EPILOGO

La noche estaba muy avanzada cuando acabamos nuestro relato.

Espina había profundizado en su conversación con nosotros, sus preguntas fueron agudas y demostraron sus conocimientos. No había estado de acuerdo en muchos puntos. Pero al fin dijo:

—Yo comprendo… bastante. —Cerró sus ojos por un momento, y la quietud se adueñó de la habitación. Sólo el reloj del abuelo continuó hablando, y su lento tk, tk, tk parecía mostrar el alejamiento del tiempo.

Había dejado que las luces se amortiguaran. Hora tras hora habíamos mirado las estrellas. Ahora formaban una corona alrededor de su cabeza, cuando el este se tornó plateado. Entre el miedo y la esperanza, aguardábamos.

Su cara aguileña se volvió hacia nosotros.

—Mil perdones. No debería haberlos mantenido en la duda. Pero tenía que contemplar esto.

—Ciertamente, señoría —murmuré.

—Sin duda se han preguntado si esto era un juego entre el gato y el ratón…

—¡Oh, no, señor!

Espina gruñó.

—No les di ninguna pista de mi auténtico deseo y mi última intención. No podía hacerlo si deseaba una revelación completa como la que he tenido. Ustedes pensaban quizás que, por contarme su caso, podrían reducir la sentencia. Pero quizás también que sólo me inducía una curiosidad indulgente, o simple crueldad. Bien, fuera lo que fuese, hemos terminado.

Se estremeció.

—Casi —dijo—. Antes ya les expliqué, que es necesario imponerles una pena. Deben darse cuenta en profundidad de la gravedad de los cargos que pesan sobre ustedes.

»Usted, Ian Sparling y Jill Conway, cometieron piratería, y sobre una nave de la Armada en tiempo de guerra. No sólo violaron una regla, lo cual habría sido suficiente delito, sino toda una importante política de la Federación. Después de eso usted, Yuri Dejerine, oficial naval, continuó aquellos delitos. Desobedeciendo sus órdenes, suspendió las operaciones confiadas a su mando, y empleó sus hombres, material y equipo para propósitos civiles irrelevantes a su tarea. Y como final, los tres continuaron conspirando, lo cual es una felonía per se.

»Sí, sí, han oído esto antes. Ahora yo he escuchado en detalle, algo más importante que frases emocionales, su justificación. Basan esta en una supuesta obligación de asistir a una remota, no humana y tecnológicamente atrasada civilización, sin interés para nadie excepto los científicos; y que su acción protegía a unos miles de residentes, muchos de los cuales no eran permanentes, de una secesión que si se producía, hubiera resultado irrelevante para la Tierra. En un primer momento, dieron prioridad a esos intereses sobre los de varios miles de millones de personas, y se abrogaron ese derecho.

» ¿Por qué no debería su rehabilitación costarles el resto de sus vidas?

Ante aquella severidad, yo renuncié a mis sueños, y seguramente mis compañeros también.

No, no a todos, no por más de unos momentos. Entonces Jill se levantó.

—Señor, cualquier cosa que hayamos hecho, esta ley que alude, nos da el derecho de ser escuchados. ¡En público! ¿Por qué cree que nos entregamos? Pudimos tomar raciones y permanecer ocultos en alguna parte del planeta hasta que sus hombres se fueran. ¡Pero queríamos que la Tierra supiera!

Ian y yo cantamos el «miserere» para ella.

—Sí —dijo él—. El capitán Dejerine puede estar bajo la disciplina de la Marina, pero Jill y yo no lo estamos. Sus audiencias a puerta cerrada, nuestra incomunicación, son ilegales según la Carta de la Federación Mundial. Su tribunal puede dictar sentencia, pero no puede impedirnos el ejercicio de nuestros derechos.

—Ni la Marina —dije yo, uniéndome a ellos—. Esta es la razón por la que yo estaba orgulloso de vestir su uniforme, y por la que lo llevaría otra vez.

Espina captó nuestras miradas. El reloj dio una hora.

—Excelente —dijo sonriendo. Yo no había imaginado que él pudiera hablar tan gentilmente—. Gracias por su espíritu y por su paciencia. Pónganse cómodos. Su tormento ha terminado. —Presionó el botón de llamada de su silla, su dureza retornó—. Lo que sigue puede ser de alguna forma peor. Verán, lo que me han dicho me confirma la idea que he adquirido a través de mis estudios. Dios sabe que no soy piadoso, pero trato de ser justo.

»Cuando el tribunal se convoque, el proceso será abierto. Corren rumores que aseguran su cobertura mundial. Nosotros iremos a través de las mociones, el sumario y su argumentación contra las incriminaciones, la sentencia, la cual, mis colegas procurarán que no sea extrema.

»Entonces, yo, invocando mis poderes, les otorgaré un perdón incondicional.

No recuerdo los siguientes minutos, excepto que los tres no sabíamos si reír o llorar.

El sirviente había traído brandy. Fue una bendición. Espina encendió un nuevo cigarrillo y volvió a hablar.

—Esencialmente querían una cause célebre que provocase la suficiente simpatía hacia Ishtar para que las ayudas se reanudasen. Tengan en cuenta que he manejado cosas como esta al objeto de producir la máxima sensación; ustedes provocarán una tormenta. Prepárense. Ustedes no saben como, una vez que todo haya pasado, esto puede convertirse en un símbolo.

