AL cabo de unas horas, cuando Nick subió de nuevo a ver a Jillian, se la encontró con el ordenador portátil en el regazo y un montón de papeles a su alrededor.
En cuanto lo vio aparecer, ella se quitó rápidamente las gafas y las ocultó bajo la almohada.
– A los hombres no les gustan las chicas con gafas-bromeó Nick, y ella se ruborizó.
Nick dejó la bandeja sobre la mesilla y se sentó junto a ella.
– Los niños ya están dormidos. He estado mirando los desperfectos del baño y no creo que me cueste mucha arreglarlos.
– Te pagaré lo que sea necesario para que Greg y Roxy no se enteren de todo esto.
– Jillian, esta es una ciudad pequeña y todos los vecinos han salido a la calle cuando han visto llegar a los bomberos y a la policía-el gesto mortificado de su rostro lo instó a consolarla-. Le podría haber ocurrido a cualquiera.
– Puede ser. Pero, ¿por qué siempre me sucede a mí?-volvió el portátil hacia él y le mostró la pantalla-. Mira. He estado elaborando un modelo de mi desastre. Le he asignado un valor numérico a cada factor de cada catástrofe acaecida: la importancia del problema, la frecuencia, el coste de las reparaciones. Lejos de mejorar, la situación empeora. Si sigo así, acabaré por provocar el mayor terremoto de la historia de New Hapshire.
Lo decía todo con total solemnidad y seriedad y resultaba increíblemente sexy.
Allí, en el dormitorio, no podía evitar algunas fantasías excitantes sobre todo lo que podría hacer con ella en aquella cama.
Se preguntó qué tacto tendrían sus senos, cómo se acoplarían a su mano.
– Y, ¿qué pasa si me metes a mí como otro factor?
– Bueno, en ese caso los riesgos se reducen a la mitad. Pero se incrementa el coste.
– De acuerdo, entonces no te cobraré.
– ¡No puede ser! Tú tienes que vivir de algo. Tu tiempo tiene un precio.
Si ese era el único modo de pasar más tiempo en su compañía, tendría que aceptar.
– De acuerdo, pero te cobraré sólo un sueldo por todas las actividades: niñera, carpintero, fontanero, cocinero-dicho aquello, le acercó la bandeja para que empezara a comer.
– ¡Esto tiene un aspecto delicioso!-admitió Jillian, y se lanzó a comer una de las tostadas con queso.
Nick sonrió al ver su gesto complacido.
– ¿En qué estás trabajando?-le preguntó él, ansioso por continuar la conversación-. Aparte de en ese modelo de desastre.
– Un artículo sobre números perfectos-dijo Jillian.
– Cuéntamelo.
– ¿De verdad?
El asintió.
– Los números perfectos son aquellos cuyos factores sumados dan como total dicho número. Pongamos por ejemplo el seis. Los tres números por los que la división por seis da exacta, el uno, el dos y el tres, suman entre sí dicho número.
– ¿Es a eso a lo que te dedicas?
– Es sólo una parte de mi estudio. Mi área abarca toda la teoría numérica, números enteros, etc.
– ¿Siempre se te dieron bien las matemáticas?
Jillian asintió y dio otro bocado.
– Era un verdadero portento en el instituto. Ganaba todos los concursos del Estado, lo que no me hacía muy popular entre los chicos.
– Pero eso fue hace mucho tiempo. Ahora has crecido-dijo él fascinado por su voz sugerente. Podía hacer que el tema más arduo sonara increíblemente sensual-. Seguro que tienes a un montón de hombres en tu vida.
Jillian sonrió y se apoyó en la almohada.
– Cuando empecé a trabajar en los números perfectos llegué a concluir que el amor era algo similar. Cada persona aporta una serie de factores y, cuando se suman, pues son la pareja perfecta.
– ¿Sigues pensando así?
Ella frunció el ceño y negó con la cabeza.
– No. Ahora creo que el amor es más como un número irracional, o como un número trascendental. Como el número «pi». Es imposible llegar a conocer su valor exacto.
La percepción que Nick tenía del amor era muy similar. Después de su relación con Claire, había llegado a la misma conclusión.
– ¿Has estado enamorada alguna?
Ella negó con la cabeza.
– Al menos no ese amor «perfecto». ¿Y tú?
Nick pensó en Claire. Había creído estar enamorado de ella, pero empezaba a dudarlo. Su vida pasada con ella le resultaba extraña y ajena.
