Capitulo Siete.

Y en medio de todo este frío, nieve y viento helado y frío y… bien, en medio de este tiempo abominable, para decirlo francamente,¿ puede Esta Autora recordarle, querido lector, que el día de San Valentín se acerca rápidamente?

Hora de ir al almacén de papelería para conseguir tarjetas de San Valentín y quizás, también para visitar al confitero y a la florista.

Caballeros, ahora es el momento de expiar todos sus pecados y transgresiones. O al menos de intentarlo.


Revista de Sociedad de Lady Whistledown,

4 de febrero de 1814


El estudio de David estaba por lo general impecable, cada libro colocado en su sitio sobre la correspondiente estantería; los papeles y los documentos organizados en ordenadas pilas, o aún mejor, archivados en su lugar o en su cajón; y nada, absolutamente nada, sobre el suelo excepto la magnifica alfombra y el mobiliario.

Esta noche, sin embargo, la habitación estaba cubierta de papeles. Papeles arrugados. Tarjetas de San Valentín, para ser exactos.

David no era precisamente un romántico, o al menos no creía serlo, pero hasta él sabía que si uno quería comprar tarjetas de San Valentín, lo hacía en H. Dobbs amp; Co.; por lo que esa mañana salió, condujo hacía New Bridge Street, atravesando la ciudad hacía la catedral de St. Paul, y compró una caja de las mejores tarjetas.

Todas sus tentativas de escritura florida y poesía romántica fueron, sin embargo, un desastre, y a mediodía se encontró de nuevo en los tranquilos confines de H. Dobbs amp; Co., comprando otra caja de sus mejores tarjetas de San Valentín, esta vez una de doce en vez de la de media docena que había comprado esa misma mañana.

Ambas visitas había sido muy embarazosas, pero no tanto, como cuando se lanzó a través de la puerta del almacén esa misma tarde, justo cinco minutos antes de que fuera la hora de cierre, después de haber cruzado, a la carrera con su faetón la ciudad a una velocidad que solo se podía calificar de imprudente (aunque estúpida y suicida también eran válidas). El propietario era un profesional por lo que no mostró ni un asomo de sonrisa cuando entregó a David su caja más grande de tarjetas de San Valentín (dieciocho en total), y luego le sugirió la compra de un delgado libro titulado “Escritores de San Valentín”, que pretendía ofrecer detalladas instrucciones de cómo escribir una tarjeta de San Valentín para cualquier tipo de receptor.

David estaba horrorizado de que él, que había estudiado literatura en Oxford, se viera reducido a la utilización de una guía para escribir una maldita tarjeta de San Valentín, pero había aceptado el libro sin una palabra, y de hecho, sin reacción alguna, excepto la sensación de ardor sobre sus mejillas.

Dios bendito, un rubor. ¿Cuándo fue la última vez que se había sonrojado? Obviamente, el día no podría ser más infernal.

Y así, a las diez de la noche, allí estaba él, sentado en su estudio con una tarjeta de San Valentín sobre su escritorio, y las treinta y cinco esparcidas por el cuarto, rotas o estrujadas.

Una tarjeta de San Valentín. Su última oportunidad de llevar a buen puerto el maldito esfuerzo. Sospechaba que H. Dobbs no abría los sábados y sabía con certeza que no abría los domingos, así que si no hacía un buen trabajo con esta ultima, se quedaría, probablemente, hasta el lunes con esta horrible tarea pendiendo sobre su cabeza.

Dejó caer la cabeza y gimió. Era solo una tarjeta de San Valentín. Una tarjeta. No debería ser tan difícil. Ni siquiera podía calificarse de “gran gesto romántico”.

¿Pero qué le decía uno a la mujer a la que quería amar durante el resto de su vida? El estúpido libro de “Escritores de San Valentín” no ofrecía ningún consejo al respecto, al menos ninguno aplicable cuando uno se temía haber enfadado a la dama en cuestión el día anterior con su estúpido comportamiento, peleándose con su propio hermano.

Clavó la mirada en la tarjeta en blanco, mirándola fijamente. Y esperó. Y esperó.

Sus ojos comenzaron a arder. Se obligó a parpadear.

