Capítulo veintiuno — Causalidad

Los humanos somos para los dioses…

como las moscas para los niños juguetones; nos matan para su recreo.

WILLIAM SHAKESPEARE El Rey Lear, IV, i, 36



El omnipotente debe temerle a todo.

PIERRE CORNEILLE Cinna (1640), Acto IV, Escena II


Estaban contentos de regresar, bulliciosos excitados. Se situaron en sus sillones, se dieron abrazos y palmaditas en la espalda. Todos luchaban por contener las lágrimas. No sólo les fue bien sino que además pudieron regresar, sin sufrir percances en los túneles.

De pronto se encendió la radio y pudieron oír los informes técnicos sobre la Máquina. Los tres benzels se desaceleraban. La carga eléctrica acumulada se desvanecía. A juzgar por los comentarios, resultaba obvio que los integrantes del Proyecto no tenían la menor idea de lo sucedido.

Ellie se preguntó cuánto tiempo habría pasado. Miró el reloj. Habían estado ausentes por lo menos un día, con lo cual ya debían haber ingresado en el año 2000. No veía la hora de relatarles la experiencia. Con renovada confianza, tocó el estuche donde guardaba las decenas de micro-cassettes de vídeo. ¡Cómo cambiaría el mundo cuando se dieran a conocer esas películas!

Se había vuelto a presurizar el espacio que rodeaba los benzels. Se abrieron las puertas de la cámara de aire, y por radio se les preguntó cómo se encontraban.

— ¡Estamos bien! — respondió ella de viva voz, por el micrófono —. Déjennos bajar. No van a creer lo que nos ha pasado.

Los Cinco salieron felices, saludando efusivamente a los compañeros que habían ayudado a construir y accionar la Máquina. Los técnicos japoneses les dieron la bienvenida, y los funcionarios del Proyecto se acercaron a recibirlos.

Devi le comentó en voz baja a Ellie:

— Me da la impresión de que todos tienen puesta la misma ropa que ayer. Fíjate en la corbata horrible de Peter Valerian.

— Es vieja y la lleva todo el tiempo porque se la regaló su mujer. — Los relojes indicaban las tres y veinte. La puesta en funcionamiento había tenido lugar la tarde anterior, a eso de las tres, de modo que la ausencia había durado poco más de veinticuatro…

— ¿Qué día es hoy? — preguntó, y todos la miraron con cara de extrañeza. Algo pasaba —. Peter, por Dios, ¿qué día es?

— ¿Qué quieres decir? Es hoy, viernes 31 de diciembre de 1999, víspera de Año Nuevo. ¿Eso querías saber? ¿Te sucede algo, Ellie?

Vaygay le anunciaba a Arkhangelsky que iba a relatarle la experiencia desde el principio, pero sólo después de conseguir un cigarrillo. Directivos del Proyecto y representantes del Consorcio Mundial convergían hacia ellos. En medio del gentío, vio que Der Heer se abría paso para aproximarse.

— Desde tu perspectiva, ¿qué fue lo que ocurrió? — le preguntó por fin, cuando lo tuvo cerca.

— Nada. Funcionó el sistema de vacío, los benzels giraron a gran velocidad logrando acumular una enorme carga eléctrica se alcanzó la velocidad estipulada, y luego hubo una contramarcha.

— ¿Qué es eso de la «contramarcha»?

— Los benzels aminoraron la velocidad y se disipó la energía. El sistema se represurizó, los benzels se detuvieron y luego salisteis. Todo el asunto duró unos veinte minutos, y no pudimos hablar con vosotros mientras giraban los benzels. ¿Tuvisteis alguna experiencia en particular?

Ellie se rió.

— Ya verás, Ken, lo que voy a contarte.

Se invitó al personal del proyecto a una fiesta para festejar la puesta en funcionamiento de la Máquina y la llegada del trascendental Año Nuevo. Ellie y sus compañeros de viaje no concurrieron. En los canales de televisión abundaban las celebraciones, desfiles, exposiciones, secuencias retrospectivas, pronósticos y discursos optimistas que pronunciaba la clase dirigente del país. Ellie alcanzó a escuchar unas palabras del abad Utsumi, tan beatíficas como de costumbre. Sin embargo, ella no podía perder el tiempo.

Analizando los fragmentos del relato de cada uno de los Cinco, el Directorio del Proyecto llegó a la conclusión de que algo había fallado. Rápidamente se apartó a los tripulantes de la multitud de funcionarios oficiales y del Consorcio, con el fin de someterlos a un interrogatorio preliminar, y se les explicó que, por razones de prudencia, se conversaría con cada uno por separado.

Der Heer y Valerian condujeron la interpelación de Ellie, en una pequeña salita de reuniones. Asistieron también otros directivos del proyecto, incluso Anatoly Goldmann, antiguo alumno de Vaygay. Ellie comprendió que Bobby Bui — que hablaba ruso — representaba a los norteamericanos durante el interrogatorio de Vaygay.

