Cuenta – Mundo

LA CUENTA-MUNDO

Niño pequeño, aparecido,

que no viniste y que llegaste,

te contaré lo que tenemos

y tomarás de nuestra parte.

EL AIRE

Esto que pasa y que se queda,

esto es el Aire, esto es el Aire,

y sin boca que tú le veas

te toma y besa, padre amante.

¡Ay, le rompemos sin romperle;

herido vuela sin quejarse,

y parece que a todos lleva

y a todos deja, por bueno, el Aire…

LA LUZ

Por los aires anda la Luz

que para verte, hijo, me vale.

Si no estuviese, todas las cosas

que te aman no te mirasen;

en la noche te buscarían,

todas gimiendo y sin hallarte.

Ella se cambia, ella se trueca

y nunca es cosa de saciarse.

Amar el mundo nos creemos,

pero amamos la Luz que cae.

La Bendita, cuando nacías,

tomó tu cuerpo para llevarte.

Cuando yo muera y que te deje,

¡síguela, hijo, como a tu madre!

EL AGUA

¡Niñito mío, qué susto tienes

con el Agua adonde te traje,

y todo el susto por el gozo

de la cascada que se reparte!

Cae y cae como mujer,

ciega en espuma de pañales.

Esta es el Agua, ésta es el Agua,

santa que vino de pasaje.

Corriendo va con cuerpo bajo,

y con espumas de señales.

En momentos ella se acerca

y en momentos queda distante.

Y pasando se lleva el campo

y lleva al niño con su madre…

¡Beben del Agua dos orillas,

bebe la Sed de sorbos grandes,

beben ganados y yuntadas,

y no se acaba, el Agua Amante!

EL ARCO-IRIS

El puente del Arco-Iris

se endereza y te hace señas,

el carro de siete colores

que las almas acarrea

y que las sube, una a una,

por las astas de la sierra…

Estaba sumido el puente

y asoma para que vuelvas.

Te da el lomo, te da la mano,

como los puentes de cuerda,

ytú le bates los brazos

igual que peces en fiesta…

¡Ay, no mires lo que miras,

porque de golpe te acuerdas

y cogiéndote del Arco

– sauce que no se quiebra-

te vas a ir por el verde,

el amarillo, el violeta…

Ya mamaste nuestra leche,

niño de María y Eva;

juegas con la verdolaga

delante de nuestras puertas;

entraste en casa de hombres

y pides pan en mi lengua.

¡Vuélvele la cara al Puente;

deja que se rompa, deja,

que si subes me voy como loca,

y te sigo la Tierra entera!

MONTAÑA

Hijo mío, tú subirás

con el ganado la Montaña.

Pero mientras yo te arrebato

y te llevo sobre mi espalda.

Apuñada y negra la vemos,

como mujer enfurruñada.

Vive sola de todo tiempo,

pero nos ama, la Montaña,

y hace señales de subir

tirando gestos con que llama…

Trepamos, hijo, los faldeos,

llenos, de robles y de hayas.

Arremolina el viento hierbas

y balancea la Montaña,

y van los brazos de tu madre

abriendo moños que son zarzas…

Mirando al llano, que está ciego,

ya no vemos río ni casa.

Pero tu madre sabe subir,

perder la Tierra, y volver salva.

Pasan las nieblas en trapos rotos;

se borra el mundo cuando pasan.

Subimos tanto que ya no quieres

seguir y todo te sobresalta.

Pero del alto Pico del Toro,

nadie desciende a la llanada.

El sol, lo mismo que el faisán,

de una vez salta la Montaña,

y de una vez baña de oro

a la Tierra que era fantasma,

¡y la enseña gajo por gajo

en redonda fruta mondada!

PINAR

Vamos cruzando ahora el bosque

y por tu cara pasan árboles,

y yo me paro y yo te ofrezco;

pero no pueden abajarse.

La noche tiende las criaturas,

menos los pinos, que son constantes,

vicios heridos mana que mana

gomas santas, tarde a la tarde.