"¿Milord? "

David alzó la vista. Nunca una interrupción de su mayordomo había sido tan bienvenida.

"Milord, ha venido una dama a verlo. "

David soltó un suspiro de cansancio. No podía imaginar quién era; tal vez Anne Miniver, quien probablemente creía que era todavía su amante ya que no se había puesto en contacto con ella para comunicarle su ruptura.

"Hágala pasar," dijo a su mayordomo. Supuso que podría sentirse agradecido de que Anne le hubiera ahorrado la molestia de tener que hacer todo el camino hasta Holborn.

Soltó un pequeño resoplido de irritación. Podía haberse detenido fácilmente en su casa en Holborn alguna de las seis veces que había pasado casi por su puerta hoy, en sus repetidas visitas al almacén de papelería.

La vida estaba llena de pequeñas y encantadoras ironías, ¿verdad?

David se puso de pie, porque no sería cortés permanecer sentado cuando Anne entrara. Puede que ella hubiera nacido en el lado equivocado de la cama, y ciertamente vivía su vida en el lado incorrecto de la sociedad, pero aún así era, a su modo, una señora, y merecía sus mejores modales, dadas las circunstancias. Caminó hasta la ventana mientras esperaba su llegada, retirando las pesadas cortinas para mirar fijamente hacia la oscuridad del exterior.

"¿Milord," oyó decir a su mayordomo, seguido de, "¿David? "

Dio media vuelta. Esa no era la voz de Anne.

"¡Susannah! " exclamó con incredulidad, haciendo un cortante gesto con la cabeza para despedir a su mayordomo. "¿Qué hace usted aquí? "

Ella le contestó con una sonrisa nerviosa mientras echaba un vistazo alrededor de su estudio.

David gimió interiormente. Las tarjetas de San Valentín, arrugadas y rotas, estaban por todas partes. Rezó para que ella fuera demasiado cortés para mencionarlo. "¿Susannah? " preguntó de nuevo, con creciente preocupación. No podía imaginar ninguna circunstancia que la obligara a visitarlo, a un caballero soltero, en su casa. Y en medio de la noche, nada menos.

"Yo…lamento molestarle," dijo ella, mirando por encima de su hombro aunque el mayordomo había cerrado la puerta al marcharse.

"No es ninguna molestia en absoluto," contestó él, resistiendo el impulso de correr a su lado. Algo horrible había pasado; no podía haber ninguna otra razón por la que ella estuviera aquí. Y aún así, no se fiaba de si mismo para estar al lado de ella, no creía que fuera capaz de no estrecharla en sus brazos.

"Nadie me ha visto," le aseguró ella, mordiéndose nerviosamente el labio inferior. "Yo…yo me aseguré de ello, y – "

"¿ Susannah, qué sucede? " dijo distraído, desistiendo de su promesa de permanecer al menos a tres pasos de distancia de ella. Se movió velozmente hasta quedar junto a ella, y cuando no contestó, tomó su mano en la suya. "¿Qué sucede? ¿Por qué está aquí? "

Pero era como si ella no lo hubiera oído. Miraba fijamente por encima del hombro de David, apretando y soltando la mandíbula antes de decir finalmente, "No se verá en la obligación de casarse conmigo, si eso es lo que le preocupa. "

Aflojó el apretón en su mano. Eso no era una preocupación. Eso era su mayor deseo.

"Yo sólo – " Ella tragó nerviosamente y lo miró a los ojos. La fuerza de su mirada hizo que le temblaran las rodillas. Sus ojos, tan oscuros y luminosos, relucían, no con lágrimas contenidas, sino con algo más. Emoción, quizás. Y sus labios, Dios querido, ¿tenía ella que lamerlos? Iba a tener que ser santificado por no besarla en ese mismo instante.

"Tenía que decirle algo," dijo ella, con la voz convertida casi en un susurro.

"¿Esta noche? "

Ella asintió. "Esta noche. "

Él esperó, pero ella no dijo nada, sólo miró a lo lejos y tragó otra vez, como si intentara hacer acopio de fuerzas.

