien -asintió ella.
Se incorporó y recogió los vaqueros antes de agacharse junto al fuego. No resultó fácil sabiendo que la tenía desnuda a su espalda, pero de algún modo lo consiguió.
Temía que, a la mínima oportunidad, ella huyera de lo que habían compartido en vez de encararlo. Al fin había encontrado a una mujer a la que le gustaba todo lo que era real en su vida y nada de lo que estaba relacionado con la riqueza o la posición social de los Montgomery.
Si dependiera de él, no pensaba dejar que se marchara a ninguna parte.