La mañana antes de la cita, Sparling y Jill anunciaron que harían otra excursión nocturna. Innukrat los miró y les preguntó por qué.
—Ya sabes que mi trabajo es estudiar a los animales, y querría observar qué hacen en la oscuridad —contestó Jill.
—De acuerdo. Y… —la esposa de Arnanak suspiró—. Tus costumbres han cambiado últimamente. Yo desearía conocer a tu especie lo bastante bien como para adivinar por qué. Pero ya lo veo, lo oigo —su nariz se dilató—, lo huelo.
Jill se echó hacia atrás. Sparling saltó a la brecha:
—Tienes razón. La batalla de Port Rua debe estar celebrándose, o quizás haya acabado. Nuestros amigos están allí. ¿No teméis por los que amáis, ni porque os traigan malas noticias?
—¿Qué tenemos nosotros en común? —dijo Innukrat muy lentamente—. Bueno, salid si es vuestro deseo. Tengo mi trabajo aquí para impedirme que piense demasiado.
Les dio una generosa ración de alimento nativo y suplemento. Cuando estuvieron fuera, Jill confesó:
—Yo creía ser una fanática. En lugar de eso, me siento traidora.
—No —respondió Sparling—, nadie en la vida es más leal que tú. Pero no es posible mantenerse leal a la creación entera.
Dijo para sus adentros:
Como he descubierto, Rhoda, mañana debo enfrentarme a que tú no dejarás de amarme nunca. Y debo hacerlo con esposas en mis muñecas. ¿Es esta la razón por la que esperaba que mi loco plan funcionara? Tocó su cuchillo de caza que, tanto él como Jill, llevaban. ¿Por qué fue la primera idea que me vino, después que Dejerine nos lo dijo? ¿Sería que el asunto del bombardeo amateur era problema suficiente para hacer del amor una cosa sin importancia? ¡Detén estos pensamientos! Te hacen malgastar los últimos momentos que pasarás a solas con Jill.
Casi no hablaron durante la hora siguiente, ya que la subida hacia su objetivo era dura. Cuando se discutió acerca del sitio de encuentro, ambos nombraron el mismo; sus ojos se encontraron y rieron. Tenía todas las características requeridas, el distanciamiento de Ulu, la fácil localización, el seguro aterrizaje del volador. Existían otros lugares más a mano, pero así podían pasar una tarde agradable.
Los terrenos de los bosques de Valennen eran sofocantes, no por el calor sino por la aridez. Y la evolución en las Starklands, había dado a la vida-T más capacidad de supervivencia que a la ortho-vida. Junto al sector de bosque rojo y amarillo, había kilómetros de plantas azules de diferentes formas, correosas al tacto. Los arbustos crecían apartados; ampliamente espaciados, estaban los árboles. Pero donde la montaña formaba una enorme cresta, llamada por las gentes de Ulu, Grupa de Arnanak, en su homenaje, una concavidad en la parte sur quedaba en la sombra. Al pie de la concavidad nacía un arroyo. Cerca se elevaba el tronco de color bronce oscuro de un nix; cuyas raíces les prestaba protección adicional. El campo estaba cubierto de césped. Aquí y allí se veían flores de color naranja brillante. En la parte oeste había una gran llanura. Al final de esta, se veía el gris aterrador del Muro del Mundo.
Los humanos se agacharon en lados opuestos de la corriente, y bebieron y bebieron. Sparling notó la bendita frescura del agua, y su leve sabor a hierro, pero contemplaba principalmente la mejilla de Jill cercana a él, y su pelo rubio. Saciados, se sentaron en la sombra carmesí y oro. Había una curiosa ausencia de olor de tierra, pero no importaba; sus cuerpos transpiraban una fragancia freca conseguida por sus trabajos al aire libre.
—Sentémonos durante un rato y sudemos —dijo Jill.
—Soy más feliz de lo que puedo contar, viendo que no te has derrumbado. —Sparling pareció buscar las palabras adecuadas al decir esto.
—No quiero estarlo. Don, Larreka… Ninguno de ellos desearía verme hundida ahora… ni tú, Ian.
—Desearía tener, bueno, tu capacidad… no, tu valor para estar alegre.
Su sonrisa fue triste.
—¿Crees que es fácil? Es un combate, y no puedo ganar siempre. —Se inclinó para acariciar su pelo—. Ayudémonos el uno al otro a permanecer felices, amor, La cena del Capitán es esta noche, seguida de la juerga. Mañana llegaremos a puerto.
—¿Y entonces qué?
—¿Quién sabe? —se puso seria—. Las lágrimas aparecieron en sus ojos—. Tengo que pedirte una cosa, Ian. Una solemne promesa.
—¿Sí?
—Tu palabra de honor. Haga lo que haga, no intentarás detenerme.
