Capítulo 13

Tom llegó a Pasadena, a casa de su familia, una semana después de que Melanie dejara San Francisco. La llamó nada más llegar. Había recogido todas sus cosas del apartamento en dos días, las había cargado en la camioneta, que, milagrosamente, no había sufrido ningún daño, y se había puesto en marcha hacia el sur. Se moría de ganas de ver a Melanie.

Pasó la primera noche en casa, con sus padres y su hermana, que habían estado muy preocupados por él durante el terremoto y querían que les contara todo lo sucedido. Pasó una noche muy agradable charlando con ellos, y al final le dijo a su hermana que pronto la llevaría a un concierto. Al día siguiente, inmediatamente después del desayuno, se encaminó a Hollywood. Al marcharse, mencionó que probablemente no estaría de vuelta hasta bien entrada la noche. Por lo menos, eso esperaba. Melanie lo había invitado a pasar el día con ella, y luego pensaba llevarla a cenar. Después de poder estar con ella cuando quería en Presidio, al marcharse la había echado terriblemente de menos y ahora quería pasar todo el tiempo que pudiera con ella, sobre todo sabiendo que se marcharía de gira en julio. También él tenía que ponerse a trabajar. Estaba claro que el puesto de San Francisco no iba a cuajar. Después del terremoto, habría muchos retrasos y había decidido buscar trabajo en Los Ángeles.

Melanie lo estaba esperando cuando llegó. Cuando vio que el coche se acercaba le abrió la verja desde la casa. Tom aparcó y ella salió corriendo para recibirlo con una amplia sonrisa. Pam, que estaba mirando hacia fuera, sonrió al ver que se besaban. Luego Melanie lo llevó al interior para enseñarle la casa. Abajo, tenían un gimnasio, una sala de juego, con una mesa de billar y un televisor de pantalla grande, con unos cómodos sillones para ver películas y una enorme piscina. Melanie le había dicho que llevara el traje de baño. Pero a él lo único que le interesaba era verla. Cuando la abrazó y la besó suavemente en los labios, el tiempo se detuvo para ambos.

– Te he echado mucho de menos -dijo Tom, sonriendo feliz-. El campamento fue horrible después de que te marcharas. No paraba de dar vueltas y más vueltas, y de incordiar a Maggie. Ella también te extrañaba.

– Tengo que llamarla. La echo en falta… y te echaba en falta a ti -susurró Melanie.

Cuando los empleados del servicio de limpieza bajaron ruidosamente la escalera se echó a reír y llevó a Tom arriba para que viera su dormitorio. Parecía la habitación de una niña, con la decoración en blanco y rosa que su madre había elegido. Había fotos de Melanie con actores, actrices y otros cantantes, la mayoría muy famosos. Su madre había enmarcado una foto suya en la que recogía el Grammy. También había fotos de sus raperos y estrellas favoritos. La siguió de vuelta al exterior y por la escalera de atrás hasta la cocina, donde cogieron unos refrescos y salieron a sentarse junto a la piscina.

– ¿Qué tal fue la sesión de grabación?

Estaba fascinado por lo que ella hacía, aunque no le impresionaba excesivamente que fuera una estrella. Se sentía aliviado al ver que Melanie no había cambiado, que era la misma joven adorable que había conocido y de la que se había enamorado en San Francisco. Incluso estaban todavía más enamorados. Melanie llevaba shorts, una camiseta de tirantes y sandalias, en lugar de las chanclas que calzaba en el campamento, pero su aspecto era el mismo. No iba más arreglada ni actuaba más como una estrella que cuando la conoció. Era ella misma, sentada junto a él en una tumbona, y luego al borde de la piscina, balanceando los pies. Todavía le costaba creer que fuera una persona mundialmente famosa. No tenía ninguna importancia para él. Y Melanie podía percibirlo, igual que lo había percibido en San Francisco. Tom era auténtico, e indiferente a su fama.

Estaban sentados junto a la piscina, charlando tranquilamente. Melanie le estaba hablando de su sesión de grabación, cuando apareció el coche de su madre en el camino de entrada y se detuvo junto a la piscina para ver qué hacía su hija y con quién estaba. No se alegró en absoluto al ver a Tom, así que su saludo no fue nada cálido.

