Jake había conseguido que Brianne se marchara, pero no sin estar a punto de sucumbir a la necesidad de volver a hacerle el amor. Lo habría hecho si ella no hubiera insistido en que se tenía que marchar a trabajar. Jake tuvo que acceder, sabiendo que había dejado que su corazón rigiera su cabeza y que aquello no podía continuar. Tenía que concentrarse en su trabajo.
Quería que aquel asunto terminara pronto para poder ocuparse de su futuro, pero, por el momento, no se lo estaban poniendo fácil. Debía reunirse con Vickers en el hospital donde estaba ingresada la víctima por sobredosis, que resultaba ser el mismo donde trabajaba Brianne.
Mientras subía las escaleras, Jake miró a su alrededor, pero no vio a Ramírez por ninguna parte, aunque eso no le sorprendió. Era precisamente el que Ramírez se pasara el tiempo acechando lo que más afectaba a Jake, ya que no dejaba de preocuparse por lo que aquel canalla le tenía reservado a él… y a Brianne.
Miró el reloj, pero su estómago vacío protestó y le indicó que era casi la hora de comer.
– Come algo en la cafetería. Te aseguro que no tengo ninguna gana de escuchar cómo te cruje el estómago toda la mañana -musitó Vickers.
Jake se echó a reír, pero luego recuperó la seriedad cuando recordó que la razón por la que no había desayunado habían sido sus escarceos eróticos con Brianne.
– Thompson pedirá mi cabeza si descubre que te he traído al hospital para interrogar a una testigo -añadió el policía.
Jake se encogió de hombros. El teniente era la menor de sus preocupaciones. Si se encontraba con Brianne, le costaría mucho explicarle por qué un policía de baja estaba allí con un compañero.
– Lo que no sepa no puede hacer daño al teniente -dijo Jake.
– Al menos, si me echa la bronca, tendré la satisfacción de saber que no será al único.
Los dos saludaron con una inclinación de la cabeza al policía que vigilaba la puerta de la joven. Cuando éste les dio permiso, entraron en el cuarto. Allí, una joven, de aspecto cansado, estaba tumbada en la cama, con una vía en un brazo y una expresión ausente en el rostro. La negrura de su cabello enfatizaba aún más la palidez de su rostro. Cuando los dos hombres entraron, se volvió a mirarlos, pero no dijo nada.
– Señorita -dijo Vickers-, sabemos que esto es muy difícil para usted, pero ¿le importaría contarnos lo que ocurrió hace dos noches?
Una única lágrima recorrió la mejilla de la joven. Parecía tener poco más de veinte años, pero no era tan joven como para no saber los riesgos de las drogas de diseño. Era muy bonita y con demasiados años por delante como para estar al borde de la muerte.
– Si no quiere hablar aquí, puede hacerlo en la comisaría, cuando le den el alta -añadió Vickers.
Al ver que la joven permanecía en silencio, Jake decidió intervenir, tras recriminar a Vickers su falta de delicadeza en voz muy baja.
– Contarnos lo que sabe no le va a devolver a su novio, pero podría salvar a otras personas -dijo.
La joven volvió la cabeza. Evidentemente, no quería hablar.
– Vick, ve a traerme una taza de café, ¿quieres?
Los dos amigos habían hablado antes y Vickers había accedido a que, si la joven se negaba a hablar con la policía, dejaría que Jake, que no llevaba uniforme, lo intentara a solas.
Cuando su amigo se hubo marchado, Jake acercó una silla a la cama y se sentó.
– Los oficiales de policía pueden intimidar bastante cuando entran donde está uno y muestran la placa.
Al oír aquello, la muchacha se volvió para mirarlo. Aquello era un comienzo.
– Yo soy detective, pero estoy de baja. Me llamo Jake Lowell, pero puedes llamarme Jake.
Con aquello, se imaginó que el teniente se iba a enterar de su visita con toda seguridad, pero si sacaba algo de información merecería la pena.
– Los hospitales son un asco, ¿verdad? Yo mismo tuve que estar en uno durante algún tiempo no hace mucho. Me dispararon.
– ¿Y cómo fue? -preguntó la joven, de repente.
