Capítulo Dieciséis

Matt se despertó nervioso después de una noche muy inquieta. No podía dejar de pensar en cómo Gabe había corrido hacia Bill, como si aquel hombre fuera su padre. Y peor todavía, no podía quitarse a Jesse de la cabeza.

Su plan de venganza estaba funcionando, aunque eso no hacía que se sintiera mejor. No tenía sentimiento de victoria.

Fue a la oficina, pero después de un rato se dio cuenta de que no conseguía concentrarse, así que tomó el coche de nuevo y condujo un rato por la ciudad. De repente, se vio aparcado frente a la casa de su madre. Era temprano, así que llamó antes de acercarse a la puerta.

– ¿Estás levantada? -le preguntó cuando ella respondió.

– Claro. ¿Quieres un café?

Él entró y se sentó en la cocina, observando sus movimientos mientras ponía al fuego una cafetera y le ofrecía un desayuno.

– No, con el café es suficiente, gracias -dijo.

Tenía buen aspecto. Había envejecido un poco. A Matt le gustaba que llevara el pelo corto. Observó las arrugas que tenía en los ojos; su madre tenía más de sesenta años. Aunque siempre le había enviado flores por su cumpleaños, no la había llamado ni había hecho nada para celebrarlo con ella. Nunca le había perdonado que fuera feliz por la infidelidad de Jesse.

Conocía las dificultades del pasado de su madre, sabía por qué se había aferrado tanto a él. Cuando era más joven, le había agradecido mucho su apoyo. En aquel momento pensó que, si aquél era el mayor defecto de Paula, él había tenido mucha suerte.

Masculló un juramento, se levantó de repente y la abrazó.

– Lo siento, mamá -dijo-. Llevo alejado de ti demasiado tiempo.

Ella se quedó rígida de la sorpresa, pero se relajó entre sus brazos y le devolvió el gesto con una ferocidad que hablaba de su dolor y de su amor.

– Tenías que ser tú mismo -le dijo.

Él le acarició la espalda y notó lo menuda que era.

– Me estás concediendo demasiado mérito. Quería hacerte daño. He sido un egoísta y un desgraciado. Pensaba que alejarme era lo peor que podía hacerte, pero no me daba cuenta de que me estaba castigando a mí mismo.

– Oh, Matthew -susurró ella.

– Espero que me perdones y que me des otra oportunidad.

Paula retrocedió y le sonrió con los ojos llenos de lágrimas y de cariño.

– No tengo nada que perdonarte, hijo.

Matt volvió a sentarse mientras ella servía unas tazas de café. Su madre no dejaba de mirarlo, como si estuviera comprobando si todo aquello estaba sucediendo de verdad. Le sonrió de nuevo y le entregó su taza.

– Otros días Gabe está aquí a estas horas, pero Bill se lo ha llevado a desayunar por ahí.

– No quiero hablar de ese hombre -refunfuñó Matt-. Conoce a Gabe mejor que yo.

– Lo ha tratado durante más tiempo, pero eso va a cambiar -dijo Paula-. Deberías estar contento. Cuidó mucho de Jesse y de Gabe mientras estuvieron lejos de aquí. Bill es un buen hombre.

Había algo en su voz. Matt la miró.

– ¿Por qué lo conoces tan bien?

– No lo conozco bien. Nos presentaron hace dos días. Pero tiene fuerza, solidez. Me alegro de que Jesse no estuviera sola. Estar sola con un bebé es muy difícil, y da miedo. Yo estuve sola contigo y estaba aterrorizada. Eras muy pequeño y yo tenía que saberlo todo. Sin embargo, tenerte me cambió. Por fin crecí -dijo con un suspiro-. Sólo tardé treinta y tantos años en hacerlo.

– Siempre estuviste a mi lado, pasara lo que pasara -dijo Matt.

– Te quería con toda mi alma. Siempre fuiste muy distinto a mí. Listo. Increíblemente listo. Sólo tenías ocho años cuando desmontaste tu primer ordenador. Y diez cuando aprendiste a montarlo completo.

Paula hizo una pausa y miró su taza de café.

– Tenías razón con respecto a mí -dijo en voz baja, sin alzar los ojos-. Antes. Tenía celos de tu relación con Jesse. Me daba cuenta de que ella era diferente. Tú eras diferente con ella. Nunca te habías relacionado con muchas chicas. Yo sabía que ibas a crecer y que lo harías, pero no pensaba que fuera a ocurrir cuando ocurrió. Quería tenerte conmigo para siempre y ella me demostró que eso no iba a suceder.

