Capítulo 10

Por sus años de preparación, Brianne había desarrollado una alarma interna que funcionaba espléndidamente y una facilidad innata para oír el busca, hasta en sueños.

Sin embargo, no estaba dormida cuando la máquina empezó a sonar. Estaba en la cocina. Eran las siete de la mañana y se estaba sirviendo un vaso de zumo de naranja porque no podía dormir. El bolso, en el que estaba el busca, estaba en el salón, donde ella lo había dejado caer antes de hacer el amor con Jake.

Con un suspiro, se dirigió al salón y rebuscó en el bolso hasta que encontró el dichoso busca. Se sorprendió un poco porque su cita con su primera paciente no era hasta las nueve de la mañana.

Comprobó el número y vio que era del hospital. Entonces, llamó inmediatamente. Normalmente, sus pacientes acudían a Rehabilitación para sus sesiones, pero tenía una, la señora Cohen, a la que Brianne adoraba, que estaba postrada en la cama por un injerto de piel en una pierna. Sin embargo, el médico le había recomendado la fisioterapia para que pudiera acostumbrarse al andador cuando pudiera levantarse. Lo que no entendía era por qué la señora Cohen la necesitaba tan temprano.

El teléfono del hospital no dejaba de sonar sin que nadie contestara. Decidió que tal vez la enfermera de planta podría estar con un paciente o en una emergencia. Brianne se encogió de hombros y colgó. La llamada no podía ser un error, así que decidió que aquella mañana se iría a trabajar más temprano.

Volvió al dormitorio y entró de puntillas para no despertar a Jake. Entonces, se puso unos pantalones negros y una camiseta de pico de color blanco. Después, se acercó al colchón y se tumbó al lado de Jake durante unos instantes, dejando que él la acurrucara entre sus brazos. Era tan agradable…

Olía a hombre. Brianne nunca se había sentido tan protegida como con él. Cerró un momento los ojos y le acarició la espalda, tratando de memorizar cada uno de los detalles de su cuerpo. Entonces, con todo el dolor de su alma, se levantó. Jake la buscó en sueños, lo que la hizo sonreír. Le resultaba más fácil marcharse sabiendo que él la echaría de menos.

Podría acostumbrarse a aquello tan fácilmente y también se lo podían arrebatar con tanta rapidez… bien por el hecho de que Jake no quería una relación larga o por una bala…

Tal vez, la llamada de la señora Cohen había llegado en el momento más oportuno. Habían pensado en que se despertaría al lado de él, que volverían a hacer el amor, aquella vez con preservativo… Sin embargo, hacer el amor con Jake por las mañanas era un lujo al que no se podía ni debía acostumbrar, por mucho que le hubiera gustado hacerlo.


Jake normalmente se despertaba muy temprano, pero, aparentemente, la actividad de la noche anterior lo había agotado de tal manera que, cuando abrió los ojos, vio que eran las 7.48 en el despertador. Sintió un cálido cuerpo a su lado y experimentó el deseo de volverse a hundir en ella…

Desgraciadamente, descubrió que el que estaba acurrucado contra él era Norton. Jake gruñó y se sentó en la cama. Todavía le quedaban quince minutos para estar con Brianne antes de que ella se marchara a trabajar. A pesar de que deseaba volver a hacerle el amor, sabía que debía hablar con ella. Gracias a su estupidez, la noche anterior había añadido algo más a su lista de pecados: le había hecho el amor sin protección.

Recordó todo lo que le había dicho antes de eso. Había admitido que quería hijos. Lo que no le había dicho era que nunca había podido imaginarse una familia con Linda. Sin embargo, con Brianne no le costaba ningún trabajo. Despertarse a su lado por las mañanas y dormirse entre sus brazos. Ver cómo su cuerpo cambiaba y crecía con su hijo…

¿De dónde había salido aquel pensamiento? Rápidamente saltó de la cama y fue a buscarla primero en el cuarto de baño y luego en la cocina. Desgraciadamente, no la encontró por ninguna parte. Entonces, vio una nota encima de la cafetera que no lo ayudó a tranquilizarse.


