El mar sus millares de olas
mece, divino.
Oyendo a los mares amantes,
mezo a mi niño.
El viento errabundo en la noche
mece los trigos.
Oyendo a los vientos amantes,
mezo a mi niño.
Dios Padre sus miles de mundos
mece sin ruido.
Sintiendo su mano en la sombra
mezo a mi niño.
Ésta era una rosa
que abajó el rocío:
éste era mi pecho
con el hijo mío.
Junta sus hojitas
para sostenerlo
y esquiva los vientos
por no desprenderlo.
Porque él ha bajado
desde el cielo inmenso
será que ella tiene
su aliento suspenso.
De dicha se queda
callada, callada:
no hay rosa entre rosas
tan maravillada.
Ésta era una rosa
que abajó el rocío:
éste era mi pecho
con el hijo mío.
Es la noche desamparo
de las sierras hasta el mar.
Pero yo, la que te mece,
¡yo no tengo soledad!
Es el cielo desamparo
si la luna cae al mar.
Pero yo, la que te estrecha,
¡yo no tengo soledad!
Es el mundo desamparo
y la carne triste va
Pero yo, la que te oprime,
¡yo no tengo soledad!
Velloncito de mi carne,
que en mi entraña yo tejí,
velloncito friolento,
¡duérmete apegado a mí!
La perdiz duerme en el trébol
escuchándole latir:
no te turben mis alientos,
¡duérmete apegado a mí!
Hierbecita temblorosa
asombrada de vivir,
no te sueltes de mi pecho:
¡duérmete apegado a mí!
Yo que todo lo he perdido
ahora tiemblo de dormir.
No resbales de mi brazo:
¡duérmete apegado a mí!
A Isolina Barraza de Estay.
En la falda yo me tengo
una cosa de pasmar:
niña de algodón en rama,
copo de desbaratar,
cabellitos de vilanos
y bracitos sin cuajar.
Vienen gentes de Paihuano
y el "mismísimo" Coguaz [1]
por llevarse novedades
en su lengua lenguaraz.
Y no tiene todavía
la que llegan a buscar
ni bautismo que le valga
ni su nombre de vocear.
Tanta gente y caballada
en el patio y el corral
por un bulto con un llanto,
y una faja, y un puñal.
Elquinada novedosa,
resonando de metal;
que se sienten en redondo
como en era de trillar.
Que la miren embobados,
– ojos vienen y ojos van-
y le pongan en hileras
pasas, queso, uvate [2], sal.
Y después que la respiren
y la toquen como el pan,
que se vuelvan y nos dejen
en "compaña" y soledad.
Con las lunas de milagro,
con los cerros de metal,
con las luces, y las sombras,
y las nieblas de soñar.
Me la tengo todavía
siete años de encañar.
¡Madre mía, me la tengo
de tornearla y rematar!
¡Ah!, ¡ah!, ¡ah!,
¡viejo torno de girar!
¡Siete años todavía
gira, gira y girarás!
Un niño tuve al pecho
como una codorniz.
Me adormecí una noche;
no supe más de mí.
Resbaló de mi brazo;
rodó, lo perdí.
Era el niño de Virgo
y del cielo feliz.
Ahora será el hijo
de Luz o Abigail.
Tenía siete cielos;
ahora sólo un país.
Servía al Dios eterno,
ahora a un Kadí.
Sed y hambres no sabía
su boca de jazmín;
ni sabía su muerte.
¡Ahora sí, ahora sí!
Lo busco caminando
del Cenit al Nadir,
y no duermo, y me pesa
la noche en que dormí.
Me dieron a los Gémines;
yo no los recibí.
Pregunto, y ando, y peno
por ver mi hijo venir.
¡Ay, vuelva, suba y llegue
derechamente aquí,
o me arrojo del cielo
y lo recobro al fin!
El Toro carga al niño
al hombre y la mujer,
y el Toro carga el mundo
con tal que se lo den.
Búscame por el cielo
y me verás pacer.
Ahora no soy rojo
como cuando era res.
Subí de un salto al cielo
y aquí me puse a arder.
