Capítulo 19

Pia se decía que no había razón para pensar que iba vomitar, que se le pasaría el malestar de estómago. Por lo menos no estaba llorando; una cosa era ir por Fool’s Gold sintiendo náuseas… porque lo más probable era que nadie se diera cuenta… y otra muy distinta era ir llorando como una histérica.

Llegó al ayuntamiento y entró. Automáticamente, comenzó a saludar a todo el mundo, sonriendo, como si no pasara nada. «Solo unos metros más», se dijo al doblar una esquina y ver el despacho de Charity con la puerta abierta.

La suerte estaba de su parte.

– Gracias a Dios. Voy a volverme loca con… -Charity se levantó-. ¿Qué pasa?

– Le he dicho a Raúl que no puedo casarme con él. Que aunque se lo agradezco, no puedo formar un matrimonio de conveniencia con alguien de quien estoy enamorada.

Se detuvo a la espera de que Charity se echara a reír, pero su amiga la abrazó.

– Bien por ti.

– ¿Qué? ¿Bien por mí? Acabo de abandonar a un tipo millonario que quería casarse conmigo y cuidar de mí el resto de mi vida.

– Lo amas.

– ¿Y?

– Estás convencida de que él no te ama, así que has tomado la decisión correcta.

Pia se dejó caer en la silla y se cubrió la cara con las manos. Apenas podía respirar y estaba temblando.

– ¿En qué estaba pensando? No puedo hacer esto sola, no puedo ser la madre soltera de mellizos. ¿Cómo soportaré los gastos? ¿Cuándo dormiré? No sé nada de niños.

Charity acercó una silla y se sentó a su lado.

– Todo irá bien. Puedes hacerlo. Pensabas hacerlo antes de que Raúl te pidiera matrimonio.

– Era una idiota.

– No, eras exactamente la misma persona que eres ahora. Pia, si puedes organizar los cuatro mil festivales que tenemos aquí cada año y montar una gala benéfica en tres días, puedes ocuparte de un par de niños.

– ¿Tú crees?

– Lo sé. Serás increíble. Además, puede que técnicamente seas una madre soltera, pero no estarás sola. Tienes a tus amigas y tienes a este pueblo. Todos te queremos y estaremos a tu lado.

– Pero Raúl me lo habría dado todo.

– No su corazón.

– No. Su corazón, no.

– Así que esto es mejor.

– ¿Cómo puedes estar tan segura? -Pia estaba desesperada por oír que no había tomado una decisión equivocada.

– Me has convencido -dijo Charity-. Cuando has dicho que no.


Pia había pasado el resto del día volcada en el trabajo. Tal vez no era el modo más maduro de enfrentarse a un corazón roto, pero sin duda le había servido para vaciar su carpeta de correo entrante. Ahora, cansada y preparada para celebrar una fiesta de autocompasión, llegó a casa. Al entrar en el edificio, oyó mucha gente hablando. Cuanto más subía, más fuerte era el ruido. Se asomó al rellano y vio a casi todas sus amigas esperándola.

Tenían los brazos llenos de paquetes y de bolsas de la compra. Liz fue la primera en verla.

– Aquí está.

Todas se giraron.

– ¡Pia! ¿Estás bien?

A juzgar por los rostros de preocupación, Pia supo que se había corrido la voz. No solo por el compromiso anulado, sino por la relación que se había ido al traste.

Las trillizas estaban allí, junto con Charity y Liz. Marsha tenía una bolsa llena de lo que parecían cosas de bebé. Denise Hendrix y varias mujeres del Ayuntamiento, junto con Bella y Julia Gionni, las peluqueras enfrentadas.

Todas entraron en su pequeño apartamento y se sentaron en sillas de la cocina y en el suelo.

– Jo quería haber venido -le dijo Nevada-, pero tiene que trabajar. Te manda muchos besos.

Pronto se dio cuenta de que nadie esperaba que aportara algo a la improvisada fiesta. Había vasos de plástico, platos de papel, toda clase de comida, desde china a tacos. Se abrió vino junto con agua con gas para Pia. Estaba sentada en el centro del sofá y rodeada de comida, bebida y amor.

