Capítulo 14

La subasta de solteros y el concurso de talentos se celebrarían en el Centro de Convenciones de Fool’s Gold un gran término para lo que en realidad era una estructura de cemento que se había ideado como un gran almacén. Veinte años atrás, un constructor de la zona se había suscrito a la filosofía del «si lo construyes, vendrán». Lo había construido y nadie se había presentado para alquilarlo. La ciudad había comprado el edificio y lo utilizaba para distintos eventos.

La ventaja era que se trataba de un espacio diáfano que podía dividirse como se quisiera. Unos diez años atrás, el interior se había actualizado con una gran cocina industrial y muchos lavabos. Pia había ocupado la mitad para los eventos de esa noche. El lugar no era especialmente elegante, pero sí que era funcional y gratuito, lo cual era importante, dado el escaso presupuesto de que disponían.

Se había dispuesto un escenario en un extremo y varios obreros estaban colocando sillas. Aún había que colgar la pancarta anunciando la Subasta de Solteros de Fool’s Gold y ella hizo lo que pudo por evitar mirarla. Era algo horrendo y el concurso de talentos no haría más que estropearlo todo. Sin duda, todos los medios de comunicación harían que el pueblo pareciera un refugio para mujeres ansiosas de hombres de cierta edad.

Como si sus días no estuvieran ya llenos de cosas que hacer, Raúl había llamado esa mañana para decirle que su antiguo entrenador iba a visitarlos. Pia sabía lo mucho que Hawk significaba para él, así que ella estaba muy nerviosa ante la idea de conocer al equivalente de su familia política. Hawk iría acompañado de su esposa Nicole.

Desconocía si Raúl les contaría o no la verdad sobre su compromiso y sinceramente no podía decidir qué prefería. Fingir estar enamorada delante de dos personas que querían a Raúl le parecía todo un reto. Pero si ellos sabían lo que de verdad estaba pasando, ¿no intentarían hacerle cambiar de opinión? Y por muy extraña que fuera la idea de casarse por razones prácticas, Pia dependía del hecho de que Raúl fuera a quedarse a su lado.

Dakota llegó al centro de convenciones con los brazos ocupados por cajas llenas de tarjetas para la subasta.

– ¿De verdad crees que vamos a necesitar tantas?

Pia asintió.

– Oh, sí. No solo asistirán señoras de Fool’s Gold, sino también de todo el condado.

– Qué suerte tenemos.

Montana seguía a su hermana con una caja llena de programas para el concurso de talentos.

– ¿Has visto esto? Hay una mujer que baila con un perro.

Pia las llevó hasta la mesa que había contra la pared.

– La he visto en las audiciones. No da tanto miedo como parece. Hacen ballet.

Las hermanas se miraron.

Dakota dejó la caja en el suelo.

– ¿En qué planeta eso no da miedo?

– Por lo menos no bailan juntas.

– De acuerdo -dijo Montana poniendo la caja sobre la mesa-. Dime que no es un caniche.

Pia apretó los labios.

– Lo siento. Pero es grande, por si eso ayuda en algo.

– No.

Las tres se rieron, aunque en el caso de Dakota fue una risa algo forzada. Montana también debía de haberse dado cuenta porque se giró hacia su hermana.

– ¿Estás bien? No pareces muy contenta.

– Estoy contenta.

– ¿Qué apostamos? -preguntó Montana.

Dakota se encogió de hombros.

– Es solo que estoy reflexionando sobre mi vida, reevaluando cosas. Me siento como si estuviera flotando.

Eso era nuevo para Pia.

– ¿Cómo?

Montana se hundió en la silla.

– Oh, Dios. Si estás así cuando vas a obtener un doctorado y trabajas ayudando a niños, ¿qué soy yo? ¿Un gusano?

– No se trata de lo que hago, ésa no es la cuestión. Lo que me pasa es que no sé qué me importa. No salgo con nadie y tampoco me importa. Quiero despertarme sintiéndome emocionada e ilusionada con mi vida. Tengo cosas en las que pensar.

Pia no pudo más que mostrarse de acuerdo con Montana. Dakota era una de las mujeres más sensatas que conocía y asustaba un poco ver que alguien que siempre le había parecido perfecta tuviera esos problemas. Si Dakota tenía problemas para entender algunas cosas, ¿qué esperanza les quedaba a las demás?

