Capítulo 9

Aunque ella había estado esperando el sonido del intercomunicador durante la última media hora, el timbre la sobresaltó. Jillian se preguntó cuánto tardaría Nick en darse por vencido y en marcharse.

Se sentía como una necia, como una niña tonta a la que hubiera engañado el hombre más sofisticado del mundo.

Al oír a Roxy contarle que era un hombre de mundo y que solía salir con todo tipo de mujeres despampanantes, desde modelos a actrices, se había quedado desconcertada. Al parecer, hacía poco había acabado su relación con aquella tal Claire y, sin duda, Jillian se había convertido en la primera en una larga cadena de relaciones esporádicas.

Aunque no se consideraba a sí misma hermosa, sabía que había estado en el momento y lugar adecuados.

Al principio, se había sentido herida, pero de ese dolor sólo le quedaba una rabia inmensa.

¿Cómo podía haberse dejado engañar de aquel modo?

Roxy, sin embargo, tenía una opinión completamente distinta sobre lo que había ocurrido. Le concedía a Nick el beneficio de la duda, probablemente en aras de su amistad.

Para Jillian lo que había hecho era imperdonable. Tal vez ella se había mostrado un poco arrogante e intransigente con sus exigencias. Pero, una vez que se habían convertido en amigos, podría haberle contado la verdad.

– ¡Cielo santo y yo que le dije que podría ir a la universidad y estudiar Arquitectura! Ha debido de reírse como un loco a mi costa.

El timbre volvió a sonar y ella apretó los dientes y contuvo las ganas de dejarlo entrar.

En realidad le habría encantado poder decirle lo que pensaba de él. Pero era mejor mantener las cosas como estaban.

Pasado un tiempo en que el silencio era lo único que se escuchaba en el apartamento, se sintió mitad aliviada mitad decepcionada por su falta de interés.

En realidad, habría querido que la obligara a volver a verlo.

Suspiró y se encaminó hacia la cocina.

Pero, al pasar por el salón, oyó unos golpes en la puerta.

El corazón se le aceleró.-¿Jillian?

El sonido de su voz hizo que le temblaran las piernas. Se acercó lentamente a la puerta y miró por la mirilla.

Gimió involuntariamente. ¿Por qué tenía que ser tan guapo?

Jillian se apartó de la puerta y trató de recordar todas las razones por las que no podía perdonarlo.-Jillian, ¿estás ahí?

– ¡Vete!-le dijo-. No quiero hablar contigo.

Se arrepintió de haber hablado en el momento mismo en que lo hizo. Debería haber permanecido en silencio.

– Jillian, déjame entrar.

Sin pensar, ella quitó los cierres y abrió la puerta. Se quedó sin respiración al verlo imponentemente vestido con un impecable traje.

El dibujó en su rostro aquella sonrisa adorable que la perturbaba.

– No he podido dejar de pensar en ti desde el instante mismo en que nos separamos-la miró de arriba abajo. Llevaba unos pantalones de chándal y una sudadera-. Estás preciosa.

Jillian agarró las flores que él acababa de ofrecerle y se las echó por encima de la cabeza.

– ¡Vete al infierno con tus flores!

Trató de cerrar la puerta, pero él la contuvo con las manos.

La miró atónito.

– ¿Puedes explicarme qué es lo que te pasa?-le preguntó él.

– Sólo he abierto la puerta para poder decirte cara a cara que no voy a salir contigo ni hoy, ni nunca.

Él frunció el ceño y, luego, volvió a sonreír.

– Has hablado con Roxy y Greg.

– ¡Claro que he hablado con Roxy y Greg! ¿Qué esperabas, poder seguir burlándote de mí eternamente?

– Jillian, yo no me he burlado de ti.

– No quiero oír nada de lo que tengas que decir-trató de cerrar la puerta otra vez, pero él, no sólo lo evitó, sino que entró en el apartamento.

– ¿Me vas a permitir que te dé una explicación?

– ¿Qué explicación puedes tener para haberme engañado?

– Al principio no pensé que importara quién fuera yo. No esperaba enamorarme de ti.

La clara confesión que acababa de hacerle le provocó a Jillian un escalofrío. ¿Nick Callahan la amaba? Entonces, ¿por qué la había engañado?

