Capítulo 5

El día siguiente, el tobillo de Jillian ya había vuelto casi a la normalidad. Las marcas de su rostro habían desaparecido y Nick estaba trabajando duro para arreglar la ventana, el marco de la puerta y el baño de abajo.

Cuando Roxy y Greg regresaran no se darían cuenta de nada de lo sucedido. Sólo los niños podrían acusar a su tía, pero esperaba que una divertida tarde en la fiesta de los bomberos voluntarios bastara para borrar de su mente los nefastos episodios. Nick había prometido llevarlos después de comer.

Jillian se secó las manos y se dirigió hacia la habitación donde estaba su adorable carpintero, pero el teléfono interceptó su paso.

Al oír la voz de su hermana, se quedó paralizada.

– ¡Roxy! No esperaba que llamaras tan pronto.

– Han pasado ya cuatro días. ¿Todo va bien? Tenía la sensación de que algo había pasado.

– Sí, muy bien-respondió Jillian con un tono animoso-. Ya te dije que si necesitaba algo te llamaría.

Se hizo un largo silencio.

– ¿Estás segura? No tienes ninguna experiencia con niños y no es fácil-dijo Roxy-. ¿Qué me dices de la alergia de Zach? ¿Y la herida que Andy tenía en la rodilla? No se le habrá infectado, ¿verdad? Y Sam no puede dormir cuando hace mucho viento.

Jillian notó cierta desesperación en la voz de su hermana. Quería sentirse irremplazable, pensar que nadie podía cuidar a sus hijos como ella.

Jillian se sintió culpable y contempló por un momento contarle la verdad a su hermana. Pero conociendo a Roxy y a Greg, sabía: que tomarían el primer vuelo de regreso, así que decidió suavizar un poco la historia.

– Lo único que ha pasado es que me caí jugando con los niños y me torcí un tobillo. Pero ellos están perfectamente. Déjame que los avise para que hablen contigo.

En cuanto los llamó, los pequeños corrieron al teléfono.

El primero en ponerse fue Zach.

Jillian se sentó en un taburete a tomarse un café, mientras escuchaba distraídamente a su sobrino.

– La tía se ha caído-dijo el pequeño.

Sobresaltada, Jillian dejó rápidamente la taza y le quitó el teléfono.

– Te paso ahora con Andy-le dijo a su hermana.

Andy agarró el teléfono y comenzó a reírse al oír la voz de su madre. Lo malo vino cuando respondió.

– La tía se ha caído-dijo-. ¡Bomberos, bomberos!

Jillian le quitó el teléfono al segundo soplón y se lo pasó a Sam. Al menos sabía que éste sería discreto.

El pequeño se limitó a escuchar a su madre hasta que su tía recuperó el auricular para despedirse.

– Jillian, ¿qué ha ocurrido?-preguntó Roxy-. Andy me estaba hablando de bomberos.

– Nada no ha pasado nada. Simplemente que nos vamos a, la fiesta de los bomberos voluntarios esta tarde-se justificó Jillian, con la voz ligeramente temblorosa-. Nick dice que habrá ponys.

– ¿Nick? ¿Nick Callahan?-preguntó Roxy con animosidad-. ¿Qué tal está Nick?

En ese preciso momento entró el hombre en cuestión. Sonrió y se dirigió a la pila para tomarse un vaso de agua.

– Se está portando fantásticamente bien con los niños-dijo Jillian distraídamente-. Es un fabuloso carpintero. Vuestra librería está quedando muy bien.

– Bueno, ¿y qué opinas de él?-preguntó Roxy-. Supongo que sabes que no es sólo un…

– Roxy, me tengo que ir-le dijo a su hermana. No iba a hablar sobre las virtudes del caballero teniéndolo presente-. Bueno, ya discutiremos de todo eso cuando regreses. Tengo que preparar a los chicos para salir. Adiós. Nos vemos pronto.