– ¿Qué estás haciendo aquí? -preguntó bruscamente. Melanie parecía avergonzada cuando Tom se levantó para estrecharle la mano a su madre. Janet no pareció impresionada.

– Llegué a Pasadena ayer -explicó Tom-. Se me ocurrió venir a saludarlas.

Janet asintió y lanzó una mirada a Melanie. Esperaba que el joven no se quedara mucho tiempo. Nada en él le parecía atractivo como acompañante de su hija. A Janet no le importaba que tuviera una buena educación, procediera de una familia agradable y que seguramente consiguiera un trabajo decente una vez instalado en Los Ángeles. Tampoco le importaba que fuera una persona bondadosa y compasiva que amaba a su hija. Un chico agradable de Pasadena no tenía ningún interés para ella, así que se encargó de dejar claro, sin decirlo, que no aprobaba que hubiera ido a verla. Dos minutos después, Janet entró en la casa y cerró dando un portazo.

– Me parece que no se ha alegrado mucho de verme -dijo Tom, incómodo.

Melanie se disculpó por la actitud de su madre, como hacía con frecuencia.

– Ella preferiría que fueras una estrella de cine, de medio pelo y drogadicto, siempre que aparecieras en la prensa amarilla por lo menos dos veces a la semana y, a ser posible, no acabaras en la cárcel. A menos que eso te consiguiera publicidad en la prensa. -Se echó a reír de la descripción que acababa de hacer de su madre, aunque Tom sospechaba que era dolorosamente acertada.

– Nunca he estado en la cárcel ni he salido en los tabloides -dijo, disculpándose-. Debe de pensar que soy una auténtica calamidad.

– Yo no -dijo Melanie, sentada junto a él, mirándolo a los ojos.

Hasta el momento, le gustaba todo en él, particularmente que no formara parte del estúpido mundo de Hollywood. Había llegado a odiar los problemas que tenía con Jake. La bebida, la rehabilitación, acabar en los tabloides con él y aquella vez que le había dado un puñetazo a alguien en un bar. En un instante, aparecieron en escena montones de paparazzi; a él se lo llevó la policía, mientras a ella le estallaban los flashes en la cara. Pero por encima de todo, odiaba lo que había hecho con Ashley. No había hablado con él desde la vuelta y no pensaba hacerlo. Por el contrario, Tom era honorable, decente, sano y educado, y ella le importaba.

– ¿Nos damos un baño? -propuso.

Tom asintió. Le daba igual lo que hicieran, mientras estuviera con ella. Era un chico sano y normal de veintidós años. De hecho, más agradable, más inteligente y más guapo que la mayoría. A Melanie le resultaba fácil ver que era alguien con futuro. No el tipo de futuro que su madre quería para ella, sino aquel del cual Melanie quería formar parte cuando fuera mayor, o incluso ahora. Era un hombre con los pies en el suelo y auténtico, igual que ella. No había nada falso en él. Estaba tan lejos del entorno de Hollywood como se podía estar.

Lo acompañó a la cabaña que había al final de la piscina y le enseñó la habitación donde podía cambiarse. Tom salió un minuto después, con un traje de baño de estilo hawaiano. Había estado allí, en Kauai, por Pascua, haciendo surf con unos amigos. Melanie entró en la cabaña después de él y salió con un biquini rosa que destacaba su deslumbradora figura. Había estado trabajando con su preparador físico desde su regreso. Formaba parte de sus tareas diarias. Igual que ejercitarse dos horas cada día en el gimnasio. También había ido a ensayar diariamente, preparándose para el concierto de junio. Iba a celebrarse en el Hollywood Bowl, y las entradas ya estaban agotadas. Habría ocurrido de todos modos, pero después del reportaje que le habían dedicado en Scoop, contando cómo había sobrevivido al terremoto en San Francisco, se vendieron incluso más rápido. Ahora los revendedores cobraban cinco mil dólares por entrada. Ella tenía dos, con pases entre bastidores, reservadas para Tom y su hermana.

Nadaron juntos y se besaron en la piscina; luego flotaron sobre una gran balsa hinchable, tumbados el uno junto al otro, al sol. Melanie se había puesto montones de protección solar. No le permitían ponerse morena, ya que bajo las luces del escenario, el bronceado se veía demasiado oscuro. Su madre la prefería pálida. Pero era agradable estar allí tumbada con Tom. Permanecieron en silencio un rato, cogidos de la mano. Todo era muy inocente y amistoso. Se sentía increíblemente cómoda con él, igual que cuando estaban en el campamento.

