Capítulo 5

Pia miraba al guapo hombre sentado frente a ella en el restaurante y se decía que debía centrarse en el trabajo. Estaba allí por un asunto puramente profesional… no para disfrutar de las vistas, aunque Raúl era lo suficientemente guapo como para deslumbrar a cualquiera.

Ya habían pedido la comida y les habían servido la bebida. Pia había elegido un refresco light y eso le había hecho pensar que si se sometía a la fecundación in vitro, podría darle un buen beso de despedida a su hábito de edulcorante artificial durante al menos nueve meses.

– ¿Creciste en Seattle, verdad? -le preguntó ella pensando que tocaba un poco de charla trivial. Podía ser simpática.

– Hasta la universidad.

– Nunca he estado allí, pero supongo que no tiene nada que ver con Fool’s Gold.

– Es mucho más grande y llueve mucho. Seattle tiene montañas, pero no están tan cerca.

– ¿Por qué no has vuelto allí?

Él le lanzó una sonrisa que hizo que se le acelerara el pulso.

– Demasiada lluvia para mi gusto. Demasiado gris. Me gusta ver el sol -levantó su vaso de té helado.

– ¿Por eso te marchaste? Podrías haber ido a la universidad de Washington.

– Las otras ofertas eran mejores y mi entrenador pensó que debía salir del estado y ver el resto del país. Exceptuándolo a él, a su esposa y a mi novia, no dejaba atrás mucho más.

– ¿Y tu familia?

– Nunca conocí a mi padre. Uno de mis hermanos murió cuando era un niño. Le dispararon. Mi madre… -se encogió de hombros-. He pasado muchos años en una casa de adopción.

Le habían sucedido cosas no muy buenas y Pia no estaba segura de querer saber qué eran.

– Yo pasé un año en el sistema, también.

– ¿Tú?

– En mi último año de instituto, mi padre murió y mi madre se marchó a vivir con su hermana a Florida. Dijo que sería mejor que yo me quedara aquí para poder graduarme con mis amigos, pero lo cierto era que no quería que yo la molestara. No la he visto desde entonces. No volvió para mi graduación y dejó claro que no era bienvenida allí. Hice cuatro años de universidad, conseguí un trabajo en el Ayuntamiento y volví.

Forzó una sonrisa.

– Intentaron ofrecerme una beca de deportes como jugadora de fútbol americano, pero esos uniformes no me sientan bien.

– Ésta es tu casa -dijo él con una mirada seria-. Es el lugar al que perteneces.

– Tienes razón. Hay veces en las que pienso que podría irme a Los Ángeles, o a San Francisco, a Phoenix, incluso. Pero no pienso marcharme. Seguro que te resulta muy aburrido.

– No. Yo también quiero eso. Pensé que me asentaría en Dallas, los fans son fantásticos y me gusta mucho esa ciudad, pero entonces vine aquí por lo que me dijo Keith. Hizo que pareciera un lugar sacado de una película y cuando vine a participar en el torneo de golf, descubrí que era verdad. Me gustó todo de Fool’s Gold y por eso volví y decidí instalarme.

Pia se preguntó si estaría huyendo de algo o persiguiendo algo.

– Entonces éste es el primer pueblo en el que vives. Tendrás que conocer las reglas.

– ¿Es que no me venían incluidas en el paquete de bienvenida? -esbozó una media sonrisa y ella hizo lo posible por no reírse.

– No, pero son muy importantes. Da el más mínimo problema y tu vida aquí será un infierno.

Se inclinó hacia ella.

– ¿Cuáles son las reglas?

– Las típicas: ten recogidos el salón y la cocina porque nunca se sabe quién puede presentarse en tu casa. No te líes con una mujer casada… -se detuvo- o con un hombre, dependiendo de tus gustos. No te vuelques en un solo negocio. Reparte la riqueza. Por ejemplo, las mejores peluquerías las regentan dos hermanas, Bella y Julia Gionni, pero no puedes ir solo a una peluquería. Confía en mí. Ve alternando. Cuando estés en Bella, te pondrá verde a Julia y viceversa.

Él parecía estar divirtiéndose.