Colgó el teléfono y se dejó caer sobre el asiento, resoplando cansada.

– ¿Qué tal está Roxy?-preguntó Nick.

– Muy bien-respondió Jillian.

– ¿Les has contado todo lo sucedido?

– Por supuesto-le mintió Jillian con una gran sonrisa-. Justo antes de que tú entraras en la cocina.

Él se rió.

– ¿Y agarran el primer avión de vuelta? Jillian soltó una carcajada.

– Bueno, no les he dado una versión detallada. Sólo les he contado una parte. Ya se enterarán del resto cuando regresen. No veo la necesidad de arruinarles unas vacaciones perfectas.

Él le lanzó una de sus adorables sonrisas.

– ¿Estás preparada?

– Yo sí. Pero, ¿vas a ir así?-le preguntó ella, mirándolo de arriba abajo. Tenía el torso al descubierto y los pantalones a la altura de la cadera.

– No. Iré a darme una ducha y a ponerme algo decente-dijo él-. Pero estaré de vuelta antes de que te haya dado tiempo a ponerles a los niños los zapatos-bromeó él.

Ella le lanzó el paño de cocina contra la cabeza cuando salía por la puerta.

Dispuesta a demostrarle que estaba equivocado, colocó a los niños en fila en el sofá y les puso uno a uno los zapatos.

– ¿Lo veis? Es todo cuestión de organización. Vamos. No queremos hacer esperar a Nick.

A los pocos minutos de salir, apareció él, con el pelo aún húmedo de la ducha. Jillian pensó que era el hombre más atractivo que había visto jamás.

Él tomó a Sam y se lo puso a hombros y, todos juntos, se dirigieron andando hacia la feria.

Pronto atravesaron el arco de entrada y tuvieron que hacer un gran esfuerzo por evitar que los niños salieran corriendo.

Había entretenimientos de todos los tipos: tiro al blanco, pesca de regalos, prueba de fuerza…

Uno de los bomberos voluntarios llamó a Nick desde la distancia.

– ¡Vamos, anímate a probar tus fuerzas! Demuéstrale a tu mujer lo fuerte que estás y gana un osito de peluche para ella.

Jillian abrió la boca para corregir el malentendido, pero Nick se aproximó al hombre y aceptó el reto. Puso a Sam en el suelo, se frotó las manos, agarró el mazo y golpeó con fuerza. Inmediatamente la campana sonó. Había ganado el premio. Los niños aplaudieron complacidos. Cuatro veces repitió la hazaña, obteniendo un muñeco para cada uno.

– Tiene usted todo un marido-dijo el bombero.

– No es mi marido-dijo ella y el hombre miró a los niños-. Tampoco ellos son mis niños, sino mis sobrinos.

– No será usted la dama que está en la casa de los Hunter, ¿verdad? Cielo santo, ya oí lo de su llamada de auxilio. Siento no haber podido ir en persona, pero estaba en Nashua con mi familia, visitando a mi hermana. He oído que fue todo un espectáculo.

Jillian escuchó consternada pero educadamente el relato del hombre, hasta que Nick encontró una buena excusa para alejarse allí.

Pero durante el resto de su estancia en la feria, o bien la gente asumía que eran una familia, o recapitulaban el incidente de la casa del lago.

Parecía condenada a enfrentarse a una situación embarazosa lo quisiera o no.

Sin embargo, lejos de sentirse incómoda o molesta, se lo tomaba con envidiable e inusual humor en ella.

Quizás el motivo de aquella poco frecuente reacción fuera Nick. Le agradaba estar con él, que la tomara de la mano y le diera confianza.

Después de tres horas, emprendieron el camino de vuelta a casa, cansados pero felices.

Había sido una tarde perfecta, y Jillian había disfrutado como nunca, gracias en gran parte a la camaradería que se había ido creando entre Nick y ella.