La escucharon atentamente, y de vez en cuando Peter la alentaba con su actitud; no obstante, tenían dificultad en entender la secuencia de los acontecimientos. Gran parte del relato los dejó preocupados. Ellie no lograba contagiarles su emoción y ellos no llegaban a comprender que el dodecaedro hubiese emprendido un viaje de veinte minutos — y mucho menos de un día — puesto que los instrumentos exteriores a los benzels habían filmado todo, y no registraban nada extraordinario. Lo único que sucedió — adujo Valerian — fue que los benzels alcanzaron la velocidad prescrita, en varios instrumentos de objeto desconocido se movieron las agujas indicadoras, los benzels aminoraron su marcha, se detuvieron, y por último emergieron los Cinco en un estado de profunda excitación. No llegó a decir «hablando tonterías», pero lo dio a entender. Pese a que la trataban con deferencia, ella sabía lo que pensaban: que el único objetivo de la Máquina era producir en veinte minutos una ilusión memorable o — posiblemente — hacer perder el juicio a los Cinco.

Ellie tomó los microcasetes de vídeo con sus precisos rótulos: «Sistema de Anillos de Vega», por ejemplo: «Sistema quíntuple», «Paisaje Estelar en el Centro de la Galaxia», y otro caratulado «Playa». Cuando intentó hacerlos funcionar, comprobó que no pasaba nada, que estaban en blanco. No sabía qué podía haber ocurrido. Antes del viaje, había aprendido a manejar la microcámara, e inclusive la había probado varias veces. Mayor fue su consternación cuando le anunciaron que también habían fallado los instrumentos que llevaron sus compañeros. Peter Valerian quería creerle, lo mismo que Der Heer, pero les costaba mucho, por más voluntad que pusieran. La versión que exponían los Cinco era un poco… insólita, y carecía hasta de la más mínima prueba física. Además, era imposible que hubieran experimentado tantas cosas en apenas veinte minutos que dejaron de verlos.

No era ésa la recepción que había imaginado; sin embargo, tenía confianza en que todo habría de solucionarse. Por el momento, le bastaba con reconstruir mentalmente la vivencia y anotarlo todo con lujo de detalles ya que no quería olvidarse de nada.

A pesar de que un frente de aire extremadamente frío avanzaba desde Kamchatka, hacía un calor inusitado ese primer día del año cuando aterrizaron en el Aeropuerto Internacional de Sapporo varios vuelos no programados. En una nave que llevaba la inscripción «Estados Unidos de Norteamérica» arribó Michael Kitz, nuevo secretario de Defensa, junto con un grupo de expertos reunidos apresuradamente. Washington confirmó su presencia sólo cuando la noticia estaba por darse a publicidad en Hokkaido.

La breve nota periodística consignaba que se trataba de una visita de rutina, que no había crisis ni peligro alguno y que «nada extraordinario se había comunicado en el Centro de Integración de Sistemas, situado al norte de Sapporo». En un vuelo nocturno procedente de Moscú, llegaron entre otros, Stefan Baruda y Timofei Gotsridze. Sin lugar a dudas, a ninguno de los dos grupos les entusiasmaba la idea de pasar las vacaciones de Año Nuevo lejos de sus familias. Sin embargo el tiempo que reinaba en Hokkaido les resultó una grata sorpresa; tanto calor hacía que las esculturas de Sapporo se derritieran, y el dodecaedro de hielo se había convertido en un pequeño glaciar informe; el agua chorreaba por las superficies redondeadas, que antes fueran las aristas de los planos pentagonales.

Dos días más tarde sobrevino una intensa tormenta invernal, por cuyo motivo quedó interrumpido el tránsito hacia la planta industrial de la Máquina, incluso en vehículos con tracción en las cuatro ruedas. Se cortaron algunos enlaces de radio y televisión; al parecer, se derrumbó una torre relevadora de microondas. Durante la mayor parte de los nuevos interrogatorios la única comunicación con el mundo exterior fue el teléfono.

También podría serlo el dodecaedro, pensó Ellie, con grandes deseos de subir subrepticiamente de nuevo allí y poner en marcha los benzels. Pese a que le tentaba la fantasía, sabía que no había forma de determinar si la Máquina podría volver a funcionar, al menos desde el extremo terrestre del túnel. Él le había anticipado que no. Ellie se permitió volver a pensar en la playa… y en su padre. Cualquiera que fuese el resultado, una profunda herida que llevaba en su interior se había curado; tanto, que hasta le parecía sentir que el tejido se cicatrizaba. Había sido la psicoterapia más costosa del mundo, y eso ya es mucho decir, reflexionó.

