La tormenta que rugía en el exterior no era nada comparada con la que provocaba el caos dentro de Catherine. Entró en la casa y encontró un refugio de la tormenta y una ventana al alma de Logan.
– Aguarda un segundo. Vuelvo en seguida -la dejó dentro de la acogedora estancia.
El cuarto, igual que la casa, ofrecía un reflejo del hombre. Los frisos de las paredes eran tan masculinos como él, tan acogedores como su personalidad. Un viejo sofá de piel y el mobiliario antiguo daban un encanto cómodo al interior rústico.
Aunque ella vivía en un apartamento de un dormitorio, resultaba evidente que ambos compartían la añoranza por la tierra y el hogar, ya que los cálidos tonos marrones encajaban con su gusto y estilo personales.
No había vestíbulo formal, suelos de mármol o arañas de cristal en esa casa. Y a juzgar por la atmósfera relajada, se trataba de un hogar que carecía de los lujos conocidos y amados por el resto del clan de los Montgomery. ¿Qué clase de declaración realizaba Logan al vivir en un sitio como ése? ¿Se oponía adrede a su familia o de verdad le gustaban el olor del océano y el atractivo terrenal de la cabaña?
No pudo evitar preguntarse qué pensaría su familia de su lugar de residencia. Se entristeció al pensar que debían celebrarse pocas cenas familiares allí.
– ¿Una toalla? -reapareció con dos en la mano.
– Gracias -Catherine se secó y miró alrededor en busca de un armario donde dejar el impermeable.
– Yo me ocupo -lo dejó en un colgador de madera ya cargado con más chaquetas-. Más fácil que tirarlas sobre el sofá -explicó.
– Eres un hombre -sonrió ella-. Me sorprende que hayas llegado hasta un perchero.
– No deberías estereotipar a nadie antes de conocerlo -manifestó con humor-. Podría terminar por asombrarte.
– ¿Me estás diciendo que no eres un hombre típico?
– Te digo que vas a averiguarlo.
¿Le lanzaba un desafío para ver si daba marcha atrás? En ese caso, quedaría decepcionado. Había llegado hasta allí y pensaba continuar hasta el final, sin importar adonde la condujera. No supo muy bien cuándo había tomado la decisión, pero sintió una oleada de excitación en las venas. Se humedeció los labios secos.
– Eres tan cuidadoso que me has impresionado -musitó.
– Eso espero. Además, algunas cosas no se permitían cuando vivía con mis padres. Una de ellas era dejar un rastro de ropa a mi espalda -se encogió de hombros-. Supongo que las viejas costumbres tardan en morir.
– ¿No me digas que no tenías a nadie que recogiera tus cosas?
– Claro que sí. Pero un golpe de Emma en la cabeza me curó esa desagradable costumbre para siempre.
Catherine le creyó. Emma era directa y conseguía lo que quería. Experimentó un temblor al darse cuenta de las implicaciones… Logan había sido educado por su abuela. También él era directo. Y percibía que conseguía lo que quería.
– En todo caso -continuó él-, Emma tenía razón. Los criados estaban demasiado atareados con mis padres. No necesitaban a dos niños malcriados.
– De modo que también eres un hombre al que no le molesta reconocer cuándo se equivoca.
– Ya te he dicho que soy único -enarcó una ceja-. Y en cuanto a equivocarme, no sucede demasiado a menudo.
– La arrogancia es un típico rasgo masculino -advirtió ella.
– Dije que era único, pero jamás negué ser un hombre.
Como si necesitara algún recordatorio de su poderosa masculinidad; agarró con fuerza la toalla.
– Emma te mantuvo con los pies en el suelo, ¿verdad? -preguntó, cambiando de tema.
– Puedes apostarlo -se secó el pelo mientras hablaba. Al terminar, se pasó la toalla por los anchos hombros.
Se había aflojado la corbata y abierto el cuello de la camisa. Tenía el pelo húmedo y revuelto, lo que le daba un aspecto más sexy que antes. Catherine no había creído que pudiera estar mejor. Se había equivocado.