– Tal vez sea mejor que me corte el pelo fuera de aquí.

– Cobarde.

– Conozco mis limitaciones.

– Has sido tú el que se ha comprado el campamento aquí. Ahora estás atrapado.

Su rostro era hermoso; a Pia le gustaba el ángulo de su mandíbula y el modo en que su oscuro cabello caía sobre su frente.

– ¿Puedes darme esas reglas por escrito?

– Veré qué puedo hacer.

Su camarero llegó con la comida. Pia había elegido ensalada de pollo a la barbacoa y Raúl una hamburguesa.

– ¿Cómo encontraste el campamento? -preguntó ella mientras agarraba su tenedor-. Llevo aquí toda mi vida y apenas recuerdo saber algo de ese sitio.

– Fui a dar una vuelta con el coche, seguí unos carteles y lo encontré. Llevaba tiempo con la idea de hacer algo para los niños y no sabía qué. Cuando vi el campamento, supe que era lo que había estado buscando.

Tenía la hamburguesa en la mano, pero aún no la había probado.

– El programa de verano es por donde empezaremos, pero espero que podamos hacer más. Que podamos estar abiertos todo el año. Traer a niños para que participen en cursos intensivos de dos o tres semanas en los que nos centraremos en uno o dos temas. Sobre todo en Ciencias y Matemáticas. No hay muchos niños a los que les gusten esas asignaturas.

– Tendrías que coordinarte con los distritos escolares para complementar su plan de trabajo.

– Eso es en lo que está trabajando Dakota. Estamos pensando en niños de mediana edad. Queremos que se vuelquen en los estudios antes de entrar en el instituto.

Mostraba mucha pasión por ese asunto, pensó Pia mientras pinchaba la ensalada. ¿Cómo sería cuando estuviera con una mujer? ¿Volcaría en ella la misma pasión?

Era un tema interesante, pero no ahondaría en él. Incluso sin ese embarazo potencial en su futuro, sabía que no debía tener ninguna relación con un hombre así. Ni con cualquier hombre. Por alguna razón, los hombres tenían la costumbre de abandonarla, y si antes no había tenido la suerte de que se quedaran a su lado, ¿qué suerte tendría de que lo hicieran cuando tuviera tres hijos?

¿Tres hijos? La cabeza empezó a darle vueltas y se obligó a pensar en algo que le diera menos miedo.

– Que la escuela pueda utilizar estas instalaciones es genial. Y eso que la gente pensaba que solo intentabas hacerte el simpático.

Él se rio.

– Todos salimos ganando.

– Aunque no fuera así, el campamento es una idea genial. Sé que muchos niños del pueblo han estado encantados de subir aquí todos los días durante el verano. O más bien las que han estado encantadas han sido sus madres. Los tres meses de verano se pueden hacer muy largos.


Los ojos color avellana de Pia danzaban con diversión y Raúl se vio observándola mientras comía. Le gustaba, y ése era un buen comienzo. Quería conocerla mejor, pero estaba el asunto de los embriones.

– ¿Por qué querías trabajar con niños? -preguntó ella-. ¿Por lo de ese entrenador que te ayudó?

– ¿Cómo lo has sabido?

– Por el modo en que hablas de él.

– Sí, fue por él. Vio algo en mí que yo no podía ver. Y su mujer también, aunque en aquel momento no estaban casados -sonrió ante los recuerdos-. En mi último año de instituto fui uno de los capitanes del equipo.

– ¡Cómo no! -murmuró ella.

– ¿Qué?

– Nada, nada, sigue…

– Se suponía que cada capitán tenía que llevar donuts al entrenamiento. Tuve que dejar mi trabajo de verano para poder ir a los entrenamientos; vivía en un edificio abandonado y no tenía dinero.

– Espera un minuto… ¿eras un sin techo?

– No fue tan malo -de hecho, fue mucho mejor que haber tenido que vivir con su padrastro. Ese hombre jamás había conocido a un niño al que no hubiera querido pegar. Un día, Raúl le había devuelto el golpe. Con fuerza. Y después, se había marchado.

– No pudo ser bueno -dijo ella con tono de preocupación.

– Estoy bien.

– Pero no lo estuviste.

