Capítulo Uno.

Ha llegado hasta Esta Autora la noticia de que el Honorable Clive Mann-Formsby y la señorita Harriet Snowe han contraído matrimonio el pasado mes en la ancestral capilla de los Mann-Formsbys, en la propiedad del hermano mayor, el Conde de Renminster.


Los recién casados han regresado a Londres para disfrutar de las festividades de invierno, al igual que la señorita Susannah Ballister, a quien, cualquiera que estuviera en Londres la pasada Temporada conocerá, ya que fue cortejada más bien diligentemente por el señor Mann-Formsby, hasta el momento en que él propuso matrimonio a la señorita Snowe.


Esta Autora imagina que las anfitrionas de la ciudad están comprobando, ahora mismo, sus listas de invitados. Seguramente no pueden invitar a los Mann-Formsbys y a los Ballisters a los mismos eventos. Hace bastante frío afuera; y sin duda el encuentro de Clive y Harriet con Susannah, sin duda, tornará el clima en glacial.


Revista de Sociedad de Lady Whistledown,

21 de enero de 1814


De acuerdo con Lord Middlethorpe, que acababa de consultar su reloj de bolsillo, pasaban exactamente seis minutos de las once de la noche, y Susannah Ballister sabía bastante bien que el día era jueves, la fecha veintisiete de enero, y el año mil ochocientos catorce. Y precisamente en aquel momento -a las 11:06 del jueves, 27 de enero de 1814, Susannah Ballister formuló tres deseos, ninguno de los cuales se cumplió.

El primero de ellos era imposible. Deseó que de alguna manera, quizás a causa de alguna clase de magia misteriosa y benévola, ella pudiera desaparecer del salón de baile en el que permanecía de pie en ese momento y encontrarse cálidamente acurrucada en su cama en la casa de su familia en Portman Square, al norte de Mayfair. No, mejor aún, aparecer cálidamente acurrucada en la cama, en la casa solariega de su familia en Sussex, que estaba lejos, muy lejos de Londres y, lo que era más importante, muy lejos de todos los habitantes de Londres.

Susannah llegó incluso hasta cerrar sus ojos mientras ella consideraba la encantadora posibilidad de que al abrirlos se hallaría a si misma en otro lugar, pero sin sorprenderse, vio que al abrirlos se encontraba en el mismo sitio, encajada en una oscura esquina en el salón de baile de la Señora Worth, sosteniendo una taza de té tibio, el cual no tenía intención alguna de beber.

Una vez que se hizo evidente que no iba a ninguna parte, por medios extraordinarios o incluso ordinarios (Susannah no podía abandonar la fiesta hasta que sus padres estuvieran preparados para hacerlo, y por su aspecto, pasarían al menos tres horas antes de que ellos quisieran retirarse), lamentó entonces que Clive Mann-Formsby y su nueva esposa, Harriet, quienes permanecían sentados al lado de la mesa de los dulces y pasteles de chocolate, no desaparecieran a cambio.

Esto pareció posible. Ambos estaban sanos; simplemente podrían ponerse en pie y marcharse caminando. Lo cual enriquecería enormemente la calidad de vida de Susannah, porque entonces ella sería capaz de intentar disfrutar de su velada sin necesidad de contemplar la cara del hombre que la había humillado públicamente.

Aun mejor, podría conseguir un pedazo de pastel de chocolate.

Pero Clive y Harriet parecían estar pasándoselo maravillosamente. Tan maravillosamente, de hecho, como los padres de Susannah, lo que significaba que se quedarían en la fiesta durante bastantes horas también.

Agonía. Pura agonía.

Pero tenía tres deseos, ¿no? ¿No recibían siempre las heroínas de los cuentos de hadas tres deseos? Si Susannah tenía que permanecer en una oscura esquina, formulando tontos deseos porque poco más tenía que hacer, usaría la cuota completa. "Deseo," dijo, con los dientes apretados "que no estuviera tan malditamente frío.”

"Amén," dijo el anciano Lord Middlethorpe, a quien Susannah había olvidado que permanecía de pie al lado suyo. Le ofreció una sonrisa, pero estaba ocupado con alguna clase de bebida alcohólica prohibida para las señoritas solteras, así que ambos volvieron a la tarea de ignorarse cortésmente el uno al otro.