Ojalá pudiera haberme tomado una taza de café contigo, pero me llamaron del hospital esta mañana temprano. Tómate una taza en mi nombre.

Brianne.


¿Cómo diablos no había podido despertarse con una llamada de teléfono? Justo en aquel momento, el teléfono empezó a sonar.

– ¿Brianne? -preguntó, en cuanto descolgó el auricular.

– No, soy David. Si tenía que ir al hospital temprano, ¿por qué diablos no me lo dijiste? La hubiera seguido hasta allá.

– ¿Que está trabajando?

– Sí, pero yo no puedo realizar mi trabajo si tú no…

Jake colgó el teléfono con fuerza, interrumpiendo así las palabras de David.

– Lo siento, compañero -dijo, cuando ya era demasiado tarde.

Entonces, volvió al dormitorio, se puso unos vaqueros y una camiseta y, tras tomar las llaves, salió corriendo. Aquella mujer le iba a ocasionar la muerte. Y quería fallecer cada mañana y cada noche con ella entre sus brazos. Sin embargo, no podría hacerlo si ella se dedicaba a vagar por ahí, sin saber el peligro que Ramírez suponía para ella.

Dio una propina al portero y le pidió que sacara a pasear a Norton. Entonces, tomó un taxi y se dirigió al hospital. Había pospuesto decirle la verdad por motivos egoístas, pero había llegado el momento de sincerarse con ella. Inmediatamente.


Brianne se frotó los ojos y se sirvió una taza de café de la máquina de la sala. Había llegado allí muy temprano y, aparentemente, se la necesitaba más para apoyo emocional que para terapia física. La señora Cohen se había desorientado y había tratado de levantarse. Su familia estaba muy lejos y el único nombre que la anciana había pronunciado había sido el de Brianne, probablemente por el cariño con el que trataba a sus pacientes.

Se sacó un par de papelitos rosa del bolsillo y leyó sus mensajes. Uno era de su casero, pidiéndole que fuera a recoger su correo. Se preguntó si habría alguna respuesta del Rancho y se echó a temblar. En aquellos momentos, contemplaba aquella posibilidad con creciente escepticismo, a pesar de haberlo deseado tanto hacía sólo unos días. Y eso se debía a Jake.

Tomó un sorbo del aceptable café de la máquina. Iba a necesitar la cafeína para mantenerse despierta después de la noche que había tenido, cálida y apasionada y no precisamente por el tiempo. Contemplar el final del verano, y de su relación con Jake, le resultaba profundamente doloroso, aunque la alternativa la tenía muy confundida…

Siempre había esperado que si conseguía el trabajo en California, se llevaría tan bien con los niños de allí como con los ancianos del hospital, aunque éstos la echarían tanto de menos como Brianne a ellos.

Aunque en ese campo podría sustituirla otra fisioterapeuta, Jake seguiría en Nueva York, y aquélla era la principal razón por la que irse a vivir a California ya no tenía tanto atractivo. Marc, al que adoraba, se estaba convirtiendo en un hombre y poco a poco se iría distanciando de ella… Se había hecho un hombre.

Tal vez era hora de que Brianne lo dejara vivir su vida. ¿Significaba aquello que debía considerar un futuro en Nueva York? Imposible. ¿En qué estaba ella pensando? Jake no le había dado indicación alguna de que quisiera algo más que una aventura de verano. Además, sus diferencias no habían cambiado. ¿O sí? Tal vez la pregunta más adecuada era si la propia Brianne habría cambiado.

– ¿Brianne? -le preguntó Sharon, al tiempo que entraba en la sala, con un ramo de flores amarillas y naranjas en la mano-. Alguien te ha dejado esto en recepción -añadió. Sorprendida, la joven se acercó a su amiga y tomó el ramo, para luego dejarlo encima de la mesa-. ¿Se trata de un admirador secreto?