– Lo superé. Pero lo que intento decir es que los robaba.

– ¿Los donuts? ¿Robabas los donuts?

– No me libré. La dueña de la tienda me pilló y se cabreó mucho -además de golpearlo con una muleta… cosa que aún recordaba con humillación.

– Terminé trabajando para ella y con el tiempo me fui a vivir con ella. Nicole Eyes. Le gustaba pensar que era una mujer muy dura, pero no era así.

– La querías -dijo Pia en voz baja.

– Mucho. Si hubiera tenido diez años más… -se rio-. Bueno, tal vez no. En aquel momento tenía novia y no le habría hecho gracia -miró a Pia-. Mi novia era la hija de Hawk.

Habían tenido muchos planes: boda, una docena de hijos…

– Estuvimos juntos hasta mi primer año de universidad y después me abandonó. Pero lo superé.

– ¿Sigues siendo amigo de Hawk y de Nicole?

– Claro. Se casaron y son muy felices juntos. Incluso sigo manteniendo el contacto con Brittany.

– ¿Sabe él que tuvisteis una relación?

– Probablemente.

– Interesante. Yo no tengo ninguna historia tan curiosa.

– Tu mejor amiga te ha dejado tres embriones… sales ganando -volvió a agarrar su hamburguesa-. Hawk y Nicole me ensañaron a hacer lo correcto. Son esa voz que me habla por dentro y me dice lo que tengo que hacer. No quiero decepcionarlos.

– Son tu familia. Eso es muy bonito.

Raúl recordó que ella no tenía mucha familia. Un padre muerto y una madre con las habilidades maternales de un insecto.

Ella apartó su ensalada y sacó una carpeta de su bolso.

– Sigue comiendo. Mientras, te contaré lo que se me ha ocurrido y tú podrás decirme lo brillante que soy mientras masticas.

– Me gustan las mujeres con un plan.


Pia miró su reloj y se quedó asombrada al ver que eran más de las dos.

– Vaya, tengo una cita a las tres -dijo abriendo la cartera y sacando un par de billetes.

– No vas a invitarme a comer -le dijo Raúl.

– Pero dijiste…

– Estaba de broma.

– ¿Demasiado macho como para dejar que una mujer se pague su comida?

– Algo así.

Él echó su dinero sobre la cuenta y se levantó. Cuando ella hizo lo mismo, Raúl se acercó y posó una mano sobre la parte baja de su espalda mientras salían. En todo momento, ella fue consciente del calor y de la presión del contacto de su mano.

Cuando llegaron a la acera, se giró hacia él.

– Volveremos a hablar para enseñarte un calendario de fechas. Creo que al campamento le vendrá bien que lo coordinemos con algunos de los festivales.

Casi estaba balbuceando… a pesar de estar intentando mirarlo directamente a la cara. ¿Qué le pasaba? No era una cita. No estaban en la puerta de su casa mientras ella se debatía entre sí invitarlo a pasar o no. Había sido una reunión de trabajo.

– Gracias por tu ayuda -dijo él.

Ella respiró hondo, se puso derecha y lo miró a los ojos.

– De nada. ¿Sabes? Robert, nuestro antiguo tesorero, era la clase de hombre que a todos nos parecía muy simpático y acabó robando millones.

– ¿Estás diciendo que soy un ladrón? -sonó más divertido que ofendido.

– No exactamente, pero ¿cuánto sabemos realmente sobre ti? La gente debería hacer preguntas.

– Estás pensando demasiado.

– Lo sé, pero eso es porque en mi vida no hay suficientes distracciones.

– ¿Y ésta? -preguntó él justo antes de acercarse y besarla.

El contacto fue ligerísimo, apenas un roce de labios. No habría valido la pena mencionarlo… Si no fuera porque cada célula de su cuerpo se había quedado congelada por el impacto. Los dedos que sujetaban su bolso se cerraron alrededor de la tira con fuerza. Y antes de poder saber qué debía hacer, él se apartó y se puso derecho.

– Gracias por el almuerzo -le dijo y se alejó.

Dejándola con la respiración entrecortada y sola.

Y muy, muy, confundida.


