XXIV

Jill lloraba. Sparling trataba de consolarla, en la parte trasera de la cabina de mando. Su cara era la visera de un yelmo, salvo que las comisuras de su boca se torcían hacia abajo, una y otra vez, y sus ojos tenían una expresión febril.

Lentas lágrimas corrían a lo largo de las mejillas de Dejerine, poniendo amargura en sus labios. De vez en cuando un sollozo se apoderaba de él. Sin embargo, sus manos se movían con seguridad sobre el cuadro de mandos y su cerebro calibraba lo que mostraban las pantallas.

El cráter era negro brillante, una mancha de cristal. No era demasiado ancho. El misil había actuado como un instrumento de precisión, concentró el disparo de su fuerza en un cono para que produjera la mínima radiación dura. Esto no podía conseguirse totalmente. Un anillo de cadáveres yacía a su alrededor. Aumentó la imagen. Parte de aquella masa de carne se movía, y aquello era lo peor de todo.

Repentinamente, no pudo resistir más. Dirigió el cañón de energía hacia aquel punto. Las formas ardieron durante un minuto o dos, hasta que el campo quedó en una humeante paz. Quizás algunos podían haber sido salvados, con la atención médica adecuada. ¿Pero dónde estaba eso?

Padre, perdóname, habría dicho Yuri, si le hubiese sido posible, porque yo no sabía lo que estaba haciendo. Nunca había estado en combate. Pero era como si no se atreviese a rezar. En lugar de esto, le pareció escuchar tras él:

Porque ahora Tú cuentas mis pasos: ¿no vigilas mis pecados?

Mi transgresión está sellada en un saco, y Tú guardarás mi iniquidad.

Y seguramente la montaña caerá en la nada, y la roca será removida juera de su lugar.

Las aguas arrastrarán las piedras. Tú harás desaparecer aquellas cosas que provienen del polvo de la tierra, y destruirás la esperanza del hombre.

Tú prevalecerás para siempre contra él, y él pasará. Tú cambiarás su talante, y lo volverás al camino.

Jill dejó de llorar. Baja y vacilante, su voz sonó átona:

—Estoy bien, gracias, querido. La visión fue horrible, no tenía idea de lo horrible que sería. Pero sólo estoy conmocionada, no muerta.

—Tómalo con calma —dijo Sparling.

—No. No puedo hacerlo, laren. —La muchacha se levantó. Dejerine oyó sus botas contra el suelo. El brazo de ella cruzó su hombro.

—Aquí están —dijo Jill, dejando los dos puñales sobre el asiento del copiloto. Tómalos.

—No los quiero —protestó Dejerine.

—Para las apariencias cuando estemos de vuelta. —Jill los tiró a sus pies.

El miró desde su desamparo a los azules ojos de ella.

—¿Qué debo hacer?

Ella se sentó, ya despreocupada de sus armas de coacción. Su voz tenía un tono más vivo.

—Primero, debemos dar una vuelta de reconocimiento.

Dejerine accionó ciertas teclas. El aparato obedeció al momento. Recorrieron kilómetros, describiendo una espiral. Las pantallas mostraron a bárbaros que huían, tanto por tierra como por mar. Mientras, Sparling se sentó en el tercer asiento, sacó la pipa y el tabaco de su túnica, y la cargó, la encendió y aspiró. El olor era igual que un sueño de la Tierra. La calma descendió sobre él. Por fin dijo, con acento impersonal:

—¿Cuantos supone que hemos eliminado?

—Dos o tres mil —dijo Dejerine.

—Nosotros estimábamos que había unos cincuenta mil, como mínimo.

Una risa nerviosa salió de Dejerine.

—El seis por ciento. Ellos huyen con facilidad. Tocamos a mil vidas cada uno. Los alienígenas son más sofisticados en Mundomar. La guarnición de allí está compuesta de unos tres mil hombres, que pueden ser asesinados, hechos prisioneros y sufrir unos años de esclavitud, haciendo los trabajos más duros que puede imaginarse.

—Lo creo —dijo Sparling—. No estoy contento de lo que hemos hecho. Pero no me siento culpable. Y tenemos una deuda eterna con usted, Yuri. Por su idea de disparar una vez. Yo hubiera atacado con las ametralladoras.

—¿Cuál es la diferencia, en nombre de Cristo?

