Capítulo Tres.

Otra vez, la señorita Susannah Ballister es la comidilla de la ciudad. Después de conseguir la dudosa distinción de ser la más popular e impopular señorita de la temporada de 1813 (gracias, casi en su totalidad, al de vez en cuando necio Clive Mann-Formsby), ella disfrutaba un poco de anonimato hasta que otro Mann-Formsby-esta vez David, el Conde de Renminster-la agració con su completa atención en la representación del sábado por la noche del Mercader de Venecia en Drury Lane.

Una tan solo puede especular en cuanto a las intenciones del conde, ya que la señorita Ballister estuvo muy cerca de convertirse en una Mann-Formsby el pasado verano, aunque su prefijo hubiera sido el de Sra. De Clive, y ella habría sido la hermana del conde.

Esta Autora se siente segura escribiendo que nadie que viera la forma en que el conde miraba a señorita Ballister durante toda la interpretación calificaría su interés como de fraternal.

En cuanto a la señorita Ballister- si las intenciones del conde son nobles, entonces Esta Autora también se siente segura al escribir que todos convendrán en que esta vez ella ha conseguido al mejor Mann-Formsby


Revista de Sociedad de Lady Whistledown,

31, de Junio, de 1814


Una vez más, Susannah no podía dormir. Y no era sorprendente – ¡Mi hermano no era digno de una mujer como usted! ¿Qué había querido decir él con esto? ¿Por qué diría el conde tal cosa?

¿Podría estar cortejándola? ¿El conde?

Sacudió la cabeza, era la forma más rápida de alejar de su mente tontas ideas. Imposible. El Conde de Renminster nunca había mostrado signos de estar seriamente interesado en alguien, y Susannah más bien dudaba de que fuera a comenzar con ella.

Y además, ella tenía toda la razón al sentirse sumamente irritada con el hombre. Ella había perdido el sueño por su culpa. Susannah nunca había perdido el sueño por nadie. Ni siquiera por Clive.

Y si eso no fuera bastante malo, su agitada noche de vigilia el sábado se repitió el domingo. Y el lunes fue aún peor, debido a su mención en la columna de Lady Whistledown de aquella mañana. Por ello cuando llegó el martes por la mañana, Susannah estaba cansada y gruñona cuando su mayordomo las encontró a ella y a Letitia tomando el desayuno.

"Señorita Susannah," dijo, inclinando la cabeza ligeramente en su dirección. "Ha llegado una carta para usted. "

¿"Para mí? " preguntó Susannah, tomándola en su mano. El sobre era de calidad, sellado con cera azul oscura. Reconoció al instante el sello. Renminster.

"¿De quién es? " preguntó Letitia, una vez que terminó de masticar el trozo de bollo que había metido en su boca cuando había entrado el mayordomo.

"No la he abierto aún," dijo Susannah con irritación. Y si era inteligente, no la abriría hasta estar lejos de la compañía de Letitia.

Su hermana la contempló como si fuera imbécil. "Eso es fácilmente remediable," indicó Letitia.

Susannah dejó la carta sobre la mesa, al lado de su plato. "La miraré más tarde. Ahora mismo tengo hambre. "

"Ahora mismo me muero de la curiosidad," replicó Letitia. "¡Abre esa carta en este mismo instante o yo lo haré por ti!. "

" Voy a terminar mis huevos, y entonces- ¡Letitia! " El nombre salió más bien como un chillido, mientras Susannah embestía a través de la mesa sobre su hermana, que acababa de birlarle el sobre en una esmerada y veloz maniobra que Susannah habría sido capaz de interceptar si sus reflejos no hubieran estado embotados por la falta de sueño.

"Letitia" dijo Susana, con voz mortífera "si no me devuelves esa carta sin abrir, no te lo perdonaré jamás. " Y cuando no pareció funcionar, añadió, "Nunca, durante el resto de mi vida. "

Letitia pareció considerar sus palabras.

"Te perseguiré," insistió Susannah. "No habrá ningún lugar donde puedas permanecer a salvo. "

"¿De ti? " preguntó Letitia, dubitativamente.

"Dame la carta. "

"¿La abrirás? "

"Sí. Dámela. "

"¿La abrirás ahora? " insistió Letitia.