Raúl se apartó del espejo mientras levantaba la pesa en su mano. Llevaba tanto tiempo entrenando que ya no tenía que mirarse para ver su forma y su velocidad. Los movimientos eran automáticos. A diferencia de algunos tipos, no disfrutaba contemplándose a sí mismo.

Junto a él, Josh Golden trabajaba sus tríceps. Ambos estaban sudando y con una respiración fuerte. Había sido un entrenamiento duro.

– Por si te lo preguntas -dijo Josh al bajar la pesa-, soy el único héroe de este pueblo.

Raúl se rio.

– ¿Estás preocupado? ¿O es que te sientes amenazado?

– Llevo aquí mucho más tiempo que tú, el pueblo me adora. Tú eres un recién llegado. La pregunta es si aguantarás lo suficiente.

– Puedo aguantar más que tú.

Josh sonrió.

– Ni en sueños -agarró una toalla y se secó el sudor de la cara-. Todo el mundo agradece que hayas cedido el campamento. Sin él, no habría colegio.

– Me alegra poder ayudar.

– Bien. Eso es lo que hacemos por aquí. Los que más tienen, más dan. Así es la vida en un pequeño pueblo.

Más reglas, pensó Raúl, recordando la lista que había enumerado Pia. Algo sobre dónde tenía que cortarse el pelo… Lo cierto es que no había estado escuchando mucho. Le gustaba oírla hablar y ver cómo las emociones se iban reflejando en su cara. Tenía unos ojos muy expresivos y una boca… tentadora…

– Tierra llamando a Raúl. ¿En qué estás pensando?

– En una amiga.

Josh volvió a agarrar la pesa. Raúl la bajó.

– Almorzaste con Pia el otro día.

Raúl enarcó la ceja.

– Estás casado.

– No la quiero para mí. La conozco desde hace años y es como una hermana. Estoy cuidándola.

Raúl se alegró de que alguien lo hiciera. Por lo que podía ver, Pia estaba muy sola.

– Estamos trabajando juntos. Algunos de los festivales se relacionan con cosas que hacemos en el campamento.

– Estás implicándote mucho en este lugar. ¿Seguro que estás preparado para lo que es de verdad la vida en un pueblo pequeño?

– Lo iré viendo sobre la marcha. ¿Qué te preocupa?

– Pia es inteligente, divertida y se hace la dura, finge que nada la afecta. Pero no es verdad. La muerte de Crystal la ha dejado hundida. Y antes de eso… -volvió a dejar la pesa y se puso derecho-. Ha tenido algunas rupturas difíciles. Su padre había muerto, su madre se había marchado. Vinieron algunos novios nada buenos. Nadie quiere que le hagan daño. Si la haces sufrir, no solo tendrás que vértelas conmigo, sino con todo el mundo.

Raúl había sido una estrella del fútbol americano desde que tenía dieciséis años y estaba acostumbrado a ser la persona con la que todos querían estar. Una persona que gustaba a todo el mundo.

– ¿Estás diciendo que me echarán del pueblo?

– Eso como poco.

– Me gusta Pia, no voy a hacerle daño.

Josh no parecía muy convencido.

– No puedes estar seguro.

– No quiero hacerle daño. También me importa.

– Supongo que con eso bastará por ahora. Pero si la cosa cambia, tendrás que responder ante mí.

– ¿Crees que podrás conmigo? -preguntó Raúl con actitud divertida.

– Absolutamente.

Josh estaba en buena forma y era aproximadamente de la misma altura, aunque Raúl era más musculoso. Y además, jugaba al fútbol americano. El ciclismo no era exactamente un deporte de contacto.

– Me alegra que cuides de ella -dijo, porque era cierto-. Pia necesita a más gente a su lado.

Josh lo observó.

– Casi todo el mundo te diría que tiene a todo el pueblo de su lado.

Raúl tenía sus dudas.

– Es una chica de aquí y todos la aprecian, pero ¿en quién puede apoyarse y depender de verdad? Está sola.

Una realidad que le complicaría la vida una vez que decidiera tener los hijos de Crystal. Unos bebés de lo que, al parecer, nadie más sabía.

