Capítulo 8

Después de hacer el amor, Nick debería haberse quedado plácidamente dormido. Pero no fue así.

Al ver la incipiente luz del amanecer supo que sólo les quedaba una hora antes de tener que enfrentarse de nuevo con la vida y de tener que regresar a Providence. Le esperaba su trabajo.

De haber sabido que iba a conocer a alguien como Jillian, habría retrasado algunos proyectos. Necesitaba estar un día más con ella.

Aunque habían dado rienda suelta a su pasión, las cosas seguían sin aclararse entre ellos.

La noche anterior ella le había dejado claro que no esperaba promesas. Con cualquier otra mujer eso podría haber sido un alivio, pero con Jillian era distinto. Porque después de haberla tocado, de haber disfrutado dentro de ella, sus temores se veían confirmados: la amaba. La pregunta era si ella lo amaba a él.

Al principio había pensado que su pequeño engaño estaba siendo un impedimento para llegar a tener una relación. Pero ya no lo creía. Si lo aceptaba tal y como creía que era, estaría aceptando a la persona, no la vida que se había construido.

Ahora sabía que le importaba lo suficiente como para hacer el amor con él sin que nada más se interpusiera. Había llegado la hora de contarle la verdad. Si realmente lo amaba, no le tendría en cuenta el engaño. Seguía siendo el mismo hombre, sólo que con mejores atributos. Puede que se enfadara, pero finalmente entendería lo que había hecho.

Una vez decidido el curso de acción, trató de dormirse.

Pero le resultaba difícil yacer desnudo junto a Jillian y conciliar el sueño.

Lentamente, deslizó la mano por la cadera de ella, disfrutando del tacto de su piel. El recuerdo de su cálida noche despertó sensaciones sentidas en su tórrido encuentro.

Hacer el amor con Jillian había sido toda una revelación. Era patente que jamás había tenido un amante que se preocupara por ella.

Nick sonrió con cierta satisfacción al pensar en lo que le había hecho sentir. Quería ser el único hombre de su vida, el que se levantara con ella cada mañana y con el que se durmiera cada noche. Amar a Jillian le resultaba tan fácil y natural.

Se apoyó sobre el codo y la observó. Era preciosa. Jamás había conocido a una mujer que pudiera alterar tanto el ritmo de su corazón sólo con una sonrisa.

Un llanto rompió la paz de la mañana. Los niños se habían despertado. Besó suavemente a Jillian y se levantó de la cama. Si conseguía mantenerlos callados, quizás ella podría dormir un rato más.

Se puso los pantalones y se encaminó al dormitorio de los pequeños.

Pero la falta de energía y el exceso de la de ellos les hacían imposible que estuvieran en silencio.

Preparó el desayuno con intención de sacarlos al jardín en cuanto tuviera ocasión. Pero Jillian apareció antes.

– Buenos días-dijo Nick, notando el cansancio y la preocupación en el rostro de ella-. He preparado café y tostada. ¿Quieres?

Jillian asintió, sentándose en el taburete.

El le puso la taza y el plato delante y ella lo miró.

– Nick, respecto a lo de anoche…

– Sí, lo sé, fue increíble-respondió él, dándole un abrazo.

– No era eso…

– Jillian, no hace falta que hablemos de ello-dijo él, besándole la mejilla-. Lo que ha pasado entre nosotros estaba claro que iba a suceder. Yo me alegro de que finalmente haya ocurrido. Tengo que irme esta mañana, porque tengo una reunión mañana y necesito preparar la presentación. Pero antes de irme, quería, decirte algo.

– No hace falta decir nada-se precipitó ella.

– Sí, sí hace falta y es importante. Puede que te enfades conmigo, pero…

Ella forzó una sonrisa y se puso de pie.

– No tienes que preocuparte de mí. Soy perfectamente capaz de cuidar de los niños. Además, mi madre me dijo que vendría mañana por la mañana a ocuparse de ellos. Yo también tengo una importante reunión mañana.