Bajó la mirada a su té. De un momento a otro seguramente se convertiría en un cubito de hielo. Su anfitriona había sustituido la tradicional limonada y el champán por té caliente aduciendo las frías temperaturas, pero el té no había permanecido caliente durante mucho tiempo, y cuando una se escondía en la esquina de un salón de baile, como lo hacía Susannah, los lacayos no solían llegar hasta allí para retirar las copas no deseadas o las tazas vacías.

Susannah tembló. No podía recordar un invierno más frío; nadie podría. Era, de alguna perversa forma, la razón de su temprana vuelta a ciudad. Toda la sociedad había afluido a Londres en el, decididamente poco elegante, mes de enero, impaciente por disfrutar del patinaje y los paseos en trineo y la cercana Feria de Invierno.

Susannah pensaba que el tiempo frío,los desagradables vientos helados, la nieve sucia y el hielo eran decididamente una tonta razón para las reuniones sociales, y aunque no era suficiente para ella, allí estaba, afrontando a toda la gente que había sido testigo de su fracaso social el pasado verano. Ella no quería venir a Londres, pero su familia había insistido, diciendo que ella y su hermana Letitia no podían permitirse faltar a esta inesperada temporada social de invierno.

Había pensado que tendría al menos hasta la primavera antes de verse obligada a volver y enfrentarlos a todos. Casi no había tenido tiempo de practicar decir con la barbilla en alto, "Bien, por supuesto, el señor Mann-Formsby y yo decidimos que no éramos compatibles. "

Porque se necesitaba ser muy buena actriz para decir eso, cuando todos sabían que Clive se había desentendido de ella cuando los adinerados parientes de Harriet Snowe habían comenzado a cortejarlo.


Ni siquiera era que Clive necesitara el dinero. Su hermano mayor era el Conde de Renminster, por el amor del cielo, y todo el mundo sabía que era tan rico como Creso.

Pero Clive había elegido a Harriet, y Susannah había sido públicamente humillada, e incluso ahora, casi seis meses después de aquello, la gente todavía hablaba del asunto. Incluso Lady Whistledown lo había mencionado en su columna.

Susannah suspiró y se recostó contra la pared, esperando que nadie notara su abandonada postura. Supuso que realmente no podía culpar a Lady Whistledown. La misteriosa columnista de chismes simplemente repetía lo que todos andaban diciendo. Sólo durante esta semana, Susannah había recibido a catorce visitas vespertinas, y ninguna de ellas había sido lo bastante cortés para abstenerse de mencionar a Clive y Harriet.

¿Realmente pensaban que quería oírles hablar sobre Clive y el aspecto de Harriet en la reciente velada musical de los Smythe-Smith? Como si ella quisiera saber lo que Harriet había llevado puesto, o que Clive había estado susurrándole al oído durante toda la velada.

Eso no significaba nada. Clive siempre había mostrado unos modales abominables durante las veladas musicales. Susannah no podía recordar una en la que Clive hubiera tenido la entereza de mantener la boca cerrada durante toda la interpretación.

Pero los chismes no eran lo peor de las visitas. Ese título quedaba reservado para las bien intencionadas almas que al parecer no podían mirarla con otra expresión que no fuera de compasión. Estas eran por lo general las mismas mujeres que tenían un sobrino viudo en Shropshire o Somerset o algún otro lejano condado, quien buscaba una esposa, y quizás a Susana le gustaría conocerlo, pero esta semana no porque estaba ocupado llevando a seis de sus ocho hijos a Eton.

Susannah luchó contra una inesperada necesidad de llorar. Solo tenía veintiún años. Y recién cumplidos, además. No estaba desesperada.

Y no quería ser compadecida.

De repente se hizo imperativo que abandonara el salón de baile. No quería estar aquí, no quería contemplar a Clive y Harriet como una patética mirona. Su familia aún no estaba lista para irse a casa, pero seguramente ella podría encontrar algún cuarto tranquilo donde pudiera retirarse durante unos minutos. Si iba a esconderse, bien podría hacerlo correctamente. Su posición en esa esquina era espantosa. Y ya había visto a tres personas mirando en su dirección y cuchicheando después tapándose la boca con la mano.