Alzó la vista y sonrió con tristeza.

– Me convertí en una persona que no me gustaba. Una persona dependiente y horrible que se preocupaba más por sí misma que por su hijo. Sabía que estabas enamorado de ella, y me puse muy contenta cuando Nicole me dijo que te había engañado. Estaba impaciente por decírtelo. Lo que no sabía era lo mucho que te iba a doler, ni que verías mi comportamiento como era realmente. Nunca pensé que pudiera perderte.

– Mamá…

Ella cabeceó.

– No, deja que diga esto. Me confundí, Matthew. Totalmente. Fui egoísta y te hice daño. Lo siento.

– Lo entiendo -dijo él-. No te preocupes más. Te quiero, siempre te querré. No debería haber esperado tanto para venir a verte. He sido un canalla, y lo siento.

Una parte de él, una parte fría y vacía, se llenó un poco, se caldeó.

Paula se secó las lágrimas con las manos.

– Estoy hecha un desastre.

– Estás muy bien.

– Soy un cliché, pero no me importa -dijo con una sonrisa entre lágrimas-. Te he echado de menos.

– Yo también. Antes no entendía la paternidad, pero ahora sí.

Ella asintió.

– Cada vez lo haces mejor con Gabe. El niño es maravilloso.

La punzada de ira que sintió Matt lo tomó por sorpresa.

– No debería hacerlo mejor. Debería haberlo conocido durante todo este tiempo. Sí, Jesse me dijo que estaba embarazada, pero ella sabía que yo no creía que el bebé fuera mío. Debería haberlo intentado otra vez. Debería haberlo intentado más.

– Entiendo tu frustración, y estoy de acuerdo.

– ¿Pero?

– Pero ella era muy joven, y estaba asustada y dolida. Nadie la creía. Nadie la escuchaba. Ni siquiera el hombre al que quería.

– Podía haber descolgado el teléfono. Eso no era difícil. ¿Cómo voy a recuperar yo ahora lo que he perdido?

– Lo sé -dijo Paula, acariciándole el brazo-. Créeme, yo sé todo lo que hemos perdido. No dejo de pensar en que, si me hubiera portado de otro modo, si hubiera aceptado a Jesse en vez de rechazarla, esto no habría ocurrido. Seguramente, vosotros os habríais casado y habríamos sido una familia.

Él recordó el anillo que le había comprado a Jesse en Tiffany's. Lo emocionado y enamorado que estaba. Quería hacerle el regalo más perfecto del mundo, demostrarle lo mucho que la quería.

¿En qué habrían sido distintas las cosas si él no se hubiera enterado de lo de Drew de la manera en que se enteró, si Jesse se lo hubiera contado con calma aquella noche? Probablemente, habría ido a darle una paliza a aquel desgraciado. Teniendo en cuenta lo que sabía de Drew, habría hecho un favor a varias personas.

Apartó todo aquello de su cabeza. ¿Qué le importaban todas aquellas cosas? Sólo tenía el presente. Jesse se había ido y se había llevado a su hijo. Después había vuelto y había puesto en sus manos la manera perfecta de vengarse. Era el ciclo de la vida.

– Tengo que volver a la oficina -le dijo a su madre, y le dio un beso en la frente-. Te llamaré pronto.

– Podríamos cenar todos juntos.

Como una familia. Como si todo fuera perfecto. Era una batalla de estrategia, y cualquier general estaría orgulloso de él. Debía transmitirle al enemigo sensación de seguridad, y después, atacar.

Salvo que Jesse no era su enemiga. Era la madre de su hijo, y la mujer de la que estuvo enamorado.

Se dijo que aquél no era momento de ablandarse. ¿No quería castigarla por lo que había hecho?

Recordó la mirada de alegría de su hijo mientras corría hacia otro hombre que había ocupado el papel de padre. Entonces se fortaleció contra cualquier debilidad. La victoria estaba cerca. Lo sentía. Podría vencer y seguir adelante.


Nicole estaba sentada en el porche trasero de su casa, con un café en la mano. Eric se encontraba en casa de un amigo, y las gemelas estaban dormidas a la vez, sorprendentemente. Debería disfrutar de aquel raro momento de soledad, pero no podía. No podía dejar de pensar en la última conversación que había tenido con Jesse.