– El concierto será genial -dijo cuando hablaron de ello.

Le habló de los efectos especiales y de las canciones que iba a cantar. El las conocía todas y le aseguró, de nuevo, que su hermana iba a volverse loca. Le contó que todavía no le había dicho qué concierto era ni que podrían verla después del espectáculo entre bastidores.

Cuando se cansaron de estar al sol, entraron y prepararon el almuerzo. Janet estaba en la cocina, fumando, hablando por teléfono y ojeando una revista de cotilleos. Estaba decepcionada porque Melanie no aparecía en ella. Para no molestarla, se llevaron los sandwiches fuera y se sentaron bajo un parasol cerca de la piscina. Después, se tumbaron en una hamaca juntos y ella le contó en un susurro que había estado tratando de averiguar la manera de realizar algún trabajo de voluntariado, como el que había hecho en Presidio. Quería hacer algo más con su vida aparte de ensayar y cantar.

– ¿Tienes alguna idea? -preguntó él, susurrando también.

– Nada que mi madre me dejara hacer.

Eran como conspiradores, hablando en murmullos. Él volvió a besarla. Cuanto más la veía, más loco se volvía por ella. Casi no podía creer la suerte que tenía, no por quién fuera ella, sino porque era una chica dulce, sencilla y porque se lo pasaba muy bien a su lado.

– La hermana Maggie me habló de un sacerdote que dirige una misión católica -prosiguió Melanie-. Va a México unos meses cada año. Me encantaría llamarlo, pero no creo que pudiera hacer algo así. Tengo la gira y mi agente está adquiriendo compromisos hasta finales de año. Pronto empezaremos la próxima temporada. -Parecía desilusionada al mencionarlo. Estaba cansada de viajar tanto; además, quería tener tiempo para pasarlo con él.

– ¿Estarás fuera mucho tiempo? -A él también le preocupaba. Acababan de conocerse y quería pasar más tiempo con ella. Para él iba a ser igualmente complicado, una vez que encontrara trabajo. Ambos estarían muy ocupados.

– Suelo viajar unos cuatro meses al año. A veces, cinco. El resto del tiempo, voy y vengo, como hice para la gala de San Francisco. Para ese tipo de conciertos solo estoy fuera un par de noches.

– Pensaba que a lo mejor podría coger un avión para ir a verte a Las Vegas y también a otros conciertos de tu gira. ¿A qué lugares irás?

Estaba tratando de encontrar la forma de que se vieran. No quería esperar hasta principios de septiembre, cuando ella regresara. Habían tejido una relación tan estrecha después del terremoto de San Francisco que sus sentimientos habían pulsado la tecla de avance rápido sin ellos darse cuenta. Melanie estaría fuera diez semanas, una gira habitual, aunque ahora a ambos les parecía una eternidad. Y su agente quería que fuera de gira a Japón, el año siguiente. En aquel país, sus CD volaban de las estanterías. Tenía exactamente el aspecto y el sonido que les gustaba.

Se echó a reír cuando él le preguntó adónde iba de gira y empezó a recitar una ciudad tras otra. Iba a viajar por todo Estados Unidos. Pero, por lo menos, lo harían en un avión chárter. Durante muchos años lo habían hecho en autocar, y había sido una experiencia agotadora. A veces viajaban de noche; en realidad, casi siempre. Pero ahora, su vida y sus giras eran mucho más civilizadas. Cuando le informó de las fechas, él dijo que confiaba poder ir a verla un par de veces durante la gira. Dependía de lo rápido que encontrara trabajo, pero a ella le pareció fantástico.

Se sumergieron en la piscina de nuevo y nadaron hasta que se quedaron sin aliento. Tom estaba en una forma fantástica y era un nadador excelente. Le contó que había formado parte del equipo de natación de la Universidad de Berkeley y que había jugado al fútbol un tiempo, antes de lesionarse la rodilla. Le enseñó la pequeña cicatriz de una operación de cirugía menor. Le habló de sus años de universidad, de su infancia y de sus planes profesionales. En algún momento quería hacer un posgrado, pero antes había decidido trabajar varios años. Lo tenía todo planeado. Sabía adónde iba, mejor que la mayoría de los jóvenes de su edad.