Nunca había pensado que era una cobarde, pero tampoco pensaba que fuera tonta, y realmente, sólo un tonto se sometería de buen grado a esta clase sufrimiento.

Dejó su taza de té sobre un alféizar y se excusó con Lord Middlethorpe, con quien no había intercambiado más de seis palabras, a pesar de haber permanecido de pie el uno al lado del otro durante casi tres cuartos de hora. Rodeó el salón de baile por el borde, buscando las puertas francesas que conducían al vestíbulo. Había estado aquí antes, hacía tiempo, cuando fue la señorita más popular de la ciudad, gracias a su relación con Clive, y recordó que había un cuarto de retiro para las señoras en el extremo opuesto del vestíbulo.

Pero justo cuándo alcanzó su destino, ella tropezó, y se encontró cara a cara con – oh, maldición, ¿cuál era su nombre? Pelo castaño, ligeramente rechoncha…oh, sí. Penélope. Penélope Algo. Una muchacha con la que apenas había intercambiado más de una docena de palabras. Habían debutado el mismo año, pero podrían haber residido en mundos diferentes, por la poca frecuencia con que se cruzaron sus caminos. Susannah había sido la sensación de la ciudad, una vez que Clive la eligió, y Penélope había sido… bien, Susannah no estaba muy segura de lo que había sido Penélope. Una florecilla [1], supuso.

"No vaya allí," dijo Penélope suavemente, sin mirarla directamente a los ojos, de la forma en que solo la gente tímida lo hace.

Los labios de Susannah se entreabrieron de la sorpresa, y sabía que sus ojos expresaban su incomprensión.

"Hay una docena de señoritas en el salón de descanso," dijo Penélope.

Esto era explicación suficiente. El único lugar en el que Susannah quería estar, aún menos que en el salón de baile, era en una habitación llena de gorjeantes y chismosas damas, todas las cuales asumirían seguramente que había huido allí para evitar a Clive y Harriet.

Lo cual era cierto, pero eso no significaba que Susannah quisiera que alguien lo supiera.

"Gracias," susurró Susannah, atontada por el bondadoso gesto de Penélope. Ella no le había dedicado un solo pensamiento a Penélope el verano pasado, y la joven la había recompensado salvándola, con seguridad, de un momento de vergüenza y dolor. Por impulso, tomó la mano de Penélope y le dio un apretón. "Gracias. "

Y repentinamente lamentó no haber prestado más atención a las muchachas como Penélope cuando ella había sido considerado una líder de la temporada. Ahora sabía lo que era permanecer de pie, al borde del salón de baile, y no era divertido.

Pero antes de que pudiera decir algo más, Penélope murmuró una tímida despedida y se escabulló, dejando a Susana abandonada a sus propios medios.

Estaba de pie en la parte más concurrida del salón de baile, que no era precisamente donde quería estar, así que comenzó a andar. No estaba realmente segura de a dónde se dirigía, pero siguió moviéndose, porque sabía que eso la hacía aparecer segura de sí misma.

Sabía que una persona debería actuar como si supiera lo que hacía, aunque no fuera así. Clive había sido quien se lo había enseñado, en realidad. Esta era una de las pocas cosas buenas que había sacado del cortejo.

Pero en su brillante determinación, no prestaba atención a lo que sucedía a su alrededor, y debió ser por eso por lo que se sorprendió tanto cuando oyó su voz.

"Señorita Ballister. "

No, no era Clive. Peor incluso. Era el hermano mayor de Clive, el Conde de Renminster. En toda su gloriosa presencia de oscuro cabello y ojos verdes.

Ella no le había gustado nunca. Oh, él siempre había sido educado, en realidad era educado con todo el mundo. Pero ella siempre había sentido su desdén, su obvia convicción de que ella no era suficiente para su hermano.

Supuso que ahora estaría feliz. Clive estaba a salvo, casado con Harriet, y Susannah Ballister nunca corrompería el sagrado árbol genealógico de los Mann-Formsby.

"Milord," dijo ella, tratando de mantener un tono de voz tan cortés como el de él. No podía imaginar qué podía querer de ella. No había ninguna razón para que la hubiera saludado por su nombre; podría haberla dejado pasar por su lado fácilmente sin reconocer su presencia. Ni siquiera habría sido grosero por su parte. Susannah había caminado tan enérgicamente como le era posible por el atestado salón de baile, claramente abstraída en sus pensamientos.

