Capítulo 3

Jillian se quedó entre las sombras del pasillo, envuelta en el albornoz y observando a Nick mientras jugaba con los niños en su dormitorio.

Estaban todos tan absortos en su juego que no repararon en su presencia.

Se secó distraídamente el pelo con la toalla, sintiéndose relajada por primera vez en dos días. Hasta el instante mismo en que se había sumergido en el agua caliente se había notado exhausta y angustiada.

Nick Callahan era encantador. Se había prestado a ayudarla y le había dado la oportunidad de tomarse un poco de tiempo para sí misma.

Le estaba pagando, pero no habría aceptado de no ser un hombre voluntarioso y amable.

Claro que seiscientos dólares era una cantidad nada despreciable. Quizás tuviera muchas cosas que pagar y no se había podido resistir a la propuesta. Era un gran trabajador, pero la carpintería tenía que ser una actividad dura en algunas ocasiones. Trabajar incesantemente en eso para sacarse un sueldo no debía de ser fácil.

Hasta entonces, siempre que había conocido a un hombre lo había contrastado con su lista de criterios de aceptación. Pero desde que Nick había aparecido había empezado a plantearse si semejante lista tenía algún sentido.

Aunque él no tuviera una mente matemática superior, tenía otras cualidades que le resultaban muy…

Jillian suspiró. Estaba desvariando. Un cuerpo sexy y una sonrisa de ensueño no eran suficientes para construir la relación entre un hombre y una mujer.

Nick se levantó en ese momento.

– Hora de darse un baño-dijo, tomando a los tres pequeños de la mano y conduciéndolos a su húmedo destino.

De pronto, la imagen de Nick desnudo, metido en un sugerente baño de espuma atacó su mente.

Probablemente se habría bañado con un montón de mujeres y sabría exactamente dónde y cómo tocarlas. Sus manos fuertes se posarían firmemente sobre su cuerpo y…

Abrió los ojos y se apretó el cinturón del albornoz. La idea de tener una pequeña aventura con Nick Callahan le resultó repentinamente muy sugerente.

El sexo no había sido nunca nada grandioso para ella. Quizás si se hubiera sentido físicamente más atraída por sus parejas habría sido más reconfortante.

Regresó a la habitación principal para vestirse, pero se quedó un rato delante de su propio reflejo. ¿En qué estaba pensando? ¿Se había vuelto loca? No estaba preparada para lanzarse a tener una relación con un extraño. Además, por muy atractivo que le pareciera, no había dado muestras de ser recíproco.

Se abrió el albornoz y miró durante unos segundos su cuerpo. No había mucho que pudiera atraer a un hombre. Tenía los pechos pequeños y las caderas estrechas. Eso sí, tenía una pequeña cintura.

– ¿Me estoy volviendo loca?-murmuró-. ¿Cómo puedo estar pensando en todo esto? Ese hombre jamás me encontrará atractiva.

Apartó todo pensamiento erótico de su cabeza.

Escuchó el resonar de las risas de los niños y se preguntó si Nick estaría tan empapado como ellos.

De pronto, reparó en que el baño les borraría las iniciales con sus nombres que les había escrito en sus piernas. Un repentino ataque de pánico se adueñó de ella.

Jillian se ajustó el albornoz y corrió al baño.

– Les ha lavado las piernas-murmuró confusa nada más llegar.

Nick la miró atónito.

– Las tenían manchadas de rotulador-se justificó él.

– Es que… yo los había marcado con sus iniciales.

– ¿Los había marcado?

– Roxy siempre los viste de colores diferentes para que los demás podamos identificarlos. Dice que tengo que asegurarme de llamarlos siempre por su nombre, que no hacerlo puede crearles serios problemas de personalidad en el futuro. Para no equivocarme he tenido que marcarlos, pero ahora no sé quién es quién.

– Yo sí lo sé-dijo Nick-. Este que no ha dicho nada durante todo el baño es Sam, aquel que ha intentado asfixiar a su hermano con la esponja es Zach y Andy es el que ha dicho que su tía Jillian es la más «papa» del mundo, lo cual significa o que eres guapa o que eres comestible.