Desde su primer encuentro, había podido ver varias caras de aquel increíble hombre: el excelente y organizado carpintero, el padre ideal, el hombre que despertaba sus instintos más básicos y el niño capaz de disfrutar sin más. Incluso, había podido llegar a imaginárselo como marido.

De pronto, aquella antigua lista de atributos para una pareja perfecta, la que tan meticulosamente había elaborado tiempo atrás, le resultaba absurda.

Siempre había pensado que podría controlar sus sentimientos, que se enamoraría del hombre que ella eligiera. Qué equivocada había estado.

El amor había llegado cuando menos lo esperaba y no había nada que pudiera hacer al respecto, sólo rendirse.

Jillian se sentó ante la gran mes de caoba de la sala de conferencias del Instituto de Nuevas Tecnologías. Iba vestida con un traje de chaqueta y una camisa de seda, su típico atuendo de trabajo. Pero se sentía extrañamente incómoda.

Al llegar a casa desde la feria, se había encontrado con un mensaje urgente. La necesitaban en Boston y su ética profesional le había impedido ignorar el aviso.

Nick se había ofrecido a quedarse con los niños, pero Jillian había preferido avisar a su madre.

Miró al reloj y se preguntó qué estarían haciendo los niños. Seguramente su madre les habría acostado la siesta. Nick, por su parte, estaría trabajando en la librería o quizás estaría dando algunos retoques a los desperfectos que ella había causado.

En cuanto acabara la reunión, llamaría para ver cómo estaban todos. La idea de que los pequeños la echaran de menos la conmovía. También pensaba que tal vez Nick se lamentara de su ausencia. ¿Pensaría en ella?

Desde luego Jillian no se lo había podido quitar de la cabeza en las últimas horas.

Durante el trayecto hacia Boston había recapitulado todo lo sucedido desde su primer encuentro hasta el instante mismo en que había abandonado la morada de los Hunter.

Las voces de los presentes resonaban en la distancia. Era incapaz de concentrarse en lo que decían. Todo el comité estaba allí presente, vestidos con sus mejores trajes, decididos a impresionar al doctor Richar Jarret. Jarret era un físico eminente que había expresado su interés en una de las vacantes del instituto.

Mientras los miembros del comité interrogaban al físico, se dio cuenta de lo silenciosa que estaba la sala. Sólo el sonido limpio de cada interlocutor alteraba el vacío sonoro.

Se había acostumbrado tanto al ruido continuo de los niños que casi lo echaba de menos.

Miró a Richar Jarrett y lo analizó. Era relativamente atractivo y tenía un currículo impresionante. Sin duda, se trataba de uno de esos candidatos perfectos al puesto de padre o marido.

Sin embargo, por algún motivo, le resultaba increíblemente aburrido y poco atrayente. También la reunión empezaba a hacérsele tediosa.

Después de su energético trabajo de los últimos días, sus compañeros de profesión le parecían carentes de interés y vida.

– ¿Doctora Marshall?

Jillian salió de su ensimismamiento.-¿Sí?

– ¿Tiene alguna pregunta para el doctor Jarret?

– Pues… no-dijo ella-. Todas las dudas que tenía ya han sido contestadas.

El rector la miró extrañado y luego volvió al orden del día.

Jillian se sintió ligeramente avergonzada. Quizás debería haber preguntado algo. Pero aquel hombre estaba sobradamente capacitado para el puesto y todos lo sabían. La entrevista no era más que un mero trámite.

Minutos después, el rector dio por terminada la reunión y Jillian se levantó de su asiento. Pero, en lugar de unirse al grupo, se dirigió hacia la puerta con la intención de ir a llamar a su madre.

Antes de salir, el rector le interceptó el paso.

– Y bien, doctora Marshall-le dijo Leo Fleming-. ¿Qué opina? Esperamos que el doctor decida pasar a formar parte de nuestro instituto-sin darle ocasión a responder, la llevó a un rincón de la sala-. Doctora Marshall, al comité le gustaría pedirle un favor… El doctor Jarret va a pasar la noche en Boston y no conoce la ciudad. Nos gustaría que le mostrara los lugares más importantes y que lo llevara a un restaurante.