Él le sonrió, si uno podía llamarlo así -la sonrisa nunca alcanzó sus ojos.

"Señorita Ballister,"le dijo, "¿cómo está usted? "

Durante un momento no pudo hacer nada más que quedarse mirándolo. No era la clase de persona que hiciera una pregunta a menos que realmente quisiera conocer la respuesta, y no tenía ninguna razón para creer que estuviera interesado en su bienestar.

¿"Señorita Ballister? " murmuró, pareciendo vagamente divertido.

Finalmente, ella logró decir, "Muy bien, gracias," aunque ambos supieran que eso estaba bastante lejos de la verdad.

Durante un largo momento él simplemente la miró fijamente, casi como si la estudiara, buscando algo que ella no podía imaginar qué era.

"¿Milord? " preguntó ella, porque el momento parecía necesitar algo que rompiera el silencio.

Sacudió la cabeza volviendo a prestarle atención, como si su voz le hubiera despertado de un leve aturdimiento. "Le pido perdón," se disculpó suavemente. "¿Le gustaría bailar? "

Susannah se encontró repentinamente muda. "¿Bailar? " repitió finalmente, un tanto enojada ante su incapacidad de decir algo más.

"En efecto," murmuró él.

Ella aceptó su mano extendida, -poco más podía hacer con tanta gente mirando-y permitió que la condujera a la pista de baile. Él era alto, más alto aún que Clive, quien le sacaba una cabeza a ella, y poseía un aire extrañamente reservado-casi demasiado controlado, si tal cosa era posible. Viéndolo moverse entre la muchedumbre la asaltó el extraño pensamiento de que un día su famoso control se rompería.

Y sólo entonces surgiría el verdadero Conde de Renminster.


* * *

David Mann-Formsby no había pensado en Susannah Ballister durante meses, no desde que su hermano había decidido casarse con Harriet Snowe en vez de con la morena belleza que actualmente baila el vals en sus brazos. Una diminuta punzada de culpa por ello, sin embargo, comenzó a brotar en él, porque tan pronto como la había visto, moviéndose a través del salón de baile como si, en vez de escapar, se dirigiera a un lugar concreto, cuando cualquiera que se tomara la molestia de mirarla durante más de un segundo habría visto la tirante expresión de su cara, el dolor al acecho tras sus ojos, le habían recordado el lamentable tratamiento de Susannah a manos de los miembros de la Temporada después de que Clive hubiera decidido casarse con Harriet.

Y realmente, nada de ello había sido culpa de ella.

La familia de Susannah, aunque era absolutamente respetable, no poseía título, ni tampoco eran particularmente ricos. Y cuando Clive la había abandonado en favor de Harriet, cuyo apellido era tan antiguo como enorme su dote, la sociedad se había reído disimuladamente a sus espaldas – y él supuso que, probablemente, en su cara también. La habían llamado ambiciosa y trepadora. Más de una matrona de sociedad – de la clase que tenía hijas sin la valentía y el atractivo de Susannah Ballister- había comentado que la pequeña advenediza había sido puesta en su lugar, y que cómo se había atrevido ni siquiera a pensar que podría conseguir una oferta de matrimonio del hermano de un conde.

David había encontrado todo el episodio bastante desagradable, pero ¿qué podría haber hecho él? Clive había hecho su elección, y en opinión de David, había hecho la correcta. Harriet, finalmente, sería mucho mejor esposa para su hermano.

De todos modos, Susannah había sido una participante inocente en el escándalo; ella no sabía que el padre de Harriet rondaba a Clive, o que Clive pensó que Harriet, menuda y de ojos azules sería una esposa más conveniente. Clive debería haber hablado con Susannah antes de poner el anuncio en el periódico, e incluso, si fuera demasiado cobarde para advertirla personalmente, seguramente debería haber sido bastante inteligente para no hacer un magnífico anuncio publico del compromiso en el baile de los Mottram antes de que el anuncio oficial apareciera en el Times. Cuando Clive había estado de pie delante de la pequeña orquesta, con una copa de champán en la mano efectuando su alegre discurso, nadie había mirado a Harriet, que estaba, de pie, a su lado.

