Capítulo Veintiuno

– Matt se va a reunir con nosotros mañana por la mañana -dijo Jesse mientras terminaba de meter los platos de la cena en el lavavajillas.

Paula guardaba las sobras en la nevera.

– ¿Seguro?

– Ha llamado hace un rato Ha comprado una cámara digital de vídeo para poder grabarlo todo.

También le había dicho que haría una copia para que los dos pudieran tener el primer día de colegio de Gabe y verlo en el futuro.

Paula frunció el ceño.

– Pero… mañana a las ocho de la mañana es el lanzamiento mundial del nuevo juego de la empresa. Hay una presentación simultánea en varias ciudades del mundo. Llevan planeándolo varios meses, ha salido en las noticias.

Jesse no sabía qué decir. Sabía que trabajaban en un juego nuevo, pero siempre había un juego nuevo.

– ¿Y por qué es tan especial este lanzamiento?

– Es la secuela de un juego que se estrenó hace años. Creo que es muy bueno. La gente lleva meses esperándolo. Va a haber fiestas de presentación y se retransmitirán las unas a las otras. Si estás en la fiesta de Seattle, podrás ver a la gente de Londres y de Tokio. Según Business Week, se supone que este juego incrementará los beneficios de la empresa un treinta por ciento con respecto al año anterior. No puedo creer que Matt vaya a perderse todo eso.

Jesse tampoco podía creerlo.

– No me había contado nada -dijo lentamente-. Es el presidente de la empresa. Debería estar en ese evento.

– Me parece que quiere demostrar algo -reflexionó Paula-. Que la familia es más importante que cualquier otra cosa para él.

Últimamente había estado demostrando muchas cosas. Había aparecido con puntualidad para llevarse a Gabe de paseo, y lo había devuelto a casa con la misma puntualidad. Durante las semanas anteriores había sido atento, considerado y amable, sin presionar. No había intentado besarla de nuevo, algo que debería complacerla. Al fin y al cabo, no confiaba en él. Sin embargo, echaba de menos sus besos, además de otras cosas.

Jesse se excusó y se fue a su dormitorio. Gabe ya estaba acostado, seguramente, soñando con su primer día de preescolar. Estaba muy emocionado por su colegio nuevo, su profesor y los amigos a los que iba a conocer. Ella tenía suerte. Siempre había sido un niño muy sociable, lo cual significaba que no tenía que preocuparse por el hecho de que no fuera a encajar.

Abrió el ordenador, entró en Internet y buscó artículos recientes sobre la compañía de Matt. Había unos cuantos sobre el nuevo juego y la fiesta de lanzamiento. Parecía que era un gran acontecimiento, tal y como le había explicado Paula. También se mencionaba que se había celebrado recientemente una reunión de accionistas a la que Matt había llegado tarde. Unos cuantos de los asistentes habían expresado su malestar públicamente.

Jesse comprobó la fecha y la comparó con su calendario. La tarde en la que Matt debería haber estado en la reunión había estado con Gabe y con ella, comprando los zapatos nuevos del colegio para el niño. ¿Y ahora iba a perderse el lanzamiento del producto de su empresa porque era el primer día de colegio de Gabe?

Tomó el teléfono y marcó su número.

– ¿Diga?

– ¿Te has vuelto loco? -dijo ella-. No puedes seguir haciendo esto. No puedes faltar a reuniones importantes por Gabe y por mí. Sé que tenemos un horario de visitas y que quieres ser parte de las cosas, pero esto es absurdo. De veras, Matt, podríamos haber dejado para otro momento la compra de los zapatos. Y con respecto al primer día de clase, no se puede cambiar, pero puedo llevarme la cámara y será como si estuvieras allí. En cuanto a lo demás, podemos cambiar las horas. ¿O es que crees que soy tan bruja que no puedes razonar conmigo?

Él se quedó en silencio un segundo antes de decir:

– Yo no pienso que seas una bruja. No voy a hacer nada que no quiera hacer.