Nick se sentó. ¿Eso significaba que no vería a Roxy y Greg nada más llegar? Quizás eso le daría la oportunidad de aplazar su confesión un poco más.

– Jillian, ¿estás bien?

– Por supuesto-respondió ella.

– ¿Estás enfadada conmigo?-preguntó él, tratando de hacer que lo mirara.

– ¡No seas ridículo! Tú te tienes que marchar, igual que yo. Los dos sabíamos que, tarde o temprano, esto acabaría.

– Nada está «acabando». Nos veremos otra vez.

– Sí, por supuesto, en alguna fiesta que organicen Roxy y Greg.

– Lo que quiero decir es que nos veremos en el transcurso de las próximas veinticuatro horas.

Jillian parpadeó confusa.

– ¿Cómo?

– Si lo que esperas es que desaparezca sin más, es porque no me conoces.

Ella lo miró directamente a los ojos por primera vez aquella mañana.

– Es que no te conozco. No nos conocemos y no sabemos lo que podemos esperar el uno del otro. Yo no quiero que te sientas obligado…

– ¿No quieres nada más allá de lo sucedido anoche?

– Lo que yo quiera o no es indiferente. Es todo cuestión de probabilidades matemáticas.

Él la miró atónito.

– Explícate.

– Durante los últimos días he estado trabajando en una tabla de probabilidades. He sacado unos cuantos datos de Internet sobre divorcios y el mayor número de ellos se da por incompatibilidades.

– ¿Y?

– Pues que nosotros somos claramente incompatibles-dijo Jillian-. Tú no sabes nada sobre matemáticas y yo no sé nada sobre taladros.

– ¿Qué tiene eso que ver? Desde mi punto de vista, somos perfectamente compatibles. Dime cómo te sientes conmigo.

– Si te refieres al sexo, te diré que ese no es un motivo sólido para que una pareja funciona. No afecta realmente a los resultados.

– Está claro que te escondes detrás de esos malditos números y fórmulas para no enfrentarte a las cosas de verdad. ¿Por qué simplemente no admites que no te quieres enamorar de un hombre de la clase trabajadora que utiliza sus manos para ganarse la vida? Eres una snob, Jillian.

Él se levantó y comenzó a andar de un lado a otro de la cocina.

– Sólo soy realista. Estoy usando el sentido común.

– Durante la última semana me has demostrado que en lo que a los niños y a mí respecta careces totalmente de sentido común.

– Apenas nos conocemos-protestó ella-. Nos conocimos hace nueve días. No puedes pedirme que tome una decisión vital basada en lo que ha sucedido en ese tiempo.

– Yo no te estoy pidiendo que te cases conmigo, sólo te estoy pidiendo una cita.

Ella se quedó paralizada de pronto. Abrió la boca para contestar, pero pasaron varios segundos antes de que pusiera pronunciar palabra.

– ¿Una cita? ¿Ir a cenar o al cine o algo así?

– Por ejemplo-dijo él-. Quizás, si hiciéramos algo más que cambiar pañales podríamos descubrir quiénes somos realmente.

– De acuerdo-dijo ella. Agarró un papel y le escribió su dirección-. Mañana por la noche estaré en casa. Recógeme a las siete. Te demostraré que tengo razón. Probablemente, será la peor cita que jamás hayas tenido.

Nick sonrió satisfecho. Una cita era todo lo que necesitaba para probarle que estaba equivocada.

Se acercó a ella, la tomó de cintura y la besó con pasión y entrega suficientes para que la sensación quedara impresa en sus labios hasta la próxima cita.

Luego tomó su rostro entre las manos y la obligó a mirarlo directamente a los ojos.

– Cuanto más te empeñes en hacerme ver que somos incompatibles, más me empeñaré yo en probarte lo contrario.