Las dos tenían razón y estaban equivocadas, pensó con tristeza. Jesse quería que viera todo lo que había cambiado y madurado. Ella quería una prueba de que todo era distinto. Cuando la tuviera por escrito, quizá estuviera dispuesta a creerla.

Tomó un sorbo de café y estuvo a punto de atragantarse al oír una voz masculina y familiar.

– Estás más guapa cada año que pasa. Nunca voy a encontrar a nadie que esté a tu altura.

Se dio la vuelta y, con un gritito, dejó la taza en el suelo y corrió hacia el hombre alto y guapo que estaba en las escaleras.

– ¡Raoul! ¡Has venido! ¿Qué estás haciendo aquí? No me has llamado. ¿Sabe Hawk que has venido?

Se lanzó a sus brazos y él la estrechó con fuerza.

– Tienes buen aspecto -dijo ella, mirando su rostro fuerte y bello, su ropa de buena calidad.

– Gracias. He estado haciendo ejercicio.

Ella se echó a reír por aquella broma, y tiró de él hacia la casa.

Raoul hacía algo más que ejercicio. Acababa de firmar un contrato con los Dallas Cowboys después de graduarse en Oklahoma, donde había ido Hawk.

– ¿Has leído el material sobre inversiones que te envié por correo electrónico? -le preguntó mientras entraban en la cocina-. No puedes gastar mucho de lo que has ganado. Tienes que pensar en el futuro. No vas a ser jugador de la Liga Nacional de Fútbol para siempre.

Raoul la abrazó otra vez y le besó la mejilla.

– Siempre te preocupas por mí. Cuando no es por mis notas, es por la chica con la que estoy saliendo. Eres…

– No digas que soy como tu madre. Tendría que matarte.

Sólo se llevaban diez años. Nicole no necesitaba que nadie la ayudara a sentirse más vieja. La situación actual de su vida era suficiente para dejarla agotada.

– Tú naciste para ayudar a crecer a los demás -dijo él.

– Una salida bastante mediocre. Yo siempre espero de ti lo mejor.

– Lo sé.

Se sonrieron el uno al otro.

Nicole había conocido a Raoul cinco años atrás, el mismo día que a Hawk. Raoul era estudiante de último curso de instituto y salía con la hija de Hawk. Vivía en la calle. Todo había sucedido semanas después de que Jesse se marchara. Le había ofrecido a Raoul un lugar donde vivir y, desde entonces, eran familia. En muchos sentidos, Raoul había sido un sustituto de Jesse, pero él no había arruinado su vida.

Aunque Jesse tampoco había arruinado la suya. Durante los últimos cinco años la había mejorado.

– ¿Qué sucede? -le preguntó él.

– Nada. Todo. Jesse ha vuelto.

Raoul no se sorprendió, y Nicole pensó que probablemente Hawk ya se lo había contado.

– ¿Y?

– Y no sé qué hacer.

Comenzó a contarle todo lo referente a la llegada inesperada de su hermana. Las palabras brotaron más y más deprisa: la confusión, el plan de negocio de Jesse, el incendio, y cómo ella misma, Nicole, se había convertido en una bruja.

– Es mi hermana, la quiero. ¿Por qué estoy haciendo esto?

– Porque tienes miedo de sufrir otra vez.

– ¿Cómo?

– Ella te hizo mucho daño al irse. ¿Y si se marcha de nuevo? Así que te proteges a ti misma. Tú siempre has sido generosa, Nicole, por eso puedes querer tanto a los demás. Pero tienes miedo.

¿Era sólo eso? ¿Tan fácil? ¿Miedo a que Jesse la rechazara de nuevo?

Se le llenaron los ojos de lágrimas.

– ¿Cuándo te hiciste tan listo?

– Hace unos dieciocho meses. Era jueves.

Ella se echó a reír de nuevo, lo que la ayudó a controlar las lágrimas.

– Echo de menos tenerte por aquí. Y ahora te vas a Dallas. ¿Cómo lo llevas?

– Ya sabes cuánto me pagan.

– ¿Me estás diciendo que se te puede comprar?

Él sonrió.

– Por supuesto.

– Estoy muy orgullosa de ti, Raoul.

Él le apretó la mano.

Ella se enjugó las lágrimas.