– Te perdiste la reunión de accionistas.

– Llegué tarde, que no es lo mismo.

– Se trata de tu carrera profesional. De tu empresa. De tu vida.

– No es mi vida -dijo él-. No es lo que más me importa. Quiero que Gabe y tú sepáis que me importáis mucho. Puede que llegue un momento en el que esté más cómodo cambiando las cosas, pero por el momento, no lo voy a hacer.

– Pero… tienes que ir a la fiesta de presentación.

– Y voy a ir. Sólo llegaré una hora tarde.

– Todo el mundo se dará cuenta. Lo escribirán en los periódicos.

– A los que juegan a mis juegos les importa un comino si estoy o no en la fiesta de lanzamiento.

Quizá tuviera razón en eso.

– Estás tomando una decisión equivocada.

– En mi opinión, no. Estoy haciendo cosas que debería haber hecho antes.

– Está bien, pero no te quedes demasiado tiempo mañana. Puedes quedarte hasta que Gabe haya entrado en clase y después, marcharte.

– Pensaba que los padres podían quedarse durante la primera hora, más o menos.

– Sí.

– Entonces me quedaré.

– Eres muy testarudo -refunfuñó ella.

– Si te refieres a que no me rindo, tienes razón. Sigo echándote de menos, Jesse. Te quiero. Eso no ha cambiado.

– Matt…

– Lo sé. Quieres que me olvide, pero no puede ser. No voy a dejar de decirte lo que siento. Quiero que estemos juntos, que seamos una familia. Voy a esperar cuanto sea necesario hasta que estés dispuesta a darme otra oportunidad.

– ¿Y si nunca sucede?

– Entonces voy a pasar mucho tiempo echándote de menos. Hasta mañana.

Matt colgó el teléfono y Jesse se quedó a solas en su cuarto, escuchando el silencio y preguntándose si estaba haciendo lo correcto al rechazar la mejor oferta que le habían hecho en su vida.


Después de que Gabe hubiera encandilado a su nueva profesora y se hubiera hecho amigo de todos los niños de la clase, Jesse se acercó a la obra de la pastelería, donde había quedado con Nicole para comprobar los avances.

En los tres meses que habían pasado desde el incendio, se habían retirado los escombros, se habían hecho planos nuevos, se habían conseguido las licencias de obra y se habían puesto los cimientos. La reconstrucción iba a buen rimo, debido en gran parte a la publicidad que había recibido la pastelería. Todos habían cooperado y el seguro iba pagando los plazos de la indemnización. Sólo quedaban unos meses para la gran inauguración.

Aparcó junto a un par de camiones de construcción, al lado de la furgoneta de Nicole. Cuando salió del coche, vio que sus dos hermanas estaban allí.

– ¿Cómo ha ido la cosa? -preguntó Claire-. ¿Qué tal Gabe? Robby empieza mañana. No sé si va a llorar, pero creo que yo sí.

– Él lo ha pasado mejor que yo -admitió Jesse-. Entró en clase y comenzó a hablar con los otros niños. Eso no lo ha sacado de mí, ni de Matt. Debemos de tener un antepasado muy parlanchín y sociable.

– Eric se puso sólo un poquitín mañoso -comentó Nicole-, pero yo creía que era Hawk el que iba a echarse a llorar.

– Lo tengo todo en DVD -dijo Jesse-. Lo ha grabado Matt y va a hacerme una copia, por si os interesa.

– Pues sí -dijo Nicole-. Nosotros también tenemos grabado el gran día de Eric.

– Nosotros vamos a hacer lo mismo -dijo Claire-. Así que tal vez podamos quedar este fin de semana para revivir esos momentos.

Jesse se echó a reír.

– Me parece un buen plan.

¿Quién iba a pensar que, después de tanto tiempo, sus hermanas y ella habían encontrado, por fin, la manera de estar juntas?

– ¿Cómo va la obra?

Nicole gruñó.

– Bien, pero el equipo me va a matar. ¿Sabes lo que cuestan esos nuevos hornos que quieres?

