Capítulo 6

Jillian se quedó en mitad de la habitación, completamente atónita, e incapaz de hablar y de moverse.

Lentamente, se llevó los dedos hasta los labios, donde el beso aún palpitaba.

Ya no le cabía duda sobre los sentimientos de Nick Callahan hacia ella. Aquel no había sido un beso de amigos. Había en él pasión y necesidad desesperada de poseerla.

Se estremeció.

¿No era aquello lo que secretamente había soñado en la soledad de su alcoba? ¿Qué debía hacer, cómo debía responder?

Aún a pesar de lo limitada que era su experiencia con el sexo opuesto, la intuición le dictaba que el siguiente movimiento le correspondía hacerlo a ella.

Nick estaría esperando a que fuera a buscarlo y le dijera claramente lo que sentía.

– Esta relación no puede funcionar. No tenemos nada en común-murmuró ella.

Pero al oír sus propias palabras de dio cuenta de lo falsas que resultaban. Durante el tiempo que había pasado en compañía de Nick, jamás se había aburrido. Podían conversar maravillosamente y en los silencios no dejaba de pensar que era el hombre más fascinante que había conocido.

– ¿Qué quiere decir todo eso?-se preguntó a sí misma-. ¿Que te gusta? ¿Que te estás enamorando de él? Creo que es hora de averiguarlo.

Jillian salió del estudio en busca de Nick, pero había abandonado las casa. Una vez en el jardín, lo vio corriendo bajo la lluvia hacia su cabaña.

– ¡Nick Callahan! Tenemos que hablar.

El se detuvo, pero no se volvió.

– Estoy cansado-dijo-. Ya he tenido bastante para una noche.

– ¡Maldita sea!-dijo inesperadamente ella-. Vuelve aquí. No voy a dejar a los niños para salir a perseguirte.

Nick la miró.

– ¿No puedes esperar hasta mañana?

– No, no puedo.

– No creo que quieras oír lo que tengo que decirte, Jillian.

– No te tengo miedo.

En ese instante, un relámpago iluminó el cielo, seguido de un trueno.

– ¡Nos va a alcanzar un rayo si nos quedamos aquí fuera!

– ¡Entra en la casa, Jillian!

Haciendo caso omiso a su advertencia y a su propio sentido común, Jillian corrió hacia él y se lanzó a sus brazos. No le importaba nada, sólo quería sentir la lluvia fría sobre la piel ardiente y el cuerpo cálido de Nick contra el suyo. Sin pensárselo dos veces, lo besó. La lluvia los empapaba, mientras sus bocas se deleitaban la una con la otra.

– No deberíamos quedarnos aquí-dijo él.

– No-respondió ella, y se puso de rodillas sobre la hierba mojada, invitándolo a unirse a ella.

Él se tumbó sobre ella, y deslizó hacia abajo el tirante de su vestido. Gimió al ver su dulce piel expuesta.

– ¿Qué quieres de mí?-le preguntó con desesperación.

– Esto, esto es exactamente lo que quiero-murmuró ella, arqueándose al sentir cómo su boca se deslizaba por su piel-. Lo único que quiero es esto.


– Pero tú no quieres a un hombre como yo en tu vida-dijo él.

– ¿Quieres tú a una mujer como yo en la tuya?-lo retó ella.

– Tú quieres alguien genial-dijo él-. Un científico.

– Y tú quieres a alguien dulce y servicial.

– Quieres un hombre que sea tu colega en el trabajo.

– Y tú alguien que se rinda ante ti fuera y dentro de la cama.

– Entonces, estamos de acuerdo-dijo Nick-. No puede haber nada entre nosotros.

Ella hundió los dedos en su pelo.

– Nada más que esto.

El sonido de la tormenta pareció desvanecerse. Lo único que Jillian oía era la respiración del hombre que encendía su pasión.

Se regocijó con aquel torso húmedo, deslizando las manos casi con desesperación.

No le importaban las consecuencias de lo que estaba sucediendo, lo único que quería era probar su boca y escuchar sus gemidos de placer. ¿Por qué preocuparse pensando en el futuro?

Nick deslizó los dedos por debajo de su sujetador, hasta atrapar su seno con toda la mano. Cuando su boca comenzó a deleitarse con su pezón, Jillian gimió. Pero su gemido fue engullido por un trueno.