Jillian abrió los ojos poco después de que hubiera amanecido. Sueños inquietos no le habían permitido descansar. Sólo había pasado una noche con Nick, pero ya le resultaba difícil dormir sola.

Aunque realmente no estaba sola. Los niños se habían despertado antes de que saliera el sol y ella había decidido llevárselos a la cama con perro incluido.

Pero, aún con la cama llena lo echaba de menos.

Se había acostumbrado a él, a levantarse por la mañana y a encontrarlo en la cocina, con la taza humeante de café en la mano, vestido con sus vaqueros y su camiseta informal. Nick era como un haz de luz en mitad de aquel mundo gris en el que solía vivir.

Pero, ¿era algo más?

Se había ido y, sin embargo, permanecía presente en su mente. De pronto, todas las razones que se había aducido a sí misma para no amarlo eran motivos para hacerlo.

No tenían nada en común y, sin embargo, le resultaba increíblemente fascinante. A través del hombre vulgar había llegado a ver al héroe con el que podía contar cuando llegaba una crisis. Además, no se podía negar que en el aspecto físico funcionaban casi a la perfección.

Entonces, ¿qué era lo que la asustaba? ¿Por qué se refugiaba en sus antiguos prejuicios? ¿Y por qué se sentía tan inquieta respecto a la cita que tendrían aquella noche? En realidad, llevaban días viéndose. Lo único que habría sería un cambio de localización.

Pero quizás esa era la clave. La casa del lago había sido como una isla apartada del mundo real. Pero allí fuera, ella ya no era una niñera inepta necesitada de ayuda, era la profesora Jillian Marshall, eminente matemática, mujer con una brillante carrera. Él ya no sería el caballero que iría a rescatarla, sino simplemente…

En realidad no sabía nada de él. Quizás la idea de una cita fuera realmente acertada. Así podría solventar sus dudas. Luego continuaría con su vida como si nunca lo hubiera conocido… ni se hubiera enamorado.

Se acurrucó entre las sábanas dispuesta a no preocuparse más.

Tenía otras muchas cosas en las que pensar.

Debía limpiar la casa y organizar a los niños antes de que su hermana regresara a mediodía. En principio había pensado en pedirle a su madre que se ocupara de sus sobrino y así poder asistir a su reunión. Pero, finalmente, había decidido acabar el trabajo que había empezado y recibir a su hermana.

Una vez organizada su cabeza, se quedó dormida.

Pero sólo transcurrieron unos minutos antes de que las voces y los gritos de contento de los niños llenaran el dormitorio.

Jillian abrió los ojos y vio que Roxy se lanzaba sobre la cama a saludar a sus hijos. Confusa, Jillian se pasó la mano por el pelo.

– ¿Qué estáis haciendo aquí tan pronto? Pensé que no llegaríais hasta las dos.

– Decidimos tomar un avión antes-le aclaró Greg desde la puerta, agarrando a Andy en brazos-. Roxy no podía soportar estar más tiempo alejada de los niños. ¿Cómo están mis chicos?-Zach y Sam dejaron a su madre y se lanzaron en brazos de su padre-. Ya veo que la casa está aún en pie.

Jillian sonrió tímidamente.

– Siento el desorden que hay. Mamá iba a venir a ayudarme para tenerlo todo listo cuando llegarais. Querría haber bañado y vestido a los diablillos.

– Todo está estupendamente, los niños tienen muy buen aspecto y tú también. Tienes color en las mejillas.

Jillian se tocó la cara.

– Hemos… hemos pasado mucho tiempo al aire libre. Hacía un tiempo perfecto.

Roxy la miró con el ceño fruncido.

– Ha habido algo más…

Jillian se pasó la mano por el pelo, retiró las sábanas y se puso de pie. ¿Era tan obvio que había hecho el amor la noche anterior? ¿O estaba notando algo más?

– ¿Qué tal vuestro viaje?-Jillian cambió de tema.