Jillian forzó una sonrisa tratando de mostrarse agradecida por haber sido elegida.

– Me temo que no va a ser posible, doctor Fleming. Tengo responsabilidades familiares.

– ¿Familiares?-preguntó el rector-. ¿A qué se refiere? Pensé que no tenía familia.

– Bueno, me estoy ocupando de mis sobrinos por unos días y no me gusta dejarlos con nadie más.

– Seguro que no les pasará nada por quedarse unas horas en compañía de otra persona-el doctor se aclaró la garganta-. Quizás no se haya dado cuenta aún de lo importante que es todo esto para el instituto.

– ¿Por qué no envían a otro? El doctor Wentland conoce mejor la ciudad que yo y procede de la misma universidad que nuestro candidato. O la doctora Symanski. Es toda una gourmet. Seguramente lo podría llevar a un excelente restaurante.

– Pensamos que usted es la persona más apropiada-insistió el rector.

Jillian sopesó la oferta. ¿Qué daño podía hacerle salir una noche en compañía de un hombre tan prestigioso? En cualquier otra ocasión habría estado ansiosa por tener la oportunidad de hablar con un hombre tan brillante como él.

– De acuerdo-dijo-. Pero tendrá que ser una cena temprana. Al acabar tengo que conducir hasta New Hampshire.

El rector sonrió y le estrechó la mano.

– Al parecer al doctor Jarrett le gustan mucho las mujeres. Espero que la cita se limite a lo estrictamente profesional-le advirtió el hombre-. También me gustaría que tratara de averiguar la razón real por la que ha decidido dejar Oxford. No nos conformamos con las razones que esgrime la universidad.

– Haré todo lo que esté en mi mano. Y ahora, si no le importa, iré a llamar para ver si la persona a cargo de mis sobrinos puede quedarse con ellos esta noche.

– Adelante.

Jillian miró al doctor Jarret y se encontró con que él la estaba observando y le lanzaba una cálida sonrisa. En cualquier otra ocasión se habría emocionado. En aquella no. Lo que realmente ansiaba era volver al lado de Nick y de los niños.

Encontró un teléfono justo al salir de la sala y, sin esperar más, hizo la llamada.

Esperaba oír caos de fondo, pero respondió sólo la limpia voz de su madre.

– Mamá, soy Jillian. ¿Qué tal va todo?

– Muy bien. Yo estoy aquí, tomándome una taza de té.

– ¿Y los niños?

– Están con ese amigo tuyo, Nick, en el estudio.

– No deberías dejarlos con él mientras trabaja. No le permitirán hacer nada.

– No está trabajando, está leyéndoles un cuento, y se están portando como angelitos. Ese un hombre es fabuloso con los niños, y ni está casado ni tiene hijos.

– Mamá, ¿lo has estado interrogando?

– Comimos juntos, eso es todo. Le preparé un pollo en salsa y unas verduras a la plancha. Lo agradeció mucho. Es tan educado…

Jillian gruñó por dentro. Lo último que necesitaba era que su madre metiera la nariz en su relación con Nick.

– Te llamo para pedirte que te quedes con los niños un poco más. Tengo que llevar al doctor Jarret a cenar y mostrarle la ciudad.

– ¿El doctor Jarret? ¿Es soltero, guapo, rico?

– No está casado, es atractivo y no nos conocemos lo suficiente como para poder pedirle un extracto bancario.

Sylvia suspiró.

– Me encantaría poder quedarme, pero tu padre y yo tenemos un compromiso. Lo mejor será que se lo pidas a tu amigo. Te lo pasaré.

– Mamá, no, no puedo…

Antes de que pudiera decir nada, Nick respondió.

– ¿Jillian?

Ella respiró profundamente al oír su voz varonil.

– ¿Qué tal va todo?