Él pensó en el soldado que había conocido, el soldado que había muerto en sus brazos. ¿Qué pensaría Keith de todo eso? Tenía la sensación de que estaría encantado de que a sus hijos se les diera una oportunidad, pero sospechaba que a él también le preocuparía que Pia estuviera sola.

– ¿Estás pensando en cambiar su situación? -le preguntó Josh.

– No soy de relaciones largas.

– Estuviste casado. ¿Es ésa la razón?

Raúl se encogió de hombros y soltó su pesa.

Josh hizo lo mismo y vaciló.

– Estuve casado antes de Charity, pero no funcionó. A veces sucede.

Raúl asintió sin más porque no quería entrar en detalles. Si mencionaba que su primer matrimonio había 'ido muy malo, la gente daría por hecho que lo habían engañado, o que había descubierto que Caro se había casado con él por su dinero. Cualquiera de esas dos cosas habría sido mucho más sencilla que la verdad. ¡Incluso habría preferido que su esposa lo hubiera dejado por otra mujer! Pero la verdadera razón por la que su matrimonio había terminado hacía que se despertara por las noches con ganas de gritar al cielo.

Había cosas que no podían arreglarse, se recordó. Actos que no podían corregirse, como lanzar una piedra a un estanque. No se podía hacer más que esperar a ver las ondas y que nadie resultara herido.

Josh y él fueron hasta el vestuario. Después de ducharse y vestirse, decidieron entrenar juntos la semana siguiente. Una de las cosas que Raúl más echaba de menos de jugar al fútbol americano era entrenar con sus compañeros de equipo, pero ahora podía contar con Josh y también a veces con el amigo de éste, Ethan Hendrix.

Raúl sabía que llevaba su tiempo encajar en un lugar, pero estaba dispuesto a tomarse las cosas con calma. Le gustaba Fool’s Gold, y por eso estaba teniendo la precaución de no cometer errores.

Salió del gimnasio con la intención de volver al despacho, pero en lugar de eso se marchó a casa. No podía sacarse a Pia de la cabeza. Seguro que besarla había sido un error, pero había merecido la pena, pensó con una sonrisa. No solo porque había disfrutado al sentir su boca junto a la suya, sino por la mirada en su rostro cuando lo había hecho. Decir que se había quedado sorprendida era quedarse corto.

Llegó a la casa de dos dormitorios que había alquilado y entró en el estudio, donde encendió el ordenador. Cuando estuvo preparado, se sentó, accedió a Internet y buscó información sobre la fecundación in vitro.

Una hora después comprendía mejor qué era eso por lo que iba a pasar Pia, y dos horas después, sabía que él jamás accedería a algo así. Pia no solo tendría que preparar su cuerpo químicamente para el embarazo, sino que llevaría dentro a trillizos, suponiendo que engancharan los tres embriones. Si no lo hacían, Pia tendría que enfrentarse a esa pérdida y al sentimiento de culpabilidad que la acompañaría.

Si estar embarazada ya debía de ser duro, más lo sería estar embarazada y sola, sin nadie de quien depender. No había un padre al que poder acudir en busca de ayuda moral o económica.

Crystal le había pedido mucho a su amiga y él seguía convencido de que Pia tendría a los bebés, aunque dudaba que supiera de verdad en qué se estaba metiendo.


La recaudación de fondos para el colegio tal vez había durado técnicamente un día, pero había ocupado una semana en la agenda de Pia, una cantidad de tiempo que en realidad no era para tanto. En Fool’s Gold celebraban un festival cada mes, unos eran más pequeños que otros, pero siempre daban trabajo.

El verano era la época más ajetreada, pero el otoño se le acercaba. Apenas quedaban seis semanas para la fiesta de Halloween y antes de ésa estaba la fiesta del Otoño. El desfile de Acción de Gracias era después de la fiesta de Halloween, pero antes del Bazar de Navidad. El día de los Donativos celebrado en sábado daba paso al domingo antes de Navidad durante el que se celebraba el Belén viviente. Y después venían la fiesta de Año Nuevo y demás…

Lo cierto era que ninguno de esos eventos eran nuevos y que los planes se mantenían muy similares cada año. Tenía unas listas maestras en las que modificaba algo y adornos almacenados por todo el pueblo. Si alguna vez ese empleo le fallaba, siempre podía enviar una solicitud para dirigir el mundo. Había…

Se detuvo y miró la pizarra calendario. En lugar de anotar cuándo tenía que preparar las sillas, había dibujado una hilera de corazones. Por muy dulces que fueran, no servían para nada. Y lo peor de todo era que sabía a qué se debían…

El beso de Raúl.

