Capítulo 4

Jake se pasó la tarde en las calles, hablando con sus antiguos soplones e incluso con viejos amigos. Nadie tenía ninguna información sobre Ramírez, aunque este hecho no sorprendió a Jake. Lo único que quería, era que aquel canalla supiera que andaba tras él y que estaba haciendo preguntas.

Cuando llegó a casa, el apartamento estaba tranquilo a excepción de Norton. Aunque Jake no quería nada más que darse una ducha y relajarse, agarró la correa del perro y lo sacó a pasear. Como la acera estaba caliente por el calor, el can iba de mala gana y, a cada momento, trataba de regresar a casa o de meterse por cualquier puerta abierta, donde pudiera guarecerse del sol.

Tenía que admitir que el perro era listo, algo que había demostrado cuando se había puesto a rodar por el suelo para que Brianne le frotara la tripa.

Cuando Norton consiguió llegar a su trozo favorito de césped, le dio la orden que su hermana le había enseñado para que hiciera sus necesidades con rapidez. Como el perro terminó con mucha celeridad, Jake lo recompensó con un veloz regreso a casa y un bol de agua fría. Entonces, él se dio una ducha fría.

Para cuando oyó que Brianne entraba por la puerta, ya estaba listo para enfrentarse a ella y evitar por todos los medios que ella empezara con la fisioterapia… y muchos otros contactos físicos que no podía permitirse.

Jake se dijo que su código moral no le permitiría aprovecharse de la situación de que estuvieran viviendo bajo el mismo techo. Se recordó que su prioridad tendría que ser encarcelar a Ramírez.

– Bienvenida a casa -le dijo, cuando salió a saludarla.

Brianne respondió con una breve inclinación de cabeza y siguió su camino con rapidez. Evidentemente, ella había llegado a la misma conclusión. Además, su uniforme verde revelaba una actitud completamente profesional, algo que ella había ideado para mantenerlo a raya.

Jake lo comprendía perfectamente. Se había pasado la noche anterior dando vueltas en la cama con sólo pensar que ella estaba dormida en otra habitación del mismo apartamento. Con sólo recordar el beso, sabía que le hubiera gustado ir más allá, hacerle el amor y satisfacer el anhelo que ella le inspiraba.

De repente, Brianne se detuvo delante de él y dejó escapar un enorme suspiro.

– Estoy agotada.

Antes de que Jake pudiera responder, Norton entró corriendo en el vestíbulo y, tras deslizarse por el suelo, terminó frente a los pies de Brianne. Entonces, ella se inclinó sobre el animal para rascarle detrás de la oreja.

– Hola, Norton, ¿cómo estás? Te he echado de menos hoy.

Jake pensó que era mejor dejar que el perro rompiera el hielo. Deseó que ella le hubiera echado de menos tanto como él y, entonces, se dio cuenta de que estaba celoso del perro. Disgustado consigo mismo, sacudió la cabeza y contempló la escena.

– Estoy seguro de que él también te ha echado de menos. Como Rina no está, se siente algo perdido. O no deja de lloriquear o no lo encuentro por ninguna parte, como anoche. Creo que debió de dormir en algún lugar que le recordara a Rina.

– Estaba conmigo -dijo Brianne, para sorpresa de Jake-. Pesa una tonelada. Cuando se tumbó a mi lado, yo no me podía ni mover. Estoy segura que sabes de lo que estoy hablando ya que debe de haber dormido contigo antes de que yo me mudara.

– No. Se sentaba a los pies de la cama, sin dejar de lloriquear toda la noche.

Jake sacudió la cabeza. No podía creer lo que estaba escuchando. Mientras él había estado casi toda la noche despierto, fantaseando con Brianne, el maldito perro había estado poniendo en práctica sus sueños. Miró a Norton, que seguía a los pies de Brianne, con furia.

– ¿De verdad? Mmm… Lo siento -añadió, tras bostezar-. Estoy un poco cansada. Además, anoche no dormí muy bien y… bueno… lo siento. Y, además, estoy muerta de hambre.

