Capítulo 5

Catherine estaba sentada en el sofá hojeando una revista. La parte de atrás de la cabaña poseía muchas ventanas y ofrecía una vista magnífica del océano.

Cerró los ojos ante el sonido de la lluvia y de las olas al romper sobre la playa, y los sonidos se tornaron más fuertes, como sus palpitaciones. El deseo que sentía por Logan, tal como lo demostraba el anhelo insistente que palpitaba entre sus piernas, no podía ser negado. Apretó las piernas y unas oleadas de placer subieron y bajaron en su interior, igual que el agua en la playa. Igual que el placer que encontraría al hacer el amor con él, su cuerpo dentro del suyo, descubriendo el ritmo perfecto, meciéndose juntos hasta alcanzar la cumbre definitiva de satisfacción.

Se obligó a abrir los ojos y se dio cuenta de que temblaba por la necesidad. Una mirada a la cocina le indicó que aún seguía sola. Pensó que era mejor concentrarse en el postre.

Logan le había prometido prepararle su postre favorito. Pero no le permitió presenciar el proceso. Cuando terminó con la revista, su cuerpo se había enfriado, aunque no soportaba volver a quedarse a solas con sus pensamientos eróticos.

Fue de puntillas a la cocina y se asomó. Lo vio moverse canturreando algo. No logró ver qué hacía. Dio un paso silencioso hacia atrás, pero en ese momento sonó el trueno más sonoro de toda la noche.

Sobresaltada, soltó un grito y Logan giró en redondo.

Enarcó una ceja con gesto divertido.

– No me lo digas. Te da miedo la tormenta y has venido a buscar consuelo.

– Me rindo -puso los ojos en blanco-. Me has atrapado con las manos en la masa.

– Eres una chica mala, Cat. Ahora da media vuelta y espérame en el salón. Saldré en un segundo. Podrás esperar eso, ¿no? -inquirió con una sonrisa encantadora.

– Me las arreglaré -regresó a la otra habitación.

Sonó el teléfono.

– ¿Puedes contestar? -pidió él.

Recogió el auricular del teléfono que había junto al sofá.

– Cabaña de Logan Montgomery. ¿Quién es?

La respuesta que recibió fue la risita clara de Emma.

– «Está en casa sana y salva» -repitió Emma imitando la voz de barítono de Logan-. ¿De verdad creyó que me iba a tragar eso? Puede que su padre, pero yo no. Las mujeres son más inteligentes que los hombres. No lo olvides, querida.

– Sí, señora -Catherine rió, en absoluto avergonzada por que la hubiera sorprendido en la cabaña de Logan-. Estoy en casa sana y salva. Lo que sucede es que no se trata de mi casa.

– Eso no cuenta. Al menos te encuentras seca y abrigada de la tormenta.

– Y también fuera del cuarto de los abrigos, y no gracias a usted.

– Ya no hacen los picaportes como antes -chasqueó la lengua-. Me quedé con él en la mano, imagínatelo.

– ¿Quién es? -Logan entró en el salón con una bandeja en la mano.

– Tu abuela. Hablábamos del incidente del cuarto de los abrigos.

– Que no cuelgue. Yo también tengo algo que decir al respecto.

– ¿Emma? Logan quiere hablar con…

– Me espera mi partida semanal de cartas. He de irme.

– Pero…

– Voy a colgar -indicó antes de hacer exactamente eso.

– ¿Partida semanal de cartas? -Catherine contempló el auricular y luego miró a Logan-. ¿La misma noche que la fiesta? No me parece lógico.

Él dejó la bandeja frente a la chimenea.

– Solitario -explicó.

– Cielos.

– Es una maestra en el arte de escapar. ¿Lista para el postre?

– ¿Te refieres a si estoy lista para probar tus talentos culinarios? -se sentó en el suelo sobre las rodillas y contempló dos recipientes de cristal que contenían lo que parecía… se acercó más y olfateó-. ¿Pudín de chocolate? -preguntó.

– El mejor pudín de chocolate que jamás has probado -introdujo una cuchara en el cremoso postre y la extendió para que ella lo degustara.

Abrió mucho la boca y Logan introdujo la cuchara, sin apartar en ningún momento la vista de sus labios. El cuerpo de Catherine volvió a encenderse. Cerró los ojos y tragó la deliciosa creación de chocolate.

– Mmm -abrió los ojos y descubrió que él todavía la miraba. Su intensidad la hizo temblar de necesidad otra vez. Se pasó la lengua por los labios y se terminó el pudín en un abrir y cerrar de ojos-. Es el mejor que jamás he comido. Creo que incluso es superior a la mousse de chocolate -soltó una risita-. Tu talento en la cocina no tiene igual…

Él la silenció al pasar un dedo por sus labios. Su contacto fue eléctrico y la risa de ella murió de golpe.

– Tenías pudín en los labios. ¿Ves? -alzó el dedo manchado de chocolate.

Ella asintió, incapaz de hablar, sabiendo de algún modo lo que iba a suceder a continuación. Sus ojos se encontraron y los de él brillaban de ardor.