– Tu testaruda insistencia en que no podías quererme por ser un mero carpintero me molestaba. Eso implicaba que no eras capaz de amar simplemente al hombre que tenías delante. Me propuse lograr que admitieras que me querías a pesar de todo. Pensé que si finalmente te rendías ante la evidencia de tus sentimientos, aún en las circunstancias más adversas, sería una garantía de que lo nuestro funcionaría.

– ¿Eso es todo lo que tienes que decir?-le preguntó ella.

– No. Y no pienso irme de aquí hasta que todo esto quede aclarado.

– En lo que a mí respecta está todo más que claro.

– ¿Es que ya has resuelto todo este asunto en tu ordenador? ¿O, simplemente, no te atreves a enfrentarte a una situación que se escapa de tu control?

– Puedo confiar en mis números, pero no puedo confiar en ti.

– Jillian, tú sabes que eso no es cierto, por que te lo he demostrado-lentamente se aproximó a ella-. En cuanto al amor, amamos a quien amamos. Es imprevisible e incontrolable. ¿Crees que a mí me agrada haberme enamorado de una mujer que sólo me mide en función de las cualidades escritas en una estúpida lista?

Además, rompí con Claire poco tiempo atrás y lo último que quiero y necesito es otra mujer en mi vida. Pero ha ocurrido.

– Yo jamás te hice ninguna promesa.

– No, claro que no. Para ti no era más que un tipo ordinario que no podía aspirar a nada contigo. Daba igual lo que te hiciera sentir.

– ¿No te das cuenta de que no encajábamos juntos?

Él se aproximó aún más y le tomó la mano. Al sentir su calor, ella se estremeció.

– Yo lo único que veo es a una mujer que tiene miedo de sus sentimientos y que se escuda en su mundo lógico y ordenado. Pero el amor escapa a todo eso.

Ella respiró profundamente. ¿Cómo podían ser reales aquellos confusos sentimientos?

– Creo que deberías marcharte-murmuró Jillian-. Quiero que te vayas.

Nick la miró durante unos segundos, con una mezcla de emociones contradictorias dentro de sí.

Se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta. Jillian se sintió decepcionada.

Pero, instantes antes de salir, se volvió y la tomó en sus brazos. Posó un beso sobre sus labios cálidos. Jillian sintió que las piernas se le hacían gelatina y no pudo ordenar a su cuerpo que se apartara. Así que hizo lo único que estaba en su mano. Lo besó también.

Cuando la pasión remitió, él la miró directamente a los ojos.

– Ya he averiguado lo que necesitaba saber. Ahora, eres tú la que decide, Jillian.

Dicho aquello, Nick se dio media vuelta y se marchó.


Nick miró el reloj de la cocina, luego enjuagó la taza de café en el fregadero. Roxy había metido a los niños en la cama, antes de marcharse con Greg al cine.

La casa estaba en silencio. Se tumbó en el sofá.

Había llegado al lago días atrás, con intención de ayudar a Greg a terminar unos arreglos aunque, en realidad, primaba la esperanza de volver a ver a Jillian.

Roxy se había prestado a ayudarlo, invitando a su hermana a pasar un fin de semana festivo con ellos. Por supuesto, no había mencionado que Nick fuera a estar allí.

Por desgracia, ella había dicho que no podía.

Decepcionado, Nick había decidido disfrutar cuanto pudiera de sus pequeñas vacaciones.

Los niños se habían alegrado mucho de verlo y habían jugado con él hasta cansarse. También Greg había disfrutado de su amigo, dando vueltas por el lago montados en su motora.

Roxy, por su parte, le había contado con todo detalle los avatares de la vida de su hermana desde que Nick y ella se habían visto por última vez, tres semanas atrás.

Nick cerró los ojos y escuchó el sonido del ventilador que giraba en el techo.

Tenía que pensar en otro plan para lograr convencer a Jillian de que estaban hechos el uno para el otro.

Con la imagen de su musa en la mente, comenzó a soñar, no sabía si dormido o despierto. De pronto, un ruido en la puerta principal lo sobresaltó.

Miró al reloj. Aún faltaban dos o tres horas para que Greg y Roxy regresaran.

Se levantó del sofá y se acercó a las escaleras a escuchar a los niños. Pero otro sonido procedente del salón lo alarmó.

Se dirigió hacia allí de nuevo y vio una sombra moviéndose tras la ventana.

Se dirigió a la cocina, llamó a la policía y explicó su situación y lo que estaba sucediendo.

Una vez en el salón, agarró un bate de plástico. Pensó en encender la luz y alertar al intruso de su presencia. Pero, ¿y si tenía un arma?