– Interminable. Tenía muchísimas ganas de llegar a casa. El paraíso está bien durante unos días, pero ya empezaba a cansarme-suspiró-. Ahora, dime la verdad: ¿qué tal con los niños?

– Muy bien. Lo hemos pasado estupendamente.

Roxy levantó las cejas.

– ¿Hay algo más que quieras contarme?

Greg carraspeó y agarró a los tres niños.

– Les daré de desayunar mientras vosotras charláis.

Roxy la miró agradecida y, en cuanto desapareció, volvió a centrarse en su hermana. Jillian se había levantado y se cepillaba el pelo ante el espejo. Roxy la miró en el reflejo.

– No he visto el coche de Nick en la puerta.

Jillian se encogió de hombros.

– No sé. Creo que ha terminado la librería y se ha marchado.

Roxy le quitó el cepillo para que parara.

– Habla conmigo de una vez-le ordenó.

Jillian forzó una sonrisa.

– Bueno, hay una cosa que me gustaría decirte. El otro día infravaloré el trabajo que cuesta ser madre. Te pido disculpas si te dije algo que te sentara mal. Hace falta mucho más que una buena organización para llevar una casa-Jillian abrazó a su hermana-. ¡Me alegro tanto de que estés de vuelta!

Roxy se rió.

– He notado que el techo del baño de abajo está recién pintado. Déjame adivinar: se salió el agua de la bañera de arriba.

– Más bien la del retrete. Atasco de camiones en las tuberías.

– Ya. Bueno, que sepas que hace tres semanas me metieron todas las toallas que había en los armarios en la bañera llena de agua. Fue el día que más cerca estuve de darlos en adopción.

Jillian se rió.

– Eso me hace sentir mejor. También te contaré que tuve que llamar a los bomberos para que rescataran a Sam que se había quedado encerrado en el baño.

– Me suena a una semana cualquiera de mi vida-dijo Roxy.

– No sé qué habría hecho si Nick no hubiera estado aquí-murmuró Jillian.

– Empezaba a preguntarme cuándo ibas a nombrarlo.

– Hizo un gran trabajo con las estanterías. Es un estupendo carpintero-dijo Jillian.

– Sí-respondió Roxy-. Y no haber tenido que pagarle hace que nos parezca incluso mejor.

– ¿A qué te refieres? ¿No le habíais contratado?

– Si le tuviéramos que pagar lo que vale, las librerías nos habrían costado más que toda la casa. Cuando rompió con Claire, lo invitamos a quedarse el tiempo que quisiera en la cabaña del jardín. A cambio, él nos prometió hacernos las estanterías. Le gusta trabajar con las manos de vez en cuando. Supongo que le relaja.

– No entiendo-dijo Jillian-. Pensé que era carpintero. Y, ¿quién es Claire?

Roxy parpadeó sorprendida antes de que su rostro expresara su incomodidad.

– ¿Nick no te ha contado a qué se dedica?

Jillian negó con la cabeza. ¿Qué le había estado escondiendo? ¿Sería un criminal, un traficante de drogas? ¿Por qué le había ocultado información? ¿Y quién demonios era Claire?

– Me sorprende. Nick no es carpintero, es ingeniero industrial y arquitecto, muy famoso, por cierto. Hace unos años diseñó un vehículo para la NASA. También nos diseñó la casa como regalo de boda.

– Pero… pero pensé que era un tipo ordinario.

Roxy se rió.

– ¿Nick? Cielo santo, veo que ha vuelto a hacer una de las suyas. Es un bromista. Además odia que las mujeres vayan detrás de él sólo por su fama y su fortuna.

Jillian sintió una inmensa rabia crecer en su interior. ¿Acaso se había estado riendo de ella?

– ¿Quién es Claire? ¿Es su mujer, su novia? ¿O es como yo, alguien con quien se acuesta ocasionalmente?