Susannah había sido el centro de las miradas. Susannah con la boca abierta de la sorpresa y los ojos afligidos.

Susannah, quien había luchado para mantenerse fuerte y orgullosa antes de huir finalmente de la escena.

Su rostro angustiado había sido una imagen que David había llevado en su mente durante muchas semanas, meses incluso, hasta que lentamente se fue desvaneciendo, perdiéndose entre sus actividades diarias y compromisos.

Hasta ahora.

Hasta que la había divisado en la esquina, fingiendo que ella no había notado a Clive y Harriet rodeados por un grupo de admiradores. Era una mujer orgullosa, diría él, pero el orgullo podría llevarlo a uno demasiado lejos, hasta que simplemente quisiera escapar y estar solo.

No se sorprendió cuando ella, finalmente, se encaminó hacia la puerta.

Al principio había pensado dejarla marchar, quizás, incluso, retroceder, de modo que no se viera obligada a tropezar con él siendo testigo de su huida. Pero entonces un extraño e irresistible impulso lo había empujado a avanzar hacia delante. No es que le molestara que ella se hubiera convertido en una “florecilla”; siempre había habido “florecillas” en la Temporada, y había poco que un hombre pudiera hacer para rectificar la situación.

Pero David era un Mann-Formsby hasta la misma punta de los dedos del pie, y si había una cosa que no podía soportar, era saber que su familia había causado mal a alguien. Y, ciertamente, su hermano había herido a esta joven. David no llegaría al extremo de afirmar que su vida había quedado arruinada, pero, desde luego, ella había estado expuesta a demasiada e inmerecida aflicción.

Como Conde de Renmister, no, como Mann-Formsby- era su deber compensarla.

Así que le pidió bailar. Un baile sería notado. Sería comentado. Y aunque no estuviera en la naturaleza de David adularse a si mismo, sabía que una simple invitación a bailar de su parte haría maravillas para restaurar la popularidad de Susannah.

Ella había parecido más bien asustada por su petición, pero había aceptado; después de todo, ¿qué otra cosa podría hacer con tanta gente mirando?.

La condujo al centro del salón de baile, sin apartar sus ojos de su cara. David nunca había tenido problemas para entender por qué Clive se había sentido atraído. Susannah poseía una belleza serena y oscura que él encontraba mucho más atractiva que el actual ideal rubio y de ojos azules que era tan popular entre la sociedad.

Su piel era de pálida porcelana, con cejas oscuras perfectamente arqueadas y labios del color de una rosada frambuesa. Había oído que había antepasados galeses en su familia, y podría ver fácilmente su influencia.

"Un vals," dijo ella con sequedad, una vez que el quinteto de cuerda comenzó a tocar. "¡Qué casualidad!. "

Él se rió entre dientes ante su sarcasmo. Ella no había sido nunca extrovertida, pero era siempre directa, y él admiraba ese rasgo, sobre todo cuando se combinaba con la inteligencia. Comenzaron a bailar, y justo cuando él había decidido hacer un comentario trivial acerca del tiempo -para ser visto conversando como adultos razonables – ella lo sorprendió al preguntar: "¿Por qué me ha invitado usted a bailar? "

Durante un momento se quedó mudo. Directa, en efecto. "¿Necesita un caballero una razón? " le respondió.

Sus labios se fruncieron ligeramente por las comisuras. "Usted nunca me pareció la clase de caballero que hace algo sin una razón. "

Él se encogió de hombros. " Parecía bastante sola en la esquina. "

"Yo estaba con Lord Middlethorpe," dijo ella arrogantemente.

Él simplemente alzó las cejas, ya que ambos sabían que generalmente el anciano Lord Middlethorpe no era considerado la primera opción para acompañar a una dama.

"No necesito su compasión," refunfuñó ella.

"Desde luego que no," acordó él.

Sus ojos volaron hacia él. "Ahora está siendo condescendiente. "

"No soñaría con ello," dijo él, con bastante franqueza.

"¿Entonces qué es esto? "

"¿Esto? " repitió él, dando a su cabeza una inclinación interrogante.