En aquel instante, Jake decidió que todo, lo que incluía estar celoso de Norton, podía esperar. Ella parecía más cansada de lo que nunca la había visto. Además, no habían tenido muchas conversaciones, algo que cambiaría dado que estaban viviendo bajo el mismo techo. Al mirar a su agotado rostro, Jake tuvo un fuerte deseo de tomar a Brianne entre sus brazos y de protegerla del mundo exterior y de su propia vida, que le hacía pagar un peaje tan alto. Su instinto protector de policía salió rápidamente a flote, aunque lo que sentía iba más allá de un impulso protector.

– ¿Te puedo preparar algo de beber? ¿Un vaso de soda, un poco de agua…?

– No, gracias, sólo quiero comer algo. Sé que nunca hemos hablado de los detalles de mi presencia en esta casa, pero hice algo de compra a la hora de la comida y pensé que me podría hacer algo de cenar. ¿Puedo…?

– En realidad, pedí una pizza antes de ducharme y ya la tengo en la cocina. Si quieres, puedes compartirla conmigo.

– Gracias, me encanta la pizza y, para serte sincera, estoy tan cansada que cocinar es lo último que quiero hacer.

Rápidamente, Brianne se dio la vuelta y, con un incesante movimiento de la coleta, se dirigió a la cocina, con Norton pisándole los talones. Jake los siguió a una corta distancia.

Cuando llegaron a la cocina, Brianne dejó la bolsa que llevaba colgada al hombro en el suelo, al lado de unos taburetes. Entonces, respiró profundamente y se sentó en una de las sillas. Tras apoyar las manos en la mesa, aspiró profundamente.

– Mmm, huele de maravilla. Hace mucho tiempo que no he tomado pizza.

– ¿Y eso?

– ¿Y eso qué?

– Si te gusta tanto la pizza, ¿por qué no la has comido últimamente? Tienes dos trabajos, tu jornada laboral es muy larga y tú misma has dicho que estás agotada. Todo el mundo sabe que comprar comida preparada es mucho más fácil que cocinar.

– También es más caro.

– Con dos trabajos, debes de ganar bastante dinero. ¿Para qué quieres el dinero, si no te importa que te lo pregunte?

– Mis padres murieron cuando yo tenía veinte años. Mi hermano tenía nueve y yo lo he criado desde entonces.

– Oh, lo siento.

Jake se acercó a ella y le colocó una suave mano en el hombro. Sin embargo, en lo que se refería a Brianne, ninguna caricia era gratuita. Al tocarla, sintió un potente calor en las yemas de los dedos. A pesar de todo, no apartó la mano. No quería romper el contacto.

– Hace mucho tiempo, pero gracias. Marc, mi hermano, es muy especial. Es muy inteligente y sería una pena que sus habilidades se desperdiciaran en la escuela pública. Todo lo que gano se divide entre pagar su educación y llegar a fin de mes.

Jake la miró, asombrado de tanta generosidad. Brianne lo había sacrificado todo por su hermano y, aunque Jake estaba seguro de que haría lo mismo por Rina, el corazón le dio un vuelco en el pecho. Brianne era una mujer increíble.

– Tu hermano tiene mucha suerte de tenerte a su lado.

– Yo tengo mucha suerte de tenerlo a él -susurró ella, mientras un ligero rubor le cubría las mejillas-. Estamos muy unidos.

Jake asintió y, de repente, sintió un nudo en la garganta.

– Bueno, empieza a comer -le dijo, señalando la caja-. Tus días de privaciones están a punto de terminar. Ella sonrió e hizo lo que él le había pedido. Durante la duración de la breve comida, la observó más de lo que comió, mostrándose muy satisfecho por sus evidentes señales de gratitud. Algo tan simple como compartir una pizza era capaz de romper las barreras más que nada en el mundo.

