Bueno, estaba yo en el bar de Ferrándiz con los amigos. O sea, Julito, Lolo, Tomasín, el Barquero, Santiago y el mismo Ferrándiz. Estábamos en la barra dale que te pego con las cañas. Y entonces va el Ferrándiz y dice:
– ¿Quién sabe cómo lo tienen las negras, eh? Vamos, ¿quién lo sabe?
– Pues negro -dice Lolo.
– No -dice el Tomasín-. Lo tienen muy extendido y rizado. Así lo tienen, si señor.
– ¡Extendido! -afirmó el Barquero-. ¡Bah!
Yo terminé mi cerveza.
– ¡Ferrándiz otra caña! -le dije.
– ¡No grites, coño!
Me la sirvió. Bebí otro poco.
– Pues uno me dijo una vez, uno de Villa García de Arosa, ¿no? me dijo que un día se encontró a una negra que lo tenía rubio -dijo el Barquero-? Fijaros, rubio.
– ¡Je, je, je! -reí yo-. Rubio.
– Sería portuguesa -movió la cabeza Julito-. Muchas portuguesas se lo tiñen de rubio.
– Eso sería -asintió el Barquero.
– Bueno -salta el Ferrándiz de nuevo- mira que sois pardillos. Las negras lo tienen rizado y aplastado, eso es. No sabéis nada.
– Eso ya te lo hemos dicho -dijo el Lolo.
– Ya te lo hemos dicho, Ferrándiz -le digo yo.
– No, no me habéis dicho nada…
– ¡Una caña, Ferrándiz! -pide el Tomasín.
– ¡Eh, Ferrándiz, dale una cala al Tomasín! -le pido yo.
– ¡Estate quieto, coño! -me dice el Ferrándiz-. Toma.
– Ferrándiz, compadre, se me ha caído un poco de cerveza por la camiseta, dame otra caña -le digo otra vez.
– Coño, si no te has bebido la que te he servido. Bebes con los ojos.
– ¡Estás loco, macho, beber con los ojos!-le suelto yo.
Me puso la caña. Yo soy el que pago y mando. Nos ha jodido.
– Ponte una camisa -me dice el Julito-. Vas a coger frío.
– Yo no cojofrío -le contesto.
El cuerpo nunca se me enfría. Los brazos, sí, pero no el cuerpo. De tener tanto tiempo los brazos en el mostrador se me enfrían un poco. Ahora el Barquero le dice al Lolo que le gustan las mujeres con mucho en la entrepierna. Ustedes ya me entienden.
– Arriba, abajo y por el medio -estaba diciendo el Barquero-. Mucho, todo negro. Eso sí que es bueno.
– Y detrás -volvió la cabeza el Lolo-. Detrás también tienen que tener.
– ¡Joder! -exclama Santiago, que nuca dice nada-. ¡Que bueno! Que tengan por detrás es lo mejor.
– Como un felpudo, ¿eh, Santiago? -dice Julito, con esa voz pequeñita que tiene.
Arriba, abajo, en medio y por detrás -digo yo y le cojo al Barquero por la manga de la chaqueta-. Eso es lo que me gusta a mí, Barquero.
– ¡Déjame en paz! -me gritó y se soltó.
– Bueno -dice otra vez el Ferrándiz-. ¿A que no sabéis dónde tienen el pelo más rizado? ¿A que no lo sabéis?
– Je, je, je! -ríe el Julito.
– Je, je, je -me río yo.
– Venga -insiste el Ferrándiz-, venga, decirlo. ¿A que no lo sabéis?
– En el…
– No -dice otra vez el Ferrándiz-. Ahí, no. No es donde pensáis. No, no -se ríe el Ferrándiz.
– ¡Hombre, Ferrándiz, dónde va a ser! -exclama el Tomasín.
– Que no, Tomasín, que no -dice el Ferrándiz-. A ver, pensar un poco.
– ¿Y dices que ahí no es?
– No.
– Joder.
– ¡Machos estáis pez…! ¿Eh, qué quieres tú? -me mira el Ferrándiz.