—Moralmente, ninguna. Sin embargo, nuestro disparo alcanzó a un menor número de ellos y sus efectos fueron tan rápidos que murieron sin llegar a enterarse. Además —dijo Sparling, tras una pausa—, son una raza de guerreros. Las balas o las bombas químicas podrían haberles extrañado, pero no detenido por mucho tiempo. Hubieran encontrado tácticas, hecho invenciones, robado nuestras armas, copiado… hasta que nuestra última opción hubiera sido o matar a toda la raza o rendirnos, dejando a su merced la civilización de Ishtar y quizás, hasta nosotros mismos.

—Y —dijo Jill—, quizás sea algo trivial, pero esto nos permitirá devolver los explosivos que sustrajo nuestra gente en Primavera. Cerrarás el caso, ¿no, Yuri?

Dejerine gruñó.

—¿Qué haremos ahora? —les preguntó.

—¿Por qué lo preguntas? Tú eres el jefe —replicó Jill, como si le asombrara la actitud de él. Su voz era vivaz, incluso brillante—. Bueno, llamemos por radio a la Legión, para tranquilizarlos; preguntémosles si es posible que aterricemos y pasemos la noche allí. Quizás podamos revisar el campamento bárbaro. ¿Quién sabe? Hasta puede que encontremos algún objeto de Tammuz. O algún dauri. Seguramente necesitarán ayuda, pobrecitos.

Algunas cosas de la tienda indicaban que aquellos pequeños y extraños seres habían estado allí, pero se habían ido, presas del terror que había alcanzado a la propia horda. Por lo que Jill le dijo, Dejerine se los imaginó corriendo a través de aquel país, que para ellos sólo guardaba el hambre, y le sorprendió su profundo deseo de que pudieran mantenerse vivos en aquella desolación.

Habían dejado el cubo de las estrellas. A pesar del miedo que le causaba, lo llevó al volador.

Cuando entró por una de las puertas de Port Rua, los soldados le saludaron como si fuera su liberador. Pero no lo vitorearon. Sparling explicó que estaban demasiado cansados, que habían perdido demasiado, para regocijarse, que era lo que cabía esperar. Aquel día ellos sólo se preocupaban de concluir los detalles del enterramiento para cubrir el espanto al otro lado de la muralla. Nació un viento, ronco, caluroso, con olor a piel marchita. El polvo anterior persistía en un aire gris y arenoso; Bel brillaba tan roja como Anu.

El comandante en funciones Irazen recibió a los humanos en la oficina que había sido de Larreka. La bandera de éste estaba enfrente de la del propio Irazen. Las ventanas eran golpeadas por la tormenta. Las tenues llamas amarillas del farol alumbraban el interior, en el cual hacía un calor menos terrible que el de fuera.

—Resistiremos —dijo Irazen—, si recibimos ayuda.

Jill haría de intérprete.

—¿Qué puedo decirle? —preguntó ella cuando el silencio se hacía insostenible.

—Dile, Dieu m'assiste, ¿qué puedo decirle yo? Sin duda imagina que en la Tierra ha habido un cambio de planes. ¿Tienes el valor de decirle la verdad?

—Oh, no, no —se volvió hacia Irazen y dijo unas cuantas frases. El ishtariano dio su respuesta.

—Le he dicho que este era un caso especial, y que la Tierra no podrá darle más ayuda militar. No está decepcionado. Al fin y al cabo, espera que la confederación valenna pueda sobrevivir a este golpe… Dice que mientras la Zera exista, nuestros nombres figuraran en sus listas.

—Probablemente el bloqueo se disolverá cuando las noticias crucen los mares —respondió Dejerine. El impulso nació en él—. Pero si no, ¡lo romperemos!

Jill tomó aire, Sparling quedó asombrado y dejó escapar un juramento. La muchacha se lo dijo al soldado, que avanzó para cogerle por los hombros hasta que le hizo daño.

¡Qué loca promesa he hecho!, pensó el oficial humano. ¿Sé si podré cumplirla enteramente? ¿Por qué no estoy furioso conmigo mismo? Vio la expresión de los ojos de Jill y supo el porqué.

Pero ella y Sparling saltarían a través del espacio a un juicio que bien podría mantenerlos juntos durante el resto de sus vidas, una vez cumplida la condena. Entonces ¿por qué aquella creciente alegría?

Bien, no sé si seré llamado para hacerlo. Los bucaneros se irán directamente a casa, a — ¿cómo lo llaman?— su Tiempo de Fuego. O si no lo hacen, puedo encontrar un pretexto para escurrirme y llevar a cabo mi misión en secreto.