Jillian no pudo evitar soltar una carcajada.

– Además, ellos saben exactamente quiénes son. Con preguntarles basta-le aseguró y se dirigió a los pequeños-. A ver, ¿quién es Andy?-los otros dos pequeños señalaron a uno-. ¿Quién es Sam?-los dos restantes hicieron lo propio-. Así que, por eliminación, ya sabes quién es Zach.

Ella se arrodilló junto a la bañera. Una vez más, Nick Callahan la había rescatado. Empezaba a ser claramente dependiente de él.

– Yo soy incapaz de distinguirlos. De no ser por las iniciales en sus piernas, y la ropa de colores diferentes, estaría perdida.

– Sólo tiene que observarlos-dijo Nick, volviendo a su labor-. Si usara su instinto en lugar de tratar de organizar, todo se le haría más fácil.

Jillian se sentó e hizo lo que Nick le sugería: observar.

Sin duda, ver la facilidad con que él manejaba a los niños era un espectáculo.

En cuestión de pocos minutos ya los tuvo bañados y secos, y los envío a sus habitaciones por sus pijamas.

– Viéndolo, me doy cuenta de que yo no sirvo para esto.

– Pues yo creo que el único error que ha cometido ha sido pensar que cuidar de unos niños sería fácil-se rió suavemente-. No es fácil y no se puede aprender en un día. Es una habilidad que se adquiere con el tiempo. Pero usted tiene una cualidad que las madres necesitan en abundancia.

– ¿Qué quiere decir que no sabes si podrás venir?

Jillian y Nick estaban en la cocina con los niños sentados en sus tronas.

– Lo siento-dijo él-. Pero tengo una emergencia en el trabajo y no puede esperar.

– Debería haberme esperado esto. Todos los carpinteros sois iguales. Empezáis un trabajo y luego lo dejáis a medias hasta que os viene en gana. ¿Cuándo piensas volver, el mes que viene?

Nick la miró realmente irritado.

– ¿Cuál?

– La tenacidad. No eres el tipo de mujer que se da fácilmente por vencida, Jillian. ¿Te puedo tutear?-ella asintió y él se inclinó sobre ella y la besó en la mejilla-. Iré a ver cómo están los niños.

Jillian se quedó en el baño durante un largo rato mirando a la puerta por la que él había salido

De acuerdo, quizás había sido un poco dura. Pero no le faltaba razón. Habían sellado un trato y él estaba a punto de romperlo. Al fin y al cabo ella era su jefa y tenía derecho a enfadarse.

Además, todo funcionaba mucho mejor cuando Nick estaba con ellos.

– ¿No puedes decirles que tienes otro compromiso?

– Si pudiera, lo haría, pero me es imposible. Te prometo que estaré de vuelta a eso de las seis. Si realmente necesitas ayuda, llama a tu madre.

– No-dijo Jillian-. No pienso dejar que mi madre venga a darme lecciones.

Nick le posó las manos sobre los hombros.

– Jillian, no se trata de una operación a corazón abierto, sino de cuidar a unos niños. Sigue tu instinto-le dijo-. Además, ya ha pasado todo lo peor. ¿Qué más puede ocurrir?

– De acuerdo, seguiré mi instinto-dijo ella furiosa-. Y mi instinto me dice que ya no te necesito. De hecho, el trato queda rescindido. Puedes volver a tus clavos, tus martillos y tú… esa cosa con la que haces agujeros.

– Mi taladro.

– Eso, tu taladro.

Se cruzó de brazos, se apoyó sobre la encimera y bajó la cabeza. ¿Cómo podía haberle parecido atractivo alguna vez? Nick Callahan no era de fiar, no cumplía su palabra.

– Vete-le dijo finalmente.

Nick miró al reloj.

– Trataré de estar de vuelta lo antes posible. Jillian le dio la espalda.-No te preocupes. No te necesito ya. Cuando ya pensaba que él se había marchado, notó que le ponía la mano en el hombro.-Lo siento. Si no fuera urgente no me iría.

Además, sé que lo puedes hacer tú sola.

Dicho aquello, salió de la cocina en dirección al salón.