Si ellos pudieran te cogerían,

para llevarte de valle en valle,

y pasarías de brazo en brazo,

corriendo, hijo, de padre en padre…

CARRO DEL CIELO

Echa atrás la cara, hijo

y recibe las estrellas.

A la primera mirada,

todas te punzan y hielan,

y después el cielo mece

como cuna que balancean,

y tú te das perdidamente

como cosa que llevan y llevan…

Dios baja para tomarnos

en su vida polvareda;

cae en el cielo estrellado

como una cascada suelta.

Baja, baja en el Carro del Cielo;

va a llegar y nunca llega…

Él viene incesantemente

y a media marcha se refrena,

por amor y miedo de amor

de que nos rompe o que nos ciega.

Mientras viene somos felices

y lloramos cuando se aleja.

Y un día el carro no para,

ya desciende, ya se acerca,

y sientes que toca tu pecho

la rueda viva, la rueda fresca.

Entonces, sube sin miedo

de un solo salto a la rueda,

¡cantando y llorando del gozo

con que te toma y que te llevar!

FUEGO

Como la noche ya se vino

y con su raya va a borrarte,

vamos a casa por el camino

de los ganados y del Arcángel.

Ya encendieron en casa el Fuego

que en espinos montados arde.

Es el Fuego que mataría

y sólo sabe solazarte.

Salta en aves rojas y azules;

puede irse y quiere quedarse.

En donde estabas, lo tenías.

Está en mi pecho sin quemarte,

y está en el canto que te canto.

¡Ámalo donde lo encontrases!

En la noche, el frío y la muerte,

bueno es el Fuego para adorarse,

¡y bendito para seguirlo,

hijo mío, de ser Arcángel!

LA CASA

La mesas, hijo, está tendida,

en blancura quieta de nata,

y en cuatro muros azulea,

dando relumbres, la cerámica.

Ésta es la sal, éste el aceite

y al centro el Pan que casi habla.

Oro más lindo que oro del Pan

no está ni en fruta ni en retama,

y da su olor de espiga y horno

una dicha que nunca sacia.

Lo partimos, hijito, juntos,

con dedos puros y palma blanda,

y tú lo miras asombrado

de tierra negra que da flor blanca.

Baja la mano de comer,

que tu madre también la baja.

Los trigos, hijo, son del aire,

y son del sol y de la azada;

pero este Pan"'cara de Dios" [7]

no llega a mesas de las casas.

Y si otros niños no lo tienen,

mejor, mi hijo, no lo tocaras,

y no tomarlo mejor sería

con mano y mano avergonzadas.

Hijo, el Hambre, cara de mueca,

en remolino gira las parvas,

y se buscan y no se encuentran

el pan y el Hambre corcobada.

Para que lo halle, si ahora entra,

el Pan dejemos hasta mañana;

el fuego ardiendo marque la puerta,

que el indio quechua nunca cerraba,

y miremos comer al Hambre,

para dormir con cuerpo y alma.

LA TIERRA

Niño indio, si estás cansado,

te acuestas sobre la Tierra,

y lo mismo si estás alegre,

hijo mío, juega con ella…

Se oyen cosas maravillosas

al tambor indio de la Tierra:

se oye el fuego que sube y baja

buscando el cielo, y no sosiega.

Rueda y rueda, se oyen los ríos

en cascadas que no se cuentan.

Se oyen mugir los animales;

se oye el hacha comer la selva.

Se oyen sonar telares indios.

Se oyen trillas, se oyen fiestas.

Donde el indio lo está llamando,

el tambor indio le contesta,

y tañe cerca y tañe lejos,

como el que huye y que regresa…

Todo lo toma, todo lo carga

el lomo santo de la Tierra:

lo que camina, lo que duerme,

lo que retoza y lo que pena;

y lleva vivos y lleva muertos

el tambor indio de la Tierra.

Cuando muera, no llores, hijo:

pecho a pecho ponte con ella

y si sujetas los alientos

como que todo o nada fueras,

tú escucharás subir su brazo

que me tenía y que me entrega

y la madre que estaba rota

tú la verás volver entera.

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