En ese instante, vio una cabeza entrando por la ventana.

– Maldita sea. Esto es lo que me pasa por cambiar de idea demasiado tarde.

– Jillian-murmuró entre las sombras al reconocer su voz, sin alertarla de su presencia.

Ella entró como pudo por la ventana, cayendo de mala manera en el suelo. Luego, se levantó y se tropezó con un juguete.

Nick se aproximó rápidamente a ella y la sujetó en sus brazos.

– Podrías haber llamado al timbre.

Jillian pegó un grito y lanzó los brazos al aire, golpeándolo en la nariz. Él notó un chorro de sangre deslizándose por su boca.

– ¡Jillian, o te matas tú o acabas matándome a mí!

– ¡Estás sangrando!-gritó ella. Jillian se apresuró a su lado y trató de limpiar la hemorragia con una esquina de su chaqueta.

El la apartó suavemente.

– Estoy bien-le dijo, echando la cabeza hacia atrás-. ¿Qué demonios estás haciendo aquí?

– Me han invitado-dijo Nick.

Jillian frunció el ceño.

– A mí también.

– Pues generalmente los invitados entran por la puerta.

– Pensé que estaban todos durmiendo y no quería despertar a los chicos-dijo Jillian-. ¿Tú sabías que vendría?

– Sabía que estabas invitada, pero me dijeron que no podrías… ¡Maldición!-corrió a la cocina y marcó el teléfono de la policía para cancelar el aviso, pero, antes de que la operadora pudiera hacer nada, oyeron las sirenas aproximándose a la casa.

– ¿Has llamado a la policía?

– Pensé que eras un ladrón.

– ¡No me lo puedo creer! Cada vez que vengo aquí ocurre alguna catástrofe.

Nick se encaminó hacia la puerta y, tras explicarles a los agentes lo sucedido, éstos volvieron por donde habían venido.

Jillian esperó a que ellos se alejaran para encaminarse a su coche.

– ¿A dónde vas?

– De vuelta a mi casa. No voy a quedarme aquí… contigo.

– Jillian, no seas tonta. Es muy tarde. No puedes conducir hasta allí.

– ¿Qué esperas, poder reírte un poco más a mi costa?

– Jillian, por favor, no seas así. Dame una tregua. Me alegro mucho de verte. Lo mejor sería que te quedaras, durmieras y mañana por la mañana te levantaras pronto para que pudiéramos hablar.

Ella lo miró sin responder durante un rato, hasta que, finalmente, asintió.

– De acuerdo. La verdad es que estoy cansada.

Nick le agarró la bolsa y la condujo a casa.

– Me alegro mucho que estés aquí-le dijo al llegar al pie de las escaleras-. Tenía muchas ganas de que vinieras este fin de semana.

Ella asintió y subió en dirección a su cuarto.

Él tuvo que vencer a la tentación de seguirla hasta allí. Ansiaba volver a tener su cuerpo en los brazos.

Pero no quería correr riesgos. Debía ser Jillian la que fuera a él. Y, cuando lo hiciera, no la dejaría escapar.

Jillian estaba de pie junto a la ventana, observando el lago. Era casi medianoche. Greg y Roxy habían llegado hacía media hora y, aunque su hermana había llamado a su puerta, se había fingido dormida.

Miró una vez más a la cabaña del jardín. La luz estaba encendida.

Se imaginó a Nick desvistiéndose para irse a la cama. La noche era cálida. Quizás durmiera en el porche, como había hecho ya en otras ocasiones.

Recordó aquella noche en que lo había visto emerger desnudo de las aguas y habían hecho el amor poco después.

Movida por una fuerza inconsciente, se despojó del camisón y buscó un vestido de algodón en su bolsa.

No podía dormir y un buen paseo por el jardín le vendría bien.

La casa estaba en silencio y abrió cuidadosamente la puerta para no perturbar a nadie.

Bajó las escaleras y se aventuró a salir. Al sentir el césped húmedo bajo sus pies se sintió reconfortada. Había bajado a buscar la luna, pero con la tácita esperanza de encontrarse con Nick.

Se acercó al lago, pero no había nadie. Suspiró decepcionada y se sentó en la orilla, dejando que el agua empapara sus pies.

Minutos después, oyó pasos. Jillian no se volvió. Se limitó a esperar. Al notar su presencia cercana, se atrevió a hablar.