Cuando Brianne terminó de comer, se limpió los labios con una servilleta de papel y se levantó para recoger la mesa. Jake la ayudó y, a pesar del tamaño de la enorme cocina, se chocaron el uno contra el otro con frecuencia, cargando así de nuevo la atracción que había entre ellos.

A pesar de todo, cuando terminó de recoger la basura y se volvió para mirar a Jake, Brianne parecía más tranquila que él en aquel momento.

– ¿Estás listo para trabajar? -le preguntó.

«Profesional», pensó él. Sin embargo, nada podía borrar ya la confianza que habían compartido o que el calor había generado. A pesar de todo, Jake recordó que ella estaba allí para realizar un trabajo y que debería permitirle que lo hiciera.

– ¿Estás lista para tratar de convencerme? -le preguntó, con una pícara sonrisa-. Hace una noche muy hermosa. ¿Quieres ir a ver las estrellas?

– Es un intento patético.

– No hablaba en broma. El jacuzzi está fuera… Bajo las estrellas.

Aunque Brianne se sonrojó vivamente, fue capaz de mantenerle la mirada. Jake todavía estaba tratando de persuadirla para que descansara, pero si ella insistía en trabajar, iba a mantenerla en guardia… y a distancia. No podría confiar en sí mismo si ella se acercaba demasiado y esperaba que Dios lo ayudara si las manos de ella se ponían a trabajar sobre su cuerpo. Aquella mujer podría hacer que se olvidara de su propio nombre, por no hablar de Ramírez.

– Es el jacuzzi o la bañera del cuarto de baño principal.

– Necesito ver la extensión de tu lesión y la movilidad que tienes antes de que pueda pensar en el tipo de ejercicios que necesitas. ¿Vas a permitirme que lo haga? -preguntó ella, tras recoger su bolsa.

– ¿No preferirías tomártelo con calma? Tú misma acabas de decir que estás agotada…

– Es una buena táctica, pero no te va a servir de nada. Dame una oportunidad, ¿de acuerdo? Primero, te soltaremos la zona con calor húmedo envuelto en el hombro y luego comprobaré la movilidad que tienes.

– ¿Calor húmedo, eh? Suena muy interesante… -susurró él, mirándola a los labios.

– Se trata de placas húmedas en la zona afectada -explicó ella, a pesar de que tenía las mejillas cubiertas de rubor-. Ya sabes a lo que me refiero.

– Sí, claro que sí. Entonces, ¿no hay jacuzzi?

– Ya te dije que la terapia acuática es siempre una opción, pero no que yo la fuera a utilizar contigo.

– ¿Y si me porto bien y coopero contigo entonces me aplicarás el agua?

Brianne se echó a reír. Entonces, Jake supo con toda seguridad una cosa. Por mucho que ella pudiera distraerlo, quería que ella entrara en aquel jacuzzi antes del final del verano.

Extendió la mano y le agarró el dedo que ella había estado agitando delante de él. Sorprendida, ella lo miró a los ojos y Jake sintió que el aliento se le quedaba alojado en la garganta. Aquellos ojos verdes, llenos de afecto, eran capaces de cambiarlo todo y le daban a ella el control que debería haber estado del lado de Jake.

Él nunca había corrido el peligro de perder el control. Incluso cuando su tumultuoso matrimonio estaba en su mejor momento, con la mayor carga sexual, nunca había experimentado la química que sentía por Brianne.

– A ver qué te parece esto. Si tú cooperas, yo consideraré lo del jacuzzi -dijo ella, con cierta dificultad.

– No creo que sea un trato muy justo.

– Sin embargo, te proporciona algo por lo que trabajar, ¿no te parece? Eso en el caso de que recuperar la completa movilidad no sea motivación suficiente.

– De acuerdo -respondió Jake, dándose cuenta de que ella era una adversaria formidable y que no podría engañarla durante mucho tiempo-. Supongo que el gimnasio será el mejor lugar para empezar.

– ¿Dónde está?

– ¿Es que Rina no te lo mostró?

– No.