A Xi y Sukhavati los interrogaron representantes de sus propios países. Si bien Nigeria no había desempeñado un papel importante en la recepción del Mensaje ni en la fabricación de la Máquina, Eda accedió a conversar largo y tendido con funcionarios nigerianos. Sin embargo, fue una indagación superficial comparada con el interrogatorio a que los sometieron los directivos del proyecto. Vaygay y Ellie debieron soportar sesiones mucho más minuciosas, dirigidas por equipos de alto nivel traídos expresamente de los Estados Unidos y la Unión Soviética. Al principio, en estos interrogatorios se excluía a personas de otra nacionalidad, pero luego, al canalizarse muchas quejas por medio del Consorcio Mundial para la Máquina, los Estados Unidos y la Unión Soviética accedieron a internacionalizar una vez más las sesiones.

Kitz fue el encargado de interrogar a Ellie, y teniendo en cuenta la poca anticipación con que se lo habrían notificado, llamaba la atención lo bien preparado que se presentó.

Valerian y Der Heer procuraban interceder por ella de vez en cuando, pero el espectáculo lo dirigía Kitz.

Kitz dijo que tomaba su relato con una actitud escéptica pero constructiva, según la más acendrada tradición científica. Confiaba en que ella no confundiría la franqueza de sus preguntas con ninguna animadversión personal puesto que sólo sentía por ella el mayor de los respetos. Por su parte, prometía no dejarse influir por el hecho de haberse opuesto al Proyecto de la Máquina desde el primer momento. Ellie decidió no hacer comentario alguno sobre tan patético engaño, y pasó a narrar su historia.

Al principio la escuchó con atención, le pidió que aclarara ciertos detalles y se disculpó cada vez que la interrumpía. Al segundo día, sin embargo, ya no hubo tales cortesías.

— De modo que el nigeriano recibe la visita de su esposa, la india de su marido muerto, el ruso de su simpática nietecita, el chino de un tirano mongol…

— Tsin no fue un tirano mongol…

— …y usted, por Dios, se reencuentra con su querido padre muerto, quien le comunica que él y sus amigos han estado trabajando en la reconstrucción del universo. Pero por favor… «Padre nuestro que estás en los cielos…» Eso es religión pura, antropología pura.

Sigmund Freud puro. ¿Acaso no lo ve? No sólo afirma que su padre resucitó de entre los muertos, sino que pretende hacernos creer que también creó el universo…

— Usted distorsiona lo que…

— Vamos, Arroway. No nos tome por ignorantes. ¿No nos presenta la más mínima prueba y nos quiere convencer de la mayor farsa de la historia? Siendo tan inteligente, ¿cómo pudo pensar que íbamos a tragarnos este cuento?

Ellie protestó, Valerian también lo hizo, aduciendo que con esa clase de preguntas sólo se lograría perder el tiempo. En esos momentos se estaba examinando la Máquina, y por los resultados del examen se podría comprobar la veracidad del relato. Kitz convino en que sería importante contar con la prueba pericial. Sin embargo, la versión que planteaba Arroway contenía ciertas pautas para comprender lo que había ocurrido.

— El hecho de reunirse con su padre es, de por sí, muy sugestivo, doctora, porque usted se crió en la tradición judeocristiana. De los Cinco, es la única perteneciente a esa cultura, y la única que se encuentra con el padre. Su historia es demasiado inaudita y carente de imaginación.

El clima era peor de lo que supuso, y le provocó un instante de pánico epistemológico, como cuando no encontramos el auto en el sitio donde lo dejamos estacionado, o la puerta que cerramos con llave la noche anterior se halla entornada a la mañana siguiente.

— ¿Supone que todo esto lo inventamos?

— Mire, doctora. De joven, yo trabajaba en la Fiscalía del condado de Cook, y cuando había que procesar a algún sospechoso, nos formulábamos tres preguntas: — Fue marcándolas con los dedos —. Esa persona, ¿tuvo la oportunidad? ¿Tuvo los medios?

¿Tenía motivaciones?

— ¿Para hacer qué?

Kitz lanzó una mirada de hastío.

— Sin embargo, nuestros relojes confirman que estuvimos ausentes más de veinticuatro horas.

— ¡Cómo pude haber sido tan estúpido! — exclamó Kitz, dándose una palmada en la frente —. Ha dado por tierra con mi argumento. Me olvidé que es imposible adelantar un día los relojes — ironizó.

— Eso implicaría una conspiración. ¿Acaso cree que Xi mintió? ¿Que Eda mintió?

¿Que…?

— Lo que pienso es que hay cuestiones más importantes. Peter — se volvió hacia Valerian —, tiene usted razón. Mañana por la mañana recibiremos el borrador de la prueba pericial sobre los materiales. No perdamos más tiempo en… historias. Suspendemos la reunión hasta entonces.

Der Heer, que no había abierto la boca en toda la tarde, le dirigió una sonrisa indecisa, que ella no pudo menos de comparar con la de su padre. A veces, Ken la miraba como si quisiera implorarle algo. ¿Qué? No lo sabía; quizá que cambiara su versión. Ella le había contado cuánto había sufrido de niña por la muerte de su padre y seguramente estaría en ese momento considerando la posibilidad de que se hubiese vuelto loca, y por extensión, que también los otros hubiesen perdido el juicio. Histeria colectiva. Folie a cinq.