Montana fue hacia su hermana y la abrazó.

– Quiero que seas feliz.

– Soy feliz.

– No, no lo eres -dijo Montana.

Dakota sonrió.

– De acuerdo. Entonces lo seré. ¿Qué te parece eso?

– Mejor -respondió Montana-. Te quiero.

– Yo también te quiero.

Pia sintió un nudo en la garganta al ver a las hermanas abrazarse. Siempre se había preguntado cómo sería crecer con un hermano y, aunque ella jamás lo sabría, los hijos de Crystal sí que vivirían esa experiencia.

Se tocó el vientre suavemente.

– Siempre os tendréis los unos a los otros -susurró-. ¿No será genial?

Antes de que ese momento pudiera convertirse en un espiral de abrazos y llantos, otras dos mujeres se acercaron. Pia reconoció a una como la enfermera del hospital y la otra era una abogada. Ambas pasaban de los cincuenta.

Bea, la abogada, se detuvo delante de Pia.

– En cuanto a la subasta -dijo sin saludar primero-, ¿habéis investigado a estos hombres? ¿Habéis comprobado si tienen antecedentes, si tienen papeles?

Pia ya había trabajado antes con Bea y estaba acostumbrada a su seca actitud.

– Vienen a un baile, no son inmigrantes. ¿Qué clase de papeles quieres?

– ¿Cómo sabemos que no son peligrosos?

Pia suspiró.

– Precaución al comprador.

Nina, la amiga de Bea, sonrió a Pia.

– ¿Podemos verlos antes de la puja? ¿Hay una loca de lo que harán o no harán?

Mierda, mierda, mierda.

– Cenaremos, charlaremos y bailaremos, señoras, nada más.

Bea gruñó.

– Cree que estás buscando sexo, Nina.

Nina, una mujer diminuta y morena, se sonrojó.

– Oh, no. No es eso. Solo me preguntaba si podía pedirle a alguno que me limpiara las canaletas del tejado. Ahí arriba todo está lleno de hojas y odio subirme a las escaleras.

¿Canaletas del tejado? Por el rabillo del ojo, Pia vio a Dakota y a Montana intentando no reírse.

– Lo que se gana es una noche que incluye una cena y un baile -repitió Pia diciéndose lo importante que era ser paciente-. La mujer paga y los beneficios que genera la subasta van a distintos proyectos de caridad del pueblo.

– ¿Quién necesita un hombre para bailar? -murmuró Bea-. Soy demasiado vieja como para que eso importe.

Nina ladeó la cabeza.

– No lo sé. Una noche de baile suena muy bien.

– Hay muchas mujeres jóvenes que competirán contigo, Nina.

Nina sonrió.

– Sí, pero ser de cierta edad tiene sus ventajas. Tenemos más dinero.

Bea no parecía estar divirtiéndose.

– Tal vez deberías usar parte de ese dinero tan preciado para que alguien te limpie las canaletas del tejado.

– Tú siempre tan irascible -se quejó Nina antes de girarse hacia Pia-. Gracias por la información. Supongo que tendré que encontrar otro modo de que me limpien las canaletas.

– Busca en el listín telefónico -murmuró Bea y las dos mujeres se marcharon.

– Y yo que pensaba que la subasta sería aburrida -admitió Montana cuando Bea y Nina ya no podían oírla-. Y ahora estoy deseando que empiece.

– ¿Vas a pujar? -preguntó Dakota.

– No, pero traeré palomitas. Menudo espectáculo.

Pia se dejó caer en una silla y se frotó las sienes.

– No me pagan suficiente por hacer esto.

– Probablemente no -dijo Dakota con tono alegre-, pero por lo menos nunca es aburrido.

– Ahora mismo el aburrimiento me suena muy, muy, bien.


Raúl entró en el patio del campamento y al instante se vio rodeado de niños.

– Ven a jugar con nosotros.

– No, ven conmigo.

– ¿Puedes ayudarme a lanzarla con más fuerza?

– Queremos saltar a la comba. ¿Puedes sujetarla?