– ¿Te has acostado con él?

Jillian comenzó a andar de un lado a otro de la habitación.

– No puedo creer que haya sido tan estúpida. Pensé que era encantador y honrado y resulta que me ha estado engañando.

Roxy la tomó de la mano, obligándola a detenerse.

– Jillian, ¿qué ha ocurrido entre vosotros? ¿Estás enamorada de él?

– Pensé que era… que era un tipo vulgar, alguien con quien jamás podría tener una relación. Y cuando pierdo mis prejuicios y me permito pensar que lo importante es su honestidad, su claridad, me encuentro con esto-agarró la ropa y se dispuso a salir al baño-. ¿Si estoy enamorada de él? Pensé que lo estaba, pero ahora sé que no ha sido más que una locura pasajera.

Una fina calima cubría el agua de la bahía de Narrangasett. Desde la orilla, Nick observaba la superficie vidriosa sin dejar de pensar en Jillian.

– ¿Qué te parece?-le preguntó Ken Carlisle, uno de los ejecutivos de la inmobiliaria que llevaba sus propiedades.

– Es una zona preciosa-respondió Nick. Realmente, podía imaginarse una casa allí, junto al agua, construida con piedra y madera, armonizando con el paisaje. Pero, cuanto más trataba de convencerse de que era exactamente lo que buscaba, más lo dudaba-. No estoy seguro.

– No vas a encontrar una propiedad tan grande en toda la bahía-dijo Ken-. Si no hacemos una oferta hoy, seguramente estará vendida para mañana.

– ¿A cuánto está esta zona de Boston?-preguntó Nick.

– ¿De Boston?-Ken se encogió de hombros-. No lo sé. Cálculo que a una hora. Quizás un poco más.

Jillian vivía en Boston. Si era un poco optimista respecto a su futuro con ella, aquella sería una mala elección. Sabía que se iba a impacientar pensando que aún le quedaba una hora hasta poder tener a Jillian en sus brazos. Puede que no quisiera quedarse a pasar la noche los días que tuviera clase por la mañana.

No quería precipitarse. Jillian y él aún no se conocían, pero no quería tomar una decisión tan importante como la de hacerse una casa en aquel momento.

– Aunque no construyas, podrías comprar como inversión.

Nick negó con la cabeza.

– No creo que este sea el sitio adecuado para mí.

– Bueno, después de todo, como Claire se ha mudado, tienes tu otra casa.

Nick lo miró, confuso al oír el nombre de su ex novia. Era extraño, pero la mención lo había dejado completamente frío. No sentía nada: ni rabia, ni dolor.

– Por cierto, me gustaría que pusieras esa casa a la venta. No quiero volver allí nunca. La siento como si fuera parte de la vida de otro hombre. ¿Podrías?

Ken frunció el ceño.

– Sí, claro. Es una pieza muy codiciada. Pero, ¿dónde vas a vivir?

– He estado durmiendo en el sofá de la oficina desde que volví de New Hampshire. Buscaré un apartamento dentro de unos días.

– Bueno, tengo unos adosados que te podrían valer temporalmente.

– No, de momento no quiero comprar nada. No estoy preparado para tomar ninguna decisión de momento.

Odiaba aquella sensación de inestabilidad. Necesitaba centrarse y recuperar el equilibrio.

Deseaba poder saber con certeza si ella lo amaba. Quería que pasara a formar parte de su vida.

La amaba, estaba seguro de ello. Pero los sentimiento de Jillian eran un misterio.

Conociéndola, probablemente a aquella alturas ya se habría convencido a sí misma de que todo había sido un espejismo. Cara al mundo exterior, él no era más que un carpintero y no cumplía sus estándares.

Aquella misma noche le revelaría quién era. Le contaría sus miedos, sus inquietudes, sus deseos, y le rogaría que fuera completamente sincera con él. Sólo así podrían tener una vida juntos.

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