— Bueno, aquí está — anunció Kitz. El informe tenía cerca de un centímetro de espesor.

Al dejarlo caer sobre la mesa, desparramó varios lápices. — Aunque supongo que querrá leerlo con detenimiento, doctora, puedo adelantarle un breve resumen. ¿De acuerdo?

Ellie asintió. Se había enterado por rumores de que la prueba pericial coincidía con el relato que ofrecieron los Cinco. Esperaba que con eso se pusiera fin a la desconfianza.

— Aparentemente — hizo gran hincapié en la palabra —, el dodecaedro estuvo expuesto a un ambiente muy distinto al de los benzels y las estructuras de sostén. Aparentemente soportó una alta fuerza de tensión y compresión, razón por la cual es un milagro que el artefacto no se haya hecho pedazos. También aparentemente recibió una intensa radiación… se ha verificado una radiactividad inducida de bajo nivel, huellas de rayos cósmicos, etcétera. Es otro milagro que hayan sobrevivido a la radiación. No se advierte que se haya agregado, ni quitado, nada. No hay signos de erosión ni de roce en los vértices laterales producidos, según aseguran ustedes, por el choque contra las paredes de los túneles. No hay ni la más mínima muesca o raya, que serían inevitables de haber ingresado en la atmósfera de la Tierra a alta velocidad.

— ¿Y esto acaso no corrobora nuestra historia? Piénselo, Michael. Las fuerzas de tensión y compresión son, precisamente, lo que se debe experimentar al caer por un clásico agujero negro, y eso se sabe desde hace más de cincuenta años. No sé por qué no lo sentimos, pero me imagino que el dodecaedro de alguna manera nos protegió.

Además está la enorme dosis de radiactividad dentro del agujero negro y la que se origina en el centro galáctico, un conocido emisor de rayos gamma. Hay pruebas de los agujeros negros, y otras pruebas independientes, vinculadas con el centro galáctico. Estas cosas no las inventamos nosotros. No alcanzo a comprender que no haya huellas de roce ni raspaduras, pero no se olvide de que todo depende de la interacción de un material que apenas si hemos estudiado, con otro que nos es absolutamente desconocido. Yo no esperaba que hubiera partes chamuscadas porque en ningún momento dijimos que hubiéramos entrado por la atmósfera de la Tierra. Para mí, la prueba pericial no hace más que confirmar nuestra versión. Entonces, ¿cuál es el problema?

— El problema es que ustedes son demasiado astutos. Trate de enfocar la cuestión desde el punto de vista de un escéptico. Dé un paso atrás y contemple el panorama general. Así vería a un grupo de personas muy inteligentes, de distintos países, que aduce haber recibido un complejo Mensaje del espacio.

— ¿Aduce?

— Permítame continuar. Ellos descifran el Mensaje y dan a conocer las instrucciones para fabricar una complicada Máquina, a un costo sideral. El mundo pasa por un extraño período, las religiones se tambalean por la próxima llegada del Milenio, y para sorpresa de todos, al final se construye la Máquina. Hay uno o dos cambios mínimos en el personal y luego estas mismas personas…

— No son las mismas personas. No fueron sólo Sukhavati, Eda, Xi, sino…

— Déjeme proseguir. Básicamente estas mismas personas ocupan un lugar en la Máquina. Debido al diseño del aparato, nadie puede verlos ni hablar con ellos luego de la puesta en marcha. ¿Qué ocurre después? Se enciende la máquina y se apaga sola. Una vez que está en funcionamiento, resulta imposible hacerla detener en menos de veinte minutos.

«Muy bien. Veinte minutos más tarde, esas mismas personas bajan de la Máquina muy excitadas, y nos cuentan una historia disparatada. Dicen haber viajado más rápido que la luz dentro de unos agujeros negros, haber llegado al centro de la Galaxia y regresado.

Suponga que escucha este relato con una dosis normal de cautela. ¿Qué hace usted?

Les pide pruebas: fotos, vídeos, cualquier otro dato. Pero ¿qué sucede? Todo se borró.

¿Trajeron algún artefacto de la civilización superior supuestamente asentada en el centro de la Galaxia? No. ¿Algún objeto de recuerdo? No. ¿Piedras? Tampoco. Nada de nada.

La única prueba física es apenas un mínimo daño físico producido a la Máquina. Entonces uno se pregunta, unas personas tan inteligentes, animadas por una profunda motivación, ¿no habrán sido lo bastante hábiles para preparar esto que parece ser producto de las fuerzas de tensión y de la radiactividad, máxime si dispusieron de tres billones de dólares para fraguar las pruebas?

Ellie contuvo el aliento al oír una reconstrucción tan ponzoñosa de los acontecimientos.

¿Por qué obraba Kitz de esa manera?