La culpabilidad afloró. Sí, puedo hundir buques llenos de criaturas pensantes que están inermes ante mí.

—Nunca lo hubiésemos creído de ti. ¿Verdad, Ian?

—Absolutamente nunca.

La culpabilidad creció en las entrañas de Yuri.

Irazen habló de nuevo. Jill y Sparling perdieron parte de su alegría.

—¿Qué pasa ahora? —pidió Dejerine.

—Dice que él no es Larreka —tradujo Jill apretándole el brazo—. Estará aquí mientras sea capaz, pero la Legión no tiene recursos para alimentarse, y si la Asociación no se los proporciona, la retirará. —Ella trató de sonreír—. No te apenes, Yuri. Valennen, ya no será la amenaza que fue, y la Zera vivirá en el sur.

—Pero sería mejor que vosotros…, que ellos pudieran permanecer, aquí, ¿no es cierto?

—Oh sí —dijo Sparling—. Tú mismo puedes juzgarlo, perteneces a la Marina. Tienes que darte cuenta de que este es un punto importante en el mapa. Es el lugar indicado para proteger el Mar Fiero, para conservar la civilización en esas islas y en Beronnen del Norte, y mantener los recursos disponibles en todas partes. Recursos que serán necesarios bajo las mejores condiciones, y vitales, si Primavera no puede ayudar como habíamos pensado.

Jill afirmó. Sintió un nudo en la garganta. Dentro de Dejerine, estalló una nova.

—… ¿Qué te ocurre? Yuri, ¿estás bien?

El se dio cuenta de que durante un minuto o más había perdido el conocimiento. Ella le cogía por la cintura. En su rostro y en el de Sparling se leía la preocupación, sincera, ansiosa. Irazen, mantenía adelantadas sus fuertes manos, como ofreciendo la ayuda que un alienígena podría prestar.

—Oui… Ça va bien, merci. Une idée… Perdón. Debo pensar.

Se sentó, con las rodillas levantadas y no pensó, sino que dejó que el conocimiento llegara lentamente a él, en grandes olas de paz.

Finalmente se levantó. Ya sabía por qué aquellos dos se dirigían alegremente hacia la prisión. El mismo poder penetró en sus palabras. No se mostró elocuente. Más bien trató de encontrar la manera de relatar su visión. Deseó haber conseguido, o al menos comprendido, el arte del sueño de los ishtarianos.

—Amigos míos, no sé cómo podréis decirle esto a Irazen. Quizá sea mejor que se lo digan entre los dos. Decidle que recibirán, con toda seguridad, una cantidad limitada de suministros. Decidle que nosotros confiamos en que la Asociación mantendrá la civilización aquí,…y no se retirará más.

—Entre nous… Entre nosotros, puedo permitirme haceros saber que, por el momento, el trabajo de la base está detenido. Todo lo que teníais en Primavera se os devolverá. Y la Marina os servirá tan bien como pueda.

—Oh, Yuri —exclamó Jill. Sus ojos azules parecieron, por un momento, ciegos.

—Judas —dijo Sparling.

Dejerine prosiguió. Debo hacer esto irrevocable.

—¿Por qué? Bien, yo tenía en la cabeza la misma idea que vosotros. Estaba cada vez menos y menos seguro de estar actuando correctamente. Por tanto vine al norte con la vaga idea de que Ian podría secuestrar mi avión y forzarme a hacer lo que hice. Si él no tenía éxito, ah, no era culpa mía. Sobre él caerían las consecuencias. Y tú…, todos tendríais que portaros más amablemente conmigo, incluso aunque hubiera sido forzado.

»Pero no esperaba que las consecuencias caerían también sobre Jill.

»Y no consideré lo mal que me sentiría al incinerar a gente que no podía defenderse. No importa cuan buena o mala sea la causa, el caso es que no podían defenderse. Cualquiera de vosotros que decidiera ir a la Tierra quedaría libre de esto.

»Pero nada justifica el hecho de matar. Debemos ayudar y construir. Soy comandante. Mis hombres obedecerán alegremente las órdenes que les dé hasta que sea reemplazado. Primavera permanecerá en la Federación, también después que ellos envíen a buscarnos a los tres, porque iremos allí a hablarles en nombre de Ishtar.

—¿Has visto?

—Sí… —dijo Sparling. Jill corrió hacia Dejerine y lo besó.

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