– No. Creo que no.
Se hizo un silencio y Jillian se centró en acabarse la cena.
Nick sintió unos irrefrenables deseos de besarla. ¿Cómo podía haber olvidado a Claire tan fácilmente? En lo único que podía pensar en aquel instante era en Jillian, en su dulces labios y su cuerpo tentador.
– Lo mejor será que me vaya y te deje descansar. Has tenido un día muy duro. Mañana me ocuparé del desayuno de los niños para que tú puedas dormir.
– Pero se supone que tú no tienes que ocuparte de ellos hasta las tres.
– Bueno, llámalo «favor».
Ella sonrió.
– Si fueras un número, sin duda serías un número perfecto.
Nick salió de la habitación con la bandeja en una mano y cerró la puerta. Al llegar a la soledad de la cocina, se quedó mirando por la ventana a la luna llena que se reflejaba en el lago. Salió de la casa y respiró profundamente.
Se había prometido a sí mismo que no volvería a complicarse la vida con mujeres. La ruptura con Claire lo había dejado dolorido y escarmentado. Además, una relación con Jillian, por muy corta y superficial que fuera, prometía ser complicada. Primero, era la hermana de Roxy y, segundo, no le gustaban los carpinteros. Trató de pensar en un tercero motivo, pero no lo encontró. Quizás, ¿lo mala madre que podría llegar a ser?
No, esa no era una razón. Nick sabía que, a pesar de la mala suerte de los últimos días, sería una madre amorosa.
Además, había algo en el modo en que lo necesitaba, en aquella vulnerabilidad, que la hacía irresistible.
Le resultaba curioso que una mujer tan brillante careciera, sin embargo, de sentido común. Lo extraño era cómo algo que debería haberle repelido, le parecía adorable.
Se acercó hasta el lago y, desde allí, miró a la casa y buscó su ventana. Todavía estaba iluminada. Se preguntó si estaría trabajando o se habría quedado dormida.
Nick cerró los ojos y se imaginó tumbado junto a ella, disfrutando de su suave aroma. Se la imaginó ante él, quitándose lentamente el camisón.
Abrió los ojos y captó exactamente la misma imagen en la realidad. Pero fueron sólo unos breves segundos antes de que la luz se apagara.
Maldijo entre dientes su mala suerte y luego se maldijo a sí mismo. Si ese era el modo en que apartaba a las mujeres de su vida, realmente estaba haciéndolo muy mal.
El día siguiente amaneció húmedo y tremendamente caluroso.
Nick se levantó el primero y atendió a los niños, tal y como le había prometido a ella. Luego le subió el café.
Molesta con su tobillo hinchado y demasiado descompuesta por los tórridos sueños que la habían asaltado aquella noche, siempre con Nick escaso de ropa, Jillian ansiaba la soledad de su cuarto y el refugio de su trabajo.
Pero, después de preparar a los niños con sus bañadores, cremas solares y salvavidas, sin previo aviso, Nick la tomó en brazos y se los llevó a todos al lago.
Gratamente sorprendida por que requiriera su presencia, ella no protestó y decidió que el trabajo podía esperar.
Durante la mañana se dedicó a disfrutar de las vistas. Por un lado estaban los niños, jugando divertidamente con el agua. Por otro estaba Nick, vestido con un pantalón corto y mostrando sus hombros espectacularmente anchos y su pecho musculoso. Sin duda, cargar maderas era un gran ejercicio que fortalecía y formaba cuerpos impresionantes.
Continuó estudiando sus atributos corporales durante largo rato. Tenía el vientre plano y apretado, la cintura estrecha y unas piernas largas y bien formadas.
Su mente no hacía sino recordar el instante en el que se había despojado de la camiseta. Una inesperada excitación la había tomado por sorpresa. Al verlo salir del agua como un magnífico dios griego, Jillian agarró su camiseta y la escondió bajó su cabeza. Si quería cubrirse tendría que utilizar la toalla.
Jillian suspiró suavemente. ¿A qué se debía aquella repentina obsesión por lo físico? ¿Eso era lo que les sucedía a las mujeres cuando se cruzaban con un hombre como Nick? Jamás antes había reparado en la anatomía de los hombres. Se sentía como una niña a la que le hubieran prohibido los dulces y estuviera ansiosa por comer caramelos.