– No lo sé.

En realidad, sí lo sabía. Nunca hubiera sospechado que Jake fuera el tipo de hombre que regalaba flores, pero, aparentemente, se había equivocado. No obstante, no quería hablar de todo aquello con Sharon.

– Son muy bonitas -dijo su amiga.

Brianne miró el ramo y llegó a la conclusión de que su amiga tenía razón. En aquel momento, el teléfono empezó a sonar y Brianne lo contestó después eje la primera llamada.

– Rehabilitación. Brianne Nelson al aparato.

– ¿Te ha gustado el regalo? -le preguntó una voz masculina, con un ligero acento extranjero.

– Creo que se ha equivocado de persona.

– Has dicho que eres Brianne Nelson.

– Así es -dijo. Inconscientemente, empezó a pensar en el hombre del tatuaje-. ¿Quién es usted?

– Pensé que una mujer con clase como tú tendría mejores modales. ¿No me merezco que me des las gracias por enviar unas bonitas flores a una bonita mujer?

– Tal vez le podría dar las gracias si supiera quién es usted -respondió, tratando de controlar los nervios sin conseguirlo.

Sharon debió de sentir la tensión que Brianne tenía en la voz y se acercó a ella.

– Bueno -prosiguió el desconocido-, en ese caso me podrás dar las gracias en persona.

– ¿Quién es usted?

No sabía si estaba tratando con un inofensivo amor secreto o con un acosador. A pesar de que trató de no hacerlo, se echó a temblar y contempló las flores con confusión.

– Cuelga, Brianne.

Al oír la voz de Jake, se dio la vuelta, sorprendida de encontrarlo allí. No cuestionó el derecho que él podía tener o no para darle órdenes. Se limitó a colgar el teléfono y a apartarse de la mesa donde había dejado el ramo.

– ¿Podemos hablar unos cuantos minutos a solas?

Brianne miró a Sharon, que no parecía saber muy bien lo que hacer ni cómo comprender la situación. Brianne tampoco entendía nada.

– No importa. Necesito hablar con él.

– De acuerdo -replicó Sharon-, pero si necesitas algo, no dejes de llamarme.

– Gracias -dijo Brianne. Entonces miró el reloj y, aunque se sentía algo aturdida, logró recordar el horario que tenía aquella mañana-. Una cosa, Sharon. ¿Te importaría ocuparte del paciente que tengo a las nueve y media? Te prometo que te devolveré el favor.

– Claro. Me puedes pagar con información -comentó la muchacha, que no podía quitarle ojo a Jake. Entonces, salió de la sala dejándolos a los dos a solas.

– ¿Qué ha pasado? -le preguntó Jake, mientras la tomaba por el brazo y la llevaba hasta un viejo sofá.

– Esta mañana temprano, recibí una llamada en mi busca.

– ¿Por qué yo no lo oí?

– Estaba en la cocina, tomándome un vaso de zumo de naranja. Tú estabas dormido. Además, mi bolso, en el que estaba el busca, estaba en el salón.

– Entiendo. Entonces, ¿qué pasó?

– ¿Qué es esto, detective? ¿Lo que llaman el tercer grado? -le preguntó, aunque se sentía muy halagada por su presencia y por el hecho de que hubiera ido a buscarla nada más levantarse de la cama, como parecía indicar su cabello revuelto.

– Se llama preocupación. Cuéntamelo todo.

– Yo llamé al hospital para ver lo que querían.

– ¿Es frecuente que te llamen al busca tan temprano?

– Sí, es algo inusual, pero no extraño. Como no era de Rehabilitación, supe que tenía que ser importante, así que llamé enseguida, pero no contestó nadie. Me imaginé que sería una emergencia. Cuando llegué aquí descubrí que estaba en lo cierto -añadió, contándole a continuación toda la historia de la señora Cohen-. Le conté historias sobre Marc y sobre mí y por qué me hice fisioterapeuta…

– No creo que tu trabajo te obligue a eso -dijo Jake, con admiración.