– Estaba esperando que ella hubiera conseguido volver a entrar allí, pero ése era el lugar favorito de su marido y le hacía recordar demasiadas cosas. Vamos -añadió, antes de tomar la bolsa que ella tenía entre las manos.

Los dos se dirigieron al increíble gimnasio que el marido de Rina había creado. Contaba con toda clase de máquinas con la tecnología más avanzada. Había unos enormes ventanales por todas partes y, donde no los tenía, contaba con espejos desde el suelo hasta el techo.

– Impresionante -murmuró ella.

– Personalmente, yo prefiero el gimnasio que hay en el Village. Mi cuñado se preocupaba más de impresionar que de lo que era realmente necesario, pero no puedo negar que es perfecto para nuestras necesidades.

– Entonces, ¿tú no vives aquí?

– ¿Desilusionada?

Había conocido a su ex esposa, Linda, en el colegio donde ella impartía clases. Jake había acudido allí para dar una charla sobre los peligros de las drogas. Habían congeniado muy rápidamente, con una química increíble, un sexo estupendo y, aparentemente, fines y deseos similares. Ella había parecido quedarse muy impresionada por su uniforme y la placa y había estado encantada de casarse con un policía que recibía un sueldo aceptable, aunque el horario resultara impredecible. Los dos quisieron mudarse fuera de la ciudad, para que así Linda pudiera dar clase en una zona más tranquila y Jake pudiera disfrutar de una pacífica vida familiar en su tiempo libre.

Sin embargo, tan pronto como acabó la luna de miel, todo lo que ella había parecido aceptar y querer en Jake sufrió un cambio radical. Sus horas de trabajo se hicieron de repente demasiado largas comparadas con las de los maridos de sus amigas y el dinero resultaba insuficiente para decorar la casa que habían comprado en un barrio residencial. A Jake no le gustaba endeudarse más allá de lo necesario y, de repente, su sueldo no fue capaz de soportar el repentino deseo de su mujer de no trabajar y de salir de compras con las mujeres más ricas de la zona. Además, no cesaba de comparar su estilo de vida con el de Rina y Robert. El matrimonio duró tres amargos años, durante los cuales él y su esposa fueron distanciándose cada vez más. Al final, ella lo abandonó.

– ¿Crees que estoy desilusionada porque tú no seas dueño de este lugar?

– Y también porque no tengo el dinero suficiente para vivir aquí -musitó él.

– Eso es ridículo. Además, no se trata de que yo ande detrás de ti por tu dinero. De hecho, no estoy detrás de ti.

Jake decidió mantener las distancias y tratar de no hacerle daño mientras tanto.

– Ese comentario ha sido innecesario.

– ¿Es ése un modo masculino de decir que lo sientes?

– Es mi modo de decir que soy un estúpido.

– Yo misma no lo podría haber dicho mejor -comentó ella, riéndose.

Durante un momento, las barreras que Brianne había levantado entre ellos desaparecieron. Jake quiso extender la mano, tomarla entre sus brazos y… Sin previo aviso, un miedo visceral se apoderó de él. Ya le habían roto el corazón una vez por su estilo de vida y su falta de dinero. No podía volver a sufrirlo.

Aunque no sabía cuánto dinero le estaba pagando Rina, no le cabía la menor duda de que era una cantidad más que generosa. A pesar de que las razones que Brianne tenía para realizar aquello eran completamente altruistas, aquello no significaba que una vez que terminara de cuidar a su hermano no deseara más en la vida de lo que había tenido antes. Y «más» significaba dinero, algo que un policía nunca podría tener en abundancia.

– ¿Me creerías si te digo que estoy cuidándole el apartamento y el perro a mi hermana durante el verano?

– Claro. Ella te ha liado, como a mí -replicó ella, con cierta amargura-. Hablando de perros y de ejercicios. Es mejor que no dejemos que el perro entre aquí para que no nos cause accidentes.

Jake asintió. Como el animal se había quedado dormido en la cocina mientras comían, pudieron cerrar la puerta del gimnasio sin mayor complicación.