Ella se dejó llevar, exenta de inhibiciones y miedos.

– ¿Es esto lo que quieres, Jillian?-le murmuró él-. ¿Quieres que te haga el amor aquí y ahora?

Jillian quería gritar que sí. Pero, ante la posibilidad de elegir, vinieron los reparos. ¿Era realmente aquello lo que quería? ¿Quería sexo a toda costa sin pensar en las consecuencias?

Su breve momento de indecisión fue suficiente para empujar a, Nick a poner fin a aquella repentina locura.

Se apartó de ella.

– Será mejor que vayamos dentro a ver cómo están los niños.

Jillian se colocó rápidamente el vestido y lo miró confusa.

¿Por qué ya no la deseaba? ¿Por qué parecía haber perdido de repente todo interés hacia ella?

– Sí, deberíamos hacerlo.

Nick se levantó y le tendió la mano para ayudarla. Luego emprendió el camino hacia la casa, silencioso, indiferente. Abrió la puerta y se apartó para dejarle paso a ella.

Jillian se quitó el agua de la cara con los dedos y se pasó la mano por el pelo.

– Iré arriba a ver cómo están y traeré unas toallas-murmuró ella.

Él sonrió y asintió.

Jillian comenzó a subir las escaleras, consciente de que cuando regresara él se habría marchado. Se detuvo en mitad del trayecto, justo a tiempo de oír el sonido de la puerta.

Suspiró y volvió abajo.

Lo único que encontró de él fue el leve charco que habían dejado sus zapatos.

Parpadeó y sintió unas gotas deslizándose por sus mejillas. Se limpió con rabia. No estaba dispuesta a dejar que las lágrimas fluyeran impunemente.

– Bien, Jillian. ¿Querías saber si estabas enamorada de él?-murmuró-. Pues ya tienes la respuesta.


Nick no podía dormir.

La lluvia seguía cayendo con fuerza, refrescando el ambiente.

Nick estaba en el porche, tumbado en la hamaca, recordando una y otra vez el episodio del jardín.

Todavía tenía la sensación de su tacto en los labios y en el cuerpo.

Habría deseado hacerle el amor allí mismo. Pero cuando se trataba de Jillian Marshall, no podía dejarse llevar por sus instintos.

Había pensado que después de Claire ninguna mujer podría hacerle daño.

Maldijo entre dientes y se pasó la mano por el pelo húmedo.

La luz del dormitorio de ella se había apagado hacía ya una hora. Se preguntaba si yacería despierta como él, pensando en lo que había sucedido entre ellos.

Allí, sumido en la profunda oscuridad de la noche, tenía la sensación de que lo ocurrido no había sido más que un sueño.

¡Cómo la había deseado! No obstante, había sabido desde el primer instante que no habría podido hacerle el amor de aquel modo. Necesitaba mucho más de Jillian que una simple noche de tórrida pasión. Necesitaba que lo aceptara como era, exento de envoltorios.

Le costaba reconocer el poder que ella tenía sobre él. Era una mujer especial, que no había crecido bajo los mismos moldes y modelos que otras mujeres. Era extremadamente inteligente y, sin embargo, en ocasiones, carecía del más básico sentido común.

Sonrió. Era independiente y contestataria, pero a la vez también dulce y vulnerable. Se empeñaba en parecer fría, pero su beso había descubierto a la Jillian apasionada que se escondía tras aquel manto de corrección.

Se puso de pie. Ya estaba bien. Tenía que dejar de pensar en ella, ponerle fin a aquella obsesión que lo estaba torturando.

Se encaminó hacia el lago, se despojó de su ropa y se lanzó al agua.

Después de apaciguar su cuerpo enardecido, salió, se vistió y se dirigió a la casa con intención de terminar la librería. Cuanto antes acabara, antes podría volver a su vida en Providence.

Pero, al entrar en la casa, se encontró a Jillian, sentada en el taburete de la cocina, con un café delante.

– No me imaginé que estarías despierta-le dijo él.

Ella lo miró, sobresaltada por lo inesperado de su voz.

– No podía dormir-murmuró Jillian-. Bueno, me alegro de que así tengamos ocasión de hablar mientras los niños siguen durmiendo. Agarró un sobre y se lo entregó.-¿Qué es esto?