– ¿Y qué quieres que te diga? No lo puedo evitar.

Jake lo sabía perfectamente y decidió que no le importaría ser el objeto de sus atenciones. Sin embargo, con Ramírez al acecho, Jake dudaba que fuera aquello lo que el destino les tenía reservado.

– A mí también me gustaría escuchar esas historias algún día…

– Tengo que advertirte que mis historias hicieron que la señora Cohen se quedara dormida, aunque creo que el somnífero pudo tener algo que ver.

– Estoy seguro de que yo seré más duro que tu paciente y conseguiré permanecer despierto. Venga, sigue contándome lo que ocurrió.

– Bueno, cuando el sedante surtió efecto y la señora Cohen se quedó dormida, vine aquí a tomarme un café. Sharon me trajo esas flores que ves en el escritorio. Pensé que tú me las habías mandado.

– Son amapolas.

– ¿De verdad? No tenía ni idea. Recuerda que soy una chica de ciudad. No sería capaz de distinguir una flor de otra.

– Normalmente, yo tampoco sabría.

Sin embargo, las amapolas estaban asociadas con los narcóticos, algo que sabían todos los policías. Se utilizaba la savia de una vaina sin madurar como la fuente de la heroína, del opio, de la morfina, de la codeína y de muchas otras drogas. Las amapolas eran la tarjeta de visita de Ramírez, algo que aquel canalla sabía que Jake podría reconocer.

– Nunca me lo hubiera imaginado. Lo único que yo sé de las amapolas es lo del campo de amapolas mortales de El mago de Oz.

En aquel momento, Brianne abrió mucho los ojos y pareció sumar dos y dos.

– Tú resultaste herido tratando de detener a un traficante de drogas. Ayer te vi en el hospital en la misma planta en la que está esa chica que tuvo una sobredosis…

Jake no sabía que ella lo había visto el día anterior y bajó la cabeza. Debería habérselo imaginado. Con Brianne, nada resultaba sencillo.

– Que me hayan enviado esas flores no es ninguna coincidencia, ¿verdad? -añadió, con el rostro lleno de temor.

– No, no es ninguna coincidencia -admitió Jake, lamentándose por anticipado del dolor que le iba a causar-. Y estamos hablando del mismo traficante que me disparó.

Al ver que Brianne entornaba los ojos, él supo que había llegado el momento de sincerarse completamente con ella. No había marcha atrás. También se dio cuenta de que aquél sería un momento crucial en su relación.

– Eres el objetivo de un traficante que se llama Louis Ramírez -le dijo, tras tomarla de la mano-, probablemente porque se ha imaginado lo que significas para mí y te ve como un modo de hacerme daño.

Ramírez sabía perfectamente que si algo le ocurría a Brianne, mataría a Jake. Aquel tipejo sabía muy bien cómo jugar al gato y al ratón, un juego que a Jake no le agradaba en absoluto. Y, por el gesto de furia que vio en el rostro de Brianne, a ella tampoco.

– ¿Me estás diciendo que estoy en peligro por tu culpa?

– Indirectamente sí -respondió él, sintiendo que aquellas palabras le dolían más que un golpe-. Eso es lo que parece.

Técnicamente, estaba en peligro porque había aceptado la oferta de Rina y se había mudado al apartamento. Sin embargo, Jake decidió no enojarla más contándole aquello.

– Ese Ramírez, ¿tiene acento? -le preguntó Brianne, con un hilo de voz. Una vez más, Jake asintió-. Por el teléfono… me dijo que podría darle las gracias por las flores en persona -añadió, soltándose de él, lo que dolió mucho a Jake-. ¿Cómo ha sabido dónde encontrarme?

– Ha estado vigilándote. Lleva un tiempo haciéndolo.

– ¿Se trata del tipo que vi desde la cafetería?

