Capítulo Diecisiete

A la mañana siguiente, Jesse entró flotando al obrador. Después de lo que había sucedido la noche anterior, se sentía tan bien que debía de estar resplandeciente. Tenía la esperanza de que Matt y ella pudieran encontrar la manera de estar juntos. Era un poco difícil, pero se había dado cuenta de que todavía quedaban sentimientos y conexión. Y ella estaba dispuesta a ser paciente.

Sin embargo, tenía que dirigir una panadería, pensó mientras se obligaba a concentrarse. Debía revisar los pedidos que habían llegado durante la noche. Los brownies recién hechos estaban en bandejas, sobre las mesas que había alineadas en la parte delantera del local. Sid y Jasper tenían las segundas tandas en el horno. Todo iba perfectamente. Eran casi las ocho de la mañana cuando apareció Nicole, con una expresión tan seria que el buen humor de Jesse comenzó a disiparse.

No, pensó mientras se ponía en pie y miraba a su hermana. No iba a permitir que Nicole le estropeara aquella mañana tan excelente.

– Quiero dejarlo claro -dijo-: No voy a pelearme contigo. No puedes decir ni hacer nada que me enfade.

Nicole asintió. Después se echó a llorar, y Jesse se quedó muy sorprendida.

– ¿Es eso lo que piensas de mí? -le preguntó su hermana-. ¿Que sólo quiero pelearme contigo? Es por mi culpa. Lo siento.

Aquella confesión inesperada hizo que Jesse se acercara a su hermana y la abrazara.

– No, no pienso eso. Claro que no. Lo siento. Ha sido una reacción apresurada.

– Porque nos hemos peleado mucho -dijo Nicole mientras le devolvía el abrazo. Después se apartó y se enjugó las lágrimas-. No pasa nada. Me merezco lo que has dicho, y seguramente más. Me quedé conmocionada con tu regreso, y estaba empezando a asimilarlo cuando se incendió la pastelería.

– No te preocupes. No pasa nada -dijo Jesse. Se sentía muy mal.

– Sí, sí pasa. He estado pensando mucho en lo que me dijiste y no me gusta la verdad, aunque no puedo rehuirla. La realidad es que quería que tú fueras la culpable de lo que ocurrió con Drew. Necesitaba culparte para no tener que aceptar que la culpa era suya y mía. Eso estuvo muy mal por mi parte y lo siento muchísimo.

– Nicole, no te culpes.

– ¿Por qué no? Yo lo hice. Te eché. Tú eres mi hermana pequeña, y te quiero, y te sacrifiqué porque estaba herida y enfadada, y no quería ver la verdad. Dejé que te marcharas cuando estabas embarazada. ¿Cómo pude hacerlo?

– Tú no me echaste. Me marché por mí misma, y es lo mejor que pude hacer.

Nicole la miró con los ojos hinchados.

– Tuviste un bebé sola. ¿Cómo es posible que lo consiguieras? Yo estaba muy asustada cuando tuve a Eric, y eso que Hawk estaba conmigo.

– Tenía amigos.

– Deberías haber tenido a tu familia. Lo siento. Me he estado protegiendo porque temía volver a perderte, pero eso también ha estado muy mal. Eres maravillosa y asombrosa, y te mereces mi apoyo. Yo sé por qué no pude dártelo.

– Porque te viste obligada a criar a tu hermana pequeña desde que tenías doce años. Tú no pudiste ser una niña.

Nicole la abrazó.

– No tienes que ser tan comprensiva. Tengo un discurso preparado.

Se aferraron la una a la otra.

– Estoy muy orgullosa de ti -le susurró Nicole-. Mira lo que has hecho. Tienes unas ideas buenísimas, y has salvado el negocio. Yo me habría limitado a cerrar. Toda esta gente está trabajando gracias a ti. Nunca podré agradecértelo lo suficiente.

Unas palabras muy sencillas, pensó Jesse, pero muy poderosas.

– Te quiero -le dijo a su hermana.

– Yo también te quiero -aseguró Nicole. Después se irguió-. Por eso voy a darte esto.

Jesse miró lo que le había entregado su hermana. Era un cheque por valor de ciento cincuenta mil dólares. Se le cortó el aliento.

– ¿Qué es esto?

– La mitad del dinero del seguro. Y habrá más. Nos lo están dando a medida que lo necesitemos. La mitad del negocio es tuyo, así que tómalo. Puedes empezar un nuevo negocio, o dar la entrada para una casa, lo que quieras. Es suficiente para hacer realidad un sueño.

Jesse le devolvió el cheque a su hermana.

– No lo quiero -dijo. Nicole la miró con desconcierto.