– Bueno, ya está bien de problemas. ¿Estás saliendo con alguien? Porque la última chica a la que trajiste era demasiado estirada para mi gusto. ¿Es que no puedes encontrar una chica maja?

– A ti ninguna te parece lo suficientemente buena para mí.

– En eso tienes razón. Pero siempre podemos esperar el milagro.


Matt llegó aquella noche a pasar un rato con su hijo, y Jesse se mantuvo en un segundo plano mientras Gabe descubría la emoción de manejar el coche teledirigido que le había llevado su padre de regalo.

Tenía las ruedas grandes y un mando sólido y resistente. Gabe hizo que el coche se desplazara hacia detrás y hacia delante, y después se echó a reír, cuando lo hizo inclinarse en un giro y el coche recuperó el equilibrio automáticamente.

– Muy buena elección -murmuró Jesse mientras Gabe perseguía su juguete por el pasillo.

– He buscado en Internet -reconoció Matt-, y éste era el mejor valorado.

A ella no le sorprendió que se hubiera tomado el tiempo de buscar el juguete perfecto antes de comprarlo. El Matt a quien ella había conocido era una persona minuciosa y detallista. Cuando estaban juntos, él cuidaba de ella.

Un poco más tarde, Matt ayudó a Gabe a prepararse para ir a dormir. Supervisó el ritual de lavarse los dientes, y después lo acostó y le leyó un cuento. Jesse se sentó en un rincón, observándolos a los dos juntos, sintiendo tristeza por todo lo que habían perdido Matt y Gabe.

Porque ella no había engañado sólo al hombre al que quería, sino también a su hijo.

Cuando Gabe se quedó dormido, Matt y ella salieron de la habitación. Cerró la puerta y después lo condujo hasta la sala de estar.

– Se acuesta muy pronto -dijo Matt, después de mirar la hora.

– Necesita dormir mucho. Estaba durmiendo siestas hasta su último cumpleaños.

Matt asintió sin decir nada. Ella tuvo la sensación de que pensaba que debería saberlo.

– ¿Hasta qué hora va a estar fuera mi madre?

– Han salido a cenar, y después iban a la última sesión del cine -informó Jesse.

Era la primera vez que Paula y Bill salían juntos. Jesse estaba encantada por ellos, pero Matt no estaba tan emocionado.

– ¿Estarás bien aquí sola?

Ella asintió. Estar sola con Gabe no era nada nuevo. Así había sido durante años.

Sintió una punzada de culpabilidad y de odio hacia sí misma. Miró a Matt, lamentando que las cosas no hubieran sido diferentes.

– Lo siento -dijo rápidamente, con ganas de sacarlo todo de golpe-. Siento muchísimo haberte tenido alejado de Gabe. Tenías razón. Sabía que no me creías, y no pude superarlo. No hice más que esperar que fueras a buscarme, que me dijeras que te habías equivocado o, por lo menos, que estabas dispuesto a escucharme. Nunca pensé las cosas desde tu perspectiva. Debería haberte dado la oportunidad de conocerlo. Tendría que haberte llamado cuando nació. Lo siento.

Matt se quedó mirándola fijamente, juzgándola.

– No puedo recuperar ese tiempo.

Fue como si le diera una puñalada.

– Lo sé.

– No tenías derecho.

Ojalá ella pudiera volver al pasado y deshacer sus errores.

De repente, él la agarró y la abrazó.

– Demonios, Jesse, ¿qué voy a hacer contigo?

Antes de que ella pudiera averiguar a qué se refería, él la estaba besando.

Fue un beso cálido, tentador, una reacción inesperada a su conversación. Él la estrechó contra sí como si nunca fuera a soltarla, y ella lo abrazó también. Entonces Matt le acarició la cara.

– Te deseo, Jess -susurró.

Palabras mágicas, pensó ella mientras notaba cómo le hervía la sangre. Palabras que había esperado durante mucho tiempo. Sin decir una palabra, tomó a Matt de la mano y lo llevó a su habitación.

Después de hacer el amor, se abrazaron el uno al otro y permanecieron unidos. Quizá el pasado no pudiera cambiarse, pero el presente sí, pensó ella mientras la esperanza le llenaba el pecho y hacía que creyera en todas las posibilidades del mundo. Porque su corazón sólo había pertenecido a un hombre, y estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por recuperarlo.

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