Descubrieron que a los dos les encantaba esquiar, jugar al tenis, practicar deportes acuáticos y otras actividades deportivas, para la mayoría de las cuales Melanie no tenía tiempo. Le explicó que tenía que mantenerse en forma, pero que los deportes nunca entraban en su agenda. Estaba demasiado ocupada y su madre no quería que se lesionara y no pudiera salir de gira. Ganaba una fortuna en las giras, aunque eso no se lo explicó en detalle. No era necesario. La cantidad de dinero que estaba ingresando era escandalosa, como él podía adivinar. Melanie era demasiado discreta para mencionarlo, aunque Janet solía insinuar que su hija ganaba una enorme cantidad de dinero. Melanie todavía se sentía incómoda con esa cuestión. Además, su agente había advertido a Janet que fuera discreta; de lo contrario podía poner en peligro a Melanie. Ya tenían bastantes dolores de cabeza con la seguridad y para protegerla de sus fans. Era algo en lo que debían pensar todas las grandes estrellas de Hollywood; nadie se libraba. Janet siempre quitaba importancia a los peligros cuando hablaba con su hija, para no asustarla, pero con frecuencia contrataba a un guardaespaldas también para ella. Decía que, a veces, los fans eran peligrosos. Lo que solía olvidar era que se trataba de los fans de Melanie, no de los suyos.

– ¿Alguna vez recibes cartas amenazadoras? -preguntó Tom, mientras se secaban tumbados junto a la piscina. Nunca había pensado en lo que significaba proteger a alguien en la posición de Melanie. La vida había sido mucho más sencilla para ella en Presidio, aunque no durara mucho. Y él no se había dado cuenta de que algunos de los hombres que viajaban con ella eran guardaespaldas.

– A veces -respondió ella, vagamente-. Sí. Los únicos que me amenazan están chiflados. No creo que nunca llegaran a hacerme nada, aunque algunos llevan años escribiéndome.

– ¿Amenazándote? -Parecía horrorizado.

– Sí -dijo riendo.

Eran gajes del oficio y estaba acostumbrada. Incluso recibía cartas tan apasionadas que daban miedo, de hombres en cárceles de máxima seguridad. Nunca contestaba. De ahí salían los acechadores, cuando los soltaban. Era cauta en extremo y nunca pascaba por lugares públicos sola; cuando los llevaba con ella, sus guardaespaldas la cuidaban muy bien.

Siempre que era posible, prefería no utilizarlos cuando hacía recados o visitaba a sus amigos en Los Ángeles; decía que prefería conducir ella misma.

– ¿Y alguna vez tienes miedo? -preguntó Tom, cada vez más preocupado. Quería protegerla, pero no estaba seguro de cómo.

– Por lo general no. Solo muy de vez en cuando; depende de lo que diga la policía sobre el acechador. He pasado lo mío, pero no ha sido peor de lo que ha tenido que soportar cualquiera de por aquí. Cuando era más joven, sí que me asustaba mucho, pero la verdad es que ahora ya no. Los únicos acechadores que me preocupan son los periodistas. Pueden comerte viva. Ya lo verás -le advirtió, pero él no veía cómo iba a afectarlo. Era muy ingenuo sobre el tipo de vida que ella llevaba y sobre todo lo que entrañaba. Seguro que tenía sus desventajas, pero tumbado al sol, charlando con ella, todo parecía muy sencillo. Melanie era como cualquier otra chica.

Al final de la tarde fueron a dar una vuelta en coche. La llevó a tomar un helado y ella le enseñó la escuela donde había ido antes de dejar los estudios. Le dijo que seguía queriendo ir a la universidad, pero que, por el momento, solo era un sueño, no una posibilidad. Estaba fuera demasiado tiempo, así que leía todo lo que podía. Entraron en una librería juntos y descubrieron que tenían los mismos gustos y que les habían entusiasmado los mismos libros.