– ¿Quieres terminártelo? -preguntó Logan.

Atraída por su mirada magnética, tentada por la profundidad de su voz y el deseo que crepitaba entre ellos, Catherine adelantó la cabeza. No vaciló en ningún momento ni apartó la vista cuando los labios se cerraron sobre su dedo. El chocolate se mezcló con el sabor salado de su piel mientras lamía el resto del pudín.

Mucho después de que hubiera tenido que apartarse, el dedo de Logan siguió en su boca y luego trazó el contorno de sus labios.

– Es mejor que lamer el cuenco, ¿no?

– Mucho mejor -susurró ella. Él ya había apartado la mano pero los labios aún le hormigueaban. Igual que el cuerpo. Hasta los pechos se habían contraído en cumbres compactas que anhelaban el contacto de Logan. Se preguntó si sabría lo mucho que lo deseaba. Si alargaba las manos y le coronaba los senos, no le importaría. En ese momento recibiría cualquier contacto que él le ofreciera, cualquier cosa con tal de mitigar la necesidad que él había inspirado. Respiró hondo-. Debería recoger la mesa.

– ¿Huyes? -preguntó Logan con respiración igual de entrecortada que Catherine.

– Aprovecho un tiempo muerto.

– No tardes mucho.


Catherine entró en el salón a tiempo de ver a Logan hacer bolas con el periódico para introducirlas en la chimenea. Había encendido un fuego que crecía con rapidez.

Como él había preparado la cena, ella había insistido en recoger los platos. A Logan no le había gustado, pero Catherine lo necesitaba para establecer una distancia entre ellos.

Lo observó en silencio. Se había dado una ducha y cambiado mientras ella estaba en la cocina. Los músculos de su espalda se movieron bajo una suave camiseta de algodón y sus hombros anchos se contraían cada vez que recogía una hoja del periódico.

Quiso sentir la ondulación de esos músculos bajo las yemas de sus dedos, quitarle la camiseta, pegar su cuerpo al suyo y dejar que el calor de su piel la marcara como de su propiedad. Se mordió el labio inferior. Estaba metida en problemas.

El pensamiento le brindó poco consuelo.

– Ya estoy de vuelta.

– Acabo en un segundo -miró por encima del hombro.

Se acercó al agradable fuego y se sentó en el suelo delante del sofá.

– ¿Chimenea en primavera?

– ¿Por qué no? Si quieres algo, ¿por qué no hacer que suceda?

– Lo siguiente que me dirás es que puedes hacer que nieve en verano -bromeó.

– No pones las cosas fáciles, ¿eh? -rió.

– ¿Valdría la pena si lo hiciera?

Touché -gimió y concentró otra vez la atención en el fuego-. Es una de las cosas positivas de vivir junto al mar -se levantó-. Como aquí siempre hace más fresco, puedes aprovecharte del frescor nocturno… o del calor del día -sus ojos oscurecidos la contemplaron. Ya no hacía frío y el fuego no tenía nada que ver con el calor que vibraba entre los dos-. ¿Música? -preguntó.

– Algo tranquilo -asintió-. Suave -sin pensar lo que hacía, se puso a masajearse las sienes.

– ¿Te duele algo? -se situó a su lado.

– Un ligero dolor de cabeza -explicó-. Me da uno después de cada fiesta importante.

Él se dirigió al equipo de música y puso un CD de música de jazz. Logan regresó junto a ella y se sentó a su lado.

– ¿Te gusta?

– Es maravillosa.

La melodía la relajaba. Entre la gala de ese día y la tensión sexual que palpitaba en su interior, se hallaba contraída. La música que él había elegido era el antídoto perfecto para el estrés. Sintió que los hombros empezaban a soltarse.

– ¿Cómo va la cabeza?

– Duele -reconoció.

Logan se apoyó en el sofá y le indicó que se colocara entre sus piernas.

– Tienes suerte de que posea una cura -la observó-. Ven aquí, Cat.

Ella no titubeó. ¿Cómo podría hacerlo?

Logan era un hombre que inspiraba confianza. No era típico que depositara tanta confianza en un hombre al que acababa de conocer y la idea la aterraba. El único modo de pasar por eso era aferrarse con todas sus fuerzas a su corazón, y sabía que no iba a ser fácil.

Respiró hondo y se movió hasta situarse entre sus piernas. Su fuerza cálida y sólida la envolvió, y cuando le rodeó la cintura para acomodarla mejor, una descarga de fuego crepitó por sus venas.

– Relájate. El dolor de cabeza no desaparecerá si sigues tensa.

– Mantén las manos ahí y te garantizo que lo último que haré será relajarme.

Él rió entre dientes y su aliento le abanicó el cuello. Le soltó la cintura, brindándole la oportunidad de respirar bien otra vez, luego cruzó las piernas.

– Reclínate -instruyó-. La cabeza aquí -palmeó el espacio tentador entre sus rodillas. Lo observó con cautela, pero bajó el cuerpo hasta que quedó tumbada con la cabeza sobre su regazo-. Muy bien, ahora cierra los ojos.