Sus miradas se encontraron y los ojos oscuros de Logan se demoraron sobre ella como una caricia encendida. Aún no había movido una mano, no había tocado ninguna parte de su cuerpo. Sólo era cuestión de tiempo.
El silencio se tornó espeso entre ellos, pero no fue capaz de apartar la vista. Bastaba mirarlo para sentir un cosquilleo en el estómago y una deliciosa palpitación entre las piernas. Él se acercó y a Catherine se le aceleró el corazón. No dejó de mirarla mientras le quitaba la toalla de las manos trémulas y la rodeaba hasta quedar a su espalda.
El calor de su cuerpo se fundía con el suyo y su respiración se transformó en un ritmo sexy en sus oídos. Sin advertencia previa, le colocó la toalla en la cabeza y con movimientos rítmicos las manos fuertes comenzaron a secarle el pelo. Incapaz de evitarlo, cerró los ojos y se apoyó contra la dura superficie de su pecho.
Entonces la dominaron sus otros sentidos y vivió en un mundo de sensaciones. El hormigueo en su cabeza encontró respuesta en otras partes de su cuerpo. Sintió que los pechos se le inflamaban al experimentar una vibración erótica en lo más hondo de su vientre, que envió una oleada tras otra hacia abajo…
Un ronroneo la sacó de su ensueño sensual y quedó asombrada al darse cuenta de que había sido ella quien lo había emitido. En ese momento, estalló un trueno y se sobresaltó, apartándose de él.
El corazón le latía con furia. Temblaba con una necesidad incontenible. Tan poderosa que la consumía.
– Ya puedo seguir yo -musitó.
– Como quieras, pero primero… -estiró la mano hacia la toalla y Catherine vio que temblaba con el mismo deseo que la dominaba a ella, lo cual la reconfortó. El deseo no era unilateral. Le limpió la cara con suavidad-. Rimel -explicó y le mostró unas manchas oscuras.
– Oh -se mordió el labio inferior-. Gracias.
– Ha sido un placer -la miró y ella supo a qué se refería.
– ¿Por qué no te quitas esa ropa mojada? -sugirió.
– ¿No crees que estás precipitando las cosas? -ladeó la cabeza.
– No dije que yo te la fuera a quitar -rió-, aunque me dejaría convencer.
– Eres malo -no fue capaz de contener la risa.
– ¿Quieres averiguar cuánto? -antes de que ella pudiera responder, le tomó la mano-. Vamos. Tienes la ropa mojada y debes de estar helada. Te daré un chándal.
– Te lo agradecería.
Cinco minutos más tarde, se encontraba a solas en un cuarto de baño pequeño con una bañera antigua y una ducha aún más antigua. En la cómoda había ropa seca. Ropa de Logan.
Se llevó la parte superior del chándal a la cara e inhaló profundamente. Olía limpia y fresca pero también contenía un leve rastro de su aroma. Sintió un leve temblor que no tenía nada que ver con la lluvia o el frío.
Se hallaba en su casa, con su ropa y dejando que la sedujera emocionalmente. Nada era como debería ser.
Logan no era tan artificial y conservador como el nombre y la tradición de los Montgomery dictaban que debía ser. No tendría que estar interesado en una mujer ajena a su mundo, pero después de ver su casa, ya no sabía muy bien a qué mundo pertenecía. Lo que significaba que tampoco conocía qué clase de atractivo ejercía sobre él. En ese punto, casi era capaz de empezar a creer en sueños imposibles.
Era peligroso, pero tan tentador… Abrió los grifos de la ducha. Era hora de pisar tierra firme. Tal vez viviera allí, pero dados los lujos con los que había crecido, debía poseer un motivo ulterior que pudiera incluirla también a ella. Y aunque fuera sincero, la novedad de una mujer como ella se desvanecería con rapidez en un hombre que llevaba el apellido Montgomery.
El sonido de la ducha sonó con una rotundidad sobrenatural en la pequeña cabaña. Logan pensó que quien se hallaba bajo el agua era Catherine, con sus exuberantes curvas… Apoyó las manos en el mostrador de la cocina, bajó la cabeza y soltó un gemido leve.