– ¿Cómo estás? -le preguntó Charity nerviosa.

– Ahora mejor -admitió Pia-. Ha sido un día duro, pero sé que he hecho lo correcto.

– No lo sé. Casarse con un millonario a mí me parece una decisión muy inteligente también -murmuró Bella.

Todas se rieron, pero Julia volteó los ojos ante el comentario de su hermana y se mantuvo en el otro extremo de la habitación.

– Has hecho lo correcto -le aseguró Montana-. Tienes que casarte por amor. Te lo mereces. Necesitas que un hombre te suplique que estés con él.

– Confía en mí -le aseguró Denise-. El cortejo es lo mejor de una relación para una mujer. El matrimonio es el mejor momento de una relación para un hombre. Tienes que hacer que tu momento dure y además, te mereces que alguien te adore, Pia.

Las chicas asintieron.

– ¿Quieres que lo insultemos un poco? -le preguntó Dakota-. ¿O que le demos una paliza? Para eso nos harían falta dos hombres, pero podríamos solucionarlo.

Pia sintió que le ardían los ojos y parpadeó para apartar las lágrimas.

– No ha hecho nada malo. No lo olvidéis, quería cuidar de mí. Y eso es bueno. No estoy enfadada. Soy yo la que ha cambiado las reglas, no él.

Julia sacudió la cabeza.

– Hace mucho tiempo que no veo un hombre apaleado y tenía esperanza de verlo.

– Estás enferma -le dijo Bella.

Denise alzó una mano.

– Chicas, las dos estáis aquí como muestra de vuestro amor por Pia. No lo olvidemos.

Las hermanas refunfuñaron.

Charity, que estaba sentada al lado de Pia, se acercó.

– Nunca he sabido por qué no se hablan. ¿Cuál es la historia?

– Nadie la sabe. Es un gran secreto.

Charity sonrió.

– Creí que en Fool’s Gold no había secretos.

– Hay unos cuantos.

– Tenemos muchos regalos -dijo Montana-. La mayoría puedes abrirlos después, pero ahora deberías ver éste primero.

Le entregó un gran sobre blanco. Pia dejó su plato de comida sobre la mesita de café y lo abrió. Dentro había docenas de papel, cada uno de alguien disanto. La mayoría ofrecían horas de servicios de canguro o de compañía después de que nacieran los niños. Había consultas sobre decoración infantil, promesas de un masaje semanal desde ahora hasta el momento del parto, cupones para pañales gratis durante los tres primeros meses y una hoja donde las mujeres del pueblo habían firmado para llevarle la cena durante las seis primeras semanas que estuviera en casa con los bebés. Tres anuncios mostraban casas para alquilar.

En esa ocasión, no pudo contener las lágrimas, que se deslizaron sobre sus mejillas antes de que pudiera secárselas.

– No sé qué decir -admitió-. Es maravilloso.

– Todos te queremos -le dijo Denise-. Y queremos que sepas que estaremos a tu lado. Pase lo que pase.

Tal vez no era la proposición romántica de sus sueños, pero se le acercaba mucho. Esas mujeres y su pueblo iban a cuidar de ella y Pia se permitió aceptar el amor que le ofrecían y dejar que sanara su destrozado corazón. Después, se tocó el vientre y en silencio les dijo a sus niños que pasara lo que pasara, todo iría bien.


Raúl estaba sentado en el bar ignorando el reality show que se veía por los grandes televisores que lo rodeaban. El bar de Jo estaba tranquilo esa noche y fue algo que agradeció. Había intentado quedarse en casa, pero no había soportado la soledad. Y aunque quería salir, ver una multitud de gente habría sido demasiado para él. Había ocasiones en las que un hombre necesitaba un poco de espacio para emborracharse y ésa era una de esas noches.

Se había empezado su segunda cerveza cuando Josh se sentó a su lado.

– Hola. Jo me ha llamado y me ha dicho que tenías pinta de necesitar un amigo.

Raúl miró a Jo, que le lanzó una mirada invitándolo a desafiarla.

– Pues se equivoca.

