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Gideon regresó al Waldorf alrededor de las once de la noche y entró por la puerta de personal, para evitar la iglesia de San Bartolomé, donde temía que Nodding Crane pudiera estar esperándolo con su guitarra. Había estado pensando durante el viaje de regreso, y se había dado cuenta de que, desde la escalinata de la iglesia, el asesino tenía una visión despejada de sus habitaciones, así como de la entrada del hotel por la calle Cincuenta y uno. No estaba seguro de que Crane supiera que había dos habitaciones, pero prefería dar por hecho que sí. El asesino lo había localizado con precisión.

Maldiciendo su estupidez, Gideon pulsó el botón de uno de los ascensores de servicio y subió al piso donde tenía su habitación de apoyo. Una vez allí, entró sigilosamente y no encendió la luz por si Crane lo estaba observando desde el exterior. Sin embargo, también cabía la posibilidad de que lo estuviera esperando dentro. Se detuvo y aguzó el oído. Por primera vez deseó no haber perdido la pistola en el río o, como mínimo, haberle pedido otra a Garza.

Lo que más nervioso lo ponía de Nodding Crane no era que lo hubiera seguido tan fácilmente, sino lo bueno que era tocando blues. A pesar de lo que Mindy Jackson le había contado, había supuesto que Crane era una especie de asesino a sueldo chino, una caricatura salida de una película de karatecas, sin duda un experto en artes marciales, pero desconocedor de la cultura estadounidense y limitado por su condición de extranjero y por su falta de conocimiento de la ciudad. En ese momento comprendía hasta qué punto se había equivocado.

Gideon se estremeció. La habitación estaba en silencio. La quietud era absoluta. Finalmente se acercó a la cama y sacó la maleta Pelican de debajo del colchón. A la luz de la claridad que entraba por la ventana parecía que nadie la había tocado. Introdujo la combinación, la abrió y sacó el sobre de papel marrón que contenía las radiografías de Wu junto con el informe médico. Luego, cerró la maleta y volvió a guardarla. Se quitó la chaqueta, escondió el sobre bajo la camisa y se puso la americana de nuevo.

Por un momento pensó en sus propias radiografías, pero apartó aquella idea de su cabeza. Sin duda fracasaría si perdía la concentración.

Le llamó la atención un creciente ruido de sirenas en la calle. Se acercó a la ventana y miró. Algo había ocurrido en San Bartolomé. Varios coches de policía y ambulancias habían aparcado delante, bloqueando las vías de acceso a Park Avenue, y se había formado un corro de curiosos. La policía estaba acordonando la zona y obligando a la gente a dispersarse. No vio por allí a Nodding Crane con su guitarra; lo más probable era que, a la vista de toda aquella actividad, se hubiera alejado. De todos modos, no andaría muy lejos, y estaría observando. De eso estaba seguro.

Salió con sigilo de la habitación. El pasillo, brillantemente iluminado, estaba en silencio. Tenía que ir a ver a Tom O'Brien y debía hacerlo de modo que nadie lo siguiera. El truco del metro había estado bien, pero Nodding Crane podía estar preparado por si lo repetía una segunda vez. Además, estaba seguro de que el sicario le había tomado la medida con los disfraces.

Reflexionó. El Waldorf tenía cuatro salidas: una que daba a Park Avenue, otra a Lexington Avenue y dos más a la calle Cincuenta y uno. Crane podía estar vigilando cualquiera de ellas. Incluso era posible que lo hubiera visto entrar en el hotel.

¡Maldición! ¿Cómo iba a llegar a Columbia?

Se le ocurrió una idea. Paradójicamente, la multitud que se agolpaba ante San Bartolomé podía ser un buen sitio donde despistar a un perseguidor. Encontraría su oportunidad entre el gentío.

Cogió el ascensor hasta la planta baja, cruzó el vestíbulo y salió a la calle por la puerta principal.

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