– Nos tendieron una trampa. Probablemente fue el mismo tipo que os vendió esas pastillas. Las mismas pastillas que mataron a tu novio.
La joven hizo un gesto de dolor y Jake sintió un gran remordimiento por lo que estaba haciendo. Sabía que la estaba forzando, que era cruel recordarle lo que había perdido, pero tenía que ser así si quería capturar a Ramírez.
– No soy adicta -susurró-. Y tampoco lo es… bueno… lo era Neil. Sólo queríamos ver si era tan estupendo como la gente decía. Yo nunca esperé que…
Los ojos de la muchacha se llenaron de lágrimas. Jake le golpeó suavemente la mano para consolarla.
– Lo comprendo. Créeme, he visto lo mismo más veces de las que quiero contar, por eso necesito que me eches una mano, Marina. Ayúdame a arrestar a ese tipo. Lo único que necesito saber es lo que ocurrió la otra noche. Cómo conseguisteis las pastillas.
Ella suspiró profundamente y asintió. Entonces, muy lentamente al principio, empezó a hablar. Jake escuchó muy atentamente. Se conocía de memoria el modo en que operaba Ramírez: distribuía éxtasis a los universitarios con la tapadera de la comida.
Aquel canalla había contactado con el hombre que vendía bocadillos en las facultades y luego había empezado a operar en el restaurante y en el bar más populares de la ciudad, que solían frecuentar los universitarios. Cuando pedían la bebida estrella de la noche, el que había realizado el pedido recibía no sólo su bebida sino también drogas envueltas en una servilleta de papel.
La versión de la muchacha era una variación del clásico modo de actuar de Ramírez. En ese caso, en vez de un universitario, se trataba de estudiantes de posgrado en la Universidad de verano, que habían decidido soltarse el pelo y dejar de estudiar y que salieron a comprar comida en el restaurante más de moda de toda la ciudad. En la opinión de Jake, las similitudes eran tantas que todo parecía apuntar directamente a Ramírez.
– Fuimos a ese restaurante, The Eclectic Eatery -susurró ella, entre sollozos, mientras se secaba los ojos con su propio antebrazo.
– Toma -le dijo Jake, ofreciéndole un pañuelo de papel de una caja que había en la mesilla.
– Gracias…
– De nada. ¿Qué fue lo que pedisteis?
– Yo pedí una ensalada griega y Neil, mi novio… Neil pidió algo que se llamaba falafel, de lo que yo nunca había oído hablar. Neil me dijo que se trataba de una especialidad israelí, porque ese restaurante tiene especialidades de muchos países…
– ¿Había pedido Neil drogas alguna vez?
– Yo ni siquiera sabía que se las iban a dar. Cuando llegamos al apartamento, las sacó de la bolsa como si se tratara de una gran sorpresa.
– ¿Le preguntaste cómo las consiguió?
– Sí. Me explicó que todo estaba incluido en el pedido.
– ¿Que si pides una ensalada griega y falafel te dan drogas?
– No, lo que ocurre es que cada plato tiene su propio nombre. La ensalada griega se llama Paraíso Helénico. Helénico, ya sabes, como los antiguos griegos.
– ¿Y cómo se llamaba lo que pidió Neil?
– Él me dijo que quería probar La Tierra Prometida.
– Pues vaya si lo hizo -musitó Jake.
Tenía que reconocer que la estrategia del restaurante era muy buena. Si la sustancia que había en las pastillas o en el cuerpo del fallecido era éxtasis, la droga favorita de Ramírez, la policía lo arrestaría en un abrir y cerrar de ojos. Jake sólo esperaba que los informes de Toxicología llegaran pronto.
De repente, el busca de Jake empezó a sonar. Rápidamente, él miró el número y se levantó de la silla.
– Gracias por tu sinceridad, Marina. Si tengo más preguntas que hacerte, volveré a verte.
También se aseguraría de que la joven tuviera un buen abogado para que la defendiera del delito de posesión de drogas y también un trabajador social que impidiera que se volviera a meter en líos.
Tras despedirse de ella, Jake salió al pasillo.
– ¿Le has sacado algo?
– Sí. Te lo contaré todo mientras nos marchamos de aquí, aunque primero iré a comprarme un bocadillo a la cafetería.