Minutos después, su objeto de deseo ya estaba de nuevo en el agua, disfrutando con los pequeños como si fuera uno de ellos.
– ¡El agua está estupenda!-le gritó él-. Deberías bañarte.
– ¡No me he traído el bañador!-dijo ella, contenta con haber olvidado aquella pequeña vestimenta.,
La verdad era que ni siquiera poseía uno. No se había puesto un bañador desde que había asistido a clases de natación en el instituto. Nunca después se había atrevido.
Él salió del agua y se acercó a ella.
– Seguro que Roxy tiene alguno que puedes usar-dijo Nick.
Jillian se rió.
– No creo que debamos exponer a los pequeños a la espantosa visión de su tía en traje de baño.
Nick se tumbó en la toalla.
– ¿Por qué dices eso? Tienes un cuerpo precioso. Seguro que el bañador te queda estupendamente.
Ella abrió la boca para desmentir lo que él decía, pero no lo hizo. Si Nick pensaba que tenía un cuerpo bonito, ¿por qué iba a convencerlo de lo contrario?
Le gustaba la idea de que la considerara sexualmente atractiva.
Nick se sentó y se quedó, mirando fijamente el agua.
– Me gustaría que este verano no acabara nunca. No quiero regresar a Providence.
– ¿Es allí donde sueles trabajar? El asintió.
– Allí es donde está mi oficina, pero trabajo en proyectos en toda la costa Este.
– Debe de haber mucha gente necesitaba de librerías.
Él se rió.
– Sí, mucha gente.
– La verdad es que las estanterías son algo muy importante. Las bibliotecas y las universidades no podrían existir sin ellas. Y qué sería de los libros sin un mueble tan adecuado.
– Jamás se me había ocurrido pensarlo así-dijo él-. Aunque con el advenimiento de Internet y la información digitalizada, puede que acabe quedándome sin trabajo.
Ella no podía dejar de mirarlo, de observar el contorno de las curvas de su cuerpo.
– Seguro que rápidamente podrías encontrar otra cosa que hacer-dijo Jillian, pero la voz se le quebró inesperadamente, avergonzada por su insistente mirada sobre él.
Se hizo un extraño silencio entre ellos. Luego Nick llamó a los chicos, los impregnó de arriba abajo de crema solar y los mandó a construir castillos de arena.
– Tú también deberías ponerte crema-le dijo a Jillian.
– Estoy bien-respondió ella-. ¿Y tú?
Notó que la piel de Nick estaba bronceada. Era patente que aquel hombre pasaba mucho tiempo al aire libre y sin camisa.
El se miró los hombros.
– Sí, quizás debería ponerme un poco en los hombros-inesperadamente, le tendió el bote a ella-. ¿Te importaría?
Jillian tragó saliva con dificultad. ¿Acaso su propuesta había sonado como una invitación?-¡No!-dijo ella.
– ¿No?-preguntó él confuso.
– Quiero decir… que no me importa. ¿Dónde te echo?-ella rogó en silencio que no le hiciera ninguna sugerencia peligrosa.
– En los hombros.
Jillian aplicó la crema primero con desesperación, como si quisiera terminar cuanto antes. Pero, en el momento en que sus dedos tomaron conciencia de su musculatura, comenzó a deslizar las manos lentamente por las sinuosas curvaturas de su cuerpo, memorizando cada tacto.
Hacía mucho que no tocaba a un hombre como estaba tocando a Nick. En el pasado, las caricias habían sido siempre un acto mecánico necesario para llegar al punto al que era esperable llegar. Quizás siempre lo había realizado con la certeza de que no disfrutaría tanto como se suponía que debía disfrutar.
Sin embargo, con aquel juego accidental de caricias todo su cuerpo parecía estar despertando. Un sinfín de sensaciones inesperadas encendían su deseo dormido.
Suavemente, comenzó a masajearle el cuello.
– Eso es muy agradable-reconoció él.
Jillian se preguntó qué debía hacer a continuación. Quizás pudiera deslizar los dedos por su espalda hasta su cintura, alcanzando finalmente sus glúteos tentadores. Jamás antes había seducido a un hombre, nunca se había sentido capaz de ello. Tal vez, debería besarlo, debería rozar suavemente el tierno lóbulo de su oreja. Cerró los ojos y comenzó a inclinarse lentamente. Pero antes de que pudiera alcanzar su objetivo, la voz de él la sacó de su ensimismamiento.