Jillian se restregó el hombro donde le había puesto la mano, como para quitarse cualquier traza de su tacto.

– Estúpido-murmuró ella.-¡Estúpido!-gritó Andy.-¡Estúpido; estúpido!-gritó Zach.

Jillian se ruborizó. Luego sonrió a los niños y, posándose el índice en los labios, los mandó callar.

En ese instante sonó el timbre de la entrada. Los niños se bajaron de sus sillas y corrieron hacia la puerta.

Pero, para cuando llegaron, Nick ya había abierto la puerta.

– ¡Abuela!

Jillian maldijo para sí al ver a su madre impecablemente vestida con un traje de golf. Parecía salida de las páginas de una revista.

Jillian se pasó la mano por el pelo para tratar de arreglárselo, pero Sylvia Marshall ni siquiera reparó en ella. Después de besar a sus nietos, su atención se centró en Nick. Jillian se dio cuenta de que había llegado a una conclusión errónea.

– ¿Y usted quién es?

Nick sonrió y le tendió la mano.

– Señora Marshall, ¿no se acuerda de mí? Soy Nick Callahan.

Su simpatía la tomó por sorpresa y la mujer no tuvo por menos que reaccionar con idéntica actitud.

– Nos conocimos años atrás-aclaró él-. Cuando Greg y Roxy estaban construyendo la casa.

Jillian notó que su madre no se acordaba, pero que actuaba como si lo hiciera.

– ¡Sí, claro, Nick! Me alegro de verte otra vez.

– Es una pena que no me pueda quedar ahora-dijo él, encaminándose hacia la puerta-. Tengo un asunto en Providence. Salude al señor Marshall de mi parte.

Dicho aquello, Nick se marchó.

En cuanto la puerta se cerró la mujer se volvió a mirar a su hija.

– No es lo que piensas, mamá. Nick es amigo de Greg y Roxy, y les está haciendo una librería. Se está quedando en una de las habitaciones de invitados y lo más que hemos hecho ha sido tomar café juntos-se justificó rápidamente Jillian.

– ¿Entonces no hay nada entre vosotros?

– ¡Claro que no!

– ¿Y por qué no?

Jillian se quedó atónita.

– ¿Por qué no?-repitió la hija.

– Es un hombre encantador, y muy guapo. Y si es amigo de Greg y Roxy tiene que ser bueno. ¿Cuánto tiempo hace que tuviste tu última cita?

– Mamá, ¿quieres un café?-dijo Jillian para cambiar de tema.

No podía con su madre. Para aquella mujer una carrera de éxito no significaba nada si no había un marido e hijos por medio.

Le sirvió una taza de café y se la tendió.

– ¿Para qué has venido?

– Roxy me llamó anoche y parecía preocupada. Quería ver que tal estabas.

– Estoy bien-dijo ella.

– Si quieres, puedo llevarme a los niños un rato. Así podrías ir a la peluquería, hacerte la manicura. Han abierto una nueva tienda de ropa en la calle principal. Podrías comprarte un vestido-sugirió la mujer mirando una inmensa mancha que decoraba el frente del atuendo de su hija.

– ¿Para qué necesito un nuevo vestido?

Sylvia hizo un gesto de impaciencia.

– Nick Callahan va a volver, ¿no? Pues no estaría mal que le dieras otra imagen de ti misma, que le cocinaras una deliciosa cena, que le mostraras tú verdadero yo.

– Créeme, mamá, ya le he mostrado mi verdadero yo y no resulta precisamente encantador. Si lo que esperas es que Nick y yo vivamos felices para siempre y te demos un montón de nietos, te recomiendo que vayas descartando semejante idea. Ese hombre no es mi tipo.

– Ese hombre es el tipo de cualquier mujer. ¿No has visto sus hombros y sus ojos? Dios santo, yo…

– Mamá, para-Jillian recogió los platos y tazas del desayuno y los puso en el fregadero.

No podía negar que la oferta de su madre de llevarse a los niños era tentadora. Pero no estaba dispuesta a aceptarla. Después de lo que Nick le había hecho, se había convertido en un reto superar aquel día por sí misma.

Se secó las manos con el paño de la cocina.