– Sí, pero son energéticamente eficientes, y amortizaremos la diferencia de precio en un año.

– Más vale. Por ese dinero, espero que me hagan la colada y dejen la ropa esponjosa.

– Tú has elegido mostradores y vitrinas de lujo -le recordó Jesse-, así que yo puedo tener mis hornos especiales.

– Y los mezcladores -dijo Nicole, y se giró hacia Claire-. Tienen potencia suficiente para ir a la luna y volver. Además, tenemos papel y bolsas nuevas, y también un logotipo nuevo. El dinero sale más rápidamente de lo que entra.

– Lo recuperaremos -dijo Jesse, que confiaba en sus decisiones-. Ya lo verás.

– Eso espero. Por lo menos, la obra va muy bien. Está en plazo y de acuerdo al presupuesto. Es un milagro de Dios.

– Más dinero para el equipo, entonces -bromeó Jesse.

– No y no. De verdad, Jesse -gruñó Nicole, y volvió a dirigirse a Claire-. Habla con ella, que recupere el sentido común.

Jesse sonrió.

– Me quieres.

– Sí, a veces…

Jesse continuó sonriendo. Era muy bueno estar en casa.

– ¿Cómo está Matt? -preguntó Claire. La sonrisa de Jesse se desvaneció.

– Eso sí que ha sido un cambio de tema sutil. Está bien.

– Han pasado dos meses -dijo Claire-. ¿Durante cuánto tiempo más lo vas a castigar?

– No lo estoy castigando. He tomado una postura inteligente.

– ¿En cuanto a qué? -preguntó Nicole.

– No es que estemos intentando entrometernos -apuntó Claire.

– Sí, claro que sí.

– Bueno, da igual -dijo Nicole-. Sí, es cierto. Matt lo fastidió todo. Fue un imbécil. Pero es obvio que se ha arrepentido y que está haciendo lo que puede. Ha seguido ahí, cuando la mayoría de los otros tipos se habría alejado ya.

– ¿Así, tan fácil? ¿Ya os habéis puesto de su parte? ¿Es que no os importa lo que ha querido hacer?

– Claro que sí -dijo Claire-. Fue horrible, pero cuando se dio cuenta, lo solucionó. Todos cometemos errores. No deberían juzgarnos por cómo estropeamos las cosas, sino por cómo intentamos arreglarlas. ¿No es ésa la verdadera medida de lo que somos?

Jesse no quería pensar en ello.

– Muy bien. Él lo lamenta, está intentando mejorar. ¿Cuánto?, un par de meses. ¿Y qué? Al final se aburrirá y se irá.

– ¿Estás esperando a eso? -inquirió Claire-. ¿Es lo que crees que va a pasar?

– No lo sé -dijo Jesse-. Quería que me enamorara de él para poder partirme el corazón. Ahora dice que me quiere, pero ¿cómo voy a confiar en él?

– Tienes que tener fe -dijo Claire-. Dale una oportunidad. Jesse, tú lo quieres. Estás intentando castigarlo, pero la persona a la que estás haciendo más daño es a ti misma.

– Así estoy cómoda -murmuró Jesse-. No quiero correr riesgos, necesito estar segura de él.

– Creo que la persona en la que no confías no es él. No confías en ti misma -dijo Nicole.

Jesse se quedó boquiabierta.

– Eso no es cierto.

– Claro que sí. Tienes miedo de que, si le entregas tu corazón de nuevo y te lo pisotea, no puedas sobrevivir. Crees que no eres lo suficientemente fuerte como para soportar el rechazo, así que eliges el camino más fácil. No te molestas en intentarlo. Sin embargo, puede que al no hacerlo estés perdiendo lo mejor que te ha ocurrido en la vida. Lo quieres, Jesse, y es el padre de Gabe. No se va a rendir. Así que tienes dos opciones: o aceptas que todas las relaciones tienen riesgos o le das la espalda. Te alejas de él y pasas el resto de tu vida arrepintiéndote.