A veces soy lechoso,
a veces color miel.
Arden igual que llamas
mis cuernos y mi piel.
Y arde también mi ruta
hasta el amanecer.
No duermo ni me apago
para no serte infiel.
Estuve ya en el Arca,
y en Persia, y en Belén.
Ahora ya no puedo
morir ni envejecer.
Duérmete así lamido
porel Toro de Seth.
Dormido irás creciendo;
creciendo harás la Ley
y escogerás ser Cristo
o escogerás ser Rey.
Hijito de Dios Padre
en brazos de mujer.
Donde fue Tihuantisuyo,
nacían los indios.
Llegábamos a la puna
con danzas, con himnos.
Silbaban quenas, ardían
dos mil fuegos vivos.
Cantaban Coyas de oro
y Amautas benditos.
Bajaste ciego de soles,
volando dormido,
para hallar viudos los aires
de llama y de indio.
Y donde eran maizales
ver subir el trigo
y en lugar de las vicuñas
topar los novillos.
¡Regresa a tu Pachacamac,
En-Vano-Venido,
Indio loco, Indio que nace,
pájaro perdido!
¡Ay! juguemos, hijo mío,
a la reina con el rey!
Este verde campo es tuyo.
¿De quién más podría ser?
Las oleadas de la alfalfa
para ti se han de mecer.
Este valle es todo tuyo.
¿De quién más podría ser?
Para que los disfrutemos
los pomares se hacen miel.
(¡Ay! ¡No es cierto que tiritas
como el Niño de Belén
y que el seno de tu madre
se secó de padecer!)
El cordero está espesando
el vellón que he de tejer,
y son tuyas las majadas.
¿De quién más podrían ser?
Y la leche del establo
que en la ubre ha de correr,
y el manojo de las mieses
¿de quién más podrían ser?
(¡Ay! ¡No es cierto que tiritas
como el Niño de Belén
y que el seno de tu madre
se secó de padecer!)
– ¡Sí! ¡Juguemos, hijo mío,
a la reina con el rey!
Al llegar la medianoche
y al romper en llanto el Niño,
las cien bestias despertaron
y el establo se hizo vivo.
Y se fueron acercando,
y alargaron hasta el Niño
los cien cuellos anhelantes
como un bosque sacudido.
Bajó un buey su aliento al rostro
y se lo exhaló sin ruido,
y sus ojos fueron tiernos
como llenos de rocío.
Una oveja lo frotaba,
contra su vellón suavísimo,
y las manos le lamían,
en cuclillas, dos cabritos…
Las paredes del establo
se cubrieron sin sentirlo
de faisanes, y de ocas,
y de gallos, y de mirlos.
Los faisanes descendieron
y pasaban sobre el Niño
la gran cola de colores;
y las ocas de anchos picos,
arreglábanle las pajas;
y el enjambre de los mirlos
era un velo palpitante
sobre del recién nacido…
Y la Virgen, entre cuernos
y resuellos blanquecinos,
trastrocada iba y veía
sin poder tomar al Niño.
Y José llegaba riendo
acudir a la sin tino.
Y era como bosque al viento
el establo conmovido…
A Fernanda de Castro.
Absurdo de la noche,
burlador mío,
si-es no-es de este mundo,
niño dormido.
Aliento angosto y ancho
que oigo y no miro,
almeja de la noche
que llamo hijo.
Filo de lindo vuelo,
filo de silbo,
filo de larga estrella,
niño dormido.
A cada hora que duermes,
más ligerito.
Pasada medianoche,
ya apenas niño.
Espesa losa, vigas
pesadas, lino
áspero, canto duro,
sobre mi hijo.
Aire insensato, estrellas
hirvientes, río
terco, porfiado búho,
sobre mi hijo.
En la noche tan grande,
tan poco niño,
tan poca prueba y seña,
tan poco signo.
Vergüenza tánta noche
y tánto río,
y "tánta madre tuya", [4]
niño dormido…
Achicarse la Tierra
con sus caminos,
aguzarse la esfera
tocando un niño.
