Capítulo 85

Viernes, 16 de enero de 2010

Grace no era de los que solían poner mala cara, pero en la reunión de aquel viernes por la mañana estaba realmente malhumorado, y la noche que había pasado en vela no ayudaba nada a mejorar la situación. Se había quedado en la SR-1 con parte de su equipo hasta pasada la una, repasando todo lo que tenían sobre el Hombre del Zapato, actual y antiguo. Luego se había ido a casa de Cleo, pero a los pocos minutos ella había recibido una llamada para levantar un cadáver hallado cerca del cementerio de una iglesia.

Había permanecido en pie una hora, bebiendo whisky y fumando un cigarrillo tras otro, pensando, pensando, pensando en lo que se le podía estar pasando por alto, mientras Humphrey roncaba sonoramente a su lado. Luego había repasado un largo informe de la Unidad de Delitos Tecnológicos que se había llevado a casa. Investigando en Internet, habían encontrado toda una colección de páginas web sobre fetichismos de los pies y de los zapatos. Había cientos de ellos. En los últimos seis días no habían podido estudiar más que un pequeño porcentaje. Y hasta el momento no habían encontrado nada concluyente.

Grace dejó el informe algo asombrado y decidió que quizás había llevado una vida demasiado convencional, pero no estaba seguro de que pudiera llegar a desear compartir sus fantasías con un puñado de perfectos desconocidos. Después se había vuelto a la cama y había intentado dormir. Pero el cerebro se le había disparado. Cleo había regresado hacia las 4.30, se había dado una ducha, se había metido en la cama y se había dormido. A él siempre le sorprendía que pudiera enfrentarse a cualquier tipo de cadáver, por terrible que fuera su estado o cualesquiera que hubieran sido las circunstancias de la muerte, y luego volver a casa y dormirse al cabo de un momento. Debía de ser su capacidad para desconectar lo que le permitía enfrentarse a aquel trabajo.

Tras media hora más de dar vueltas en la cama absolutamente tenso, decidió levantarse y salir a correr por el paseo marítimo, para intentar aclarar sus ideas.

Y ahora, a las 8.30 de la mañana, tenía un dolor de cabeza insufrible y le temblaba todo el cuerpo debido a la sobredosis de cafeína; pese a todo se llevó una nueva taza de café instantáneo bien cargado a la atestada sala, que ahora ya acogía a más de cincuenta agentes y al personal de apoyo.

Delante tenía un ejemplar del Argus de la mañana, junto a un montón de documentos, el primero de los cuales era del Departamento de Supervisión de Actuaciones Policiales. Era el informe de la primera semana de la Operación Pez Espada, que acababa de llegar, algo retrasado.

El Argus mostraba una fotografía de una Ford Transit blanca en la primera página, con el pie de foto: «Similar a la usada por el sospechoso».

Por otra parte, el periódico reproducía, creando cierto efecto dramático, la matrícula clonada, con la petición de que cualquiera que hubiera visto el vehículo entre las 14.00 y las 17.00 del día anterior se pusiera en contacto urgentemente con el Centro de Investigaciones de la Policía o con Crimestoppers.

El propietario de la furgoneta al que le habían clonado la matrícula no se podía decir que estuviera contento. Era un decorador que no había podido mover su vehículo del lugar donde estaba trabajando para ir a comprar materiales que necesitaba con urgencia porque la furgoneta no arrancaba. Pero, por lo menos, tenía la coartada perfecta. De las dos a las cinco de la tarde anterior, estaba en la cuneta de la carretera, acompañado de un mecánico de urgencia que le había vaciado el depósito y le había limpiado el carburador. Según el mecánico, alguien había tenido la gentileza de vaciarle una bolsa de azúcar en el depósito.

Grace se preguntó si aquello sería otro de los toques de gracia del Hombre del Zapato.

La única buena noticia del día era que el informe de la primera semana al menos era positivo. Aprobaba todos los movimientos realizados en la gestión del caso -por lo menos los de los siete primeros días-. Pero ahora ya habían pasado nueve más. El siguiente informe sería al cumplirse veintiocho días. Con un poco de suerte, para entonces el Hombre del Zapato ya estaría disfrutando de los placeres del calzado de la prisión.