"Susannah," susurró él, rozándole la mejilla, "Puede decirme cualquier cosa. "

Sin mirarlo realmente, ella dijo, "He estado pensando sobre usted… y yo… Yo… " Alzó la vista. "Esto es muy difícil. "

Él sonrió suavemente. "Prometo… Independientemente de lo que diga, que quedará entre nosotros. "

A ella se le escapó una risita, pero era un sonido desesperado. "Oh, David," dijo, "no es de esa clase de secretos. Es solamente… " Cerró los ojos, sacudiendo despacio la cabeza. "No es que haya estado pensando en usted," dijo ella, volviendo a abrir los ojos, pero dirigiendo la mirada a un lado para evitar mirarlo directamente. "Es que no puedo dejar de pensar en usted, y yo… yo…" "

Su corazón dio un brinco. ¿Qué trataba ella de decir?

"Yo me preguntaba," dijo ella, soltando precipitadamente las palabras en un discurso sin aliento. "Necesito saber… " tragó y cerró lo ojos una vez más, pero esta vez casi parecía sentir dolor.

"¿Cree que usted podría sentir algún cariño por mí? ¿Aunque sólo fuera un poco? "

Durante un momento no supo que responder. Y luego, sin una palabra, casi sin pensarlo, ahuecó su cara entre sus manos y la besó.

La besó con cada emoción contenida que había recorrido su cuerpo durante los días pasados. La besó hasta que no tuvo más opción que soltarla, aunque sólo fuera para respirar.

"Sí, sí lo siento," dijo, y la besó de nuevo.

Susannah se derritió en sus brazos, vencida por la intensidad de su pasión. Sus labios viajaron de su boca a su oído, dejando un candente rastro de necesidad a lo largo de su piel. "Sí," susurró él, antes de desabotonarle el abrigo y dejarlo caer al suelo. "Sí. "

Sus manos recorrieron la longitud de su espalda hasta ahuecarse sobre su trasero. Susannah jadeó ante la intimidad de su caricia. Podía sentir su firme y calida longitud a través de la ropa, podía sentir su pasión en cada latido de su corazón, en cada áspera bocanada de aire que él tomaba.

Y entonces dijo las palabras con las que ella había estado soñando. Se separó, solo lo justo para que ella pudiera a mirar profundamente en sus ojos, y dijo, "Te amo, Susannah. Amo tu fuerza, y tu belleza. Amo tu corazón amable, y tu malicioso ingenio. Amo tu coraje, y…- " Su voz se quebró, y Susannah jadeó cuando se dio cuenta de que había lágrimas en sus ojos. "Te amo," susurró él. "Es todo lo que quería decir. "

"Oh, David," dijo ella, ahogándose de emoción, "Yo también te amo. Creo que ni siquiera sabía lo que era el amor hasta que te conocí. "

Él le acarició el rostro, tierna y reverentemente, y Susana pensó que podría decir mucho más sobre cuanto lo amaba, pero entonces notó algo bastante raro…

"¿David," preguntó, "¿por qué está todo tu estudio lleno de papeles arrugados? "

Él la soltó y comenzó a moverse apresuradamente por el cuarto, intentando recogerlos todos.

"No es nada," refunfuñó, agarrando rápidamente la papelera y empujando a su interior los papeles.

"Nada," dijo ella, sonriendo ampliamente al verlo tan apurado. Nunca pensó que un hombre de su tamaño y su porte pudiera moverse tan rápidamente.

"Solo estaba… Estaba… ah… " Se agachó y recogió otro papel arrugado. "No es nada. "

Susannah divisó uno que él no había notado, casi bajo su escritorio, e inclinándose lo atrapó.

"Ya lo cojo yo," dijo David con rapidez, estirando el brazo para arrebatárselo.

"No," dijo ella, sonriendo mientras se giraba de modo que él no pudiera quitárselo. "Siento curiosidad. "

"No es nada interesante," masculló él, haciendo una última tentativa de recuperarlo.

Pero Susannah ya lo había alisado. ‘Hay tantas cosas que me gustaría decir’, leyó. ‘La forma en que tus ojos…’

Y eso era todo.

"¿Qué es esto? " preguntó.

"Una tarjeta de San Valentín," refunfuñó él.