– A mí me da igual -le dijo Josh-. Charity ha salido, iban a celebrar una fiesta de chicas en casa de Pia. Quieren hacerla sentir mejor, así que supongo que eso te deja a ti como el cretino que le ha roto el corazón.

Raúl le dio un trago a su cerveza y fijó la mirada en la pantalla de televisión. Había una docena de personas con máquinas de coser. ¿Pero qué…? ¿Un programa sobre costura?

Josh se giró hacia él.

– ¿Me has oído?

– Yo no le he roto el corazón. Le pedí que se casara conmigo. Le ofrecí pasar mi vida con ella, ocuparme de ella y de los niños. No soy el malo de la película.

Josh tomó la cerveza que Jo le ofreció y bebió un poco.

– Entonces, ¿por qué estás aquí y por qué ella ha vuelto a su apartamento a hincharse de Ben & Jerry’s?

– No sería práctica.

– Una mujer poco práctica. Qué maravilla.

Se giró hacia Josh y vio que estaba enarcando una ceja.

– No lo comprendes. Teníamos un trato. Yo no lo cambié. No cambié nada. Me preocupo por ella.

– ¿Pero?

– No fue suficiente -Raúl se terminó el vaso y lo deslizó sobre la barra. Jo le dio la espalda-. Quería cuidar de ella.

– ¿Alguna vez se te ocurrió que Pia puede tener todo eso sin ti? Ahora mismo mi mujer y otras amigas están recordándole que no está sola. Excepto por el sexo… que dudo que fuera muy bueno… tiene todas sus necesidades cubiertas.

Raúl siguió mirando la pantalla de la televisión.

– Sabes que podría contigo.

– Ni en tus sueños.

Pensó en darle una buena a Josh, en demostrarle lo poco preparado que estaba, pero no serviría de nada. Golpearlo no haría que dejara de sentir el vacío que notaba en su interior.

Lo principal era que echaba de menos a Pia. Ella quería algo imposible y él no podía dárselo, pero aun así la quería en su vida. Podrían haber estado bien juntos.

– El problema que tienes -dijo Josh- es que ella nunca ha estado sola. Le llevó algo de tiempo recordarlo, pero una vez que lo hizo, te interesó mucho menos.

Raúl se giró y lo miró.

– ¿Crees que por eso se marchó? Me quiere, cabeza de chorlito.

– Me preguntaba si te habrías dado cuenta de eso. Tienes razón. Te quiere. Y como la mayoría de las mujeres, lo quiere todo, no quiere conformarse sin más. Las mujeres se especializan en eso, en exigirnos nuestros corazones, nuestras almas y nuestras pelotas. Puedes luchar contra ello, amigo mío, pero he aprendido que es mucho más inteligente darlo todo sin rechistar. Al final van a salir ganando y, si te resistes, terminas suplicando más -dio otro trago-. A menos que no la ames.

«No la amo».

Raúl empezó a decir las palabras, pero no pudo. Sabía que ése era el verdadero problema. Si podía convencerse de que había estado haciendo lo correcto, nada más, algo noble e importante, el rechazo sería más sencillo. Así había empezado su problema. Debería haber sido sencillo olvidarla.

Pero no lo fue y eso le había preocupado porque significaba que existía la posibilidad de que Pia fuera más que un proyecto, más que un modo de obtener lo que quería sin tener que arriesgar nada.

Sin despedirse, soltó un billete de veinte dólares en la barra y se marchó. Una vez fuera, respiró hondo y comenzó a caminar, pero en lugar de dirigirse a su casa de alquiler, cruzó la calle y fue al apartamento de Pia.

La mayoría de las ventanas estaban a oscuras, excepto una en el piso de arriba. Una ventana estaba parcialmente abierta y oyó el sonido de voces y de risas.

No estaba sola y eso lo hizo sentirse mejor. No quería que sufriera. Había intentado cuidar de ella y aunque tal vez no lo había hecho del modo más convencional, no había tenido ninguna mala intención.

Y ella tampoco.