— No creo que nadie vaya a creer su historia, — prosiguió —. Se trata del ardid más complejo, y más costoso, que se haya perpetrado jamás. Usted y sus amigos trataron de embaucar a la Presidenta de los Estados Unidos y de engañar al pueblo norteamericano, por no mencionar a los gobiernos de los demás países del mundo. Sinceramente, deben de pensar que todos son estúpidos.

— Michael, esto es una locura. Decenas de miles de personas participaron en la recepción del Mensaje, lo decodificaron y construyeron la Máquina. El Mensaje está registrado en cintas magnéticas, en impresos de computadora y en discos de láser, en observatorios de todo el orbe. Sus palabras sugieren una conspiración en la cual estarían implicados todos los radioastrónomos del planeta, todas las empresas aeroespaciales y de cibernética…

— No, no se precisa una conspiración de tal envergadura. Lo único que hace falta es contar con un transmisor en el espacio, que dé la impresión de estar emitiendo desde Vega. Le cuento cómo creo yo que lo hicieron. Ustedes preparan el Mensaje y consiguen que lo remonte al espacio alguien que posea alguna planta de lanzamiento.

Probablemente esto sea incluso una parte concomitante de otra misión. Y lo sitúan en una órbita para que luego se asemeje al movimiento sideral. Quizás haya más de un satélite.

Cuando se enciende el transmisor, ustedes ya están listos en el observatorio para recibir el Mensaje, efectuar el gran descubrimiento e informarnos a los pobres tontos qué es lo que significa.

Hasta el impasible Der Heer consideró ofensivas sus palabras.

— Mike, por favor — comenzó a decir, pero Ellie lo atajó de golpe.

— No fui yo la única que intervino en la decodificación, sino que fueron muchos los que participaron, sobre todo Drumlin. En un principio él se mostró escéptico, como usted sabe, pero terminó por convencerse a medida que iban llegando los datos. Sin embargo, él nunca manifestó abrigar reservas…

— Ah, sí, el pobre Dave Drumlin. El extinto Drumlin, el profesor al que siempre odió; por eso le tendió la celada.

«Durante el descifrado del Mensaje, usted no podía estar en todo. Era tanto lo que había que hacer. Pasaba por alto alguna cosa, se olvidaba de otra. Y ahí estaba Drumlin, que se volvía viejo, celoso de que su antigua discípula le eclipsara y se atribuyera todo el mérito. De pronto él ve la forma de desempeñar un papel preponderante. Usted apela a su narcisismo y lo atrapa. Y si a él no se le hubiese ocurrido el modo de interpretar el Mensaje, usted le habría dado una ayudita. Y en el peor de los casos usted misma habría quitado todas las capas de la cebolla.

— Si piensa que fuimos capaces de inventar el Mensaje, nos hace un gran cumplido a Vaygay y a mí, pero es algo absolutamente imposible. Pregúntele a cualquier ingeniero idóneo, si unos cuantos físicos y radioastrónomos podrían haber inventado, en sus ratos libres, una Máquina de esa especie, con industrias subsidiarias inéditas, con componentes desconocidos en la Tierra. ¿Cuándo cree que tuvimos tiempo para inventarla, aun si hubiéramos sabido cómo hacerlo? Fíjese en los innumerables bits de información. Hubiéramos tardado años.

— Tuvieron los años necesarios, cuando Argos no avanzaba. El proyecto estaba a punto de darse por terminado, y usted recordará que Drumlin propiciaba esa idea. Y justo, en el momento indicado, reciben el Mensaje, con lo cual ya no se habla más de clausurar su tan preciado proyecto. Honestamente pienso que usted y los rusos tramaron todo en su tiempo libre, que fueron años.

— Es una locura — musitó Ellie.

Intervino entonces Valerian para poner de manifiesto que había mantenido un estrecho contacto con la doctora Arroway durante el período en cuestión, que ella había realizado un productivo trabajo científico y que jamás pudo tener el tiempo necesario como para pergeñar semejante engaño. Además, por mucho que la admirara, consideraba que el Mensaje y la Máquina estaban más allá de la capacidad de Ellie… más aún, que ningún habitante de la Tierra pudo haberlo inventado.

Sin embargo, Kitz no aceptó sus argumentos.

— Eso es un criterio personal, doctor Valerian, y puede haber tantos criterios como personas haya en el mundo. Usted siente aprecio por la doctora, lo cual es comprensible.

Yo también la estimo. Sin embargo, hay otra prueba contundente que usted no conoce aún, y yo voy a decírsela.

Se inclinó hacia adelante, con la mirada fija en Ellie: Era obvio que deseaba provocar la reacción de ella ante las palabras que habría de pronunciar.

— El Mensaje se interrumpió en el instante en que se puso en marcha la Máquina, cuando los benzels alcanzaron la velocidad de crucero. Con una precisión al segundo, en el mundo entero. Lo mismo sucedió en todos los radioobservatorios que captaban Vega.

No se lo habíamos dicho hasta ahora para no interferir en el interrogatorio. El Mensaje se detuvo en la mitad de una información, y eso sí que fue una tontería de su parte.

