Capítulo 3

– ¿Debería sentirme halagado de que hayas aceptado? -inquirió-. ¿O insultado por que te mueras por salir de aquí?

– Ninguna de las dos cosas. Acepté porque tengo sed. Y ahora intenta derribar la puerta.

Necesitaba tiempo con ella, pero tiempo concedido en libertad, no bajo coacción. Contempló la puerta y la golpeó con el hombro con todas sus fuerzas. Con el hombro malo. Diablos, después de años de jugar al béisbol en la universidad, los dos hombros estaban mal y ése se rebeló. Se movió en la articulación y Logan emitió un gemido de dolor.

– Lo siento -llegó a su lado al instante.

– No es culpa tuya -musitó con los dientes apretados. Contó hasta diez y esperó que el dolor se mitigara. Poco a poco el hombro se le entumeció a medida que el dolor desaparecía.

Unas manos suaves se alzaron hacia el cuello de su camisa. Él dejó que le quitara la chaqueta. No le enorgullecía aprovecharse de su preocupación, pero dudaba de que fuera a disponer de una oportunidad mejor para sorprenderla con la guardia baja.

Catherine se dejó caer en el suelo con la espalda apoyada en la pared.

– Siéntate.

Logan se sentó a su lado.

Ella se volvió y comenzó a trabajar los músculos doloridos con las yemas de los dedos. La presión resultaba tan grata, que gimió aliviado.

– Es estupendo. Gracias.

– De nada. Y ahora cuéntame cómo hemos terminado así. ¿Qué te hizo pensar que Emma se hallaba aquí?

El echó la cabeza para atrás y se concentró en el movimiento rítmico de los dedos que apretaban su piel a través de la camisa.

– Una camarera me indicó que Emma me esperaba junto al cuarto de los abrigos. No había nada raro ni siniestro en eso… A menos que conozcas a mi abuela. Mmm. Un poco más fuerte.

Ella obedeció. Esos dedos obraban magia y Logan se encontró seducido… por su aroma, su contacto, por ella.

– ¿Mejor? -preguntó Catherine.

– Mucho -casi la perfección aparte de estar desnudos juntos.

– Alguien vendrá a buscarnos en cualquier momento.

– Si crees eso, es que no conoces a mi abuela.

– Quizá, pero ahí afuera hay un montón de gente que podrá arreglar algo tan sencillo como un picaporte roto. El equipo de limpieza no tendrá problema en solucionarlo.

– Siempre que ella se lo pida, lo cual dudo -ladeó la cabeza y la miró. El deseo bullía dentro de ella igual que en su propio interior-. Tenemos tiempo.

– La gente tal vez quiera tomar alguna copa -dijo Catherine, aunque la protesta le sonó débil.

– Algo me dice que Emma se ocupa de eso mientras hablamos. Además, la fiesta ya casi había terminado, y el juez le recordaba a la gente el desayuno formal que iba a dar al día siguiente.

Lo sabía porque había dedicado una gran cantidad de tiempo a asegurarle a su padre que no asistiría, que no quería conocer a futuros partidarios y que bajo ningún concepto estaría en la conferencia de prensa del sábado siguiente. Y por el pertinaz brillo en los ojos del juez, éste no había aceptado sus palabras. Una pena. El hombre mayor no podría aducir que no se lo había advertido.

– ¿Siempre llamas a tu padre el juez? -inquirió ella.

– Es lo que es.

– También es tu padre.

– Que cree controlar a todo el mundo igual que controla su juzgado.

– Siempre he considerado que era mejor cualquier padre que ninguno.

De modo que Catherine no tenía padre. Guardó el conocimiento, ya que percibió que era una faceta importante de su naturaleza, un modo de derribar sus defensas.

– No siempre. No me malinterpretes, siempre ha estado ahí para nosotros… mientras no nos apartáramos de la línea.

Eso iba a cambiar. Tal vez Edgar Montgomery hubiera aceptado el comportamiento errático de su hijo, según sus propias palabras, pero sólo porque creía que al final conseguiría lo que quería. Pero esa vez no sería así, lo cual quizá provocara la definitiva ruptura familiar.

– ¿Quién es «nosotros»?

– Mi hermana Grace y yo.

– Yo también tengo una hermana. Cuéntame cómo fue crecer aquí -realizó un gesto pomposo con un brazo, refiriéndose a la mansión Montgomery.