Cuando le había secado el pelo ella había suspirado como si lo tuviera dentro. Respondía tan bien al contacto más suave, que lo volvía loco. Y veía que empezaba a perder sus inhibiciones en su presencia. Pero debía ir con calma para evitar perder cualquier ventaja que hubiera podido obtener.
El agua de la ducha se detuvo y lo dejó sumido en el silencio. Le quedaba toda la noche por delante para ganarse su confianza… y quizá más. Esperaba que mucho más. Pero la confianza era más importante que llevarla a la cama. Y eso en sí mismo era una advertencia que haría mejor en escuchar.
– Hola -dijo Catherine.
– Hola -se volvió y contuvo el aliento.
El pelo rubio mojado colgaba en mechones libres en torno a su cara sin maquillaje. Su piel era casi perfecta, blanca y translúcida, tocada por un conmovedor rubor en las mejillas. Las curvas que habían sido tan obvias antes quedaban ocultas por el algodón. Había tenido que remangarse bastante los pantalones. El efecto era una sorprendente mezcla de dulzura y vulnerabilidad.
– ¿Puedo ayudarte? -preguntó ella-. Sé manejarme en la cocina.
– ¿Lo que te convierte en una mujer típica? -indicó él, recuperando la atmósfera anterior.
– Soy cualquier cosa menos típica -chasqueó la lengua ofendida.
– Créeme -rió Logan-, lo sabía, o no estarías aquí. Eres especial, Cat.
– Para ya no me vas a sonrojar.
– Una mujer que no busca cumplidos. Eso sí que es inusual.
– A mí me da la impresión de que conoces a las mujeres equivocadas -se encogió de hombros.
– Pero al menos ya he encontrado a la correcta. Se que preparar fiestas es tu trabajo, pero no sabía que tuvieras experiencia con la cocina.
Ella se subió las mangas pero se le volvieron a caer.
– Te sorprendería. Tengo años de experiencia en restaurantes a mi espalda y no hablo sólo de fregar platos.
– Disponemos de toda la noche para que me pongas al corriente. ¿Por qué no te sientas y dejas que yo me ocupe de todo?
Catherine se encogió de hombros y se dirigió a una silla junto a la mesa.
– ¡Un hombre que sabe cocinar! Otro golpe al estereotipo masculino.
– Odio desilusionarte -sacó una fuente tapada de la nevera-. Pero no me queda otra elección. Esta lasaña es lo mejor que sabe hacer la cocinera de Emma -rió.
– Destruyes mis fantasías -repuso ella llevándose una mano al corazón.
– No voy a destruir tus fantasías, Cat -meneó la cabeza y se acercó hasta ella para apoyar las manos en los reposabrazos de la silla-. Las voy a volver realidad.
Antes de que ella pudiera parpadear, se irguió y regresó junto a la encimera. La distancia le brindó la oportunidad de sosegarse antes de obrar en contra del sentido común.
– Al menos tú tienes a Emma. Ella se ocupa de que no te mueras de hambre -afirmó Catherine.
– A pesar de que me avergüenza reconocerlo, así es. ¿Qué sabes del horario que cumplen los abogados de oficio? -inquirió mientras quitaba el papel de aluminio de la fuente.
– Poco.
– Entonces permite que te ilumine -detalles de su propia vida podrían animarla a revelar algunos de la suya, y Logan quería saberlo todo sobre Catherine-. Estoy de guardia tres noches a la semana y un fin de semana al mes. Cuando no me encuentro en el tribunal o en la oficina, traigo carpetas a casa para trabajar. No me queda mucho tiempo libre para cocinar y soy lo bastante viejo como para reconocer que me gusta comer -se encogió de hombros-. Puedo darle la espalda a muchos de los rituales de la familia Montgomery, pero jamás rechazo una comida gratis -sonrió.
– Lo recordaré -un brillo desconcertante iluminó sus ojos verdes. Apoyó la barbilla en las manos-. Es agradable que te cuide.
– No te equivocas -introdujo la fuente en el microondas, su única concesión a los aparatos nuevos.