Raúl se sentía como el líder de una pequeña tribu. Alzó las manos al aire y dijo:

– He venido a ver a mi hombrecito y después habláremos de jugar.

Se oyeron unos cuantos gruñidos, pero los niños se apartaron y le dejaron ir hasta Peter. El chico sonrió al verlo y se abalanzó sobre él. Raúl lo agarró.

– ¿Cómo estás? ¿Todo bien?

Peter había vuelto a su casa de adopción la tarde anterior, la señora Dawson había hecho una investigación y mientras que admitía que los Folio no eran su familia favorita, no podía llevarse al niño de allí sin tener pruebas.

El chico se aferraba a Raúl.

– Todo bien. Están siendo muy simpáticos. Don dice que va a denunciar a la escuela por la caída, pero no sé qué quiere decir eso.

Raúl dejó al niño en el suelo y se anotó mentalmente que tenía que hablar con Don al respecto. Si pensaba que podía conseguir dinero fácil del colegio y quedárselo, tendría que cambiar de idea.

– He estado practicando el lanzamiento -dijo Peter con tono alegre.

– Solo el lanzamiento, ¿eh?

El niño suspiró.

– Lo sé. No practicaré a atrapar el balón hasta que tenga mejor el brazo.

– Si quieres jugar al fútbol americano, tienes que ser fuerte. Y para eso tienes que dejar que se te cure el brazo.

– ¿Seré tan grande como tú?

– No lo sé -Raúl no sabía nada sobre los padres verdaderos de Peter y pensó que podría preguntar por ahí-. ¿Quieres enseñarme lo que puedes hacer?

– Ajá.

Peter corrió hasta la caja de balones. Otros niños vieron lo que iba a hacer y lo siguieron. Enseguida, Raúl organizó los equipos y los puso a lanzarse el balón entre ellos, como en un entrenamiento.

– Bien -dijo mientras los observaba-. Billy, estira el brazo. Tienes la fuerza en tu hombro, no en tu muñeca. Bien, Trevor. Genial.

Sintió cómo alguien le tiraba de la chaqueta y bajó la mirada hacia una niña con gafas y coletas.

– ¿Yo también puedo lanzar?

El niño que estaba más cerca negó con la cabeza.

– Nada de chicas. Vete.

La niña lo ignoró.

– Quiero aprender.

– Las niñas también juegan -dijo Raúl llevándola hasta el final de la fila. Le indicó a Jackson que le lanzara el balón-. ¿Por qué no me enseñas lo que puedes hacer?

La niña atrapó el balón, se levantó las gafas y lanzó con tanta fuerza que Jackson se estremeció.

Raúl sonrió.

– Menudo brazo tienes, jovencita.

– Quiero poder golpear a mi hermano en la cabeza y dejarlo noqueado. Siempre está metiéndose conmigo.

– De acuerdo. Me alegra poder ayudarte con tus lanzamientos, pero tienes que prometer que nunca golpearás a tu hermano en la cabeza. Por el modo en que lanzas, podrías hacerle mucho daño.

Ella abrió los ojos como platos.

– Dice que soy una niña débil y llorica.

– Probablemente lo dice porque eres mejor que él.

Ella sonrió.

– Nunca había pensado en eso.

Dakota se acercó.

– ¿Creando desavenencias entre sexos entre niños tan pequeños?

– No soy tan pequeño.

Ella se rio.

– Ya sabes a qué me refiero.

– Sí -la observó y vio que parecía más relajada y menos triste-. Te sientes mejor.

– Estoy mejor.

– Bien. ¿Quieres hablar sobre lo que pasó?

– No.

La campana sonó indicando que había llegado el momento de volver a clase. Los niños lanzaron los balones y los guantes dentro de la caja y echaron a correr. Peter miró atrás y se despidió de él.

– Le has hecho mucho bien -le dijo Dakota.

– Me lo ha puesto muy fácil.

– Guardas las distancias con la mayoría de los niños, pero con él eres distinto.

Caminaban hacia el edificio principal. No le sorprendió que ella hubiera visto eso.

– Es una vieja costumbre.

– Estoy segura de que hay muchas razones, como por ejemplo la fama. No puedes saber quién está interesado en ti y si es por quien eres o porque quieren algo.

– Eso ya no tiene mucha importancia.