Nicole la miró fijamente.

– Tú no eres de las que abandonan, y no eres una cobarde. Abandonar no es tu estilo. Tú sabes asumir riesgos.

– Y mira adonde he llegado.

– Sí, mira -prosiguió Nicole-. Has criado a tu hijo tú sola. Has diseñado un plan de negocio, has creado un brownie sublime y has prosperado. Estoy orgullosa de ti, de mi hermana pequeña.

A Jesse se le llenaron los ojos de lágrimas.

– No te pongas sensiblera conmigo -susurró.

– ¿Y por qué no? Tú te lo has ganado. Te quiero, Jesse, pero creo que te vas a arrepentir siempre si no le das otra oportunidad a Matt.

Jesse no supo quién se movió primero, pero de repente, Nicole y ella se estaban abrazando.

– Te quiero -le susurró.

– No tanto como yo a ti.

– Abrazo de grupo -dijo Claire, abrazándolas a las dos-. Me encanta tener hermanas.

– A mí también -dijo Jesse, embargada de afecto por ellas.

Se quedaron abrazadas durante unos segundos. Después se separaron, enjugándose las lágrimas. Jesse las miró a las dos.

– Si os equivocáis, todo será culpa vuestra -dijo-. No lo olvidéis.

– Estoy dispuesta a arriesgarme -dijo Nicole.

Eso era fácil de decir, pensó Jesse. Su hermana tenía mucho menos que perder, pero Jesse sabía que si no lo intentaba, ella también perdería.

No sabía si Matt se merecía otra oportunidad, pero ella sí. La oportunidad de estar con el hombre a quien siempre había amado.


Cuando el estruendo de la banda de rock se convirtió en un martilleo dentro de su cabeza, Matt supo que era hora de escapar. Recogió su maletín de cuero y caminó hacia la salida.

Diane lo detuvo a medio camino.

– No te marches -casi gritaba, para que él pudiera oírla por encima de la música-. Has dicho que había que quedarse hasta el final de la fiesta.

– Lo retiro.

Ella sonrió.

– ¿Te sientes un poco viejo para estas cosas?

– Supongo que sí. No sé cuándo ha sucedido.

La expresión de Diane se volvió clarividente. Su secretaria pensaba que al convertirse en padre, todo había cambiado para él. Y tenía razón.

– Ya puedes irte a la oficina tú también -dijo a su secretaria-. Yo tengo que pasar por mi casa, y después iré al despacho.

Quería hacer copias del DVD del primer día de colegio de Gabe para Jesse y para su madre. Salió de la fiesta y se dirigió hacia el aparcamiento. Junto a su coche había un Subaru rojo que le resultaba muy familiar. Jesse estaba entre los dos vehículos, mirándolo. Tenía una expresión diferente, que hizo que él caminara con más rapidez.

– ¿Qué sucede? -preguntó mientras se acercaba-. ¿Es Gabe?

– No, no se trata de Gabe -respondió ella con los ojos brillantes-. Todo va perfectamente. Quería hablar contigo.

Él dejó su maletín en el suelo.

– ¿Sobre qué?

– Todavía me acuerdo de la primera vez que te vi. Pensé que tenías mucho potencial.

– No es mi recuerdo favorito. Hasta que tú llegaste, claro.

– Yo nunca había estado enamorada -prosiguió ella-. No sabía qué esperar de todo ello, y no sabía que podía ser tan poderoso y duradero. El hecho de alejarme no cambió las cosas. Seguía queriéndote. Y ahora te quiero también.

Mientras escuchaba, Matt tuvo la sensación de que había más. Así que se quedó inmóvil, intentando ser paciente, sabiendo que había un premio que merecía la pena.

– Sé que estabas enfadado y dolido, y que querías vengarte, pero también sé que lamentas de verdad lo que hiciste, y que nos quieres a Gabe y a mí. Has dicho que quieres que estemos juntos. Yo también lo deseo.