"¿Para mí? " preguntó ella, tratando de ocultar el tono de optimismo de su voz.

Él asintió.

"¿Por qué no la has terminado? "

"¿Por qué no he terminado ninguna de ellas? " respondió él, barriendo el cuarto con un gesto de su brazo, donde docenas de inacabadas tarjetas de San Valentín estaban esparcidas sobre el suelo. "Porque no sabía lo que quería decir. O quizás si lo sabía, pero no cómo decirlo. "

"¿Qué querías decir? " susurró ella.

Él se acercó y le tomo ambas manos en las suyas. "¿Quieres casarte conmigo? " le preguntó.

Por un instante se quedó muda. La emoción de sus ojos la tenía hipnotizada, y llenó los suyos de lágrimas. Y finalmente, ahogándose con las palabras, contestó, "Sí. Oh, David, sí. "

Él levantó su mano hasta sus labios. "Debería llevarte a casa," murmuró, pero sonó como si realmente no fuera eso lo que quisiera hacer.

Ella no dijo nada, porque no quería marcharse. Aún no, al menos. Este era un momento para ser saboreado.

"Eso sería lo correcto," dijo él, pero su otra mano se enroscaba ya alrededor de su cintura, acercándola más a él.

"No quiero irme," susurró ella.

Los ojos de David llamearon. "Si te quedas," dijo con voz suave, "no te marcharas siendo aún inocente. No puedo… – " Se paró y tragó, como si tratara de mantener el control. "No soy lo bastante fuerte, Susannah. Soy sólo un hombre. "

Ella tomó su mano y la presionó contra su corazón. "No puedo irme," dijo. "Ahora que estoy aquí, ahora que finalmente estoy contigo, no puedo irme. Aún no. "

En silencio, las manos de David encontraron los botones en la espalda de su vestido, liberando con agilidad cada uno de sus sujeciones.

Susannah jadeó cuando sintió la caricia del aire frío en su piel, seguida del alarmante calor de las manos de David. Sus dedos recorrieron su espalda de arriba abajo, con caricias ligeras como plumas.

"¿Estás segura? " susurró roncamente en su oído.

Susannah cerró los ojos, emocionada por su última muestra de preocupación. Asintió con la cabeza, y después se obligó a pronunciar las palabras. "Quiero estar contigo," susurró. Tenía que ser dicho -para él, por ella.

Para ellos.

David gimió, y entonces la tomó en brazos y la llevó a través del cuarto apresuradamente, abriendo de una patada una puerta que conducía a…

Susannah miró a su alrededor. Esto era su dormitorio. Tenía que serlo. Exuberante y oscuro y sumamente masculino, con suntuosas cortinas y una colcha de color borgoña. Cuando él la posó sobre la enorme cama, se sintió femenina, deliciosamente pecadora, deseada y querida. Se sintió desnuda y expuesta, incluso con el vestido puesto, que aún colgaba flojamente de sus hombros. Él pareció entender sus temores, y se detuvo a quitarse su ropa antes de seguir con la de ella. Retrocedió sin apartar nunca sus ojos del rostro de ella, mientras desabotonaba los botones de los puños de su camisa.

"No he visto nunca nada tan hermoso," susurró David.

Ni ella. Mientras lo miraba desnudarse a la luz de las velas, la pura belleza masculina de él la golpeó. Nunca había visto un torso masculino desnudo antes, pero no podía imaginar que hubiera otro comparable al de David cuando él dejó caer su camisa al suelo.

Él se deslizó en la cama, a su lado, su cuerpo semidesnudo extendido junto al de ella y sus labios encontraron lo suyos en un beso hambriento. La acarició suave y reverentemente tirando de su vestido hacia abajo hasta que este no fue nada más que un recuerdo. Susannah contuvo la respiración ante la sensación de su piel desnuda contra sus pechos, pero de alguna manera no había tiempo o espacio para sentir vergüenza cuando él la hizo rodar hasta ponerla de espaldas, presionando su cuerpo contra el de ella, gimiendo con voz ronca cuando colocó sus caderas aun vestidas entre sus piernas.