Jake miró a su alrededor. Estaba seguro de que había logrado escaparse de allí sin que lo viera Brianne. Entonces se metió en el ascensor y se congratuló por su buena suerte.
Brianne había visto cómo le temblaban las manos con cada uno de sus pacientes. Incluso en aquellos momentos, cuando se estaba preparando para tomarse un descanso, no dejaba de temblar por dentro.
Siempre había sospechado que hacer el amor con Jake la cambiaría de algún modo, pero nunca se había imaginado lo diferente que se sentiría después. Sólo quería estar entre sus brazos, olvidarse del resto del mundo, de su trabajo y del de él. Durante toda la mañana, se había estado preguntando si habría algún modo de que pudieran hacer que su relación funcionara.
– Hola -le dijo su amiga Sharon, otra fisioterapeuta-, ¿vamos a comer algo?
– Sí, me estoy muriendo de hambre.
– Entonces, vamos.
Juntas, atravesaron un laberinto de pasillos que Brianne podría recorrer en sueños.
– ¿Te has enterado de lo que ocurrió anteanoche? -le preguntó Sharon.
– No sabía que ayer hubieras trabajado hasta tarde. Pensé que te habías marchado a las cinco.
– ¿Cuándo hemos salido alguna de nosotras a nuestra hora? -replicó la joven-. Ayer, la esposa de uno de mis pacientes de más edad me pidió que le dedicara un poco más de tiempo. Son tan majos, que no me pude negar. Así que estaba aquí cuando llegó una emergencia por sobredosis de drogas.
– Siempre hay casos de ese tipo por la noche. ¿Qué hace que éste sea tan especial?
– Que esa chica tiene su propio guardaespaldas. Hay un policía uniformado al lado de su puerta. ¿Y sabes qué? He ido a verlo esta mañana y es guapísimo.
– ¿Y qué ha pasado con Tony? -le preguntó Brianne, que ya tenía más que suficiente con su propio policía en casa como para ver más en el trabajo. Tony era el novio de Sharon.
– Nos estamos dando un respiro… Bueno, tienes que ir a ver a ese tipo…
Muy decidida, Sharon la agarró de la manga y tiró de Brianne a través de uno de los pasillos.
– Pero si la cafetería está al otro lado -gruñó ella.
Sin embargo, sabía que cuanto antes fuera a ver al policía que tanto había impresionado a Sharon, antes se quedaría satisfecha y por fin podrían ir a comer.
De repente, Sharon se detuvo, bastante indiscretamente, al otro lado del pasillo en el que estaba el policía. Brianne se detuvo también.
– ¿No te gustan los hombres de uniforme?
Brianne musitó algo entre dientes para que su amiga la dejara en paz. Con una mirada, se había dado cuenta de que el hombre que tanto le gustaba a Sharon no le llegaba a Jake ni a la suela de los zapatos.
Cuando se volvió a preguntar a su compañera si ya se podían marchar a la cafetería, vio a dos hombres al lado del ascensor. Había muchos hombres de cabello oscuro en el mundo, pero ninguno con una postura tan rebelde ni con una sudadera recortada. Sólo uno era el que hacía que el corazón le latiera más deprisa. Y él era un detective tan atraído por el peligro que no podía mantenerse apartado de él, ni siquiera cuando estaba de baja. La desilusión que se apoderó de ella le hizo aceptar la verdad: Jake era un hombre que se pondría en peligro casi a diario, fuera cual fuera su situación laboral.
De repente, el pulso empezó a latirle a toda velocidad. Sintió una sensación de mareo, que era una combinación de los nervios y del shock. Volvía a tener un ataque de ansiedad, tan fuerte como no lo había tenido en mucho tiempo, pero que había vuelto a sufrir por Jake…
Jake. Su unión había sido muy intensa desde el principio. Lo que sentía por él era muy fuerte. Tenía miedo de ponerle nombre, pero decidió que lo mejor que podía hacer era ser sincera consigo misma.
Se temía que se estaba enamorando de Jake. Sin embargo, su trabajo era una parte esencial de sí mismo, un trabajo por el que ella sentía un profundo rechazo. Si verdaderamente lo amaba, tendría que amarlo todo sobre él. Y no le gustaba su trabajo. Lo admiraba, pero no podía aceptar las circunstancias que lo acompañaban.