Volvieron a casa y, más tarde, la llevó a cenar a un pequeño restaurante mexicano que a ella le gustaba. Después regresaron y vieron una película en la sala de juegos, en la pantalla de plasma gigante. Era casi como estar en el cine. Cuando Janet llegó, pareció sorprendida de verlo todavía allí. Tom se sintió algo incómodo al ver su desagrado, que no intentaba ni siquiera disimular. Eran las once cuando se marchó. Melanie lo acompañó hasta la camioneta, que estaba en el camino de entrada y se dieron un largo beso a través de la ventanilla. Tom dijo que había pasado un día maravilloso, igual que ella. Había sido una primera cita muy respetuosa y muy agradable. Le dijo que la llamaría al día siguiente, pero la llamó en cuanto salió del camino. El móvil de Melanie sonó mientras se dirigía hacia la casa, pensando en él.

– Ya te extraño -dijo Tom.

Ella se echó a reír.

– Yo también. Hoy lo he pasado muy bien. Espero que no te aburrieras, quedándote aquí todo el rato.

A veces, a ella le resultaba difícil salir, a causa de la gente que la reconocía en todas partes. Todo había ido bien cuando fueron a tomar el helado, pero la gente de la librería se había quedado mirándola embobada y tres personas le habían pedido un autógrafo mientras pagaban. Era algo que detestaba cuando salía con alguien. Siempre le parecía una intrusión y molestaba al hombre con el que estaba. Pero a Tom le había divertido.

– Lo he pasado estupendamente -dijo, tranquilizándola-. Te llamaré mañana. A lo mejor podemos hacer algo el fin de semana.

– Me encanta ir a Disneylandia -confesó ella-. Hace que me sienta una niña de nuevo. Pero en esta época del año está atestado. Es mejor en invierno.

– Eres una niña -respondió él, sonriendo-. Una niña fantástica, de verdad. Buenas noches, Melanie.

– Buenas noches, Tom -dijo, y colgó con una sonrisa de felicidad.

Su madre, que salía entonces de su habitación, vio que Melanie se dirigía hacia ella.

– ¿De qué iba esto de hoy? -preguntó Janet, todavía con expresión contrariada-. Ha estado aquí todo el día. No empieces nada con él, Mel. No vive en nuestro mundo. -Eso era precisamente lo que le gustaba a Melanie-. Te está utilizando por lo que eres.

– No, no es así, mamá -dijo Melanie, furiosa y ofendida por él. Tom no era ese tipo de hombre-. Es una persona normal y decente. No le importa lo que soy.

– Eso es lo que tú crees -dijo Janet, escéptica-. Si sales con él, no volverás a aparecer en la prensa, y eso no es bueno para tu carrera.

– Estoy harta de oír hablar de mi carrera, mamá -dijo Melanie, con aire triste. Era de lo único que hablaba su madre. A veces, la veía en sueños blandiendo un látigo-. En la vida hay otras cosas.

– No, si quieres ser una gran estrella.

– Soy una gran estrella, mamá. Pero también necesito tener una vida. Y Tom es un hombre realmente estupendo. Mucho mejor que esos tipos de Hollywood con los que he salido.

– Porque todavía no has conocido al hombre adecuado -dijo Janet, tajante, indiferente a lo que Melanie sentía por Tom.

– ¿Hay alguno? -le espetó Melanie, rabiosa-. A mí, ninguno me lo parece.

– ¿Y él sí? -inquirió Janet, preocupada-. Ni siquiera lo conoces. Solo era una cara más en aquel horroroso campamento de refugiados. -Seguía soñando con él y ninguno de sus sueños era agradable. Todos ellos habían quedado traumatizados en un grado u otro, en particular cuando se produjo el terremoto. Nunca, en toda su vida, se había sentido tan feliz de volver a dormir en su cama.

Melanie no le dijo que no opinaba que el campamento fuera horroroso. Para ella, lo único realmente horrible había sido que su supuesto novio se acostara con quien afirmaba ser su mejor amiga. Ahora se había librado de los dos, sin ningún pesar por su parte. Aunque su madre sí lo lamentaba, y seguía hablando con Ashley una vez al día, por lo menos, prometiéndole que arreglaría las cosas con Melanie, a pesar de que ella no tenía ni idea de que hablaran regularmente.

Melanie no tenía ninguna intención de dejar que Ashley entrara de nuevo en su vida. Ni Jake. La llegada de Tom le parecía una recompensa por haberlos perdido. Dio las buenas noches a su madre y recorrió lentamente el pasillo hasta su habitación, pensando en Tom. Había sido una primera cita absolutamente perfecta.

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