Él no sabía si Jesse tenía más cosas que decir, pero ya no le importaba. La abrazó y la estrechó contra sí, y la besó hasta que ninguno de los dos pudo respirar.

– Te quiero. Te querré toda la vida.

– Me alegro, porque las mujeres de mi familia somos muy longevas.

Matt se rió y volvió a besarla.

– No puedo esperar. Cásate conmigo, Jesse. Cásate conmigo y ten más hijos conmigo. Quiero pasarme el resto de la vida convenciéndote de que has tomado la decisión correcta.

– Eso ya lo sé -dijo ella con una sonrisa-. Y sí, me casaré contigo.

– ¿Pronto?

– Vamos a ir paso por paso.


– Me gusta el negro -dijo Claire mientras se miraba al espejo de cuerpo entero.

– A mí también.

Nicole se colocó junto a su melliza y se alisó el vestido negro de cóctel, elegante y sofisticado, que Jesse había elegido para sus damas de honor.

Los colores blanco y negro le iban bien al Año Nuevo. La boda era a las seis, y después habría cena y baile. Sus invitados podrían celebrarlo hasta la medianoche, y después podrían pasar la noche a salvo en el hotel.

Gabe se apoyó en su madre.

– Estás muy guapa, mamá.

– Gracias.

– Eres una novia preciosa -dijo Nicole.

Jesse sonrió.

– Me viene de familia.

Sus hermanas la habían ayudado a vestirse y a peinarse. Llevaba un vestido blanco sin tirantes, con el corpiño bordado de perlas y la falda vaporosa. No sabía cómo iba a conseguir quitárselo, pero estaba segura de que a Matt no le importaría ayudar.

Paula entró en la suite.

– ¿Estáis listas, niñas? Ya han llegado todos los invitados, y Matt está paseándose de un lado a otro, el pobre.

Jesse abrazó a la que iba a convertirse en su suegra.

– Estás fabulosa -le dijo.

Paula llevaba un vestido largo, blanco y negro, y un collar de perlas negras a juego con los pendientes que le había regalado Matt por su cumpleaños.

– Eso es nuevo -dijo Jesse sonriendo.

Paula lo tocó y asintió.

– De mi hijo. ¿No es bonito?

Se echó a reír.

– Muy bonito. Esto es muy divertido. Bill y tú también deberíais celebrar una boda.

Paula se echó a reír.

– No, no creo. Vamos a parar en Las Vegas y nos casaremos allí. Os enviaremos las fotografías.

Los dos comenzarían su viaje en febrero, en la nueva autocaravana. Por el momento, iban a pasar una temporada en Seattle y en Spokane, mientras Bill vendía el bar y arreglaba sus asuntos, y después pondrían a la venta la casa de Paula.

– Tengo un par de cosas para ti -explicó Paula a Jesse-. Matt me dijo que los documentos antes que los juguetes, así que aquí tienes.

El sobre era delgado. Jesse frunció el ceño.

– ¿Qué es?

– No lo sé.

Jesse lo abrió. Nicole y Claire se acercaron para mirar por encima de su hombro.

– Parece una escritura -dijo Nicole-. Son las escrituras de una casa. De la suya.

Jesse parpadeó. ¿Aquella casa enorme en una finca de multimillonario a orillas del lago?

Ella abrió la nota manuscrita que había dentro del sobre.

– «Porque te quiero».

Se le llenaron los ojos de lágrimas y tuvo que pestañear para contenerlas.

– Ha puesto su casa a mi nombre.

Porque él sabía lo mucho que deseaba tener un hogar y que, de ese modo, siempre se sentiría segura.

– Ha hecho bien -dijo Paula con la voz temblorosa-. Voy a echarme a llorar.

– No -rogó Jesse sin dejar de parpadear-. Tendrías que retocarte el maquillaje. No puedo creer que haya hecho esto.

Aunque era típico de él. Había conseguido que se sintiera especial y querida. ¿Cómo era posible que tuviera tanta suerte?