– Posiblemente. Además, diría que hay muchos niños a los que ayudar de manera individual. No puedes estar en más de un sitio a la vez. Por eso creaste el campamento para ayudar a todos los niños que pudieras. Tiene el beneficio añadido de permitirte mantener las distancias.

– Sientes la necesidad de utilizar tu licenciatura en psicología, ¿verdad?

– A veces. Puede hacerte quedar muy bien en algunas fiestas.

Raúl sabía que tenía razón. Era cierto que se contenía porque había aprendido la lección de que ayudar desde la distancia era mucho más sencillo.

Y ya que las cosas habían ido mal con Caro, también era lo más inteligente. Su traición lo había sacudido en muchos niveles y ella le había hecho cuestionarse su habilidad para conocer a la gente.

– No tienes que hacer nada -dijo Dakota-. No hace falta.

– Claro que sí. Me enseñaron que si la vida te ofrece ventajas, tienes que devolver el favor.

– ¿Eso te lo dijo tu antiguo entrenador?

– Ajá. Si no estuviera haciendo nada, vendría aquí y me daría una patada en el trasero.

Ella sonrió.

– Charla barata. No compraste este campamento por él. Lo compraste porque querías.

Él se encogió de hombros.

– Hawk puede ser la voz de mi conciencia, la que me dice lo que tengo que hacer.

– Mi madre lo es para mí. Creo que es algo positivo.

– ¿Psicológicamente cuerdo?

Ella se rio.

– Sin duda. Creo que es importante mantenerse en el lado de la cordura.

– Tú eres la profesional -él le sostuvo la puerta del edificio principal.

– ¿Cómo está Pia? -le preguntó ella.

– Bien. ¿Por qué?

– ¿No vienen Hawk y su mujer a visitarte?

– Sí.

– Técnicamente no son tu familia, pero emocionalmente es su familia política. ¿No crees que eso la pondrá nerviosa?

Él no lo había pensado.

– No tiene nada de qué preocuparse. Les gustará.

– Has estado casado antes. ¿De verdad crees que eso es lo que piensa ella?

– Oh, de acuerdo. Debería ir a hablar con ella, verdad?

Dakota le dio una palmadita en el brazo.

– No te lo tomes como algo personal. No puedes evitarlo, eres un hombre.


Pia se dijo que caminar de un lado a otro de la habitación contaba como ejercicio y el ejercicio era sano. Su cuerpo no distinguía si estaba recorriendo la alfombra de Raúl o cruzando el parque.

– ¿Puedes relajarte? -Raúl entró en el salón y fue hacia ella. Se acercó y la besó-. Les encantarás.

– ¿Tienes pruebas? Porque eso estaría bien.

– Les encantarás -repitió.

– Decir algo una y otra vez no hace que suceda. Por muchas veces que te diga que soy una jirafa, no vas a creerme.

– ¿Has tomado café hoy?

– No. No estoy excitada por la cafeína.

– Deberías intentar respirar.

Como si eso fuera a ayudar en algo.

– ¿Y si no quiero conocerlos? Seguro que son gente muy amable, pero todo esto me parece innecesario. ¿Por qué no te reúnes con ellos solo y luego me cuentas? Puedes sacar fotos y será como si yo hubiera estado allí.

– Preferiría que estuvieras allí.

– Piensa en los bebés. Todo este estrés no puede ser bueno para ellos. Creo que tengo que vomitar.

– Relájate -dijo él en voz baja, justo antes de besarla.

Fue un buen beso, maldita sea. Uno que la hizo derretirse por dentro.

– Eso es hacer trampas.

– Prefiero verlo como un trabajo acabado.

– Aun así es hacer trampas.

Raúl la miró a los ojos.

– Voy a casarme contigo, Pia. Hawk y Nicole son mi familia, así que también formarán parte de tu vida. ¿Por qué retrasar lo inevitable?

– Porque retrasarlo me hace sentir mejor -oyó el sonido de un coche y le dio un vuelco el estómago-. Creo que ya están aquí.

Él le agarró la mano y la llevó hasta la puerta principal.