¡Mudársete la noche
en lo divino,
yoen urna de tu sueño,
hijo dormido!
Duerme, mi sangre única
que así te doblaste,
vida mía, que se mece
en rama de sangre.
Musgo de los sueños míos
en que te cuajaste,
duerme así, con tus sabores
de leche y de sangre.
Hijo mío, todavía
sin piñas ni agaves,
y volteando en mi pecho
granadas de sangre,
sin sangre tuya, latiendo
de las que tomaste,
durmiendo así tan completo
de leche y de sangre.
Cristal dando unos trasluces
y luces, de sangre;
fanal que alumbra y me alumbra
con mi propia sangre.
Mi semillón soterrado
que te levantaste;
estandarte en que se para
y cae mi sangre;
camina, se aleja y vuelve
a recuperarme.
Juega con la duna, echa
sombra y es mi sangre.
¡En la noche, si me pierde,
lo trae mi sangre!
¡Y en la noche, si lo pierdo,
lo hallo por su sangre!
Niñita de pescadores
que con viento y olas puedes,
duerme pintada de conchas,
garabateada de redes.
Duerme encima de la duna
que te alza y que te crece,
oyendo la mar-nodriza
que a más loca mejor mece.
La red me llena la falda
y no me deja tenerte,
porque si rompo los nudos
será que rompo tu suerte…
Duérmete mejor que lo hacen
las que en la cuna se mecen,
la boca llena de sal
y el sueño lleno de peces.
Dos peces en las rodillas,
uno plateado en la frente
y en el pecho, bate y bate,
otro pez incandescente…
A doña Graciela de Menéndez.
Nacieron esta noche
por las quebradas
liebre rojiza,
vizcacha parda.
Manar se oyen dos leches
que no manaban,
y en el aire se mueven
colas y espaldas.
¡Ay, quién saliese,
ay, quién acarreara
en brazo y brazo
la liebre, la vizcacha!
Pero es la noche
ciega y apretujada
y me pierdo por cuevas
y por aguadas.
Me quedo oyendo
las albricias que llaman:
sorpresas, miedos,
pelambres enrolladas;
sintiendo dos alientos
que no alentaban,
tanteando en agujeros
cosas trocadas.
Hasta que venga el día
que busca y halla
y quebrando los pastos
las cargue y traiga…
La vieja Empadronadora,
la mañosa Muerte,
cuando vaya de camino,
mi niño no encuentre.
La que huele a los nacidos
y husmea su leche,
encuentre sales y harinas,
mi leche no encuentre.
La Contra-Madre del Mundo,
la Convida-gentes,
por las playas y las rutas
no halle al inocente.
El nombre de su bautismo
– la flor con que crece-,
lo olvide la memoriosa,
lo pierda, la Muerte.
De vientos, de sal y arenas,
se vuelva demente,
y trueque, la desvariada,
el Oeste, y el Este.
Niño y madre los confunda
lo mismo que peces,
y en el día y en la hora
a mí sola encuentre.
Estoy en donde no estoy,
en el Anáhuac plateado,
y en su luz como no hay otra
peino un niño de mis manos.
En mis rodillas parece
flecha caído del arco,
y como flecha lo afilo
meciéndolo y canturreando.
En luz tan vieja y tan niña
siempre me parece hallazgo,
y lo mudo y lo volteo
con el refrán que le canto.
Me miran con vida eterna
sus ojos negri-azulados,
y como en costumbre eterna,
yo lo peino en mis manos.
Resinas de pino-ocote
van de su nuca a mis brazos,
y es pesado y es ligero
de ser la flecha sin arco…
Lo alimento con un ritmo,
y él me nutre de algún bálsamo
que es el bálsamo del maya
del que a mí me despojaron.
Yo juego con sus cabellos
y los abro y los repaso,
y en sus cabellos recobro
a los mayas dispersados.
Hace doce años dejé
a mi niño mexicano;
pero despierta o dormida
yo lo peino de mis manos…
¡Es una maternidad
que no me cansa el regazo
y es un éxtasis que tengo
de la gran muerte librado!