– Y ahora, mamá, tengo muchas cosas que hacer. Los niños y yo tenemos que prepararnos para salir a jugar. ¿Por qué no te vas a la peluquería?

Sylvia se tocó su pelo perfectamente peinado.

– ¿Crees que necesito ir a la peluquería?-sacó un espejo-. Sí, quizás sí-dicho aquello se levantó, le dio un beso a su hija en la mejilla y se dirigió hacia la puerta-. Si necesitas algo, no dudes en llamarme. No pasa nada porque no seas el tipo de mujer que sirve para madre. Tu padre y yo te queremos igual.

Jillian acompañó a su madre a la salida y cerró la puerta en cuanto la mujer se marchó.

– Sí, pero me querríais mucho más si tuviera un marido y un montón de hijos.

¿Por qué aquella mujer hacía que siempre se sintiera como una fracasada?

– Bruja-murmuró ante la puerta cerrada.

– ¡Bruja!-gritó Andy.

– ¡Bruja, bruja, bruja!-gritó Zach.

Jillian se rió y corrió al salón donde se encontraban los niños viendo sus dibujos favoritos.

– ¿Qué has dicho, Zach? ¿Cómo has llamado a tu abuela?-le dijo al pequeño con el ceño fruncido y las manos en las caderas.

El niño señaló a Andy y éste a Sam.

De pronto, Jillian se dio cuenta de algo excepcional: ¡reconocía a los trillizos! Después de todo, tras el abandono de su niñera y la catastrófica visita de su madre, quizás lograra hacer que el día no resultara terrible.

Para las cuatro de la tarde Jillian ya había logrado sobrevivir con dignidad a más de la mitad de la jornada.

No había logrado el orden deseado, pero se las había arreglado para minimizar el riesgo de destrucción de los pequeños, cerrando todas las puertas, y había preparado una comida limpia y rápida que le había permitido ahorrar un poco de tiempo.

Sólo quedaban cuatro horas para que se fueran a la cama, y dos para el regreso de Nick.

Los niños llevaban ya un rato en silencio y decidió ir a ver qué hacían.

Se encontró con Zach y Andy entretenidos con sus juguetes en el pasillo, pero le faltaba uno: Sam.

Buscó impaciente al niño por toda la casa, pero no lo encontró. Finalmente decidió preguntar a sus hermanos.

– ¿Dónde está Sam?-preguntó-. Contadle a la tía Jillian dónde está vuestro hermano.

Andy señaló la puerta cerrada del baño.

– Está ahí. Sam está ahí.

– ¿En el baño?-preguntó Jillian sorprendida-. ¿Cómo ha podido entrar?

Andy señaló a su hermano.

– Ha sido Zach.

Jillian se llevó la mano al corazón que le latía muy deprisa.

– ¿Cómo has conseguido abrir la puerta?

Intentó girar el picaporte, pero estaba bloqueado. El estómago se le encogió. Estaba cerrado por dentro.

– Sam, abre la puerta-le dijo a su sobrino.

No obtuvo respuesta.

– Sam, ¿estás bien?

Silencio.

Todo tipo de imágenes macabras asaltaron la mente de Jillian. Quizás el niño se hubiera golpeado la cabeza con el lavabo o se hubiera atiborrado de aspirinas.

Decidió salir de la casa y tratar de mirar por la ventana.

Pero, una vez allí, comprobó que estaba demasiado alta. Sacó una silla, la colocó entre los matorrales y se asomó. Pudo ver que Sam estaba en el suelo jugando con unos coches. Jillian lo llamó y el pequeño se volvió con una amplia sonrisa y agitó la mano.

Jillian contempló la idea de romper el cristal y entrar a por su sobrino. Nick podría arreglar la ventana y, después de todo, tenía un par de horas aún para pensar en alguna excusa razonable sobre la rotura del cristal.

En un acto de desesperación, golpeó el cristal con la mano. Pero el efecto del golpe la lanzó hacia atrás con tal fuerza que no tuvo tiempo para sujetarse y cayó de mala forma entre la maleza.

Se torció el tobillo y se raspó la cara y, durante un rato, no pudo moverse. Pero, al oír la voz de Sam llamándola desde la ventana, se levantó como pudo.