– Muy bien. ¿Cuándo vuelves a casa?

– Pues, por eso precisamente estaba llamando. Me temo que voy a llegar un poco tarde. Tengo que ir a cenar con el doctor Jarret. Espero estar de vuelta entre las nueve y diez. Me da vergüenza pedírtelo pero…

– No te preocupes. Puedo quedarme con los niños sin problema.

– Roxy se va a poner furiosa conmigo. Se supone que estás allí para hacerle las librerías, no para ocuparte de los niños. Pero eres fantástico con ellos y no sé cómo librarme de esta cita.

– ¿Cita?

Jillian tragó saliva.

– Bueno, no es exactamente una cita.

– ¿Vais en grupo?

– No-dijo ella-. Sólo el doctor y yo, pero es una cita estrictamente profesional.

– ¿Está casado?

– No.

Su respuesta fue seguida de un largo silencio por parte de él. ¿Se había enfadado? Jillian no podía descifrar su reacción sin tenerlo delante.

– ¿Nick?

– Ya te veré cuando vuelvas. Que te lo pases bien.

Jillian colgó lentamente con la sensación de que algo no le había gustado a Nick.

De pronto, sintió una mano sobre el hombro y se sobresaltó. Al volverse, vio al doctor Jarrett.

– Bueno, profesora Marshall, según me han dicho vamos a salir a cenar. ¿Está preparada?

Tras una breve parada en su apartamento para cambiarse, se dirigieron a un estupendo restaurante cerca de Kendall Square.

El camarero les recitó los platos especiales del día y los vinos. Aunque Jillian dijo no querer vino, el doctor Jarrett lo encargó igualmente. Acto seguido, se encontró con un largo discurso sobre las excelencias de cada vino de la lista y de cómo Jarrett había comprado varias botellas por el indecente precio de cinco mil dólares cada una.

– La primera vez que probé ese vino, supe que quería tenerlo-dijo él, extendiendo los dedos y tocando los de ella-. Y cuando quiero algo, lo consigo.

Jillian apartó la mano y trató de cambiar el rumbo de la conversación. Pero Jarrett continuó su inaguantable monólogo.

Ella miró al reloj y se dio cuenta de que ya era la, hora de meter a los niños en la cama.

Después de unos pocos días se había acostumbrado a todos aquellos rituales a los que obligaban los pequeños. De pronto, sintió ganas de tener a los pequeños querubines en sus brazos. Era fácil quererlos, aun a pesar de todos los problemas que causaban.

Jillian sonrió para sí y se puso a pensar en Nick. Se preguntó una vez más sobre su extraña reacción. ¿Serían celos? Quizás su frialdad se había debido, simplemente, a que Sylvia estaba cerca de él mientras mantenían la conversación.

– ¡Claro!-dijo Jillian en voz alta sin darse cuenta.

– Estás de acuerdo conmigo, ¿verdad?-dijo Jarrett, asumiendo que ella seguía el rumbo de su conversación-. El tope de esa botella de Bordeaux eran trescientos dólares.

Jillian rogó para sí que aquella tortura acabara pronto. Cuanto antes saliera del restaurante, antes llegaría a casa.

Se preguntó cómo la recibiría Nick, cómo se sentiría respecto a aquella cita.

Sólo un loco de amor podría estar celoso de un pomposo engreído y aburrido como el doctor Jarrett. Y dudaba de que aquel fuera el caso.

Nick acababa de comprobar que los niños dormían plácidamente, cuando, ya en la planta baja, vio abrirse la puerta de la calle.

Nick se quedó oculto entre las sombras al verla entrar.

Había cambiado el traje de chaqueta por un vestido negro entallado y sustituido el moño tirante por un cabello suelto que le caía en hondas sobre los hombros.

No le sorprendió su belleza, pero si el modo en que aquel atuendo la enfatizaba.

– Seguro que ese vestido los ha vuelto locos en el instituto-dijo él.