– ¿Ya has terminado?-preguntó él.
Jillian abrió los ojos y se apartó rápidamente, retirando las manos como si de pronto su piel la estuviera abrasando.
– Sí, claro.
Él se volvió y la miró con una extraña intensidad. Ella pensó que, tal vez, estuviera enfadado.
Se levantó.
– Me voy al agua-anunció, envolviéndose la toalla a la cintura.
Al llegar a la orilla, soltó la toalla y ella vio con sorpresa lo que tan celosamente trataba de ocultar: su masculinidad erecta.
Cielo santo, ¿había sido ella la causa de aquello?
Jamás habría supuesto ni por lo más remoto que su tacto pudiera tener un efecto tal. No se consideraba, precisamente, una maga de las artes amatorias. Claro que los hombres a veces tenían respuestas inesperadas a ciertos estímulos, fueran intencionales o no.
Avergonzada por el incidente, estuvo tentada de salir huyendo. Pero no podía. Los niños estaban sentados a sólo unos metros de ella y eran su responsabilidad. Tendría que quedarse y enfrentarse a él lo quisiera o no.
Quizás, si fingía que no se había dado cuenta todo iría bien.
De cualquier forma, debía recordar mantener sus manos apartadas de él en adelante. No quería que Nick pensara que, además de un auténtico desastre, era una solterona hambrienta de sexo.
En lugar de entrar en la casa, Nick decidió que sería conveniente que comieran algo en la cabaña en la que se hospedaba.
Después del extraño suceso acontecido en el lago, se había creado entre ellos un difícil silencio. Su reacción le había sorprendido a él tanto como a ella. Se tenía por un hombre capaz de controlar sus impulsos. Pero desde el instante en que ella había posado las manos en sus hombros, había sobrevenido el desastre. Por suerte, había podido ocultar las evidencias de su estado con la toalla.
– Pasa-le murmuró Nick a una tímida Jillian-. Perdona el jaleo-le dijo, apartando unos proyectos que tenía sobre la mesa.
– ¿Qué es todo esto?-preguntó Jillian, entrando a la pata coja.
Nick no se había atrevido a tomarla en brazos para llegar hasta allí.
– Planos.
Jillian observó con detenimiento uno en el que había dibujada la fachada de una casa. Había estado pensando en hacerse una nueva casa, en desterrar de su vida aquella que había compartido con Claire.
– Me gusta dibujar casas.
– Pues eres muy bueno. Quizás debieras plantearte lo de convertirte en un arquitecto. Podrías volver a la universidad, hacer una carrera…
Nick le quitó el cuaderno de bocetos y lo puso bajo un taco de planos.
– Creo que ya he estudiado bastante.
Nick sabía que era el momento de decir la verdad. Engañarla respecto a lo que era y quién era realmente no haría sino crear problemas en el futuro. Ella había sido totalmente clara y él no le había pagado con la misma sinceridad.
Aunque, realmente, ¿qué futuro tenían juntos?
Lo había pasado muy mal después de lo de Claire y no quería volver a sufrir de aquel modo. Enamorarse sería un grave error.
– Siéntate-le dijo, retirando el resto de los proyectos de la mesa.
Ella se sentó y apoyó los brazos sobre la mesa.
A Nick le resultaba extraño tenerla allí, en su pequeño refugio. Se la había imaginado tantas veces sentada en aquella mesa, frente a él, en una cena íntima, o en la cama, con su cuerpo desnudo cerca del suyo.
Nick decidió centrarse en preparar la comida.
¿Por qué no podía dejar de fantasear sobre ella? Su sentido común le decía que Jillian no era su tipo. Y dado que Claire supuestamente lo era y, a pesar de todo, la relación había acabado en desastre, lo más probable era que con Jillian el desastre acabara siendo aún mayor.
– ¿Puedo ayudar en algo?-preguntó ella.
– No hace falta. ¿Qué preferís: sopa de sobre o perritos calientes?
– ¿Sopa de sobre?
– Es la solución de todo soltero que se precie-dijo Nick con una gran sonrisa.
– ¡Cielo santo! Creo que necesitas una esposa.
– ¿Te prestas voluntaria?-le preguntó él, sabiendo el efecto que aquella provocación causaría en Jillian.
Una vez más, ella se ruborizó.
– No creo que me quisieras como esposa. Soy terrible con las cosas de la casa, pongo mi trabajo por delante de todo y tú mismo has sido testigo de lo mal que se me dan los niños.