"Bailar conmigo. "

David quiso sonreír, pero no quería que ella pensara que se reía de ella, así que se las arreglo para conservar los labios serios mientras decía, "Usted es bastante suspicaz para ser una dama que esta a mitad de un vals. "

Ella contestó, "Los valses son precisamente el momento en el que una dama debe ser más suspicaz. "

"De hecho," dijo él, sorprendiéndose con sus propias palabras, "quería pedirle perdón. " Se aclaró la garganta. "Por lo que pasó el pasado verano. "

“¿A qué," preguntó ella, con palabras cuidadosamente medidas, "se refiere usted? "

La miró con lo que esperaba fuera una expresión amable. No era una expresión a la que estuviera particularmente acostumbrado, así que no estaba bastante seguro de estar haciéndolo bien. De todos modos, trató de parecer comprensivo cuando dijo, "Creo que usted ya lo sabe. "

Su cuerpo se puso rígido, incluso mientras bailaban, y él habría jurado que pudo ver como su espina dorsal se convertía en acero. "Quizás", dijo ella envaradamente, "pero no creo que eso sea algo que le concierna. "

"Puede ser que no," admitió él, "pero, sin embargo, no aprobé el modo en que fue tratada por la sociedad después del compromiso de Clive. "

"¿Se refiere usted a los chismes," preguntó ella, con expresión suave, "o a los desaires que me dirigieron? ¿O tal vez a las mentiras? "

Él tragó, inconsciente de que su situación hubiera sido tan desagradable. "A todo," dijo calmadamente. "No fue nunca mi intención – "

“¿Su intención? " lo cortó ella, sus ojos destellando con algo próximo a la furia. “¿Su intención? Yo suponía que Clive había tomado su propia decisión. ¿Admite entonces que Harriet era su opción, no la de Clive? "

"Ella fue su elección," dijo él firmemente.

“¿Y la suya? " insistió ella.

Parecía haber poco valor- y poco honor – en mentir. "Y la mía. "

Ella apretó los dientes, pareciendo de alguna manera vindicada, pero también un poco desinflada, como si hubiera estado esperando este momento durante meses, y ahora que estaba aquí, no era tan dulce como había esperado.

"Pero si él se hubiera casado con usted," dijo David tranquilamente, "yo no me habría opuesto. "

Sus ojos volaron a su cara. "Por favor, no me mienta," susurró ella.

"No lo hago. " Él suspiró. "Usted será una esposa estupenda para alguien, señorita Ballister. De eso no tengo la menor duda. "

Ella no dijo nada, pero sus ojos se pusieron brillantes, y él podría haber jurado que durante un momento sus labios temblaron.

Algo comenzó a tirar en su interior. No estaba seguro de lo que era, y no quería pensar en que lo sentía alrededor del corazón, pero advirtió que simplemente no podía verla tan cercana a las lágrimas. Aunque no había nada que pudiera hacer excepto decir "Clive debería haberla informado de sus planes antes de anunciarlos en sociedad. "

"Sí," dijo ella, la afirmación quebrada por una áspera risa. "Debería haberlo hecho. "

David sintió que su mano apretaba ligeramente la cintura de ella. No se lo estaba poniendo fácil, pero, en realidad, no tenía ninguna razón para esperar que ella así lo hiciera. En verdad, admiró su orgullo, respetó el modo que se conducía recta y con la cabeza alzada, como si no permitiría que la sociedad le dijera como debía juzgarse a si misma.

Era, se dio cuenta con un estremecimiento de sorpresa, una mujer notable.

"Debería haber hecho," dijo él, repitiendo inconscientemente sus palabras, "pero no lo hizo, y por eso es por lo que debo pedirle perdón. "

Ella inclinó la cabeza ligeramente, sus ojos casi divertidos cuando dijo, "Uno imaginaría que la disculpa sería mejor viniendo de Clive, ¿no cree? "

David sonrió sin humor. "En efecto, pero deduzco que él no lo ha hecho. Por lo tanto, como un Mann-Formsby…-"

Ella resopló entre dientes, lo cual no lo divirtió.