"He soñado con esto," susurró él, alzándose lo justo para ver su rostro. Sus ojos la quemaban, y aunque la débil luz no le permitía ver su color, los sintió ardiendo de un feroz y brillante verde mientras viajaban a través de ella.

"Yo he estado soñando contigo," dijo ella tímidamente.

Los labios de David se curvaron en una sonrisa peligrosamente masculina. "Cuéntame," le ordenó gentilmente.

Ella se sonrojó, sintiendo que el rubor se extendía a través de todo su cuerpo, pero de todos modos susurró, "Soñé que me besabas. "

"¿Así? " murmuró él, besándola en la nariz.

Sonriendo, ella negó con la cabeza.

"¿Así? " preguntó él, rozando sus labios contra los de ella.

"Un poco de esta manera," confesó ella.

"O tal vez," reflexionó él, con un destello diabólico en sus ojos, "así. " Sus labios se arrastraron a lo largo de su garganta, moviéndose a través de sus inflamados pechos hasta que se cerraron sobre un pezón.

Susannah soltó un pequeño grito de sorpresa… que rápidamente se convirtió en un ronco gemido de placer. Nunca había soñado que tales cosas fueran posibles, o que tales sensaciones existieran. David tenía una boca perversa y una lengua traviesa, y la hacía sentir como una mujer caída y depravada.

Y a ella le gustó cada instante de ello.

"¿Era así? " le preguntó él, sin cesar en su tortura, mientras murmuraba las palabras.

"No," dijo ella, con voz entrecortada, "yo jamás había soñado con esto. "

Él levantó la cabeza para mirarla ávidamente a la cara. "Hay mucho más, mi amor. "

Se separó de ella y rápidamente se deshizo de sus pantalones, quedándose extraordinaria y alarmantemente desnudo.

Susannah jadeó al mirarlo, haciéndolo reír entre dientes.

"¿No es lo que esperabas? " preguntó David, cuando volvió a tenderse junto a ella.

"No sé lo que esperaba," confesó ella.

Sus ojos se pusieron serios cuando acarició su pelo. "No hay nada que temer, te lo prometo."

Ella alzó la mirada a su cara, incapaz de contener su amor por ese hombre. Era tan bueno, tan honesto, tan autentico. Y la quería- no como una posesión o una conveniencia, sino por ella misma, por la persona que era. Había alternado el suficiente tiempo en sociedad como para haber oído susurros sobre lo que sucedía durante la noche de bodas, y sabía que no todos los hombres se comportaban con tanta consideración.

"Te amo," susurró él. "Nunca lo olvides. "

"Nunca," prometió ella.


Y entonces las palabras cesaron. Sus manos y sus labios la condujeron a una febril excitación, al borde de algo audaz y desconocido. Él le besó y le acarició todo el cuerpo y la amó hasta que ella estuvo tensa y temblorosa de necesidad. Entonces, cuando ella estaba segura de que no podía aguantar ni un momento más, su rostro estuvo otra vez frente al suyo, y su virilidad se apretaba contra ella, urgiéndola a separar sus piernas.

"Estás lista para mí," le dijo él, con los rasgos tensos por la contención.

Ella asintió. No sabía que más hacer. No tenía ni idea de si estaba lista para él, ni siquiera sabía para que se suponía que estaba lista. Pero quería algo más, de eso estaba segura.

Él avanzó entre sus muslos, solamente un centímetro, pero suficiente para que ella jadeara ante la sorpresa de su entrada.

"¡David! " jadeó, agarrandose a sus hombros.

El tenía los dientes apretados, y expresión casi de dolor.

"¿David? "

Él empujó de nuevo, introduciéndose lentamente, dándole tiempo a acomodarse a él.

Susannah contuvo otra vez la respiración, pero tuvo que preguntar, "¿Estás bien? "

Él soltó una áspera risa. "Bien", dijo él, rozándole la cara. "Solamente un poco… Te amo tanto que es difícil contenerse. "

"No lo hagas," dijo ella suavemente.

Él cerró los ojos un momento, luego la besó una vez, suavemente, en los labios. "No lo entiendes," susurró.

"Hazme entender. "

Él empujó penetrando más profundamente.

Susannah soltó un sorprendido "oh".