— Yo de eso no sé nada, Michael. Pero, ¿qué importa que se haya suspendido si ya cumplió su objetivo? Fabricamos la Máquina y pudimos ir… adonde quisieron llevarnos.

— Con esto usted queda muy mal parada — continuó Kitz.

De pronto Ellie supo adonde apuntaba él, y se sorprendió. Kitz pensaba en una conspiración, mientras que ella contemplaba la posibilidad de la locura. Si Kitz no estaba loco, ¿habría perdido ella el juicio? Si con nuestra tecnología se pueden producir sustancias capaces de inducir al engaño, ¿no podría una tecnología mucho más avanzada provocar alucinaciones colectivas más acentuadas? Por un momento le pareció posible.

— Supongamos que estamos en la semana pasada — agregó él —. Damos por sentado que las ondas radioeléctricas que nos llegan a la Tierra fueron enviadas desde Vega hace veintiséis años, pero hace veintiséis años, doctora, no existía la planta de Argos, y los temas que le preocupaban en aquella época seguramente eran Vietnam y Watergate. A pesar de lo inteligentes que son, se olvidaron de la velocidad de la luz. Una vez que se pone en funcionamiento la Máquina, no hay forma de interrumpir el Mensaje hasta que hayan pasado otros veintiséis años… a menos que sea factible enviar un mensaje a mayor velocidad que la luz, y ambos sabernos que eso es imposible. Recuerdo haberla oído criticar a Rankin y Joss por suponer que se puede viajar más rápido que la luz. Me llama la atención que haya pensado que no íbamos a darnos cuenta.

— Escuche, Michael. Así fue como pudimos ir de aquí hasta allá, y regresar en escasos veinte minutos. Yo no soy experta en estos temas; tendría que preguntárselo a Eda o Vaygay.

— Gracias por la sugerencia; ya lo hemos hecho.

Se imaginó a Vaygay sometido a un interrogatorio igualmente severo por parte de su viejo adversario, Arkhangelsky, o de Baruda, el hombre que había propuesto destruir los radiotelescopios y quemar toda la información. Cabía suponer que Kitz y ellos eran de idéntico parecer respecto del tema en estudio. Deseó que Vaygay estuviese haciendo un buen papel.

— Usted me entiende, doctora, pero permítame volver a explicárselo y tal vez pueda indicarme algún fallo en mi razonamiento. Hace veintiséis años, esas ondas radioeléctricas se dirigían a la Tierra. Una vez que han partido de Vega, que cruzan el espacio, nadie puede detenerlas. Aun si el transmisor supiera instantáneamente — por medio del agujero negro, si lo prefiere — que se ha puesto en marcha la Máquina, transcurrirían otros veintiséis años hasta que el cese de la señal arribara a nuestro planeta. Los veganos no podían saber, veintiséis años atrás, en qué preciso instante se accionaría la Máquina. Hubiera sido menester enviar un mensaje retrotraído veintiséis años en el tiempo para que el Mensaje se detuviera el 31 de diciembre de 1999. ¿Me sigue?

— Sí, claro. Éste es un campo desconocido; por algo se lo denomina un continuo de tiempoespacio. Si ellos pueden atravesar el espacio con túneles, pienso que también pueden atravesar el tiempo. El hecho de que hayamos regresado un día antes nos demuestra que cuentan con cierta capacidad, aunque limitada, para viajar en el tiempo.

Tal vez, apenas partimos de la Estación, enviaron un mensaje veintitrés años atrás en el tiempo, para apagar el transmisor. No sé.

— Ya ve usted lo bien que le viene que el Mensaje se haya interrumpido justo ahora. Si aún siguiera emitiéndose, podríamos rastrear el pequeño satélite, capturarlo y obtener la cinta de transmisión, con lo cual tendríamos una prueba contundente, decisiva, del ardid.

Pero ustedes no podían correr el riesgo y por eso lo atribuyen todo a los agujeros negros.

Para ella, se trataba de una fantasía paranoica en la cual se tomaban varios hechos inocentes y se los agrupaba de forma tal de crear una compleja intriga. Cierto era que los hechos distaban de ser triviales, y era lógico que las autoridades investigaran todas las otras explicaciones posibles. Sin embargo, la versión que presentaba Kitz era tan maliciosa, que sólo podía haberla concebido una mente temerosa, angustiada.

De ser así, disminuía en cierta medida la posibilidad de un fraude colectivo, pero el dato sobre la interrupción del Mensaje — de ser verdad lo que aseguraba Kitz — constituía para Ellie un motivo de preocupación.

— Ahora yo me pregunto una cosa, doctora. Ustedes, los científicos, tenían la capacidad intelectual y la motivación como para haber planeado esto, pero les faltaban los medios. De no ser los rusos quienes pusieron el satélite en órbita, pudo haber sido cualquiera de los otros seis países que cuentan con plataformas de lanzamiento. Sin embargo, ya hemos realizado investigaciones, y comprobamos que ninguno lanzó un satélite de libre vuelo en la órbita adecuada, razón por la cual nos inclinamos a pensar en un particular, y el primero que nos vino a la mente fue un señor de nombre S. R. Hadden.