– ¿Por qué no?

– Porque si me quedo con este dinero, no podremos reconstruir la pastelería.

– No lo entiendo.

Jesse sonrió.

– Todo esto es temporal. Yo quiero una tienda de verdad. El incendio nos da la oportunidad de modernizar el equipo, de rediseñar los espacios del obrador y de la tienda. Tengo unas cuantas ideas.

Nicole se echó a reír.

– ¿Así, tan fácil?

– Yo también me apellido Keyes. Llevo el negocio en la sangre. Pero tenemos que hablar de unas cuantas cosas. También tengo algunas ideas sobre cambios en los procesos de producción.

Nicole sonrió.

– Por supuesto que las tienes.


Jesse todavía estaba despierta cuando Paula llegó a casa después de otra cita con Bill. Tan sólo con ver su rostro ruborizado y sus ojos brillantes, dijo:

– Esto se está poniendo serio. ¿Debería preocuparme por ti?

Paula bajó la cabeza.

– No seas tonta. Bill es un hombre muy agradable. Sólo nos estamos divirtiendo un poco.

– Vaya, pues a mí me parece que es algo más que diversión -bromeó Jesse-. Te estás acordando de practicar el sexo seguro, ¿no?

– Haré como si no te he oído -dijo Paula mientras dejaba el bolso en la encimera de la cocina-. Me gusta mucho Bill.

– Y tú le gustas a él -aseguró Jesse.

Sin embargo, tenía el presentimiento de que era algo más que eso para Bill y Paula. Parecía que se habían enamorado.

– Él vive en Spokane -dijo Paula-. Eso es un problema, pero bueno, por ahora no tenemos que preocuparnos. Es sólo… interesante.

– Algunas veces, lo interesante es estupendo.

– Ya lo sé -dijo Paula, y se sentó en uno de los taburetes del mostrador-. ¿Cómo van los pedidos en el obrador?

– Tenemos más de los que podemos atender, pero estamos al día con el programa. Nicole y yo hemos llegado por fin a un entendimiento -respondió Jesse, y le contó a Paula la conversación que había tenido el día anterior con su hermana-. No me di cuenta de que tenía un nudo enorme en el estómago hasta que se deshizo. He echado mucho de menos a Nicole. Seguro que seguiremos peleándonos, porque siempre lo hemos hecho, pero ahora es distinto. Es como si hubiéramos solucionado los problemas. Eso me gusta.

– Me alegro. ¿Otra cosa más que hayas solucionado?

Jesse sonrió.

– No eres nada sutil.

– Ya lo sé. Quiero que Matt y tú volváis a estar juntos. Tengo razones muy egoístas. De ese modo, os tendría cerca a Gabe y a ti y, además, me libraría de algo de la culpabilidad que siento.

Jesse le acarició la mano a Paula.

– No te sientas culpable. Sólo reaccionaste ante una situación, pero tú no obligaste a Matt a que me diera la espalda, y tú no eres el motivo por el que me marché de Seattle.

– No puedo dejar de pensar en cómo habrían sido las cosas si yo no hubiera intervenido -dijo Paula, y le estrechó los dedos a Jesse-. No puedo cambiar eso, pero sí puedo esperar que a partir de ahora suceda lo mejor.

– No tienes nada que cambiar. Estabas cuidando de tu hijo. Ahora que tengo a Gabe, lo entiendo. Yo haría lo mismo.

Paula sonrió.

– Bueno, quizá no lo mismo.

– Algo parecido.

– Está bien, gracias por decírmelo. Matt estuvo aquí anoche. ¿Cómo fueron las cosas?

– Muy bien. Es estupendo con Gabe, y eso es maravilloso. Creo que… tengo la esperanza de que podamos recuperar lo nuestro. Creo que sigue sintiendo algo por mí. No estoy segura.

– Yo también lo creo -le dijo Paula-. Por lo que tengo entendido, ha habido muchas mujeres en su vida, pero no ha dejado que ninguna se le acercara demasiado. Me pregunto si será porque nunca dejó de quererte.

– Ojalá fuera cierto, pero no lo sé. Me temo que quizá me estoy haciendo ilusiones en cuanto a su comportamiento.

– Porque todavía lo quieres.

Jesse asintió lentamente.

– Creo que sólo puedo entregar mi corazón una vez. Él lo tiene. La cuestión es si lo quiere todavía.


Matt y Gabe se acercaron a la puerta de la casa. Matt se detuvo antes de llamar, porque quería disfrutar de aquellos últimos minutos a solas con su hijo.

– Me lo he pasado muy bien -dijo Gabe.

Sonrió a su padre y se apoyó en él. Un peso ligero, pero muy especial.