"Letitia, si no me devuelves esa carta en este mismo instante, te despertarás una mañana con todo tu pelo cortado. "

Letitia la miró boquiabierta. "¿No lo dirás en serio? "

Susannah le dirigió una fulminante mirada con los ojos entrecerrados. "¿Tengo aspecto de estar bromeando? "

Letitia tragó saliva y le ofreció la carta con mano inestable. "Creo que realmente lo dices en serio. "

Susannah arrebató la misiva de la mano de su hermana. "Te habría cortado varios centímetros, al menos," refunfuñó.

"¿Vas a abrirla? " dijo Letitia, incapaz, como siempre, de no insistir sobre un tema.

"Muy bien," dijo Susannah, con un suspiro. Tampoco era como si fuera a ser capaz de guardarlo en secreto, de todos modos. Simplemente, había esperado poder aplazarlo. Aun no había usado su cuchillo de la mantequilla, así que lo deslizó bajo la tapa del sobre e hizo saltar el sello.

"¿De quién es? " preguntó Letitia, aunque Susannah no había desplegado aún la carta.

"De Renminster," dijo Susana, con un cansado suspiro.

"¿Y estás disgustada? " preguntó Letitia, con ojos maliciosos.

"No estoy disgustada. "

"Suenas disgustada. "

"Bien, pues no lo estoy," dijo Susannah, deslizando la única hoja hoja de papel fuera del sobre.

Pero si no estaba disgustada, ¿cómo estaba? Excitada, tal vez, un poco al menos, aunque estuviera demasiado cansada para demostrarlo. El conde era excitante, enigmático, y seguramente más inteligente de lo que había sido Clive. Pero él era un conde, y seguramente no iba a casarse con ella, lo que significaba que finalmente, ella sería conocida como la muchacha que había sido abandonada por dos Mann-Formsbys.

Era más, pensó, de lo que podría sobrellevar. Ella había soportado la humillación pública una vez. No deseaba particularmente experimentarlo otra vez, y en mayor medida.

Que era por lo qué, cuando leyó su nota, y su solicitud de acompañamiento, su respuesta inmediata fue no.


Señorita Ballister:


Solicito el placer de su compañía el jueves, en la reunión de patinaje de Lord y Lady Moreland, Swan Lane Pier, a mediodía.

Con su permiso, la recogeré en su casa a las doce y media.


Renminster


"¿Qué quiere? " preguntó Letitia, sin aliento.

Susannah simplemente le dio la nota. Pareció más fácil que referir su contenido.

Letitia jadeó, tapándose la boca con la mano.

"¡Oh, por el amor del Cielo!," refunfuñó Susannah, tratando de volver enfocar su atención sobre su desayuno.

"¡Susannah, significa que te corteja! "

"No. "

"Sí. ¿Por qué si no te invitaría a la reunión de patinaje? " Letitia hizo una pausa y frunció el ceño. "Espero recibir una invitación. El patinaje sobre hielo es una de los pocos deportes en los que no parezco una completa imbécil. "

Susannah asintió con la cabeza, enarcando las cejas ante la subestimación de su hermana. Había un estanque cerca de su casa en Sussex que se helaba cada invierno. Ambas muchachas Ballister habían pasado horas y horas deslizándose a través del hielo. Incluso habían aprendido a girar sobre si mismas. Susannah había pasado más tiempo sobre su trasero que sobre sus patines durante su decimocuarto invierno, pero por Dios, que ella podía rotar sobre si misma.

Casi tan bien como Letitia. Realmente era una vergüenza que no la hubieran invitado aún. "Podrías venir con nosotros," dijo Susannah.

"Ah no, no podría hacer eso," dijo Letitia. "No si él te corteja. No hay nada como un tercero en discordia, para arruinar un perfecto romance. "

"No hay ningún romance," insistió Susannah, "y creo que no voy a aceptar su invitación, de todos modos. "

"Sólo dijiste que a lo mejor lo hacías. "

Susannah clavó con saña su tenedor en un pedazo de salchicha, profundamente irritada consigo misma. Odiaba a la gente que cambiaba de opinión caprichosamente, y por lo visto, al menos hoy, ella iba a tener que incluirse en ese grupo. "He cambiado de opinión," refunfuñó.

Durante un momento Letitia no replicó. Incluso tomó un bocado de huevos, los masticó a fondo, los tragó, y bebió un sorbo de té.