¿Lo reconoce?

— No sea ridículo, Michael. Yo hablé con usted sobre Hadden incluso antes de haber viajado a Matusalén.

— Quería asegurarme de que estuviéramos de acuerdo en lo básico. A ver cómo le suena esta explicación. Usted y los rusos planifican esta estratagema y consiguen que Hadden financie las primeras etapas: el diseño del satélite, la invención de la Máquina, el descifrado del Mensaje, el simular daños producidos por la radiactividad, etcétera. A cambio de eso, cuando se pone en marcha el Proyecto de la Máquina, él contribuye con una parte de los tres billones de dólares porque puede obtener suculentos beneficios. Y a juzgar por sus antecedentes, me atrevería a afirmar que le atrae la idea de dejar al gobierno en un papel desairado. Cuando ustedes no logran decodificar el Mensaje ni encuentran la cartilla de instrucciones, acuden a Hadden, y él mismo les sugiere adonde deben buscar. También ese detalle revela negligencia. Hubiera sido mejor que se le ocurriera a usted.

— Demasiada negligencia — intervino Der Heer —. ¿No cree que si alguien realmente estuviese planificando una treta…?

— Ken, me llama la atención que sea tan crédulo. Usted me está demostrando a las claras por qué Arroway y los demás pensaron que convenía pedirle consejo a Hadden, y además, cerciorarse de que supiéramos que ella había ido a verlo. — Volvió a dirigirse a Ellie —. Doctora, trate de analizar todo desde el punto de vista de un observador neutral…

Kitz no cejó en su cometido sino que siguió reordenando los hechos de diversas maneras, volviendo a describir años enteros de la vida de Ellie. Si bien ella nunca lo creyó tonto, tampoco se imaginó que tuviese tanta inventiva. A lo mejor alguien le había sugerido ideas, pero la fuerza emocional de la fantasía era sólo de él. Hablaba con grandes ademanes y expresiones retóricas. Era evidente que el interrogatorio y esa interpretación tan particular de los acontecimientos habían despertado una gran pasión de Kitz, que al rato ella creyó comprender. Ninguno de los Cinco había traído a su regreso nada que tuviera una inmediata aplicación militar, nada que reportara un beneficio de orden político, sino apenas una historia por demás desconcertante. Además, esa historia tenía otras implicaciones. Kitz estaba a cargo del más pavoroso arsenal de la Tierra, mientras que los veganos se dedicaban a construir galaxias. Él era un descendiente directo de una serie de gobernantes, norteamericanos y soviéticos, que habían ideado la estrategia de la confrontación nuclear, mientras que los Guardianes eran una amalgama de especies distintas, de mundos separados, que colaboraban en una misión. La mera existencia de los extraterrestres constituía un tácito reproche. Y si pensábamos que el túnel podía activarse desde el otro extremo, quizá no hubiera forma alguna de impedirlo.

Esos seres podían presentarse en la Tierra en cualquier momento. ¿Cómo haría Kitz para defender a los Estados Unidos en tal eventualidad? Un tribunal hostil podría calificar la actuación que le cupiera a Kitz en la decisión de fabricar la Máquina como de negligencia en el cumplimiento de sus deberes. ¿Y cómo podía justificar él ante los extraterrestres su modo de conducir el planeta? Aun si no llegara por el túnel un ejército de ángeles vengadores, si se daba a conocer la noticia del viaje, el mundo cambiaría. Ya estaba cambiando, y tendría que hacerlo todavía más.

Una vez más sintió lástima por él. Hacía por lo menos cien generaciones que el mundo estaba gobernado por gente peor que Kitz, pero él tuvo la mala suerte de que le tocara intervenir justo cuando se modificaban las reglas del juego.

— … y si creyéramos su historia al pie de la letra — decía Kitz en ese instante —, ¿no cree que los extraterrestres la trataron mal? Se aprovecharon de sus más caros sentimientos para disfrazarse de su querido padre. No nos dicen qué es lo que hacen, les velan los rollos de película, destruyen todas las pruebas, y ni siquiera le permiten dejar allá su estúpida hoja de palmera. Cuando ustedes bajan de la Máquina, no falta nada de lo enumerado en el manifiesto de embarque — salvo algunos alimentos —, y tampoco encontramos nada que no figurara en dicho manifiesto, excepto un poco de arena que llevaban en los bolsillos. Y como regresan casi enseguida de haber partido, el observador neutral tiene derecho a suponer que jamás fueron.