Le dio un sorbo al café y luego, viendo la cantidad de asistentes a la reunión, se puso en pie para dirigirse a ellos.

– Bueno -dijo, saltándose la habitual presentación-. Esto es fantástico: soltamos a nuestro sospechoso a mediodía y por la tarde se produce la siguiente agresión. Entenderéis que no esté muy contento. ¿Qué es lo que pasa? ¿Se está riendo de nosotros ese tal John Kerridge, o Yac? ¡El Argus desde luego sí!

Levantó el periódico. El gran titular de portada decía:


Escapa por los pelos de su agresor.

¿El cuarto ataque del Hombre del Zapato?


Nadie dudaba de que el tipo que había esperado a Dee Burchmore en su coche el día anterior era el Hombre del Zapato. La situación y la confirmación de un análisis de emergencia realizado por el laboratorio forense de que la sustancia de la gasa de algodón era cloroformo apuntaban a esa conclusión. Ahora el coche estaba en el taller de la Policía Científica, donde pasaría varios días, para buscar fibras, pelos, células epiteliales o cualquier otro indicio revelador que pudiera haber dejado el agresor, por microscópico que fuera.

Las circunstancias temporales, comprobadas por Potting, exculpaban a John Kerridge. El abogado del taxista, Ken Acott, le había llevado en coche a su barco. Un vecino había confirmado su coartada: había permanecido en el barco hasta las 17.30, cuando había salido para iniciar su turno de noche con el taxi.

Pero había algo más, algo personal, que afectaba al humor de Grace. El agente Foreman le había informado de que Pewe se había mostrado completamente reacio a colaborar. Hasta el momento no había hecho ningún progreso con el superintendente.

Sentía una gran tentación de detener a Pewe. Pero las palabras de su nuevo subdirector tenían una fuerza aún mayor: «No debe dejar que se convierta en algo personal».

Reconocía que arrestarlo en aquel momento, con las exiguas pruebas que tenía hasta el momento, estaría muy cerca de ser algo personal. Y detener a un segundo sospechoso para tener que liberarlo posteriormente sin cargos crearía la impresión de que estaba cazando moscas a cañonazos. A su pesar, no le quedó más remedio que decirle a Foreman que siguiera investigando.

Para acabar de arreglarlo, Nick Nicholl le había informado de que había visto la grabación de las cámaras de circuito cerrado del pub Neville. La imagen era pobre y había solicitado que la mejoraran en el laboratorio, pero mostraba a alguien que podría ser Darren Spicer bebiendo la noche de Nochevieja hasta la una y media. Si resultaba que era él, aquello exculparía al ladrón de casas de cualquier implicación en la violación de Nicola Taylor. No obstante, no había podido aportar una coartada para el momento de la agresión a Roxy Pearce; se había limitado a declarar de nuevo que se encontraba en el canódromo -a apenas quince minutos a pie de la casa-. Tampoco tenía una coartada firme para el sábado por la noche, cuando Mandy Thorpe fue agredida en el Tren Fantasma del Brighton Pier.

A Roy aquella línea cronológica le parecía interesante. La agresión se produjo hacia las 19.30, una hora antes del toque de queda en el Centro de Noche Saint Patrick's, donde se alojaba Spicer. Podía haber cometido la agresión y llegar al centro a tiempo.

Pero en aquel momento las pruebas eran demasiado circunstanciales como para justificar su detención. Un abogado espabilado como Acott las dejaría en nada. Necesitaban mucho más, y en aquel momento no lo tenían.

– Bueno -dijo Grace-. Quiero que repaséis todos los hechos que tenemos hasta ahora. Hecho número uno: nuestros analistas han establecido que en 1997 las cinco víctimas conocidas del Hombre del Zapato, así como una sexta posible, Rachael Ryan, que desapareció, se habían comprado un par de zapatos de diseño en alguna zapatería de Brighton en los siete días anteriores a la agresión.