"Si voy demasiado rápido, te haré daño," le explicó él, "y no podría soportar eso. " Siguió introduciéndose poco a poco, gimiendo mientras lo hacía. "Pero si voy despacio… "

Susannah pensó que no parecía disfrutar particularmente yendo despacio, y, la verdad sea dicha, ella tampoco. No había nada malo en ello, y la plenitud de sensaciones la tenían más bien intrigada, pero había perdido la sensación de urgencia que había sentido solamente momentos antes.

"Esto puede doler," dijo él, empujando sus caderas hacia delante y penetrándola un poco más, ", pero sólo durante un momento, te lo prometo. "

Ella alzó la vista, tomando su cara en sus manos. "No estoy preocupada," dijo suavemente.

Y no lo estaba. Eso era lo más asombroso. Confiaba completamente en este hombre. Con su cuerpo, con su mente y con su corazón. Estaba preparada para unirse a él de cada modo posible, preparada para unir su vida a la de él hasta la eternidad.

Pensar en ello le produjo tanta alegría que temió explotar.

Y de repente él estaba totalmente dentro de ella, y no hubo ningún dolor, solamente una leve punzada de incomodidad. Él se mantuvo inmóvil durante un momento, expulsando el aliento en cortas y ásperas bocanadas, y luego, después de susurrar su nombre, comenzó a moverse.

Al principio Susannah no se percató de lo que pasaba. Él se movió despacio, con un ritmo estable que la hipnotizó. Y el urgente entusiasmo que había estado sintiendo, aquella desesperada necesidad de realización, comenzó a crecer otra vez. Comenzó como una diminuta semilla de deseo, y creció hasta poseerla por completo y abarcar cada recoveco de su cuerpo.

A esas alturas David había perdido el ritmo pausado, y sus movimientos se habían vuelto frenéticos. Ella se movió para salirle al encuentro en cada embestida, incapaz de contener su necesidad de moverse, de retorcerse bajo él, de tocarlo dondequiera que sus manos pudieran alcanzar. Y solamente cuando pensó que no podría aguantar más tiempo, que moriría si continuaban así, su mundo explotó de placer.

Todo el cuerpo de David se tensó en ese instante, como si de repente hubiese perdido hasta la última hebra de su control, y soltó un triunfante grito antes de sufrir un colapso encima de ella, incapaz de hacer nada más que respirar entrecortadamente.

El peso de él era aturdidor, pero había algo… reconfortante en tenerlo así. Susana no quiso que se moviera jamás.

"Te amo," dijo él, una vez que fue capaz de hablar. "Te amo muchísimo. "

Ella lo besó. "Yo también te amo. "

"¿Te casarás conmigo? "

"Ya te dije que sí. "

Él sonrió amplia y malvadamente. "Lo sé, ¿pero te casarás conmigo mañana? "

"¿Mañana? " ella jadeó, retorciéndose bajo él.

"Muy bien," gruñó él, "la próxima semana. Probablemente me llevará al menos unos días conseguir una licencia especial. "

"¿Estás seguro? " preguntó ella. Aún cuando quiso gritar de placer ante su urgencia por hacerla suya, sabía que su posición en la sociedad era importante para él. Los Mann-Formsby no se casaban en ceremonias apresuradas. "Dará que hablar," añadió ella.

Él se encogió de hombros como un chiquillo. "No me importa. ¿Y a ti? "

Ella sacudió la cabeza, con una sonrisa extendiéndose a través de su cara.

"Bien," gruñó él, volviendo a rodearla con los brazos. "Pero quizás deberíamos sellar el trato más firmemente. "

"¿Más firmemente? " chilló ella. Él parecía bastante firme, en efecto.

"Por supuesto," murmuró él, capturando el lóbulo de su oreja entre los dientes y mordisqueándolo hasta que ella tembló de placer. "Por si acaso no has quedado suficientemente convencida de que me perteneces. "

"Oh, estoy, " jadeó cuando su mano se cerró alrededor de su pecho "bastante convencida, te lo aseguro. "

Él sonrió diabólicamente. "Necesito estar más seguro. "

"¿Más? "

"Más," dijo él, con firmeza. "Mucho más. "

Mucho, mucho más…

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