—¿Qué? ¿Qué estás pensando? — ¿Suicidio? ¡Imposible!
Sus ojos estaban húmedos; sus dedos luchaban en su falda.
—No puedo decírtelo exactamente. Todo apunta hacia la redención. Pero… supongo que quiero ir a la Tierra a hablar en nombre de Ishtar. Puedo reclamar las pagas atrasadas, mi derecho a un pasaje. Tú no puedes, y dudo que puedas comprar un pasaje mientras dure la guerra. Podrías impedirlo, no obstante, pidiéndome que me quede y que sea tu amante.
—¿Crees que sería tan egoísta? ¿Haciéndote actuar contra tu conciencia? De hecho… cuando volvamos… Tendré mis obligaciones, y no deberías perder más tiempo con un hombre viejo que no puede darte nada real… —Suponiendo que yo esté allí.
Ella rodeó su cuello con el brazo. El besó la palma de su mano.
—Veremos estas cuestiones más adelante —dijo ella—, cuando sepamos qué es lo mejor. —Y rápidamente continuó—: Pero quiero tu palabra definitiva inmediatamente; tú promesa de que me dejarás escoger mi propio camino. Tenemos que solucionar esto. Yo debo pensar sobre estas cuestiones libremente.
El asintió:
—Sí, quizás había esperado que me pidieras esto. Libertad.
—Entonces, ¿tengo tu promesa? —preguntó ella.
—Sí, la tienes.
Ella le rodeó con ambos brazos.
—¡Gracias! Nunca te he amado como ahora. —Luchaba por no llorar.
El la consoló de la mejor manera que pudo. En un tiempo sorprendentemente corto, ella alegró sus ojos y tomó aliento.
—Empezaré en seguida a organizarme. Supongo que no interferirás en la tarea. —E inmediatamente—: ¡Oh, no, me imagino que cooperarás!
Más tarde, cuando Anu colgaba, inmensa, sobre las cumbres, hicieron un fuego y cocinaron la cena. Entonces aparecieron las estrellas y las lunas. Debían dormir un poco, y despertarse juntos otra vez.
El vehículo de rescate llegó a media mañana.
—¡Ahí viene! —gritó Jill.
La mirada de Sparling siguió su mano, que se agitaba en el aire. Una chispa brillante llegaba del sur, tomando la forma de una barracuda alada, tronando, girando en círculo sobre sus cabezas. Ellos se abrazaron apresuradamente y corrieron desde la roca y el árbol, hacia el calor y la luz, bajo el desnudo cielo donde podrían ser localizados.
—Es un gran Boojum —dijo.
Un Huitzilopochtli. Seis ametralladoras, tres cañones, un proyector de energía y un par de misiles de un kilotón, reconoció Sparling. La cabeza le daba vueltas, pero se sentía inmerso en la excitación.
El microcom de su muñeca sonó. En seguida recibió la voz de Dejerine:
—Hola a los del suelo. ¿Todo listo?
—Listo —respondió Jill—. Ven a unirte a la fiesta.
La nave lo hizo. El corazón de Sparling retumbaba. ¿Estaba el oficial sólo a bordo, como había dicho? Sensores, computadores, efectores… demasiada maquinaria para unas solas manos. Parte de mí desea que él traiga compañía o… o cualquier cosa.
La nave se detuvo. Una puerta se abrió y exudó una escalerilla. Dejerine apareció en la cumbre, una delgada figura en uniforme de campaña. Saludó agitando la mano. Jill le saludó en la misma forma. El metal bajo sus botas, retumbaba.
Dejerine estrechó sus manos. Su apretón fue entusiasta, pero, ¿no parecía cansado, nervioso, incluso suspicaz?… No lleva armas. No lleva armas.
—Bienvenidos. No sé cómo decirles lo feliz que me siento de verlos de nuevo. —Su atención estaba centrada en Jill.
¿A dónde si no? Ella me dijo que le había atacado a fondo.
—¿Ha venido realmente por voluntad propia? —preguntó ella.
—Sí.
Sparling supo lo que era el gozo y la pena mezclados.
—Podemos iniciar el viaje de vuelta. Es un vuelo glorioso. Este planeta tiene más belleza de la que puedo captar.
¿Entonces por qué no nos dejaste salvarlo… hijo de puta… robot militar?… Contente, Sparling. Estás demasiado cerca de la histeria.
Entraron. La escotilla se cerró tras ellos. El aire acondicionado era dulce y aromático. En el cuerpo principal de la nave extendían hileras de instrumentos a cada lado del corredor. Dejerine se pasó el dedo por el sudoroso bigote.
—No puedo imaginar cómo han podido resistir en este horno.
