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En jugoso silencio, el hombre desliza la imagen de su mujer en el visor del observador. Estremeciéndose, los bosques se acercan a la casa, en la que las imágenes del vídeo, un hatajo de machos con su carga, pasan por la pantalla ante los testigos. En la imagen, las mujeres son arrastradas por sus cadenas, sólo sus hábitos cotidianos son más despiadados. La mirada de la mujer se tiende sobre las imágenes que tiene que ver cada día con su marido, antes de ser vista ella misma. En absoluto agotado por su, para él, responsable trabajo, el director está en su salsa, y chupa sus pezones y sus rincones, pide a gritos el comienzo de la noche y de la sesión nocturna. Así reverdecen también las imágenes vivientes en las faldas de la montaña, y los escaladores las pisan con sus fuertes zapatos.

La insospechada entrada del niño amenaza con convertirse casi en una tragedia comparable al clima local. Directo y radiante como un cohete portador, el niño se dispara dentro de la habitación, donde la pantalla susurra y arroja sus desechos al local. Con sus ojos inocentes, llega a captar aún los cuerpos apasionados cuando, abiertos como abismos heridos, se visitan mutuamente, y los hombres, con sus pesados aparatos creadores, artesanos de su placer, se apagan en el interior de la mujer. Sólo sus cuerpos y cabezas quedan fuera, e inventan nuevos claustros maternos de cristal para mirar en su interior. De inmediato el padre se apea de la madre, después de, ventoseando con su burdo motor, poner la marcha atrás y hacer un viraje sobre la alfombra. El niño aparenta no haber comprendido nada, aunque él mismo es un consumidor, que ya elige y goza. Como hojas se mueven en la memoria sus necesidades, viciado está su gusto por las inmortales imágenes de los catálogos de las tiendas deportivas, que invitan a los ciudadanos a brindar, ¡salud! Todo les pertenece, a él y a sus queridos padres, a los que a su vez pertenece el niño. La madre se tapa torpemente, como con heno. El niño ya ha aprendido a mentar a su malvado padre, pero al fin y al cabo es papá el que compra las cestas de juguetes, los sacos gruesos, y mantiene sujeto al hijo con un cordón de oro. Como si no hubiera visto en el sofá la naturaleza también encadenada de su madre, lee a los padres una lista de deseos llena de objetos en competición los unos con los otros. ¡Con ellos se puede correr sobre arena, grava, piedra, agua, hielo, nieve o una alfombra persa! Y hay que comprarlo para poder mirar hacia casa desde lejos. La mujer se queda abstraída en sus esposas. Agita las piernas y dirige la vista hacia la incertidumbre de su hijo, ¿qué será de él? ¿Una joven águila que se aferré a un utilitario? ¿Que destroce a picotazos el pecho de un hombre? ¿Que se pueda dejar ganar en el slalom hecho detrás de la casa, para su diversión y para que la gente se acostumbre a los caminos extraviados? Todo lo que este niño y este hombre desean es peligroso a su manera. La madre intenta con los dientes echar un cobertor sobre sus desnudos pezones, que el padre acaba de morder. Las imágenes de la pantalla son bruscamente forzadas al silencio. El niño ha entrado. El niño desea un trineo a motor, lo que en esta región está prohibido por el Estado. El cliente tiene un deseo: la mujer tiene que tener el correspondiente aspecto.

En todo momento, incluso durante las horas de oficina, el director quiere poder llamar a casa para constatar si se piensa en él. Es implacable como la muerte. Espera de su mujer que siempre esté dispuesta a sacarse el corazón, ponérselo en la lengua como una hostia y demostrar que también el resto del cuerpo está listo para su Señor. Para eso la lleva de la rienda y la somete al escrutinio de sus lentes bajo las cejas. Lo ve todo y tiene derecho a mirar, porque agudo florece su rabo en su erizado parterre, y los besos se hinchan en sus labios. Pero primero tiene que verlo todo, para que se le abra el apetito. También se come con los ojos, y nada queda oculto, excepto, a los ojos temerosos de los muertos, el cielo que en última instancia habían esperado. Por eso el hombre quiere preparar a su mujer el cielo en la tierra, y a veces ella prepara la comida. Se le puede exigir, con gusto y por las buenas, su famosa tarta de Linz tres veces por semana, y el hombre puede honrar también a los famosos muertos de Linz, en el cuarto de atrás de la taberna, donde los hombres celebran el don que la Historia tiene de poder repetirse en todo momento, y miran en su bola de cristal qué será lo próximo que vendrá del Gobierno.