Un gran BMW de cuatro puertas estaba aparcado y mientras ella pensaba seriamente en ir a vomitar, vio a un hombre alto y guapo bajar de él. Basándose en lo que sabía de Hawk, rondaría los cincuenta, pero parecía mucho más joven. Después, su mujer salió del coche. Era una rubia guapísima y elegante. A pesar de los vaqueros y de su camisa abotonada de arriba abajo, se la veía sofisticada… como la clase de mujer que siempre sabía qué decir.

– Habéis llegado -dijo Raúl al salir al porche. Se acercó a Hawk y se abrazaron. Nicole se unió al saludo y Raúl le dio un beso en la mejilla. Se quedaron abrazados unos segundos antes de soltarse.

– La vida de pueblo te sienta bien. Tienes muy buen aspecto.

– Eso siempre -dijo Raúl con una carcajada-. Venid a conocer a Pia.

Ella había sufrido pensando en qué ponerse para dar una buena impresión sin parecer muy arreglada. El embarazo aún no se le notaba, a pesar de estar hinchada a ratos, pero se había puesto una túnica verde y unos vaqueros negros. Y como tocaría dar un paseo por el pueblo, se había puesto unos zapatos planos.

– Hola -dijo alargando la mano hacia Hawk-. Encantada de conocerte.

– ¿No la has advertido? -le preguntó Hawk ignorando la mano. En lugar de estrecharla, la agarró por la cintura y la abrazó-. Bienvenida a la familia, Pia -le dio una vuelta de trescientos sesenta grados antes de volver a dejarla en el suelo.

– Gracias -logró decir ella mientras intentaba recobrar el equilibrio.

– Asustarás a la pobre chica -dijo Nicole mientras se acercaba para abrazarla delicadamente-. Es un bruto. Tendrás que perdonarlo.

– Claro -dijo Pia, sintiéndose un poco desorientada. Le había preocupado que la familia de Raúl la juzgara, pero al parecer eso no sería ningún problema.

Nicole la agarró del brazo y entraron juntas en la casa.

– Sé que Raúl y tú estáis buscando casa nueva. Qué divertido. Hawk y yo llevamos toda la vida en nuestra casa y por mucho que quiero a mis hijos, confieso que estoy encantada de estar lejos de ellos unos días.

– Raúl me ha dicho que venís desde Seattle.

– Sí, y después iremos a Los Ángeles.

– Uno de mis antiguos alumnos juega para la Universidad de California del Sur y vamos a verlo jugar.

– Le he dicho que viniéramos en avión -dijo Nicole con gesto cansado, pero con los ojos resplandecientes de diversión-. Podríamos haber parado en Sacramento y haber alquilado un coche para venir aquí. Pero no…

Soltó el brazo de Pia y en ese momento Hawk la rodeó por la cintura.

– ¿Estás diciendo que no lo has pasado bien estando dos noches conmigo en una habitación de hotel?

– ¡Hawk! Los niños.

Pia quería señalar que tenía veintiocho años y que Raúl era un poco mayor que ella, pero no lo hizo. En cierto modo era agradable tener a alguien un poco mayor que tú que se preocupara por ti. Hacía muchos años que no vivía eso.

Hawk besó a su mujer.

– Nicole, odio tener que decírtelo, pero ya han practicado sexo. Saben lo que es.

Pia esperó no estar sonrojándose.

Raúl la miró y sonrió.

– ¿Ves lo que tengo que soportar?

Todos se rieron.

Se acomodaron en el sofá y en las sillas del salón y charlaron. Nicole puso a Raúl al tanto de lo que estaban haciendo sus hijos y después los dos hombres charlaron sobre fútbol americano mientras ellas escuchaban. Al cabo de una media hora, Raúl se levantó.

– Vamos a dar un paseo por el pueblo y después almorzaremos.

– ¿Vamos en coche? -preguntó Hawk.

– Iremos en coche. Tampoco hay mucho que ver.

Según recorrían las aceras, Pia se fijó en que Nicole iban a su paso mientras que Hawk y Raúl parecían querer adelantarse. Quedaba clara la distinción de sexos.

– ¿Por qué no nos vemos en el restaurante dentro de una hora? -les gritó Nicole-. Seguid hablando de deporte, yo ya tengo bastante en casa -la mujer sonrió-. Podemos divertirnos por nuestra cuenta mientras tanto.