«Ahora bien. Si los extraterrestres hubiesen querido dejar en claro que ustedes fueron a alguna parte, los habrían traído de vuelta un día, o una semana, más tarde, ¿no? Si, durante cierto lapso, no hubiera habido nada dentro de los benzels, tendríamos la certeza de que viajaron a algún sitio. Si hubiesen deseado facilitarles las cosas, no habrían interrumpido la emisión del Mensaje, ¿verdad? Todo induce a pensar lo contrario, que se han propuesto expresamente obstaculizarles la tarea. Podrían haberles permitido traer algún recuerdo, o las películas que filmaron, así nadie se atrevería a sugerir que se trata de un engaño. ¿Por qué no lo hicieron? ¿Por qué no corroboran la historia? Ya que ustedes dedicaron largos años de su vida a encontrarlos, ¿por qué no demuestran ellos el más mínimo agradecimiento por su labor?

«Ellie, ¿cómo puede estar tan segura de que las cosas sucedieron? Si, como sostiene, no es esto una estratagema, ¿no podría ser acaso una ilusión? Supongo que le costará plantearse tal hipótesis puesto que a nadie le gusta creer que está un poco loco, pero teniendo en cuenta la tensión que ha tenido que soportar, no me parece algo tan grave. Y si la única otra alternativa es la conspiración delictiva… Le propongo que medite seriamente sobre esta posibilidad.

Ella ya lo había hecho.

Ese mismo día volvió a reunirse, a solas, con Kitz, y éste le propuso un trato que ella no tenía la menor intención de aceptar. Sin embargo, Kitz estaba preparado para tal eventualidad.

— Dejemos de lado el hecho de que usted nunca sintió simpatía por mí — manifestó el funcionario —. Pienso que lo que vamos a sugerir es justo.

«Ya hemos anunciado a la prensa que la Máquina no funcionó cuando intentamos ponerla en marcha. Naturalmente, estamos tratando de averiguar dónde estuvo el fallo, pero como ha habido otros inconvenientes — en Wyoming y Uzbekistán —, nadie pondrá en duda esta versión. Después, dentro de unas semanas, informaremos que seguimos sin encontrar el desperfecto pese a nuestro empeño. El proyecto de la Máquina es demasiado costoso y a lo mejor no somos lo suficientemente inteligentes como para llevarlo a cabo. Además, todavía hay riesgos, el peligro de que la Máquina llegue a estallar, por ejemplo. Por eso lo más atinado es suspender el proyecto… al menos por el momento.

«Hadden y sus amigos pondrían el grito en el cielo, pero como él ya no está con nosotros…

— Se encuentra apenas a trescientos kilómetros sobre nuestras cabezas — puntualizó Ellie.

— Ah, ¿no se enteró? Sol falleció casi a la misma hora en que se accionó la Máquina.

Fue algo extraño. Perdone; debí habérselo informado, pero me olvidé de que usted era…

amiga suya.

No supo si creerle o no. Hadden tenía poco más de cincuenta años, y al parecer gozaba de buena salud. Más tarde volvería a abordar el tema.

— Y en su fantasía, ¿qué será de nosotros?

— ¿Quién es «nosotros»?

— Los cinco tripulantes de la Máquina que usted sostiene nunca funcionó.

— Ah. Los someteremos a otros interrogatorios y luego quedarán en libertad. No creo que ninguno sea tan tonto como para ponerse a divulgar esta disparatada historia, pero para mayor seguridad, hemos confeccionado un legajo con antecedentes psiquiátricos sobre cada uno. Nada demasiado grave… Siempre fueron algo rebeldes; se enfrentaron con el sistema, lo cual no me parece mal. Por el contrario, es bueno que las personas sean independientes, rasgos que nosotros alentamos, máxime en los científicos. No obstante, la tensión de estos últimos años ha sido fatigosa, especialmente para los doctores Arroway y Lunacharsky. Primero descubrieron el Mensaje; luego se dedicaron a decodificarlo y a convencer a los gobiernos sobre la necesidad de fabricar la Máquina.

Después debieron soportar problemas de la construcción, sabotaje industrial, la puesta en marcha que no los llevó a ninguna parte… Fue una experiencia difícil. Mucho trabajo y nada de diversión. Además, los científicos son, de por sí, personas nerviosas. Si el fracaso de la operación les trastornó un poco, todos lo comprenderán, pero nadie les creerá la historia; nadie. Si se comportan como es debido, no deben temer que vayan a darse a publicidad esos legajos.

«Quedará en claro que la Máquina todavía está aquí; para eso, apenas se despejen los caminos, enviaremos a varios fotógrafos a que le saquen fotos, y poder demostrar que la Máquina no se fue a ninguna parte. ¿Y los tripulantes? Es natural que se sientan desilusionados y por consiguiente no deseen hacer declaraciones a la prensa por el momento.

«¿No le parece un plan perfecto? — Quería que ella reconociese las bondades del proyecto, pero Ellie nada dijo.

«¿No cree que es muy sensato nuestro proceder luego de haber invertido dos billones de dólares en una mierda? Podríamos enviarla a prisión perpetua, Arroway, y sin embargo, la dejamos en libertad. Ni siquiera le exigimos el pago de fianza. Estimo que nos estamos portando como caballeros. Es el Espíritu del Milenio. Es el Maquiefecto.

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