– Sí.

– ¿Qué te hace estar tan seguro de eso?

– En primer lugar, por el tatuaje. Además de eso, lo han visto rondando el hospital.

– ¿Quién lo ha visto?

– Ahí es donde se complican las cosas -susurró él, tras respirar profundamente. Entonces, se puso de pie y se pasó una mano por el pelo-. Cuando me dijiste que creías que te estaban siguiendo, empecé a sospechar.

– Y, sin embargo, nunca me dijiste nada. De hecho, me mentiste -le espetó ella, furiosa.

– Sí y no. En realidad, te estaba protegiendo. Acababas de decirme que tenías una historia con episodios de ansiedad. Me comparaste con tus padres y me dijiste que, cuando yo entré en tu vida, provoqué que todos tus miedos volvieran a salir a la superficie. Yo no pude atreverme a confirmar tus sentimientos para así darte un disgusto o que decidieras marcharte.

– ¡Yo no soy ninguna loca que necesite que nadie la acoja! Te pedí un consejo profesional, no que me protegieras de la verdad. Pensé que alguien me estaba siguiendo -dijo Brianne, mientras se ponía de pie-. Tal vez no me gustara, pero podría haberme enfrentado a ello. He tenido que vérmelas con cosas peores.

– Eso es cierto. Te has enfrentado a la tragedia y te has hecho más fuerte de lo que eras antes. Sin embargo, a menos que te hayas enfrentado a un psicópata como Ramírez, uno que te mataría con tanta facilidad como parpadea, no conoces lo peor -añadió. Al oír aquellas palabras, Brianne dio un paso atrás, muy alarmada-. Siento asustarte, pero pienso contarte por completo todos los hechos.

– Es un poco tarde, pero tienes razón -contestó ella, encontrando la fuerza interior que sabía que poseía-. No he pasado cosas peores. Ese tipo me ha estado siguiendo. ¿No te parece que me merecía la oportunidad de poder protegerme?

– Me aseguré de que estuvieras protegida.

– No muy bien si esas flores han conseguido llegar a mis manos.

– En un hospital se reciben envíos de flores constantemente, aunque no he venido aquí para discutir contigo.

– ¿Y cómo me has estado protegiendo? Te pido que no te dejes nada en el tintero.

– Eso ya no serviría de nada.

– Yo no puedo estar segura de que no vayas a hacerlo. De hecho, no puedo entender por qué me lo ocultaste todo al principio -le espetó Brianne, mientras se cruzaba los brazos sobre el pecho.

– He hecho que te siga un detective. Cuando él no estaba a tu lado, lo estaba yo.

Aquellas palabras la sorprendieron. Se abrazó un poco más fuerte, como para reconfortarse, aunque no lo consiguió. Una pequeña parte de su ser se preguntaba si el reciente interés de Jake tenía más que ver con que ella no saliera del apartamento que con tenerla en su cama.

Habían hecho el amor muchas veces, por lo que su corazón se rebeló contra aquella idea. Jake le había dicho que se sentía atraído por ella desde mucho antes de que fuera a vivir al apartamento y de que se convirtiera en un blanco. Sin embargo, su orgullo herido y la traición que sentía la obligaba a seguir preguntándose por sus motivos. No quería creer que él hubiera sido capaz de mentirle, ni aunque fuera para protegerla.

– De acuerdo, ¿y ahora qué, detective?

– Brianne, esto no es un caso oficial para mí.

– No, efectivamente, estás de baja, pero no pareces poder mantenerte alejado del peligro. Esta vez, tu necesidad de una descarga de adrenalina ha traído el peligro justo a mi puerta.

– A nuestra puerta, ¿o es que te has olvidado de que ahora vives conmigo?

Tenía razón. Brianne reconoció que le estaba culpando de cosas que él no podía controlar.

– De acuerdo -dijo, tras suspirar lentamente-. ¿Está la policía a punto de atrapar a ese tipo y meterlo entre rejas? Es decir, antes de que me haga algo.