– ¿Hay algún lavabo aquí? -preguntó Brianne, a continuación.

– Sí. Hay un cuarto de baño completo por allí. Hay hasta una zona de masajes. Créeme si te digo que en este gimnasio no echarás nada de menos.

– Estupendo.

– Se llama riqueza, así que, disfruta de ella mientras esté a tu disposición.

– Si tú lo dices.

Entonces, Brianne agarró la bolsa, que él había dejado en el suelo, y se dirigió al cuarto de baño. Muy pronto llegó a los oídos de Jake el sonido del agua corriente. Se imaginó el calor húmedo, que envolvía unos cuerpos, el de ella y el suyo propio, en la ducha, fuera de la ducha…

Fricción y placer. Con aquellos pensamientos, su cuerpo no tardó en reaccionar. Decidió que debía controlarse ya que no podría planear una estrategia o un plan sobre cómo podría ocultarle que podía mover bastante bien el brazo. No sabía lo que implicaba la terapia de Brianne, pero estaba a punto de descubrirlo.


Brianne se encerró en el cuarto de baño y respiró profundamente. Entonces, se echó un poco de agua en la cara antes de empezar a preparar el equipamiento para Jake. Cuando volvió al gimnasio, esperó tener más control sobre sus reacciones físicas con respecto a él.

Cuando lo miró, se dio cuenta de que no le había pedido que se desnudara para realizar la terapia. Suspiró y se preparó para lo inevitable.

– Si vamos a hacer esto bien, tendrás que quitarte la camisa.

Mientras se disponía a hacerlo, Brianne captó un brillo pícaro en sus ojos. Parecía un hombre que estaba a punto de ver cumplido su más ansiado deseo, o más bien concedérselo a ella, sólo por desnudarse en presencia de Brianne.

– Tranquilo, Don Juan. Se trata de algo puramente profesional. No puedo calentarte el hombro muy bien si llevas una prenda encima.

– ¿Estás diciendo que no quieres verme el torso desnudo? -preguntó, entre risas. Evidentemente, no estaba en absoluto ofendido.

– He visto los torsos de muchos hombres a lo largo de mi carrera. Estoy segura de que el tuyo no se diferencia en nada del de los demás -mintió.

El pecho de Jake era espectacular.

– Me hieres.

Aquella vez, Brianne se echó a reír. Poco a poco, Jake empezó a quitarse la camisa, con más movilidad de su lado lesionado de lo que ella hubiera esperado.

– Me dijiste que no habías hecho fisioterapia.

– Yo nunca te dije eso. Tengo un amigo que se dedica a esto y me dio algunos ejercicios. De vez en cuando, me echa un vistazo. He trabajado un poco con mi hombro.

– Un poco de ejercicio no es suficiente.

– Para eso te tengo a ti -replicó él, guiñándole un ojo.

– Yo sólo te sirvo si tú quieres cooperar y todavía no me has garantizado nada.

– No me preocupa.

– Pues a mí sí. Venga, déjame que te ayude a quitarte la camisa.

En aquel momento, Brianne comprendió perfectamente la razón por la que él llevaba las camisas rasgadas y recortadas. Le permitían moverse mucho mejor. En aquel momento, la joven decidió que iba a devolverle la movilidad completa fuera como fuera.

– Venga, Jake, déjame que te ayude. Todo el mundo me ha dicho que tengo muy buenas manos.

– De eso estoy seguro -susurró él.

Brianne agarró la camisa y, sin querer, le rozó la piel con los dedos. Al sentir el contacto, él tensó los músculos del vientre y contuvo el aliento de un modo casi audible. Ella comprendió aquella reacción. Su cuerpo reaccionaba también de un modo íntimo y sexual. La necesidad le acechaba en el vientre y los pezones se le erguían como si esperaran las caricias de un amante.

Nunca en su trayectoria profesional había tenido una sesión con un paciente que estuviera tan jalonada por el deseo. Mientras le levantaba la camisa, las manos le temblaban. Por fin, un excepcional torso quedó al descubierto. Brianne sintió la tentación de ceder y olvidarse de sus inhibiciones.