El director es tan grande que es imposible circundarlo en un solo día. Este hombre está abierto a los cuatro vientos, pero sobre todo hacia arriba, de donde vienen la lluvia y la nieve. A nadie tiene por encima de sí, salvo al consorcio matriz, del que no hay quien pueda protegerse. Pero por el lado cortante de la mujer puede tranquilamente abrir su grifo y aspersar. La mujer se contorsiona como un pez, porque tiene las manos atadas, mientras el hombre le hace cosquillas y le pincha un poco con agujas.

Él escucha su interior, donde ha escondido sus sentimientos. Palabras como hojas caen del vídeo en la pantalla y van a parar al suelo ante esta Humanidad unipersonal. Desconcertadamente protectora, la mujer mira un tiesto desfalleciente en el alféizar de la ventana. También el hombre habla ahora, tosco como el buen corazón de la fruta. No tiene pelos en la lengua. Y mientras salen sus aires y jugos, habla sin cesar de sus acciones y su no poder parar y se abre, con garras salvajes y dóciles dientes, camino hacia el lugar de paso, para poder añadir su mostaza a su salchicha. El sexo de una mujer un bosque que le devuelve un eco iracundo.

Recientemente, también ha prohibido lavarse a su mujer, Gerti, porque también su olor le pertenece por entero. Rabia en su pequeño rincón del bosque. Irrumpe con su duro trozo de pan en los aparcamientos de ella, de tal modo que a menudo están inflamados, irritados y cerrados a cal y canto. Desde que ya no osa atraer a alegres y ávidos desconocidos mediante anuncios de intercambio de parejas, se ha convertido para sí mismo en el preferido de los vientos que entran bajo la falda de su esposa. Como un hilo conductor, esta mujer debe arrastrar tras de sí sus olores a sudor, pises y mierda, y él controla si el arroyo se mantiene obediente en su lecho cuando él lo exige. Este viviente montón de desperdicios, en el que escarban gusanos y ratas. Tronando se arroja sobre él y marca su ritmo que rápidamente le lleva al otro extremo, donde se encuentra en casa y quiere volver a sentirse cómodo e incluso deja pasar alguna o hace saltar un pez. Lee los periódicos. Arranca a la mujer de la ciénaga de su almohada y la abre enseguida violentamente. Y hoy tiene sentado en el sofá todo su agradable ser, para jugar con sus pezones y para temblar ante lo que sus venas han vuelto a hacer con su miembro.

Le gusta que esta mujer, la mejor educada del lugar, tenga que andar envuelta en su propia suciedad. La golpea furioso en la cabeza… En la transustanciación, él ha hecho adaptar su cuerpo a sus dimensiones. Es un recipiente destinado a ser vaciado, y también él se vuelve a llenar por la noche una y otra vez, esta tienda de autoservicio, esta tienda para niños donde uno se puede echar sin problemas al lado estrecho. Con la llave del portal, se adquiere el derecho a la ración diaria, y se puede tirar del clítoris o cerrar de golpe la puerta del water; la patria católico-romana se pliega, pero hace que la gente vaya a los centros de planificación familiar y se case. Y la casa tiene que encender las luces de SOS mientras la mujer es utilizada. Después se descorchará una botella escogida, y en la pantalla se podrán ver escogidos retozones que se sientan mutuamente frente a sus órganos sexuales, miran, tiran del picaporte y se vierten con retroespasmos. ¡Sí, estamos ansiosos de ver, pero otros nos miran y mastican barritas saladas o las gruesas salchichas de los señores o las gruesas chichas de las damas!

Quizá mañana el niño estará alojado con los vecinos, que tienen una casa parecida, pero menos. El hombre quiere llevar su salvaje carreta a la mierda de la mujer, que se aferra a la técnica respiratoria y se lanza rápidamente a un lado para eludir su rabo que penetra crujiendo en el monte bajo de sus bragas. Su cuerpo ha dominado ya, con canciones y música, las gentes más variadas, las ha modelado en pequeñas porciones y congelado para más adelante, cuando sean necesarias en el mercado de trabajo o en el coro de las Leyes del mercado. La Luna brilla, las estrellas también aparecen todas, y la pesada máquina del hombre viene a casa desde lejos, divide el surco que ha abierto con sus dientes, hace saltar como espuma por los aires la hierba cortada y la empapa.

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