Susannah no pensó ni por un momento que su hermana hubiera abandonado la conversación; el silencio de Letitia nunca podía confundirse con nada más que un momentáneo indulto. Y así, justo cuando Susannah se había relajado lo suficiente para tomar un sorbo de te, sin darle tiempo a tragarlo, Letitia dijo: "Estás loca, lo sabes. "

Susannah se llevó la servilleta a los labios para impedir escupir el té. "No sé tal cosa, muchas gracias. "

"¿El Conde de Renminster? " dijo Letitia, con todo el rostro arrebolado de la incredulidad. ¿"Renminster? Dios bendito, hermana, es rico, es hermoso, y es conde. ¿Cómo demonios puedes rechazar su invitación? "

"Letitia," dijo Susannah, " es el hermano de Clive. "

"Soy consciente de eso. "

"Yo no le gustaba cuando Clive me cortejaba, y no entiendo cómo, de repente, ha cambiado de opinión ahora. "

"¿Entonces por qué te corteja? " Letitia exigió.

"No me está cortejando. "

"Lo está intentando. "

"No intenta -Oh, ¡al infierno,!" estalló Susannah, profundamente enojada a estas alturas de la conversación. "¿Por qué piensas que quiere cortejarme? "

Letitia dio un bocado a su panecillo y dijo con naturalidad, "Lady Whistledown lo dijo. "

"¡Maldita sea Lady Whistledown! " explotó Susannah.

Letitia retrocedió horrorizada, jadeando como si Susannah hubiera cometido un pecado mortal. "No puedo creer que hayas dicho eso. "

"¿Qué ha hecho nunca Lady Whistledown para ganar mi eterna admiración y mi lealtad? " quiso saber Susannah.

"Adoro a Lady Whistledown," dijo Letitia aspirando altivamente por la nariz, "y no toleraré que la difames en mi presencia. "

Susannah no pudo hacer nada más que permanecer allí sentada, contemplando el loco espíritu que, estaba segura, se había apoderado del cuerpo de su normalmente sensata hermana.

"Lady Whistledown," prosiguió Letitia, con ojos centelleantes, "te trató amablemente durante todo el horrible episodio con Clive el verano pasado. De hecho, ella debió ser la única londinense que lo hizo. Por ello, si no por nada más, no la menospreciaré nunca. "

Los labios de Susannah se separaron, el aliento atascado en la garganta. "Gracias, Letitia," dijo finalmente, su tono ronco acariciando el nombre de su hermana.

Letitia simplemente se encogió de hombros, obviamente no queriendo ponerse sentimental. "No es nada," dijo ella, su airoso tono desmentido por su leve sorber de mocos. "Pero creo que deberías aceptar la oferta del conde en cualquier caso. Aunque solo sea por restaurar tu popularidad. Si un baile con él pudo hacerte aceptable otra vez, piensa lo que un día entero de patinaje hará. Seremos asaltadas por las visitas de los caballeros. "

Susannah suspiró, realmente dividida. Había disfrutado de su conversación con el conde en el teatro. Pero ella era menos confiada desde que Clive le había dado calabazas el verano pasado. Y no quería ser nuevamente objeto de desagradables chismorreos, los cuales empezarían seguramente al minuto de que el conde decidiera prestar atención a alguna otra señorita.

"No puedo," dijo a Letitia, levantándose tan repentinamente que su silla casi se cayó. "Sencillamente no puedo. "

Sus excusas fueron enviadas al conde una hora más tarde.


* * *

Exactamente sesenta minutos después de que Susannah viera a su lacayo marcharse con su nota para el conde, rehusando su invitación, el mayordomo de los Ballisters la encontró en su habitación y la informó que el conde en persona había llegado y la esperaba abajo.

Susannah jadeó, dejando caer el libro que ella había estado tratando de leer toda la mañana. Este aterrizó sobre su dedo del pie.

"¡Guau! " exclamó ella.

"Se ha hecho usted daño, señorita Ballister? " preguntó el mayordomo cortésmente.

Susannah negó con la cabeza aunque su dedo del pie palpitara. Estúpido libro. No había sido capaz de leer más de tres párrafos en una hora. Siempre que miraba una página, las palabras se emborronaban y enturbiaban hasta que lo único que podía ver era la cara del conde.

Y ahora él estaba allí.

¿Trataba de torturarla?

Sí, pensó Susannah, sin el menor rastro de melodrama, probablemente lo intentaba.

"¿Puedo informarlo de que usted lo verá en un momento? " preguntó el mayordomo.

Susannah asintió con la cabeza. Ciertamente ella no estaba en posición de rechazar una audiencia con el Conde de Renminster, sobre todo en su propia casa. Un vistazo rápido en el espejo le dijo que su pelo no estaba demasiado despeinado aun después de haber estado recostada sobre su cama durante una hora, y con el corazón palpitándole, bajó.