"…Como un Mann-Formsby," dijo él de nuevo, levantando la voz, y bajándola luego cuando varios bailarines cercanos miraron con curiosidad en su dirección. "Como cabeza de familia de los Mann-Formsby," corrigió él, "es mi deber pedir perdón cuando un miembro de mi familia actúa de forma deshonrosa. "

Él había esperado una réplica rápida, y efectivamente, ella abrió la boca inmediatamente, sus ojos destellando con oscuro fuego, pero entonces, con una velocidad que le cortó el aliento, pareció cambiar de opinión. Y cuando finalmente habló, dijo, "Gracias. Acepto su disculpa en nombre de Clive. "

Había una tranquila dignidad en su voz, algo que lo hizo querer acercarla más, entrelazar sus dedos para algo más que simplemente sostener sus manos.

Pero aunque hubiera querido explorar ese sentimiento más estrechamente – y él no estaba seguro de querer hacerlo- su oportunidad se perdió cuando la orquesta finalizó el vals, haciendo que se detuviera de pie en medio del salón de baile e inclinándose en un elegante saludo que Susannah le devolvió con una reverencia.

Ella murmuró un cortés, "Gracias por el baile, milord," y estaba claro que su conversación había finalizado.

Pero mientras miraba cómo ella abandonaba el salón de baile dirigiéndose a dondequiera que hubiera estado yendo cuando él la había interceptado -no podía sacudirse el sentimiento…

Quería más.

Más de sus palabras, más de su conversación.

Más de ella.


* * *

Más tarde esa noche, tuvieron lugar dos acontecimientos muy extraños.

El primero ocurrió en el dormitorio de Susannah Ballister.

No podía dormir.

Esto no habría parecido raro a mucha gente, pero Susannah era de la clase de personas que se dormía al instante en que su cabeza caía sobre la almohada. Esto volvía loca a su hermana durante los años que habían compartido habitación. Leticia siempre quería permanecer un rato despierta después de acostarse y conversar en susurros en la oscuridad, y las contribuciones de Susannah a la conversación nunca fueron más allá de un ligero ronquido.

Incluso en los días posteriores a la traición de Clive, Susannah había dormido como un tronco. Esta había sido su única vía de escape al constante dolor y confusión en que se convertía la vida de una debutante a la que habían dado calabazas.

Pero esta noche era diferente. Susannah permanecía acostada boca arriba (lo que era raro en sí mismo, puesto que ella prefería dormir de lado) y mirando al techo, preguntándose cuándo la grieta en el yeso se había ensanchado lo suficiente para parecerse a un conejo.

O más bien, era en qué intentaba pensar cada vez que resueltamente expulsaba al Conde de Renminster de su mente. Ya que la realidad era que no podía dormir porque no podía dejar de revivir su conversación con él, deteniéndose a analizar cada una de sus palabras, y tratando luego de ignorar la estremecedora sensación que la recorría cuando ella recordaba su vaga y algo irónica sonrisa.

Todavía no podía creer que se hubiese enfrentado a él. Clive se refería siempre a él como "el anciano," y le llamó, en varias ocasiones, aburrido, altivo, altanero, arrogante, y condenadamente molesto.

Susannah se había sentido más bien aterrorizada por el conde; Clive ciertamente no lo había hecho aparecer muy tratable.

Pero se había mantenido firme y había conservado su orgullo.

Ahora no podía dormir por pensar en él, pero no le importaba demasiado – no con este vertiginoso sentimiento.

Hacía mucho tiempo que no se sentía orgullosa de sí misma. Había olvidado lo agradable que era esa sensación.


* * *

El segundo acontecimiento extraño ocurrió en la otra punta de la ciudad, en el distrito de Holborn, frente a la casa de Anne Miniver, que vivía tranquilamente junto a todos los abogados y procuradores que trabajaban en los cercanos Tribunales de la Corte, aunque su ocupación, si uno pudiera llamarla así, era la de amante. Amante del Conde de Renminster, para ser exacto.

Pero la señorita Miniver era inconsciente de que algo extraño sucedía en el exterior. En efecto, la única persona que lo noto fue el conde mismo, quien había ordenado a su cochero llevarlo directamente del baile de los Worth a la elegante residencia de Anne. Pero cuando él subió los escalones de la puerta principal y levantó el llamador de cobre, se dio cuenta de que no tenía el más mínimo interés en verla. El impulso, simplemente, había desaparecido.

Lo que para el conde era, en efecto, bastante extraño.

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