Se había pasado muchos años creando una red de protección para Marc y ella. Jake, un policía del departamento de narcóticos, estaba muy lejos de ser lo que ella había buscado con tanto ahínco. Cualquier pensamiento que ella hubiera podido tener sobre una relación estable con Jake desapareció con él en aquel ascensor.
Jake y Vickers salieron del centro hospitalario y se enfrentaron al cálido y húmedo aire de Nueva York.
– Odio los hospitales -comentó Vickers.
– Entonces, te has equivocado de departamento, amigo mío. Los de narcóticos pasan mucho tiempo en los hospitales.
– Bueno, al menos ya he salido. Tengo un montón de papeleo que me espera en la comisaría. Te llamaré cuando lleguen los informes de Toxicología.
Jake asintió y se tomó el último sándwich que se había comprado en la cafetería del hospital. Entonces, se puso a buscar a David. Lo encontró en una de las entradas del hospital. Como sabían que no podían cubrir todos los accesos, habían decidido hacerlo con la que estaba más cerca de Rehabilitación. Jake tuvo que conformarse con tener a Brianne vigilada desde el exterior, ya que en el interior del hospital hubiera sido imposible que ella no se diera cuenta.
Antes de acercarse a su amigo, fue a un puesto ambulante a comprar un par de refrescos. Entonces, se dirigió al lugar donde estaba David. Al llegar a su lado, le entregó una de las latas.
– ¿Algo interesante?
– Parece que tenías razón. He visto a tu amigo Ramírez dándose un paseo por el exterior del hospital hace aproximadamente una hora. Tal vez se imaginó que Brianne saldría a comer.
– Maldito sea…
– No te preocupes. Está cerca, pero yo lo estoy más.
– Sigue así, amigo. Y recuerda, te estoy confiando mi vida.
– Querrás decir su vida.
– Nunca digo nada que no quiera decir, David, así que vigílala.
Jake sabía que David era un gran profesional y que haría todo lo posible por proteger a Brianne, pero el decirle a su amigo los profundos sentimientos que tenía por ella lo ayudaba a poderle confiar su vigilancia a otra persona que no fuera él mismo.
Entonces, sacó su teléfono móvil y llamó a Vickers.
– Hazme un favor, Vick. Da la vuelta y regresa inmediatamente.
No había querido contarle a la policía que Ramírez tenía un gran interés por Brianne, pero ya no le quedaba elección. Tenía que sacar a ese canalla de las calles para siempre, pero tendría que conformarse con que Vickers lo mantuviera ocupado mientras que él iba al restaurante que le servía de tapadera para distribuir drogas. La policía podría detener a Ramírez y retenerlo algún tiempo. Aquello era todo lo que Jake necesitaba para realizar un pequeño experimento. Iría a The Eclectic Eatery y haría un pedido. Con un poco de suerte, le darían drogas. Entonces, podría empapelar a Ramírez y meterlo en la cárcel, que era donde debía estar.
Esperaba que la suerte estuviera de su lado. Si regresaba con las manos vacías y tenían que soltar de nuevo a Ramírez, Jake tendría que confesarle a Brianne que la había puesto en peligro. No le quedaría elección si quería que ella tuviera cuidado y que se protegiera dentro del hospital.
Sin embargo, al pensar en cómo reaccionaría, se echó a temblar. No quería causarle dolor ni que volviera a recordar sus viejos temores. Sabía que Brianne era fuerte y que sabría sobreponerse para superar aquella situación. Sin embargo, a nivel personal, ser sincero con ella significaría no sólo el fin de su aventura de verano, sino probablemente perder su confianza para siempre.
Jake entró en el silencioso ático. Echaba de menos su apartamento, un lugar en el que podía dar un portazo cuando entraba en su casa. Allí, con aquel estúpido ascensor, no podía aliviar su frustración.
Norton salió a recibirlo. Jake le rascó la cabeza y el animal se echó en el suelo para buscar un poco más de atención. Después de todo, el pobre perro pasaba mucho tiempo solo.