Cuando entró en la sala, el conde se apoyaba contra el marco, mirando por la ventana, su postura orgullosa y perfecta como siempre. "Señorita Ballister," dijo él, dándose la vuelta para enfrentarla, "estoy encantado de verla. "

"Er, gracias," dijo ella.

"Recibí su nota. "

"Sí," ella dijo, tragando nerviosamente mientras se dejaba caer en una silla, "eso pensé. "

"Me sentí decepcionado. "

Ella levantó rápidamente la mirada hasta su rostro. Su tono era tranquilo, serio, e incluso había algo en él que insinuaba emociones más profundas. "Lo siento," dijo ella, hablando despacio, tratando de medir sus palabras antes de pronunciarlas en voz alta. "Nunca quise herir sus sentimientos. "

Él comenzó a andar hacia ella, pero sus movimientos eran lentos, casi predadores. "¿No quería? " murmuró él.

"No. " Contestó ella rápidamente, ya que era la verdad. "Desde luego que no. "

"¿Entonces por qué," preguntó él, sentándose en la silla más cercana a la de ella, "se negó usted? "

No podía decirle la verdad – que no había querido ser la muchacha que había sido abandonada por dos Mann-Formsbys. Si el conde comenzaba a acompañarla a reuniones de patinaje y a otras celebraciones por el estilo, la única forma en que no pareciera que la había dejado plantada sería que realmente se casara con ella. Y Susannah no quería que él pensara que ella iba detrás de una oferta de matrimonio.

¡Cielos!, ¿que podría ser más embarazoso que esto?

"¿No tiene entonces ninguna buena razón? " dijo el conde, con una de las esquinas de su boca ligeramente ladeada, aun cuando sus ojos nunca abandonaron su cara.

"No soy buena patinadora," balbució Susannah, esa mentira fue la única cosa que pudo pensar con tan poco tiempo.

"¿Eso es todo? " preguntó él, descartando su protesta con un caprichoso fruncimiento de sus labios. "No tema. Yo la sostendré. "

Susannah tomó aire. ¿Significaba eso que pondría sus manos en su cintura mientras ellos se deslizaban a través del hielo? De ser así, entonces su mentira, simplemente, podría resultar ser verdad, porque no estaba nada segura de que pudiera mantener el equilibrio sobre sus pies con el conde tan cerca.

"Yo… ah… "

"Excelente," declaró él, poniéndose de pie. "Entonces está arreglado. Seremos pareja en la reunión de patinaje. Si se levanta le daré su primera lección ahora. "

Él no le dio demasiada opción sobre el tema, tomando su mano y tirando de ella hacia arriba hasta ponerla de pie. Susannah echo un vistazo hacia la puerta, que notó no estaba tan abierta como ella la había dejado cuando entró.

Letitia.

La pequeña y furtiva casamentera. Iba a tener que tener una severa conversación con su hermana después de que Renminster finalmente se marchara. Letitia aún podría amanecer con todo su pelo cortado.

Y hablando de Renminster, ¿qué había dicho? Como la experta patinadora que era, Susannah sabía muy bien que no había nada que pudiera ser enseñado sobre ese deporte a menos que uno estuviera realmente sobre patines. Permaneció de pie de todos modos, en parte por curiosidad, y en parte porque su implacable tirón de su mano no le dejaba otra opción.

"El secreto del patinaje," dijo él (algo pomposamente, en opinión de Susannah), "está en las rodillas. "

Ella batió sus pestañas. Siempre había pensado que las mujeres que agitaban sus pestañas parecían un poco débiles, y ya que ella trataba de aparentar que no tenía ni idea sobre lo que hacía, pensó que este podría ser un toque eficaz. "¿Las rodillas, dice usted? " preguntó.

"En efecto," contestó él. "La flexión de las rodillas. "

"La flexión de las rodillas," repitió ella. "Imagíneselo. "

Si él notó el sarcasmo bajo su fachada de inocencia, no dio ninguna indicación. "En efecto", dijo otra vez, haciéndola preguntarse si quizás ésta no fuera su expresión favorita. "Si usted trata de mantener sus rodillas rectas, nunca conseguirá mantener el equilibrio. "

"¿Así? " preguntó Susannah, doblando sus rodillas exageradamente.