– Con un horario semejante, cuéntame por qué elegiste la oficina del defensor público.
– ¿En contraposición a algún bufete poderoso de Boston? -preguntó con perspicacia-. ¿Uno que ayuda a las instituciones y no a las personas? ¿Uno que el juez que conocemos habría elegido por su reputación? -su padre habría tirado de cualquier hilo para establecer a Logan en un puesto de poder y prestigio, sin importar lo que él hubiera deseado.
Al oír su tono crítico, ella se irguió en la silla.
– Me refería en contraposición a un bufete propio. O quizá a poner un puesto en la calle y dar consejo por un dólar. ¿Qué te pasa? ¿Di en un punto delicado y contraatacas?
– En una palabra, sí -maldijo su incapacidad para contener su frustración con su padre y lamentó haberse desahogado con ella-. Pero no ha sido correcto y lo siento.
– Realmente eres un hombre capaz de admitir cuándo se equivoca -suavizó la expresión-. Único -musitó-. Y no era mi intención tocar un tema delicado. O insultarte. Lo que pasa es que me sorprende el camino que has tomado.
– Dime una cosa. ¿Cuál es la verdadera causa por la que te asombra mi elección de carrera? ¿Es porque no me imaginas ayudando a los desheredados o porque cualquiera que lleve el apellido Montgomery ha de ser un esnob egoísta? -se reunió con ella en la mesa. Alargó la mano por la superficie de fórmica y la abrió con la palma hacia arriba en un gesto silencioso para que depositara la suya-. No te critico, Cat, no más de lo que te juzgaría basándome en las apariencias.
– Y agradecerías que yo hiciera lo mismo contigo -esbozó el fantasma de una sonrisa-. Creo que me has pillado exhibiendo mi prejuicio por la clase alta.
– En vez de juzgarme por lo que ya conoces de mí.
– Pero apenas te conozco -observó la mano extendida en invitación.
– Oh, creo que sí -no movió la mano ni tampoco apartó los ojos de su cara-. Confía en mí, Cat.
Ella titubeó. A Logan esos segundos le parecieron una eternidad, hasta que finalmente Catherine puso la mano en la suya.
Suave y delicada, su piel era como el tacto de seda. Le pasó el dedo pulgar por el interior de la muñeca. Ella simplemente lo observaba, los ojos como esmeraldas mientras aguardaba su siguiente movimiento.
– Háblame de ti -Catherine parpadeó, sorprendida por la pregunta. Pero Logan tenía sus motivos para hacérsela. No pensaba desperdiciar ni un minuto-. ¿Por qué no empiezas por tu familia? -insistió cuando ella no respondió. Vio que se encogía de hombros.
– No hay mucho que contar. Igual que tú, tengo una hermana. Compartimos la dirección del negocio, pero en este momento se encuentra embarazada y en cama. Está casada con un poli arrogante -la sonrisa contradijo su elección de palabras.
– ¿Alguien más?
– Mi madre murió hace años y papá nos abandonó cuando éramos pequeñas -meneó la cabeza-. Ni siquiera lo recuerdo. Tenía un tío y una tía, pero… -se detuvo y él percibió que dudaba si contarle o no la historia de su familia-. Murieron el año pasado.
No la culpó por querer guardar silencio. Lo que le contó Emma sobre su tío probablemente no era algo que Catherine considerara tema de conversación.
– Es una gran pérdida -indicó.
– Es la vida -se encogió de hombros.
– ¿Tu hermana es mayor o menor?
– Kayla es menor por sólo diez meses, pero es la más centrada de las dos.
– Algo me dice que no te concedes bastante mérito.
– Creo que me conozco mejor que tú -repuso con la cabeza ladeada.
– Es posible -sonrió-. Pero me gustaría conocerte tanto como tú misma. Y acabo de ver cómo te encargabas de una fiesta bajo condiciones estresantes… y con éxito, podría añadir. De modo que colocarte por detrás de tu hermana no encaja.
– Hay una diferencia entre colocarte en segundo lugar y conocer tus puntos fuertes y débiles. El único modo de obtener éxito en la vida es conocerte bien.