Jill cantó sotto voce:
—Sadrac, Meshac, Abednego…
—He traído alimentos, bebida, medicinas y ropas frescas. Cuando estemos arriba, pondré el automático; pero ¿puedo hacer algo por vosotros antes de despegar?
¡Ahora!
Y ya no quedó tiempo para la duda, ni la marcha atrás. Sparling sacó su cuchillo, que tenía oculto.
—Sí. Puede prepararse para liberar a la Legión. ¡No se mueva! Esto es un secuestro.
Jill tosió, el color cetrino de Dejerine empalideció un poco, aunque se quedó inmóvil e inexpresivo, aparte de sus luminosos ojos oscuros.
—Mi idea particular —aclaró Sparling—. Nunca le dije nada a Jill. Pero cuando conocí las circunstancias, cuando pensé que nuestro débil y desordenado esfuerzo desde Primavera no funcionaría, y que lo único que podríamos conseguir sería una ayuda temporal mientras que este monstruo puede lograr que los guerreros huyan de él durante el resto de sus días, ¿lo ves?… Estoy dispuesto a rendirme a usted después, y soportar el juicio y acatar la sentencia. Pero, por favor, créame, Capitán, estoy preparado para reducirle e intentar ser mi propio piloto, si usted no obedece mis órdenes.
—¡Ian!… —La voz de ella se rompió como el cristal.
Dejerine saltó. Era joven y estaba bien entrenado, pero Sparling lo cazó, desvió, y le dio un golpe que le hizo caer al suelo.
—No intente eso de nuevo, hijo. Es usted bueno, pero me he pasado años en secciones donde aprendí la lucha… contra ishtarianos. Este cuchillo es más énfasis que amenaza.
Dejerine se levantó, tocó los puntos en que había sido golpeado, humedeció sus labios y habló lentamente:
—Si rehúso, y estoy bajo juramento de servicio de la Federación, puede considerarse prácticamente perdido. Ellos no permiten a nadie, que no tenga como mínimo el título de Maestro Piloto, que se ocupe de los controles de algo como esto. ¿Qué pasará entonces con Jill?
—La enviaré de vuelta a Ulu con una historia para justificar mi ausencia.
Ella se adelantó:
—¡Al infierno contigo, señor!
—Al infierno entonces —dijo Sparling. Después a Dejerine—. Repito, ella no ha conspirado, ha estado fuera del plan, su comportamiento ha sido siempre correcto.
—¡Idiota! —gritó ella—. ¿Por qué crees que te he forzado a que hicieras esa promesa? Quería estar libre para intentar prácticamente lo mismo.
Sparling no podía enfrentarse a ella, ya que tenía que vigilar a Dejerine, y ella estaba apartada de su campo de visión. Sólo podía mirarla con el rabillo del ojo, acalorada, respirando rápidamente, con sus azules ojos y sus dientes fulgurando.
—Tú estás delirando —le dijo.
—Así es ella —intervino Dejerine apresuradamente—. Un toque de sol. Yo no la comprendo, es tan incoherente. Sparling, doy por supuesto que es usted un hombre honrado, aunque esté en un error. Si hago lo que usted quiere, bajo presión, y se rinde a mí más tarde… volveremos aquí y rescataremos a Jill. Tendremos que dejarla, resguardada.
La chica sacó el cuchillo.
—No. —Su tono sonó espantosamente en los oídos de los dos hombres—. Yo no voy a someterme a sus decisiones respecto a mí. Yo te remito a tu juramento, Ian. Rómpelo, y tendrás que luchar conmigo. ¿Es ese tu deseo? Escucha, si estás solo con él, Yuri tiene una oportunidad de atacarte por sorpresa. Es un hombre del espacio, aguanta mejor que tú la aceleración. Puede noquearte con una picada o un giro y coger el cuchillo, y allí volverá a empezar el juego. Pero contra dos de nosotros, el asunto sería más arriesgado, ¿verdad, Yuri? Contra dos, no tiene elección. Tendrá que aguantar, aunque sólo sea para devolver sin daño esta máquina de muerte a la Federación.
No puedo disuadirla ahora, de todas formas lo intentará. Ha quemado su última línea de retirada. El conocimiento fue como un ahogo en la garganta de Sparling.
Dejerine parecía que hubiese recibido un mal golpe. Sus hombros parecían caídos, se mordía el labio. Finalmente, sin apartar su mirada de ella, habló con voz rasposa:
—Sí, su análisis es correcto. Volaré para ustedes.
Dio la vuelta y se dirigió a la cabina de mando. Su paso era envarado.
Sparling pensó: El supuso que yo podría hacer lo que dije. No Jill Eso ha sido una loca sorpresa también para mí. El vino aquí sin ninguna reserva.
La miró y pudo ver su expresión de tristeza. Ella se ha dado cuenta también.