Por regla general, Logan no se dedicaba a recordar su infancia. Ya había divulgado más en esa conversación que en los últimos treinta y un años. Junto con los recuerdos surgió el miedo unido a ellos de terminar tan solo como su padre. No importaba a cuántas personas invitara el juez a su casa, no importaba que su mujer siguiera todos sus pasos, era una isla. Permitía que la gente se aproximara pero jamás que intimara. Ni siquiera sus hijos.

Por Catherine, una mujer que consideraba tanto su riqueza como a él mismo con suspicacia, sería sincero.

– Solitario -reconoció.

– Es una pena -le aferró la mano y apoyó la cabeza en su hombro.

Asombrado, Logan bajó la vista a sus manos unidas. Con una simple verdad había conseguido comenzar a atravesar sus defensas. El dinero y la posición social no la impresionaban. La sinceridad sí. Creció su respeto por ella.

Catherine se puso de rodillas y lo miró con expresión curiosa.

– ¿Cómo ibas a estar solo con tanta gente alrededor?

– Porque nadie se molestaba en prestarnos atención a los niños… salvo mi abuela -la sonrisa de ella le envolvió el corazón.

– Me cae bien.

– Y a mí. A ver, cuéntame cómo conociste a mi abuela.

– En una gala para recaudar fondos en Boston de cuyo catering nos ocupamos. Ella quería más canapés y se metió en la cocina para buscarlos.

– Esa es Emma -rió.

– La encontré allí y comenzamos a hablar -sonrió-. Lo siguiente que supe fue que me había contratado para esta fiesta.

La observó y descubrió que se sentía extremadamente contento de haber asistido.

– Cuando no anda metiéndose en cosas ajenas, mi abuela es una dama muy inteligente.

– ¿Porque nos encerró aquí?

– Porque es evidente que le caes bien… y a mí también -las vibraciones sensuales palpitaron entre ellos.

Le enmarcó el rostro con las manos y la acercó a distancia de un beso… y esperó. Una insinuación de rechazo y la soltaría. Ella movió la cabeza y Logan experimentó una gran desilusión. Bajó las manos, pero Catherine lo detuvo al tomarle las muñecas.

– No.

– ¿Que no te bese o que no me aparte? Porque no me dedico a los juegos, Cat. Te deseo y sé que tú me deseas a mí -el súbito jadeo de ella le demostró que no se equivocaba.

– Lo que yo deseo y lo que es bueno para mí son dos cosas diferentes -susurró.

La boca de Logan le rozó los labios con un movimiento ligero y dolorosamente lento. La probó sin forzar nada más. Ella cerró los dedos con fuerza alrededor de sus muñecas y soltó un ronroneo.

Su contención había sido recompensada.

Catherine no rompió el beso ni la tensión que crecía entre ellos. Con esa mujer sólo la paciencia le proporcionaría lo que deseaba, y creyó que valía la pena.

Ella dejó que la sensación la dominara. Los labios de Logan eran firmes y su contacto suave. Su beso contenía pasión y un respeto que rara vez percibía en un hombre. Bajo su gentileza había un anhelo que también ella sentía. Notó que algo se contraía en su estómago y la necesidad de estar con él la abrumó.

Sin advertencia previa, el sonido de metal la sobresaltó haciendo que se echara hacia atrás e interrumpiera el beso apasionado. Uno que jamás tendría que haberse producido. Hundió la cara en su camisa blanca, reacia a mirarlo.

– Parece que nos rescatan -musitó él.

– Eso parece.

Se obligó a moverse. Se puso de pie, aún reacia a mirarlo. Había perdido la cabeza, sucumbido al deseo y Dios sabía qué habría pasado si no hubieran ido a rescatarlos.

Se dirigió hacia la puerta, pero el leve contacto de él en su espalda la detuvo.

– No has hecho nada malo, Cat.

– ¿Quién dijo que lo había hecho? -inquirió a la defensiva-. Un beso no es algo tan importante.

– ¿Un beso? -Logan enarcó una ceja.

– A menos que no sepas contar.

– Ninguno se apartó para respirar -sonrió-, de modo que te lo concedo.

– Un verdadero caballero no habría mencionado eso -se ruborizó.

– ¿Quién ha dicho que sea un caballero? -apoyó la yema del dedo pulgar en el labio inferior de ella.

El cuerpo de Catherine tembló. Cruzó los brazos, pero el esfuerzo de autoprotección surgió demasiado tarde.