– Te quiero, papá.

Matt se agachó hacia él y miró los ojos azules de Gabe.

– Yo también te quiero, hijo mío.

Gabe se echó a sus brazos.

– ¿Para siempre?

– Para siempre, pase lo que pase. Te quiero. Soy tu padre.

Gabe lo apretó con fuerza.

Unos brazos muy pequeños, pensó Matt, abrazándolo con igual intensidad. Un cuerpo tan pequeño, que albergaba tanta vida.

Se separaron y entraron en la casa. Gabe fue corriendo a buscar a Jesse y a su abuela. Matt avanzó con más lentitud, embargado por la emoción de aquel momento. Jesse lo encontró en el salón formal, que nunca se usaba.

– ¿Estás bien? -le preguntó al acercarse-. ¿Lo habéis pasado bien?

– Sí -respondió Matt y, al verla moverse, la recordó desnuda-. Muy bien.

– Gabe está muy contento. Le encanta estar contigo -dijo, y se estremeció-. Disculpa. Acabo de sentir una ráfaga de culpabilidad.

Algo que ella misma se había ganado. Matt intentó no concentrarse en todo lo que se había perdido. El destello de pasión se apagó como si no hubiera existido.

– Yo me crié sin padre -dijo-. No sabía nada de él, y mi madre no me contaba mucho, salvo que no le interesaba nada que ella estuviera embarazada. No quería que formara parte de nuestras vidas y el hecho de que yo le preguntara por él la hacía llorar, así que dejé de hacerlo.

Jesse asintió, con expresión de incomodidad.

– Gabe me preguntaba cada vez más por ti. Es uno de los motivos por los que he vuelto. Sabía que debía darle la oportunidad de que te conociera.

Él no debería tener la oportunidad de conocer a su hijo. Debería haber estado con Gabe desde el principio.

– Hace unos años, busqué a mi padre. Contraté a un investigador privado para que lo encontrara y le dijera que lo estaba buscando. No usé mi nombre. No quería que le atrajera el dinero.

– Oh, Matt.

– No tenía ningún interés en mí. Dijo que no le había importado antes y que tampoco le importaba ahora. Me dijo que no volviera a molestarlo.

Ella atravesó la habitación y lo abrazó. Él se lo permitió, absorbiendo su preocupación sin sentirla.

– Hoy, cuando estábamos en el parque, Gabe se tropezó y se cayó. Fue como si me hubiera caído yo, pero peor, porque no me importaba hacerme daño, pero no quería que le ocurriera nada a él. Lo tomé en brazos, pero en ese segundo, morí cien veces.

Ella alzó la cabeza y lo miró a la cara, con los ojos llenos de lágrimas.

– Lo sé -susurró-. Sé perfectamente lo que se siente. Es horrible tener tanto miedo y no poder controlar todo lo que pasa. Algunas veces, yo apenas puedo respirar de preocupación. Pero Gabe es duro y fuerte, y hará que te sientas orgulloso. Ya lo verás.

Gabe no tenía que hacer que se sintiera orgulloso. El amor que sentía por él era incondicional, pensó Matt.

Las emociones se arremolinaron en su interior. Sus sentimientos por Gabe, la rabia y la ira hacia Jesse, una ira que aparentemente, ella no percibía. Tenía ganas de zarandearla por haberle robado todo aquel tiempo. Quería castigarla. Quería que ella sufriera lo mismo que él.

Jesse sonrió entonces.

– Matt, seguramente éste no es el mejor momento ni el lugar adecuado, pero… te quiero. Nunca he dejado de quererte -dijo. Se rió y dio un paso atrás-. No digas nada, por favor. Sólo quería sacármelo de dentro. Siento mucho lo que ha pasado con Gabe. Lamento mucho lo que has perdido y, si pudiera cambiarlo, lo haría. Pero no podemos alterar el pasado, así que tenemos que arreglarnos con el presente. Espero que puedas perdonarme. Sé que te tomará un tiempo, pero estoy dispuesta a esperar. Espero que entiendas por qué hice lo que hice. Espero que podamos llegar a un acuerdo sobre Gabe. Compartirlo, o algo así.

¿O algo así? Ella quería más. Lo quería todo, pensó Matt con desdén. Y si pensaba que eso era posible después de lo que había hecho, no lo conocía en absoluto.

Jesse se puso de puntillas y lo besó. Él la dejó, incluso se lo facilitó inclinándose un poco. Después, ella sonrió y se marchó.

Cuando estuvo solo en el salón, sacó su teléfono móvil y marcó un número.

– Heath -dijo-. Ha llegado el momento. Entrégale la notificación a Jesse.

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