Muchos de los presentes asintieron.

– Hecho número dos: tres de nuestras cuatro víctimas, efectivas y potenciales -incluyo a la señora Dee Burchmore-, han hecho eso mismo en los últimos dieciséis días. La excepción es Mandy Thorpe. De momento la incluyo en nuestra investigación, aunque sospecho que su agresor no fue el Hombre del Zapato. Pero no entraremos en eso de momento.

Miró a Julius Proudfoot. El psicólogo forense le devolvió una mirada un tanto hostil.

– Hecho número tres: la situación del ataque de ayer se corresponde exactamente con la predicción hecha por nuestro psicólogo forense. Julius, quizá quiera usted añadir algo.

Proudfoot hinchó el pecho con aire petulante.

– Sí, bueno, el caso es que creo que hay mucho más de lo que vemos. Tenemos un montón de imponderables, pero sabemos unas cuantas cosas importantes sobre el Hombre del Zapato. Para empezar, es un hombre muy turbado. Sospecho que ahora estará furioso porque le han salido mal las cosas. Si, tal como creo, nos enfrentamos a alguien a quien su madre hizo daño, podría estar tan dolido como los niños que se sienten rechazados por su mamá. Un chaval reaccionaría encerrándose en sí mismo, pero un adulto lo haría de un modo muy diferente. Es solo una impresión, pero yo apostaría a que ahora estará muy violento y resultará peligroso. No se salió con la suya ayer, pero seguro que lo hará muy pronto.

– ¿Con la misma víctima? -preguntó Michael Foreman.

– No, creo que pasará a otra. Puede que vuelva a intentarlo con esta víctima, Dee Burchmore, en un futuro, pero no inmediatamente. Es probable que ahora busque un objetivo más fácil.

– ¿Cómo se encuentra la señora Burchmore? -preguntó Bella Moy.

– Está muy traumatizada, como cabía esperar -apuntó Westmore, la agente de atención a víctimas de agresión sexual-. También tiene que ver el que el agresor se colara dentro de su coche (un Volkswagen Touareg con los sistemas de seguridad más modernos). Según parece, han desaparecido las llaves de repuesto.

– Por lo que yo sé, las mujeres siempre están perdiendo llaves -soltó Potting.

– Ah, ¿y los hombres no? -replicó Bella Moy.

– Los Burchmore las guardaban en un cajón, en su casa -prosiguió Westmore, sin hacerles caso a ninguno de los dos-. Eso plantea la cuestión de si el agresor podría haberse colado allí y haberlas robado en algún momento. A ambos les preocupa mucho esa posibilidad.

– ¡«Penetrar» en la casa de la víctima! -declaró Proudfoot, con una sonrisa triunfante-. Al Hombre del Zapato eso le gustaría. Es parte de su gratificación.

– Sabemos que se le da bien entrar en las casas -dijo Bella-. La agresión a Roxy Pearce y la anterior en una casa privada en 1997 lo demuestran.

– La especialidad de Darren Spicer -observó Glenn Branson-. ¿No? Encaja con su perfil.

– Hay algo más que podría ser significativo -señaló Proudfoot-. En 1997, los cinco ataques del Hombre del Zapato se produjeron entrada la noche. En esta nueva tanda, a excepción del de Nochevieja, se han producido a media tarde. Eso me hace pensar en la posibilidad de que se haya casado, lo que explicaría que se retirara durante un tiempo. Ahora el matrimonio no va tan bien, y ese es el motivo de que haya vuelto a delinquir.

La sargento Moy levantó la mano.

– Lo siento. No entiendo su razonamiento… Eso de que puede estar atacando a una hora más temprana solo porque se ha casado.

– Porque tiene que llegar a casa a buena hora para evitar despertar sospechas -respondió Proudfoot.

– ¿O para llegar a tiempo antes de que cierren el Centro de Noche Saint Patrick's? -propuso ella.

– Posiblemente -concedió Proudfoot-. Sí, eso también.