– Yo empecé, Cat, y me gustaría poder decir que lo siento. Pero no es verdad.

Entonces se dirigió a la puerta. Ella contempló su espalda y se preguntó cómo era que las cosas se habían descontrolado de ese modo. Bajó la vista a sus manos trémulas y cerró los ojos ante la energía sexual no satisfecha que aún palpitaba en ella.

Deseó que Logan Montgomery únicamente le inspirara lujuria.

El sexo era algo físico que no costaba dejar atrás. Pero no sucedía eso con Logan. Había visto al hombre real que había detrás de su traje caro y su encanto de seductor. Había vislumbrado la imagen de un niño solitario que había crecido en un mausoleo, igual que ella había sido una niña solitaria en un apartamento pequeño. Las diferencias de clase se habían desvanecido. Para empeorar las cosas, había descubierto que le caía bien. En algún momento él había empezado a importarle. Conociendo la conclusión inevitable, sintió un frío interior.

Desvió la vista a la puerta y unos segundos después ésta se levantaba de sus bisagras. Sin volver a mirarlo pasó a su lado y se encaminó hacia la seguridad. El resplandor de la gran araña de cristal impactó en sus ojos y parpadeó hasta que estos se adaptaron.

Catherine miró en derredor.

– Ahora no se atreverá a mostrar la cara -comentó la voz de Logan a su espalda-. Lo más probable es que la abuela esté escondiéndose arriba -añadió.

Mientras él le daba las gracias a sus rescatadores, el equipo de limpieza, tal como había predicho ella, Catherine se serenó, hasta que Logan regresó a su lado y vio la mancha de maquillaje en el cuello de su camisa.

– Bueno -carraspeó.

– Bueno -él sonrió.

– Adiós -sintiéndose ridícula, extendió la mano.

– No tan deprisa, Cat -sus dedos cálidos apresaron los de ella-. Olvidas una cosa.

– ¿Qué?

– Me debes una copa y habría jurado que eras una mujer que respetaba la palabra dada.

– No fuiste tú quien nos sacó de ahí -le recordó.

– Y no tenía por qué hacerlo. Dije que lo intentaría y lo hice -se frotó el hombro en un descarado intento por provocar que se sintiera culpable.

Logan tenía razón. La semántica había vuelto a atraparla. Le debía una copa, pero, gracias a Dios, no sería en ese momento. Al menos dispondría de la oportunidad de recuperar la compostura y recordarse que sea lo que fuere lo que vibraba entre ellos era falso.

Bajó la vista a su uniforme de trabajo.

– Preferiría no ir a ninguna parte vestida así.

– A mí me parece que estás estupenda -la observaron unos ojos cálidos y él alargó la mano-. Ven conmigo. Puedes confiar en mí, Cat.

Contempló esos ojos castaños. ¿Confiar en él? Tuvo ganas de reír en voz alta. ¿No le había dicho lo mismo su padre a su madre la noche que se marchó para siempre? Si aceptaba, ¿terminaría siendo seducida y abandonada al día siguiente? ¿Y por qué una voz en su cerebro le gritaba que valía la pena arriesgarse por ese hombre?

– No puedo ir a ninguna parte contigo -lo miró con cautela-. La furgoneta de la empresa está aparcada en el exterior… no puedo dejarla aquí.

– Te apuesto que no está. Doble o nada. Si me equivoco, eres libre para marcharte. Si tengo razón, es una copa y una cena.

– Es una apuesta segura -palmeó los bolsillos de la falda y luego introdujo la mano en uno de ellos. Movió las llaves de la furgoneta en el aire. Cinco minutos más en su compañía y luego se iría a casa.

Luego se ocuparía de la persistente desilusión y del hormigueo sexual que aún incitaba sus sentidos. Analizaría la injusticia del destino, que enviaba a un hombre perfecto a su vida poco perfecta.

Luego. Cuando estuviera sola.

– Es hora de averiguarlo -Logan alargó el brazo como si fuera a quitarle las llaves, pero a cambio le tomó las manos.

Sus dedos la envolvieron, cálidos y seguros. Catherine movió la cabeza. Las vibraciones sexuales debían afectarle el cerebro.