Decidió sacar al can a pasear para ver si así podía aliviar la tensión de aquel día. Afortunadamente, el perro cooperó y pudieron regresar al ático rápidamente. Allí, pudo pensar en su infructuosa visita al restaurante. Seguramente, el plato clave para recibir drogas cambiaba cada semana. A pesar de todo, esperaba que aquel caso pudiera cerrarse con celeridad, sobre todo por el bien de Brianne. No quería volver a despertar sus fantasmas, pero no le quedaba más remedio.
Lo único que tenían a su favor era la seguridad de aquel edificio. Por mucho que se enfadara con él, sería una tontería abandonarlo, por lo que al menos Jake tendría todo el verano para volver a ganarse su corazón.
Cuando se dirigió hacia el dormitorio de ella, encontró la puerta abierta. Rápidamente, comprobó que ella no estaba en su interior. Entonces, se dirigió al gimnasio, pero también lo encontró vacío.
Afortunadamente, no todo habían sido desilusiones aquel día. Después de ir al restaurante, había llamado a Duke y su amigo le había dicho que ya habían llegado los informes del forense. Se habían reunido muy cerca de la comisaría. Allí, Jake descubrió que Marina y su novio habían tenido una sobredosis por éxtasis, la droga preferida de Ramírez. En lo que se refería a Jake, aquella información suponía un clavo más en el ataúd de Ramírez. Lo único que tenían que hacer era vincular las píldoras con el restaurante y luego este último con Ramírez.
El instinto de Jake le decía que aquello no sería muy difícil. Cuando miró el reloj, se dio cuenta de lo tarde que era. ¿Cómo diablos había pasado el tiempo tan rápidamente? Había estado tan ocupado tratando de encontrar un modo de relacionar a Ramírez con el restaurante que no se había dado cuenta de la hora.
¿Dónde estaba Brianne? Había pasado más de una hora desde su hora habitual de llegada a casa. A pesar de que cabía la posibilidad de que se hubiera entretenido con algún paciente o que hubiera ido al Sidewalk Café, su instinto le decía algo muy diferente. Y Jake nunca dejaba de prestar atención a su instinto.
Se tranquilizó al pensar que David estaba vigilándola y que habría llamado si hubiera habido algún problema. Si podía llamar…
Lleno de frustración, Jake volvió al salón y se tumbó en el sofá. Allí, se puso a hojear una revista. Sin embargo, no pudo concentrarse, ni siquiera en las que tenían un fuerte contenido sexual. Sólo podía pensar en Ramírez y en que éste estuviera esperando su oportunidad para atacar a Brianne.
Más de una vez, tomó el teléfono, pero siempre se decía que estaba reaccionando de un modo exagerado. Sabía que David llamaría si había problemas, pero su instinto no dejaba de decirle lo contrario. Finalmente, cuando pasó media hora más, Jake ya no pudo creer sus propios argumentos. David y él habían quedado en que si Brianne se retrasaba mucho, David lo llamaría. En opinión de Jake, dos horas eran mucho retraso.
Con el corazón en un puño, agarró el teléfono y marcó el número del teléfono móvil de David. Enseguida, le salió el contestador de voz.
– Maldita sea…
Ramírez ya había matado a un policía, por lo que no lo preocuparía demasiado hacer lo mismo con un civil. La única opción que le quedaba era el busca de David. Mientras estaba buscando el número, un ruido lo detuvo. Entonces, contempló cómo se abrían las puertas del ascensor para que Brianne pudiera entrar en el apartamento. A pesar de su uniforme verde y su cola de caballo, era la mujer más hermosa que Jake había visto jamás. El alivio se apoderó de él al verla.
El sentido común le decía que no debía tocarla para así poder mantener la cabeza fría. La razón le dictaba que la sentara y que le explicara la situación en la que se había metido, pero su corazón ahogó todo pensamiento racional. Brianne estaba allí, a salvo. Aquello era lo único que importaba.
Se puso de pie y se acercó a verla.
– Hola, Jake -dijo ella, contemplándolo con cautela, lo que hizo que él se preguntara si su preocupación resultaba tan evidente.
Se acercó a ella, con el corazón latiéndole a toda velocidad, con una necesidad tan grande que ya no podía controlarla. Jake debería haberse dado cuenta de que no era lo más aconsejable, pero nada en el mundo le hubiera impedido extender las manos y tomarla entre sus brazos.