– No mucho -admitió él.

Entonces, le explicó el caso de la paciente que estaba ingresada en urgencias por sobredosis, de la posible conexión del restaurante The Eclectic Eatery en aquel asunto y de que a Jake le había resultado imposible encontrar drogas allí.

– Todavía no hemos podido vincular el caso de sobredosis con el restaurante o con Ramírez.

– Estupendo, así que eso me convierte en un blanco andante.

Jake sintió lo afectada que se sentía y le colocó una mano en el brazo, Brianne se apartó rápidamente y se volvió a sentar en el sofá. Durante los cursillos que había hecho para curarse de su ansiedad, había aprendido a respirar para tranquilizarse. En eso se concentró en los siguientes instantes.

Cuando abrió los ojos, vio que Jake la estaba mirando, con los ojos llenos de preocupación.

– No te va a ocurrir nada mientras yo esté a tu lado. Y no pienso dejarte sola por nada del mundo.

– Justo lo que quería… Un guardaespaldas -dijo ella, tristemente. Especialmente, no quería uno que se había acostado con ella para saber dónde estaba por las noches.

– Ya sabes que protegerte no supone un esfuerzo muy grande para mí…

– Entonces, te gusta el sexo. No creo que hayas conseguido que me sienta mejor con esas palabras.

Estaba mintiendo. Sólo saber que tenía a Jake a su lado hacía que, inmediatamente, se sintiera mejor. Aquello, lo confundía aún más.

– Voy a tratar de olvidarme de ese comentario.

A Brianne no se le pasó por alto el dolor que se le adivinaba en la voz. Se estaba portando con él de un modo muy frío, lo que era completamente irracional. No obstante, no podía olvidarse de que él le había dejado que fuera por toda la ciudad de Nueva York sin saber que un traficante de drogas y un detective que Jake había contratado la estaban siguiendo.

– Tienes que tener cuidado, ¿de acuerdo? No vayas ni a la cafetería, ni al vestuario ni al cuarto de baño sola. No vayas a ningún sitio sola, ¿me comprendes? Haré que David pase a conocerte. Él es tu guardaespaldas durante el día. Es muy bueno. Lo que tienes que hacer es seguir las reglas y no te ocurrirá nada.

– ¿Y dónde estarás tú?

– Tratando de atrapar a ese Ramírez antes de que él te atrape a ti -contestó, dándose la vuelta al mismo tiempo.

– Jake, espera -dijo ella, mientras lo agarraba del brazo. No quería que Jake se pusiera en peligro, y mucho menos por ella. Lo amaba.

¡Dios! Amor… Debería habérselo imaginado y no lo había hecho. Lo único que había querido ver eran montañas de preguntas y de confusión. Aquello no había cambiado. No tenía ni idea de cómo se sentía por amar a un hombre al que le gustaba tanto el peligro. Sólo sentía una profunda necesidad de protegerlo de sí mismo.

– ¿Qué quieres?

– ¿Cómo piensas atraparlo?

– Me busca a mí y, evidentemente, quería utilizarte a ti para llegar hasta mí. Si no puedo arrestarlo por tráfico de drogas, lo haré por intento de asesinato.

– ¿Intento de asesinato de quién? -preguntó ella, aterrorizada-. ¿De ti? ¿Y de qué va a servir eso?

Sabía que si algo le ocurría a Jake, a ella no la ayudaría en absoluto, porque tal vez acabara con ella.

– He dicho intento de asesinato, cariño. No va a hacerme daño. Sólo deseo meterlo entre rejas, que es donde debe estar.

Brianne notó la fiera determinación que había en la mirada de Jake y la seguridad de su voz. Arrestaría a Ramírez. No le importaba cómo. En aquel momento, Brianne se dio cuenta de que estaba frente a Jake Lowell, detective. Pensar que podría ponerse en peligro la asustaba más que saberse ella misma en primera línea.