Lo siguió por la casa hasta salir al exterior. La lluvia, que se había contenido durante la fiesta, al fin había hecho acto de presencia. Logan le pasó el brazo por la espalda mientras la conducía a la parte de atrás de la casa, donde estaban aparcados los vehículos. Le molestó el vínculo que había logrado crear con ella en tan poco tiempo. Estuviera o no la furgoneta, un hombre del mundo de Logan Montgomery no querría otra cosa de ella que un revolcón y un rápido adiós.


Logan activó la calefacción del jeep. Catherine iba a su lado, envuelta en su impermeable. Por la ventanilla contemplaba la noche. La lluvia caía con tanta fuerza que a los limpiaparabrisas les costaba eliminarla.

Al prolongarse el silencio, él miró a la derecha.

– Estar enfadada no te va a ayudar.

– No estoy enfadada. Estoy furiosa.

– ¿Con quién?

– Con tu abuela, para empezar. Con mi supervisora, para terminar.

– Ya oíste al personal. Emma les aseguró que te habías ido a recorrer la casa y prometió que haría que te llevaran a casa, lo cual cumplo… tal como ella planeó -musitó-. No había nada preparado, al menos por mi parte -se acabaron los juegos. A pesar de lo mucho que deseaba pasar un tiempo juntos, era evidente que Catherine prefería ir a su casa. Sola-. ¿Por dónde voy? -preguntó.

– Deberías saberlo.

Detuvo el coche junto al bordillo y cruzó un brazo sobre el volante.

– Te llevo a casa, Cat.

El silencio volvió a absorberlos.

– ¿Por qué? -lo miró sorprendida.

– Es obvio que no te encuentras aquí por propia voluntad. Pensé que te relajarías, pero me equivoqué. No quiero obligarte a pasar más tiempo del absolutamente necesario en mi compañía.

– ¿Eres siempre tan caballeroso o lo haces para impresionarme? -lo observó con suspicacia.

– ¿Eres siempre tan cínica sobre los motivos que tiene la gente? -se encogió de hombros.

– Respondes a una pregunta con una pregunta -murmuró-. ¿Eres policía o abogado?

– Abogado, y por reputación somos tiburones, de modo que no pienses que soy blando -nunca había sido el perrito faldero de ninguna mujer, y aunque suplicaría por ella, no pensaba reconocérselo.

– Hay muchas palabras que emplearía para describirte, Logan Montgomery, y blando no figura entre ellas.

– Dime algo que no sepa -cada vez que respiraba el sutil aroma de ella, los pantalones le estaban más apretados. Vio que se ruborizaba y le gustó su lado de vulnerabilidad femenina. Debía largarse cuanto antes de ahí-. Como ya te dije, estoy interesado, pero no desesperado -después de oír el parte meteorológico en la radio, que anunciaba crecidas y vientos peligrosos desde el océano, la apagó-. ¿Por dónde? -insistió, queriendo dejarla a salvo en casa. Como no se pusieran pronto en marcha, la conducción se tornaría aún más traicionera. Y aunque lograra llevarla a casa, dondequiera que estuviera, él ya no podría regresar.

Observó su expresión de cautela y dudó de que le ofreciera hospitalidad. No era que la culpara. Después de las manipulaciones de su abuela, Catherine probablemente ni le permitiera acostarse en el suelo. Se vería obligado a gastar dinero que no quería en dormir en un motel.

Vivir de su sueldo como abogado de oficio no había sido un problema hasta que decidió comprar y restaurar su nueva casa. La soledad y la vista del océano hacían que valiera la pena vivir con un presupuesto ajustado. Bajo ningún concepto sacrificaría su independencia para vivir del fideicomiso que le habían puesto siendo niño.

– Me gustaría llevarte a casa seca y de una pieza, Cat -miró a su acompañante. Ella suspiró y esbozó una sonrisa-. ¿Qué resulta tan divertido?

– Haces que sea muy difícil que me caigas mal.

Logan alargó la mano y le acarició la mejilla.

– Era lo que pretendía… y no puedo afirmar que me sienta desilusionado.

Catherine lo analizó. Sabía cómo invertir una situación para sacarle el mayor provecho sin que pareciera que la manipulaba. Respetaba su bienestar y se preocupaba por satisfacer sus deseos. Todavía no estaba segura de que pudiera confiar en él. Peor, no sabía si podía confiar en sí misma.

El volvió a poner en marcha el jeep.

– Bueno, ¿dónde vives?

– En la parte baja de Boston.

– Está a casi una hora de aquí -gimió él.

– Por eso esta noche había planeado quedarme a dormir en la casa de mi hermana.