– ¿Y cómo podría habérselas arreglado en Nochevieja si está casado? -preguntó Foreman-. ¿Alguien ha comprobado el taxímetro de ese tal Kerridge? ¿No mostraría lo que estaba haciendo en el momento del ataque a Nicola Taylor en el Metropole?

– He hablado con el dueño del taxi y le he pedido un registro completo desde el 31 de diciembre -respondió Potting-. En este momento no disponemos de las pruebas necesarias para incautar el taxi y analizar el taxímetro.

– ¿Qué crees que necesitamos, Norman? -preguntó Grace.

– Los zapatos de las víctimas, jefe. O pruebas forenses que vinculen a Kerridge con ellos. No las tenemos. No podemos conseguirlas sin volver a detenerle. Da la impresión de ser un pirado inofensivo apasionado de los zapatos. Según el informe, tiene algún problema de salud mental. Está en el espectro autista.

– ¿Le exime eso de algún modo de la investigación por violación? -preguntó Branson.

– Lo que hace es dificultar mucho más el interrogatorio -dijo Grace-. Tendríamos que someterle a un examen médico, pasar por todo ese procedimiento. El sargento Potting tiene razón. No tenemos suficiente para trincarle. -Le dio un sorbo al café-. ¿Pudiste comprobar, Norman, si Kerridge ha llevado a alguna de las víctimas en su taxi, como pasajeras?

– Le enseñé todas sus fotos. Asegura que no ha visto nunca a ninguna.

Grace se dirigió al agente Nicholl:

– ¿Cuándo dispondremos de la versión mejorada de las imágenes de circuito cerrado del pub Neville?

– Hoy mismo, espero, señor.

– He estado desarrollando el perfil geográfico -intervino Proudfoot-, que creo que nos puede resultar útil.

Se giró y señaló un gran plano del centro de la ciudad, pegado a la pizarra blanca de la pared que tenía detrás. Tenía cinco círculos rojos.

– Les hablé del patrón de ataque del Hombre del Zapato en 1997 y del de los ataques actuales. Tras su ataque fallido, la primera violación de la que tenemos constancia fue en el Grand Hotel. Su primera agresión este año fue en el hotel Metropole, que está casi al lado. Su segundo ataque en 1997 fue en una edifico en Hove Park Road, y la segunda de este año en una casa en The Droveway, una travesía hacia el norte. Su tercer ataque en aquella época fue bajo el muelle, antes conocido como Palace Pier. Su tercer ataque ahora ha sido en el Tren Fantasma del mismo muelle. Su cuarto ataque de entonces fue en el aparcamiento de Churchill Square. Ahora tenemos el ataque de ayer, en el aparcamiento detrás del Grand Hotel. Unos cientos de metros al sur.

Hizo una pausa para que los asistentes asimilaran la información.

– El quinto ataque, si el superintendente Grace no se equivoca, se produjo en Eastern Terrace, junto a Paston Place y Saint James's Street. -Se giró hacia el mapa y señaló el quinto círculo-. En ausencia de otro elemento del que partir, voy a predecir que el próximo ataque del Hombre del Zapato se producirá en un lugar cercano a este. Se siente herido tras su último fracaso. Está furioso. Es probable que regrese a su zona cómoda -dijo, señalando las calles por arriba y por debajo de Saint James's-. Eastern Road y Marine Parade. Esta última solo tiene edificios en un lado, por el otro el paseo da al mar. Eastern Road es la que más se parece a Saint James's. Hay un laberinto de calles transversales en la zona, y ahí es donde creo que es más probable que ataque, esta noche o mañana. Yo diría que por la mañana, porque las calles estarán algo más concurridas, con lo que estará más protegido.

– Eastern Road es una calle muy larga -observó el agente Foreman.

– Si tuviera una bola de cristal, les daría un número -dijo Proudfoot con una mueca de suficiencia-. Pero si yo dirigiera esta operación, sería el lugar en el que centraría mis esfuerzos.

– ¿Cree que ya habrá seleccionado a su próxima víctima? -preguntó Grace.

– Puede que yo tenga algo interesante al respecto -los interrumpió Ellen Zoratti, la analista-. Algo que quiero que vean.


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