– Tú paga por los servicios de niñera.

Nick le lanzó el sobre a la mesa.

– Yo no quiero tu dinero-le dijo furioso.

– Teníamos un trato-dijo ella.

Él maldijo entre dientes.

– ¿De qué va esto realmente?-le preguntó-. ¿Es acerca de nuestro trato o sobre lo que sucedió anoche? ¿Estás furiosa porque te quise hacer el amor o porque no lo hice?

Ella se puso a jugar con la taza que tenía delante, negándose a mirarlo.

– No quiero hablar de lo que ocurrió anoche-dijo Jillian-. Cometimos un error y los dos lo sabemos.

– Yo ya no sé nada. Estoy completamente confundida y creo que tú también. Lo único claro es que, desde el instante mismo en que nos conocimos, estaba escrito que esto iba a suceder.

– Tú no eres el tipo de hombre con el que me corresponde estar.

– ¿Por qué? ¿Por mi profesión, por ser un simple carpintero que se gana la vida con las manos? ¿Es eso lo único que te importa, Jillian? Porque si ese es el motivo, me alegro de que anoche no llegara a ocurrir nada entre nosotros. Eso significaría que tú no eres la mujer que yo creía que eras.

Ella suspiró.

– Sólo estoy siendo realista.-dijo ella, alzando la barbilla en un gesto defensivo-. Admítelo, Nick. Tú tampoco crees que sea tu tipo. Sería una esposa terrible, una madre nefasta. Estoy segura de que no es eso lo que quieres.

– Ya no sé lo que quiero. En este instante, sólo quiero acabar esa maldita librería y salir de aquí lo antes posible.

– Sería lo mejor-dijo ella.

Nick la miró durante un largo rato, tratando de encontrar tras su fría compostura a la apasionada Jillian que lo había besado con desesperada necesidad. Pero no estaba.

Él negó con la cabeza y salió de la habitación.

Al llegar al estudio, cerró la puerta y se apoyó contra ella. Todavía le faltaban un par de días al menos para acabar su trabajo. No obstante, Roxy y Greg le habían dicho que podía quedarse en la cabaña el tiempo que quisiera, así que no tenía por qué exponerse a sí mismo a la tortura de trabajar incansablemente.

Pero debía escapar. Tenía un montón de trabajos pendientes, de proyectos futuros que le servirían para mantener la mente ocupada y alejada de Jillian Marshall.

Sin embargo, había probado algo que le había dejado un sabor especial en los labios. Aquellos días en compañía de Jillian y los niños había sentido que eran realmente una familia. No le extrañaba que todo el mundo en la feria hubiera pensado que lo eran. Ya no podía imaginarse formar una familia que no incluyera Jillian Marshall.

Pero lo mismo había pensado de Claire y Jason y, sin embargo, los había olvidado rápidamente.

– No necesito a ninguna mujer en mi vida-murmuró Nick.

Jillian estaba en la cocina mientras los niños se comían sus perritos calientes.

Nick había pasado toda la mañana encerrado en el estudio, sin querer salir de allí.

Se sentó junto a Sam y le robó un trozo de queso del plato. El niño le ofreció otro que acababa de sacarse de la boca.

Jillian sonrió indicándole al pequeño que eso no se hacía. Luego miró a los tres niños.

– No han estado tan mal estos días en mi compañía, ¿verdad? Hemos conseguido sobrevivir sin demasiadas catástrofes.

Los tres pequeños asintieron a la vez.

Jillian les limpió la boca uno a uno y los bajó de sus sillas.

– Hoy podríamos salir a jugar fuera-dijo ella y los tres se dirigieron corriendo a la puerta trasera.

– ¡Fuera, fuera!-gritó Andy.

Nada más abrir los niños salieron enloquecidos, corriendo y empujándose.

Al llegar al jardín, ella notó que alguien la observaba. Se dio la vuelta, pero sólo llegó a tiempo de ver que las cortinas del estudio volvían a su sitio. ¿Se lo habría imaginado? No, estaba segura de que no.

Si ya habían hablado y habían aclarado todo, ¿por qué él no la dejaba en paz?