En vez de eso, dejó caer la camisa. Aunque el instinto le decía que diera un paso atrás, se sentía atraída por él de una manera que no comprendía y que deseaba explorar más profundamente. Despacio, para no hacerle daño, le recorrió la piel con la palma de la mano. Jake dejó escapar un gruñido, un murmullo que reverberó dentro de ella. De repente, él levantó las manos y le enmarcó el rostro.

– Cuando me tocas me gusta tanto…

– Es mi trabajo hacer que te sientas bien -susurró ella, sintiendo que el corazón le latía a toda velocidad en el pecho.

Quiso apartarse de él, pero la unión era demasiado fuerte, demasiado poderosa.

– Entonces, te pido que te esmeres al máximo -musitó Jake, mientras le acariciaba suavemente la mejilla con un dedo.

Incapaz de resistirlo más, Brianne se inclinó y depositó un beso en la parte de su pecho que presentaba menos hematomas.

– Brianne…

Antes de que ella pudiera darse cuenta, los labios de Jake estaban sobre los suyos… ¿o acaso había sido al revés? No hubiera podido asegurarlo, pero todo lo que había entre ellos era real y mutuo, caliente y apasionado. Jake introdujo la lengua entre sus labios con pasión y necesidad, aceptando todo lo que ella le ofrecía y dándole incluso más a cambio. Le acarició suavemente la espalda hasta llegar al trasero y se detuvo allí, acariciándola suavemente. La estrechó con tanta fuerza contra él que Brianne pudo sentir su firme erección luchando por abrirse paso de los confines de los vaqueros.

La deseaba. No era que lo hubiese dudado antes, pero en aquellos momentos estaba sintiéndolo de un modo inequívoco. Aquella certeza le daba un valor que no sabía que poseyera. Dibujó con la lengua una línea desde los labios de Jake hasta su mejilla. Luego, le mordisqueó el lóbulo de la oreja y le acarició la zona de tal modo que su enorme y masculino cuerpo temblaba como respuesta a sus caricias.

Brianne respiró profundamente y dejó que el aroma del cuerpo de Jake la envolviera. Por primera vez en su vida sintió que no estaba sola. El deseo explotaba dentro de ella, centrándose en el estómago, envolviéndole el corazón y haciéndole que anhelara mucho más de lo que habían compartido hasta entonces. Quería sentir la piel desnuda de Jake cubriendo la suya, lo necesitaba dentro de ella para que así pudiera llenar el vacío que había llevado durante tanto tiempo. Era un anhelo que sentía que sólo él podía satisfacer.

Aquello fue precisamente lo que le hizo recobrar el sentido común y obligarla a romper aquella conexión eléctrica y dar un paso atrás para alejarse del fuego. El era la única persona que podía llevarla hasta cimas nunca conocidas antes… y destruir también sus sueños. Era mejor concentrarse en fines tangibles, o sea, en terminar su trabajo, estar con su hermano y mudarse a California.

– ¡Vaya! -exclamó ella, sin poder contenerse.

– Creo que esa expresión lo resume todo perfectamente -susurró Jake, mientras se pasaba una temblorosa mano por el cabello-. ¿Estás bien?

– Sí, sí. Estoy bien -mintió-. ¿Y tú?

– Vuelve a tocarme y estaré mucho mejor.

– Te estaba preguntando sobre el dolor del hombro -dijo, volviendo a mentir.

– Si tú lo dices, Brianne… Mira, con respecto a lo que ha ocurrido…

– Olvídalo -replicó ella, antes de que Jake pudiera completar la frase-. Se veía que iba a ocurrir, pero por mi parte ya está olvidado -añadió. Otra mentira. Nunca olvidaría lo agradable que había sido sentir la boca de él contra la suya ni las caricias que habían compartido-. Ahora, ¿qué te parece si nos ponemos a trabajar? Siéntate y volveré enseguida.

