Los únicos pasajeros que a Yac le gustaban menos aún que los borrachos eran los que iban colocados. La chica que llevaba en el asiento de atrás estaba tan puesta que parecía que fuera a atravesar el techo en cualquier momento.
No se callaba ni un momento. Llevaba escupiendo palabras desde que la había recogido en una casa cerca de la playa, en Lancing. Tenía el cabello largo y peinado en puntas, de un rojo kétchup y de un verde sopa de guisantes. No decía más que tonterías, y llevaba unos zapatos malísimos. Apestaba a tabaco y a Dolce & Gabbana Femme, e iba hecha un asco. Parecía una muñeca Barbie sacada de un vertedero.
Estaba tan lejos de este mundo que Yac dudaba de que fuera a darse cuenta si la llevaba hasta la Luna, solo que él no tenía idea de cómo llegar a la Luna. En aquello aún no había pensado.
– El caso -continuó ella- es que en esta ciudad hay mucha gente que quiere sacarte la pasta. Tú quieres material de calidad. Les dices que quieres chocolate y ellos te dan mierda. Pero mierda mierda. ¿Te ha pasado alguna vez?
Yac no estaba seguro de si estaba hablando por el teléfono móvil, como llevaba haciendo gran parte del viaje, o con él. Así que siguió conduciendo en silencio, mirando el reloj, nervioso. Después de dejarla en Kemp Town, aparcaría y haría caso omiso a cualquier llamada de la central, esperaría a que fueran las siete y se bebería su té.
– ¿Te ha pasado? -insistió ella, más fuerte-. ¿Eh? ¿Te ha pasado?
Él sintió un contacto en la espalda. Eso no le gustaba. No le gustaba que los pasajeros le tocaran. La semana anterior había llevado a un borracho que no paraba de reírse y de darle empujones en el hombro. Había empezado a preguntarse cómo reaccionaría el tipo si le diera en la cara con la pesada llave de acero para cambiar ruedas que llevaba en el maletero.
Y también empezaba a preguntarse cómo reaccionaría la chica si lo hiciera en aquel momento. No le costaría nada parar y sacar la llave del maletero. Ella probablemente se quedaría en el asiento, hablándole al aire, incluso después de golpearla. Había visto a alguien que lo había hecho, en una película de televisión.
Ella volvió a darle en la espalda.
– ¡En! Entonces, ¿qué? ¿Te ha pasado?
– ¿Si me ha pasado qué?
– Oh, mierda, no estabas escuchando. Bueno, vale. Vale. Joder. ¿No tienes música en esta cosa?
– ¿Talla cuatro? -preguntó él.
– ¿Número cuatro? ¿Número cuatro de qué?
– Los zapatos.
– ¿Eres zapatero cuando no estás al volante?
Sus zapatos eran realmente horribles. De falsa piel de leopardo, planos y rozados por los bordes. Decidió que podría matar a aquella mujer. Podría hacerlo. Sería fácil. Se había encontrado con muchos pasajeros que no le gustaban. Pero a aquella chica podría haberla matado.
Aunque quizá sería mejor no hacerlo. Uno se puede meter en problemas por matar a gente si le pillan. Yac veía CSI y Bones, y otras series sobre científicos forenses. Muy instructivas. Te enseñaban cómo podías matar a una mujer estúpida como aquella, con su estúpido pelo y sus estúpidas uñas pintadas de negro, y con aquellas tetas que casi no le cabían en aquel top color púrpura.
Al girar por la rotonda frente al Brighton Pier y tomar Old Steine, de pronto se calló.
Yac se preguntó si podía leerle la mente.