"No, no, señorita Ballister," dijo él, mostrando la posición correcta adoptándola él mismo. "Más bien así. "

Él parecía extraordinariamente absurdo intentando patinar en medio del salón, pero Susannah logró mantener su sonrisa bien escondida. Realmente, los momentos como éste no debían ser desperdiciados.

"No lo entiendo," dijo ella.

Las cejas de David se fruncieron debido a la frustración. "Venga aquí," dijo él, moviéndose hacia un lado del cuarto donde no había ningún mueble.

Susannah lo siguió.

"Así," dijo él, tratando de moverse a través de los pulidos suelos de madera como si realmente estuviera sobre patines.

"No parece que se…deslice," dijo ella, su cara era un perfecto retrato de inocencia.

David la miró con recelo. Ella parecía casi demasiado angelical, allí mirándolo ponerse en ridículo. Sus zapatos no tenían cuchillas bajo ellos, desde luego, por lo que no se deslizaron en absoluto sobre el suelo.

"¿Por qué no lo intenta otra vez? " preguntó ella, sonriendo casi como la Mona Lisa.

¿"Por qué no lo intenta usted? " respondió él.

"Oh, yo no podría," dijo ella, sonrojándose modestamente. Excepto – él frunció el ceño -que no se había sonrojado. Tan solo inclinaba su cabeza ligeramente hacia abajo de un modo tan vergonzoso que debería haber sido acompañado por un rubor.

"Se aprende practicando," dijo él, determinado a hacerla patinar aunque muriera en el intento. "Es la única forma. " Si él se iba a poner en ridículo, por Dios, que ella también.

Ella ladeó la cabeza ligeramente, pareciendo como si considerara la idea, y entonces simplemente sonrió y dijo, "No, gracias. "

Él se acercó a su lado. "Insisto," murmuró resueltamente, situándose solamente un poquito más cerca de lo que era apropiado.

Sus labios se entreabrieron de la sorpresa al tomar conciencia de él. Bien. Él quería que ella tomara conciencia de él, aún si ella no entendía lo que esto significaba.

Moviéndose hasta quedar ligeramente detrás de ella, él colocó sus manos en su cintura. “Inténtelo de esta forma," dijo él suavemente, sus labios escandalosamente cerca de su oído.

"Mi… -milord," susurró ella. Su tono sugirió que ella había tratado de gritar la palabra, pero que careció de la energía, o quizás de la convicción necesaria.

Era, desde luego, completamente impropio, pero como él planeaba casarse con ella, no vio realmente ningún problema.

Además, él disfrutaba bastante seduciéndola. Incluso aunque – no, sobre todo porque – ella ni siquiera se daba cuenta de lo que estaba sucediendo.

"Así," dijo él, su voz casi convertida en un susurro. Ejerció un poco de presión sobre su cintura, para obligarla a avanzar como si estuvieran patinando como pareja. Pero por supuesto ella tropezó, ya que sus zapatos no se deslizaron sobre el suelo, tampoco. Y cuando ella tropezó, él tropezó.

Para su eterna consternación, sin embargo, de alguna manera lograron permanecer sobre sus pies, y no terminar en un enredo sobre el suelo. Lo que había sido, desde luego, su intención.

Susannah se desenredó expertamente de su asimiento, dejándolo preguntándose si ella había tenido que practicar la misma maniobra con Clive.

Cuando se dio cuenta de que su mandíbula estaba apretada, él casi tuvo que comprobarlo con el tacto.

"¿Sucede algo, milord? " preguntó Susannah.

"Nada en absoluto," dijo él, en voz alta. "¿Por qué piensa eso? "

"Usted parece un poco" – ella parpadeó varias veces mientras consideraba su expresión- "enojado".

"En absoluto," dijo él, suavemente, forzando a todos los pensamientos de Clive y Susannah y Susannah y Clive a abandonar su mente. "Pero deberíamos intentar el patinaje otra vez. " Quizás esta vez lograría orquestar una caída.

Ella se alejó, como la chica lista que era. "Creo que este es el momento de tomar un té," dijo ella, con tono, de alguna forma, dulce y resuelto al mismo tiempo.

Si aquel tono no hubiera significado tan obviamente que él no iba a conseguir lo que quería, – a saber, su cuerpo íntimamente alineado con el de ella, preferentemente tumbados sobre el suelo -podría haberla admirado. Evidentemente era un talento, conseguir exactamente lo que uno quería sin necesidad alguna de borrar la sonrisa de la cara de alguien.

"¿Le gusta el té? " preguntó ella.