Por muchas veces que se dijera que no había significado nada, no podía lograr que su corazón lo creyera. Ese único segundo de contacto lo había cambiado todo. De pronto, él no era Raúl, una persona más de las que conocía, sino que era un hombre. Y al ser un hombre, tenía que tener cuidado cuando estuviera a su lado.

Dos días antes no le había importado que la gente lo definiera como alto, moreno y guapo porque para ella no había sido más que un amigo que había sido testigo de sus histerismos.

Ahora se veía pensando en ese estúpido beso doscientas o trescientas veces al día. Se había preguntado por qué lo había hecho, había deseado que lo repitiera, lo había imaginado haciendo algo más que simplemente besarla. Era patético, sin mencionar que además era una pérdida de tiempo.

No tenía ningún tipo de hombre, pero si lo tuviera, no sería él. Era demasiado perfecto. En sus sueños románticos el hombre en cuestión era un hombre normal. Tal vez incluso aburrido, porque lo normal era que pudieras fiarte de un hombre aburrido. ¿Pero Raúl? Sería un rompecorazones incluso sin pretenderlo.

– No ha sido más que un beso -se dijo-. Olvídalo.

Buen consejo. Un consejo que alguien seguiría en alguna parte, pero no ella. Tal vez el problema no era que Raúl no fuera su tipo, sino que era un problema más genérico. Tal vez si la hubieran besado más en sí vida, no estaría preguntándose tantas cosas. Tal vez necesitaba tener más citas.

– Oh, por favor, como si eso fuera a pasar -se dijo incrédula.

Si seguía adelante con la implantación de embriones, sus días de citas habrían llegado a su fin. Además, nunca había sobresalido en el departamento de hombres. Siempre la dejaban, y ella no tenía la más mínima idea de qué era lo que hacía para ahuyentarlos.

La puerta de su despacho se abrió y se sorprendió al ver entrar a Raúl.

Estaba guapo, pensó mientras se recordaba que debía mostrarse fría y sofisticada y evitar parecer desesperada o necesitada.

– Hola -dijo-. Hoy no he tenido ninguna crisis emocional, así que no es posible que tengamos una cita.

Raúl se quedó mirándola con una intensidad que le hizo preguntarse si se había manchado la camisa con el desayuno. Bajó la mirada disimuladamente, pero todo parecía estar bien.

– Pia -dijo moviéndose hacia ella-. Tenemos que hablar.

No eran las palabras que se había esperado oír de un auténtico macho.

– De acuerdo -respondió ella lentamente-. ¿Qué pasa?

Tal vez estaba tan impresionado por el beso como ella, tal vez quería volver a besarla y convertirla en su amante. Una semana o dos de intensa atención masculina podría curar todas sus alergias.

– He estado informándome sobre la fecundación in vitro.

Ella se dejó caer en la silla y contuvo un suspiro.

– Eso es más de lo que he hecho yo. ¿De eso vamos a hablar? Porque si es algo desagradable, no quiero oírlo. Tengo el estómago delicado.

Él avanzó hacia la mesa.

– No es malo. Te hacen unos análisis y después preparan tu cuerpo para recibir los embriones.

No le había gustado cómo había sonado eso cuando lo había leído en los folletos que le había dado el chico del laboratorio y ahora tampoco le gustaba.

– ¿Cómo preparado? -alzó una mano rápidamente-. No importa. ¿Vas a sentarte?

Él puso las manos sobre la mesa y se inclinó hacia ella. Al parecer, sentarse tampoco estaba en la agenda.

– Pia -dijo con su intensa y oscura mirada-. No puedes pasar por esto sola. Necesitas a alguien que te cuide y yo quiero ser esa persona.

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