– Yo lo sé -le digo-. Y ponme otra caña.
– ¡Qué pesado eres, macho! -dice el Barquero. -Yo lo sé -digo y me bebo la caña que me ha puesto el Ferrándiz.
– Bueno, ¿os dais por vencidos?
– Espera -dice el Barquero-. Deja que piense. ¿Ahí no es, no?
– Ya te lo he dicho, no.
– En el sobaco, no -dice el Lolo.
– ¡Venga, Lolo, pareces memo! -dice Santiago que es el que menos habla.
– Ya -dice Lolo- ya, espera…
– Nada, chorizos -dice el Ferrándiz.
– Estoy pensando.
El Barquero pone el codo en el mostrador y la mano en la cara. El Julito se bebe su caña. Yo la mía.
– ¡No eructes, tú! -me dice el Barquero.
– ¡Eh! -le digo yo.
– Mirar -dice el Ferrándiz-, invito a la consumición de ahora al que me adivine dónde tienen las mujeres el pelo más rizado. Y no es ahí, donde estáis pensando. ¿Vale? Dónde tienen las mujeres el pelo más rizado y no es ahí.
Venga, a pensar.
– Ji, ji, ji -ríe Julito-. ¡Ay madre!
– Ferrándiz, yo lo sé -le digo a Ferrándiz.
– Vale macho.
– Que sí.
– Pues muy bien. No des el coñazo -dice el Barquero.
– Yo le sé, Barquero -digo. Y miro para otro lado, donde está el calendario con la chica en el campo y digo: – ¡Yo lo sé!
– Yo se lo digo a uno en el oído y doy pistas y el que antes lo sepa, está invitado.
– Vale, macho.
– Lo que tú no sepas, Ferrándiz -dice Julito.
– Lo que tú no sepas, Ferrándiz -le digo a Ferrándiz.
El Barquero se empina delante de Ferrándiz y le dice:
– Dímelo a mí. Somos los dos jueces.
– ¡Macho eso no vale! -dice Santiago.
– Sí, hombre, yo no entro ya en el envite. ¿Te das cuenta? -dice el Barquero.
– Bueno.
– Pegó la oreja a la boca de Ferrándiz y el Barquero se reía. Venga a reírse. Pero yo lo sabía.
– ¡Macho; qué bueno! ¡Pero qué bueno! -miraba a todos y se reía-. No lo vais a acertar nunca.
– Je, je, je -el Ferrándiz.
– Yo lo sé -digo yo. Me lo había dicho la chica esa, la Adela, y también más gente. Un día se lo pregunté y ella me lo enseñó. Lo vi bien claro. Ahora me estaba acordando. Me acababa de acordar ahora quién me lo había dicho.
– A mí me lo han dicho -le sacudí al Barquero la chaqueta-. Yo lo sé. En el…
– ¡Suelta, haces daño! -me dice.
– ¡Es que lo sé!
– ¡Qué vas á saber!
– Qué vas a saber tú -dice el Ferrándiz-. Si eres anormal.
– Pues lo sé.
– A ver dímelo -dice el Barquero.
– Se lo digo. Luego le dije:
– Me lo ha dicho Adela, la de la portería. Y me lo ha enseñado.
Miré a todos, sobre todo al Barquero.
– Mira, macho, no lo sabes -me dice otra vez.
– ¡Je! -digo yo.
– Es bobo -dice el Barquero y se vuelve al Ferrándiz-. Estropea todas las bromas.
– Lo sé. Lo sé. Lo sé -digo.
– Bueno, vámonos para casa -dice Lolo.
– Yo no pago -digo yo.
– ¿Que no? -dice Ferrándiz-. ¿Que no pagas?
– Lo he sabido -digo yo.
– Mira, macho -dice el Barquero-. Es en África donde las mujeres tienen el pelo más rizado. ¿Te has enterado?
No sé lo que me entró, señor inspector. Le cogí por la cabeza y se la estrellé contra el mostrador. Vaya que si salió sangre. Un río. Y todos se pusieron a mirarme y a mirarme. Para que se vayan enterando.