Se quedó allí un momento antes de darse la vuelta e ir hacia su casa. El eco de las carcajadas se quedó con él, haciéndolo sentirse más solo que nunca. La echaba de menos y aunque no pudiera estar con ella, seguro que sí podían hablar. Podía explicarse.

¿Explicar qué? La verdad era lo que más se merecía Pia y eso era lo que lo reconcomía por dentro. Había hecho bien al abandonarlo, al exigirle más. La respetaba, la admiraba, la deseaba…

Pero en cuanto al resto… ella necesitaba más de lo que él tenía para dar.


El carnaval del colegio era una fiesta ruidosa y divertida llena de niños y de sus padres. Raúl había ido a saludar a todos los niños que conocía y había terminado firmando autógrafos para los padres y hablando de deporte.

– Ah, el precio de la fama -dijo Dakota acercándose a él mientras él explicaba una famosa jugada que hizo en la Super Bowl.

Miró a la joven agradecido.

– Disculpadme -le dijo al grupo de hombres y la agarró del brazo-. Tengo que hablar con Dakota de un asunto.

– ¿Me estás utilizando como válvula de escape?

– Como lo que sea que funcione -la sacó de entre la multitud hacia el edificio principal-. Las madres están o menospreciándome o diciéndome que soy un cretino y los padres solo quieren hablar de jugadas concretas que he hecho en partidos que apenas recuerdo. No hay ningún plan elaborado en mitad de un partido. Tienes que reaccionar ante lo que está pasando. Si no estás preparado para confiar en tu instinto, jamás ganarás.

Se detuvo mientras ella lo miraba con gran atención.

– Oh, por favor. Cuéntame más. No te dejes ningún detalle.

– Muy graciosa -frunció el ceño-. Oye, estás hablando conmigo. ¿No deberías ignorarme?

– Trabajo para ti.

– Creía que estarías enfadada por lo de Pia -todo el mundo lo estaba.

Tal como había prometido, Pia había dicho que había sido ella la que había roto el compromiso, pero el problema era que no mucha gente lo creía, o que asumían que él había hecho algo tan terrible que se había visto obligada a ponerle fin a la relación.

– No has cambiado las normas -le dijo Dakota-. Ella sí. Pero eso no significa que no hayas sido un idiota. Si no estás dispuesto a arriesgar tu corazón por alguien como ella, eres un cobarde y un estúpido. Si no puedes ver que ya estás enamorado de ella, es que eres tonto.

¡Menos mal que se suponía que estaba de su lado!

– Dime lo que piensas.

Ella le dio una palmadita en el brazo.

– Lo solucionarás. Tengo fe.

A Raúl le gustaba su teoría, pero ella no lo sabía todo, no comprendía el pasado contra el que estaba luchando.

– ¿De verdad ese hombre te ha preguntado si estabas atontado durante aquella jugada?

– Han sido sus palabras exactas.

Ella se rio.

– Quiero decir que debe de ser agradable ver que la gente te habla como si fueras uno más, y no una celebridad de los deportes, pero ahora mismo creo que te habría gustado un poco de respeto.

– No me habría venido mal. ¿Quieres quedarte un rato conmigo y protegerme?

– La verdad es que no. Estarás bien. Anímate. Ellos también son personas.

– ¿Te pagan por el cliché?

Ella sonrió y se marchó.

Una vez solo, pensó en lo que le había dicho. En que era estúpido por no arriesgar su corazón por alguien como Pia.

Por mucho que quería darle a Pia todo lo que ella quisiera, no tenía dentro un interruptor que pudiera encender o apagar a su antojo. No estaba dispuesto a volver a arriesgarse. Punto. Y no había nada que nadie pudiera decir o hacer para hacerle cambiar de opinión. Si eso significaba perderla de manera permanente, que así fuera.

Se giró para volver al carnaval y se encontró a Peter dirigiéndose hacia él seguido por un hombre bajo y regordete.

– ¡Hola! Mira. Me han quitado la escayola. Y tienes razón, ahora mi brazo parece muy raro. Está muy huesudo. Pero la doctora dice que estoy muy bien.

– Me alegra oír eso -dijo Raúl y extendió el puño para hacer su elaborado saludo, el mismo que se habían inventado Pia y el niño.