Quería creer que estaba experimentando el mismo miedo que había sentido cada vez que sus padres se marchaban en uno de sus viajes porque no sabía si volverían o no. Sin embargo, en el fondo de su corazón, sabía que aquello era muy diferente. Jake era completamente distinto e igualmente lo eran las emociones y los sentimientos que había invertido en él. No estaba regresando a las viejas ansiedades del pasado. Lo que le ocurría era que tenía miedo de perder a Jake.

– No te puedes convertir en una diana, Jake -dijo ella, apretándole el brazo con fuerza-. Por favor. Prométeme que no lo harás.

– No puedo hacerlo.

– ¿Por qué no? La ciudad de Nueva York tiene un enorme cuerpo de policía. Tú estás herido y de baja. No estás en plena forma. Deja que otro policía que cuente con todas sus fuerzas se ocupe de este asunto en tu nombre.

La súplica que oyó en su voz le recordó a la niña que había rogado a sus padres que no se marcharan, que no pusieran en peligro sus vidas… Sin embargo, ellos se marchaban de todas formas, hasta que un día sus peores miedos se hicieron realidad y no volvieron.

– Lo siento, pero no puedo. Tengo que ocuparme de este asunto -susurró él, dejando que aquellas palabras dieran forma a las peores pesadillas de Brianne.

– Lo sé…

– ¿Lo comprendes? -preguntó Jake, atónito.

– Sí. Te conozco, pero sabía que no había nada malo en intentar que dejaras que otra persona se ocupara de este asunto.

El hecho de que entendiera por qué Jake tenía que ocuparse de aquel asunto, no la ayudaba a dejar que él se marchara, igual que no había tenido elección cuando, tras la muerte de sus padres, había tenido que armarse de valor y criar a Marc.

Hasta que conoció a Jake, no había querido admitir su fuerza interior. Siempre se había considerado una mujer muy vulnerable, pero se había dado cuenta de que aquello era sólo una mentira, lo que la hacía respetarse más de lo que nunca lo había hecho antes.

Miró a Jake a los ojos. En las azules profundidades de su mirada vio una mezcla de asombro y de inseguridad. No estaba seguro de que pudiera confiar en su fe. Al mismo tiempo, Brianne comprendió que sus razones iban más allá de que a ella no le gustara su trabajo. Su ex esposa lo había abandonado. Brianne no podía hacer lo mismo.

Se acercó a él y le depositó un dulce beso en los labios, un gesto con el que quería demostrarle la fe que tenía en él. Entonces, Jake le enmarcó el rostro con las manos y convirtió aquel casto beso en algo más apasionado y profundo, o por lo menos eso era lo que ella quería creer porque estaba enamorada de él. Por eso, se negaba a dar un paso atrás y dejar que él arriesgara su vida para protegerla, al menos no sin que ella lo ayudara un poco a cambio.

– Ve a hacer lo que debas hacer -murmuró ella.

Jake la miró, atónito. Brianne había vuelto a sorprenderle. A pesar de todo, sin decir ni una sola palabra, se marchó de la sala. Unos minutos después regresó con su detective, David Mills.

Brianne le estrechó la mano y se dio la vuelta. Aunque agradecía la presencia del hombre, estaba demasiado obsesionada con la idea de demostrarle a Jake que no sólo podía ser fuerte, sino que también era su igual, que ella también podría enfrentarse a aquel canalla. Mientras lo hacía, quería asegurarse de que no le ocurría nada al hombre de sus sueños.

Cuando aquel asunto hubiera terminado, quería que Jake estuviera vivo y bien, no muerto en la calle. No sabía cómo irían las cosas con Jake. No estaba segura de que pudiera terminar aceptando su estilo de vida y su profesión o de si quería que aquella aventura se prolongara más allá del verano.

Brianne sabía que las respuestas irían llegando poco a poco, cuando Ramírez hubiera salido de sus vidas para siempre.

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