»Mi propósito va más allá del suyo, aunque a través de él. Es mayor y más significativo, pero a corto plazo es irrelevante. Quiero acabar la guerra. La guerra —bebió—. Esta inacabable guerra. Nuestra meta principal debía haber sido acabar con la disputa, empleando nuestros buenos oficios. En vez de eso, prescindiendo de romanticismos, convertimos a los amigos en enemigos. Prescindiendo de sentimentalismos, nos convertimos en carniceros. Prescindiendo del sentimiento de culpabilidad, nosotros cambiamos la reparación en monstruoso crimen. Es tiempo más que suficiente para acabar con esto. Puede lograrse. Entre ellos, la Tierra y Naqsa, se puede llegar a un acuerdo que no se incline demasiado a uno u otro lado, y ciertamente libre de la contradicción que hace morir a los jóvenes mientras los viejos viven. Nosotros mantenemos la tendencia de acabar con esto en la Federación, pero nuestros esfuerzos e intervenciones se producen sin límites y sin resultados. Esto es todavía sólo una tendencia no declarada. Ni los políticos, ni el pueblo, tomarán ninguna iniciativa. Simplemente no se discuten las decisiones políticas sobre negociaciones de paz.

»Los usaré a ustedes para hacerles patente el problema.

Aspiró su cigarrillo.

—Tengo mis razones egoístas también. —Admitió. Su risa llegó seca como ramas de fénix que chocaran entre sí, impulsadas por el viento del Tiempo de Fuego—. ¡Qué maravillosa última batalla! Ellos gritarán acusándome de haber tergiversado la Carta, y escuchar sus gritos será estimulante. Tratarán de despojar a mi oficina de poderes, de tomar cualquier venganza a que la histeria les pueda llevar. Y yo lucharé a mi modo, ganando o perdiendo, pero los resultados no les afectarán a ustedes. Están protegidos por la regla del doble riesgo.

»Pero… ¡Ustedes también deben estar en la lucha!

»No teman, no será necesario que adopten posturas extremamente radicales. Al margen de la oratoria, manifestaciones, tumultos, artículos de denuncia en revistas elegantes, solidaridad con cualquier desarrapada causa que intente una manipulación, sermones en los que no se hace mención de Dios, porque no es apropiado. Dejen tales cosas a los monos. Lo mejor es repudiarlas y rechazarlas. La actuación de ustedes no será tan fácil. En la clase intelectual, que se les opondrá, encontrarán tantos lectores instruidos como contorsionistas. Los más duros de todos serán los que conserven la calma, los razonables, los que se sienten llenos de verdad. —Su labio se torció—. ¿Qué verdad pueden ustedes exponer? ¿Cuáles son los efectos de esta innecesaria guerra que han experimentado ustedes personalmente?

»Las muertes, que deberían haber sido evitadas, de millones de seres que podrían ser nuestros sucesores en el tiempo. El peligro para una avanzada civilización de la cual nosotros sabemos que tiene mucho que enseñarnos, y algún día no lejano deberá tomar nuestro lugar entre las estrellas. Ustedes han visto destrucción y dolor, causados por unos hechos que no era necesario que se produjeran, incluyendo la pérdida de dos líderes muy valiosos. Nosotros podríamos haber logrado que trabajaran juntos, en lugar de enfrentarse.

»Y en la Tierra se ha perdido la confianza en las mentes privilegiadas, una confianza todavía no recuperada. La Tierra ha perdido los servicios de un prominente oficial, Capitán Dejerine. Es imposible para la Armada volver a admitirlo. —Otra vez, una inesperada sonrisa cruzó levemente su rostro. — Me atrevo a decir, que al fin le buscarán una plaza en cualquier sitio, y le darán la bienvenida.

»Providencialmente, ustedes también traen noticias positivas, de unas especies por completo inteligentes y reliquias del poder de una raza anterior, por la cual nosotros podemos aproximarnos a la idea de un universo abierto. Pero lograr eso, en el tiempo de una vida, requiere aumentar de forma importante la asistencia a la Asociación, más aún, requiere la prestación de ayuda a la gente de Valennen, que a su vez, un día, podrán devolvernos el favor. Y, para todo esto, se necesita que haya paz.

»Pienso que en el plazo aproximado de un año la Tierra se dará cuenta de dónde están sus intereses.

Recostó su cabeza. Daniel Espina era mortal también. Pronto nos despedimos y el ayudante despertó al piloto que nos llevaría de nuevo a nuestras ocultas habitaciones.

Esperamos fuera. El aire estaba tranquilo, ligero, frío, exultantemente claro. El sol clareaba las cumbres, abajo el granito de sus rocas cazaba a las sombras, y el cielo parecía un zafiro.

—Un año —respiró Ian. Cada una de sus palabras era una nube blanca. — O dos como máximo. Después volveremos a casa.

Y si somos afortunados empezaremos nuestro trabajo, pensé.

—Es demasiado tiempo. —Le respondió Jill.

Habían parado a cierta distancia, para impedir que me enterara de sus secretos.

Éramos tres. Pero en aquellos momentos estaban solos.

—Harás que venga Rhoda. —Oí decir a Jill.

—¿Cómo podría venir? —se preguntó él contra su propio conocimiento.

—El juez fijará eso. Mientras tanto —se encogió de hombros—. Después… Bien, nosotros veremos.

No tuvo problemas para hablar de asuntos como el que amar y ser amado comporta obligaciones. Su mirada me dijo que yo entraba en aquel «nosotros».

El piloto llegó. Jill nos precedió en el camino hacia el volador. Siguiéndola, me atreví a tener esperanza.


FIN
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