"Desde luego," mintió él. Detestaba el té, aún cuando esto fastidiaba siempre enormemente a su madre, que sentía que era el deber patriótico de todos beber la espantosa bebida. Pero sin el té, él no tendría ninguna excusa para no marcharse.

Entonces ella frunció el ceño, y mirándolo directamente dijo, "Usted odia el té. "

"Lo recuerda," comentó él, algo impresionado.

"Me ha mentido," indicó ella.

"Quizás porque esperaba permanecer en su compañía," dijo él, mirándola fijamente como si ella fuera un bizcocho de chocolate.

Él odiaba el té, pero el chocolate -bien, eso era otra historia.

Ella dio un paso al lado. "¿Por qué? "

"¿Por qué? en efecto," murmuró él. "Esa es una buena pregunta. "

Ella dio otro paso al lado, pero el sofá bloqueó su camino.

Él sonrió.

Susana le devolvió la sonrisa, o al menos lo intentó. "Puedo hacer que traigan otra bebida para usted. "

Él pareció considerarlo durante un breve momento y entonces dijo, "No, creo que es hora de que me marché. "

Susannah casi jadeó ante el nudo de desilusión que se formó en su pecho. ¿Cuándo su ira por su arbitrariedad se había convertido en deseo de su presencia? ¿Y a qué jugaba? Primero él había inventado la excusa más tonta para poner sus manos sobre ella, después mintió para prolongar su visita,¿ y ahora, de repente quería marcharse?

Estaba jugando con ella. Y lo peor era… que una pequeña parte de ella disfrutaba con ello.

Él dio un paso hacia la puerta. "¿La veré el jueves, entonces? "

"¿El jueves? " repitió ella.

"La reunión de patinaje," le recordó él. "Creo que dije que la recogería treinta minutos antes."

"Pero nunca acepté ir," soltó ella.

"¿No? " Él sonrió suavemente. "Podría jurar que lo hizo. "

Susannah sospecho que caminaba por aguas traicioneras, pero simplemente no podía detener al obstinado diablillo que evidentemente había asumido el control de su mente. "No", dijo, "no lo hice. "

En menos de un segundo, él había retrocedido a su lado, y estaba de pie cerca… muy cerca. Tan cerca que el aliento abandonó su cuerpo, sustituido por algo más dulce, más peligroso.

Algo completamente prohibido y delicioso.

"Creo que lo va a hacer," dijo él suavemente, tocando con sus dedos su barbilla.

"Milord," susurró ella, atontado por su proximidad.

"David," dijo él.

"David," repitió ella, demasiado hipnotizado por el fuego de sus ojos verdes para decir algo más. Pero de alguna forma le pareció correcto. Ella no había pronunciado nunca su nombre, ni siquiera había pensado en él como en algo más que el hermano de Clive o Renminster, o simplemente el conde. Pero ahora, de alguna manera, él era David, y cuando ella examinó sus ojos, tan cerca de los suyo, vio algo nuevo.

Vio al hombre. No el título. Ni la fortuna.

El hombre.

Él tomó su mano y se la llevó a los labios. "Hasta el jueves, entonces," murmuró, su beso acarició su piel con dolorosa ternura.

Ella asintió con la cabeza, porque no podía hacer nada más.

Congelada en el sitio, contempló silenciosamente como se separaba y caminaba hacia la puerta.

Pero entonces, cuando él extendió su mano hacia el tirador de la puerta-justo en aquella fracción de segundo antes de que él realmente lo tocara -se paró. Se paró y se giró y mientras ella permanecía allí de pie mirándolo, él dijo, más para si mismo que para ella, "No, no debería hacerlo."

Él solo necesitó tres largos pasos para alcanzarla. En un movimiento tan alarmante como fluidamente sensual, la estrechó contra él. Sus labios encontraron los suyo, y la besó.

La besó hasta que ella pensó que podría desmayarse de deseo.

La besó hasta que ella pensó que podría prescindir del aire.

La besó hasta que ella no podía pensar en nada más que en él, no podía ver nada más que su rostro en su mente, y no quería nada más que el sabor de él sobre sus labios… para siempre.

Y luego, con la misma brusquedad con la que la había traído a sus brazos, se separó.

"¿El jueves? " preguntó suavemente.

Ella asintió, con una mano rozándose los labios.

Él sonrió. Despacio, con hambre. "Pensaré con mucha ilusión en ello," murmuró él.

"Y yo," susurró ella, aunque no antes de que él se hubiera marchado. "Y yo. "

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