– ¿Y ahora te importaría contarme por qué una fiesta en la que los invitados estaban felices te tenía tan tensa?
– Me ocupo del catering de las fiestas como modo de ganarme la vida. Esta no fue más estresante que la ma… mayoría -tartamudeó al final por la mentira.
No le gustaba mentirle, pero no fue capaz de reconocer que la desaprobación de su padre había estropeado un día por lo demás perfecto. O que temía que tachara su empresa de la lista en vez de recomendarla.
– No te creo.
– Eso suponía. Pero agradezco la fe que depositas en mí… quiero decir, en mi capacidad.
– Es fácil tener fe cuando ésta se ha ganado.
Entonces sonó el teléfono, evitando que Catherine tuviera que contestar. Logan le lanzó una mirada de pesar antes de soltarle la mano. Al sentir que su piel se alejaba de la suya experimentó la pérdida.
Atravesó la estancia y ella suspiró. Era un hombre con presencia, con suficiente magnetismo sexual como para hacer que una mujer se sintiera viva.
Llegó al teléfono a la tercera llamada.
– Hola -titubeó un segundo-. Sí, abuela, llevé a Cat a casa sin ningún incidente -hizo una pausa-. ¿A la casa de quién? -la miró y le guiñó un ojo-. ¿A cuál crees tú? No te preocupes, ¿de acuerdo? Está en casa sana y salva. Los dos lo estamos.
Catherine escuchó mientras Logan complacía a su abuela al tiempo que respetaba su intimidad. Apreció su discreción y casi le envidió la fuerza y el amor que le daba la mujer mayor. Ella jamás había tenido a nadie tan estable en quien apoyarse, a menos que contara a su hermana. Sonrió. Siempre podría contar con Kayla.
– No, no quiero hablar con el juez -la voz de Logan la devolvió al presente-. ¿Abuela? He dicho que no. Dile que… Hola, papá.
Catherine contuvo un gemido. Lo último que necesitaba era un recordatorio de sus diferencias, menos cuando parecían tan mínimas al encontrarse solos. Su padre lograba que se sintiera insegura.
– No. Nada de desayuno mañana. No tendré apetito -ella no pudo contener una risa-. ¿Presentarme a alcalde? Pienso estar demasiado agotado como para presentarme a algo mañana. He de colgar… No. Voy a colgar ahora. Adiós -colgó el auricular con fuerza antes de que su padre pudiera responder. Observó a Catherine con mirada divertida-. Es la regla de oro de Emma. Si le dices a alguien que vas a colgar, no sentirá que le has colgado.
– Imagino que debería recordarlo.
– Puede serte de utilidad en algún momento.
– Tu abuela es única.
– Eso le gusta pensar. La mantiene joven y sana aquí -se llevó un dedo a la cabeza-. Y a mí me mantiene en guardia.
– Emma nos encerró en el cuarto de los abrigos. Creo que debe de resultarte difícil mantenerte un paso por delante de ella.
– A veces no vale la pena el esfuerzo. Después de todo, hoy obtuvo ventaja ella y mira adonde nos ha conducido -sus ojos irradiaron calidez y una señal que Catherine no pudo confundir.
– ¿Y dónde es eso?
– A estar solos, juntos, si quieres que sea así.
De modo que el siguiente paso dependía de ella. No debería sentirse sorprendida. Logan había sido un caballero desde el primer momento de conocerse. No dejaría de serlo únicamente porque la tuviera en su casa. En todo caso, en las últimas horas se había mostrado más sensible con sus sentimientos. Le ofrecía muchas cosas que nunca antes había recibido: respeto, admiración y aceptación. No hacía falta decir que la deseaba.
– La elección es tuya, Cat -su voz ronca era cálida como la de un amigo y seductora como la caricia de un amante. Ella tembló.
El silencio se agrandó entre ellos hasta que Catherine no fue capaz de soportar la tensión. No había nada que le impidiera estar con Logan excepto…
Los pitidos del microondas anunciaron que la cena estaba lista, salvándola de sí misma, al menos por el momento.