Pia forzó una sonrisa y se dijo que Nicole parecía muy simpática. Todo iría bien.

Caminaron por el parque en dirección al lago. Pia le mostró la librería de Morgan, la tienda con los maravillosos helados y la entrada a su oficina. Se fijó en que por la calle había muchos más hombres de lo habitual, pero no quiso sacar el tema. Contarle a Nicole lo del repentino aumento de hombres en Fool’s Gold seguro que la asustaría.

Charlaron sobre el tiempo, sobre programas de la tele y sobre lo positivo que sería que los pantalones deshilachados no volvieran a ponerse de moda.

Nicole señaló un Starbucks.

– Vamos. Mato por un café.

Una vez tuvieron sus bebidas, un café de moca para Nicole y un té de hierbas para Pia, se sentaron en una mesa junto a la ventana. Pia hizo lo que pudo por no fijarse en los hombres que la estaban mirando.

– Raúl me ha dicho que organizas los festivales que se celebran en el pueblo -dijo Nicole-. Gracias por perder parte de tu tiempo en conocernos.

– Quería hacerlo -dijo Pia diciéndose que ahora que había conocido a Nicole no era exactamente una mentira-. Sois su familia.

– Ha sido importante para nosotros desde hace mucho tiempo -miró por la ventana y suspiró-. Me encanta estar aquí. Es un lugar fantástico para crecer y vivir.

– Llueve menos que en Seattle.

– Creo que en la selva del Amazonas llueve menos que en Seattle -bromeó Nicole-. Estaba preocupada por Raúl cuando se divorció. No sabía qué hacer con su vida. Pensé que volvería a casa, pero esto es mejor. Hawk tuvo suerte. Cuando dejó la Liga Nacional, sabía que quería ser entrenador de instituto, pero no todo el mundo lo tiene tan claro.

– ¿Sabéis lo del campamento que ha comprado Raúl?

– Sí. Y suena de maravilla. ¿Ahora han instalado la escuela ahí arriba, verdad?

Pia le contó lo del incendio.

– Puede que pasen dos años hasta que la escuela esté rehabilitada. Esperan conseguir el dinero rápidamente y comenzar con las reparaciones, pero quién sabe. Sin el campamento, los niños se habrían visto hacinados en escuelas ya de por sí abarrotadas.

– Raúl es un héroe -dijo Nicole con una sonrisa-. Eso lo ha sacado de Hawk.

Por lo que había oído, la pareja llevaba junta mucho tiempo, y aun así era obvio que seguían enamoradísimos. Pia sintió algo de envidia. Querer a alguien durante tanto tiempo… que alguien te quisiera así… tenía que ser excitante y reconfortante al mismo tiempo. Durante un segundo se permitió imaginar cómo sería experimentar eso. Tener un amor que se hiciera más fuerte cada año.

La invadió ese anhelo, un dolor que le hizo difícil respirar. Con Raúl no tendría eso. Lo suyo era un acuerdo práctico. Tal vez, con el tiempo, acabarían queriéndose, pero no sería lo mismo, pensó con tristeza. La historia de un cortejo nunca formaría parte de sus vidas, ni ese enamoramiento que te hacía sentir bien pasara lo que pasara.

Nicole se acercó y tocó la mano izquierda de Pia.

– Es un anillo precioso.

– Gracias -apretó los labios.

– Nos alegra que Raúl haya encontrado a alguien.

Esa frase puso nerviosa a Pia. No sabía si Nicole sabía la razón por la que se casaban y aunque no tenía intención de contar los porqués de su compromiso estaba dispuesta a mentir sobre su embarazo.

– ¿Os ha contado Raúl que estoy embarazada?

Nicole enarcó las cejas y se rio.

– No, no nos lo ha dicho. Es maravilloso. Por fin Raúl va a tener un hijo. Excelente.

Se sintió como si hubiera metido la pata.

– Tal vez no debería haber dicho nada.

Nicole se rio.

– Me alegro mucho. Yo estaba embarazada cuando Hawk y yo nos casamos.

– Sí, pero seguro que el bebé era suyo.

Nicole apenas parpadeó; levantó su taza, dio un sorbo y dijo:

– ¿Por qué no empiezas desde el principio?

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