Para su sorpresa, Jake obedeció inmediatamente. Sus ojos nunca dejaban de mirarla, como desafiándola. A Brianne le daba la sensación de que aquella repentina cooperación era sólo por ella, porque sentía lo afectada que estaba. A Brianne no le importaba la razón. Sólo agradecía no tener que luchar con él en aquellos momentos. Además, necesitaba estar un minuto a solas.

Volvió a entrar en el cuarto de baño y, tras respirar profundamente, se salpicó la cara con agua fría. Al mirarse en el espejo, vio unos ojos brillantes y unas sonrosadas mejillas. Todo su rostro expresaba perfectamente el deseo que había sentido. Sin embargo, sabía que no podía esconderse allí para siempre, por lo que volvió a salir al gimnasio, aun sabiendo que ni siquiera la armadura de su profesión la protegería en aquellos instantes.

Cinco minutos más tarde Jake seguía cooperando con ella. Tenía un cojín de calor húmedo sobre el cuello y los hombros. Por mucho que ella hubiera deseado tomarlo entre sus brazos y arrebatarle el dolor que había visto en su rostro al colocarle el cojín, era consciente de que no podía hacerlo.

Estaba sentada en una de las máquinas, sintiendo que el silencio los rodeaba y que la atenta mirada de Jake nunca abandonaba la de ella. Se preguntó en qué estaría pensando y en cómo le habría afectado aquel beso. Sin embargo, sabía que no podía indagar, no si quería salir ilesa de aquello.

– ¿Cómo te hiciste esa herida? -le preguntó, para intentar entablar conversación.

– Tuvimos una escaramuza con un traficante de drogas que habíamos estado persiguiendo. Aquélla fue una oportunidad de oro para haberlo podido quitar de las calles. Luego, resultó que todo era una trampa. Nuestro objetivo se presentó con compañía. Y murió un buen policía. Frank era mi compañero y mi mejor amigo, un tipo honrado con mujer e hijos. Mientras tanto, yo me tiré al suelo para intentar evitar un disparo, me fracturé el hombro y me hirieron de todos modos. Sin embargo, si no me hubiera tirado al suelo, yo habría parado la bala que mató a Frank y esos niños seguirían teniendo un padre.

– Claro. Y tu hermana habría perdido a otro ser querido. No se debe cuestionar el destino, Jake.

– ¿Me estás diciendo con esto que debería estar agradecido de que sólo me hirieran y de que terminara con un hombro inservible?

– Hay otras maneras de decirlo.

– Tal vez, pero no creo que esos niños piensen lo mismo.

– Mira, todo el mundo tiene a alguien que se preocupa por él o ella -dijo Brianne, de repente muy turbada ante la idea de que él pudiera haber muerto-. No creo que quisieras que Rina volviera a experimentar ese dolor. Algunas veces hay que aceptar lo que nos ofrece el destino y seguir con nuestras vidas.

– Me habría resultado más fácil si hubieran atrapado a ese tipo y lo hubieran metido en la cárcel. Sin embargo, para completar la noche, un novato arrestó a ese tipo sin leerle sus derechos y ese tipejo se libró de la cárcel por un tecnicismo.

Brianne asintió y decidió que había llegado el momento de volver a cambiar de tema.

– Bueno, dime, ¿has estado haciendo sufrir mucho a Rina por el tema de la rehabilitación? -le preguntó ella. Estaba empezando a tener sus dudas de que Jake fuera tan inmóvil como Rina creía. Se preguntó qué era exactamente lo que Jake Lowell estaba tramando.

– ¡Vaya! Y yo que creía que estaba siendo un paciente modelo.

– Admito que en estos momentos estás cooperando mucho, pero, evidentemente, no lo habías hecho antes. Por eso Rina se vio obligada a contratarme.

– Ya sabes que la fisioterapia no es la única razón por la que Rina te contrató. No es que esté justificando a mi hermana, pero no puede evitar tratar de protegerme. Perdió a su marido hace varios meses y soy todo lo que le queda.