Eso era lo malo de vivir en un pueblo; que no había donde escapar.

– Mi padrastro quiere conocerte -dijo Peter cuando terminaron-. Espero que no te importe.

– Claro que no.

Raúl se acercó y le estrechó la mano al hombre. Don Folio lo miró bajo unas oscuras y pobladas cejas.

– Ha pasado mucho tiempo con Peter.

– Es un gran chico. Es muy especial.

Había algo en ese hombre que a Raúl no le gustaba nada.

– Agradecemos que se ocupara de él cuando estuvimos fuera del pueblo.

– No fue nada -Raúl sonrió a Peter, que le devolvió una sonrisa.

Don se sacó un dólar del bolsillo y se lo dio a Peter.

– Raúl y yo tenemos que hablar, hijo. Ve a jugar o algo.

Peter vaciló y asintió antes de salir corriendo a la máquina de juegos. Don miró a Raúl.

– Veo que tiene debilidad por el chico.

– Claro. Me gusta pasar tiempo con él.

Don enarcó las cejas.

– ¿Cuánto le gusta?

Raúl sintió cierta alarma ante la naturaleza de la respuesta, pero prefirió esperar a ver adonde quería llegar Don.

– Si pudiera pasar más tiempo con Peter, sería -dijo lentamente.

Don asintió enérgicamente.

– Soy hombre de mundo y entiendo estas cosas, pero el sistema de cuidados tutelares tiene ciertas reglas.

Raúl ignoró la oleada de furia que surgió en su interior, pero mantuvo una expresión neutral.

– Creo que hay opciones. Quieres al niño y a mí no me importa, pero va a costarte dinero.

Por el rabillo del ojo, Raúl vio a la señorita Miller acercándose y como si nada, con naturalidad, dio un paso a la derecha para bloquearle el camino.

– ¿Dice que puedo tener a Peter a cambio de un precio? -preguntó lo suficientemente alto como para que la otra mujer lo oyera.

Ella se quedó paralizada y pálida. Él se arriesgó a lanzarle una única mirada y ella asintió, como diciéndole que se quedaría atrás, escuchándolo todo.

– Claro. No me importa lo que haga con él.

– ¿Tiene algún precio en mente?

– Cincuenta mil. En metálico y no tengo interés en bajar el precio. Es una oferta única. Si no lo quieres puedo encontrar a alguien que lo quiera.

Raúl fingió considerar la oferta.

– ¿Tiene algún modo de hacer esto sin que sospechen los servicios sociales?

– Claro. Iré a ver a la señora Dawson y le diré que Peter sería más feliz con usted. Ya lo ha tenido antes y él no ha contado lo que sucedió. El chico sabe guardar un secreto, supongo. Lo mío no son los chicos, pero soy un tipo bastante comprensivo y abierto de mente.

Raúl no quería más que destrozarle la cara de un puñetazo, eso le daría un gran placer.

No entendía cómo ese hombre había tenido la tutela de Peter, pero eso acabaría ya.

Don le entregó una tarjeta de visita.

– Mi móvil está por detrás. Tiene veinticuatro horas.

Raúl asintió y el otro hombre se marchó. Al instante, la señorita Miller corrió hacia él.

– Es asqueroso.

Raúl cerró los puños.

– Hay que detenerlo.

Ella sacó el móvil y buscó en la agenda.

– Voy a llamar a la señora Dawson ahora mismo.

La trabajadora social llegó en menos de treinta minutos y menos de diez minutos después, la jefa de policía Barns estaba amenazando a un Don Folio demasiado nervioso. Raúl no creía que pudieran achacarle muchos cargos ya que no se había realizado una entrega de dinero, pero jamás permitirían que volviera a cuidar de un niño. Por lo menos, eso era algo.

Peter llegó corriendo hacia él.

– Me he enterado -dijo el chico sonriendo y sin aliento-. Ya no voy a estar más con ellos. Vas a quedarte conmigo.

Raúl se quedó mirando al chico y después alzó las manos.