Lo último que vio Catherine antes de obedecer fue a Logan que la contemplaba con una sonrisa arrebatadora.

– Ahora respira hondo y concéntrate en el sonido del fuego.

Como si fuera una señal, los leños comenzaron a crepitar. El aroma de madera quemada llenó sus fosas nasales. Con cada respiración que daba, un músculo distinto de su cuerpo parecía relajarse mientras el calor del fuego penetraba en ella. O quizá era el calor del cuerpo de Logan el que sentía palpitar por sus venas. Había comenzado a masajearle las sienes con movimientos suaves y lentos.

– Ahora escucha el ritmo de la lluvia.

Catherine lo hizo. La tormenta exterior iba pareja a la que bramaba en su interior.

– Mmm. No pares.

– Ni se me pasaría por la cabeza -rió y el sonido vibró hasta los pies de ella.

– Dime cómo descubriste esta… cura -pidió ella con los ojos cerrados.

– Una vieja lección de la infancia -los dedos obraban su magia mientras hablaba.

– ¿A qué te refieres? -su contacto era tan grato.

– Mi hermana padece migrañas desde que éramos niños. Los fines de semana los llevaba bien porque mis padres no estaban, pero los días de entre semana eran otra cosa.

– ¿Y eso?

– Los fines de semana ellos viajaban -continuó masajeándola-. Durante la semana estaban en casa. Y si llegaban tarde, nos despertaban con las discusiones que creían que nadie oía.

– Debió de ser duro.

– En realidad, lo fue más para Grace. Venía a mi habitación a hurtadillas y casi siempre el dolor de cabeza la mataba. Todo inducido por el estrés -explicó con un deje amargo.

Resultaba inconfundible el amor que sentía por su hermana, y eso era algo que Catherine podía comprender. No le creyó cuando afirmó que a él las peleas no le afectaban.

– ¿Cómo es que nunca se separaron? -inquirió.

– El lema de la familia es: Los Montgomery no se separan, resisten.

– Creía que los ricos no se peleaban, sino que resistían -bromeó con la intención de mejorar el estado de ánimo provocado por los recuerdos dolorosos.

– Ese lema es válido sólo en público. A pesar del dinero que costó construir la mansión, las paredes son increíblemente delgadas.

– De modo que erais Grace y tú los que debíais resistir.

– Sí. Yo le masajeaba la frente hasta que se quedaba dormida -musitó.

– Espero que te lo agradeciera -su comportamiento con su hermana le indicó qué clase de hombre era Logan Montgomery.

– Lo hizo.

– Lo sé -dejó escapar otro suspiro cuando la suave presión se concentró en un punto sensible.

Fuera la que fuera la magia que Logan obrara para su hermana pequeña, era fraternal y surgida del cariño. Lo que le hacía a Catherine era más erótico que fraternal. Era sensual e íntimo y ella sabía que el objetivo era la seducción. Y anhelaba ceder. Lo haría hasta el día siguiente, antes de que tuviera que abandonar la cabaña y enfrentarse a la dura luz del día.

Se obligó a abrir los párpados pesados y lo miró, deseando saber más cosas de él.

– ¿Dónde está Grace ahora?

– Vive en Nueva York, es fotógrafa y evita el compromiso por miedo a terminar como sus padres -rió sin placer-. Vive de su fideicomiso, pues considera que mi madre y el juez están en deuda con ella por toda la desdicha que tuvo que soportar.

– ¿Es lo mismo que sientes tú?

– En realidad -meneó la cabeza-, yo vivo de mi sueldo, sin ningún otro centavo. Si tocara mi fideicomiso, entregaría el control de mi vida, algo a lo que no estoy dispuesto. Y creo que Grace sería mucho más feliz si hiciera lo mismo -esbozó una sonrisa pausada y relajada que aceleró los latidos de Catherine.

A juzgar por la respiración entrecortada y el calor que sentía en el vientre, sólo su cerebro le prestaba atención a Logan. Hasta su yo más racional quería ceder a su encanto y magnetismo sexual, a su naturaleza comprensiva y su alma generosa.

– Pero Grace y su vida son un tema para otro día. Esta noche nos pertenece a nosotros, Cat. Si lo deseas -se detuvo un segundo-. La elección es tuya.

Ella se irguió demasiado deprisa y tuvo que aguardar hasta que el mareo se desvaneció. Entonces comprendió que el dolor de cabeza había desaparecido también. Estaba claro que Logan tenía manos mágicas. El pensamiento le provocó un cosquilleo delicioso en la boca del estómago.

– ¿Te sientes mejor? -preguntó él.

– Mucho -se apoyó en las rodillas y lo miró-. Pero sospecho que era ése el objetivo.

– ¿Qué quieres decir?

– No puedes seducir a una mujer si piensa usar un dolor de cabeza como excusa.

– Comprendo. Y tú acabas de reconocer que el tuyo ya no existe.

– Exacto -el anhelo que bullía en su cuerpo alcanzó proporciones insoportables.

La furia del fuego y la lluvia no eran responsables de las llamas que ardían en su interior. Pero no pudo evitar preguntarse…

¿Sería suficiente una noche?

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