El sonido de aquella voz profunda saliendo de entre las sombras la sobresaltó.

– ¿Nick?-Jillian se acercó a las escaleras-. ¿Qué estás haciendo despierto a estas horas?

– Eso mismo podría preguntarte yo. Es más de medianoche, un poco tarde para una cita de negocios, ¿no crees?

Jillian lo miró confusa.

– La cena ha sido más larga de lo que esperaba. He estado a punto de quedarme en mi apartamento, pero luego he pensado que estabas aquí solo, con los niños… Me imaginé que preferirías que volviera a casa.

– Esta no es tu casa-dijo él en un tono de voz frío y distante-. Además, ¿por qué debía importarme lo que hicieras? ¿O si te quedabas en tu apartamento o en algún hotel de Boston, en la habitación de un extraño?

– ¿Un extraño? ¿De qué estás hablando?-le preguntó Jillian.

Nick pasó a su lado y se dirigió hacia el estudio, donde pretendía seguir trabajando. Pero Jillian no estaba dispuesta a pasar por alto su comentario.

– ¿Estás enfadado porque he llegado tarde?

Nick la miró. Pero la expresión de preocupación de Jillian no disipó su furia.

– ¿Te lo has pasado bien en la cena?-le preguntó con rabia.

Ella parpadeó nerviosa ante su tono intransigente.

– No, la verdad es que el doctor Jarrett me ha resultado un insufrible y aburrido egocéntrico.

– ¿Lo has besado?

Jillian se ruborizó.

– No… no exactamente.

– ¡Vaya, aquí nada es exacto! No es «exactamente» una cita, no es «exactamente» un beso. Tu especialidad son las matemáticas. ¿No podrías tratar de ser un poco más «exacta»?

El gesto jovial de Jillian se transformó en una mueca de indignación.

– De acuerdo. Me besó durante tres coma ocho segundos, usó dos centímetros de lengua y, en una escala de uno a diez, sentí, exactamente cero atracción hacia él-hizo una pausa-. ¿Por qué te importa todo esto?

Él la miró durante unos segundos, y la rabia se fue desvaneciendo.

De pronto, atravesó la habitación, la tomó en sus brazos y sus labios se posaron sobre los de ella. Pero era mucho más que un beso. Era el principio de algo, y el final de aquella danza de seducción que habían iniciado la noche que se conocieron.

Él alzó la cabeza y miró su rostro congestionado.

– Porque me importa-respondió él, suavemente. Acto seguido volvió a besarla.

Pero muy pronto, ella lo empujó y se apartó.

– ¿Qué estás haciendo?

– Pensé que era obvio-dijo él, con una sonrisa satisfecha-. ¿Quieres que siga, para que te quede más claro?

– ¡Ya está bien!-dijo ella indignada-. No… no puedes besarme así y esperar que con eso perdone tu actitud.

– Has sido tú la que ha llegado tarde de una cena con otro hambre.

– ¡Y tú el que se ha enfadado injustificadamente! Ni tienes derecho ni a enfadarte, ni a besarme así.

– Pues no te he oído protestar.

– Lo estoy haciendo ahora. Suéltame.

El la soltó rápidamente y se alejó de ella.

– Ya no tengo nada más que hacer aquí.

Dicho aquello, salió de la habitación, satisfecho al oír su gemido de frustración.

Un beso había sido suficiente para cambiar de rumbo la relación. Le daba lo mismo que Jillian Marshall quisiera un premio Nóbel o un hombre con el coeficiente de Einstein: se iba a encontrar envuelta en una relación con un carpintero, lo quisiera o no…

Quizás no tuvieran un futuro juntos, pero sin duda tenían un presente. Deseaba a Jillian más de lo que había deseado a ninguna otra mujer en su vida, y no estaba dispuesto a dejar escapar aquella oportunidad.

Nick acabaría por convencerla de que lo deseaba tanto como él la deseaba a ella.

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