– Peter, creo que lo has malinterpretado. Estarás a salvo y alejado de los Folio y encontrarán otra familia para ti.

La expresión de Peter se congeló. La felicidad se desvaneció de sus ojos y en ellos aparecieron lágrimas. Se quedó pálido y le temblaba la boca.

– Pero quiero ir contigo. Ya he estado contigo antes amigo mío.

Raúl intentó ignorar la sensación de recibir una patada en el estómago.

– Somos amigos. Seguiremos siendo amigos y te veré en el colegio, pero no soy un padre adoptivo.

– Lo fuiste -insistió él con un sollozo-. Cuidaste de mí.

La señora Dawson corrió hacia ellos.

– Peter, tenemos que irnos.

Peter se abalanzó sobre Raúl. Por un segundo, pensó que el niño iba a pegarlo, pero en lugar de eso lo abrazó y se aferró a él como si no quisiera soltarse jamás.

– Tienes que cuidar de mí -lloraba-. Tienes que hacerlo.

La señora Dawson sacudía la cabeza a modo de disculpa.

– Vamos, Peter. Tengo que llevarte al hogar comunal; solo serán unas semanas hasta que encontremos otra cosa.

Raúl se quedó allí sin moverse. Aunque el chico no hacía nada, sintió que le estaban desgarrando el corazón. La gente estaba empezando a pararse a mirar.

Justo cuando creía que iba a tener que apartarse al niño de encima, Peter se soltó. La señora Dawson se lo llevó y ninguno de los dos se molestó en mirar atrás.


El lunes por la mañana, Raúl llegó al trabajo a la hora habitual. Segundos después, Dakota llegó, soltó su bolso sobre la mesa y posó las manos en las caderas.

– No sé si largarme o atropellarte con mi coche -anunció ella.

– ¿Por qué estás tan enfadada ahora?

– Por lo que le has hecho a Peter.

Raúl no quería hablar de eso. No había dormido en toda la noche y seguía sintiéndose como si lo hubieran pateado.

– Ahora está a salvo. He hablado con la señora Dawson esta mañana y, por lo que dicen los psicólogos, nadie ha abusado de él. Las amenazas de Folio sobre entregarle el niño a otro estaban pensadas para hacer que me diera prisa. No forma parte de ninguna banda que trafica con niños. No es más que un gilipollas.

Ella lo miró.

– ¿Y eso es todo lo que ves?

– ¿Qué más hay que ver?

– Peter está destrozado. Lo salvaste, ¿crees que no sabe lo que has hecho? Has estado a su lado todo este tiempo. Te lo llevaste a casa cuando se rompió el brazo. Has sido su amigo.

– Todo eso es genial, así que, ¿qué problema tienes?

– Cretino, le has creado ilusiones a ese niño. Le has dejado creer que te importa y cuando se llevaron a su padrastro pensó que se iría a casa contigo.

– ¿Crees que no lo sé? Fue un error. Todo -sabía que no tenía que haberse involucrado desde un principio. Actuaba mejor en la distancia.

– No ha sido un error -ahora estaba hablando más calmada-. ¿No recuerdas cómo era? ¿Tener que guardar todas tus pertenencias en una bolsa de basura porque no tenías maleta? ¿Recuerdas el miedo que te daba verte en un nuevo lugar, no conocer las reglas? Ahora está sucediendo otra vez. Y lo has empeorado. Has dejado que crea en ti, que confíe en ti y todo resultó ser una mentira.

Raúl quería protestar y decir que él jamás le había prometido nada al niño. Que había sufrido una crisis, pero nada más.

Sin embargo, Peter no debía de haberlo visto así; se habría esperado que él lo rescatara de nuevo.

Ella sacudió la cabeza.

– No te he culpado por lo de Pia, pero estoy empezando a ver un patrón en todo esto. Juegas a ser el bueno, pero nada de lo que haces es real. Te da demasiado miedo dar lo que de verdad importa. Eres carne sin sustancia.

Dakota se giró, pero volvió a darse la vuelta hacia él para decirle:

– Haznos un favor a todos y mantente alejado de las «causas». Ya has hecho demasiado daño por aquí.

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