Gideon Crew vio el veloz movimiento y el destello del acero. Se apartó, pero fue demasiado tarde: el cuchillo lo alcanzó en el hombro y se hundió casi hasta la empuñadura. Mientras trastabillaba hacia atrás, intentando alzar la escopeta, Dajkovic se abalanzó sobre él, tirándolo de espaldas con todas sus fuerzas y arrancándole el arma de las manos.
Durante un momento, todo se volvió negro para Gideon, pero enseguida recobró la conciencia. Se hallaba tendido en el suelo, mirando el cañón de su propia escopeta y notando el lacerante dolor del cuchillo en el hombro, de donde no dejaba de manar sangre. Hizo ademán de arrancárselo.
– No -le ordenó Dajkovic-. Mantenga las manos alejadas del cuerpo y rece lo que sepa.
– No lo haga… -rogó Gideon, haciendo un esfuerzo por pensar con claridad y despejar la bruma de su cabeza-. ¿Qué sabe de mí, aparte de lo que Tucker le contó? ¡Dios! ¿Acaso es incapaz de pensar por sí mismo?
Dajkovic levantó el arma y lo miró a los ojos. Gideon sintió que la desesperación lo invadía. Si moría, su padre nunca sería vengado, y Tucker no recibiría su merecido.
– Usted no es un asesino -dijo.
– No, pero en este caso haré una excepción.
El dedo del soldado se tensó sobre el gatillo.
– Si va a matarme, al menos hágame un último favor: coja ese sobre, eche un vistazo a lo que hay dentro y contrástelo con lo que le he contado. Mire las pruebas. Después de eso, haga lo que crea justo.
Dajkovic se detuvo.
– Encuentre a alguien que estuviera allí en 1988 y lo comprobará -continuó Gideon-. Mi padre fue asesinado a sangre fría, cuando estaba con las manos en alto. Ese memorando es real, al final lo descubrirá porque si me quita la vida también tendrá que cargar con la responsabilidad de hallar la verdad.
Vio que Dajkovic lo observaba con una extraña fijeza y que no apretaba el gatillo… todavía.
– ¿De verdad le parece lógico? No me refiero a que un tipo con un pase de alta seguridad de Los Álamos esté filtrando secretos a al-Qaeda, eso es posible; sino a que el general Tucker lo supiera y le pidiera a usted que se encargara de ello. ¿De verdad tiene sentido?
– Sí, porque usted tiene amigos influyentes.
– ¿Influyentes? ¿Como quién?
Lentamente, Dajkovic bajó el arma. Tenía el rostro cubierto de sudor y estaba pálido. Casi parecía enfermo. Entonces, se arrodilló bruscamente y alargó la mano para coger el cuchillo que su adversario tenía clavado en el hombro.
Gideon apartó la cabeza. Había fracasado. El soldado le rebanaría el cuello y dejaría su cuerpo abandonado en aquella montaña.
Dajkovic agarró el cuchillo por el mango y tiró con fuerza, sacándolo de la herida.
Gideon dejó escapar un grito de dolor; notó como si lo traspasara un hierro al rojo.
Sin embargo, Dajkovic no blandió la hoja para rematar la faena, sino que se quitó la camisa y utilizó el arma para hacerla jirones. Gideon, atontado por el dolor y la sorpresa, vio que el soldado le vendaba el hombro con ellos.
– Presione con fuerza -le ordenó Dajkovic.
Gideon apretó el vendaje contra la herida.
– Será mejor que lo lleve a un hospital.
Gideon asintió, respirando con fuerza y sujetando el apósito. Notó que se le empapaba de sangre. Hizo un esfuerzo por sobreponerse al dolor atroz, que era mucho peor con el cuchillo fuera de la herida. Dajkovic lo ayudó a levantarse.
– ¿Puede caminar?
– A partir de aquí es todo cuesta abajo -respondió entrecortadamente.
Dajkovic lo llevó medio a rastras medio a cuestas por la pendiente. Quince minutos más tarde estaban en el coche del veterano. Ayudó a Gideon a sentarse en el lugar del pasajero. El cuero del asiento se manchó de sangre.
– Si es de alquiler perderá el depósito -comentó Gideon.
El soldado cerró la puerta, rodeó el coche para sentarse al volante y puso en marcha el motor. Estaba pálido y su expresión era sombría.
– ¿Me cree después de todo? -quiso saber Gideon.
– Podría decirse que sí.
– ¿Qué le ha hecho cambiar de opinión?
– Es fácil -repuso Dajkovic, poniendo marcha atrás y saliendo del aparcamiento-. Cuando un hombre se da cuenta de que va a morir, solo le queda lo esencial y no se anda con tonterías. Lo he visto muchas veces en el campo de batalla y también lo he visto en sus ojos cuando creyó que iba a matarlo. Vi su odio y su desesperación y también su sinceridad. Entonces supe que estaba diciendo la verdad, lo cual significa que… -vaciló y aceleró, haciendo patinar las ruedas- Tucker me mintió y eso es algo que me enfurece.