Jillian pensó en todo lo que había ocurrido durante aquellos días. Tenía la sensación de que hacía semanas que se ocupaba de los pequeños. Nick había entrado en su vida como un extraño pero, en muy poco tiempo, habían estado a punto de convertirse en amantes. Pero, realmente, ¿qué sabía sobre él? ¿Podía confiar en su propio juicio, cuando se veía enturbiado por el deseo?

Ella se había embarcado en la aventura de cuidar de sus sobrinos pensando que sería un juego. Cuán errada había estado. Nada que conllevara un compromiso emocional y personal lo era. Enamorarse, tener niños, comprometerse para crear una familia eran asuntos muy complejos.

Siempre había vivido en su pequeño mundo de los números, tan perfecto y previsible. En realidad se había escondido detrás de ellos.

Pero, por primera vez en su vida, había conocido a un hombre que le alteraba todos los sentidos y que hacía que el corazón se le acelerara. Y no quería regresar a su ordenada vida, sino que sentía la incontrolable necesidad de sumirse en el caos.

– Hay otro hombre más adecuado para ti-murmuró Jillian, pensando en el doctor Jarret-. Un hombre que encaja en tu modo de vida.

Pero, ¿era eso realmente lo que quería, una relación «adecuada» con un hombre por el que no sentía atracción alguna?

– Bueno, al menos siempre tendré mi trabajo.

De pronto, vio que los niños corrían hacia ella y se preparó para un ataque.

Pero no se detuvieron. Pasaron de largo en dirección a la casa. Jillian se volvió y vio a Nick.

– ¡Nick, Nick!-gritaron los pequeños y se lanzaron a sus piernas. Su expresión feroz se fue suavizando hasta convertirse en una sonrisa. Se puso a Zach en los hombros y tomó a los otros dos de la mano.

Cuando llegó junto a Jillian puso a Zach en el suelo.

– Hola-murmuró ella.

– Hola-respondió él.

Jillian respiró profundamente y se colocó una brillante sonrisa en los labios.

– Has estado trabajando mucho. No te hemos visto en toda la mañana.

El evitó sus ojos.

– Ya casi he terminado. Roxy y Greg han contratado a alguien para que le dé los últimos toques. Esta misma noche haré las maletas y me marcharé.

Jillian se sorprendió de la noticia. El corazón se le encogió en el pecho y sintió que le faltaba el aire.

– Al menos cenarás con nosotros, ¿no? Va a ser tu última noche con los niños-dijo ella, poniendo a los pequeños como excusa. Era el tipo de invitación que no podía rechazar.

Pero lo hizo.

– Lo siento. Tengo mucho equipaje que preparar.

– ¿No te habían cedido la cabaña para todo el verano?

– Ya he tenido suficientes vacaciones-le dijo mirándola fijamente-. Necesito regresar a Providence.

– Nick, no veo la necesidad de que se cree esta hostilidad entre nosotros-murmuró ella-. Los dos somos adultos razonables.

– Creo que ese es precisamente el problema-dijo él con una carcajada amarga-. Somos «demasiado» razonables. Me iré de aquí cuanto antes.

Dicho aquello, se metió en su casa.

– ¿Nick está enfadado?-preguntó Zach. Jillian se encogió de hombros.-No. Está preocupado-respondió.-Triste-dijo Sam. Ella se arrodilló y le acarició el pelo.-No, no está triste.

Se sentó en la hierba con los pequeños, notando cómo la tristeza sí la invadía a ella.

Miró al lago y vio un pequeño velero navegando. Había llegado a gustarle mucho aquel lugar: la tranquilidad, la naturaleza. Pero, ¿cómo podría volver allí sin acordarse de él?

¿Podría entrar en la casa y no recordar todos los desastres de los que la había salvado? Quizás lo que tenía que hacer era regresar a su vida cuanto antes, a sus números y sus clases.

Miró a los niños.

– Sólo nos quedan unos pocos días para disfrutar, así que, ¿qué os parece si lleno la piscina pequeña y nos damos un baño?

Si todos los problemas hubieran podido resolverse así de fácil, con un reconfortante baño bajo el tórrido calor del verano…

Jillian se preguntó si llegaría a olvidar lo que había sucedido entre Nick y ella. Quizás aquellos diez días en el lago hubieran marcado el resto de su vida para siempre.

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