Todo aquello debería haber sido motivo suficiente para desanimarlo. Pero su sinceridad y sencillez le resultaron adorables.
– Pues yo creo que cualquier hombre que pudiera tenerte por esposa sería muy afortunado.
Ella sonrió nerviosamente y miró de un lado a otro del pequeño salón-cocina.
– ¿No crees que está todo demasiado silencioso?-se levantó sin dejar que él la ayudara-. Iré a ver qué hacen los niños. No quiero otro desastre aquí.
Se fue saltando hasta la puerta que daba al dormitorio.
Momentos después los pequeños salieron del cuarto, oliendo fuertemente a la colonia de Nick.
Jillian apareció detrás de ello con la botella vacía.
– Me temo que ni siquiera aquí saben comportarse. Han vaciado todo el bote sobre tu cama. Te va a ser difícil dormir ahí.
– No pasa nada-dijo él-. Últimamente, he dormido muchos días en la hamaca del porche. Me gusta escuchar el sonido del agua y los pájaros nocturnos.
Jillian se sentó ante la mesa, sin dejar de mirar a los pequeños.
– ¿Qué tal tienes el tobillo?-le preguntó.
Ella lo estiró y lo movió de un lado a otro.
– Lo tengo mejor, aunque sigue algo hinchado. Pero no me duele demasiado. Yo creo que mañana ya estará bien.
Él se tomó un momento para admirar la suave curva de su pantorrilla y su fino pie. Luego, centró su atención de nuevo en la sopa de sobre.
Nick recapacitó sobre sus sentimientos hacia ella. Le gustaba estar a su lado y buscaba cualquier excusa para que pasaran tiempo juntos. Pero, ¿qué sucedería cuando volvieran Roxy y Greg?
No sabía si ella albergaba los mismos sentimientos hacia él. Siempre respondía con un desconcertante silencio a cuantas pruebas le daba de su interés.
Cada vez deseaba más besarla y tenerla en sus brazos, pero le resultaba realmente difícil acercarse a ella. No sabía cómo podía reaccionar.
¿Por qué se sentía de aquel modo tan extraño? ¿Tenía miedo? No sabía ya ni lo que quería. No podría soportar que lo rechazara, pero darse por vencido era aún más impensable.
Quizás lo más razonable fuera tratar de apartar de su mente a Jillian Marshall.
En cuanto terminó de hacer la comida, les puso a los niños los platos delante y Jillian y él se sentaron en el porche con unos sándwiches y té frío.
– Si tuvieras el pie mejor para mañana, podríamos ir a la ciudad. Los voluntarios del cuerpo de bomberos van a celebrar una fiesta este fin de semana y habrá ponys, payasos y algodón de azúcar.
Jillian sonrió.
– Sería estupendo-dio un bocado a su comida-. Quiero darte las gracias una vez más por ayudarme con los chicos. No sé lo que habría hecho sin ti. No puedo ir detrás de ellos con el tobillo hinchado.
Nick se recostó sobre el respaldo de su silla.
– ¿Por qué te empeñaste en asumir una responsabilidad tan grande?-le preguntó él-. Ya es bastante duro para sus propios padres, y tú no tienes experiencia alguna.
– Por eso, precisamente-dijo Jillian-. Por que quería ver cómo era eso de cuidar de los niños.
– ¿Por qué? ¿Estás pensando en adoptar a unos trillizos?
Jillian hizo una pausa.
– La verdad es que he estado pensando últimamente en lo de la maternidad. Pero después de todo lo acontecido durante esta semana, creo que ha quedado muy claro que debo olvidarme de ello.
– Yo no tomaría esta semana como ejemplo. Casi nadie tiene que cuidar a tres niños de la misma edad a la vez. Yo formé parte de una familia numerosa y no sucedían en todo un año tantos desastres como con estos diablillos en una semana. Es sólo una cuestión de…
– ¿Organización?-preguntó ella con una sonrisa burlona.
Nick se rió.
– Sí, eso es: organización.
La leve tensión generada antes de la comida ya había desaparecido por completo.
El deseo de Nick estaba de momento bien oculto bajo la superficie. Pero sólo otro leve tacto de Jillian sería suficiente para despertar de nuevo su virilidad y hacer patente que para él los límites entre la amistad y la pasión estaban cada vez más difusos.