– Te sacaré de ahí-le dijo.

Con gran dificultad entró de nuevo en la casa dispuesta a liberar a su sobrino. Quitó el picaporte, pero no logró nada. Luego lo intentó con una tarjeta de crédito y, finalmente, comenzó a quitar el marco de la puerta, pero pronto comprobó que sus esfuerzos eran vanos.

Angustiada y desesperada, optó por llamar a urgencias.

En cuestión de pocos minutos, la sirena de los bomberos resonó en el vecindario.

Los niños corrieron a la ventana a mirar.

Muy pronto, la casa se vio invadida por aguerridos bomberos cargados de cuerdas y hachas.

Jillian les explicó el problema y ellos actuaron con rapidez y eficacia, liberando a Sam. Mientras tanto, Zach no dejaba de saltar sobre los bomberos, ansioso por contactar con los héroes. Duke, por su parte, aprovecho la ocasión para demostrar sus dotes caninas y no hacía sino ladrar cansadamente y aullar.

– ¿Jillian? ¿Dónde estás?

Estaba sentada en una silla del salón y una enfermera le vendaba el tobillo dañado.

Al levantar la vista, vio a Nick ataviado con un imponente traje. Un pequeño quejido se escapó de su boca.

La enfermera se detuvo.

– ¿Le he hecho daño?

Jillian le sonrió avergonzada y negó con la cabeza.

En aquel instante lo que habría deseado era poder desaparecer. ¿Cómo iba a explicar aquel despliegue de personal de urgencias sólo por una puerta cerrada y un ventana rota?

Su orgullo estaba más herido que su tobillo.

Un policía le murmuró algo a Nick y luego la señaló a ella. Él se aproximó a toda prisa, se arrodilló a su lado y le tomó la mano, provocando una intensa corriente eléctrica. La miraba con verdadera preocupación.

Tendió la mano y le tocó con cuidado las heridas de la cara.

– ¿Estás bien?

– Sí-dijo Jillian-. Sólo me he torcido el tobillo.

El calor de su mano le aceleró el corazón.

– Parece que no te puedo dejar sola ni un segundo-dijo él dulcemente.

Ella le sonrió desganada.

– No lo había hecho tan mal, hasta que surgió un pequeño problema. Sam se encerró en el baño y, poco a poco, las cosas se fueron complicando, hasta que se convirtió en otro desastre.

La casa se fue vaciando y pronto se quedaron solos. Nick la tomó del brazo y la ayudó a levantarse, pero ella gimió de dolor al posar ligeramente el pie.

– Deberías tumbarte y elevar el pie. Has tenido un día muy duro.

La tomó de la cintura y acercó su cuerpo para que pudiera apoyar su peso sobre él. Aquella era la única ventaja de haberse torcido el pie: podía tenerlo cerca.

– No sirvo para esto-murmuró Jillian-. Cuanta más práctica tengo, peor lo hago.

Al pasar por el baño, Nick vio una tostada en el suelo.

– ¿Qué hace esa tostada ahí?

– Como Sam estaba llorando pensé que podría tener hambre y se la pasé por debajo de la puerta.

– Lo ves. Estás usando tu instinto.

Sin duda, Nick estaba haciendo todo lo que estaba en su mano para hacer que se sintiera bien.

Ella lo miró con el corazón enternecido.

– Estás muy guapo con ese traje. Cuando te ví entrar, pensé que eras un agente del FBI.

Nick se rió mientras la ayudaba a subir las escaleras.

– Prométeme que no harás nada tan terrible como para que el FBI tenga que intervenir.

– Cuando la teoría del caos está en marcha, nada es previsible.

Dicho aquello, la tomó en brazos y la llevó hasta el dormitorio. Una vez allí, la posó suavemente sobre la cama.

– No se te ocurra irte a ningún lado-le dijo él.

Ella se hundió en las almohadas, reprimiendo su deseo de rogarle que se quedara con ella.

Se preguntó cuánto tiempo tardaría un tobillo en curarse. Después de todo, cualquier excusa era buena si eso suponía poder retener a Nick Callahan a su lado.

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