– Hay más -dijo Paula, y sintió que se le aceleraba el corazón. Dentro había un collar de diamantes.

Tras ella, Nicole y Claire emitieron exclamaciones de admiración.

– Creo que vale más que la casa -murmuró Claire.

– Pensaba que el anillo de compromiso iba a ser la atracción en joyería -murmuró Nicole-. Supongo que me equivocaba.

Jesse tomó el collar y salió de la suite. Recorrió el pasillo hasta donde sabía que esperaba Matt y entró.

Él estaba en mitad de la habitación, guapísimo, perfecto con su esmoquin. Al verla, sonrió.

– ¿Ves? Sabía que te iba a enfadar lo del collar. La casa tendría sentido para ti, pero los diamantes te iban a fastidiar.

Ella frunció los labios.

– ¿Me has comprado un regalo porque sabías que me iba a enfadar?

– No es la única razón. Lo vi y supe que te quedaría muy bien. Me gusta regalarte cosas.

– Me vuelves loca.

– Estás maravillosa. Me encanta el vestido.

– Deberías verme con el velo.

– Te veré con el velo dentro de veinte minutos.

El amor la invadió y repartió calidez por todo su cuerpo. Ella agitó el collar frente a Matt.

– No hagas esto nunca más. Intenta comprar en rebajas.

– No es mi estilo.

– Pues antes lo era.

– Tú me cambiaste.

– No tanto.

Él se acercó y le tomó las manos.

– Tú me has cambiado por completo, Jesse. Me has convertido en el hombre que soy.

– Pues adoro el hombre que eres.

– Así que ha funcionado -dijo Matt, mirándola a los ojos-. Si te beso, ¿vas a quejarte de que te he estropeado el maquillaje?

– Ya me lo arreglaré después.

– Bien -dijo él. Inclinó la cabeza y la besó-. ¿Todavía quieres casarte conmigo?

– Más que ninguna otra cosa.

– Entonces vamos a hacerlo.

Matt tomó el collar de entre sus manos, hizo que ella se diera la vuelta y se lo abrochó al cuello. Estaban frente a un espejo, y se suponía que ella debía de estar mirando la joya, pero lo único que veía era a Matt, y cómo la estaba observando. El amor refulgía en sus ojos.

– Tengo que ir a recorrer el camino hasta el altar -dijo ella.

– Yo estaré esperando.

– Gracias por no rendirte conmigo.

– Gracias por volver a casa.

Ella sonrió.

– Este es mi sitio. A tu lado.

– Eres lo mejor que me ha pasado, Jesse. Quiero que lo sepas.

– Oh, Matt.

Minutos más tarde, Paula se sentó en su banco de la iglesia. Claire y Nicole se pusieron en fila para comenzar el recorrido. Gabe se colocó tras ellas, con un cojín de raso sobre el que descansaban las dos alianzas.

El niño miró a Jesse.

– Ahora tengo un papá de verdad -dijo con alegría-. Somos una familia.

– Sí. Para siempre.

Las hermanas de Jesse comenzaron a caminar hacia el altar. Gabe las siguió, moviéndose lentamente, tal y como le habían enseñado. Llevó el cojín con sumo cuidado y ocupó su lugar junto a Matt.

Jesse esperó a que comenzara a sonar el himno nupcial, entonces llegó su turno. Con el ramo de novia entre las manos, avanzó hacia el altar y, aunque había docenas de personas en la sala, ella sólo vio a una.

Cuando llegó junto a Matt, éste sonrió.

– ¿Por qué has tardado tanto? -preguntó en voz baja.

Pese a la solemnidad del momento, se echó a reír.

– Me he distraído -susurró. Durante cinco años-. Pero ya estoy aquí.

– Eso es lo que importa. Y para que lo sepas, no pienso separarme de ti.

– ¿Me lo prometes?

– Sí, y puedes tomarme la palabra.

– Lo haré.

Él le estrechó la mano, y ambos se volvieron hacia el altar.

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