– No podía dormir-dijo.

– Yo tampoco-respondió Nick. Se quedó junto a ella, observando el lago.

Llevaba puestos unos vaqueros, sin camisa, y la luz de la luna se reflejaba sobre su piel tersa. Ella tuvo que contener el deseo de acariciarlo.

– Hace una noche preciosa. Se oye un búho en la distancia. Escucha.

Jillian cerró los ojos y dejó que los sonidos de la noche inundaran sus oídos. La naturaleza ejerció una acción milagrosa y apaciguó su alma inquieta.

– Cuando Roxy y Greg compraron este terreno pensé que se habían vuelto locos, marchándose de la ciudad y todo eso. Ahora entiendo sus motivos.

– Hace unas semanas estuve viendo un terreno en una zona preciosa de la bahía de Narrangasett-comenzó a decir Nick-. Pensaba construir una casa allí, pero no me decidí a comprarla.

La conversación volvía a fluir fácilmente entre ellos, como en aquellas horas pasadas que habían compartido con los niños. Habían desaparecido las tensiones y los miedos. Jillian se alegraba de poder escuchar una vez más su voz.

– ¿No querías hacerte una nueva casa?

– Sí, la quiero cerca de Boston-le tomó la mano-. Cerca de ti.

Jillian tragó saliva y sintió que las lágrimas inundaban sus ojos.

– ¿De verdad?

– Jillian, cuando estaba en aquel idílico lugar, sólo podía pensar en que quiero construir una casa para ti y para mí.

– Nick, yo…

– Sí, sé que nos conocemos hace poco. Pero te aseguro que nunca antes había sentido nada parecido por nadie.

– Yo… yo tampoco-dijo ella, mirando fijamente el agua-. ¿Te acuerdas cuando te hablé de los números perfectos y de cómo hubo un tiempo en que pensaba que el amor debía de ser así?-Nick asintió-. Pues creo que, tal vez, tenía razón. Tú y yo éramos dos números esperando encontrarse. Al juntarnos con cualquier otra persona nos convertíamos en seres ordinarios, pero al unirnos nos hacemos especiales-hizo una breve pausa-. La verdad es que tenía la vaga esperanza de que estuvieras aquí este fin de semana. Aquí fue donde todo comenzó.

– Quizás podríamos empezar de nuevo-dijo Nick y le tendió la mano-. Hola, soy Nick Callahan, ingeniero industrial y amigo de Greg y Roxy. No sé cuál es mi coeficiente intelectual, pero conseguí una A en cálculo en la universidad, aunque uso la calculadora para dividir dieciocho entre nueve.

Jillian se rió.

– Yo soy Jillian Marshall, eminente matemáticas. Me importa muy poco mi cociente intelectual y me parece muy tierno que no sepas dividir.

Él se acercó a ella y la besó suavemente.

– Pues bien, yo, Nick Callahan, amo profundamente a Jillian Marshall-aseguró-. Y después de unos pocos días juntos para poder llegar a conocernos mejor, voy a pedirle que se case conmigo.

Jillian le acarició el rostro.

– Pues yo, Jillian Marshall, también amo profundamente a Nick Callahan y, en cuanto me pida que me case con él, aceptaré.

– Bien, ya está todo dicho. Y ahora, ¿Que hacemos?

– Pues no tengo ni idea-dijo ella.

– Nos podríamos dar un baño.

– No tengo bañador.

– No lo necesitas-respondió él.

– No soy una buena nadadora-mintió ella.

– Bueno, sí te hundes, siempre estaré yo aquí para sacarte a flote.

Jillian sonrió y lo abrazó.

Después de besarlo suave y seductoramente, se apartó de él y con una gran carcajada comenzó a quitarse la ropa.

– Te echo una carrera-dijo ella, momentos antes de saltar al agua.

Nick gritó su nombre mientras la veía deslizarse como una sirena por el oscuro líquido.

Jillian se detuvo justo a tiempo de verlo descubrir su imponente cuerpo.

Poco después, tras un par de brazadas, ya la había alcanzado.

– Creía que no sabías nadar bien-le dijo él abrazándola en el agua.

– Hay muchas cosas que aún no sabes de mí, Nick Callaban.

– Tengo toda la vida para descubrirlas.

Ella soltó una carcajada y lo besó.

Finalmente, había encontrado al hombre con el que compartiría su vida y un amor perfecto.

Загрузка...