Pero con la lluvia que caía era imposible que llegaran incluso a la casa de su hermana. Se mordió los labios. ¿Por qué el destino conspiraba para mantenerla con un hombre que era equivocado para ella?

– Mi casa está a diez minutos de aquí. ¿A cuánto está la de tu hermana? -preguntó él.

– Demasiado lejos -murmuró.

– Decidido, a mi casa -enarcó una ceja sin apartar la vista del camino.

Catherine permaneció en silencio. No había mucho que decir.

– ¿Adonde nos dirigimos exactamente? -preguntó ella al rato.

– A una pequeña cabaña en la playa. Á unos minutos de aquí.

– ¿Una cabaña pequeña? -rió-. Estoy impaciente por verla -a pesar de lo que anhelaba disfrutar de unas pocas horas más en su compañía, estaba dominada por la aprensión. Sabía que un vistazo a su pequeña cabaña corroboraría la diferencia de clases que los separaba. No había ninguna posibilidad para ellos dos.

Realizaron el resto del trayecto en silencio. No quería distraer a Logan y él parecía concentrado en la conducción. Entró por un camino privado que iba paralelo a la playa. En el extremo se alzaba una casa.

Exhibía el típico encanto de Nueva Inglaterra con una única torreta y amplios ventanales, pero era más pequeña de lo que había imaginado Catherine. Mucho más, en particular cuando se la comparaba con la mansión Montgomery.

El detuvo el jeep y apagó el motor.

– Es humilde, pero es un hogar.

Una casa tradicional junto al océano, acogedora, cómoda y tentadora. Como el propio Logan. Soltó el aire que había contenido. «Catherine Ann, estás metida en serios problemas».

– ¿Te gusta? -inquirió él.

– Es increíble -repuso ella.

Logan alzó la vista hacia el cielo negro y la lluvia torrencial que caía.

– Espero que lo pienses de verdad… -su mirada cautivadora se clavó en ella-. Porque, si sigue lloviendo, podríamos quedar aislados. Los caminos de la playa se inundan con bastante facilidad por aquí.

– Se me ocurren cosas peores -indicó ella y se mordió el labio inferior. La tentación de volver a encender la radio luchó con el deseo de olvidarse del mundo exterior el tiempo que pudiera.

El destino le había concedido el deseo de su corazón. Una noche a solas con Logan Montgomery, si era lo bastante valiente para aceptarla. Cerró los ojos y escuchó el fuerte sonido de la lluvia sobre el parabrisas, al ritmo del deseo creciente que anidaba en su interior.

Un trueno la sobresaltó. Las olas coléricas rompían sobre la playa y se retiraban. «De un modo parecido a la marea de deseo que hay entre un hombre y una mujer», pensó con un violento temblor del cuerpo.

– ¿Te encuentras bien? -apoyó una mano cálida sobre su hombro.

Su intención era tranquilizarla, pero su contacto surtió el efecto opuesto y le disparó los sentidos. Necesitaba escapar de ese vehículo y recuperar la cordura.

– ¿No puedes acercarte un poco más a la casa? -preguntó.

– Ojalá -pasó un brazo por el respaldo del asiento de ella-. Aquí estamos sobre camino asfaltado. Más allá solo hay barro.

Aunque la visibilidad era horrenda, supo que tenía razón.

– De acuerdo. Soy buena deportista. Dicen que la lluvia es buena para la piel y el aire fresco mejor aún para el alma. Además, llevo zapatillas.

– Ese es el espíritu -él sonrió-. Me ofrecería a llevarte, pero el terreno se pone muy resbaladizo mojado -bajó del coche y fue a su lado para ayudarla a salir. Extendió la mano-. ¿Lista?

Otro trueno quebró la monotonía de la lluvia, seguido de un intenso fogonazo de luz. A Catherine le dio un vuelco el corazón.

– Lista.

La carrera hacia la casa no resultó sencilla. Se metió en charcos, resbaló en el barro y se agarró a la mano de Logan, y en más de una ocasión estuvo a punto de hacerle caer. La lluvia los golpeó con fuerza y los empapó. Cuando llegaron a la casa, Catherine no se sentía desdichada. Reía a carcajadas.

Justo antes de que Logan introdujera la llave en la cerradura, la miró. Una conexión inesperada y eléctrica crepitó entre ellos y, en ese momento, ella lo supo.

Detrás de la puerta, esperaban más problemas.

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