La voz de Jake se hizo más profunda. Brianne no pudo evitar sentir también el amor y la preocupación evidentes que tenía por su hermana. La parte más amable de Jake volvió a emerger y la atrajo de un modo que amenazó la habilidad que ella tenía para mantener las distancias. El hecho de que se preocupara tanto por otros era algo con lo que ella podía simpatizar plenamente. De hecho, llegó a la conclusión de que, cuanto más tenían en común, más difícil le resultaba no sentirse afectada por él.

Jake observó a Brianne atentamente. La cautela que ella mostraba en aquellos momentos no le sorprendió, algo que no era de extrañar, después del explosivo beso que acababan de compartir.

– Rina te necesita -dijo Brianne-. Eso es razón de más para que te olvides de la culpa y del pasado y te alegres de estar vivo… por el bien de tu hermana.

Jake pensó que aprendería a vivir con la culpa en cuanto Ramírez estuviera entre rejas.

– Bueno, Rina no necesita preocuparse por mí. Yo estoy bien y tú misma se lo podrás decir en cuanto regrese.

– Le diré la verdad. Si cooperas, ella lo sabrá. Si me das mucho que hacer, también se enterará.

Aquello era precisamente lo que más preocupaba a Jake sobre el trato que su hermana había hecho con Brianne. No podía consentir que la joven informara a Rina de su cooperación o que la primera trabajara sobre su hombro y descubriera lo móvil que lo tenía en realidad. Fuera como fuera, Jake estaba metido en un buen lío.

– Espero que te des cuenta de que no puedes andar perdiendo el tiempo si quieres ser capaz de mover el brazo como antes.

El teléfono empezó a sonar. Brianne se sobresaltó, aturdida por la súbita interrupción. A pesar del cojín de calor húmedo, Jake fue a contestar el teléfono. En última instancia, cambió de opinión.

– ¿Puedes acercármelo? -le pidió, con un gesto de la mano.

Ella asintió y le llevó el aparato.

– Lowell.

– Soy Duke Jake. Mal asunto. Un muchacho ha muerto por sobredosis. La novia está en estado crítico. Es el caso de Vickers, pero me han llamado a mí. No ha dicho todavía nada coherente y el hospital le ha restringido las visitas. Sin embargo, nos han prometido que, en cuanto esté mejor, darán el visto bueno para que podamos hablar con ella. Es posible que podamos sacar algo que nos lleve a Ramírez cuando recupere el conocimiento.

– Pasa a recogerme dentro de cinco minutos.

– Si el teniente descubre que estás husmeando sobre un caso y una testigo potencial…

– No se lo digas -concluyó Jake, antes de colgar el teléfono.

– ¿No hay terapia? -le preguntó ella, mirándolo con ojos interrogantes.

– Me ha surgido algo -respondió, con sentimiento de culpa pero sin terminar de contestar.

– Pensé que estabas de baja.

– Y así es. Se trata… de la familia de mi amigo, sobre la que te acabo de hablar. Uno de los chicos tiene un problema.

– No me digas más -replicó ella, mientras le empezaba a quitar los cojines calóricos-. No me debes ninguna explicación. No me gusta, pero esto puede esperar.

Al ver la compasión y la comprensión con la que ella lo miraba, Jake se sintió como un verdadero canalla por dejarla de aquella manera.

Brianne lo comprendía y no había hecho preguntas. Su ex esposa nunca había hecho aquello.

– Gracias -susurró, sin saber qué decir.

– Cuida de la familia de tu amigo -dijo ella, agachándose para tirarle la camisa.

Jake se vistió. Le costó un poco e hizo algún que otro gesto de dolor, pero no tanto como ella habría esperado. Jake se dio cuenta de ello cuando vio el modo en que Brianne lo estaba mirando.

– Cuando regreses, podremos hablar sobre la fisioterapia que de verdad necesitas. Y sobre por qué, teóricamente, me necesitas -le espetó ella, observándolo con severidad.

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